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Gaceta Sanitaria
versión impresa ISSN 0213-9111
Gac Sanit vol.18 no.5 Barcelona sep./oct. 2004
REVISIONES
El impacto de cuidar en la salud
y la calidad de vida de las mujeres
María del Mar García-Calventea,b / Inmaculada Mateo-Rodrígueza / Gracia Maroto-Navarroa
aEscuela Andaluza de Salud Pública. Granada. España
bGrupo de Género y Salud Pública de SESPAS.
Correspondencia: María del Mar García-Calvente. Escuela Andaluza de Salud Pública.
Campus Universitario de Cartuja, s/n. 18080 Granada. España.
Correo electrónico: mariadelmar.garcia.easp@juntadeandalucia.es
Recibido: 16 de octubre de 2003.
Aceptado: 13 de enero de 2004.
(Impact of caregiving on women's health and quality of life)
Resumen | Abstract
|
Introducción
E l interés por el cuidado informal -o prestación de cuidados de salud a las personas que los necesitan por parte de familiares, amigos, vecinos y, en general, personas de la red social inmediata, que no reciben retribución económica por la ayuda que ofrecen1- ha ido en aumento durante las últimas décadas. Tres son los factores que sitúan al cuidado informal en el centro del debate sobre políticas de bienestar: el creciente aumento de la demanda de cuidados, el cuestionamiento sobre la futura disponibilidad de cuidadoras informales y las reformas de los sistemas sanitarios y de atención social. Con el progresivo envejecimiento de la población y la mayor supervivencia de personas con enfermedades crónicas y discapacidades, no sólo aumenta el número de personas que necesitan cuidados, sino que además este incremento de la demanda va acompañado de una mayor exigencia en su prestación2.
Entre los diversos cambios que ponen en cuestión la disponibilidad de cuidadores informales, la progresiva incorporación de las mujeres (principales cuidadoras) al mercado laboral resulta un factor crítico. Sin embargo, la incorporación de los hombres al trabajo reproductivo se está desarrollando a un ritmo mucho más lento; así que, de hecho, la mayoría de las mujeres siguen asumiendo la responsabilidad del cuidado y pagando el elevado coste de cuidar para su propia calidad de vida.
Por otra parte, las reformas de los servicios sanitarios ponen un mayor énfasis en la atención a la salud en el propio entorno, convirtiendo el hogar en un escenario de la atención sanitaria donde confluyen el sistema profesional y el informal3. Esto supone un desplazamiento de más cuidados y más complejos hacia el sistema informal4,5. Sin embargo, el actual sistema de atención a la salud en nuestro país continúa centrado en la atención a la enfermedad, fundamentalmente en sus fases agudas, con un escaso desarrollo de los servicios de atención social y una deficiente coordinación e integración sociosanitaria.
Los servicios formales (profesionales) participan de forma minoritaria en el cuidado continuado de las personas dependientes que viven en la comunidad, y constituyen sólo la punta del iceberg de este sistema invisible de atención a la salud, de modo que «el conjunto de las familias constituyen un sector de prestación de servicios de salud que supera con creces el volumen de trabajo a todas las restantes instituciones sanitarias»6. Este fenómeno se produce también en otros países; por ejemplo, en Canadá se estima que entre un 85 y un 90% del total de cuidados prestados es de tipo informal, aun incluyendo en estas estimaciones el cuidado hospitalario e institucional3.
Diversas investigaciones realizadas en nuestro país durante la década de los noventa confirman consistentemente que la familia es la principal proveedora de cuidados de salud. Del total de cuidados que reciben las personas mayores, el 80-88% los recibe exclusivamente de la familia, mientras que los servicios formales proveen un 3%6,7. En el caso de las personas con otros tipos de dependencia, las cifras van desde un 50% en el caso de las deficiencias psíquicas o un 70% en la discapacidad física hasta un 83% en el caso de los enfermos no graves6,8.
En Estados Unidos hay 52 millones de cuidadores/as informales de personas adultas enfermas o discapacitadas, y 25,8 millones prestan cuidados de asistencia personal9. En Canadá, se estima en 3 millones de personas la población que «presta ayuda a personas con enfermedad crónica o discapacidad»10, y en el Reino Unido se cifra en 5,7 millones la población de cuidadores/as (un 17% de los hogares)11. Un 20,7% de los adultos en España presta ayuda para la realización de las actividades de la vida diaria (AVD) a una persona mayor con la que convive, y el 93,7% de ellos tiene vínculos familiares con la persona a la que cuida; sin embargo, mientras que el 24,5% de las mujeres prestan cuidados, sólo lo hace el 16,6% de los hombres5.
Cuando se habla de cuidado informal se está hablando mayoritariamente del apoyo ofrecido por miembros de la red familiar inmediata; pero la distribución del rol de cuidador no es homogénea en las familias. El perfil típico de la persona cuidadora principal es el de una mujer, ama de casa, con una relación de parentesco directa (por lo general, madre, hija o esposa) y que convive con la persona a la que cuida5,7,8,10. Género, convivencia y parentesco son las variables más importantes de cara a predecir qué persona del núcleo familiar va a ser la cuidadora principal8. El hecho de que la atención informal sea mayoritariamente femenina pone de manifiesto las cargas diferenciales de cuidado entre hombres y mujeres.
El objetivo de este trabajo es analizar el impacto de los cuidados informales en las mujeres en diferentes aspectos de sus vidas, y el papel que la desigual distribución de cuidados entre hombres y mujeres desempeña en relación con las desigualdades de género en salud. Analizaremos en primer lugar el concepto y las características del cuidado informal, que explican por qué cuidar supone un coste para las personas cuidadoras. En segundo lugar, se abordan los aspectos de desigualdad en la carga de cuidado informal entre hombres y mujeres. Seguidamente, analizaremos el impacto de los cuidados informales en la salud y calidad de vida de las mujeres, con especial énfasis en el concepto de «sobrecarga».
Métodos
Se ha utilizado la información disponible sobre cuidado informal en nuestro país y en otros países de nuestro entorno. Hemos revisado la bibliografía publicada en España (bases de datos de MEDLINE, PubMed, Scielo, ISOC e IME), especialmente la producción de los últimos 5 años. También se ha consultado la información disponible en las bases de datos y publicaciones del INE (Encuesta de Discapacidad 199912 y Panel de Hogares de la Unión Europea13), y los informes de IMSERSO y CSIC sobre situación de las personas mayores en España5,7. Se aportan, además, datos procedentes del estudio realizado por las autoras sobre cuidados informales en Andalucía. En este estudio, una encuesta poblacional basada en una muestra de 3.160 hogares, se identificaron y estudiaron 1.000 cuidadores/as principales de personas con algún tipo de necesidad de cuidados que convivían en el mismo domicilio que su cuidadora8.
Características del cuidado informal
El concepto de «cuidado informal» se ha desarrollado en los últimos años en torno a una serie de paradigmas superpuestos y muy influidos por la ideología feminista14. En la década de los setenta, el foco fue la reivindicación del cuidado como trabajo oprimido y la demanda de su reconocimiento político. En los años ochenta el paradigma evolucionó hacia el significado del cuidado para las mujeres, para su identidad y para su visión del mundo. Finalmente, en los noventa la conceptualización del cuidado toma 2 direcciones: la del «paradigma de la diferencia», que atiende a las relaciones de poder, y la del «paradigma universalista», que supone un intento de resolver las tensiones entre la ética del cuidado y la ética de la justicia, y sitúa el cuidado como un elemento importante para la ciudadanía y para la práctica democrática: «el cuidado es un concepto político, así como moral, a partir del cual hacemos juicios sobre la esfera de lo público»15. En palabras de Victoria Camps, «el reclamo de la ética del cuidado es una forma más de insistir en la tesis de que lo personal es político. No sólo lo privado no debe escapar a las exigencias de igualdad, sino que los valores privados son también -deben ser también- virtudes públicas»16.
Cuidar puede ser entendido como un trabajo, una actividad que consiste en la ejecución de una serie de tareas y que acarrea determinados costes. Sin embargo, esta forma de entender el cuidado ha sido cuestionada: si cuidar es un trabajo, este trabajo es tanto físico como emocional. Cuidar implica tareas, pero también relaciones y sentimientos, esto es, tiene una dimensión relacional. Tiene también una dimensión ética y política, ya que cuidar trasciende a un contexto social y físico más amplio que el puramente interpersonal. La identificación de cuidado con dependencia también ha sido criticada: el cuidado se devalúa si se asocia a un estado indeseable de insuficiencia y, además, se basa en una concepción dual (cuidador-receptor), cuando el cuidado es más bien una relación de interdependencia14.
Determinadas características del cuidado informal afectan muy directamente a su visibilidad y reconocimiento social17. Se trata de un trabajo no remunerado, prestado en virtud de relaciones afectivas y de parentesco, y que se desarrolla en el ámbito privado de lo doméstico. Además, en nuestras sociedades, cuidar de los niños y las niñas, personas mayores o enfermas de la familia forma parte de una función adscrita a las mujeres como parte de su rol de género. Las personas cuidadoras han sido, por estas mismas características, un grupo social «invisible» y particularmente débil en la sociedad.
El trabajo de cuidar y las condiciones en las que se desarrolla este trabajo afectan a la vida de la cuidadora principal por diferentes razones8. El tipo de tareas que se realizan está determinado por las necesidades de cuidado del beneficiario, y en ocasiones la demanda es tal que puede superar las propias posibilidades de la cuidadora, situación más problemática cuando hay varios beneficiarios. Cuidar entraña el desarrollo de actividades diversas, y con frecuencia implica asumir múltiples roles de cuidado: la cuidadora es «enfermera», «psicóloga», «consejera», «abogada» y «empleada de hogar». Las cuidadoras adoptan a menudo otros roles de manera simultánea: se es cuidadora a la vez que madre-esposa-hija, ama de casa y/o trabajadora, y la dificultad para compatibilizar las distintas responsabilidades repercute en la vida de las cuidadoras. La duración de la «jornada laboral» de una cuidadora no tiene principio ni fin, característica que comparte con otras actividades del trabajo reproductivo, en el que el tiempo tiene un desarrollo circular, y no lineal como en el trabajo productivo. Además, muchas cuidadoras cuentan con escasa ayuda de otras personas para realizar todas estas tareas, algunas de ellas difíciles de asumir por una sola persona. Por último, las cuidadoras deben hacer frente en ocasiones a situaciones especialmente difíciles, sobre todo en circunstancias de agravamiento o crisis en el estado del beneficiario.
Desigualdades de género en el cuidado informal
Las cifras que ilustran el predominio de las mujeres como cuidadoras son abrumadoras: el 60% de los cuidadores principales de personas mayores5,7, el 75% en el caso de personas con discapacidad18 y el 92% de los cuidadores de las personas que necesitan atención por cualquier motivo son mujeres8. Las mujeres asumen con frecuencia también el papel de cuidadoras secundarias, de tal manera que cuando una cuidadora principal necesita ayuda para cuidar, suele recurrir a otra mujer de la familia: madre, hermana o hija. Según datos de la encuesta de demandas sociales sobre cuidado de la salud de los niños6, las madres asumían mayoritariamente la demanda generada por la enfermedad infantil (83%), seguidas por las abuelas (7%). Pero la implicación de éstas aumentaba al doble (14%) si la madre tenía un empleo, cosa que no ocurría con la participación de los padres, que fue de un 2%, tanto si las madres trabajaban fuera de casa como si no.
De hecho, actualmente podemos asumir que el cuidado informal se resuelve fundamentalmente a costa del trabajo y el tiempo de las mujeres19; dicho de otra forma, el cuidado informal «se escribe en femenino singular»20. Sin embargo, no todas las mujeres participan por igual en el cuidado: son las mujeres de menor nivel educativo, sin empleo y de niveles inferiores de clase social las que configuran el gran colectivo de cuidadoras informales en nuestro medio7,21. Este hecho agrava la desigualdad de la carga que supone cuidar entre las propias cuidadoras, ya que las que cuentan con un empleo y buenas condiciones laborales, o las que tienen mayores ingresos que les permiten disponer de ayuda contratada, tienen un mejor acceso a los recursos de apoyo para cuidar que las que no están en esta situación.
Las diferencias de género no sólo son evidentes en la proporción de mujeres y hombres que asumen el papel de cuidadores, también existen diferencias en las propias características del cuidado que prestan las mujeres y los hombres, tanto en el tipo de actividades que asumen como en el tiempo dedicado a cuidar. El «trabajo» de cuidar implica una variedad de tareas, tanto de atención personal como instrumental, de vigilancia y acompañamiento, de cuidados sanitarios más o menos complejos, de gestión y relación con los servicios sanitarios. Cuidar también significa dar apoyo emocional y social. Las mujeres cuidadoras asumen con mayor frecuencia los cuidados de atención personal e instrumentales y están más implicadas en las tareas de acompañamiento y vigilancia5,8, es decir, asumen los cuidados más pesados, cotidianos y que exigen una mayor dedicación.
Las investigaciones sobre cuidado informal y reparto del tiempo indican que las mujeres dedican más tiempo a cuidar que los hombres. Según los datos del panel de hogares de la Unión Europea (UE) para 1999, el 67% de las mujeres dedicaban más de 40 h semanales al cuidado diario de los niños en España, frente a un 18% de los hombres; en el caso del cuidado de adultos, las proporciones eran, respectivamente, del 47 frente al 12%13. En los países de la UE se repite esta tendencia: mientras las mujeres de 20 a 49 años de la UE invierten 45 h semanales o más en el cuidado de los niños, los hombres no llegan a dedicar más de 30 h22.
En definitiva, las mujeres cuidadoras experimentan diferentes contextos socioeconómicos y expectativas respecto a su rol de género en comparación con los hombres que cuidan, lo que provoca una mayor dedicación en tiempo de las mujeres al cuidado y que éstas asuman con mayor frecuencia la responsabilidad de cuidar a más de una persona23. Igualmente, las mujeres cuidadoras ofrecen formas más intensivas y complejas de cuidado, enfrentan más dificultades para la prestación de cuidados y tienen que equilibrar el cuidado con otras responsabilidades familiares y laborales con más frecuencia que los hombres cuidadores24. El cuidado, en suma, interfiere en la vida cotidiana de las mujeres mucho más que en la de los hombres, y las sitúa en un mayor riesgo de padecer consecuencias negativas por ello.
El impacto de cuidar en la vida de las mujeres
La responsabilidad de cuidar supone una elevada dedicación en tiempo para las cuidadoras, pero el «coste» de cuidar es mucho más amplio que el resultado de sumar las horas dedicadas a determinadas tareas: la vida de la cuidadora principal se ve condicionada por su papel. Si analizamos las repercusiones del cuidado sobre diferentes áreas de la vida, y según los datos de la encuesta a cuidadores informales realizada en Andalucía8, el 68% de las cuidadoras percibían que cuidar afectaba de forma importante a alguna de las áreas estudiadas, entre las que se incluyen la salud, el trabajo extradoméstico, la economía, el uso del tiempo o las relaciones familiares y sociales, entre otras (tabla 1). El número de áreas afectadas es muy variable, pero cabe destacar que una proporción importante de cuidadoras percibe el impacto de cuidar en varias dimensiones, algunas de las cuales se revisan a continuación.
Concepto y modelos de análisis de la sobrecarga
El concepto de sobrecarga ha sido utilizado ampliamente en la bibliografía dedicada al cuidado informal25. Aunque la sobrecarga se relaciona con la calidad de vida de las cuidadoras, no son conceptos equivalentes26, de modo que algunas investigaciones recientes insist en en que es esta última dimensión, la calidad de vida, la que se debe enfatizar de cara a las intervenciones, ya que puede mejorarse aunque exista sobrecarga evidente27.
En el ámbito del cuidado informal, el término «sobrecarga» se ha usado con mucha frecuencia desde la década de los ochenta en referencia al impacto que tiene cuidar a una persona mayor con demencia28. A pesar de ello, no existe homogeneidad en cuanto al significado y uso de este concepto. Pearlin29 habla de sobrecarga en relación con el conjunto de situaciones estresantes que resultan de cuidar a alguien, mientras que Zarit30,31 la define como el grado en que las cuidadoras perciben que su salud, su vida social y personal y su situación económica cambia por el hecho de cuidar a alguien. Esta última definición es la que en nuestros días tiene más adeptos, de manera que actualmente se suele aceptar que la sobrecarga es la percepción que la cuidadora tiene acerca del modo en que cuidar tiene un impacto en diferentes aspectos de su vida.
Al referirse al impacto de cuidar se han distinguido componentes objetivos y subjetivos. La sobrecarga objetiva tiene que ver con la dedicación al desempeño del rol cuidador. El tiempo de dedicación, la carga física, las actividades objetivas que desempeña la cuidadora y la exposición a situaciones estresantes en relación con los cuidados son ejemplos de indicadores de sobrecarga objetiva utilizados frecuentemente. La sobrecarga subjetiva se relaciona con la forma en que se percibe la situación y, en concreto, la respuesta emocional de la cuidadora ante la experiencia de cuidar. La sobrecarga subjetiva se ha definido como el sentimiento psicológico que se asocia al hecho de cuidar.
La sobrecarga subjetiva se ha estudiado como un elemento integrado dentro del proceso más amplio de estrés del rol de cuidadora. En el modelo biopsicosocial de estrés se conceptualiza como un proceso en el que existe un desequilibrio entre las demandas del ambiente y los recursos que las personas poseen para hacer frente a esas demandas. La tensión emocional y los posibles problemas de salud asociados aparecen cuando se percibe un nivel muy elevado de demandas y escasos recursos para controlar esa situación. Otro de los modelos de estrés más utilizado en el contexto del cuidado informal es el proceso de estrés propuesto por Pearlin29. En este modelo, la sobrecarga se define como un estresor o como un mediador de la respuesta emocional a los cuidados. Los estresores primarios se refieren a las situaciones estresantes que resultan de cuidar a una persona, esto es, las consecuencias directas de cuidar. Los estresores secundarios se refieren a la percepción emocional de las consecuencias de cuidar en el desempeño de otros roles asumidos por la cuidadora y otras actividades externas al cuidado, es decir, las consecuencias indirectas de cuidar. Otras variables relevantes del modelo son los mediadores del estrés, que se refieren a estrategias de afrontamiento (coping) que la cuidadora pone en marcha en respuesta a la situación, y al apoyo social con el que cuenta. Diversos estudios han mostrado una asociación entre los niveles altos de estrés y una serie de consecuencias negativas para la salud en cuidadoras, como depresión, problemas de salud física o uso de medicación psicotrópica28,29,32.
Para la medición de la sobrecarga se han desarrollado instrumentos basados en la medida de las necesidades del beneficiario, y también instrumentos inespecíficos que miden dimensiones globales en la cuidadora, como calidad de vida, bienestar general o presencia de ciertos problemas, como ansiedad o depresión. Estudios recientes se centran en analizar la aportación diferencial de cada uno de estos elementos y su utilidad para explorar las circunstancias relevantes de la vivencia de la situación de cuidados por parte de la cuidadora27.
En el marco de la teoría general de estrés, la evaluación de la sobrecarga se aborda de manera alternativa. La cuidadora se enfrenta a una serie de factores estresantes y su respuesta a ellos depende de determinados mediadores, como la forma en que se valora la situación, los recursos disponibles o el apoyo social. Siguiendo la lógica de este enfoque, Zarit diseñó la Escala de Sobrecarga del Cuidador28,30, uno de los instrumentos más utilizados para valorar la sobrecarga, que ha sido validado y adaptado al castellano33. Se ha comprobado que las cuidadoras con mayor nivel de sobrecarga, medida mediante este instrumento, muestran peor autopercepción de salud y más probabilidad de tener problemas emocionales; además, manifiestan deseos de transferir su responsabilidad de cuidar a otros en mayor medida que las cuidadoras con menor sobrecarga8.
Se ha identificado una serie de variables que ayudan a explicar la sobrecarga y los resultados de salud asociados a los cuidados. La sobrecarga objetiva se relaciona fundamentalmente con variables del paciente y con las características que determinan la demanda de cuidados. La sobrecarga subjetiva se relaciona tanto con las dificultades como con las recompensas. La gravedad del problema de salud del beneficiario y su nivel de dependencia no sólo definen las demandas de cuidado, también son una fuente de estrés para la cuidadora por lo que supone enfrentarse diariamente con el sufrimiento y la dependencia, así como con situaciones conflictivas, a veces difíciles de manejar34.
Los niveles de sobrecarga subjetiva se relacionan con el tipo concreto de tareas que se presta, más que con la cantidad de horas dedicadas o el número total de tareas que se realizan. Las tareas que suponen mayor sobrecarga son las poco flexibles en el tiempo y que interfieren en gran medida con otras obligaciones de la cuidadora, las que exigen una respuesta inmediata y aparecen de manera inesperada y las que requieren disponibilidad permanentemente para cuidar. Son precisamente estos cuidados los que asumen las mujeres con mayor frecuencia8.
También las características de la persona cuidadora se han analizado para explicar los niveles diferenciales de sobrecarga. En relación con la sobrecarga subjetiva, son características relevantes el género, la edad y el estilo personal de afrontamiento. Diferentes estudios muestran que las mujeres cuidadoras presentan casi 2 veces más sobrecarga que los hombres cuidadores24,27, hecho que sugiere modelos diferentes de adopción del rol de cuidador entre hombres y mujeres. Otros autores señalan que cuando las mujeres son las únicas responsables de cuidar pueden experimentar sentimientos de culpa por «no cuidar lo suficiente»35. Las cuidadoras más jóvenes muestran niveles de sobrecarga más altos que las de más edad, tal vez porque perciben un mayor coste de oportunidad asociado a cuidar, relacionado, por ejemplo, con los conflictos para compatibilizar empleo y cuidados. Finalmente, otra variable clave es el apoyo social a la cuidadora principal, como factor que protege de la percepción de sobrecarga36.
Impacto de cuidar en la salud y el bienestar
El impacto de cuidar en la salud de las cuidadoras es un aspecto frecuentemente abordado en los estudios sobre cuidado informal. Incluso ha llegado a acuñarse el desafortunado término de «síndrome del cuidador» para describir el «conjunto de alteraciones médicas, físicas, psíquicas, psicosomáticas», e incluso «los problemas laborales, familiares y económicos» que enfrentan las cuidadoras, como si de un síndrome clínico se tratara37,38.
Recientemente, se ha sugerido que la combinación de estrés mantenido, demandas de cuidado físicas y una mayor vulnerabilidad biológica en cuidadores mayores puede incrementar su riesgo de problemas físicos de salud y, por tanto, un mayor riesgo de mortalidad. Según un estudio prospectivo realizado en Estados Unidos sobre cuidadores/as mayores de 65 años, los que experimentaban sobrecarga mostraron un riesgo de mortalidad un 63% más elevado que los que no cuidaban39.
En el estudio sobre cuidadoras de Andalucía, casi la mitad de las 1.000 personas cuidadoras entrevistadas opinaba que cuidar tenía consecuencias negativas en su propia salud en algún grado, y cerca del 15% percibía este impacto con una intensidad muy elevada8, proporción que aumentó al 72% cuando se analizó separadamente el grupo de cuidadoras de personas con enfermedades neurodegenerativas34. El impacto negativo en la esfera psicológica fue mucho más evidente y era percibido intensamente en una proporción de cuidadoras que duplicaba a las que percibían impacto en su salud física (fig. 1). Las cuidadoras mencionaban problemas concretos, como depresión o ansiedad (22%) y decían sentirse irritables y nerviosas (23%), tristes y agotadas (32%). En algunos casos, estos problemas se vivían como un cambio más permanente de personalidad y estado de ánimo, con sentimientos de insatisfacción y pérdida de ilusión por la vida8.
Figura 1. Frecuencia (%) con la que las personas cuidadoras
perciben que cuidar tienen un impacto negativo en su salud
física y psicológica. Andalucía, 1999 (n = 1.000).
Fuente: García-Calvente et al8.
La morbilidad psíquica ha sido también identificada en otros estudios en cuidadores en nuestro medio40. En un reciente trabajo en 215 cuidadores/as de pacientes atendidos por un servicio de hospitalización a domicilio, mayoritariamente mujeres de 55 años de edad media, se detectaron síntomas de ansiedad (32%) y depresión (22%), con un mayor riesgo cuanto mayor era la dependencia física y deterioro mental del paciente al que cuidaban, más tiempo llevaban cuidando y menor el apoyo social que percibían41. Diversos estudios realizados obtienen cifras incluso más elevadas sobre la frecuencia de síntomas de malestar psíquico en las personas cuidadoras, y muestran igualmente una relación entre la presencia de malestar psíquico y el grado de dependencia del beneficiario42-44. Aunque muchos de estos problemas no reciben atención sanitaria ni incrementan la frecuentación de los servicios45,46, en algunos estudios sí se encuentra una relación entre la salud de la cuidadora y la utilización de servicios, pero es la sobrecarga subjetiva (y no la carga objetiva) el factor más directamente relacionado con dicha utilización46.
El análisis conjunto de varios indicadores pone de manifiesto que las personas que cuidan la salud de otros presentan con frecuencia, ellas mismas, una salud precaria. La presencia de problemas crónicos de tipo físico afecta a más del 60% de las cuidadoras de Andalucía8, con un peso muy importante de problemas potencialmente invalidantes, como los articulares y circulatorios. Como consecuencia de la alta prevalencia de problemas crónicos y de síntomas no específicos, más de un 20% de cuidadoras presentan dificultades para la realización de las actividades normales para su edad. En el 6% de los casos, la limitación es tan importante que la propia cuidadora requiere ayuda para realizar algunas actividades de la vida diaria.
En el citado estudio andaluz se observan también claras diferencias en los indicadores de salud y de utilización de servicios sanitarios según la edad de las cuidadoras (tabla 2). Las cuidadoras de la «generación sándwich» (entre 50 y 64 años) presentan la mayor prevalencia de problemas emocionales y padecen con mayor frecuencia molestias o dolores. Más de un tercio de las cuidadoras mayores de 50 años se sienten poco o nada satisfechas con su vida, con diferencias frente a las más jóvenes. De nuevo, es el grupo de 50 a 64 años el que presenta un grado menor de satisfacción en los aspectos de salud y bienestar, tiempo libre y relación con los amigos, mientras que las más jóvenes, en cambio, manifiestan estar poco o nada satisfechas con su vida laboral y su situación económica. Al contrario que ocurre con la edad, en este estudio no se encontraron diferencias significativas entre hombres y mujeres cuidadoras en relación con la salud percibida o la utilización de servicios sanitarios8.
Cabría señalar también que el deterioro de la situación de salud de las personas que cuidan y los altos niveles de sobrecarga a los que se ven sometidas pueden tener repercusiones negativas en el cuidado que prestan. De esta forma, el impacto negativo de cuidar en la salud y el bienestar de las cuidadoras tiene igualmente consecuencias en las personas que se benefician de sus cuidados.
Impacto laboral, económico y social
Hacerse cargo de un familiar dependiente y desempeñar un trabajo remunerado resulta una situación muy difícil de mantener para la mayoría de las cuidadoras, aunque los efectos positivos de compatibilizar empleo y cuidados parecen superar las repercusiones negativas de abandonar el trabajo remunerado48. Una de las consecuencias más frecuentes de cuidar es el abandono, temporal o definitivo, del trabajo remunerado, a lo que hay que añadir los casos también frecuentes en los que cuidar ha impedido a la cuidadora acceder a un empleo7,8. En los datos del estudio andaluz, si se suman las cuidadoras que han tenido que dejar definitivamente un empleo y las que no han podido tener acceso a él por el hecho de tener que cuidar de alguien, asumir el papel de cuidadoras principales condicionaba la exclusión definitiva del mercado laboral de un 35% de las personas que cuidan. Esta proporción se elevaba a un 46% al considerar las exclusiones temporales8 (fig. 2).
Figura 2. Repercusiones de cuidar en la vida laboral de las cuidadoras. Porcentaje de cuidadoras que perciben las distintas consecuencias laborales. Andalucía, 1999 (n = 1.000). Fuente: García-Calvente et al8.
La pérdida de un trabajo remunerado -o la imposibilidad de acceder a él- tiene para las cuidadoras importantes repercusiones. Supone una pérdida económica para la cuidadora y la unidad familiar en su conjunto; este impacto negativo es más crítico en cuidadoras de clase social menos privilegiada. Otro tipo de repercusiones tiene que ver con el desarrollo personal y las posibilidades de ampliar las relaciones sociales y la red de apoyo47. En definitiva, cuidar supone un elevado «coste de oportunidad» para las cuidadoras, que tienen que elegir muchas veces entre trabajo productivo y trabajo reproductivo. Incluso las que pueden compatibilizar ambos tipos de trabajo asumen otro tipo de consecuencias, como la limitación de las posibilidades de progreso en su carrera profesional, el cambio de trabajo o el absentismo laboral8,23. La exclusión del mercado laboral o la precariedad en el empleo tienen también para las cuidadoras consecuencias a largo plazo, especialmente la falta de acceso a determinados derechos sociales, como el seguro de desempleo o las pensiones contributivas. Por tanto, las mujeres cuidadoras tienen muchas probabilidades de encontrarse en situación de pobreza y exclusión social48.
La disponibilidad de personas de la red informal que prestan su ayuda para cuidar es el elemento clave que permite compaginar ambas responsabilidades, la productiva y la reproductiva, para una gran mayoría de cuidadoras. Para las cuidadoras que trabajan fuera del hogar resulta de suma importancia el apoyo de otros cuidadores secundarios -habitualmente, otras mujeres de la familia- para el desempeño de su doble papel. La adaptación del trabajo extradoméstico para hacerlo compatible con el cuidado resulta un mecanismo también muy frecuente, mientras que la ayuda contratada es un recurso sólo al alcance de las cuidadoras con mayor poder adquisitivo. Estos mecanismos no siempre son suficientes, y a menudo la dificultad para compatibilizar las responsabilidades laborales y de cuidado es percibida como un factor de sobrecarga.
Cuidar conlleva también con frecuencia un coste económico. La exclusión del mercado laboral o la limitación para progresar profesionalmente implican una disminución de los ingresos. Y asumir el cuidado de una persona dependiente también supone un incremento de los gastos. En el estudio de cuidadores de Andalucía, más de la mitad de las cuidadoras declararon haber efectuado algún gasto extra derivado del cuidado durante el mes anterior, especialmente los dedicados a consulta médica y gastos en farmacia, comid a o ropa especial, transporte y acondicionamiento de la vivienda8. Sea cual sea el mecanismo, de hecho, un porcentaje significativo de las cuidadoras no dispone de suficientes recursos económicos para asumir el coste derivado de cuidar.
Otro grupo de repercusiones de cuidar en la vida de las cuidadoras tiene que ver con el modo en que cuidar afecta al uso del tiempo, así como a las relaciones familiares y sociales. Es un hecho claramente constatado que la alta dedicación a los cuidados conlleva en muchos casos una restricción de la vida social de las cuidadoras, disminuyendo las posibilidades de salir con amigos, de relacionarse con familiares y de recibir o realizar visitas5,7,8,10. Otra de las consecuencias es la falta de tiempo para dedicarlo a actividades personales, para dedicarlo «a una misma» -incluido el cuidado de la propia salud-, y ésta es una de las repercusiones negativas que las cuidadoras experimentan con mayor frecuencia7,8,44. Las cuidadoras que tienen a su cargo personas con problemas de salud mental perciben con mayor frecuencia el impacto negativo de esta situación sobre la disponibilidad de tiempo para sí mismas de manera significativa respecto a otro tipo de beneficiarios34. La percepción de falta de tiempo para uno mismo es uno de los factores que aumenta la sobrecarga percibida por los cuidadores27.
Finalmente, el tiempo es una variable fundamental cuando se evalúan los costes económicos del cuidado informal en la sociedad6. Estos costes suelen calcularse teniendo en cuenta el valor del tiempo dedicado por las cuidadoras a su tarea (su equivalente en el mercado), la pérdida de ingresos de la cuidadora, los gastos derivados de cuidar y, en ocasiones, el exceso de coste en salud de la cuidadora49,50. Aunque en nuestro entorno no son frecuentes este tipo de estudios6, su introducción es cada vez mayor cuando se trata de evaluar distintas alternativas de servicios. En una reciente publicación sobre el coste del cuidado en pacientes mayores con afección psiquiátrica atendidos en la comunidad51, se calculó un coste mensual equivalente a 1.648 dólares, que aumentaba cuando el cuidador padecía mayor nivel de sobrecarga.
Las siguientes palabras de Adela Cortina sirven como reflexión final acerca de las implicaciones que tiene el papel de las mujeres como principales cuidadoras informales en la sociedad actual: «Hasta ahora las familias, y en ellas especialmente las mujeres, han sido las primeras actrices en el ejercicio de las "tareas de bienestar", que consisten en cuidar del hogar, atender a los niños, enfermos y discapacitados, bregar por los familiares en apuros, apoyar a los jóvenes (...). Por eso, en nuestros días, preguntarse por el futuro de los miembros más vulnerables de la sociedad requiere, no sólo analizar la crisis del Estado benefactor, sino, sobre todo, estudiar despacio las consecuencias de 3 cambios estructurales de envergadura: la incorporación de la mujer al mercado laboral, la transformación de la estructura familiar y la extinción de la "mujer cuidadora" (...). Y, por su parte, el Estado, cualquier Estado de la Tierra, carece de los recursos suficientes como para pagar unos trabajos de 24 horas, sin vacaciones, sin días de fiesta, que hasta ahora han hecho gratis las mujeres»52.
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