Existe una alta prevalencia de enfermedad renal crónica (ERC) a nivel mundial (1 ) y a medida que progresa la proporción de pacientes que presentan desgaste proteico energético aumenta. Conseguir prevenir su aparición solo puede conseguirse estableciéndose una monitorización adecuada del estado de nutrición, donde la composición corporal juega un papel determinante para su evaluación.
Dado que no existe una herramienta única para el diagnóstico del desgaste proteico energético (DPE), debemos aglutinar las más sencillas, reproducibles, no observador dependiente, con coste adecuado y que nos sean de utilidad para tomar decisiones en la práctica clínica (2).
Para el estudio de composición corporal el “gold standard” es el DXA para medir directamente los compartimentos graso, magro, muscular y mineral, pero no el agua corporal. Tiene el inconveniente de su coste elevado, que no es portátil y que lógicamente se suele tener en algún servicio centralizado y su accesibilidad no siempre es fácil (Fig. 1).
El principio de la bioimpedancia es considerar el cuerpo como un condensador cilíndrico (único en total) y (5 en segmental), y, a través de unos electrodos, hacer pasar una corriente a voltaje único de 50 khz (monofrecuencia) o con distintas frecuencias (multifrecuencia) que nos darán los mismos parámetros que se unificarán para dar la corporal partiendo de la hidratación.
El desarrollo de la bioimpedancia en sus distintas versiones nos ha ofrecido una herramienta sencilla, de coste razonable, que fundamentalmente mide resistencia, reactancia y ángulo de fase, y con ello el estado de hidratación a través del agua corporal total y su distribución en los diferentes compartimentos; a partir de estas medidas, nos calcula la masa celular, masa magra, masa grasa y muscular a través de fórmulas desarrolladas. En la evolución de las diferentes versiones de los softwares se han ido incluyendo parámetros como medida de grasa visceral, contenido mineral óseo, tasa de filtrado glomerular o agua intravascular, intersticial o transcelular en los más desarrollados. Existen estudios en los que se han comparado las diferentes BIAS estableciendo concordancias entre ellas y con el “gold estándar” como en el artículo que se publica en este número de la revista Nutrición Hospitalaria (2-5).
Así pues, la primera condición para interpretar la BIA es ver el estado de hidratación para poder saber si se sobreestima o subestiman los parámetros calculados (6-8). En pacientes con ERC no en diálisis, conocer el agua corporal total y su distribución es básico para interpretar aparición de edemas, HTA volumen dependiente y cociente agua extracelular/intracelular que nos va a dar la respuesta a diuréticos. En pacientes en HD y DP también nos dará la tolerancia a ultrafiltración, completándola con parámetros bioquímicos de nutrición e inflamación (9-12).
Manteniendo al paciente próximo a la normohidratación y dado que cada paciente es control de sí mismo podemos ver la variación de la composición corporal y con ayuda de la antropometría (si tenemos personal entrenado para ello) corroborar el diagnóstico con la medida de pliegues y circunferencias.
Se debe de considerar la contribución de la BIA a la hora de analizar los compartimentos de masa magra, grasa y muscular ayudando a la detección de sarcopenia y DPE.
Cabe resaltar que existe evidencia de que algunos parámetros como el ángulo de fase o el cociente agua extracelular/intracelular, así como la hiperhidratación, como se refiere en uno de los artículos de este número, se consideran como parámetros predictores de mortalidad cuando aparecen alterados (10-13). En pacientes incidentes en hemodiálisis puede ayudar a conservar la función renal residual si su uso es optimizado, evitando ultrafiltración excesiva.
Por todo ello la BIA es una herramienta útil y de fácil manejo para detectar malnutrición a través de cambios en la composición corporal, siendo útil en el caso de pacientes con enfermedad renal crónica, tanto antes de entrar como en la etapa de terapia renal sustitutiva como muestra el estudio CRIC.