INTRODUCCIÓN
La enfermedad de Alzheimer (EA) es un trastorno neurodegenerativo que se caracteriza por la acumulación de péptidos β-amiloide (β-40 y β-42) en el medio extracelular. Además, se produce la hiperfosforilación de las proteínas Tau, lo que lleva a la formación de ovillos neurofibrilares. Estos procesos patológicos conducen a la neurodegeneración y la pérdida progresiva de la función cognitiva, incluida la pérdida de la memoria (1,2). La prevalencia de la demencia, incluida la EA, ha experimentado un aumento significativo en los últimos años. La EA se posiciona como la forma más frecuente de demencia y representa entre el 60 % y el 80 % de los casos en la población de edad avanzada. Se estima que más de 55 millones de personas a nivel mundial padecen esta enfermedad, lo que la convierte en una de las principales causas de discapacidad y dependencia entre las personas mayores (2). En la actualidad no existe ningún tratamiento farmacológico efectivo, por lo que las medidas preventivas adquieren especial importancia.
El objetivo del presente trabajo fue revisar la evidencia científica reciente sobre el papel de la nutrición en la prevención de la EA.
FACTORES QUE CONTRIBUYEN AL DESARROLLO Y LA PROGRESIÓN DE LA ENFERMEDAD DE ALZHEIMER
Aunque, en la actualidad, la etiología no se comprende completamente, se han propuesto varias hipótesis acerca de los factores que podrían contribuir al desarrollo de la enfermedad (3) (Tabla I y Fig. 1).
PAPEL DE LA NUTRICIÓN EN LA PREVENCIÓN DE LA ENFERMEDAD DE ALZHEIMER
La evidencia científica sugiere que la dieta puede desempeñar un papel preventivo en la EA.
Restricción energética
Se ha observado que la restricción energética puede tener un efecto neuroprotector. Según la evidencia científica, esta puede reducir la acumulación de péptido β-amiloide en modelos de EA a través de mecanismos hasta ahora desconocidos (4). En una revisión narrativa que abarcó estudios en modelos animales y humanos sobre diferentes intervenciones dietéticas, como el ayuno periódico, el ayuno intermitente, la restricción calórica, la restricción dietética y la dieta cetogénica, se encontró que las intervenciones basadas en la restricción calórica o la dieta cetogénica mejoraron la función cognitiva global, la memoria y la capacidad semántica en personas con deterioro cognitivo de leve a moderado (5).
Macronutrientes en relación con la prevención de la enfermedad de Alzheimer
El equilibrio en la dieta en términos de macronutrientes adquiere una importancia especial en relación con la EA. En este sentido, Ding y cols. (2018) (6) encontraron que una dieta desequilibrada, caracterizada por una ingesta elevada de energía procedente de la grasa y las proteínas y baja en hidratos de carbono, podría estar asociada con una mayor probabilidad de desarrollar deterioro cognitivo en individuos menores de 65 años.
En cuanto a las proteínas, se ha observado que la sustitución del 5 % de la energía procedente de proteínas animales por proteínas vegetales se relaciona con una reducción del deterioro cognitivo. Además, se ha descrito que el consumo de legumbres, pescados y carnes magras tiene un efecto positivo en la función cognitiva, a diferencia del consumo de alimentos de origen animal procesados. Esto se debe, en parte, a que las proteínas de origen vegetal han demostrado tener un impacto positivo en la modulación de la composición y diversidad de la microbiota intestinal, lo cual influye directamente en la función cognitiva (7).
La evidencia disponible sobre el papel de las grasas en la prevención de la EA es algo controvertida. En una revisión sistemática y metaanálisis realizada en 2019, se analizaron diversos estudios para evaluar la relación entre la ingesta de grasas y el deterioro cognitivo leve, la demencia y la EA. Los resultados concluyeron que la ingesta de grasa total, grasas monoinsaturadas y grasas poliinsaturadas no se asociaron con la EA. Sin embargo, se encontró que las grasas saturadas se asociaron con un mayor riesgo de deterioro de la función cognitiva y de EA (8). En relación a esto, se ha observado que la ingesta excesiva de grasas saturadas está asociada con la hiperinsulinemia e hipercolesterolemia. Esta última contribuye a la acumulación de oxisteroles, lo que se ha relacionado con un mayor riesgo de desarrollar la EA.
En el caso específico de los ácidos grasos poliinsaturados omega-3, se ha demostrado que desempeñan un papel de gran importancia en la función cognitiva. Estos ácidos grasos participan en diversas funciones, como la formación de la materia gris, el correcto funcionamiento de los neurotransmisores, la promoción de la sinaptogénesis, el aumento de la neuroplasticidad y la modulación de la inflamación. Se ha observado que la deficiencia de omega-3 se relaciona con la disminución de la memoria y del rendimiento cognitivo (9). En este contexto, Gu y cols. (2012) (10) llevaron a cabo un estudio en el que analizaron una muestra de 1.219 adultos cognitivamente sanos de 65 años, donde se examinó la relación entre la ingesta de omega-3 y las concentraciones plasmáticas de los péptidos β-40 y β-42. Los resultados revelaron una asociación inversa estadísticamente significativa entre la ingesta de omega-3 y las concentraciones plasmáticas de los péptidos β-40 y β-42.
Por otro lado, el exceso de azúcares en la dieta o las dietas con alto índice glucémico se han asociado con neuroinflamación, resistencia a la insulina, alteraciones en la glicemia y una mayor carga de péptido β-amiloide (1). Además, también se ha observado una disminución en la capacidad de concentración y atención en aquellos que consumen altas cantidades de azúcares (1). Por otra parte, se ha descrito que una ingesta insuficiente de fibra está asociada con alteraciones en la microbiota intestinal, lo que, a su vez, se relaciona con el deterioro cognitivo. De hecho, se ha señalado que las personas con alteraciones en la microbiota intestinal también experimentan cambios en la estructura y función del hipocampo, lo que repercute negativamente en la memoria (7).
Vitaminas y minerales en relación con la prevención de la enfermedad de Alzheimer
Varios estudios han asociado la deficiencia de algunas vitaminas y minerales con mayor riesgo de desarrollar la EA (7,11) (Tabla II).
Compuestos bioactivos y su relación con la enfermedad de Alzheimer
En un estudio de cohorte con 921 participantes sin demencia, se encontró que una mayor ingesta dietética de flavonoles (kaempferol, miricetina e isorhamnetina) se asoció con un menor riesgo de desarrollar EA en comparación con aquellos que tuvieron una ingesta inferior. El kaempferol en particular mostró la mayor reducción en la tasa de incidencia de la enfermedad (15).
Efecto de los probióticos en la enfermedad de Alzheimer
Los probióticos han demostrado ejercer efectos favorables en la microbiota intestinal y, por consiguiente, en la función cognitiva. Se ha comprobado que pueden estimular la producción de mediadores antiinflamatorios, regular la síntesis del factor neurotrófico derivado del cerebro y modular la secreción de neurotransmisores como la serotonina, el ácido gamma-aminobutírico (GABA) y la dopamina, lo que ejerce funciones protectoras. Sin embargo, el impacto de los probióticos en el inicio de la enfermedad y la progresión de la EA aún no está completamente claro. De hecho, una revisión sistemática reciente indica la ausencia de estudios suficientes al respecto. En dicho estudio, los autores analizaron los resultados de cuatro ensayos clínicos en los cuales se administraron diversas cepas de probióticos durante un periodo de intervención de cuatro a 12 semanas. Estos estudios revelaron mejoras en las puntuaciones de diferentes pruebas que evalúan la función cognitiva, un aumento en la diversidad de la microbiota intestinal, así como una disminución en los marcadores de estrés oxidativo, inflamación y algunos componentes del perfil lipídico sérico (3).
Uso de complementos alimenticios y la prevención de la enfermedad de Alzheimer
La suplementación dietética se ha planteado como una posible de estrategia para mantener la función cognitiva o incluso prevenir la demencia en la edad adulta. Una revisión sistemática de ensayos controlados aleatorizados realizada por Cochrane evaluó el efecto de la suplementación con diversas vitaminas (A, B, C, D, E), calcio, zinc, cobre, multivitamínicos, omega-3, vitaminas antioxidantes y plantas. Los resultados de esta revisión indicaron que no existe suficiente evidencia para respaldar la conservación de la función cognitiva ni la prevención de la demencia a través de la suplementación (16).
Intervenciones dietéticas asociadas con la prevención de la enfermedad de Alzheimer
La dieta mediterránea (DM), la Dietary Approaches to Stop Hypertension (DASH) y la MD-DASH Intervention for Neurodegenerative Delay (MIND) pueden ayudar a reducir el estrés oxidativo, la inflamación y la acumulación de péptido β-amiloide. En consecuencia, se han asociado con un menor riesgo de deterioro cognitivo y un menor riesgo de desarrollar EA (15,17) (Tabla III).
CONSIDERACIONES FINALES
En la actualidad, no existe un tratamiento efectivo que ayude a curar la EA. Por lo tanto, las medidas preventivas adquieren una gran importancia para reducir su incidencia. La evidencia científica disponible sugiere que seguir una dieta equilibrada, rica en nutrientes con propiedades antioxidantes y antiinflamatorias, puede tener un efecto beneficioso en la prevención o el retraso de su aparición.