“This is the beginning of a beautiful friendship”. Casablanca (Michael Curtiz, 1942)
Esta mítica frase –de una mítica película del séptimo arte– sirve de inicio (precisamente como contraste) a este artículo que es un ensayo cultural, sociológico y sanitario precisamente sobre la peligrosa amistad que el cine y el tabaco representan en la adolescencia. Así que “silencio… claqueta… acción”.
APRENDER A FUMAR CON LAS PELÍCULAS: DEL FLASHBACK AL FLASHFORWARD
Revisando un coleccionable de la revista Fotogramas de hace más de dos décadas, un coleccionable que analizaba de la A a la Z diferentes facetas del séptimo arte, me encontré recientemente con el capítulo escrito por Carmen Posadas1 y que correspondía a la letra “F de fumar”. Y empezaba con una reflexión tan contundente como certera, así: “A fumar –como a besar– todos hemos aprendido con las películas, porque, mucho antes de estrenarse con un verdadero Lucky Strike a lo James Dean o una Sobrani a lo Audrey Hepburn, ya practicábamos a escondidas y ante el espejo: ‘¿Quieres fuego muñeca?'…”. Y seguía: “Me llamo John Wayne, me llamo James Dean, me llamo Cary Grant o, mejor aún –mi héroe fumador favorito–, me llamo Clint Eastwood y muerdo Mecarillos con las mandíbulas apretadas y los ojos achinados para que no me deslumbre el resplandor del desierto de Arizona… Me llamo Marlene Dietrich, me llamo Ingrid Bergman o, más probablemente, me llamo Lauren Bacall porque nadie ha sabido fumar como ella “the look that smokes” y así quería ser yo de mayor… Porque todo lo que se aprende con deliberación frente a un espejo se convierte luego en un hábito y, con el paso del tiempo, en parte de nuestra personalidad”.
Se puede decir más alto, pero quizás no más claro. Y si asentimos con la cabeza al leer este texto, y parece algo del pasado, como un flashback cinematográfico. Y si nosotros lo reconocemos así, cuánto más no lo conocerá la industria tabacalera que aprovechó el filón del cine, como arte esencial de masas y mitos del siglo XX. Y leemos, en el insistente texto de Carmen Posadas1: “Fumar es un placer sensual, decía Sarita Montiel en una famosa canción. Antes se fumaba mucho y con normalidad en el cine. Ahora, en cambio, fumar es una cosa de gente de mal vivir. El cine ha perdido con ello uno de sus elementos más cinematográficos”.
Estas palabras están referidas en los albores del siglo XX y en esta sociedad algo hipócrita hoy se considerarían casi escandalosas. Y, pese a que algo ha cambiado, veremos que apenas ha cambiado nada en el resultado final, pese a la evidencia científica, a las normativas legisladas y al aparente ecologismo que nos rodea. Y en el flashforward actual basta recordar dos ejemplos paradigmáticos de que el humo sigue saliendo por la pantalla en dos ejemplos de ahora mismo: la película Green Book (Peter Farrelly, 2018), ganadora del Óscar a Mejor Película en ese año, y la serie de televisión Shtisel (Alon Zingman, 2013 y siguientes) tienen tal cantidad de escenas consumiendo tabaco que resultan casi insultantes. En esta última, además, versa sobre la comunidad ultraortodoxa judía, los jasidíacos, aquella que tiene todo tipo de restricción por la Torá (incluida para la alimentación), pero se ve que, del mayor tóxico ambiental, el tabaco, no dice nada su libro sagrado y su religión. Increíble, pero cierto: diría que en esta serie es más habitual escenas con tabaco que sin ellas. En un capítulo de esta famosa serie se llega a decir, para medir el tiempo en llegar a un lugar: “Está a tres cigarrillos de distancia”. E intuyo que, en las siguientes temporadas, nada cambiará.
Que en numerosas películas aparezca el elemento del tabaco no es algo casual. Esto es fruto, sobre todo, de las relaciones económicas entre dos grandes industrias, la industria tabaquera y la industria cinematográfica hollywoodiense. Esto ha dado lugar a numerosas críticas por parte de la Organización Mundial de la Salud, como, por ejemplo, que se debería regular el uso del tabaco en las películas y hacer advertencias en los créditos, ya que las niñas y los niños conciben el acto de fumar como una situación normal, habitual y que no conlleva ningún riesgo. Porque el cine ha sido durante muchos años un fiel colaborador de la industria del tabaco, fomentando, mediante la presencia del cigarrillo en las películas, que niños y jóvenes se conviertan en adictos a la nicotina2,3.
El cigarrillo y el humo que produce puede favorecer una serie de cualidades estéticas en la imagen cinematográfica, como, por ejemplo, dar carácter de espacio cerrado a un sitio concreto, atraer la mirada del espectador sobre un foco de luz en un ambiente penumbroso o indicar que transcurre el tiempo. Este último efecto es muy utilizado en las películas. Es sugerente y original colocar un cigarrillo en un cenicero mientras se consume para indicar el transcurso del tiempo y así evitar el recurso del movimiento de las manecillas del reloj. El humo, además, nos transmite un efecto de evanescencia que acerca el sueño y el deseo a la realidad. Marca el límite entre el mundo material y el mundo de la imaginación2. Pero cualquiera de estas excusas formales y estéticas dejan de ser válidas ante las consecuencias que se derivan de ello.
Y podríamos concluir esta introducción sobre aprender a fumar con las películas, con una de las reflexiones más impactantes sobre el tabaco en la gran pantalla. Procede de la actriz Monia Chokri en el papel de Marie en la película canadiense Los amores imaginarios (Xavier Dolan, 2010)2: “Fumar un cigarrillo es como olvidar. Cuando toco fondo es todo lo que me queda. Encenderlo. Fumarlo. Cerrar la puta boca. Esconde la mierda. Hay mentolados y de vainilla. Hay gente a quien le gusta. Cigarrillos mentolados, cigarrillos de vainilla, cigarrillos de chocolate… Cigarrillos de tabaco. El tabaco evita que me vuelva loca. Me mantiene viva. Me mantiene viva, hasta que muera”.
UN MAKING OF CON TRES PROTAGONISTAS Y UNAS AMISTADES PELIGROSAS
Como hemos visto en el apartado anterior, tabaco y cine tienen una lejana (y peligrosa) amistad. Y desde siempre: desde el cine en blanco y negro hasta el cine de todas sus versiones en color. Y cine y tabaco tienen en la adolescencia un peligroso lugar de encuentro, en esta etapa de tránsito tan importante para crear buenos valores y para evitar malos hábitos.
Y estos tres protagonistas son esenciales para el making of (así se hizo) de este artículo, que se fundamenta en base a estas cinco premisas evidentes y ampliamente demostradas4,5:
El consumo de tabaco es la primera causa evitable de enfermedad, invalidez y muerte en España. Fumar es, además, una causa conocida de cáncer, enfermedad cardiovascular, enfermedad pulmonar obstructiva crónica y complicaciones del embarazo, entre otros más de 25 problemas de salud asociados a este hábito.
Los adolescentes y jóvenes consumen tabaco y otras drogas, y cada vez más. La encuesta sobre consumo de drogas en España (EDADES 1995-2017, Plan Nacional sobre Drogas 2018)6arroja unas cifras de consumo de tabaco diario en población >18 años de un 34%. Y la edad media de inicio del consumo de tabaco se sitúa entre 16,4 y 16,7 años desde el año 1995, sin apenas mejoría.
Los medios audiovisuales forman parte de nuestra vida, especialmente el cine y las series de televisión. Y esa realidad es especialmente patente en la infancia y adolescencia, generación de verdaderos screenagers, neologismo formado por las palabras en inglés screen (pantalla) y teenagers (adolescente) para describir a la infancia y adolescencia criada y formada en una cultura mediada por las pantallas del ordenador, de la televisión y del cine.
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Las películas promocionan de forma eficaz el tabaquismo. Porque para la industria tabacalera el cine brinda una oportunidad de transformar un producto letal en un símbolo de estatus o en una señal de independencia. El solo hecho de visualizar el paquete de tabaco, inhalar o exhalar el humo, beber y fumar, asociar frases en momentos principales de una película o una serie, o que actores y actrices favoritos en el papel de héroes o protagonistas fumen es estímulo suficiente para incitar a los jóvenes y a los fumadores al consumo, mantener la adicción, incrementarla y retrasar el abandono del tabaco o, incluso, provocar recaídas en los abstinentes.
Es bien conocido este tipo de marketing encubierto, complejo, omnipresente, difícil de evidenciar y más de denunciar. De hecho, la presencia del tabaco en las películas aumenta cuando se restringe la publicidad tradicional, pero las instancias normativas rara vez han tenido esto en cuenta. Porque en España, por ejemplo, la publicidad explícita del tabaco está prohibida desde el año 2005, pero no hay legislación sobre la violencia tabáquica presente de forma constante y manifiesta en el cine, series de televisión, comics, videojuegos o internet con sus influencers y grupos de presión thinks tanks, contratados por la propia industria del tabaco4.
Son numerosos –y desde numerosos países– los estudios científicos que dejan indicios probatorios de la relación entre la presencia del tabaquismo en el cine (y otros medios audiovisuales) y el incremento de consumo de tabaco por parte de los adolescentes. Y, de forma inversa, se constata el paralelismo entre la disminución a largo plazo del tabaquismo en la pantalla y la disminución de la proporción de adolescentes que fuman.
Son diversos los estudios, entre ellos el de Morgenstein et al.7, que han señalado con todo lujo de detalles que los adolescentes consideran más atractivos a los personajes de cine que fuman que a los no fumadores. De forma que el tabaco envía un potente y tentador mensaje al espectador adolescente desde las pantallas, siendo habitual en los grandes éxitos de taquilla ver a sus personajes fumando. Y se indica que los directores y actores utilizan el tabaco para potenciar rasgos como la rebeldía, la dureza o el erotismo, mensajes estereotipados que son bien recibidos por los adolescentes y que, sin duda, contribuyen a hacer progresar el hábito de fumar a esta edad.
Por tanto, sobre este triángulo formado por el tabaquismo (y otras drogas), la adolescencia y el cine (y otros medios audiovisuales) se desarrolla una peligrosa amistad, una “violencia tabáquica” que afecta a ambos géneros (chicos y chicas) y sobre la que no podemos desviar nuestra atención como pediatras. Ni mirar a otro lado, siendo un tema que pocas veces se ha abordado en revistas pediátricas españolas.
LA HISTORIA (DE AMOR Y ODIO) DEL CIGARRILLO EN LA GRAN PANTALLA
Se cuenta que fue Rodrigo de Jerez, acompañante de Cristóbal Colón en su primer viaje, quien se convirtió en el primer consumidor europeo de tabaco allá por el año 1492. Cuando volvió a Ayamonte (Huelva), su pueblo natal, trajo el vicio de fumar con él y, por ello, fue encarcelado por la Inquisición bajo la acusación de estar poseído por el demonio (puesto que expulsaba humo por la boca). Sin embargo, pronto hasta los inquisidores se rindieron ante el humo del cigarrillo. Como nos relata L. Martín Antón en su blog8, desde aquel momento la sociedad occidental se rindió al hábito de fumar, primero como tratamiento medicinal y posteriormente como recreativo.
El uso del tabaco en el cine contribuye a construir estereotipos9que llegan a formar parte del imaginario social y que vehiculan la influencia que pueden tener las películas en los hábitos tabáquicos, especialmente entre grupos más vulnerables, y los adolescentes lo son. Y para ello, las empresas tabacaleras posicionan el cigarrillo en sus estrategias de comunicación mediante el uso de una simbología diversa: de libertad, de buen estado físico, de sociabilidad, de desinhibición, de éxito en las relaciones personales, de atracción sexual, de poder o de reforzamiento de la identidad masculina. Pero también se ha asociado a otros aspectos como glamour, frescura, atractivo, sensualidad, rebeldía, alivio del estrés, celebración, romance o como elemento que ayuda a controlar emociones, exteriorizar el poder o igualdad, mejorar la imagen corporal o la autoimagen.
La historia del consumo de tabaco dentro de las pantallas corre en paralelo con el ascenso y caída de su popularidad durante el siglo XX (y lo que llevamos de XXI). Y con tres apartados, uno mayoritario (cine con tabaco), otro minoritario (cine contra el tabaco) y otro puntual (cine con la excusa del tabaco).
CINE CON TABACO
Esta relación es tan amplia como la propia historia del séptimo arte. Realizamos un breve boceto por décadas.
Décadas de 1930 y 1940
El cine en blanco y negro se caracterizaba por la amplia utilización del tabaco. El humo contribuía a crear atmósferas brumosas y etéreas, difuminando la luz y a acentuando la tensión en escenas interiores. Ya en las décadas de los treinta y cuarenta, las grandes productoras como Paramount y Warner firmaron una serie de acuerdos con las compañías tabacaleras para que actores como Marlene Dietrich, Clark Gable, Carole Lombard, Spencer Tracy, Joan Crawford, John Wayne, Barbara Stanwyck, Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Gary Cooper, Ingrid Bergman, Groucho Marx, Jean Simmons, Marlon Brando, Rita Hayworth o James Dean fumaran en sus películas. Ellos perfilaban con el tabaco una reforzada virilidad, ellas la imagen de mujer fatal: puro estereotipos bajo la cortina de humo. Y con ello no solo se buscaba ofrecer una imagen glamurosa del hecho de fumar, sino que se intentaba, en una estrategia publicitaria tan simple como efectiva: que los espectadores se sintieran próximos a sus estrellas favoritas a través del tabaco. La estrategia de las empresas productoras de tabaco llego hasta tales extremos que algunas estrellas llegaron a recibir hasta decenas de miles de dólares (de los de entonces) por fumar en las películas. Detrás de esta aceptación del tabaco en las pantallas se encontraban las compañías tabacaleras, que consideraron Hollywood como una gran plataforma publicitaria para extender el consumo de cigarrillos.
Varios personajes de las décadas de 1930 y 1940 los recordamos inseparables de su cigarro: Marlene Dietrich en Morocco (Josef von Sternberg, 1930), Bette Davis en Tres vidas de mujer (Mervin Le Roy, 1932), Groucho Marx en Una noche en la ópera (Sam Wood y Edmund Goulding, 1935), John Wayne en La diligencia (John Ford, 1939), Humphrey Bogart en el Halcón maltés (John Huston, 1941) o en Casablanca (Michael Curtiz, 1942), Lauren Bacall en Tener y no tener (Howard Hawks, 1944 [Fig. 1 ]), Fred MacMurray en Perdición (Billy Wilder, 1944), Rita Hayworth en Gilda (Charles Vidor, 1946) o Ingrid Bergamn en Arco de triunfo (Lewis Milestone, 1948), entre otros muchos.
Décadas de 1950 y 1960
La década de 1950 vino acompañada de algunos cambios que contribuyeron a reducir la presencia del tabaco en el cine. Por una parte, la generalización del color restó atractivo estético al humo en las películas; además, apareció un competidor muy poderoso que restó muchos espectadores a las salas de cine: la televisión. De esta manera, muchas compañías tabacaleras apostaron por la promoción de sus productos utilizando a personajes de este medio. Uno de los momentos estelares del cine español en relación con el tabaco es la interpretación que realiza Sara Montiel del tango “Fumando espero” en la película El último cuplé (Juan de Orduña, 1957). Pero es que en la televisión se han llegado a ver en aquellos momentos a personajes de una serie infantil como Los Picapiedra hacer publicidad de una marca de cigarrillos.
Si bien sigue siendo el cine quien mantiene sus iconos con cigarrillo como Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951) o La ley del silencio (Elia Kazan, 1954), Marilyn Monroe en La tentación vive arriba (Billy Wilder, 1955), Jean Paul Belmondo en Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1960) o El guardaespaldas (Jean-Pierre Melville, 1963), Steve McQueen en El rey del juego (Norman Jewison, 1965) o Bullit (Peter Yates, 1968), Marcello Mastroianni en La dolce vita (Federico Fellini, 1960), Audrey Hepburn en Desayunos con diamantes (Blake Edwards, 1961), Clint Eastwood en Por un puñado de dólares (Sergio Leone, 1964) o La jungla humana (Don Siegel, 1968), Vanessa Redgrave en Blow Up (Michelangelo Antonioni, 1966). Si bien, se dice que nadie fumaba en el cine tan bien como James Dean en Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955) o Gigante (George Stevens, 1956 [Fig. 2]), donde su camisa abierta y su mirada perdida en los ojos de Elizabeth Taylor están unidos a un cigarrillo permanentemente colgado de la comisura de sus labios, de forma que este icónico actor hacía del fumar una forma de rebeldía compartida por toda una generación.
Además, fue en la década de 1950 empezaron a conocerse los efectos nocivos del hábito de fumar, aunque la sociedad tardaría varios años en empezar a tomar conciencia de los efectos negativos del humo de tabaco. Quizás una de las primeras advertencias acerca de la peligrosidad del consumo de cigarrillos fue la muerte por cáncer de pulmón de Humphrey Bogart en 1957, que había sido uno de los grandes fumadores de Hollywood. Años después fallecería John Wayne por la misma causa.
Décadas de 1970 y 1980
En 1971, EE. UU. prohibió la publicidad de tabaco en televisión, por lo que las tabacaleras volvieron a apostar por el cine para promocionar sus productos. Al mismo tiempo, durante las décadas de 1970 y 1980 las evidencias a favor de los riesgos del humo de los cigarrillos comenzaron a ser abrumadoras. Aun así el tabaco y su humo seguía presente abanderado por sus actores y actrices, y de nuevo reaparecen Marlon Brando ahora en El padrino (Francis Ford Coppola, 1972) o en Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1976), Marcello Mastroianni en Los girasoles (Vittorio de Sica, 1970) o La gran comilona (Marco Ferreri, 1973), Steve McQueen en La huida (Sam Peckinpah, 1972) o Papillon (Franklin J. Schaffner, 1973) o Clint Eastwood en Harry el sucio (Don Siegel, 1971) o El sargento de hierro (Clint Eastwood, 1986). Un paradigma de esta época pueda ser la película Ordinaria locura (Marco Ferreri, 1981), basada en un relato de Charles Bukowski e interpretada por Ben Gazzara, tres ilustres fumadores y bebedores alrededor del séptimo arte. Algo así como una ordinaria locura esto del tabaco en el cine o, quien sabe, también el precio del poder, como esa forma de fumar de Al Pacino interpretando al Tony Montana de Scarface (Brian de Palma, 1983 [Fig. 3]).
Pero en estos momentos, quizás el caso que más contribuyó a concienciar a la sociedad americana fue el del actor Yul Brynner, quien alcanzó fama en Hollywood por su aspecto físico y su fisionomía exótica que le permitió interpretar papeles como el del rey de Siam en El rey y yo (Walter Lang, 1956) o Ramsés II en Los diez mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956). Fumador empedernido, poco antes de fallecer de cáncer de pulmón grabó un espeluznante anuncio se emitió después de su muerte.
Pero pese a esos aspectos puntuales, la práctica de promocionar el tabaco en la gran pantalla no se limitó únicamente a los años del Hollywood dorado. Se calcula que entre 1979 y 1983, Brown & Williamson Tobacco, el tercer fabricante de cigarrillos de EE. UU., invirtió cerca de 840 000 euros para que sus marcas apareciesen en veintidós películas. Sin escatimar recursos, la marca pagó con dinero y otros objetos a estrellas como John Travolta en Grease (Randal Kleiser, 1978), Clint Eastwood en Impacto súbito (Clint Eastwood, 1983), a Sean Connery en Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner, 1983), a Paul Newman en Harry e hijo (Paul Newman, 1984) o a Sylvester Stallone, que salió fumando en cinco películas, entre ellas uno de sus mayores éxitos, Acorralado (Rambo) (Ted Kotcheff, 1982). A pesar de ello, a partir de la década de los ochenta, la sociedad empieza a ser consciente de los peligros del tabaco y se comienza a reducir su aparición en las grandes productoras10,11.
A partir de la década de 1990
Es en 1990 cuando las tabaqueras se comprometieron a dejar de utilizar la publicidad encubierta de tabaco en las películas. Y llegaron las primeras regulaciones para intentar erradicar el tabaco de las películas. Así, en 1998 las tabacaleras se comprometieron a no promocionar sus marcas en el cine y en 2007 se empezó a tener en cuenta el uso del tabaco a la hora de calificar las películas por edades. A pesar de ello, los cigarrillos siguen presentes en el cine, especialmente asociados a personajes rebeldes e indómitos. Porque la bajada en las ventas motivó que, a partir de mediados de los noventa, el índice de actores que fumaban fuera en aumento. Durante aquella época no era extraño ver con un cigarrillo en las películas a grandes estrellas como Robert de Niro en Uno de los nuestros (Martín Scorsese, 1990), James Caan en Misery (Rob Reiner, 1990), Geena Davis y Susan Sarandon en Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991), Sharon Stone en Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992), Uma Thurman en Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994 [Fig. 4]), Jonhy Deep en Ed Wood (Tim Burton, 1994), Matt Damon en El indomable Will Hunting (Gus Van Sant, 1997), Leonardo di Caprio en Titanic (James Cameron, 1997), Bruce Willis en La jungla de cristal (John McTiernan, 1998), Edward Furlog en American History X (Tony Caye, 1998), Brad Pitt en El club de la lucha (David Fincher, 1999), Charlize Theron en Monster (Patty Jenkins, 2003), David Strathairn y George Cloone en Buenas noches, y buena suerte (George Clooney, 2005), Heath Ledger y Jake Gyllenhaal en Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005, calificada por los entendidos como un eterno anuncio de Marlboro), Christoph Waltz en Malditos bastardos (Quentin Tarantino, 2009), Billy Bob Thornton en El hombre que nunca estuvo allí (Joel Coen, 2011), Ryan Gosling en Asesinato…1,2,3 (Barbet Schroeder, 2002), Jamie Foxx en Django desencadenado (Quentin Tarantino, 2012), Meryl Streep en Agosto (John Wells, 2013), Cate Blanchet en Carol (Todd Haynes, 2017), entre otros.
En el último quinquenio, las autoridades norteamericanas han trabajado en pro de erradicar la presencia del tabaco en las películas. La Motion Picture Association of America, institución encargada de otorgar clasificaciones morales a las películas, está castigando duramente con la calificación “R” (Restricted, o lo que es lo mismo prohibida la entrada de los menores de 17 si no van acompañados) a los filmes donde aparecen personajes que consumen tabaco. Es una medida que se ha adoptado como estrategia para evitar que los adolescentes encuentren en las estrellas de la gran pantalla modelos perniciosos a imitar. De la misma forma, se ha prohibido cualquier tipo de publicidad directa o indirecta de tabaco en los largometrajes estrenados en suelo norteamericano10,11. Otras iniciativas como Smoke Free de la Universidad de California están consiguiendo avances para limitar la presencia del cigarrillo en películas americanas.
En los últimos tiempos, las tabacaleras se han fijado en nuevos mercados como Asia y África; de esta manera, han aprovechado el cine para contribuir a extender el hábito de fumar en esos continentes usando como plataformas propagandísticas el cine indio y el cine chino (en especial hongkonés). En el año 2005 se prohibió mostrar personajes fumando en el cine indio, pero la norma fue abolida en 2009 y, ciertamente, la difusión del cine de ese cine en el resto de Asia y África ha servido para publicitar el hábito en aquellos países.
CINE CONTRA EL TABACO
No es difícil imaginar los motivos por los que el cine no ha tratado con demasiado interés los efectos negativos el tabaco. Sin duda las aportaciones económicas de las tabacaleras en publicidad directa o indirecta han motivado que las productoras no se atrevieran a tratar el tema de una forma demasiado explícita. Y de ello nos habla en un buen artículo la revista amiga Making Of11.
El jurado (Gary Fleder, 2003). Un buen ejemplo de cine contra el tabaco (aunque adulterado) en esta película basada en una novela del creador de best sellers John Grisham. En la historia original de la novela, un ama de casa denuncia a una industria tabacalera por la muerte de su marido, pero en la película los guionistas cambian la tabacalera por una empresa dedicada a la fabricación de armas. A buen seguro, las presiones de la todopoderosa industria del tabaco fueron lo suficientemente fuertes como para cambiar el sentido del guión y culpabilizar de toda la tragedia a otro colectivo. Y está claro que el elenco actoral encabezado por John Cusack, Gene Hackman, Dustin Hoffman o Rachel Weisz tuvieron que asumir aquel guión.
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El dilema (Michael Mann, 1999 [Fig. 5]). Fue en los albores del siglo XX cuando se estrenaba en las pantallas de todo el mundo esta impactante película protagonizada por Al Pacino, Russell Crowe y Christopher Plummer, y que nos relata una historia que critica con dureza a la industria del tabaco. En ella vemos la historia de Jeffrey Wigand, un científico y directivo de la famosa tabacalera norteamericana Brown & Williamson, que descubre el secreto celosamente guardado por la industria tabacalera sobre las sustancias que crean adicción en los fumadores. El productor del programa de la CBS 60 minutes, Lowell Bergman, arriesga su carrera para poner frente a las cámaras a Wigand, que ve cómo su vida entera se viene abajo al revelar la verdad a la opinión pública hablando sobre la industria tabacalera. Esta película llevó a la pantalla hechos reales que denunció la periodista norteamericana Marie Brenner en un artículo que bajo el título “El hombre que sabía demasiado” publicó la revista Vanity Fair. Uno de los aciertos mayores del filme es que, por primera vez, se nos muestra como villanos a las grandes multinacionales tabacaleras, que acumulan gran cantidad de poder y que son capaces de manipular a la mismísima opinión pública. La cinta intentó ser muy fiel a los hechos auténticos, lo que llevó a sus responsables a contar con el mismísimo Fiscal del Estado de Mississippi, Michael Moore, para asesorar sobre el desarrollo del caso. La película está narrada con fuerza, lucidez y tensión, y todo ello se logra gracias a un magnífico guión que traza una historia dotada de unos diálogos excelentes y que es capaz de tratar el tema con inteligencia, objetividad y sin caer en tópicos innecesarios. El largometraje deviene una crítica feroz a la política que llevan a cabo las grandes compañías tabacaleras con los consumidores y empleados. De la misma forma, la cinta no escatima esfuerzos en denunciar la supeditación de los medios de comunicación ante el poder del dinero; aunque lo que se denuncie sea un tema de primer orden relacionado con la salud pública. Una película, en definitiva, tan incisiva como amena, tan necesaria como multipremiada y que incluyó 7 nominaciones a los Oscar (entre ellos Mejor película, director, actor y guión original), si bien no se alzaría finalmente con ninguna: ¿tuvo algo que ver la presión contra ella por el tema tratado? Quién sabe…
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Gracias por fumar (Jason Reitman, 2005 [Fig. 6]). Otro filme que trata de forma crítica el tema del tabaco es esta ópera prima de su director –de la que también fue guionista–, y que marcara el camino de este incisivo actor canadiense devenido en director, con películas posteriores del estilo de Juno (2007), Up in the Air (2009), Yound Adult (2011) o Tully (2018). La cinta nos explica la historia de Nick Naylor, el principal portavoz de las grandes tabaqueras estadounidenses y vicepresidente del Instituto de Estudios Tabacaleros, que se gana la vida defendiendo los derechos de los fumadores y los fabricantes de tabaco. Enfrentándose a los colectivos que desean prohibir el tabaco y a un senador que pretende poner etiquetas con la palabra veneno en las cajetillas de cigarrillos, Nick emprende una ofensiva de relaciones públicas, refutando los peligros de los cigarrillos en programas de televisión y contratando a un agente en Hollywood para que promueva el hábito de fumar en las películas. La nueva notoriedad de Nick llama la atención tanto del mandamás de la industria tabaquera como de una reportera de investigación de un influyente diario. Nick dice que solo está haciendo lo que debe para pagar la hipoteca, pero la creciente conciencia de su hijo y una amenaza de muerte muy real podrían obligarle a ver las cosas de forma diferente. La película es una divertida sátira sobre la manipulación que llevan a cabo las grandes corporaciones sobre los ciudadanos. Así, el director retrata con acierto la debilidad de una sociedad que se deja encandilar por los intereses de unos pocos y en la que la opinión del individuo se diluye en medio de una amalgama de intereses. Lo mejor de la película es que se trata al público con inteligencia, permitiéndole que saque sus propias conclusiones acerca de lo que está observando y limitándose a proporcionarle la información con la mayor objetividad posible. Protagonizada por un elenco actoral como Aaron Eckart, María Bello, William H. Macy, Katie Holmes y Robert Duvall, entre otros, comienza con una agradable música en los títulos de crédito para llegarnos a dar este discurso de Nik Naylor: “En 1910, EE. UU. producía 10 000 millones de cigarrillos al año. En 1930, 123 000 millones. ¿Qué pasó mientras? Tres cosas: una guerra mundial, las dietas y las películas. En 1927, aparecen las películas habladas. De repente, los actores necesitan algo que hacer mientras hablan. Gary Grant, Carol Lombard encienden uno. Bette Davis es una chimenea. ¿Recuerda la primera película de Bogart y Bacall? Ella se desliza por la puerta. Tiene 19 años, sexo puro y dice: ‘¿Alguien tiene fuego?'. Y Boogie le arroja sus cerillas y ellas las atrapa. El mayor romance del siglo, ¿cómo empezó? Encendiendo un cigarro. Ahora, si alguien fuma en películas es un psicópata o un europeo. Hollywood necesita mandar el mensaje: ‘Fumar es guay'. Necesitamos que el reparto de Will y Grace fume. Que Forrest Gump inhale entre chocolates. Que Hugh Grant recupere el amor de Julia Roberts comprándole su marca favorita… su Virginia Slims. Muchos actores fuman. Si empiezan a fumar en pantallas, asociaremos de nuevo sexo con tabaco. Es una idea”. Ahí queda eso…
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Sobre el tema del tabaquismo también existen algunos interesantes documentales que critican la acción del tabaco e intentan ofrecer a los espectadores una información fiable y objetiva. Uno de los más conocidos es Bright Leaves (Ross McElwee, 2003), un documental de poco más de 100 minutos dirigido por el que fuera bisnieto del tabaquero fundador de la marca Bull Dirham. Y que nos ofrece un viaje a través de la zona del tabaco de Carolina del Norte para registrar su punto de vista sobre el tabaco, la adicción y la pérdida del acto social de fumar en pro de la manufactura industrial del tabaco. Aunque la película es bastante suave en cuanto a su crítica, el director no deja de denunciar la fuerza que han adquirido determinadas compañías estadounidenses en la sociedad norteamericana actual. Mucho más dura resulta Dying for a Smoke (William Riead, 1992 [Fig. 7]), una mordaz crítica sobre el tabaco y las tabacaleras, y que cuenta con la colaboración de prestigiosos actores como Charlton Heston, Gregory Hines o Chuck Norris (todos ellos antiguos fumadores) y donde se pone énfasis en los efectos de la adicción al tabaco: muerte prematura, cáncer, malformaciones en los niños, etc. Todos los temas son tratados en pro de un objetivo claro: concienciar a la población sobre los nocivos efectos de la nicotina.
CINE CON LA EXCUSA DEL TABACO
A través de cinco películas que emplean el tabaco como eje o excusa de su trama, ilustramos un hábito que parece resistirse a desaparecer12.
La ruta del tabaco (John Ford, 1941). Durante muchos años menospreciada por la crítica en comparación con otros de los dramas sociales de Ford de aquellos años –como Las uvas de la ira (1940) o ¡Qué verde era mi valle! (1941)–, se trata sin embargo de una excelente película que refleja la depauperada situación económica de una familia tras la Gran Depresión, en una zona de la Georgia rural antes próspera porque se vivía del rico cultivo del tabaco. Oscilando entre lo trágico y lo sórdido, donde incluso hay cabida para las notas cómicas, fue uno de los primeros papeles para una de las máximas bellezas del Hollywood clásico, Gene Tierney.
El rey del tabaco (Michael Curtiz, 1950). El director de Casablanca, ni más ni menos, reúne a un actor (Gary Cooper) y actriz (Lauren Bacall), reconocidos fumadores en sus filmes, para narrarnos esta historia, entre la transición del siglo XIX y XX, alrededor de la poderosa familia Singleton que domina la producción y el negocio tabaquero. Y es gracias al inventor de una máquina para crear de forma mecánica cigarrillos, y al apoyo económico de su antigua amante, que nuestro protagonista luchará obsesivamente por crear un gran monopolio tabaquero con el fin de vengarse por lo sufrido en su niñez y juventud, y poseer lo que nunca tuvo y tanto idealizó.
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Smoking/No Smoking (Alain Resnais, 1993 [Fig. 8]). No estamos ante una película, sino ante dos; o ante dos posibilidades distintas de un mismo relato. Demostrando que seguía siendo un maestro en el arte de llevar el lenguaje fílmico a sus límites expresivos, Resnais adaptó seis obras del dramaturgo Alan Ayckbourn, contando solamente con dos actores para interpretar a todos los personajes femeninos (Sabine Azéma) y masculinos (Pierre Arditi). De esta manera perfiló una sutilísima comedia ontológica sobre aquellas decisiones que condicionan nuestras vidas (en este caso, que un personaje encienda o no un cigarrillo). Una película que se convierte en un reto cinematográfico, pues Smoking tiene un metraje de 146 minutos y No Smoking de 147 minutos (así que gana el no fumar por un minuto, que no sé si significa algo).
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Smoke (Wayne Wang, 1995 [Fig. 9]). Historia coral apoyada en el excelente guión de Paul Auster, retrata las vidas de varios personajes en un vecindario de Brooklyn, todas ellas conectadas por el estanco que regenta Auggie (Harvey Keitel). Empleando el “humo” que da título a la cinta como metáfora de la existencia –por lo volátil y efímera, pero también por lo impredecible y fascinante–, sus máximos responsables demostraron que se podía hacer un filme cargado de humanidad, esperanza y emoción sin caer en lo ingenuo o banal. Un referente del cine indie, que contó con un gran elenco actoral con William Hurt, Stockard Channing, Forest Whitaker, y Ashley Judd, entre otros acompañando a Harvey Keitel, epicentro de la historia de aquel verano de 1987.
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Coffee & Cigarettes (Jim Jarmusch, 2003 [Fig. 10]). Deliciosa boutade de un gran exponente del cine indie como es Jarmusch, que conviene revisar. Se trata de una sucesión de 11 cortos en blanco y negro en la que dos o más personajes conversan en compañía de “café y cigarrillos” y reflexionan, de manera inadvertida y liviana, sobre los grandes temas de la existencia y otros más banales, como las desigualdades sociales, la muerte, la familia, la preparación del té inglés, las teorías sobre la conspiración contra Elvis Presley, Abbot & Costello, la ficticia banda de rock SQÜRL, París en los años veinte o el uso de la nicotina como insecticida. Y para ello contó con un gran elenco actoral entre los que se encuentran Roberto Benigni, Steve Buscemi, Cate Blanchett, Bill Murray o Alfred Molina. Esta película tiene el antecedente del corto de título homónimo del año 1993 del propio Jim Jarmusch y que recibió la Palma de Oro del Festival de Cannes. Ese corto fue el germen de este largo. Cabe no confundir esta película estadounidense con otra del mismo país filmada una década antes, con título similar, pero opuesto, Cigarettes & Coffee (Paul Thomas Anderson, 1993), un mediometraje de 24 minutos y cinco episodios ambientado en una cafetería.
PELÍCULAS SIN TABACO, DE LA EVIDENCIA A LA ACCIÓN
Como hemos visto con estos ejemplos de películas previas, la historia (de amor y odio) de los cigarrillos con la gran pantalla oscila desde el predominante cine con tabaco, al escaso (pero muy aconsejable) cine contra el tabaco, pasando por aquellas películas que tienen el tabaco como leitmotiv. Porque hemos comentado que la relación entre cine y tabaco se remonta a los orígenes del medio. La desgracia es que esta relación siempre haya estado mediatizada por los intereses económicos de la industria, que ha visto en el cine una extraordinaria estrategia de promoción, y no por la salud de los consumidores.
Aunque legal y socialmente aceptado, el tabaco es una droga cuyos efectos nocivos son conocidos por todos y cada vez parece que se toma más conciencia. Netflix es la última gran productora en sumarse a la guerra antitabaco en la gran pantalla, y series de la talla de Stranger Things van ha tener que dar un giro en ese sentido. Y los grandes estudios activos en la meca del cine llevan aplicando estas políticas cada uno a su modo, con intenciones, pero con las puertas muy abiertas a las excepciones, que podrían llegar ser tantas como se deseen. Valgan estos ejemplos 13:
Disney es la que tiene una política antitabaco más detallada. En ella prohíbe la representación de tabaco y su consumo en cualquier película producida o distribuida bajo los sellos de Disney Animation, Pixar, Marvel o Lucasfilm que tengan calificación apta para menores de 13 años.
Paramount es más ambiguo, y desanima la representación de tabaco o el acto de fumar en películas para público juvenil, pero reconoce que puede haber situaciones en las que un director crea que la representación de tabaco o el acto de fumar es importante para la película.
Sony está comprometida con la reducción de la representación del consumo de tabaco en las películas que produce la compañía a no ser que exista una convincente justificación creativa que podría incluir, aunque no solamente, factores como exactitud histórica o una importante conexión con el contexto creativo o el proyecto y visión del director.
Universal asume que no debe aparecer consumo de tabaco en ninguna película para público juvenil, pero con la posibilidad de ser refutada en lo referente a un acto de fumar concreto basado en la importancia que el acto pueda tener para la película, desde un punto de vista creativo o factual, o en la dificultad que suponga eliminarlo de la película.
Warner Bros fue el primer gran estudio en adoptar una medida antitabaco, ya en 2005. También es el único estudio que hace mención explícita a las películas calificadas para adultos, es decir, la famosa R: “Se reducirá o eliminará la representación de tabaco y su consumo en cualquier película con calificación por debajo de R, salvo en casos donde el personaje que fuma sea un figura histórica o literaria conocida por su consumo de tabaco, la representación esté justificada por motivos de credibilidad literaria o exactitud histórica, o la representación forme parte de una elaborada referencia antitabaco. En el caso de las películas con calificación R, el objetivo es reducir o eliminar la representación de tabaco y su consumo, a no ser que existan convincentes razones creativas para tal representación”.
Con el título de “Películas sin tabaco, de la evidencia a la acción” se publicó un importante documento en el año 2016 por parte de la OPS y por la OMS5, y cuyas ideas básicas conviene sintetizar. Porque las imágenes contenidas en las películas cinematográficas siguen transmitiendo impresiones engañosamente positivas del tabaquismo y, con ello, el cine se constituye en un elemento central en la mercadotecnia de los medios de comunicación de masas para normalizar el uso del tabaco. Su importancia (y riesgo) radica en que fumar en una película no se percibe como publicidad ni, por tanto, suscita el escepticismo que comporta toda publicidad. Y tales imágenes se han identificado como una causa de empezar a fumar en la adolescencia. Y, por ello, los Estados parte del Convenio Marco para el Control del Tabaquismo de la OMS deben aplicar una prohibición total de la publicidad, promoción y patrocinio del tabaco, en virtud del artículo 13 del Convenio, y debido especialmente a que, en algunos países, películas aptas para el público juvenil que contienen imágenes de tabaco reciben importantes subvenciones a la producción por parte del gobierno.
De este documento de la OPS/OMS5 se pueden extraer las siguientes conclusiones:
La mercadotecnia del tabaco en las películas sigue siendo muy frecuente. Los acuerdos voluntarios con la industria tabacalera para limitar el tabaquismo en el cine no han funcionado ni puede funcionar, puesto que los intereses de la industria tabacalera son opuestos a los de la salud pública. Y, por ello, la Asociación Médica Británica, el Instituto Nacional del Cáncer de EE. UU., los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC) y otros prestigiosos organismos están de acuerdo en considerar la presencia del tabaquismo en las películas como un problema de salud pública. Y en diversos países (EE. UU., Europa, América Latina, India y China, principalmente) se han puesto en marcha grupos de investigación (y clústeres de autores) que estudian este fenómeno y sus consecuencias. Clúster de investigadores muy activos en esta área son los constituidos por los estadounidenses J. D. Sargent y J. F. Thrasher, los alemanes M. Morgenstern y R. Hanewinkel, los mexicanos I. Barrrientos-Gutiérrez y R. Pérez-Hernández, los argentinos R. Mejía y A. Pérez, entre otros, tal como veremos en la bibliografía referida a continuación.
Las películas llegan a todos los rincones del mundo. Se enumera en este informe 5que en el año 2014 se produjeron y estrenaron más de 6.500 largometrajes en 50 países: el 30% en India, 25% en Unión Europea, 11% en EE. UU., 10% en China, 9% en Japón y 3% en República de Corea, como principales. Dinámica que se ha mantenido en los siguientes años, si bien la pandemia COVID-19 lo ha trastocado todo en este año 2020, ocasionando una baja cifra de producción y estreno de películas. En esa estadística, la pequeña fracción de EE. UU., sin embargo, representa la mitad de la inversión mundial en producción y distribución cinematográfica y viene a recaudar el 60% de los ingresos mundiales en la taquilla. Y de ellos el cine de Hollywood viene a corresponder al 80% de la exposición mundial. De hecho, en ese año 2014 solo hubo siete países en los que las películas de producción nacional fueron mayoritarias en cuanto a la recaudación en taquilla: Irán (99%), EE. UU. (95%), India (83%), Turquía (59%), Japón (58%), China (54%) y República de Corea (50%). En cuanto al número de entradas de cine vendidas, el líder fue India con 1900 millones, seguido de EE. UU. con 1200 millones, China con 830 millones y México con 240 millones.
Las películas promocionan de forma eficaz el tabaquismo. Para la industria tabacalera el cine brinda una oportunidad de transformar un producto letal en un símbolo de estatus o en una señal de independencia. En contraposición a la publicidad tradicional, las películas de Hollywood, Bollywood y otros centros de producción suministran información potente acerca de las “ventajas” de fumar.
Se ha estudiado desde diversas fuentes que el tabaquismo sigue presente en cerca de la mitad de las películas de Hollywood y en un tercio de las películas dirigidas al público infantojuvenil. Concretamente en un estudio realizado en más de 1800 largometrajes referido en el documento de la OPS/OMS5, entre 2002 y 2014 se fumaba en un 78% de las películas clasificadas como R (adultos), en un 60% de las clasificadas como PG-13 (no apta para menores de 13 años), y en un 25% de las clasificadas como PG (no apta para menores de 10 años) y G (apta para todos los públicos). Y las “apariciones de tabaco” se contaban por decenas de miles en ese estudio.
Pero, aun así, las películas producidas en otros países diferente a EE. UU. contienen con frecuencia más imágenes de tabaquismo que las películas de Hollywood, y eso se ha visto tanto en estudios realizados en países europeos (Alemania, Islandia, Italia, Países Bajos, Polonia y Reino Unidos) como de Latinoamérica (Argentina y México)7,14,15,16 17. Y, además, las políticas de clasificación cinematográficas determinan el grado de exposición de los adolescentes, pues muchos países consideran aptas para menores muchas películas clasificadas como R en EE. UU.18.
Los estudios realizados en España apuntan en el mismo sentido. Un trabajo publicado por Córdoba García et al.19 en 2007 con las películas más taquilleras (30 de Hollywood y 25 nacionales), así como con las teleseries del momento de mayor audiencia, se confirmó que en las películas españolas la presencia de escenas con tabaco fue superior al de las teleseries y al cine de Hollywood (p <0,001). Dicho de modo más gráfico, en las películas nacionales aparecen cuatro veces más escenas de tabaco que en el cine estadounidense. Y se aprecia que la mayoría de los personajes que fuman son simpáticos y atractivos para el público, quienes fumaban al aire libre, pero más a menudo lo hacen en escuelas, universidades o delante de menores.
Y los indicios probatorios son varios en este documento de la OPS/OMS en cuanto a la triada tabaco, adolescencia y cine. Las encuestas científicas poblacionales vinculan la exposición al tabaquismo en las películas con el tabaquismo en los adolescentes7,20,21,22,23,24,25 26. Los adolescentes sin otros factores de riesgo de fumar son los más afectados por la visión del tabaquismo en el cine27,28 29.
También se constata el paralelismo entre la disminución a largo plazo del tabaquismo en la pantalla y la disminución de la proporción de adolescentes que fuman 30,31. La presencia del tabaco en las películas aumenta cuando se restringe la publicidad tradicional, pero las instancias normativas rara vez lo han tenido en cuenta.
Nada debiera poner en duda que hay que combatir la presencia del tabaco en el cine (y en otros medios audiovisuales). Algo así como ir en busca de un séptimo arte “sin malos humos”. Y todo recurso es válido, desde las políticas gubernamentales y políticas sanitarias en primer término, a cualquier otra medida de apoyo y concienciación ciudadana frente a esta práctica. Y en este sentido, también la cineterapia es un recurso ya explorado a nivel poblacional para combatir las adicciones32,33.
MÁS ALLÁ Y ACÁ DEL CINE: LAS SERIES TELEVISIVAS EN ESPAÑA
El estudio de Pina Mezzera para la revista Todo Tv News (2019)34, tras analizar la superproducción de series prevista en España (se han anunciado 63 series, 49 nuevas y el resto regresan), se pregunta si unos éxitos concretos son suficientes para sostener una explosión de producción como la que estamos viviendo en España. En España al igual que en el resto del mundo hay mucha afición a ver series incluso a darse “atracones de series”. El segundo Observatorio de Series encuentra que un 86% de los españoles encuestados las ve de forma habitual, que entre los 14 y 21 años las ven el 71% y que un 62,5% reconoce que son muy importantes para su vida. Este estudio concluye que las series van mucho más allá del contenido, que la población lo ha incorporado como algo normalizado en su vida y muchos “seriéfilos” declaran que en un determinado momento de su vida los personajes se han convertido en referentes estéticos y actitudinales, todos estos hechos hacen de este medio de diversión una plataforma ideal para el product placement (publicidad por emplazamiento) y el brand placement (posicionamiento de marca).
Sería largo enumerar escenas y personajes con los detalles pertinentes para resaltar el consumo de tabaco en las series españolas, pero hay que subrayar algunas que de manera manifiesta y flagrante se acercan a la apología del tabaquismo: Sin tetas no hay paraíso (2008), Clara Campoamor (2011), El Caso (2016. una de las series con más alto contenido en tabaquismo de todo el repertorio español)35, La sonata del silencio (2016), De la Ley a la Ley: Vida de Torcuato Fernández (2017), El Continental (2018), Arde (2018, del director Paco León, entre sus obras cuenta con películas de alto contenido en tabaquismo incluyendo los carteles promocionales, Fig. 11), 45 Revoluciones (2019), Malaka (2019, con alto contenido de consumo mixto tabaco y cannabis, y que incluye –se podría decir– “un tutorial” para liar porros en el primer capítulo), etc. No en todas las series españolas hay un consumo desmesurado, aunque poco ya es demasiado. Muchas se limitan a momentos clave de la serie asociadas a frases donde se ensalza las virtudes del consumo o se justifica. Sin embargo, de vez en cuando se producen series donde es inexplicable que el guión “no cese de exigir” consumo tras consumo de cigarrillos. En general, en las series donde más se consume cigarrillos se aprecian ciertas características:
Suelen ser de corte clásico o costumbrista referidas a hechos dentro del territorio nacional.
Temática policiaca, sobre hechos políticos, de acción, hechos reales, y en muchas ocasiones de reivindicación femenina.
El consumo se realiza en bares, en el trabajo y zonas prohibidas en la actualidad.
En ocasiones la intensidad del color aumenta o bien son en blanco y negro con lo que se consigue más contraste para visualizar el humo exhalado.
Los primeros planos del cigarrillo en la boca, de quemarse la punta del cigarrillo, de encender el cigarro e inspirar y exhalar con deleite son la norma.
La accesibilidad de las series es mucho mayor que las películas (se estrenan en casa, no en salas de cine) y la mayoría son gratis, y al igual que las películas, se pueden visualizar las veces que uno quiera.
Antes de la prohibición de la publicidad se hablaba de “marcas de enganche” para seducir a los adolescentes al consumo36,37 como era Fortuna, es posible que las series estén desempeñando un papel similar para atraer a los chavales al mundo de la nicotina.
EN BUSCA DEL DOCUMENTO DE COMPROMISO PARA MEJORAR EL CONTROL DEL TABAQUISMO EN MEDIOS AUDIOVISUALES
Así como en el I Curso Nacional de Tabaquismo en Pediatría que organizamos en el año 2017, todos los ponentes firmamos el Documento de compromiso frente al Tabaquismo en Pediatría38, en el año 2019 -y en el contexto del II Curso Nacional de Tabaquismo en Pediatría- se firmó el Documento de compromiso para mejorar el control del tabaquismo en medios audiovisuales39.
Pediatras, especialistas en tabaquismo, salubristas, psicólogos, médicos de familia y un buen número de profesionales han consensuado este documento que tiene toda la oportunidad, tal como podemos ver en la revisión realizada en este artículo. Porque a nadie se nos escapa la inmensa capacidad de influencia de los medios de comunicación (televisión, cine, videojuegos, redes sociales y otros medios) y es deber de todos hacer buen uso de ellos y cuidar su contenido para difundir valores y salud, y no al contrario.
Este es el decálogo de dicho documento de compromiso39:
Las imágenes contenidas en las películas siguen transmitiendo imágenes engañosamente positivas del tabaco. Tales imágenes se han identificado como causa de empezar a fumar en la adolescencia. Fumar en una película no se percibe como publicidad ni, por tanto, suscita el escepticismo que comporta toda la publicidad.
Los datos científicos concluyen que hay una relación causal entre aumento del consumo de tabaco en películas, visualización por parte de los adolescentes e inicio del consumo.
La Asociación Médica Británica, el Instituto Nacional del Cáncer de EE. UU., los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), así como otras organizaciones, consideran que este problema debe abordarse como un problema de salud pública.
El Convenio Marco para el Control del Tabaquismo de la OMS, ratificado por 180 países, incluye claramente el tabaquismo cinematográfico y en otros medios audiovisuales como una forma de mercadotecnia indirecta del tabaco que requiere medidas normativas.
Los estudios de tendencias revelan que la prevalencia del consumo de tabaco (tanto en población general como en adolescentes) tiende a ser paralela a la prevalencia del tabaquismo en las películas.
Países como Canadá (2007), Kenia (2007), EE. UU. (2009), Sudáfrica (2009), Malasia (2011), Nigeria (2011), India (2012), Reino Unido (2019), entre otros, han adoptado una actitud proactiva para el control del tabaquismo en los medios de comunicación.
Se constata que el número de escenas de tabaco está aumentando en las películas y en concreto se ha incrementado un 80% más entre el 2015 y 2016 (CDC, EE. UU.). Igualmente, la percepción del consumo de tabaco en el cine y series de televisión en España va en aumento, y esto es importante teniendo en cuenta que un 86 % de españoles ve series y el 71% de ellos tienen entre 14 y 24 años.
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Es necesario adoptar medida para controlar las escenas de tabaquismo en los medios, siendo las más recomendadas:
Motivar un cambio de actitud en la industria cinematográfica.
Garantizar la ausencia de pagos.
Dejar de mostrar marcas de tabaco en las películas.
Exigir anuncios antitabaco en películas donde haya escenas de tabaquismo.
Exigencia de clasificar para adultos las películas con escenas de tabaquismo.
Las películas donde se fume no deben recibir subvenciones.
Las películas antiguas deben recibir el mismo tratamiento.
En España ha aumentado el consumo de tabaco y se percibe un aumento de escenas de tabaquismo en series de televisión y películas, siendo difícil determinar la influencia de este hecho en dicho aumento, entendiendo que no es un problema unidimensional.
La sociedad necesita de una regularización inmediata en este sentido para disminuir el consumo de nicotina: tanto el inicio por adolescentes como el mantenimiento en adultos. Porque las normativas salvan vidas.
Y si estas medidas son importantes para la población general, son claves en la adolescencia. Pues cine y tabaco establecen una polémica amistad para el adolescente. Nada que ver con el comienzo de aquella hermosa amistad que a la que se refería Rick Blaine (Humprey Bogart, como no… fumando) al capitán Louis Renault (Claude Rains) caminando por la pista del aeropuerto. Y todo ello antes del fundido en negro y el The End.
CONFLICTO DE INTERESES
Los autores, codirectores del I y II Congreso Nacional de Tabaquismo en Pediatría, celebrados en Alicante en los años 2017 y 2019, no tienen ningún conflicto de interés con el tema abordado, pero sí el interés de prevenir el hábito del tabaquismo en la infancia y adolescencia… y hacerlo “de cine”.