La psicología social, y en concreto la psicología comunitaria, estudia los procesos psicosociales que tienen lugar cuando un individuo actúa en su comunidad, teniendo como marco de referencia su barrio, localidad o colectivo social (Manzo y Perkins, 2006). Si bien el estudio de estos procesos psicosociales es importante en sí mismo, se vuelve especialmente relevante en periodos de crisis económica y sociopolítica como el actual. Debemos preguntarnos cómo afecta esta realidad a la relación de los ciudadanos con su comunidad.
Según Putnam (2000), en las últimas décadas se ha producido un declive del capital social y un deterioro del sentimiento comunitario. La industrialización y la modernización han supuesto un enorme choque en los lazos comunitarios, repercutiendo en la potenciación de sociedades más individualistas. Así, en el estudio realizado por Putnam (2003), se señala que en los últimos 25 años se ha producido un descenso en la participación electoral, en la afiliación a sindicatos, en la colaboración con todo tipo de asociaciones y en el tiempo que los individuos pasan con sus vecinos. Este descenso de participación del individuo en su comunidad hace que también disminuyan los lazos de reciprocidad y confianza con los integrantes de la misma, el sentido de comunidad.
Este último concepto ha sido definido por Sarason (1974) como una experiencia subjetiva de pertenencia a una colectividad mayor, formando parte de una red de relaciones de apoyo mutuo en la que se puede confiar. Según esta definición, el sentido de comunidad tiene un núcleo importante en torno a la interacción social entre los miembros de un colectivo, y se complementa con la percepción de arraigo territorial y un sentimiento general de mutualidad e interdependencia (Sánchez Vidal, 2001). Así mismo, para McMillan y Chavis (1986) el sentido de comunidad puede definirse como un sentimiento que los miembros tienen de pertenencia, de que son importantes para los demás y para el grupo, y una fe compartida en que las necesidades de los miembros serán atendidas a través del compromiso de estar juntos. En último término, se puede decir que, sentido de comunidad hace referencia al sentimiento de pertenencia, incluyendo una conexión emocional basada en una historia compartida, así como en intereses y preocupaciones (Perkins y Long, 2002).
Aunque el concepto de comunidad puede aplicarse a formas de organización social tales como asociaciones, agrupaciones o movimientos, la mayoría de las investigaciones sobre sentido de comunidad han hecho referencia a su ámbito geográfico, concretándose en barrios (Brodsky, O’Campo y Aronson, 1999; Fisher y Sonn, 1999; García, Giuliani y Wiesenfeld, 1999; Hombrados-Mendieta y López-Espigares, 2014; Kingston, Mitchell, Florin y Stevenson, 1999; McNeely, 1999; Putnam, 2000; Rapley y Pretty, 1999; entre otros). De hecho, se constata una relación entre apego al lugar y sentido de comunidad (Pretty, Chipuer y Bramston, 2003).
Algunos autores defienden un carácter multidimensional para el concepto sentido de comunidad. Entre los modelos más asentados en la literatura destaca el de McMillan y Chavis (1986), que señala cuatro componentes: pertenencia, influencia, integración y satisfacción de necesidades y conexión emocional compartida. Proponen asimismo un instrumento de medida: Sense of Community Index (SCI), que ha tenido una alta popularidad entre los investigadores. Sin embargo, otros estudios han puesto en cuestión la validez y robustez del modelo, indicando la existencia de un factor principal de carácter relacional en sentido de comunidad (Chipuer y Pretty, 1999; Hughey, Speer y Peterson, 1999; Plas y Lewis, 1996; Sánchez Vidal, 2001). En esta línea, Sánchez Vidal (2007) destaca que la constancia de una estructura factorial en sentido de comunidad se puede afirmar solo en parte, pues existe un factor, que denomina interacción vecinal positiva, que sería predominante sobre los demás. Según sus propias palabras «se podría concluir que la dimensión territorial que históricamente ha conformado (Dunham, 1986; Sánchez Vidal, 2001) el núcleo de la comunidad subjetiva reflejada por el sentido de comunidad ha sido sustituido por un proceso relacional, aunque de ámbito territorial». Las conclusiones de este autor han estado en consonancia con otros estudios anteriores (Chavis, Hogge, McMillan y Wandersman, 1986; Hillery, 1955; Riger y Lavrakas, 1981).
Numerosos estudios afirman que el sentido de comunidad favorece la participación social y el empowerment (Dalton, Elias y Wandersman, 2001; Flores y Javiedes, 2000; Maya, 2004; McMillan, Florin, Stevenson, Kerman y Mitchell, 1995; Sánchez Vidal, 2001; Florin y Wandersman, 1990; Zamora, 2008; Zimmerman, 2000). Así, las personas con un sentimiento elevado de vinculación a su comunidad proporcionan apoyo social a otras personas (Haines, Hurlbert y Beggs, 1996). Es decir, el compartir un sistema de referencia común hace que se perciba un vínculo entre la conducta participativa y la resolución de conflictos comunitarios. Esto a su vez aumenta los sentimientos de competencia y control y disminuye los sentimientos de alienación (Chavis y Wandersman, 1990).
El sentido de comunidad favorece a su vez la identificación de las personas con el espacio donde se desarrollan, aumentando con ello el sentido de pertenencia y la conciencia de participación para resolver problemas comunes. Se hace necesario considerar si la influencia de los lazos de pertenencia con la comunidad se produce de igual manera en las diferentes conductas participativas, ya que estas se están redefiniendo continuamente. En este sentido, por ejemplo, hay que atender a la menor receptividad que tienen las estructuras clásicas organizacionales como los partidos políticos o sindicatos, pero también otras fórmulas más consideradas a finales del siglo XX como las asociaciones de vecinos, el movimiento ecologista y feminista, etc. A principios de este siglo han empezado a aflorar otras fórmulas de participación que, aunque más difusas, parecen tener mayor aceptación social. Como ejemplo de ellas, podemos nombrar el movimiento 15M, foros y grupos virtuales, redes de solidaridad popular o las «mareas ciudadanas». Así, en el estudio de la conducta participativa y su relación con la comunidad, no solo hay que prestar atención a la estructura organizativa de agrupación, sino también a la función que cumple dicha conducta. Se tiene como referencia en este estudio la clasificación realizada por Moreno, Ríos y Vallejo (2013) señalando dos tipos de participación: la comunitaria y la sociopolítica.
La participación comunitaria recoge aquellas conductas que se producen a nivel informal o semi-informal en la vida cotidiana pero cuyo objetivo directo no es la consecución de un cambio social. Incluye actividades de tipo cultural o de ocio que se pueden llevar a cabo desde las asociaciones de vecinos, de padres y madres, peñas, etc. o que se celebran en el barrio. La participación sociopolítica, por su parte, recoge aquellos comportamientos participativos de carácter más o menos formal que persiguen un cambio social determinado. No hace referencia exclusivamente a estructuras clásicas de participación (partidos y sindicatos). Se entiende que se produce en todos los ámbitos, aunque sea el político un aspecto central (Zamora, 2008). Por ello, se incluyen también en este concepto movilizaciones ciudadanas o acciones en movimientos sociales, grupos que promueven una determinada campaña, etc. Esta participación implica cierto nivel de activismo y compromiso (Huntigton y Nelson, 1976; Verba y Nie, 1972).
En épocas de crisis socioeconómica aumentan los sentimientos de incompetencia tanto a nivel individual como a nivel colectivo. Así, por un lado, aumentan los problemas psicológicos tales como ansiedad, depresión, intentos de suicidios, etc. Por otro, a nivel comunitario, se eleva el nivel de conflictividad social, aumenta la violencia, decrece la confianza en las instituciones y los poderes públicos, se generan sentimientos de falta de progreso social, etc. Todo ello puede afectar a ambas formas de participación y a cómo las personas se relacionan con su comunidad. En este sentido, durante estos ciclos de crisis puede aumentarse el nivel de fatalismo en los ciudadanos. Este concepto hace referencia a una percepción de incertidumbre, desconfianza en las propias fuerzas, conformidad y apatía, etc. En el extremo opuesto estaría el control, confianza en uno mismo, expectativa en conseguir determinados resultados, etc. (Blanco y Díaz, 2007). Podemos atender al concepto desde una doble consideración: colectiva o individual. El fatalismo colectivo hace referencia a un esquema mental presidido por una actitud sumisa, resignada y acrítica con el sistema establecido, en el que impera que el curso de los acontecimientos no depende de uno mismo, sino de un ser superior o del destino. El fatalismo individualista se entiende como una estrategia de adaptación a un modelo de sociedad marcado por amenazas, riesgos e incertidumbres con un progresivo aislamiento del sujeto por la pérdida de lazos con la comunidad. En suma, el fatalismo representa un esfuerzo cognitivo para manejar los sentimientos de impotencia y desesperación que se desarrollan ante la comprobación de que es improbable tener éxito siguiendo los valores y fines de la sociedad más amplia (Alarcón, 1988; Battle y Rotter, 1963; Gissi, 1986, 1990; Lewis, 1969; Martín-Baró, 1973, 1989, 1998). Algunos autores relacionan la actitud fatalista con las clases más populares y con poblaciones más marginales y pobres (Gissi, 1986, 1990). Otros, además, destacan la correlación negativa entre fatalismo y participación colectiva (Javaloy, Rodríguez y Espelt, 2001) y la percepción de una determinada situación como injusta (Tyler y Smith, 1998).
En este estudio se quiere conocer cómo se relacionan las tres variables psicosociales mencionadas: sentido de comunidad, participación y fatalismo. Todo ello enmarcado por la realidad actual: la crisis económica. Por ello, también se tendrán en cuenta si en estas variables psicosociales repercuten el hecho de tener un empleo, los ingresos mensuales o la clase social percibida. Por último, se estudia en qué medida fatalismo y sentido de comunidad son factores predictivos de la participación comunitaria y sociopolítica. En función de estos objetivos, se plantean las siguientes hipótesis:
H1a. Sentido de comunidad correlacionará de forma positiva con participación comunitaria y sociopolítica y en sentido inverso con fatalismo (y viceversa).
H1b. A mayores niveles de actitud fatalista menores niveles de participación en sus dos dimensiones (y viceversa).
H2. Presentarán mayores niveles de sentido de comunidad y participación aquellas personas que tienen un empleo, reciben ingresos mensuales superiores y se perciben en una clase social más alta. El sentido será inverso para la variable fatalismo: mayores niveles en personas sin empleo, menores ingresos y percepción de una clase social más baja.
H3. Sentido de comunidad (en sentido positivo) y fatalismo (en sentido negativo) serán factores predictivos para la participación comunitaria y sociopolítica.
Método
Participantes
La muestra del estudio la forman un total de 759 personas, de las cuales el 42.6% son hombres y el 57.4% son mujeres. El 73.6% de los encuestados manifiestan tener pareja y el 56.3% tienen hijos. La edad media es de 38.08 años (DT = 13.20).
Respecto a la situación laboral, el 55.5% indican tener un empleo en el momento del estudio. En la tabla 1 se muestran otras características de la muestra.
Instrumentos
Se les preguntó a los participantes sobre los siguientes factores sociodemográficos: edad, sexo, si tenían pareja e hijos, empleo, clase social percibida, ingresos mensuales y nivel de estudios. A continuación, se describen los diferentes instrumentos utilizados para cada una de las variables psicosociales y su coeficiente de fiabilidad en este estudio:
Community and Socio-Political Participation Scale (SCAP) de Moreno et al. (2013). Consta de un total de 8 ítems con respuestas que oscilan desde 1 («nunca») a 9 («muy a menudo»). Esta escala se compone de dos dimensiones: participación comunitaria y participación sociopolítica. Un ejemplo de ítem para la primera sería: «Asisto a reuniones o actividades realizadas por una ONG u otra asociación (ej.: asociación de vecinos, cultural, club deportivo, AMPA, etc.)». Como ejemplo de ítem de la participación sociopolítica se puede señalar: «Participo en actividades/acciones que promuevan un cambio social (manifestaciones, acciones reivindicativas, etc.)». El análisis de fiabilidad en ambas subescalas arroja un alfa de Cronbach de 0.81.
Escala de Sentido de Comunidad de Sánchez Vidal (2009). La escala original está compuesta por 18 ítems con un rango de respuesta de 1 («nada de acuerdo») a 9 («muy de acuerdo»). Cuenta con buenas propiedades psicométricas respecto a la validez discriminante y consistencia interna. Aunque al principio se propusiera una estructura multidimensional para la medición, los resultados concluyeron (Sánchez Vidal, 2001, 2009) que la escala está dominada por un factor de carácter relacional: interacción vecinal, y que sus otros dos factores -arraigo territorial e interdependencia- cuentan con pesos menores, por lo que se analiza como un concepto unidimensional. Tras analizar las propiedades psicométricas de la versión utilizada, se opta por eliminar los ítems 8, 12, 16 y 18, resultando un total de 14 ítems. El análisis factorial (componentes principales) reafirma los resultados anteriores mostrando un solo factor que explicaba el 76% de la varianza. Un ejemplo de ítem de esta escala es: «Una de las mejores cosas de la vida son los vecinos». La escala cuenta con un alfa de Cronbach de 0.93 en este estudio.
Escala de Fatalismo de Blanco y Díaz (2007). Esta escala consta de un total de 17 ítems con respuestas de 1 («nada de acuerdo») a 6 («muy de acuerdo»). El análisis factorial (componentes principales) indica una estructura unidimensional que explica el 62% de la varianza. Un ejemplo de ítem reflejado en esta escala es: «Las cosas no pueden cambiar». El alfa de Cronbach es de 0.89.
Procedimiento
Los datos fueron recogidos en Málaga y su provincia. El cuestionario fue administrado por dos entrevistadoras y por estudiantes de doctorado de Psicología implicadas en estudios sobre participación y voluntariado. Se recogieron datos en 11 barrios con diferentes características socioeconómicas (según el estudio de la estructura social urbana de Málaga de Pino ENT#091;2001ENT#093;), habiéndose asignado a cada entrevistador/a uno de ellos. El muestreo para cada barrio era de carácter aleatorio.
La participación de las personas encuestadas en el estudio era anónima y voluntaria, y se les daban instrucciones precisas de cómo debían responder. El cuestionario se completó en las viviendas particulares de los participantes en un tiempo aproximado de unos 40 min. Se contactaba con ellos puerta a puerta pidiendo su colaboración. Se les indicaba que la investigación tenía un carácter exclusivamente académico y que los datos serían analizados en el conjunto de la muestra, no de forma individual.
Análisis estadístico
En primer lugar, se comprobó la fiabilidad de las escalas para este estudio y se realizó un análisis factorial para cada una de ellas. Posteriormente se calculó la puntuación media para cada una de las variables y el coeficiente de correlación de Pearson. Seguidamente se estudiaron diferencias de medias intergrupos utilizando las pruebas t-Student (para empleo) y ANOVA (para clase social percibida e ingresos mensuales). En este segundo caso, una vez comprobado la existencia de diferencias significativas y homogeneidad de varianzas (prueba Levene p > 0.05 en todos los casos), se realizaron pruebas post hoc-Tukey para detectar las diferencias intergrupos. Por último, se llevó a cabo un análisis de regresión para participación comunitaria y sociopolítica tomando como factores predictivos las variables sentido de comunidad y fatalismo.
Resultados
Estadísticos descriptivos y correlaciones para sentido de comunidad, participación y fatalismo
Las personas encuestadas muestran unos niveles medios de sentido de comunidad; es decir, por lo general los sujetos manifiestan tener lazos de reciprocidad y confianza con los integrantes de su barrio y comunidad. Por otra parte, los niveles de participación tanto comunitaria como sociopolítica son bajos, siendo ligeramente inferiores en la segunda. También se encuentran niveles medios-bajos en fatalismo.
Por otro lado, las variables consideradas en el estudio correlacionan significativamente entre ellas, aunque los coeficientes son bajos. El más alto se sitúa para las variables participación comunitaria y participación política, por lo que aquellas personas que participan en actividades comunitarias también llevan a cabo acciones que persiguen un cambio social, y viceversa. Los resultados también arrojan una correlación positiva entre sentido de comunidad y ambos tipos de participación. Así, a mayores lazos con la comunidad, mayores niveles de participación comunitaria y sociopolítica, y viceversa.
En contraposición a lo esperado, se muestra una correlación muy baja pero significativa entre sentido de comunidad y fatalismo. Esta última variable y ambos tipos de participación también correlacionan entre ellas en sentido inverso. Así, pensar que el futuro ya está escrito y tener una actitud resignada y acrítica sobre las cosas se relaciona negativamente con la conducta participativa, y viceversa. Los resultados se resumen en la tabla 2.
M | DT | Sentido de comunidad | Participación comunitaria | Participación sociopolítica | |
---|---|---|---|---|---|
Sentido comunidad (1-9) | 5.49 | 1.62 | - | - | - |
Participación comunitaria (1-9) | 3.38 | 1.82 | 0.333** | - | - |
Participación sociopolítica (1-9) | 3.11 | 1.77 | 0.203** | 0.636** | - |
Fatalismo (1-6) | 2.32 | 0.84 | 0.093* | −0.132** | −0.134** |
* p < 0.05. ** p < 0.01.
Diferencias en las variables psicosociales según factores sociodemográficos
Se estudian las diferencias intergrupos para sentido de comunidad, participación comunitaria, participación sociopolítica y fatalismo según diferentes factores que pueden ser representativos de la posición socioeconómica: empleo, clase social percibida e ingresos mensuales.
Se aplica la prueba t-Student para conocer las diferencias en las variables estudiadas según la situación laboral (con empleo-sin empleo). Estas son significativas para participación política ENT#091;t(735) = 2.97, p = 0.003ENT#093;, siendo mayor en aquellos que tienen un empleo, pero no para el resto: sentido de comunidad ENT#091;t(702) = 1.39, p = 0.163ENT#093;; participación comunitaria ENT#091;t(735) = 1.25, p = 2.10ENT#093; y fatalismo ENT#091;t(655) = 1.19, p = 2.35ENT#093;.
Para la comparación intergrupos según clase social percibida e ingresos se utiliza la prueba ANOVA. Los resultados indican diferencias significativas para clase social percibida en sentido de comunidad ENT#091;F(2, 705) = 5.95, p = 0.003ENT#093;; participación comunitaria ENT#091;F(2, 736) = 6.70, p = 0.001ENT#093; y fatalismo ENT#091;F(2, 658) = 3.89, p = 0.021ENT#093;. Sin embargo, estas diferencias no son significativas para la participación sociopolítica ENT#091;F(2, 734) = 0.868, p = 0.420ENT#093;. En el caso de la comparación entre grupos según los ingresos mensuales, los resultados muestran diferencias significativas para participación comunitaria ENT#091;F(2, 729) = 8.47, p = 0.000ENT#093;; participación política ENT#091;F(2, 727) = 4.26, p = 0.014ENT#093; y fatalismo ENT#091;F(2, 696) = 1.92, p = 0.147ENT#093;. Las diferencias no son significativas en el caso de sentido de comunidad ENT#091;F(2, 705) = 5.95, p = 0.003ENT#093;. Se lleva a cabo un análisis post hoc-Tukey para detectar entre qué grupos aparecen las diferencias según los factores considerados para cada una de las variables. Los resultados se muestran en la tabla 3.
N = 759. a Tukey: las diferencias son significativas para un nivel 0.01. Se encuentran diferencias según clase social entre (a) y (b); (a) y (c). b Tukey: las diferencias son significativas para un nivel 0.05. Se encuentran diferencias según clase social entre (a) y (b); (a) y (c) y para ingresos mensuales entre (a) y (c); (b) y (c). c t-Student: se encuentran diferencias según empleo. Tukey: las diferencias son significativas para un nivel 0.05. Se encuentran diferencias según ingresos mensuales entre (a) y (c); (b) y (c). d Tukey: las diferencias son significativas para un nivel 0.01. Se encuentran diferencias según clase social entre (a) y (b) y para ingresos mensuales entre (a) y (b); (a) y (c).
En general podemos observar que la posición económica, ya sea por cuestiones más tangibles como el tener un empleo o los ingresos mensuales recibidos, ya sea por cuestiones más valorativas y de percepción como la clase social, incide en las variables consideradas. Así, los datos nos indican que aquellas personas que tienen un empleo muestran mayores niveles de participación sociopolítica. Por su parte, las diferencias respecto a la clase social percibida son significativas para sentido de comunidad, participación comunitaria y fatalismo. Las personas que se perciben en una clase social baja/medio-baja muestran mayores niveles de sentido de comunidad y participación comunitaria respecto a aquellas que se perciben en una clase media o media-alta/alta. Sin embargo, el sentido es inverso para fatalismo, mostrando diferencias significativas con niveles superiores las personas de clase baja/medio-baja respecto a los de clase media. Por último, en cuanto a las diferencias según los ingresos mensuales, los resultados indican que estas son significativas entre aquellos que perciben menos de 1,220 € y más de 2,200 €, y entre los que perciben entre 1,220-2,200 € y más de 2,200 € en las variables participación comunitaria y sociopolítica y fatalismo.
Factores predictivos para participación comunitaria y sociopolítica
Con el objeto de conocer si sentido de comunidad y fatalismo son factores predictivos de las dos dimensiones de participación -comunitaria y sociopolítica-, se lleva a cabo un análisis de regresión lineal. Los datos se muestran en la tabla 4.
Los resultados indican que ambas variables son factores predictivos en relación con la participación, tanto comunitaria como sociopolítica. El sentirse parte de la comunidad y tener lazos con la misma llevaría a realizar conductas participativas. Sin embargo, una actitud catastrofista y resignada inhibiría el comportamiento participativo. El peso de ambos factores es diferente en cada caso. Para la participación comunitaria, sentido de comunidad y fatalismo explican el 12.4% de la varianza. Sin embargo, para la participación sociopolítica el peso es menor, explicando el 7.1%.
Discusión
En esta investigación se ha querido conocer cómo se relacionan los ciudadanos con su comunidad en una época de crisis como la actual. Para ello se han elegido las siguientes variables psicosociales: sentido de comunidad, participación comunitaria, participación sociopolítica y fatalismo. Se han atendido, además, al posible efecto de factores socioeconómicos, tales como tener un empleo, la clase social percibida o el nivel de ingresos.
La relación existente entre las variables sentido de comunidad y participación ha sido indicada por numerosos estudios (Berry, Portney y Thomson, 1993; Brodsky et al., 1999; Chavis y Wandersman, 1990; Cicognani et al., 2008; Florin y Wandersman, 1984; Gómez-Jacinto y Hombrados-Mendieta, 1992; Kingston et al., 1999; Wandersman y Giamartino, 1980; Weidemann y Anderson, 1985). Sin embargo, la mayoría de ellos han estado centrados en un tipo de conducta participativa: la comunitaria. Se le presupone un conjunto de acciones que están enmarcadas en un espacio geográfico concreto: el barrio. El barrio proporcionaba referencias básicas para la construcción de un «nosotros», de una sociabilidad más amplia que la familiar y más densa y estable que la impuesta por la sociedad (Martín-Barbero, 1993; Gravano, 1995). Sin embargo, en periodo de desafección social, este vínculo también se deteriora.
Los procesos de fragmentación del vínculo comunitario dificultan la construcción de un interés común que fundamente una acción transformadora. Precisamente, el ejercicio de la soberanía contemporánea se basa en la delimitación de espacios y la creación de microfronteras que establecen sutiles mecanismos de inclusión y exclusión, tanto biopolíticos como necropolíticos (Mbembe, 2003). Cabe preguntarse en un contexto de crisis qué relación existe entre el sentido de comunidad y un tipo de participación más formal y comprometida. También si este tipo de participación, así como una más informal como involucrarse en actividades lúdicas de barrio, están mediatizadas por las condiciones socioeconómicas.
En este estudio se ha encontrado una cierta relación entre ambos tipos de participación y el vínculo con la comunidad, confirmando parcialmente la hipótesis 1a. Se observa que esta relación es mayor entre el sentido de comunidad y la conducta participativa comunitaria. Algunos autores han referido la importancia del sentido de comunidad para favorecer la participación política (Davidson y Cotter, 1989; Xu, Perkins y Chow, 2010) o ambos tipos de participación (Mannarini y Fedi, 2009). Sin embargo, otros autores indican que esa relación está condicionada por otros factores como la posición ideológica (Mannarini, Talò y Gelli, 2014) o el tiempo de residencia (Vidal, Berroeta, di Masso, Valera y Perró, 2013). En cualquier caso, y tal y como señalan Cohen, Gottlieb y Underwood (2000), la interacción social con los miembros y organizaciones de la comunidad constituye una potencial fuente de apoyo para las personas, contribuyendo al desarrollo de sentimientos de pertenencia e integración social. A este respecto, llama la atención los resultados encontrados sobre la relación positiva entre sentido de comunidad y fatalismo que, a priori, pudieran parecer contradictorios. Aunque habría que comprobar la direccionalidad de esta relación, si atendemos al carácter relacional del concepto sentido de comunidad, es decir, lo comprendemos desde una óptica de interacción vecinal, puede que una explicación plausible sea que en periodos de crisis se genere una mayor conciencia de los problemas vecinales y comunitarios, desembocando en una actitud fatalista. Se desarrollaría este mecanismo como una manera de atender a la falta de control y comprensión de lo que acontece a nuestro alrededor. De esta forma, participación y fatalismo no formarían parte de un continuo, sino de respuestas alternativas para afrontar lo que tiene lugar en nuestro contexto cercano.
Por otra parte, los resultados sí muestran una relación negativa entre ambos tipos de participación y una actitud fatalista, cumpliéndose la hipótesis 1b. Así, tener una actitud resignada y catastrofista sobre el mundo inhibe tanto una participación más formal y consciente como una más informal e inconsciente. La participación estaría unida a la visión de cambio, concibiéndonos como agentes de transformación que tienen control sobre el devenir de los acontecimientos. Sin embargo, la actitud fatalista la conformaría una compresión rígida y estática de la relación con el medio.
Por otro lado, hay que destacar el impacto de factores socioeconómicos en las variables consideradas en esta investigación. En líneas generales podemos decir que a peor posición socioeconómica son mayores los niveles de fatalismo, y que unas mejores condiciones suponen mayores índices de participación y sentido de comunidad. Se confirma de esta forma la hipótesis 2. Sentido de comunidad y participación comunitaria estarían influidas por la percepción de estatus social, siendo mayor a medida que las personas se adscriben a una clase social más alta. Otro factor más objetivo y tangible a nivel económico como tener un empleo supone diferencias respecto a la participación política. Se comprometen más y realizan acciones más conscientes las personas que tienen un empleo y unos ingresos altos. Así, parece ser que únicamente cuando se dispone de una determinada solvencia económica, las personas se preocupan y toman partido por cuestiones sociales. Estos resultados están acordes con el estudio de Hombrados-Mendieta y López-Espigares (2014) que enfatiza la influencia de la posición socioeconómica en sentido de comunidad, participación individual y calidad de vida. Por último, la percepción fatalista sobre el rumbo de las cosas está influida tanto por la clase social como por los ingresos mensuales. La actitud de resignación es mayor en personas que se perciben de una clase social más baja y con unos ingresos mensuales menores.
Dicho lo anterior, y a pesar de encontrar unos niveles de sentido de comunidad medios y de fatalismo medio-bajos, no es de extrañar los bajos índices de participación. Dados los niveles de desempleo actuales y confirmada la influencia de factores socioeconómicos, son coherentes los niveles de desapego de la ciudadanía a la clase política y la baja participación en este tipo de actividades, tanto a nivel sociopolítico como comunitario. Nadie puede negar las evidentes señales de la calle que muestran alejamiento, descontento y malestar, es decir, desafección de la población sobre la situación social y política (Robles, Delgado, Martínez y Vázquez, 2008). Sin embargo, esto no hace aumentar el número de conductas que persigan y promuevan un cambio social. Así, aunque la participación de la ciudadanía en cuestiones políticas reporta importantes beneficios al sistema democrático, en tiempos de desafección política, la implicación en asociaciones voluntarias o acciones políticas como ser miembros de partidos políticos o votar se resienten (Fernández, 2009). A este respecto, sentido de comunidad en positivo y fatalismo en negativo se muestran como factores predictivos de la participación comunitaria y sociopolítica, lo que confirmaría la hipótesis 3. Tal y como señala Vázquez (2010), la sociedad civil anclada en una sólida red de asociaciones hace a los propios ciudadanos más fuertes en un sentido democrático, al proveerlos de una serie de habilidades políticas y cívicas al tiempo que mejoran su sentido de eficacia. Ello demuestra que el ejercicio de una ciudadanía activa no influye solo en una mejora de la salud democrática, sino que también repercute en el bienestar individual de aquellos que la ejercen.
El desafío para los psicólogos comunitarios será desarrollar intervenciones sociales en un contexto de alta movilidad geográfica y diversidad identitaria sin potenciar procesos de exclusión social sobre la base de distintos ejes de segmentación social identitarios y/o socioeconómicos (Montenegro, Rodríguez y Pujol, 2014). En un periodo de crisis como el actual, es esencial el rol que toman los ciudadanos como parte activa de un posible desarrollo económico, político y social. Tal y como afirman Manzo y Perkins (2006), sentido de comunidad, apego al lugar y capital social (participación) son factores relevantes para definir las transacciones persona-medio ambiente y el fomento del desarrollo de la comunidad en todos sus aspectos. En particular, determinados vínculos afectivos a lugares pueden llevar a la acción porque la gente está motivada para permanecer en ellos, protegerlos, y mejorarlos. En consecuencia, el sentido de comunidad puede proporcionar una mayor comprensión sobre cómo los espacios vecinales pueden motivar para actuar colectivamente y participar en determinados procesos. En definitiva, se trata de intervenir psicosocialmente para incentivar la participación y disminuir el sentimiento fatalista, para que cada sujeto sea protagonista de su vida y su comunidad.