La divulgación científica a través de las redes sociales es fácil y rápida, lo que resulta muy útil para dar una gran visibilidad inmediata al conocimiento tanto para los profesionales como para la población general. Sin embargo, dicha comodidad podría empujar a dejar de lado la divulgación de la discusión argumentada y la investigación como fuente de conocimientos contrastados cuyo vehículo natural es la revista científica.
Hoy en día, nadie duda del papel de la tecnología digital en la difusión del conocimiento en todos los ámbitos, sin exceptuar la salud. En el año 2018, España, con 46,38 millones de habitantes, se contabilizó que un 86,4% disponía de internet en casa, de los que alrededor del 85,8% realizaba búsquedas de información y el 66,1% eran activos en las redes sociales.1 Ese mismo año, con una tendencia ascendente, el 55% de la población acudió a un motor de búsqueda de internet para resolver sus dudas de salud.2 Asimismo, las redes sociales ha facilitado la interacción interpersonal y el contraste de opiniones, más y menos acertadas, sobre la información de salud obtenida en internet.
Los profesionales de la salud, como población general, también hacen uso de internet y de las redes sociales para temas de salud. No obstante, dicho uso no se limita al consumo de información sino que también se sirven de ellas como herramientas tanto para informar a la población como para divulgar y discutir el conocimiento entre iguales.3 Para ello, incluso existen publicaciones dirigidas a desarrollar las competencias digitales de los profesionales de la salud,4 con las que optimizar el uso de las redes sociales para difundir contenidos de valor en salud.
A este respecto, la revista Nature acaba de hacerse eco de las bondades de las redes sociales, en este caso Twitter, como palanca de cambio en la investigación médica, aludiendo a cuatro puntos: permitiendo un análisis inmediato bajo una crítica democratizada; generando foros de discusión; cambiando estructuras de poder que hacen cuestionar los cánones establecidos para la evaluación de revistas, profesorado e instituciones; y facilitando la actualización de profesionales a los que también permite su interacción.5
Si bien, en relación a la divulgación de la ciencia, las redes sociales también presentan sus limitaciones, muchas de las cuales no se presentan en el clásico formato existente como es la revista científica. Así, las redes sociales han alcanzado un relevante papel en la divulgación del conocimiento científico, pudiendo destacar el acceso a contenidos que en el pasado se perdían en el olvido de emisores y receptores de información. Sirva de ejemplo una búsqueda en la red social Twitter donde bajo el hashtag #SVAE (ambulancia dotada con enfermera y técnico de emergencias sanitarias y con recursos materiales suficientes para proporcionar un soporte vital avanzado) se pueden localizar numerosos mensajes, a favor y en contra, que permiten observar su implantación en casi toda España. Muchos de estos mensajes proceden de comunicaciones presentadas en eventos científicos (ver imagen 1).6 Paradójicamente, una búsqueda bibliográfica en bases de datos científicas específicas de dicho campo disciplinar, como pueden ser CUIDEN o CINAHL entre otras, no permite identificar ninguna publicación sobre el tema en el mencionado contexto.7
Esta paradoja tiene varias lecturas aunque, sin duda, pone de manifiesto que la red social también actúa como una fuente de información donde los contenidos quedan registrados a modo de base de datos que, posteriormente, pueden recuperarse. Esta situación podría replantear, en un futuro próximo, las estrategias de búsqueda de ciertos tipos de revisiones de la literatura, como puede ser la panorámica o exploratoria que incluye el mapeo de la extensión, amplitud y naturaleza de un fenómeno.8 No obstante, las redes sociales no presentan una sistemática en la indexación de mensajes ni un tesauro para su categorización, por lo que deberían jugar solo un papel complementario en las búsquedas de información científica. Las revistas incluidas en bases de datos presentan una indexación profesionalizada con criterios documentales, como los mencionados previamente, que permiten la gestión y tratamiento sistematizado de información.
Volviendo a las cuatro bondades de Twitter como red social, sería oportuno precisar varios aspectos. Sobre la inmediatez de análisis,5 es obvio mencionar la mayor facilidad y democratización que brinda una red social para contradecir un contenido en las redes sociales comparada con la que permite realizar una revista científica mediante una "Carta al director". Este desequilibrio no solo se debe a la mayor extensión sino también a la necesaria argumentación científica y la revisión previa que requiere la publicación de dicha carta al director. Este proceso, aunque arduo y lento, dota de una mayor garantía de rigor y calidad científica del contenido publicado, a la vez que facilita su recuperación mediante su indexación en las bases de datos de la materia.
Al respecto de la discusión en las redes sociales,5 sin revisión por pares por su propia estructura, todos los mensajes publicados están expuestos a la comunidad de usuarios de dicha red, por lo que los contenidos pueden ser revisados y rebatidos en su caso. En general, la masa crítica debería canalizar la discusión hacia la sensatez y veracidad.5 No obstante, cabe puntualizar que la capacidad de argumentación puede quedar limitada por la propia estructura de la red social, como puede ser la limitación en el número de caracteres, o que los seguidores de un influencer puedan trolear, sin filtros, a una persona con argumentos válidos hasta su abandono de la red social, motivados más por su fanatismo que por la veracidad de sus argumentos. En el ámbito de las revistas, el análisis por la comunidad científica tras la publicación es una estrategia de corrección cada vez más usada, denominada revisión posterior abierta (Post-peereview). Para tal fin, la revista Nature acaba de dar a conocer un listado de comprobación sobre la integridad de la investigación publicada, que pretende ser de utilidad tanto para la evaluación de manuscritos previa y posteriormente a la publicación.9Así, existen grupos profesionales dedicados a tal fin, como puede ser https://retractionwatch.com/. Sirva de ejemplo el sonado caso del médico español al que se le retiró el premio Nature tras sufrir nueve retracciones de sus investigaciones publicadas.10 En este sentido, han aparecido numerosas publicaciones tratando de denunciar las malas prácticas de los investigadores,11,12 incluso en el ámbito de las reuniones científicas.13 Precisamente, los investigadores han admitido realizar prácticas de dudosa ética científica hasta en un 33%.14 Estas desafortunadas prácticas parecen ser el resultado, en gran parte, de la presión que reciben los investigadores y que queda ilustrada en el tan citado aforismo "publish or perish",15 es decir, publicar para tener éxito en la carrera científica o desaparecer. Presión que puede resultar más acuciante en aquellos ámbitos disciplinares con mayor repercusión social y económica. La Declaración de Singapore por la Integridad en la Investigación y el HONcode (https://www.hon.ch/HONcode/) como código de ética para las páginas web con información de salud cobran más sentido que nunca.16 Habría que pensar en la posibilidad de que existiera algo similar para las redes sociales.
En cualquier caso, el uso de las redes sociales no debiera estar reñido con la publicación de artículos científicos, sino todo lo contrario. La comunidad científica tiene a su disposición ambos formatos de publicación de contenidos, del que debiera hacer uso según su cometido. Una muestra de la utilidad de su combinación se observa en un reciente estudio que ha demostrado la capacidad de Twitter para aumentar la citación de determinados artículos científicos.17 Asimismo, muy relacionadas con la difusión científica por parte del autor, la institución y la misma revista están las métricas alternativas o altmétricas. Con ellas, se pueden medir el impacto de una investigación no solo por sus citas sino también por las veces que se ha compartido utilizando las diferentes redes sociales o blogs, lo cual tiene interés porque aumenta su visibilidad y citación.18 Este sería, precisamente, el punto que empuja a cambiar las estructuras de poder para la evaluación de la ciencia.5
Así, las redes sociales permiten la actualización de los profesionales,5 no solo a través de la divulgación y discusión científica, sino también por la visibilización del conocimiento no publicado en revistas ni, consecuentemente, indexado en sus bases de datos de referencia. Por su parte, los artículos de revistas permiten dotar de mayor cuerpo argumental y científico a un contenido, además de describir con rigurosidad la metodología y resultados de una investigación.
Dicho esto, hay que ser consciente de que el salto desde transmitir un mensaje en una red social a realizarlo en una revista científica no es fácil y requiere unas competencias específicas, que se van perfeccionando con su práctica. Para iniciarse, existen formatos de publicación más asequibles como pueden ser las cartas al director, reseñas bibliográficas, entrevistas u originales breves. Asimismo, existen revistas que se han calificado como "quitamiedos", al servir para impulsar los primeros pasos de jóvenes investigadores en la publicación de artículos.19 Son revistas con cierto aislamiento y escasa difusión pero que cumplen una función básica en la creación de actitudes favorables hacia la investigación y la publicación científica.19
En esta área, la labor de los revisores de estas revistas "quitamiedos" cobra una especial importancia, ya que no solo comprueban la pertinencia y rigurosidad de un artículo científico sino que actúan de tutores y realizan un seguimiento de los artículos hasta su publicación. Es preciso romper una lanza a favor del trabajo de los revisores, no solo de estas revistas. Su labor es altruista pero necesaria, por lo que requiere un mayor reconocimiento por parte de las instituciones académicas y sanitarias, como mérito curricular baremable para las distintas acreditaciones profesionales y concursos competitivos.
En definitiva, las redes sociales tienen un papel clave en la difusión científica por la facilidad de elaborar el mensaje y el inmediato alcance exponencial a un público al que brinda oportunidad de establecer una discusión. Sin embargo, las revistas científicas cumplen una serie de requisitos que maximizan las garantías de calidad y rigurosidad del conocimiento publicado, a la vez que presentan una indexación documental específica en bases de datos para sistematizar su recuperación. El uso complementario de ambas herramientas por la comunidad científica es recomendable para dotar de mayor alcance y crítica la información en salud. Por ello, sería deseable aumentar el número de autores de publicaciones en revistas a partir de aquellas personas que utilizan las redes sociales para la divulgación científica, dada la inquietud demostrada al respecto.