Algunos de los escritos que han marcado hitos en la historia de la atención a la salud mental son relatos en primera persona. Ha sido así desde el principio. En los umbrales del siglo XX, se publicaron el libro de Clifford W. Beers (1), que sentó las bases de los movimientos de higiene mental, y las memorias de Daniel Paul Schreber (2), que han sido más citadas que ningún otro texto de psicopatología. Las narrativas en primera persona han cobrado recientemente un nuevo relieve por dos motivos. En parte, porque las aproximaciones no positivistas a las ciencias humanas les han reconocido una importancia central. Pero, sobre todo, porque el activismo cada vez más presente en el campo de la salud mental las ha colocado en el centro del escenario. Probablemente, el texto reciente que mejor encarna esta vigencia es el libro colectivo Vivir con voces, que recoge cincuenta historias de recuperación (3). Pero podrían ser otros muchos, presentes por muchos medios y fruto de estrategias muy diferentes (4–9).
El libro que comentamos se inscribe en esta tendencia. Y lo hace con un formato original, de cómic. Surge de la colaboración entre alguien que ha tenido la experiencia que se narra (oculto tras el seudónimo Fernando Balius) y el dibujante Mario Pellejer. Responde, como dice el autor, a la voluntad de tomar partido, desde el convencimiento de que:
No hay que parar de andar, no hay que renunciar a leer el mundo. Esta historia, como todas las historias, nos pertenece a todos. Yo voy a contarla porque me empuja con violencia desde dentro, desde las tripas. Creo con honestidad que debe ser contada.
Contar. Arrancarle un trozo de vida a tanta muerte.
No creo haber tenido acceso a una narración más vívida de las experiencias que los profesionales hemos dado en llamar “psicóticas”. Tampoco a una mejor descripción de las repercusiones que estas pueden tener sobre las relaciones con otras personas, en particular, con el mundo sanitario y los profesionales de la salud mental. Ni a un recuento de los medios que pueden servir para afrontar unas y otras (“lo verdaderamente jodido no es perder la cabeza, sino que no haya nadie cerca cuando intentas recuperarla”). Y del modo en el que todo ello puede ser integrado en una historia de recuperación que forma parte de una biografía de luchador.
Seguramente el libro hace aportaciones diferentes a lectores que ocupan posiciones distintas. Nos referiremos a las que nos parece que puede hacer al público en general, a las personas que han compartido este tipo de experiencias y a los profesionales.
Me parece que para los lectores que no han tenido un contacto en primera persona o como profesionales, a la mayoría de los posibles lectores, este será un libro sorprendente. Sorprendente porque permite un aproximarse a la experiencia de la locura y las reacciones sociales que desencadena, reconociendo y haciendo reconocible el sufrimiento que puede entrañar, pero, no desde el prejuicio y el temor, sino desde la empatía y el amor, de un modo que suscita solidaridad y curiosidad. Y no curiosidad por algo exotérico, sino por algo que nos podría facilitar acercarnos a nosotros mismos (y desde allí a los demás) de la forma envidiable en la que lo hace el protagonista de la historia. Sorprendente también porque nos muestra lo que la experiencia psicótica, de cerca, tiene de familiar para todas y porque nos muestra que, probablemente, lo que nos asusta es más esa familiaridad que lo que tiene de extraña.
A las personas que han tenido experiencias que tienen de semejantes con las del protagonista al menos el no ser compartidas con las personas del entorno, supone un mensaje de esperanza indisociablemente unido a una llamada a la lucha. O a una llamada a una lucha preñada de esperanza, si se prefiere decir así… Y una apuesta por la idea de que las cosas que nos pasan tienen significado.
Para los profesionales aporta mensajes muy diferentes. Unos se dirigen a incrementar la conciencia de lo que deliberada o inadvertidamente hacemos. Otros a poner de manifiesto nuestra ignorancia de aquello con lo que se supone que trabajamos, y a darnos un instrumento para remediarla. La fineza de las descripciones narradas e ilustradas en este cómic contrasta con lo burdo de las que podemos encontrar en los que han llegado a ser nuestros textos de referencia en psicopatología.
Sorprende lo armonioso del trabajo gráfico de Mario Pellejer, que en ningún momento contradice el tono general del relato y que traduce el mensaje central en imágenes de una belleza inquietante pero serena.
Un libro imprescindible que está llamado a ser un clásico.