INTRODUCCIÓN
La familia es un sistema de estructura diversa, origen de las interacciones sociales de cada individuo. A través de esas interacciones, la persona es capaz de consolidar varios componentes de la personalidad y de su conducta que favorecen o no a su desarrollo óptimo tanto a nivel cognitivo, como moral y social (González, 2008). Dentro del espectro de conductas que se desarrollan en la familia el presente artículo se centrará en la mentira, concretamente en la de carácter más antisocial.
La mentira tiene gran importancia en el desarrollo de la moralidad de los niños1 y puede tener consecuencias negativas en las relaciones interpersonales. Por ejemplo, podría ocasionar desconfianza en las personas cuidadoras y un empeoramiento progresivo de la comunicación. Además, el estudio del desarrollo de esta conducta tiene implicaciones más generales, como una mayor comprensión del desarrollo social. A pesar de la importancia de esta conducta son pocos estudios los que se han centrado en la infancia y adolescencia. Únicamente se ha estudiado de manera amplia en ámbitos jurídicos y en torno al abuso sexual, pero no en contextos cotidianos como la propia familia, donde podría tener repercusiones en las interacciones interpersonales primarias y secundarias en un futuro.
En el presente trabajo la mentira antisocial se define como "el intento deliberado, exitoso o no, de ocultar, generar, y/o manipular de algún otro modo información factual y/o emocional, por medios verbales y/o no verbales, con el fin de crear o mantener en otra(s) persona(s) una creencia que el propio comunicador considera falsa" (p. 147) (Masip, Garrido y Herrero, 2004). Esta definición tiene tres características básicas propias de este comportamiento en nuestra especie (Coleman y Kay, 1981): falsedad, consciencia e intencionalidad. La información que se proporciona es falsa, es decir, que la proposición contiene información incorrecta. Además, el remitente es consciente de la falsedad de la información, y su intención es engañar al receptor. El tipo de mentira antisocial conlleva consecuencias más negativas que las mentiras denominadas blancas o prosociales, éstas se enseñan a los niños con el objetivo de evitar opiniones de manera directa y contundente que puedan herir los sentimientos de otras personas (Talwar, Murphy y Lee, 2007).
OBJETIVOS DEL ESTUDIO
Dada la importancia de la mentira antisocial en el desarrollo cognitivo y social de los niños, y teniendo en cuenta que las prácticas de crianza o estilos parentales podrían influir en el desarrollo y mantenimiento de la mentira en éstos, uno de los objetivos de este trabajo es presentar los modelos teóricos que explican el desarrollo de la mentira antisocial y la influencia de las prácticas parentales en la adaptación de los niños y adolescentes, en base a una revisión narrativa. Sin embargo, el objetivo principal de este trabajo es identificar las prácticas parentales que fomentan el desarrollo de las mentiras antisociales de los niños y adolescentes en situaciones cotidianas, a través de una revisión sistemática utilizando el protocolo PRISMA.
Modelos teóricos sobre el desarrollo cognitivo de la mentira antisocial
Dentro del desarrollo cognitivo hay consenso en que la edad de inicio del desarrollo de la mentira antisocial se sitúa alrededor de los 3 años y se desarrolla rápidamente durante los años preescolares dando lugar a una evolución con la edad de la complejidad de ésta, además de un aumento durante la primera infancia (Talwar y Lee, 2002, 2008). Este aumento disminuye posteriormente conforme va llegando la adolescencia donde las mentiras se presentan de manera más sofisticada y mediante el ocultamiento (Evans y Lee, 2011). En investigaciones basadas en el Paradigma de la resistencia a la tentación, se observó que los participantes mayores de 3 años, en general mentían, pero solamente lo hacían el 50% de los participantes de 3 años (Talwar y Lee, 2002). Dichos resultados fueron similares a los encontrados por Lewis, Stranger y Sullivan (1989) con el mismo paradigma e incluso utilizando otros paradigmas como el de juegos competitivos de Peskin (1992).
La aparición de este comportamiento mentiroso implica tanto el desarrollo de la capacidad lingüística como de la Teoría de la Mente (ToM) (Camacho, 2005). En cuanto al desarrollo de la capacidad lingüística existe investigación (Lewis et al., 1989) que examina la capacidad de los niños en ocultar su lenguaje no verbal y verbal cuando mienten. Estos estudios concluyen que los niños tienen una gran capacidad para manipular su lenguaje no verbal, produciendo que la mayoría de las personas adultas no sean capaces de discriminar cuando los niños mienten o no (Talwar y Lee, 2002). Además, se ha percibido que cuando los niños menores de 8 años mienten, dan una explicación de la respuesta mentirosa en la cual tienden a aumentar su comportamiento expresivo tanto positivo como negativo. Asimismo, a medida que va aumentando la edad de los niños, la manera de ocultar la mentira pasa de expresiones exageradas a fingir ignorancia y no responder a las preguntas sobre la mentira, como nueva estrategia de ocultamiento tras la negación de una transgresión que han cometido (Talwar, Gordon y Lee, 2007).
Por otro lado, la ToM es la capacidad para atribuir estados mentales a uno mismo y a los demás (Woodruff y Premack, 1978). El papel del desarrollo de la ToM es otro de los hitos importantes implicados en este comportamiento, estudiado en ocasiones como un módulo en el que convergen diversas habilidades, las cuales se van desarrollando junto con el aumento de la edad y las habilidades cognitivas (Camacho, 2005). La evaluación de esta capacidad se ha medido mediante la tarea de falsa creencia que determinaba la comprensión de las creencias de primer orden (diferenciación entre estados mentales propios y ajenos, y alguna conciencia de la capacidad de otros organismos de tener estados mentales de creencia), y de segundo orden (capacidad que tienen los niños de atribuir falsas creencias a los demás) (Wimmer y Perner, 1983). Se ha constatado que las mentiras prosociales de los niños se asocian a una mayor capacidad de ToM que las mentiras antisociales (Lavoie, Yachison, Crossman y Talwar, 2017). Por tanto, la estrategia de fingir ignorancia se relaciona directamente con la comprensión de las creencias de segundo orden (Talwar, Gordon et al., 2007), ya que, los niños que tienen puntuaciones más bajas en creencias de segundo orden también fingen peor y viceversa, mostrando así, la relación entre el control verbal de las mentiras y el desarrollo de la ToM. No obstante, la capacidad de regular la expresión no verbal en relación con la mentira no está relacionada con la comprensión de creencias de segundo orden y podría ser la razón de que esta capacidad fuera un hito de desarrollo anterior, el cual se relacionaría con la comprensión de las creencias de primer orden (Talwar, Murphy et al., 2007).
Una de las teorías que dan mejor perspectiva para entender los hallazgos sobre el desarrollo de la mentira en niños, es la teoría del acto del habla de Austin (1962), la cual plantea que las declaraciones verbales no son meras descripciones de algunos estados de cosas, sino acciones llevadas a cabo intencionalmente para cumplir funciones sociales. Por lo tanto, los actos de habla implican hacer cosas con palabras que sirven como herramientas, es decir, que mentir sería hacer cosas engañosas con palabras. Además, como cualquier forma de acto de habla, la mentira se rige por los componentes de intencionalidad y convencionalidad. Por lo que será importante controlar ambos componentes para mentir y mentir bien. El primero se refiere a los estados mentales involucrados en el habla, muy relacionados con el desarrollo de la teoría de la mente, mientras que el segundo se refiere a las reglas sociales que rigen la conversación mediadas por las diferentes culturas. Con la edad ambas competencias se van desarrollando y las personas son capaces de mentir mejor. En ello influirá el óptimo desarrollo de sus capacidades cognitivas, y, por otro lado, y de manera muy relevante, la interiorización de la propia cultura y de las reglas sociales aprendidas, principalmente en el contexto de la familia (Lee, 2013).
Estilos de crianza y adaptación de los hijos
Los estilos de crianza y prácticas de cuidado pueden influir en el desarrollo de un individuo desde que nace y deberían ser explorados con relación a problemas de comportamiento de los niños. Diversos estudios han encontrado que determinadas prácticas de crianza son menos capaces de predecir el bienestar general del niño (Darling, 1999). Por ello, parece lógico pensar que la mentira se pueda relacionar con estilos de crianza inadecuados.
Baumrind (1991) planteó la clasificación de tres estilos de crianza: democrático, autoritario y permisivo; más tarde Maccoby y Martin (1983) añadieron el cuarto estilo: negligente. Por un lado, los resultados de diversos estudios (Jorge y González, 2017; Weiss y Schwarz, 1996) muestran como los hijos cuyos progenitores han ejercido un estilo de crianza democrático se han calificado como más competentes tanto social como instrumentalmente. Aunque algunos autores han indicado que el estilo de crianza más idóneo podría variar en función del contexto cultural (García y Gracia, 2010; Kotchick y Forehand, 2002). Por otro lado, los niños cuyos progenitores no se han involucrado en la crianza, como corresponde al estilo de crianza de carácter más negligente, son los que peor desempeño han mostrado en los diferentes ámbitos del desarrollo. En la mayoría de los casos, en aquellos estilos o prácticas donde prima la calidez de los padres y madres, la competencia social y los comportamientos prosociales priman en el desarrollo de los menores. Mientras que la exigencia y el control, serían predictores de un aumento de la competencia instrumental y el control del comportamiento, careciendo en ocasiones de calidad en las interacciones sociales (Jorge y González, 2017).
MÉTODO
Se llevó a cabo una revisión sistemática aplicando el nuevo protocolo PRISMA, para determinar la integridad y transparencia de la revisión sistemática incorporando nuevos aspectos conceptuales y metodológicos. Este objetivo se consigue mediante la consecución de 27 ítems y siguiendo las directrices del protocolo (Elementos de informes preferidos para revisiones sistemáticas y metaanálisis) (Urrútia y Bonfill, 2010).
Estrategia de búsqueda
Para identificar todos los artículos potencialmente relevantes para el objetivo de la revisión, se realizaron búsquedas sistemáticas en las principales bases de datos en el ámbito de la psicología. La búsqueda bibliográfica final se realizó en diciembre de 2020, utilizando las bases de datos electrónicas Scopus (considerada la mayor base de datos de citas y resúmenes de bibliografía revisada por pares), Web of Science (plataforma multidisciplinaria más grande con estudios de alta calidad) y PsycInfo (considerado el recurso más completo en ciencias del comportamiento y salud mental). La búsqueda sistemática se realizó en base a publicaciones desde 1890 a 2020, incluyendo artículos científicos, capítulos de libros y libros. En esta fase se podría indicar la existencia de sesgos de publicaciones en cuanto a trabajos presentados en congresos, y en cuanto a publicaciones que se encuentran fuera de las bases de datos. Los términos de búsqueda utilizados para la mentira fueron 12: "lie", "lies", "deception", "dishonesty", "falsehood", "untruth", "deceit", "mendacity", "fib", "flam", "disclosure" y "secrecy". No obstante, para las prácticas o estilos parentales se utilizaron 17 términos: "parenting", "parenting style", "parenting practises", "child rearing", "child", "children", "kid", "kids", "infant", "minors", "minor", "teen", "teens", "teenager", "teenagers", "adolescent" y "adolescents". Además, se revisaron las referencias de los artículos seleccionados, obteniendo un total de 2.284 resultados tal y como se presentan en la Tabla 1.
Extracción de datos
Tras la búsqueda se exportaron todas las referencias al gestor bibliográfico RefWorks donde se eliminaron los duplicados. Posteriormente los datos se gestionaron en un archivo Excel donde se realizó la primera selección. Este archivo Excel puede ser solicitado a las autoras. La información exportada al Excel de cada artículo incluye los siguientes campos: tipo de publicación (artículo, libro…), autores, título, resumen, revista, año de publicación, DOI, links y base de datos.
Selección de estudios y criterio de elegibilidad
La primera selección se realizó mediante la lectura de títulos y resúmenes, optando por los estudios que aparentemente podrían ser de interés, excluyendo además aquellos que no fueran en inglés y español. Posteriormente, los artículos elegibles se identificaron mediante la revisión de textos completos utilizando previamente criterios de exclusión e inclusión. Los criterios de inclusión utilizados se refieren a estudios que evalúan la relación entre los estilos o prácticas parentales y las mentiras antisociales en niños o adolescentes (2-18 años) y artículos publicados en inglés o español. Por tanto, los criterios de exclusión hacen referencia a publicaciones en idiomas que no fueran inglés o español, revisiones teóricas, meta-análisis, revisiones sistemáticas, estudios no experimentales, artículos sobre instrumentos o programas y estudios en los que no se recopilaron datos cuantitativos. También se valoró la exclusión de los artículos que trabajaban con población no normativa o que la relación con la mentira estuviera mediatizada por casuísticas concretas como enfermedades, y principalmente, estudios que no examinen la relación entre los estilos o prácticas parentales y las mentiras en niños y adolescentes y que el tipo de mentira estudiada en la relación no incluya las de tipo antisocial (ver Figura 1).
RESULTADOS
Tras la selección realizada en base a los criterios de inclusión y exclusión que observamos en la Figura 1, obtenemos 13 estudios que tienen en común el análisis de relaciones entre las prácticas de crianza o estilos parentales y el comportamiento de mentiras antisociales de los hijos menores de edad. Las características principales de los 13 estudios se exponen en la Tabla 2. En la columna de Resultados se encuentran las evidencias empíricas de los estudios seleccionados en cuanto a la relación entre prácticas de crianza y comportamiento mentiroso de los hijos. Los resultados encontrados son contradictorios, tal vez debido a la variedad de los paradigmas aplicados, instrumentos utilizados, contextos diferentes o edad de los niños y adolescentes.
En cuanto a la relación de la mentira con los estilos de crianza, en algunos estudios se ha observado que la conducta mentirosa se relaciona positivamente con la disciplina agresiva (Mojdehi, Shohoudi y Talwar, 2020; Waller et al., 2012) y con el estilo parental democrático (Lavoie, Wyman, Crossman y Talwar, 2018; Talwar, Lavoie, Gómez-Garibello y Crossman, 2017). Sin embargo, Talwar, Lavoie y Crossman (2019) no encontraron ninguna relación significativa entre las prácticas de crianza y las mentiras antisociales.
Otra conclusión relevante se refiere a la relación positiva entre la crianza de apoyo a la autonomía y la divulgación de información de forma voluntaria, e inversamente con el secretismo. El mayor apoyo en la autonomía del niño se asocia con un menor nivel de registro de mentiras (Baudat, Van Petegem, Antonietti y Zimmermann, 2020; Cumsille, Darling y Martínez, 2010). Estos resultados están en la línea de los encontrados por Bureau y Mageau (2014), donde las prácticas de autonomía se relacionaban con el valor de la sinceridad para los menores. Además, Cumsille et al. (2010) encontraron que la mentira se asociaba a las relaciones paterno-filiales caracterizadas por una baja calidez y falta de comunicación. Ma, Evans, Liu, Luo y Xu (2015) encontraron que el control de los progenitores se relacionaba con un menor nivel de mentiras. Del mismo modo, Stouthamer-Loeber y Loeber (1986) encontraron que el bajo nivel de supervisión y disciplina se relacionaba con un mayor número de mentiras, así como el rechazo emocional por parte de los progenitores. Estos resultados son coherentes con los hallazgos de Cumsille et al. (2010) sobre la falta de calidez en las relaciones paterno-filiales y el comportamiento mentiroso.
En cuanto al modelo de la sinceridad/mentira, Hays y Carver (2014) observaron que cuando un adulto mentía a los escolares de 3 a 7 años antes de realizar el Paradigma de resistencia a la tentación, los niños tenían mayor probabilidad de mentir que cuando la persona adulta no mentía. Estos resultados confirmarían que el modelado de la mentira influye en el comportamiento mentiroso de los niños. En la misma línea Lavoie, Leduc, Crossman y Talwar (2016) encontraron que los niños mentían más para protegerse cuando los progenitores consideraban las mentiras inaceptables, en comparación con los progenitores que consideraban que las mentiras podrían ser aceptables. Sin embargo, Dykstra, Willoughby y Evans (2020) analizaron una muestra de escolares entre 8 y 14 años, pero no encontraron ninguna asociación entre prácticas de crianza orientadas a la sinceridad o el modelado de la mentira y el nivel de mentiras de los hijos.
DISCUSIÓN
A medida que los niños van creciendo adquieren mayor conciencia de la realidad, y empiezan a utilizar la mentira de forma intencionada para obtener ciertos beneficios, para ocultar algo o para llamar la atención. Mentir puede convertirse en un camino fácil para resolver o enfrentarse a determinadas situaciones, sin embargo, también puede tener consecuencias como la falta de credibilidad de la persona en diferentes ámbitos. La conducta mentirosa se desarrolla a partir de los tres años y va aumentando con la edad (Bureau y Mageau, 2014; Dykstra et al., 2020; Hays y Carver, 2014; Talwar et al., 2019). Este hito del desarrollo podría estar relacionado con un mayor desarrollo de la capacidad cognitiva, en relación a la inteligencia y al funcionamiento ejecutivo, que daría lugar a la promoción de la ToM y al desarrollo del control inhibitorio, entre otras capacidades (Ma et al., 2015; Talwar et al., 2017; Talwar et al., 2019). El control inhibitorio estaría muy relacionado con la adquisición de límites en esta etapa, los cuales son transmitidos principalmente por las figuras de cuidado principales dentro del entorno familiar. Tanto el estilo autoritario como el democrático se caracterizan por el control de manera relevante (Baumrind, 1991). De acuerdo con los resultados de la revisión sistemática, el estilo democrático y la disciplina agresiva se relacionan con la conducta mentirosa lo que hace pensar que la existencia de control por parte de los cuidadores conlleva el desarrollo de la conducta mentirosa. Lavoie et al. (2018) indicaron que los padres y madres al castigar el comportamiento mentiroso de sus hijos, podrían propiciar este comportamiento. Los resultados de los estudios sobre las motivaciones para mentir de los menores se encuentra la evitación del castigo (Bureau y Mageau, 2014). Sin embargo, Ma et al. (2015) encontraron una relación inversa entre el control y la mentira antisocial.
También hay evidencias empíricas que indican que el apoyo de la autonomía se relaciona con un menor nivel de mentiras de los niños y adolescentes (Baudat et al., 2020; Bureau y Mageau, 2014; Lavoie et al., 2018; Mojdehi et al., 2020; Waller et al., 2012). La divulgación y comunicación abierta entre menores y cuidadores favorece la sinceridad, ya que en contextos de autonomía no existe tanta motivación para mentir, puesto que los menores sienten que sus cuidadores son de confianza y se interesan por ellos (Baudat et al., 2020). De hecho, Cumsille et al. (2010) encontraron que la calidez de las relaciones paternofiliares se asocia a la sinceridad, mientras que el rechazo emocional por parte de los progenitores aumenta el comportamiento mentiroso (Stouthamer-Loeber y Loeber, 1986).
En cuanto al modelado de sinceridad/mentira, en dos estudios se encontró una relación positiva (Hays y Carver, 2014; Lavoie et al., 2016), mientras que en otro estudio no se encontró ninguna relación (Dykstra et al., 2020). Es posible que el modelado sinceridad/mentira se dé solamente en edades tempranas, pero no a partir de la preadolescencia. Como se señalan Lavoie et al. (2016), es posible que los progenitores eduquen a sus hijos de manera diferente según la edad entorno a la mentira, por el nivel comprensivo de los menores.
A modo de limitación, cabe indicar, que en la revisión sistemática los estudios son escasos, y los objetivos, paradigmas e instrumentos de evaluación muy diversos. A pesar de ello, se ha podido llegar a algunas conclusiones generales. La selección de los estudios y codificación de las variables fueron realizadas por una de las autoras con experiencia previa, pero se considera una limitación del estudio el hecho de que estas tareas fuesen realizadas por una sola persona por el nivel de subjetividad que conlleva tomar decisiones en cada una de las fases del proceso de selección y posterior análisis.
CONCLUSIONES
Las prácticas y estilos parentales asociados a la mentira en contextos cotidianos y no judiciales no ha sido objeto prioritario de investigación, a pesar de ser una de las conductas más normalizadas en las relaciones interpersonales desde la infancia con diversos fines prosociales y antisociales. Las mentiras piadosas o mentiras blancas son necesarias en ocasiones para amortiguar el impacto emocional de información sincera, siendo incluso transmitida de los cuidadores hacia los menores como maneras óptimas de socialización. No obstante, las mentiras antisociales, a pesar de tener una función de solución inmediata para los menores se han relacionado con problemas de comportamiento y un posterior empeoramiento de las relaciones interpersonales. La mentira de los niños está influenciada por una interacción compleja de factores cognitivos y socioemocionales (Talwar et al., 2017). De la revisión sistemática se deduce que la disciplina agresiva, el rechazo emocional y una supervisión parental pobre se relacionan con el comportamiento mentiroso de los niños. Sin embargo, el apoyo a la autonomía en la adolescencia se asocia con un menor nivel de mentiras antisociales. En futuros estudios convendría estudiar la mentira antisocial de los adolescentes, porque las mentiras son más sofisticadas y tienen características diferenciales respecto a la mentira infantil (Evans y Lee, 2011).