INTRODUCCIÓN
Los artículos de historia suelen caer en excesos ceremoniales, y uno de ellos es el de señalar el inicio, buscar una fecha para convertirla en un mito del origen. Sin duda, toda historia tiene un comienzo, y en el caso de la historia de la psicología española muchas fechas presentan candidatura, y todas acumulan razones para avalar su elección (Blanco, 1997; Carpintero, 2004; Freixa, 2005; Saiz & Saiz, 1996).
Una opción es 1902 (Campos & Llavona, 1987; Campos, Bandrés & Carpintero, 2002; Carpintero, 2014; Quintana, 2004a), cuando Luis Simarro ocupa una cátedra de Psicología Experimental en la Sección de Naturales de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central. Otra ir hasta 1936 año del fallido congreso internacional de Madrid, que debió discutir un currículo para un título en Psicología (Carpintero & Lafuente, 2008), o a 1948, cuando se crea un modesto departamento de psicología experimental en el Instituto Luis Vives de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas-CSIC (Huertas, Padilla & Montes, 1997; Quintana, 2004b), o a 1952, cuando se conforma una Sociedad Española de Psicología-SEP que tenía, entre sus objetivos, crear unos estudios universitarios y una sección profesional (Carpintero & Tortosa, 1996; Martí, 1990), o a 1953, cuando arranca la Escuela de Psicología Aplicada y Psicotecnia con un primer currículo específicamente psicológico y sus tres secciones de especialización profesional (Bandrés & Llavona, 2004; Quintana, 2010), o la aparición de los estudios de psicología en las universidades madrileñas en los últimos años 60 (Rosa & Travieso, 2002; Travieso, Rosa & Duro, 2001).
No obstante, desde una perspectiva que peca de ceremonial y presentista, suele elegirse 1979, primero por la magia de coincidir con el centenario de la “fundación” de la psicología científica con Wundt (Vera, 2005), y segundo porque se publican, el RD 1652/1979 que crea las Facultades de Psicología independientes, y la Ley 43/1979 de creación del Colegio Oficial de Psicólogos (COP). Satisface los requisitos exigibles para una elección ceremonial. En este artículo, se elige por la creación del COP, una corporación de Derecho en la que debían integrarse quienes pretendiesen ejercer la profesión de psicólogos, antecedió en 10 años la publicación del RD 1428/1990, que establecía el titulo universitario oficial de Licenciado en Psicología.
La afirmación, repetida en la historiografía de la psicología, de que la psicología aplicada precede y tira de la académica, adquiere concreción legal. El nuevo título se desarrollaría rápidamente en los entornos propiciados 10 años antes por el RD 1652 y la Ley 43. Desde entonces, el boom, la big spanish psychology (Tortosa, Santolaya & Civera, 2015). Proponemos una lectura histórica de los primeros años del COP, atendiendo a su papel en la definición y consolidación de la psicología española como una disciplina, conjugando rigor metodológico con sentido del presente (Vera, 2008).
LA PSICOLOGÍA Y SU CIRCUNSTANCIA DURANTE LA DICTADURA
En plena edad de plata de la cultura española, parecían darse las condiciones propicias, internas y externas, para dar el salto desde la psicotecnia científica, donde se hallaba instalada la psicología, hasta un título universitario. Pero todo lo construido para incorporar, a partir de sus aplicaciones, la Psicología en la universidad, como estaba ocurriendo en muchos países occidentales, fue barrido durante los 3 años de barbarie de nuestra (in)civil guerra, «en los cuales quedó paralizada prácticamente toda actividad científica, y tuvo consecuencias a más largo plazo, incluso después de terminada la guerra» (Germain, 1980, 139).
Durante los involutivos años del alto franquismo, la ilustre emigración y la brutal represión y depuración convirtieron en un yermo la ciencia española. La ideologización, el inmovilismo y la centralización presidieron la reanudación de la actividad investigadora en torno al CSIC, de la psicotécnica, dependiente del Instituto Nacional de Psicología Aplicada y Psicotecnia, y de la poca formación que se ofertaba en bachillerato y universidades. Todo se subordinó a los intereses culturales del nuevo Estado, que perseguía la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias (Díaz-Pinés, 1964). El nacional catolicismo dominaría durante años la vida científica española (López, 2016).
En aquella circunstancia, tan poco proclive al desarrollo de una psicología científica al uso, comienza, liderado por Germain y un puñado de colaboradores1, el lento y tortuoso camino de la disciplina (Figura 1). Un camino en el que jugaría un papel importante la conexión entre Albert Michotte y su laboratorio en la universidad de Lovaina, y el grupo de psicólogos constelados por Zaragüeta y Germain en Madrid (Leyssen & Mülberger, 2018).
Entre 1946 y 1956, este grupo (Yela, Pinillos, Siguán, Secadas, Pertejo, García-Yagüe, Monasterio, Romano, Úbeda)2 participó decididamente en una serie de acontecimientos que fueron enderezando el camino de la psicología (Huertas, Padilla & Montes, 1997). En 1946, se concreta un ambicioso proyecto editorial, la Revista de Psicología General y Aplicada / RPGA que acogería en sus páginas a los pocos que hacían psicología y/o psicotecnia científica. Dos años después, culmina el inconcluso proyecto de Barbado de crear en el CSIC, un Instituto de Psicología para la formación de futuros investigadores3. En los primeros 50 se constituía la SEP4, que inmediatamente se incorpora a la hoy International Union of Psychological Science (IUPsyS), visibilizando internacionalmente la psicología y psicotecnia que se hacía en España5. Además, integrantes del grupo establecieron las primeras conexiones estables con instituciones públicas y empresas privadas, facilitando el surgimiento de empresas de servicios psicológicos. Controlaron buena parte de las instituciones donde se hacía o publicaba psicología y/o psicotecnia, orientándola en una dirección en la que el rigor y la profesionalidad eran el norte de actuación.
Cada nuevo logro favorecía su objetivo último, la creación de unos estudios psicológicos de rango universitario6. Un primer paso fue la creación, en 1953, de la Escuela de Psicología y Psicotecnia dentro de la Universidad de Madrid7. “La creciente importancia científica y social de la Psicología y la necesidad de procurar que los encargados de llevar a cabo los exámenes psicológicos puedan desempeñar su cometido con plena suficiencia técnica, aconsejan la creación de un Centro en el cual la enseñanza de esa disciplina y la formación de cuantos con diversos fines la cultivan sean debidamente atendidas.” (Ministerio de Educación Nacional, 1953, 3627). Las aplicaciones seguían tirando de la teoría y la formación8. Las propuestas científicas comenzaban a pasar “de vestir sotana negra a llevar bata blanca” (Hofrichter, 2015, 32).
El proyecto no satisfacía los deseos expresados desde el grupo (Germain, 1953; Yela, 1953), pero la primera propuesta titularizadora, hasta cierto punto singularizante, para quienes aspiraban a convertirse en psicólogo en aquella España de los 50. El edificio universitario comienza a construirse por el tejado, pero, el “hecho es que pudimos, sin embargo, empezar” (Yela, 1982, 290). Siguán apuntaría lo que años después supondría el inicio de la conversión de los estudios psicológicos en Licenciatura, “la creación de una Sección de Psicología en la Facultad de Filosofía y Letras” (Siguán, 1955, 257).
El aterrizaje en la Universidad tuvo lugar con el II Plan de Desarrollo, iniciando su consolidación durante la reconversión industrial. Llega en medio de la lucha estudiantil que propició el cambio ministerial de un contestado Lora-Tamayo por Villar-Palasí y una transformación de la Universidad9. Durante el curso 1967-1968, un programa especial dentro de la Sección de Filosofía en la Universidad de Madrid, vigente durante el 68-69, dio paso (1969-1970) a un programa propio dependiente de la Sección ya autónoma de Psicología de la Facultad de Filosofía y Letras10 (Blanco, 1998; Blanco & Botella, 1995; Rosa & Travieso, 2001). Un proceso similar ocurrió en la Universidad de Barcelona (Gabucio et al., 1994; Siguán, 1978), generalizándose a otras universidades, de la mano de nuevos cambios legislativos11.
En mayo de 1979 culminaba la lenta e intermitente incorporación de la psicología en la estructura universitaria, al legislarse la creación de Facultades de Psicología independientes12 Inmediatamente comienza la transformación de Secciones en Facultades, y la petición de nuevas Facultades. Empezaba una etapa y se cerraba otra. Desaparecían, el viejo Instituto de Psicología transformado por RD 2689/1980 en Instituto de Orientación Educativa y Profesional, y, tras unos años de difícil convivencia, los estudios de las Escuelas de Psicología (Bandrés & Llavona, 2004), como había ocurrido con el Departamento del CSIC. Solo quedan la SEP y la RPGA, que acabarían integrándose en el Colegio.
El necesario complemento profesional, durante años vedado por un franquismo que redujo la SEP a Asociación solo científica13, alcanza carta de ciudadanía con la aprobación, tras cinco años de lucha durante la compleja transición política, a propuesta de los grupos comunista y socialista, de la Ley 43/1979 sobre creación de un COP de carácter estatal.
La década de los 70, efervescente en la sociedad, la economía, y la ciencia, acababa con grandes expectativas para la psicología. Las primeras promociones de licenciados en Filosofía y Letras, luego en Filosofía y Ciencias de la Educación, por las Secciones de Psicología fueron los auténticos protagonistas de la lucha por un Colegio y Título propios. Son alumnos, reivindicativos primero y profesores en precario después, constelados en torno a una vieja guardia de psicólogos y psicólogas hechos a si mismos14 (González, 2002; Martínez, 2007; Tortosa, Alonso & Civera, 1994). Desde un activismo político de izquierdas, y la búsqueda de un estatuto y una organización profesional, se vieron en muchos casos inmersos en los graves conflictos sociales que agitaron los últimos años del bajofranquismo (Duro, 2001; Hernández, 2001). Su lucha dió paso a la década de 1980, la de la gran movida de la psicología.
NACE UN COLEGIO PROFESIONAL
El 8 de enero de 1980 se publica la Ley 43. Su Disposición Adicional Primera establece que la Coordinadora Estatal de Secciones Profesionales de Psicólogos en los Colegios Oficiales y de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias, debía actuar como Comisión Gestora del Colegio. Elaboró los Estatutos Provisionales (Hernández, 1982b), aprobados mediante una Orden de 24 de marzo de 1980. Reconocían la Gestora como Junta Provisional de Gobierno y establecían las condiciones para la colegiación, los órganos de gobierno, y el primer proceso electoral. Integraban la Junta Provisional representantes de las Secciones que venían funcionando a nivel estatal, de las que Catorce pasaron a ser Delegaciones del Colegio (Junta de Gobierno, 1981a)15 (Tabla 1).
La Junta elegía una Comisión Permanente formada por: Carlos Camarero (Decano), Mercé Pérez (Vicedecana), Adolfo Hernández (Secretario), Vicent Bermejo (Tesorero), y César Gilolmo y Jordi Bajet (vocales). Poco después, el propio Carlos Camarero16 se convirtió en presidente de la Junta de Gobierno Estatal, iniciando un mandato de seis años durante los que no se convocaron elecciones (Tabla 2).
La Ley regulaba un aspecto esencial de la profesión, los títulos universitarios necesarios para poder ejercer legalmente17, además establecía la colegiación obligatoria. Permitía ordenar el ejercicio profesional y vigilar la calidad de los servicios ofertados mediante el control deontológico (capacidad sancionadora) de las actividades, así como representar de manera exclusiva, y defender, los intereses profesionales de sus miembros (Chacón, 2009).
El COP se convertía en articulador y valedor de un colectivo profesional creciente, con la ayuda de las secciones y departamentos de psicología, a pesar del manifiesto desajuste existente entre contenidos formativos y mercado laboral. Un colectivo que integraban18, en 1982, fundamentalmente mujeres (59% frente a 41%) y jóvenes (un 40% tenía menos de 25 años y un 70% menos de 30; sólo un 3% tenía más de 45), en el que solo uno de cada dos (45-50%) ejercía la psicología como actividad principal, casi una cuarta parte (20-25%) se encontraban en paro, y el resto practicaba la psicología a tiempo parcial, o se dedicaba a una actividad no psicológica (Hernández, 1984).
Entre sus principales finalidades figuraban hacer entender y valer el buen uso de la etiqueta “psicólogo/a”, instrumentar los medios necesarios para el adecuado desarrollo de una profesión que carecía de imagen social y profesional, protegerla del intrusismo, y velar por su ejercicio idóneo (Santolaya, Berdullas & Fernández, 2002).
Los 80 comienzan con un Colegio profesional, Facultades independientes, más de 20.000 egresados y miles de estudiantes que querían un título universitario independiente, más de 2.000 titulados por las Escuelas, que en muchos casos trabajaban como psicólogos, pero todavía sin un título oficial de Licenciado en Psicología que garantizase una reserva profesional19 Por ello, resulta imposible entender el proceso institucionalizador sin el COP (Travieso, Rosa & Duro, 2001), organización que mantuvo un beligerante activismo social y un decantamiento político hacia esa izquierda que había constituido el caldo de cultivo entre quienes estudiaban Psicología.
Comienza la corta historia de la psicología disciplinar. Son los años de la Ley Orgánica 11/1983 de Reforma Universitaria, del RD 1497/1987 por el que se establecen directrices generales comunes de los planes de estudio de los títulos universitarios de carácter oficial y validez en lodo el territorio nacional, y del RD 1428/1990 que establecía el título universitario oficial de Licenciado en Psicología, y las directrices generales propias de los planes de estudios conducentes a su obtención.
El título recogía un acuerdo trascendental, resultado de la confluencia de intereses entre Universidad y COP. Preserva el título único en Psicología, relegando las especializaciones para la etapa de postgrado (Fernández, 1999). Capacita para un ejercicio profesional específico, estableciendo obligaciones y derechos, entre ellos el uso en exclusividad de la etiqueta “psicóloga/o”, penalizando a quienes la utilizasen sin el debido reconocimiento administrativo (Santolaya, Berdullas & Fernández, 2002).
En estos 10 años sucedieron muchas cosas. El Colegio se dotó (1981) de un órgano de expresión, Papeles del Colegio20, del que inicialmente se responsabilizó la Delegación de Madrid21. Cumplía un doble papel, definir una identidad profesional22 y vincular la Junta de Gobierno con los colegiados de toda España. Sus editoriales permiten seguir la trayectoria del COP (Camarero, 1989; Civera & Alonso, 1995; Padilla, 2008; Vera & González, 2006), y muestran los grandes problemas: la masificación en los estudios universitarios, la formación y su falta de perspectiva profesionalizante, a pesar de intentos fallidos como prácticas obligatorias, practicum, postgrados, etc.23, la reforma sanitaria (sobre todo salud mental y relaciones con la psiquiatría) y la de los servicios sociales, así como la situación laboral de los psicólogos. Pronto, además de discutir salidas profesionales y reclamar el apoyo político varias veces prometido (Junta de Gobierno, 1985b), se presenta un anteproyecto de Código Deontológico (Batres, 2001; Bermejo, 2001; Junta de Gobierno, 1984)24, necesario para ordenar un colectivo que multiplicaba por 9 su número en apenas 9 años (Olabarría, 1989), en paralelo al brutal crecimiento de estudiantes (Blanco, 1998).
Los temas tratados en los multitudinarios congresos que organizaron la SEP (7º, Santiago 1982, 8º, Barcelona 1990) y el COP (I, Madrid 1984, II, Valencia 1989), marcan los grandes ámbitos y las diferencias en los intereses del mundo universitario y profesional. En los primeros, con más representantes de la psicología que se hace en las Facultades, la psicología experimental (humana y animal) destacó claramente, y la aproximación conductual a los procesos psicológicos, a la evaluación y la intervención son dominantes. Los Congresos del COP se centran en temas profesionales y aplicados. Aportan “experiencias, ideas, reflexiones, análisis, conocimientos, métodos, caminos prácticos a las distintas áreas de aplicación de la psicología: la escuela, la salud, la seguridad vial, la reforma psiquiátrica, los servicios sociales, el trabajo, la empresa, los equipos multiprofesionales, el deporte, los gabinetes psicopedagógicos, la psicología comunitaria, etc.” (Camarero, 1989, 65) En todos los congresos, la presencia de universitarios, ansiosos de currículos, antes y después de las acreditaciones como profesores funcionarios, fue mayoritaria25, si bien se mantiene una distancia entre docentes e investigadores y profesionales (Vera & González, 2006).
Este diferencial espectro teórico coincide con el análisis de los artículos de revistas (Moya, 1990), de libros (Moya & Valiente, 1991) y de tesis doctorales (Pérez & Mestre, 1991) publicadas. No solo se incrementó el número de artículos, libros y tesis psicológicas, sino el número de revistas. Estas últimas experimentaron una rápida eclosión, abriéndose a las nuevas áreas de conocimiento que vertebraban el profesorado, y a diferentes perfiles profesionales, pese a que muchos trabajos continuaban publicándose en revistas multidisciplinares, o de otros ámbitos (pedagógicas, fisiológicas, médicas o puramente culturales).
La organización colegial inició una activa política de revistas (Padilla, 2008; Pérez, 2008, Tortosa, 2019), que complementó con la edición de diferentes tipos de materiales impresos de periodicidad variable26. Todo como parte de un proyecto colectivo empujado por el afán profesionalizador de ese COP que buscaba imagen social e identidad profesional. Dentro de esa estrategia la comunicación era esencial. Las nuevas publicaciones pretendían dar información y voz a los profesionales, si bien posteriormente irían ocupando sus páginas docentes e investigadores (Tortosa, 2019).
Comenzaba además una incipiente internacionalización, un papel que había venido asumiendo la SEP. Se incorporó al comité ejecutivo de la IUPsyS en el Congreso de Sidney (1988), y a la actual European Federation of Psychologists' Associations (Lausanne, 1986) (Poortinga, & Lunt, 2011). Además, organiza en Madrid, con la colaboración de la SIP, un primer Congreso Iberoamericano de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones (marzo 1988) y un I Congreso Iberoamericano de Psicología (julio 1992). Anuncia que la IAAP celebrará en Madrid (1994) el XXIII Congreso Mundial de Psicología Aplicada, recuperando la tradición que había reunido en Barcelona el II y VI Congresos de Psicotecnia (Saiz, et al., 1994).
Papeles cerraba la década con un monográfico titulado Profesión y Colegio, Memoria de una década (Varios, 1989a). Comenzaba con una memoria personal del primer Decano27, quien señalaba como principales problemas el paro y el subempleo, así como la inexistencia en el ámbito sanitario. No obstante, continuaba, los 80 habían sido también años decisivos para la configuración, desarrollo y extensión de la profesión, para encontrar señas de identidad, para darla a conocer, para poner en común conceptos y delimitar contenidos, para abrir nuevos campos de investigación y de intervención. Por eso, se la considera como “la década del psicólogo, de la definición de su papel social” (Camarero, 1989)28.
El monográfico, publicado por un Papeles que iniciaba con el antiguo Decano Carlos Camarero una actividad editorial vinculada ya al COP, respondía a la iniciativa de la nueva Junta de Gobierno, presidida por Adolfo Hernández, secretario de la Junta anterior, que se mantendría hasta 1993. Mantiene una línea de continuidad desde la constitución del COP (Hernández, 1990)29 (Tabla 3). Una Junta que afronta, a pesar de mejoras objetivas, un problema de base no resuelto. Continúa el desajuste entre oferta formativa en la universidad y demandas laborales, cambios de planes de estudios con la asignatura pendiente de unas prácticas curriculares insuficientes y en muchos casos alejadas de la realidad profesional31.
Quienes practicaban psicología seguían sin tener personalidad profesional plena en ámbitos sanitarios, educativos y de intervención social. Los perfiles profesionales no estaban definidos, se mantenían niveles inaceptables de paro y subempleo, la política de internacionalización no seguía una estrategia definida, continuaba la falta de representatividad en la toma de decisiones, seguía sin cerrarse la interminable historia de la aprobación de los Estatutos, y no mejoraba el difícil encaje de un Colegio estatal, que mantenía su núcleo duro en Madrid, con una España de autonomías31. Además, tuvo que afrontar problemas nuevos como los derivados de la propuesta primero y aprobación después de la Licenciatura en Psicopedagogía (MEC, 1993), pese a su activa oposición y la de la Conferencia de Decanos y Decanas de Psicología-CDPUE. Además, seguían activos sesgos negativos en las atribuciones sociales y profesionales, existía un generalizado desconocimiento de las nuevas especialidades, y se mantenía un solapamiento entre la psicología y la psiquiatría en el que dominaba la segunda.
No obstante, no todo fueron malas noticias. La larga lucha por la definición de la psicología como profesión sanitaria conoció una gran victoria. Teniendo como objetivo el pleno reconocimiento, diseñan un proyecto de formación postgraduado de especialistas en Psicología Clínica a través de un sistema PIR32, que ya contaba con antecedentes en varias autonomías. El sistema PIR pretende definir, en el futuro Decreto-Ley de Especialidades en Ciencias de la Salud, un perfil propio en la red asistencial de salud mental del Sistema Nacional de Salud (Varios, 1990). En esa estrategia fueron claves las Sentencias del Tribunal Supremo de 12 y 13 de diciembre de 1990 que avalaban que la actividad clínica puede y debe ser encuadrada como profesión sanitaria, eximiendo del IVA33.
Comenzaba una nueva década, la de los 90, y lo hacía con la legalización de un título universitario oficial de Licenciado en Psicología34, incorporándose en el catálogo de títulos universitarios oficiales de España. Era un título capacitante para un público creciente, que se matriculaba ya en una Licenciatura. El título habilitaba para la docencia y la investigación, pero también capacitaba para un ejercicio profesional diferenciado, el que debía seguir precisando y defendiendo el COP, tarea en la que se vería acompañada por la CDPUE35.
Esta primera etapa se cierra en 1993, Se celebran elecciones en el COP, por primera vez con dos candidaturas (Tabla 4). Se proclama la liderada por Francisco Santolaya. Comienza un proceso de descentralización en la toma de decisiones y transformación de la estructura colegial, así como, con los Estatutos ya aprobados, de consolidación y definición de la profesión, que ayudará al posicionamiento internacional de la psicología.