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Archivos de la Sociedad Española de Oftalmología

versión impresa ISSN 0365-6691

Arch Soc Esp Oftalmol vol.80 no.2  feb. 2005

 

EDITORIAL


LA PROFESIÓN DE MÉDICO OFTALMÓLOGO. 
ASPECTOS ÉTICOS

ETHICAL ASPECTS OF THE PROFESSION OF OPHTHALMOLOGIST

CHAQUÉS ALEPUZ VJ1

La división del trabajo, a lo largo de la historia, ha conducido a la aparición de las ocupaciones, oficios y profesiones.

Como recuerda Diego de Gracia (1), el término profesión, derivado del latín professio, tiene un origen primariamente religioso, relacionado con la confesión expresa de una fe y con la consagración pública a tareas vinculadas con tal creencia. Es por ello por lo que las primeras profesiones, en el sentido estricto y etimológico del término, tuvieron un carácter netamente sacerdotal. Esos profesionales fueron los médicos, los jueces y los sacerdotes.

La Medicina, desde sus orígenes en la Grecia clásica, tuvo esta impronta de consagración públicamente reconocida al ejercicio de una actividad fundamental para el bienestar individual y colectivo, la de la curación, en la que se ponía a Dios mismo por testigo y garante de la rectitud y del buen hacer. Este compromiso público de entrega perpetua y absoluta se hacía bajo la fórmula de un juramento, cuyo fundamento no podía ser simplemente jurídico, sino moral y religioso. Esto proporcionaba a la profesión médica un modelo de responsabilidad que no era primariamente jurídica, sino ética (2).

Este diferente modo de afrontar la responsabilidad —más en términos morales que jurídicos—, junto con la elevada cualificación teórica y práctica en un determinado campo del saber con relevancia para la vida de una comunidad, es lo que ha distinguido clásicamente las «profesiones» de los meros «oficios».

Un hecho importante en la consideración de la Medicina como profesión, no sólo en el sentido ético-religioso esbozado, sino en un sentido burocrático, lo constituye la creación de una estructura organizada que monopoliza tanto la formación de los médicos y su titulación como su ejercicio dentro de la sociedad. Estas estructuras son los colegios de médicos, el primero de los cuales fue creado en Inglaterra por Enrique VIII, el Royal College of Physicians.

En la época actual, podemos definir, junto con Adela Cortina, una profesión como la actividad especializada de una persona, con la que se gana habitualmente su sustento, en un mundo en el que la fuente principal de ingresos de buena parte de la población es el trabajo (3).

Sin embargo, la profesión no es sólo eso. No es sólo un instrumento individual para conseguir el dinero con el que mantenerse, sino bastante más.

En primer lugar, porque la actividad profesional ella misma cobra su sentido y legitimidad social al perseguir unas determinadas metas o BIENES INTERNOS, que no son otra cosa que el fin de dicha profesión, desde la salud del paciente a la información de los ciudadanos, o desde la óptima gestión de los recursos al progreso del conocimiento.

La actividad profesional no es sólo un medio para conseguir una meta que está situada fuera de ella (el ingreso), sino una actividad que tiene el fin en sí misma. Por decirlo con Aristóteles, no es poiesis, acción mediante la cual se obtiene un objeto situado fuera de ella, sino prâxis, acción que se realiza por sí misma; no es prâxis atelés, sin fin interno, sino prâxis teleía, que contiene en sí misma el fin (3).

El ejercicio de las profesiones comporta, además, unos BIENES EXTERNOS —también lícitos y deseables— en todas ellas: dinero, prestigio y poder.

El problema surge cuando los bienes internos son sustituidos por los bienes externos, haciendo del dinero, el prestigio o el poder la única motivación del profesional. Ello daría lugar a la pérdida de confianza y credibilidad de dicho cuerpo profesional ante la sociedad. Valores éstos, que son esenciales, no tienen precio, fáciles de dilapidar pero que necesitamos generaciones para rehabilitar.

Evidentemente, quien ejerce una profesión puede buscar con ella únicamente lograr el sustento, y, en tal caso, ése será su móvil subjetivo, pero conviene recordar que ésa no es la meta de la profesión misma, no es el fin que le da sentido y legitimidad social (4). Por eso, quien ingresa en la profesión debe intentar alcanzar la meta que le da sentido, y la sociedad puede reclamarle explícitamente en cualquier momento que lo haga.

En segundo lugar, la profesión no es sólo una actividad individual, sino ejercida por un conjunto de personas, de «colegas» en el sentido amplio del término (pertenecientes al mismo collegium, más o menos institucionalizado), que, con mayor o menor conciencia de ello, forman una cierta comunidad, porque deben perseguir las mismas metas, utilizan la misma jerga, se sirven de unos métodos comunes y asumen el êthos, el carácter de la profesión.

Por otra parte, y en tercer lugar, el ingreso en una actividad y en una comunidad profesional determinadas dota al profesional de una peculiar identidad y genera en él un peculiar sentido de pertenencia.

Por eso, la profesión es social y moralmente mucho más que un medio individual de procurarse el sustento. Podríamos caracterizarla como una actividad social cooperativa, cuya meta interna consiste en proporcionar a la sociedad un bien específico e indispensable para su supervivencia como sociedad humana, para lo cual se precisa el concurso de la comunidad de profesionales que como tales se identifican ante la sociedad.

Uno de los requisitos tradicionales para considerar profesional una actividad consiste en que quienes la ejercen se colegien, constituyan corporación.

Estos colegios, si quieren realizar la tarea que les corresponde, no sólo deben defender los intereses de los profesionales o denunciar el intrusismo, sino además deben diseñar, de forma responsable, cuáles son las buenas prácticas de la profesión y cuáles las malas, teniendo en cuenta que la profesión es una actividad social que cobra su sentido de perseguir una meta, la de proporcionar un bien específico.

No se trata entonces tanto de generar reglas como de señalar qué tipo de prácticas ayudan a alcanzar la meta de la profesión y cuáles no, qué valores y principios es preciso encarnar para proporcionar a la sociedad el bien que le es debido (3).

Así pues, importa revitalizar las profesiones (5), recordando cuáles son sus fines legítimos y qué hábitos es preciso desarrollar para alcanzarlos. A esos hábitos, que llamamos «virtudes», ponían los griegos por nombre aretei, «excelencias». «Excelente» era para el mundo griego el que destacaba con respecto a sus compañeros en el buen ejercicio de una actividad. «Excelente» sería aquí el que compite consigo mismo para ofrecer un buen producto profesional; el que no se conforma con la mediocridad de quien únicamente aspira a eludir acusaciones legales de negligencia.

Frente al êthos burocrático de quien se atiene al mínimo legal, pide el êthos profesional la excelencia, porque su compromiso fundamental no es el que les liga a la burocracia, sino a las personas concretas, a las personas de carne y hueso, cuyo beneficio da sentido a cualquier actividad e institución social. Por eso, no es tiempo de despreciar la vida corriente, sino de introducir en ella la aspiración a la excelencia (3).

La ética de las profesiones, como ética aplicada, pretende hacer excelente la vida cotidiana y nos identificamos con aquellos que piensan que hacer excelente la vida cotidiana constituye una auténtica revolución social, al ayudar a construir una sociedad más justa.

En la línea de todo lo expuesto y dados los tiempos que corren, consideramos que debe materializarse la existencia del «collegium» profesional de los médicos oftalmólogos. Debe ser, a mi entender, la Sociedad Española de Oftalmología, y así lo contemplan las últimas reformas estatutarias, quien asuma este papel, aunque sólo sea por una cuestión de mantener y mejorar nuestra credibilidad social y nuestro futuro profesional.


1 Doctor en Medicina

  

BIBLIOGRAFÍA

1. Gracia D. Fundamentación y enseñanza de la bioética. En: Estudios de bioética. Santa Fe de Bogotá: Ed. El Búho; 1988.

2. Simón Lorda P, Barrio IM. Medicina y enfermería. En: A. Cortina; J. Conill. Diez palabras clave en ética de las profesiones. Estella: Ed. Verbo Divino; 2000; 213-248.

3. Cortina A. El sentido de las profesiones. En: A. Cortina; J. Conill. Diez palabras clave en ética de las profesiones. Estella: Ed. Verbo Divino; 2000; 13-28.

4. Cortina A. Ciudadanos del mundo. Madrid: Ed. Alianza; 1997.

5. Cortina A. Hasta un pueblo de demonios. Madrid: Ed. Taurus; 1998.

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