Introducción
El estudio de violencia en las relaciones de noviazgo en la juventud y adolescencia (Dating Violence, DV) es especialmente interesante al constituir el inicio del aprendizaje de la dinámica de relaciones de pareja, en las que se inicia la posibilidad de instaurar hábitos para las relaciones posteriores (López-Cepero, Rodríguez-Franco, Rodríguez-Díaz y Bringas, 2014; Moyano, Monge y Sierra, 2017). Adicionalmente, constituye un distinto contexto de análisis de violencia en la pareja íntima en adultos (Intimate Partner Violence, IPV): las relaciones en estas edades no están basadas ni caracterizadas por mantener una convivencia habitual, ni por compartir bienes comunes, disponer de formalidades legales que puedan vincular a la pareja, o la existencia de descendientes comunes (Rodríguez-Franco, Antuña y Rodríguez-Díaz, 2001).
Así, la IPV constituye un problema social que tiene lugar no solamente durante las relaciones en el matrimonio, o con la pareja de convivencia, sino también antes de ellas. Esta violencia, como casi cualquier tipo de comportamiento agresivo, es intencional y con un perfil muy variado (físico, verbal, emocional, sexual, etc.), y ha llegado a ser un tema de creciente interés documentado dentro y fuera de nuestro contexto (Cortés-Ayala et al., 2014; García-Díaz et al., 2017; Jennings et al., 2017; Lewis y Fremouw, 2001): entre un 5 % y un 30 % de los jóvenes reconocen sufrir violencia física perpetrada por su pareja, aumentándose la cifra cuando se considera la presencia de otras conductas abusivas o bien cuando se contemplan a víctimas que no se reconocen maltratadas.
Este contexto de investigación plantea diversos desafíos. Uno de ellos es la determinación empírica de las formas y modos básicos de ejercer violencia en estas edades, que finalmente permita desarrollar instrumentos de evaluación específicos para este contexto. Al respecto, existen revisiones (López-Cepero, Rodríguez-Franco y Rodríguez-Díaz, 2015; Rabin, Jennings, Campbell y Bair-Merritt, 2009) que ofrecen conclusiones coincidentes, destacando entre sus resultados las debilidades en su elaboración y diseño, la alta variabilidad en los indicadores de los distintos tipos de violencia (número de ítems, categorías y contenidos) y las carencias en la justificación de estructura (25 % de casos), consistencia interna (10 %) y validez de criterio (35 %). En este sentido, no extraña que la gran mayoría de las pruebas existentes revisadas en estos estudios no dispusieran de propiedades psicométricas bien establecidas o que los índices de sensibilidad y especificidad variaran ampliamente dentro y entre las herramientas de cribado. Del mismo modo, se constató, respecto a las muestras de validación, que el 50 % de los instrumentos incluían sólo muestras femeninas y que en el 59 % de ellos (47 estudios) se contempló exclusivamente a las mujeres como víctimas y a los varones como agresores; sólo tres instrumentos fueron desarrollados para adolescentes y jóvenes, siendo una minoría selecta de instrumentos los que contaron con validaciones en más de un idioma y país.
Otro desafío está relacionado con la identificación de los factores de riesgo y protección, que una vez detallados, pueden suponer una base sólida para la elaboración de programas de prevención. La situación actual sobre la violencia en el noviazgo, a pesar de los numerosos estudios realizados, es confusa debido a la práctica imposibilidad de identificar factores de riesgo, singulares y específicos, de amplio nivel de predicción y generalidad en las muestras estudiadas. De hecho, al analizar los factores de riesgo para otras conductas violentas distintas a las desarrolladas en el ámbito de las relaciones de pareja, se observa que muchos de estos predictores son comunes.
En esta línea, Jolliffe, Farrington, Piquero, Loeber y Hill (2017) indican la relevancia de la escasa supervisión familiar, la ausencia de culpa y la alta impulsividad como predictores de conductas de tipo antisocial (especialmente, el uso de drogas y comportamientos delictivos). Capaldi, Knoble, Shortt y Kim (2012), a su vez, resaltan la elevada similitud entre los factores de riesgo de la DV e IPV con otros problemas de la adolescencia, como la delincuencia, el uso de sustancias y el comportamiento sexual de riesgo. En suma, se han identificado factores que facilitan la aparición de la IPV y DV pero que no son específicos de ella, sino más bien de una violencia más genérica y descontextualizada (East y Hokoda, 2015; Herrero, Torres, Fernández-Suárez y Rodríguez Díaz, 2016; Howard y Wang, 2003; Juarros-Basterretxea, Herrero, Fernández-Suárez, Pérez y Rodríguez-Díaz, 2017; Makin-Byrd, Bierman y CPPRG, 2013; Novo, Herbón y Amado, 2016; Temple, Shorey, Fite, Stuart y Le, 2013).
El resultado a este segundo desafío ha permitido constatar, a su vez, que existen pocos estudios que analicen si los agresores de IPV y DV lo son exclusiva y específicamente con su pareja o bien si esta violencia es, en realidad, una muestra más o una expresión de sus comportamientos violentos generalizados en otros entornos o con otras personas. Esto se plantea a pesar de que, dentro del campo de estudio de la tipología de agresores, existen numerosos estudios que incluyen a los agresores generalistas dentro de su clasificación (Fowler y Westen, 2011; Herrero et al., 2016; Holtzworth-Munroe y Stuart, 1994; Juarros-Basterretxea et al., 2017; Ross y Babcock, 2009; Walsh et al., 2010). Entre los escasos estudios empíricos publicados, el de Garthe, Sullivan y McDaniel (2017) ha puesto de manifiesto que el sexo, las técnicas de evaluación utilizadas y el tipo de conductas manifestadas por sus iguales constituyen variables de modulación de suma importancia a pesar de que la conducta agresiva de la pareja, el comportamiento agresivo y/o antisocial de sus compañeros y la victimización por pares se relacionaran significativamente con los niveles de perpetración y victimización de la violencia en el noviazgo adolescente. En esta misma línea, Kiss, Schraiber, Hossain, Watts y Zimmerman (2015), han encontrado que las personas que vivían en áreas con mayor índice de violencia urbana también mostraron tasas más altas de IPV.
Todo ello nos lleva a plantearnos comprobar si existen diferencias en el perfil de maltrato entre agresores de DV que manifiestan también sus conductas abusivas en otros entornos y contextos (generalistas), en contraposición al de aquéllos que las expresan específicamente con su pareja afectiva (especialistas).
Método
Participantes
La muestra está compuesta por un total de 447 mujeres con edades comprendidas entre los 15 y los 26 años (M = 18.77, DE = 2.36). Tras su distribución en base a los criterios señalados, 211 mujeres (43.2 %) se incluyeron en la categoría de maltratadas (incluyendo el maltrato no percibido) y las restantes 236 (52.8 %) dentro de las no maltratadas. Dentro del primer grupo, 123 indicaron que sus parejas tan sólo se habían mostrado violentas con ellas (58.29 %), mientras que 88 (41.71 %) indicaron que sus parejas también se mostraban violentas con otras personas. Los grupos de estudio resultante han sido: no-maltratadas (n = 236, 52.8 %), maltratadas por un agresor generalista (n = 88, 19.7 %) y maltratados por un agresor especialista (n = 123, 27.5 %).
Procedimiento
La recogida de datos se realizó mediante la invitación a participar en el estudio a centros educativos de enseñanzas medias y superiores de diversas provincias del estado de España y en las que el equipo disponía de algún colaborador. A cada centro se le envió información sobre los objetivos de investigación. La muestra final incluye las respuestas recogidas en los centros educativos que aceptaron participar en el estudio sobre victimización y percepción del maltrato en el noviazgo. A los participantes se les explicó los principales objetivos del estudio y se les informó de que su participación era voluntaria y anónima, pudiendo abandonar en cualquier momento y sin ningún tipo de requisito previo. Con el fin de cumplir con los requisitos éticos, al contar con participantes menores de edad, además de proporcionar información a las escuelas y solicitar el consentimiento explícito a los padres, se solicitó a los participantes su asentimiento. A los mayores de edad, se les requirió antes de comenzar la evaluación. El anonimato se ha garantizado mediante la evaluación en grupos de clase y la entrega de resultados sólo para las muestras completas. Los investigadores ofrecieron información individualizada para dar respuesta a cualquier posible incomodidad o duda asociada con el estudio. En el caso de haberse mantenido más de una relación afectiva, los participantes debían seleccionar una única al responder al Cuestionario de Violencia de Novios (CUVINO; Rodríguez-Franco et al., 2010). Específicamente, las instrucciones indican “seleccionar la relación de noviazgo más problemática que hayas tenido o, si no has tenido ninguna, elegir la más importante para ti”.
El conjunto de la muestra ha sido divida en base a dos criterios: la percepción de maltrato en sus relaciones afectivas y el tipo de violencia ejercido por la pareja.
Percepción de maltrato. En el estudio se han agrupado a los participantes en base a dos criterios, mediante la combinación de las respuestas a dos preguntas incluidas en el cuestionario: «¿Te sientes o te has sentido maltratada por tu pareja?» y «¿Sientes o has sentido miedo en tu relación de pareja?» De esta manera, los sujetos se asignaron al grupo de “no-maltratados” cuando existía una doble negación en sus contestaciones, o bien se incluyeron en el de “maltratados” cuando consideraban haber sido maltratados o haber sentido miedo durante su relación de pareja. De esta manera, se incluyeron no solo participantes con consciencia o percepción de mantener una relación de maltrato, sino también a aquellos que el Instituto de la Mujer considera “Maltratados Técnicos”, es decir, aquellos que, aun disponiéndose de evidencias de que existen relaciones abusivas, no mantienen la percepción ni consciencia de ser maltratados. En este sentido, el estudio sigue las consideraciones de estudios previos (Cortés-Ayala et al., 2014; Rodríguez-Franco et al., 2012) que avalan la necesidad de incluir a esta población en los estudios de este tipo.
Tipo de violencia. Para aquellos sujetos asignados al grupo de maltratados, se utilizó un segundo criterio de agrupación. Se solicitó a la víctima que indicara si su pareja se mostraba violenta con otras personas al margen de su relación, lo que permitió clasificar a los agresores en función de la especialización o generalización de sus conductas, es decir, si sus comportamientos violentos se orientaban exclusivamente a la pareja, o bien se manifestaban adicionalmente hacia otras personas. Ello se comprobó mediante la pregunta: «¿Tu pareja se muestra violenta con otras personas?».
Este procedimiento ha permitido establecer tres grupos de análisis, en base a las variables dicotómizadas maltrato/no maltrato y violencia generalizada/exclusiva en la pareja: no-maltratadas, maltratadas por agresor generalista y maltratadas por agresor especialista.
Instrumentos de medida
El CUVINO (Rodríguez-Franco et al., 2010) es un instrumento de evaluación de la victimización en las relaciones de noviazgo dirigido específicamente a jóvenes y adolescentes. Se compone de 42 indicadores conductuales evaluados en una escala tipo Likert de 5 puntos (0: nunca/nada; 4: casi siempre/mucho) agrupados en 8 factores o formas de ejercer la violencia en la relación de pareja: Desapego, Humillación, Sexual, Coerción, Físico, Género, Castigo Emocional e Instrumental. Asimismo, incluye 3 preguntas de tipo dicotómico («¿Te sientes o te has sentido maltratado/a en tu pareja?», «¿Te sientes o ha sentido atrapado/a en esta relación?» y «¿Sientes o has sentido miedo en tu relación de pareja?»). Presenta una fiabilidad para el total de la escala de α = .932 y de entre 0.588 para el factor Instrumental hasta 0.818 para los restantes factores. Su estructura factorial ha sido confirmada adicionalmente en muestras norteamericanas e italianas (López-Cepero, Fabelo, Rodríguez-Franco y Rodríguez-Díaz, 2016; Presaghi, Manca, Rodríguez-Franco y Curcio, 2015).
Análisis de datos
Los datos se procesaron utilizando el paquete estadístico IBM SPSS Statistics 22.0. Se calcularon las medias (M) y desviaciones estándar (DE) de las escalas del CUVINO. Se ejecutó un Análisis Multivariado de la Varianza (MANOVA) con el objetivo de detectar las diferencias entre los grupos de estudio (no-maltrato, maltrato generalista y maltrato especialista) en los ocho tipos de violencia evaluados en el CUVINO. Se ha comprobado el cumplimiento de los supuestos homocedasticidad multivariante y univariante mediante la prueba M de Box y el estadístico de Leven respectivamente, y, contrastada la falta de homogeneidad, se procedió con la prueba T3 de Dunnett para el estudio de las diferencias a posteriori entre grupos.
Resultados
Previo análisis de las diferencias entre los grupos en función del tipo de violencia ejercido contra la pareja, se comprobó si existían diferencias entre éstos en la edad del respondiente y la pareja mediante MANOVA. Los resultados, Lambda de Wilks = .994; F(4, 786) = .585; p = .673, indican que no existen diferencias en este aspecto.
Se ha identificado el objeto diana de los agresores de DV que también manifestaban serlo en otros contextos o con otras personas (generalistas), comprobando que el 62.5 % (n = 55) de los sujetos generalistas lo eran con sus amigos, muy lejos del 9.1 % (n = 8) que se mostraban violentos con sus padres o el 4.5 % (n = 4) que también lo eran con su psicólogo. Solamente el 1.1 % (n = 1) era violento con sus hermanos. Un 22.7 % (n = 20) no especificaron contra qué miembros de su entorno socio-familiar eran violentos.
Los resultados obtenidos mediante la prueba M de Box y el estadístico de Levene no permiten mantener los supuestos de homocedasticidad multivariante y univariante (p < .001 en todos los casos).
Los resultados obtenidos mediante el MANOVA aplicado a los factores del cuestionario, indican que existen diferencias estadísticamente significativas entre los grupos en las variables de estudio, Lambda de Wilks = .655, F(16, 746) = 10.99, p < . 001.
En la Tabla 1 se muestran las medias (M) y desviaciones estándar (DE) de los grupos de estudio en cada una de las variables analizadas, así como los estadísticos univariados.
NM (n =205) | M.G (n =75) | M.E (n =103) | |||||
---|---|---|---|---|---|---|---|
F(2, 380) | M | DE | M | D | M | DE | |
Desapego | 47.55*** | 3.82 | 4.18 | 9.81 | 6.73 | 8.27 | 5.77 |
Humillación | 70.71*** | 1.60 | 2.44 | 7.85 | 6.54 | 5.73 | 5.04 |
Sexual | 22.52*** | 1.05 | 2.04 | 3.71 | 4.08 | 3.01 | 4.61 |
Coerción | 72.43*** | 2.11 | 2.34 | 7.99 | 5.60 | 6.06 | 5.11 |
Físico | 35.77*** | 0.20 | .74 | 2.33 | 3.31 | 1.72 | 2.74 |
Basada en Género | 41.30*** | 1.23 | 1.61 | 4.91 | 4.95 | 3.07 | 3.59 |
Castigo Emocional | 37.20*** | 0.87 | 1.36 | 3.16 | 2.98 | 2.47 | 2.82 |
Instrumental | 10.52*** | 0.08 | .39 | 0.73 | 1.77 | 0.47 | 1.48 |
Nota.M.E = maltratadas por agresores especialistas; M.G = maltratadas por agresores generalistas; NM = no maltratadas;
***=p < .001.
En todos los factores sin excepción, las mayores puntuaciones aparecen en el grupo de maltratadas por agresores generalistas, seguidas por los agresores especialistas y finalmente, con importantes diferencias, en las no maltratadas, lo que constituye un buen indicador de la tendencia del efecto de ser un agresor especialista. Como se aprecia, aparecen diferencias estadísticamente significativas entre los grupos en todos los factores del cuestionario, motivo por el que se procedió a calcular a través de la prueba post-hoc T3 de Dunnett entre qué grupos se establecían dichas diferencias (ver Tabla 2), incluyendo adicionalmente el valor de los tamaños de efectos hallados (g de Hedges).
NM-M.G | NM-M.E | M.G-M.E | ||||
---|---|---|---|---|---|---|
p | g | p | g | p | g | |
Desapego | < .001 | 1.20 | < .001 | 0.93 | .156 | 0.25 |
Humillación | < .001 | 1.57 | < .001 | 1.17 | .004 | 0.37 |
Sexual | < .001 | .97 | < .001 | 0.62 | .511 | 0.16 |
Coerción | < .001 | 1.67 | < .001 | 1.12 | .005 | 0.36 |
Físico | < .001 | 1.17 | < .001 | 0.90 | .166 | 0.20 |
Basada en Género | < .001 | 1.27 | < .001 | 0.75 | < .001 | 0.44 |
Castigo Emocional | < .001 | 1.19 | < .001 | 0.81 | .116 | 0.24 |
Instrumental | < .001 | .67 | .014 | 0.43 | .362 | 0.16 |
Nota.g = g de Hedges (tamaño del efecto); M.E = maltratadas por agresores especialistas; M.G = maltratadas por agresores generalistas; NM = no maltratadas.
Como puede observarse, en todos los casos aparecen diferencias estadísticamente significativas entre los grupos de no maltratadas y maltratadas, con independencia de que se traten de agresores generalistas o especialistas, lo que confirma la validez discriminativa del cuestionario aplicado. El estadístico T3 de Dunnett, muestra significaciones de interés en tres de los factores del cuestionario: Humillación, Coerción y Violencia basada en Género. En todos estos casos el grupo de maltratadas por agresores generalistas muestran las mayores puntuaciones.
Considerando los tamaños de los efectos, las diferencias entre el grupo de no-maltrato, por un lado, y los grupos de maltrato generalista y especialista, por otro, son elevadas en todos los casos, excepto en el caso de la violencia instrumental, en la que el tamaño del efecto es medio. Recordemos que éste es el factor con menor índice de consistencia interna del cuestionario. Por otra parte, se constata que los grupos de maltrato generalista y especialista difieren significativamente en la agresión por Humillación, Coerción y Violencia basada en Género, siendo el tamaño del efecto medio en los tres casos. Sin embargo, cabe destacar que, a pesar de no haberse detectado diferencias estadísticamente significativas entre maltrato generalista y especialista en el resto de formas de violencia, los tamaños del efecto en los factores de Desapego, Violencia Física y Castigo Emocional, aunque pequeños, son apreciables.
Discusión
La relevancia de la violencia entre parejas jóvenes y adolescentes no solo se ve refrendada por las sistemáticamente elevadas cifras epidemiológicas reportadas, sino por la creciente tasa de evolución del problema (Rodríguez-Franco et al., 2016) y las dificultades encontradas en su prevención primaria y secundaria (Arce, Fariña y Novo, 2014; Arias, Arce y Villariño, 2013; Jennings et al, 2017).
Las cifras de personas afectadas por la DV halladas en nuestro estudio no se alejan en absoluto de las encontradas en otros, confirmando que las cifras de afectadas en la adolescencia y juventud son de mayor magnitud que las halladas en población adulta: en la reciente macroencuesta realizada en España (De Miguel, 2015), las más jóvenes siguen mostrando el valor más elevado (19.4 %), pero el más bajo ya no se sitúa entre las mujeres de más edad, sino en la categoría 45-54 (9.7 %), a muy poca distancia de las de 35 a 44 años (10.2 %). Estas cifras son coincidentes con las halladas en otros estudios en los que se emplea el cuestionario CUVINO en otras muestras (García-Díaz et al., 2013; Ibabe, Arnoso y Elgorriaga, 2016; Rodríguez-Franco, López-Cepero, Rodríguez-Díaz y Antuña, 2009). Esta situación se ve agravada por la constatación de que la DV en estas edades ofrece una similitud en las tasas de victimización, así como un mayor nivel de tolerancia hacia las conductas abusivas cuando se comparan las cifras epidemiológicas en los períodos 2003-2005 y 2011-2013 (RodríguezFranco et al., 2016).
Es esta situación la que debe favorecer el esfuerzo por el análisis e identificación de los factores de riesgo y protección peculiares de la DV, con la perspectiva de que los programas de prevención en estas edades se orienten específicamente a la reducción de los primeros y la potenciación de los segundos. En este sentido, cabe destacar que tanto en el campo de la IPV como en el de la DV, los factores de riesgo, de protección y sus predictores suelen caracterizarse por su variedad, elevado número y el pequeño tamaño de sus efectos considerándose de forma aislada (Capaldi et al., 2012), lo que es orientativo de la enorme complejidad de este fenómeno.
En este campo, uno de los problemas de investigación, que aún se encuentra en fases preliminares, es la determinación de la especificidad de los factores de riesgo tanto de la IPV como de la DV. Es ampliamente conocida la existencia de factores de riesgo de la conducta violenta, en general, pero entendemos que es de interés aclarar y delimitar cuáles de ellos son propios y peculiares de la IPV y DV. A nivel de intervención, las estrategias y los programas de intervención deben ajustarse en función de que se atienda a un agresor generalista que exprese sus conductas, también, a su pareja afectiva, a diferencia del agresor que tan solo las muestre a su compañera sentimental.
Este último aspecto es que el que ha sido tratado en nuestro estudio. Nuestros resultados constatan una clara tendencia en la magnitud de la frecuencia percibida con que se manifiestan conductas de maltrato en las parejas de jóvenes y adolescentes: a las puntuaciones en los ocho factores del cuestionario obtenidas en muestras de nomaltratadas le siguen con grandes diferencias las mayores puntuaciones que obtiene la muestra de maltratadas por agresores que tan solo muestran sus conductas abusivas con ellas (especialistas), mientras que los mayores valores son encontrados en la muestra de maltratadas por agresores generalistas, quienes no solo manifiestan sus conductas violentas con su pareja. Esta tendencia se constata de manera concreta mediante el MANOVA practicado en los factores de Humillación, Coerción y Violencia basada en Género, a los que habría que añadir los de Desapego, Violencia Física y Castigo Emocional considerando los tamaños de efectos. Estos datos hacen necesario que la identificación del agresor como generalista o especialista sea considerada en futuras investigaciones.
Evidentemente no defendemos la presencia o existencia de dos tipos de violencia de pareja, sino de dos perfiles: en el primer caso, es ejercida por agresores que tan solo la manifiestan con sus parejas (especialistas), y en el segundo caso, por agresores que, además de mostrarse violentos con sus parejas, extienden estas manifestaciones fuera de dicha relación (generalistas). Mientras que, en el primer caso, los estudios no han señalado indicadores psicopatológicos relevantes, en el segundo sí (Capaldi et al., 2012, Varley Thornton, Graham-Kevan y Archer, 2010).
Destacamos asimismo que los agresores generalistas lo son mayoritariamente con sus amigos o pares, aspecto éste que ha sido considerado como un importante predictor de la DV (Capaldi et al., 2012) y que confirmamos a través de nuestro estudio.
Una de las limitaciones de nuestro trabajo ha sido el sistema de clasificación utilizado: los criterios de agrupación se han basado en la combinación simple de respuestas a varias preguntas incluidas en el cuestionario: «¿Te sientes o te has sentido maltratado/a en tu pareja?» y «¿Te sientes o te has sentido miedo en tu relación de pareja?». No obstante, es importante considerar la circunstancia de que constituye el sistema habitual de información en este tipo de estudios, por lo que se hace necesaria la realización de estudios que se propongan como objetivo la comprobación y, especialmente, el nivel de correspondencia entre la información aportada por víctimas y agresores de la misma pareja. La confiabilidad y credibilidad de las fuentes de información es un elemento a considerar especialmente (Armstrong, Wernke, Medina y Schafer, 2002; Bell y Naugle, 2007). La complejidad de este asunto no nos permite abordarla en nuestro caso, pero desde luego supone un tema de sumo interés que necesita de mayor atención.
El segundo criterio empleado, la distinción entre violencia general y exclusiva contra la pareja ha sido realizada en base a las respuestas de las víctimas sobre la conducta violenta de sus parejas, sin que se hayan utilizado sistemas de validación de sus propias percepciones.
Se comprobó mediante la pregunta: «¿Tu pareja se muestra violenta con otras personas?» (otros amigos, compañeros, etc.). Como en otras muchas publicaciones (Crane, Easton y Devine, 2013; Herrero, Torres, Rodríguez-Díaz y Juarros-Basterretxea, 2017; Varley-Thornton et al., 2010), se ha utilizado la medida de un solo ítem para evaluar el tipo de violencia fuera del núcleo de la pareja, lo que ha podido suponer una amenaza a la validez de las respuestas.
Nuestros resultados, de confirmarse en estudios posteriores, tienen importantes implicaciones. La primera de ellas, a nivel conceptual, en el sentido de que la alta comorbilidad de la conducta violenta hallada en nuestro estudio, indica que muchos agresores varones no solo se muestran violentos con sus parejas, sino también con otras personas, sean o no de su entorno familiar. En este sentido, la diferenciación entre agresores generalistas y especialistas podría estar determinada no ya con predictores relacionados, como ejemplo, con el sexismo tal como tradicionalmente se ha venido señalando, sino con predictores de violencia estables y altamente consistentes transituacionalmente. Esto apunta a la necesidad de un cambio añadido y/o adicional en los planes de actuación en las campañas de prevención, las cuales están mucho más centradas en la modificación y cambio de los predictores específicos de la IPV y DV y menos atentas a los correspondientes a la violencia más generalizada.