En el primer editorial de esta serie dedicada a las repercusiones de la pandemia de COVID-19 sobre la educación médica [1] se comentaba que ‘en tiempos no tan lejanos […] durante la creación del Sistema Nacional de Acreditación de la formación médica continuada en el año 1999, se dejó para posterior estudio la acreditación de la formación a distancia, ya que numerosos colegas argumentaron con vehemencia que no se podían acreditar actividades de formación a distancia'. Más adelante, en el mismo editorial, se señalaba que los colegas que no aceptaban la acreditación de la formación médica continuada a distancia no pecaron por defender lo que creían y argumentaban; en realidad, si en algo pecaron, fue en no prever el futuro de las tecnologías de la información y la comunicación.
La COVID-19, ya en el primer período de la pandemia, paralizó la formación médica continuada presencial por razones obvias, pero simultáneamente y a las pocas semanas fueron apareciendo eventos a distancia que sustituían a las actividades presenciales canceladas. No eran actividades nuevas, ya habían sido programadas. No se inventaron nuevas tecnologías de la información y la comunicación, se usaron las que ya estaban disponibles. La reflexión es sencilla: hemos estado haciendo cosas simplemente porque siempre las hemos hecho así, sin reflexionar si se podían y se debían hacer de otra manera. Es un hecho que la pandemia nos ha hecho pensar, reflexionar y actuar. ¿No lo podíamos haber pensado y reflexionado antes?
Puntualicemos que la formación presencial continuará vigente durante muchos años y en algunos campos será insustituible. Pero no seamos ilusos y reflexionemos sobre el protagonismo que adquirirá la formación a distancia debido a la suma de factores tan diversos como las tecnologías de la información y la comunicación que lo permiten, la optimización de recursos que abarata los costes, la mejora en la conciliación familiar, y seguramente muchos más factores.
El dilema que como educadores médicos queremos plantear no es si hay que pasar o no de la formación presencial a la formación a distancia. El dilema no es usar las tecnologías de la información y la comunicación porque antes no las teníamos y ahora disponemos de ellas. El dilema no es optimizar los recursos grabando una clase en streaming y dejándola accesible a los alumnos argumentando la comodidad para el alumnado y quizá también la comodidad del profesor.
La pandemia nos ha servido determinados hechos en bandeja. Hemos experimentado cómo la formación a distancia la podemos utilizar hasta límites que desconocíamos. En general, ahora, tenemos recursos para la formación a distancia. Ahora ya sabemos el qué y el cómo. Pero la pandemia también nos coloca ante un dilema al cual debemos responder pensando y reflexionando: ¿para qué debemos utilizar la formación a distancia? Y, de forma muy especial, ¿la formación a distancia es útil para la formación médica continuada?
No se trata de un cambio de metodología o de técnica. No se trata de sustituir por leds las bombillas de incandescencia simplemente porque consumen menos energía. A la pregunta de ‘por qué debemos profundizar en la formación a distancia, la respuesta es sencilla: la debemos utilizar, incrementar, perfeccionar, optimizar, siempre que con ella facilitemos y mejoremos el aprendizaje del alumno. El cambio de paradigma que nos debe guiar, y al que ya nos hemos referido en repetidas ocasiones, es la del paso de la enseñanza centrada en el profesor a la enseñanza centrada en el que aprende. La meta es el aprendizaje y, por tanto, la metodología será subsidiaria de este. Cuando se presente una actividad para su acreditación, debería aportar toda aquella información que ponga de manifiesto cómo los objetivos educativos pueden alcanzarse con las nuevas metodologías (objetivos, competencias a adquirir, sistemas de evaluación, tecnologías de la información y la comunicación que se van a utilizar…).
¿Y qué ha sucedido hasta la fecha? Algunos datos numéricos nos pueden guiar. De febrero a noviembre de 2020, las actividades de formación continuada presenciales en España han disminuido un 78% y en el ámbito de la Unión Europea la caída aún es mayor, en torno a un 90%. Estas caídas se contrarrestan con el aumento de las actividades de formación continuada a distancia. En España, el incremento ha sido de un 55%, y en el espacio de la Unión Europea, de un 85% (nos referimos a actividades de formación continuada internacionales acreditadas por la UEMS-EACCME; no disponemos de datos de las actividades de formación continuada individualizados por países de la Unión Europea). Estos datos evidencian que, en relación con la media europea, nuestra capacidad de reacción es lenta.
Ante esta disminución de actividades presenciales de formación continuada, forzada por la pandemia, debemos alentar la reflexión de todos los proveedores de formación continuada. Es necesario repensar qué cambios se deben introducir y qué prioridades se deben establecer, qué cambios serán pasajeros y qué cambios están destinados a permanecer. Conceptualmente, las decisiones a tomar son fáciles. La consigna no puede ser otra que renovar todo aquello que pueda mejorar el proceso de aprendizaje. Las nuevas metodologías son un instrumento increíblemente eficaz, sin perder de vista que el centro no está ni en la metodología ni el instrumento, sino en el que aprende. Programar una actividad de formación continuada requiere pensar el programa, buscar el mejor profesorado y, cómo no, determinar la metodología más efectiva para conseguir que quien tiene que aprender, aprenda.