Introducción
Las emociones positivas son conceptualizadas como experiencias de satisfacción o placer (Lucas, Diener y Larsen, 2003), siendo las más frecuentes la alegría, la satisfacción, la serenidad y la simpatía (Oros, 2014). Según Fredrickson (1998, 2001), las emociones positivas, aunque fenomenológicamente son distintas entre sí, comparten la propiedad de ampliar los repertorios de pensamiento y de acción de las personas y de construir reservas de recursos físicos, intelectuales, psicológicos y sociales disponibles para momentos de crisis. Las funciones de las emociones positivas vendrían a complementar las de las emociones negativas (Fredrickson, 2001) y ambas serían igualmente importantes en un contexto evolutivo. Si las emociones negativas solucionan problemas de supervivencia inmediata (Malatesta y Wilson, 1988), las emociones positivas solucionan cuestiones relativas al desarrollo y crecimiento personal y a la conexión social. En este sentido las emociones positivas permiten desarrollar las habilidades sociales adecuadas para generar vínculos entre personas y el aprendizaje de conductas de ayuda. Al mismo tiempo, varios estudios han mostrado una alta correlación entre los afectos negativos y el neuroticismo, cuyas características principales son la inestabilidad emocional y la agresividad (e.g., Costa y McCrae, 1980; Emmons y Diener, 1985; Richaud, 2014; Richaud, Lemos y Mesurado, 2011; Watson, Clark, Mclntyre y Hamaker, 1992).
Existe mucha evidencia acerca de la relación entre la empatía y la conducta prosocial (Eisenberg y Miller, 1987). Sin embargo, la mayoría de estos estudios han analizado la relación entre la empatía y la conducta prosocial en conexión con situaciones de necesidad y o emociones negativas del objetivo (e.g., Dovidio, Allen y Schroeder, 1990; Maner et al., 2002; Stocks, Lishner y Decker, 2009; Stürmer, Snyder, Kropp y Siem, 2006). Se ha dado, en cambio, muy poca atención a la empatía positiva (Sallquist, Eisenberg, Spinrad, Eggum y Gaertner, 2009) y en especial a la relación entre la empatía positiva y la conducta prosocial. De hecho, Rameson y Lieberman (2009) afirman que empatizar con estados afectivos positivos es tan relevante para llevar a cabo relaciones sociales satisfactorias como empatizar con emociones negativas. Las personas también tienden a ayudar a aquellos a quienes perciben como alegres y felices En efecto, la experiencia de empatía positiva puede determinar conductas prosociales (Telle y Pfister, 2016).
Sallquist et al. (2009) definen empatía positiva como el afecto positivo provocado en una persona en respuesta a su percepción de un afecto positivo en otra persona. Telle y Pfiste (2015) utilizan el término en un sentido subjetivo, de solapamiento de sí mismo-otro (Preston y Hofelich, 2012) de percibir el afecto positivo de otra persona, activándose un afecto positivo similar en el observador. La empatía positiva y negativa están moderadamente relacionadas (Light et al., 2009; Sallquist et al., 2009). Por otra parte, existe evidencia de que no todas las emociones se empatizan igual, encontrándose que las personas sienten más empatía con otros cuando describen emociones de felicidad o tristeza comparadas, por ejemplo, con miedo o vergüenza, al mismo tiempo que están más intrínsecamente motivadas a empatizar con la alegría que con la tristeza del otro (Duan, 2000). Para Duan, las personas estarían más motivadas a empatizar con el afecto positivo que con el negativo porque la empatía positiva implica bajo costo y alto beneficio, es decir la experiencia de un estado emocional placentero. Finalmente, un hallazgo que emerge consistentemente en todos los estudios es que el afecto positivo promueve la conducta prosocial (Aknin, Dunn y Norton, 2012; Baron, 1997; Carlson, Charlin y Miller, 1988; Isen, Clark y Schwartz, 1976; Kelley y Hoffman, 1997; Veitch, DeWood y Bosko, 1977).
Eisenberg, Fabes y Spinrad (2006) definen la conducta prosocial como las acciones que se realizan voluntariamente para aumentar el bienestar de otro. Actuando autónomamente la prosocialidad no sólo contribuye al bienestar del que recibe la acción y mejora las relaciones interpersonales (Caputi, Lecce, Pagnin y Banerjee, 2012; Weinstein y Ryan, 2010) sino que además genera afecto positivo y bienestar en la persona que realiza tales conductas (Dulin y Hill, 2003; Dunn, Aknin y Norton, 2008; Steger, Kashdan y Oishi, 2008). Por lo tanto, las personas estarían intrínsecamente motivadas a mostrar conducta prosocial cuando experimentan afecto positivo, porque actuar en forma prosocial sería un medio para mantener ese estado afectivo placentero (Aknin et al., 2012).
La teoría social cognitiva afirma que las creencias de autoeficacia son claves para entender la competencia emocional de las personas y el éxito en las relaciones interpersonales (Bandura, 2006). Las creencias de un individuo sobre su autoeficacia social favorecen la conexión social, la amistad, la cooperación y la conducta prosocial (Bandura, Caprara, Barbaranelli, Gerbino y Pastorelli, 2003; Caprara y Steca, 2005). Sin embargo, Bandura (2006) también concluyó que la autoeficacia se encontraba directamente relacionada con la conducta antisocial, de tal modo que a menor autoeficacia mayor agresividad y mayor conducta antisocial. Para construir y mantener buenas relaciones interpersonales se requiere esfuerzo y una gran variedad de habilidades asertivas, comunicativas, para resolver problemas sociales y empáticas (Davis, 1983; Kihlstrom y Cantor, 2000). Las firmes creencias en las propias capacidades para ser sensible y para responder adecuadamente a los sentimientos y necesidades de los otros además de para manejar las relaciones interpersonales son críticas para promover una adaptación exitosa y bienestar (Caprara y Steca, 2005). Sin embargo, una persona podría ser empática y tener buenas habilidades sociales, pero además debería tener autopercepciones consistentes con esas habilidades -o viceversa- (Di Giunta, et al., 2010).
Dado que existe abundante evidencia acerca de los predictores psicosociales de la prosocialidad, empatía, emociones positivas y autoeficacia social, a la vez que protectores frente a la agresividad, el objetivo del presente estudio es analizar qué proporción de variancia de la prosocialidad y de la agresividad predice cada uno de los factores antes mencionados. Asimismo, como existen abundantes investigaciones que muestran que existen diferencias significativas en las conductas prosociales y la agresividad en función del sexo (Carlo y Randall, 2002; Kornbluh y Neal, 2016; Mesurado et al., 2014), los análisis se realizaron por separados en niños y niñas.
Método
Participantes
La muestra estuvo compuesta por 221 niños, de ambos sexos (42.2 % de varones), de 10 a 13 años (N 10a = 25, N 11a = 63, N 12a = 84, N 13a = 49; M = 11.45; DE = .80), de clase social media, que concurrían a escuelas primarias de la ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Consentimiento informado
Después de una entrevista con los directivos de las escuelas donde se trabajaría, se envió a los padres una nota explicándoles los objetivos del trabajo y la tarea que se desarrollaría. Se les aclaró que la colaboración era voluntaria y anónima, con el compromiso de no proporcionar ninguna información individual al personal de la escuela. Se obtuvo el consentimiento informado de los padres y se explicó a los niños el objetivo del estudio, indicándoles que su participación era voluntaria y que podían interrumpirla en cualquier momento que desearan.
Instrumentos de evaluación
Cuestionario de Emociones Positivas (Oros, 2014). Está compuesto por 23 ítems respondidos en una escala de 1 a 3, con cuatro dimensiones: (a) alegría y gratitud, con 10 ítems (α = .92) -ítem ejemplo Soy una persona alegre-; (b) serenidad, con 6 ítems (α = .75) -ítem ejemplo Soluciono mis problemas con mucha tranquilidad-; (c) simpatía, con 4 ítems (α = .64) -Si alguien está llorando me dan ganas de abrazarlo-; y (d) satisfacción personal, con 3 ítems (α = .71) -Siento que soy muy valioso-. En el presente estudio no se incluyó la dimensión simpatía dado que se utilizó otro instrumento para mediar la empatía emocional y cognitiva.
The Interpersonal Reactivity Index (IRI; Davis, 1983; versión española de Richaud de Minzi, 2008). El IRI nos permite evaluar la disposición empática a través de cuatro factores, dos cognitivos y dos emocionales: Toma de perspectiva o la habilidad de comprender el punto de vista de otra persona -ítem ejemplo Encuentro difícil ver las cosas desde el punto de vista de otra persona - ítem inverso-; Fantasía o la tendencia a identificarse con personajes literarios o de películas; en otras palabras evalúa la capacidad imaginativa del sujeto para ponerse en situaciones ficticias -Ítem ejemplo Realmente me siento involucrado con los sentimientos de los personajes de una novela-; Preocupación empática, sentimientos de compasión, preocupación y cuidado hacia los otros -ítem ejemplo Me siento preocupado y conmovido por las personas menos afortunadas que yo-; y Distrés personal, sentimientos de ansiedad e inquietud mostrados por la persona cuando observa situaciones en que otra persona pasa por experiencias negativas -Ítem ejemplo: Me asusta estar en una situación emocional tensa-. Incluye 28 ítems en un formato de respuesta Likert con cinco respuestas posibles y valores de 1 a 5. En este estudio sólo se considerarán las dimensiones Toma de Perspectiva (α = .70) y Preocupación empática (α = .73).
Autoeficacia Social (Oros, 2014). La Escala multidimensional de autoeficacia (Oros, 2004) permite evaluar la autoeficacia a través de tres dimensiones: académica, deportiva y social. La escala incluye 18 ítems, 6 por dimensión, respondidos en un formato Likert de tres puntos, siendo 1(No), 2 (Algunas veces) y 3 (Sí). En el presente estudio sólo consideraremos la dimensión autoeficacia social. La autoeficacia social refleja en qué medida las personas se sienten competentes para establecer y mantener relaciones significativas a través del tiempo -ítem ejemplo Tengo mucha dificultad para hacer amigos -ítem inverso-; α = .74).
Escala de Agresividad Física y Social (Caprara y Pastorelli, 1993; versión española de Del Barrio et al., 2001). Es una escala de 20 ítems, con un formato de respuesta Likert (3 a menudo, 2 algunas veces, 1 nunca) y cinco ítems de control. Los ítems describen la conducta del niño tendiente a herir a otros física y verbalmente -ítem de ejemplo Me peleo- (α = .85).
Cuestionario de Conducta Prosocial (Caprara y Pastorelli, 1993; versión española de Del Barrio, Moreno y López, 2001). La Escala consta de 10 ítems que evalúan varias conductas como el grado de ayuda, capacidad de compartir, bondad y cooperación. Los ítems se responden en una escala Likert de 3 puntos (1 nunca a 3 frecuentemente) (Ítems ejemplo Trato de hacer más felices a las personas que están tristes, Ayudo a otros con la tarea de la escuela). La Escala provee un valor total de conducta prosocial (α = .80).
Procedimiento estadístico
En primer lugar, se calcularon media y desviación típica de cada una de las variables incluidas en el estudio. Seguidamente se realizaron análisis de correlación entra las variables. Por último, se realizaron regresiones jerárquicas por bloques en las que se analizó la influencia de las variables independientes en la predicción de la prosocialidad y la conducta agresiva.
Resultados
Análisis descriptivos preliminares
En la Tabla 1 se muestran los puntajes medios y el desvío típico de las variables incluidas en el estudio tanto en los varones como en las mujeres. Asimismo, presenta los resultados de los análisis de correlación en ambos grupos. Los resultados indican que la empatía tanto emocional como cognitiva, así como las emociones positivas y la autoeficacia social están asociadas positivamente con la conducta prosocial en mujeres; en los varones ocurre lo mismo a excepción de la autoeficacia social la cual no mostró ninguna asociación con la conducta prosocial. En relación a la conducta agresiva pudo observarse que la empatía y dos emociones positivas (alegría y gratitud y serenidad) previenen las conductas agresivas de las mujeres mientras que en el caso de los varones solo lo hace la serenidad.
Nota. En la diagonal inferior se encuentran las correlaciones de las variables en la muestra de varones y en la superior en la muestra de las mujeres. M y DT: la media y desvíación típica informados en las columnas corresponden a la muestra de varones mientras que la media y desviación típicas informadas en las filas inferiores corresponden a la muestra de las mujeres.
*** p ≤ .001. **p ≤ .01. *p ≤ .05.
Regresiones jerárquicas en la predicción de la prosocialidad y la agresión
Se realizaron regresiones jerárquicas para cada una de las variables criterio para evaluar la única contribución de la empatía (con sus dos dimensiones emocional y cognitiva) en la predicción de la conducta prosocial y la agresividad, mientras se controlaba las emociones positivas (alegría y gratitud, serenidad y satisfacción personal) y la autoeficacia social. Seguidamente se analizó la única contribución de la empatía y las emociones positivas, mientras se controlaba la autoeficacia social. Los análisis fueron desarrollados para los varones y las mujeres separadamente. El primer bloque en la ecuación incluye las dimensiones de la empatía: preocupación empática y toma de perspectiva, mientras que el segundo bloque incluye las dimensiones de emociones positivas: alegría y gratitud, serenidad y satisfacción personal y el tercer bloque autoeficacia social. Las pruebas de multicolinealidad fueron satisfactorios con todos los factores de inflación de la variancia de menos de 2 y la tolerancia de todas las variables cerca de 1. La Tabla 2 muestra un resumen de los análisis de regresión jerárquica de la empatía, las emociones positivas y la autoeficacia social en la predicción de la conducta prosocial y la agresión. La predicción global de la conducta prosocial fue significativa para la muestra de varones, F(6,87) = 10.47, p ≤ .001. El modelo general explica 42 % de la variancia de la conducta prosocial, la empatía explica el 29 % de la variancia en el Bloque 1, las emociones positivas explican el 13 % de la variancia en el Bloque 2 y la autoeficacia social no contribuye en variancia explicada de la prosocialidad de los varones en el Bloque 3. En el caso de las mujeres la predicción global de la conducta prosocial fue también significativa, F(6, 121) = 15.44, p ≤ .001. El modelo general explica 44 % de la variancia de la conducta prosocial, la empatía explica el 21% de la variancia en el Bloque 1, las emociones positivas explican el 18 % de la variancia en el Bloque 2 y la autoeficacia social explica el 5 % de la variancia en el Bloque 3.
La predicción global de la agresión no fue significativa para la muestra de varones, F(6, 87) = 1.45, p = .21 pero si lo fue en la muestra de mujeres F(6, 121) = 8.77, p ≤ .001. En la muestra de mujeres el modelo general explica 30 % de la variancia de la conducta prosocial, la empatía explica el 16 % de la variancia en el Bloque 1, las emociones positivas explican el 14 % de la variancia en el Bloque 2 y la autoeficacia social no contribuye en variancia explicada de la agresión de las mujeres en el Bloque 3.
Discusión
Los resultados del presente estudio muestran el importante rol que juegan la empatía -tanto emocional como cognitiva-, así como las emociones positivas y, en menor medida la autoeficacia social, en la predicción de la conducta prosocial y la inhibición de la conducta agresiva. Si bien estudios previos analizaron la relación de estas variables, la presente investigación tiene su aporte específico en dos aspectos: primero en establecer cuánto explica cada uno de los predictores aquí analizados, a la conducta social y a la agresividad; y segundo en mostrar que las variables predictoras se comportan de diferente manera en los niños y en las niñas.
Los resultados de las correlaciones indicaron que tanto en los niños como en las niñas la conducta prosocial se relacionó con la empatía, en especial con la toma de perspectiva, pero en mayor grado con las emociones positivas, en especial con la alegría y la satisfacción personal. Analizando la relación entre la empatía y las emociones positivas, encontramos que tanto la toma de perspectiva como la preocupación empática se encuentran altamente relacionadas con las emociones positivas, en especial con la alegría y gratitud y con la satisfacción personal, tanto en los varones como en las mujeres y con la serenidad en las niñas. Estos hallazgos estarían en línea con la hipótesis esbozada en la introducción acerca de la importancia de las emociones positivas en el desarrollo de la prosocialidad. Para Duan (2000), las personas estarían más motivadas a empatizar con el afecto positivo que con el negativo, porque la empatía positiva implica la experiencia de un estado emocional placentero. Sin embargo, en el presente estudio, la empatía negativa aparece altamente relacionada con las emociones positivas. Por lo tanto, podríamos pensar que, si tal como dicen Aknin et al. (2012), las personas estarían intrínsecamente motivadas a mostrar conducta prosocial cuando experimentan afecto positivo- porque actuar en forma prosocial sería un medio para mantener ese estado afectivo placentero- podríamos pensar que la empatía negativa también genera ese afecto placentero y esto especialmente si observamos, como queda dicho, que la mayor relación entre la empatía negativa (tanto en toma de perspectiva como en preocupación empática) se da con alegría y gratitud, tanto en los niños como en las niñas.
Según Rameson y Lieberman (2009), tanto la empatía negativa -única evaluada en el presente trabajo- como la positiva generan conducta prosocial. Hipotetizamos que probablemente lo que realmente actúa determinando la conducta prosocial es el afecto positivo generado por la capacidad para resonar dentro nuestro con el afecto del otro (Watt, 2007), ya sea positivo o negativo, que lleva a actuar en pro del otro. Con respecto a la autoeficacia social estuvo asociada a la conducta prosocial, la satisfacción personal y la preocupación empática sólo en las niñas. Probablemente la educación característica de las niñas, que acentúa su sensibilidad emocional a las necesidades de los demás y su capacidad para las relaciones interpersonales, determina en ellas creencias más firmes de autoeficacia social (Caprara y Steca, 2005), que son importantes para el desarrollo de su prosocialidad. A la vez esta última estaría en los varones más apoyada en la empatía, en especial en la preocupación empática y en el afecto positivo que ella implicaría. Por otro lado, si bien las dos dimensiones de la empatía y las emociones positivas (a excepción de la percepción de satisfacción personal) permiten inhibir las conductas agresivas en las niñas, no presentaron ninguna relación en los niños, a excepción de la serenidad. Estos resultados resaltan el rol de la serenidad en la inhibición de la conducta agresiva de los niños. Dado que estudios previos han mostrado que la inestabilidad emocional está íntimamente relacionada con la agresividad (Richaud et al., 2013), no resulta extraño encontrar que la serenidad, entendida como un aspecto contrapuesto a la inestabilidad emocional, inhiba también la conducta agresiva. Resulta lógico pensar que los niños tranquilos o serenos se vean involucrados en menor medida en conductas disruptivas o agresivas hacia los demás.
En relación a los análisis de regresión jerárquica realizados en este estudio pudo observarse que tanto la empatía como las emociones positivas se encuentran involucradas en la predicción de la conducta prosocial, tanto en los niños como en las niñas. Sin embargo, parece claro que en el caso de los niños la empatía tiene una mayor fuerza predictiva que las emociones positivas (la empatía explica el 29 % de la varianza mientras que las emociones positivas explican el 13 %), a diferencia de las niñas donde ambas variables parecen compartir similar potencia (la empatía explica el 21 % de la varianza mientras que las emociones positivas explican el 18 %). Parecería que en los varones y siguiendo con nuestra hipótesis anterior, la prosocialidad estaría más asociada al afecto positivo provocado por la resonancia afectiva con el otro, que las emociones positivas experimentadas aisladamente. En las niñas, en cambio, ambas formas de afecto positivo tendrían la misma importancia, nuevamente porque en las mujeres las emociones serían más valoradas que en los varones y por lo tanto parecerían tener una mayor fuerza motivante en el desarrollo de conductas prosociales. Estudios previos que han analizado la intencionalidad de las conductas prosociales han encontrado que las mujeres presentan mayores niveles de conductas prosociales emocionales -es decir aquellas conductas prosociales que implican ayudar a otros cuando están pasando por circunstancias emocionales difíciles- que los varones (Carlo y Randall, 2002). Finalmente, y como ya se comentó, la percepción de autoeficacia social predice la conducta prosocial, aunque en un porcentaje muy pequeño (5 % de la variancia), solamente en las niñas.
Cuando analizamos el poder predictivo de la empatía, las emociones positivas y la autoeficacia social en la inhibición de las conductas agresivas, encontramos que el modelo no resultó significativo en la explicación de la conducta agresiva en los niños, y sí en el caso de las niñas. Los resultados indicaron que tanto la empatía como las emociones positivas inhiben la conducta agresiva en las niñas. Quizás, dado que en los varones generalmente predomina la agresión física, mucho más impulsiva que la verbal, no daría lugar a empatizar con el otro y menos aún a experimentar una emoción positiva que pudiera llegar a atenuar o modular la conducta agresiva. Este resultado vuelve a resaltar la importancia que tienen las emociones en las niñas, a la hora de contribuir al desarrollo de conductas funcionales, así como de inhibir conductas disruptivas.
Limitaciones y futuras investigaciones
Si bien en el marco teórico desarrollado en el presente estudio, resaltamos la diferencia entre la empatía negativa y positiva, hemos trabajado sólo la empatía negativa por lo que sería interesante en futuras investigaciones incluir una evaluación de la empatía hacia circunstancias positivas de los otros, que nos permitiera analizar las similitudes y diferencias en la generación de afectos positivos que llevarían a la conducta prosocial. Por otro lado, en este trabajo hemos realizado un estudio de tipo transversal que no nos permite asegurar la influencia predictiva de las variables a lo largo de tiempo; sería interesante por tanto poder analizar el rol de estas variables en estudios longitudinales a lo largo de varios años.