Introducción
La crisis de la Covid-19 desatada en marzo de 2020, ha supuesto para el sector sanitario y sus profesionales un aumento en la presión asistencial y, por ende, en la sobrecarga de trabajo. A este factor, se añade la escasez de recursos organizacionales, principalmente de personal, fruto de las políticas de recortes propias de la contracción económica y de políticas neoliberales, más patentes en la última década. En una revisión donde se estudiaron las afectaciones psicológicas derivadas de la crisis sanitaria del síndrome respiratorio agudo severo en el 2003, se observó que el personal sanitario reportaba prevalencias del 14 % de media en trastorno de estrés postraumático (TEPT), un alto índice de depresión y ansiedad, concretamente un 77 % del personal durante el pico de la crisis, y prevalencia de quejas somáticas del 43 % al cabo de 3 meses.1
Las afectaciones del personal sanitario por sus condiciones de trabajo han sido ampliamente documentadas en la literatura científica psicosocial. Desde el desgaste profesional y emocional;2 el malestar y la afectación emocional y psicosomática;3 el estrés;4,5 la angustia y ansiedad laboral;6 y el riesgo del síndrome de quemarse en el trabajo o burnout.7,8
También, en la literatura médica, Aranda y cols. relacionan los estresores del sector con diversas manifestaciones clínicas como lumbalgias, gripes, cefaleas, problemas dentales y cansancio. 9 Por último, Eurofound subraya que la intensificación del trabajo (presión del tiempo, sobrecarga, horarios extensivos, turnicidad, etc.) y las condiciones laborales tanto físicas como psicológicas asociadas, propenden a padecer efectos nocivos sobre la salud y la seguridad en el trabajo.10 Pero no es hasta la crisis del ébola en 2014, cuando la Organización Mundial de la Salud destaca la importancia de la resiliencia como una competencia esencial para afrontar los altos riesgos psicosociales y de salud laboral derivados de la alta intensidad actual del trabajo en la sanidad.11
Gemma Aburn y cols., revisaron 100 artículos sobre el tema y pudieron establecer tres conclusiones, a saber, (a) no hay una definición única y universal, (b) es un proceso que depende del contexto y, por último, (c) se relacionan con cinco conceptos; (1) elevarse para superar la adversidad, (2) adaptación y ajuste en relación de situaciones adversas y complicadas, (3) de utilidad cotidiana y que influye en la superación de las dificultades de cada día y que se alimenta de los éxitos obtenidos, de la familia y de los amigos, (4) representación de una buena salud mental y como factor de protección del bienestar psicológico, y (5) la capacidad de recuperarse.12,13 A pesar de la diversidad de acepciones, la dirección del concepto es de vía única, es decir, es una competencia, como conjunto de habilidades, conocimientos y actitudes, que permite el afrontamiento exitoso de la adversidad.
Ante esto, la Asociación Americana de Psicología (APA) define la resiliencia como “el proceso de adaptarse bien ante la adversidad, el trauma, la tragedia, las amenazas o las fuentes importantes de estrés, como problemas familiares y de relación, problemas de salud graves o estresores laborales y financieros”.14
Respecto a los factores que componen la resiliencia, se barajan factores personales, biológicos y ambientales, y la combinación de estos. Los factores personales se han centrado en las diferencias individuales de por qué algunas personas superan las dificultades mientras que otros son incapaces y desarrollan conductas desadaptativas. Muchos son los factores descritos que afectan la resiliencia y algunos de ellos son: tener una buena salud, una buena autoestima, creer en la eficacia de uno mismo, tener el locus de control interno y flexibilidad cognitiva. Desde una visión más ambientalista, se asevera que el medio ambiente puede provocar cambios físicos en el cerebro, como en su estructura o en el sistema neurobiológico, afectando la capacidad de gestionar las emociones negativas y, por lo tanto, afectando la resiliencia ante la adversidad.22 Se han encontrado también factores como la importancia de las relaciones sanas entre familiares y amistades, o colegas de trabajo, compartiendo las cosas que nos ayudan y las que no, de manera que el potencial resiliente no solo proviene de uno mismo, sino también de sus relaciones sociales.12 También se ha observado que los servicios comunitarios, los factores culturales, políticos y la espiritualidad, pueden contribuir a una mejora de la resiliencia. El hecho de saber cómo actuar ante diferentes situaciones, como tener la capacidad de resolver problemas, de ser realista a la hora de afrontar una dificultad o analizar las expectativas y las consecuencias de cada acción, son maneras resilientes de afrontar situaciones complicadas.
En otros estudios se han analizado las diferencias de las puntuaciones de resiliencia en comparación a los datos sociodemográficos, motivados por el hecho de que en el manejo del estrés y en los comportamientos de afrontamiento existe una relación positiva en relación con la edad, educación y años de experiencia.15 En relación con la resiliencia, los estudios no muestran diferencias estadísticamente significativas entre variables como sexo, edad o actividad laboral.16
A pesar de haber cierta tradición centrada en explicar la resiliencia en modelos simples, empieza a haber cierto consenso en explicaciones multifactoriales, remarcando las interacciones de distintos factores en el constructo de la resiliencia.17,18 En todo caso, la literatura apoya la importancia y la eficacia de la resiliencia en el sector sanitario, ya que los profesionales sanitarios resilientes tienen menor probabilidad de sufrir ansiedad, depresión, TEPT y burnout. Además, tiene ventajas en el desempeño profesional sanitario ya que se ha observado que la falta de resiliencia al sufrir síntomas de los trastornos nombrados anteriormente, conlleva a un estado de funcionamiento menor, pudiendo provocar falta de atención, concentración y posibles errores en la praxis profesional.19-21
Por todo lo anterior, las intervenciones de resiliencia en el sistema sanitario cada vez tienen más relevancia. En este ámbito, se observa que hay básicamente dos líneas de intervención: una, se centra en la organización en sí con el objetivo de mejorar la calidad de la atención hacia los pacientes; en la otra, ponen el foco en hacer resilientes a los trabajadores de la salud ya que están rodeados de estresores crónicos cada día. En ambas líneas ponen el foco en la resiliencia del día a día, haciendo frente a problemas de financiación e infraestructuras, o adaptándose a las nuevas tecnologías sanitarias o también haciendo hincapié en las relaciones entre los profesionales sanitarios y sus familiares. En todo caso se habla de una resiliencia cotidiana, que en momentos de futuras crisis podría ser de gran utilidad.22
Ante esta situación, acrecentada por la pandemia mundial de la Covid-19, es perentorio encontrar vías de intervención que conlleven a que los profesionales de la salud puedan afrontar el trabajo mejor preparados desde el punto de vista competencial. El desarrollo de la resiliencia, puede ser una de esas vías.28
Por consiguiente, el principal objetivo de este estudio, es analizar los niveles de resiliencia en los profesionales sanitarios durante la Covid-19 en los centros de salud y en función de los resultados, establecer ejes de un potencial plan de intervención para mejorar el afrontamiento ante la adversidad de los profesionales sanitarios y, por ende, disminuir los riesgos y efectos perniciosos de las condiciones de trabajo.
Metodología
Se diseñó un estudio pre-experimental de un solo grupo sin nivel de comparación y metodología cuantitativa, en el que se aplicó la escala de resiliencia (ER) de Wagnild y Young. Dicha escala fue revisada en el 1993 y a pesar de tener más de 30 años de vida, en 2009 se hizo una revisión de 12 estudios donde se había utilizado dicha escala indicando un alto grado de validez y confiabilidad y en una gran variedad de población.13
Esta escala consta de 25 ítems de respuesta en escala tipo Likert donde 1 es en desacuerdo y 7 de acuerdo. Puntuaciones altas en la escala indican puntuaciones más altas en resiliencia. La ER tiene cinco componentes, a saber: (a) confianza en uno mismo, referida a la habilidad para creer en sí mismo y en sus habilidades; (b) ecuanimidad, referida a la perspectiva balanceada de la propia vida y sus experiencias y tomarse las cosas con tranquilidad moderando sus actitudes hacia la adversidad; (c) perseverancia, ante la adversidad y el desaliento, fuerte aspiración de logro y autodisciplina; (d) satisfacción personal, referida a la comprensión de la vida y cómo se contribuye a esta; y (e) sentirse bien solo, refiere al sentido de libertad y a sentirse único e importante.
Participaron 101 sujetos de 27 centros sanitarios diferentes. La media de edad fue de 40 años, el 83% mujeres y 17% hombres, 95% de nacionalidad española y el resto extranjeros (Tabla 1). Ante la dificultad de contacto personal y con el objeto de poder llegar al máximo de profesionales sanitarios posibles, se distribuyó la ER en un formato digital junto a las variables sociodemográficas entre profesionales sanitarios españoles, principalmente. El cuestionario se envió a unas pocas personas, instándolas a distribuirla entre colegas del sector, siguiendo la técnica de bola de nieve. No pertenecer al colectivo sanitario era criterio de exclusión. En todo momento se respetó la ética de la investigación, donde se informó del anonimato y la confidencialidad de las respuestas, así como la finalidad principal del estudio.
Datos sociodemográficos | Participantes | Porcentaje de la muestra |
---|---|---|
Edad | ||
20-30 | 26 | 25.74 |
30-50 | 44 | 43.56 |
+50 | 31 | 30.69 |
Sexo | ||
Mujer | 84 | 83.17 |
Hombre | 17 | 16.83 |
Puesto de trabajo | ||
Médico/a | 53 | 49.50 |
Enfermero/a | 33 | 32.67 |
Otros a | 15 | 14.85 |
Nacionalidad | ||
Española | 96 | 95.05 |
Otros b | 5 | 4.95 |
Notas: N= 101.
aHace referencia a: auxiliares, estudiantes, celadores, etc.
bOtros: se incluyen las siguientes nacionalidades: italiana, romana, mejicana, francesa y nicaragüense.
Resultados
Los resultados indican que la puntuación media de la muestra es de 136’5 mostrando que los niveles de resiliencia son bajos (Tabla 2). Las medias de cada factor no difieren estadísticamente, y el factor más bajo es el de ecuanimidad (Figura 1).
Puntuación total obtenida | Resiliencia |
---|---|
148-175 | Alto |
140-147 | Medio/Promedio |
127-139 | Bajo |
1-126 | Muy Bajo |
Nota. Tabla de Wagnild y Young.24
La baja ecuanimidad indica una visión poco balanceada de la propia vida y las experiencias del trabajo, tomándose esta con intranquilidad y con un afrontamiento actitudinal poco adaptativo hacia la adversidad. La baja perseverancia indica dificultades de afrontamiento ante la adversidad, desaliento ante la dureza del trabajo, baja aspiración de logro y autodisciplina por lo inabarcable de la presión asistencial. La baja confianza en uno mismo y en sus habilidades, denota insatisfacción de rol, predictor del burnout.4 La baja satisfacción personal, referida a la comprensión de la vida, concretamente a la presión asistencial derivada de la pandemia, y cómo se contribuye a esta, denota insatisfacción laboral. Por último, la baja puntuación en sentirse bien solo, refiere al sentido de libertad y a sentirse único e importante, denota percepción de poca libertad profesional para afrontar la demanda de trabajo e insatisfacción laboral, posiblemente debido al número de exitus que está produciendo la pandemia.
El análisis de las diferencias de puntuación de la resiliencia en relación con los datos sociodemográficos, han seguido las líneas de las investigaciones anteriores. Comparando las medias obtenidas en los tres rangos de edad (de 20 a 30 años; de 30 a 50 y de más de 50) se encuentra que el grupo más joven es el que muestra una resiliencia más alta, de 138, en comparación con los otros dos grupos que tienen una puntuación respectivamente de 130 y 134. A pesar de esta diferencia, todos ellos siguen en el rango bajo de resiliencia.
Comparando las medias obtenidas en ambos sexos se observa que la resiliencia en hombres es de 135’4 mientras que la de las mujeres es de 134’5, es decir, que la diferencia de puntuación es mínima y no significativa. En la última comparación estudiada, tampoco se observan diferencias. Los profesionales de la medicina tienen una resiliencia de 134’5 mientras que la de los de enfermería es de 135’75 (Tabla 3). En conclusión, los profesionales sanitarios participantes en el estudio tienen una resiliencia baja, no habiéndose encontrado diferencias ni en la profesión, ni en la edad o sexo.
Discusión
Los resultados encontrados van en la misma dirección que los hallazgos de otros estudios que reportaban que no había diferencias estadísticamente significativas entre variables sociodemográficas y nivel de resiliencia.16
Lo encontrado en este estudio, evidencia una amplia gama de estresores relacionados con aspectos intrínsecos del trabajo sanitario, como la sobrecarga de trabajo, el ritmo de trabajo y el control sobre el mismo, la insatisfacción con el rol, la inseguridad en el desempeño del trabajo, por el alta probabilidad de contagio ante la escasez de equipos de protección individual, y, unido a lo anterior, las largas jornadas de trabajo y la escasez de personal y procedimientos adecuados de abordaje clínico, sobre todo al inicio de la pandemia. El hallazgo está en consonancia con la revisión efectuada por Crespo, donde la salud laboral está influenciada por una amplia gama de estresores ocupacionales, psicológicos, organizativos y del diseño del trabajo.3
Todo ello conlleva a aseverar, más allá de la insatisfacción y malestar del profesional sanitario, la alta probabilidad de repercusiones sobre la salud física o mental en los profesionales sanitarios.10 El riesgo psicosocial, por todas estas condiciones laborales, unido al bajo nivel de resiliencia de los profesionales sanitarios, predicen una alta probabilidad de efectos perniciosos sobre la salud y sobre la calidad de servicio percibida, máxime si se cronifica esta situación.
Es importante señalar la dificultad de la intervención con un marco teórico en desarrollo. Como se verá a continuación, esta intervención se ha planteado según estudios hechos anteriormente enfocados a la resiliencia de los sanitarios con la particularidad que los estudios anteriores se centraban en potenciar la resiliencia en situaciones laborales cotidianas, mientras que el estudio actual está centrado en la resiliencia post Covid-19. Es necesario, por lo tanto, seguir investigando para poder emprender caminos de investigación y acción sólidos. Además, es necesario la evaluación de programas para analizar la eficacia y la satisfacción de los usuarios en relación con las intervenciones para mejorar la resiliencia.
Aunque como recomienda la literatura de prevención de riesgos laborales, la primera decisión de intervención debería ser eliminar los estresores y aumentar la resiliencia organizacional de las organizaciones sanitarias, como recomiendan Chaturvedi & Mohan ante la pandemia,25 el planteamiento de este trabajo se enfoca en el desarrollo de la competencia de la resiliencia en los profesionales sanitarios como vía para fortalecer el afrontamiento ante la adversidad y como vía para prevenir la enfermedad así como, indirectamente, la mejora del desempeño en el trabajo. El planteamiento de los ejes de intervención que se proponen a continuación es a dos niveles interrelacionados, individual y grupal (Figura 2).
a) Potenciar las relaciones en el trabajo positivas y la resiliencia grupal. La literatura sustenta reiteradamente la importancia de las relaciones interpersonales positivas en relación con la disminución del estrés y de la ansiedad y en la potenciación de la resiliencia.20,21 Tener una red de relaciones basadas en la confianza y el respeto proporcionan una base sólida a nivel interindividual de la resiliencia. Técnicas como la formación y desarrollo de equipos, trabajo en equipo y equipos de autoapoyo serían estrategias apropiadas para desarrollar la resiliencia grupal, el apoyo social y la colaboración intergrupal.
b) Mejorar la ecuanimidad. Hay evidencias de los múltiples beneficios que ofrece practicar la meditación, como mejorar la satisfacción del paciente y las habilidades comunicativas del sanitario, fortaleciendo la empatía y la compasión, reduciendo los niveles de estrés y de burnout, mejorando el razonamiento clínico y la toma de decisiones, minimizando la tasa de errores, así mismo mejorando las relaciones laborales y, por ende, el clima laboral.26,27 También desarrollar una “moneda de gratitud” en las relaciones profesionales, llevar un registro personal, involucrar a otros en el enfoque, más allá del trabajo en otros órdenes de la vida, permite desarrollar la ecuanimidad.
c) Reflexividad y flexibilidad cognitiva. La reflexión es una manera de desarrollar ideas y conocimiento que se pueden aplicar en posteriores ocasiones. Se ha comprobado que el hecho de escribir hace más tangible las ideas y las experiencias vividas, así mismo pueden surgir diferentes puntos de vista o diferentes maneras de ver el evento pasado, consiguiendo así la exploración de nuevas formas de actuar más positivas ante eventos futuros similares.20 La flexibilidad cognitiva, como una cualidad de las personas más resilientes, permite adaptar el comportamiento en base al contexto de la situación.21 Por ello, para promover la reflexividad personal y el compartir experiencias, se pueden favorecer instrumentos donde el personal sanitario escriba sus experiencias, favoreciendo así, tener más recursos de conocimiento para aplicar en situaciones futuras.
Conclusiones
Como se ha constatado en el trabajo, la resiliencia es un término poco maduro aún, pero de gran relevancia. Entendiendo la resiliencia como un rasgo, como un proceso o como una capacidad, la mirada de este término se dirige a remarcar la potencialidad de superación de las personas. Precisamente por esto, recae la necesidad de construir un sistema sanitario resiliente, el cual combata los estresores crónicos propios de esta profesión y además sea capaz de superar crisis sanitarias, como la actual, sin que los trabajadores sufran grandes repercusiones en sus vidas, como pueden ser problemas de salud física, psíquica o social.
La resiliencia de los profesionales sanitarios es baja en el peor contexto posible. Por ello la necesidad de intervenir es doble. Por una parte, se debe cuidar y apoyar a los sanitarios por haber trabajado en las condiciones precarias que los han acompañado durante esta pandemia. Por la otra, es necesario preparar el sistema para situaciones similares futuras y dotar a sus profesionales de herramientas para protegerse mentalmente de la dureza de estas experiencias.
La estrategia de abordaje individual y grupal que se plantea en el estudio cubre la mejora del afrontamiento personal y amortigua el estrés mediante el apoyo social de grupo. Sin embargo, es necesario recalcar que, para conseguir una mayor eficacia de resultados, esta intervención debería ir acompañada de mejoras en el sistema.
Cuidar a los que cuidan, reducirá la probabilidad de sufrir síntomas de trastornos como ansiedad y depresión, hecho que está directamente relacionado con una disminución de bajas laborales. Los beneficios esperados al desarrollar programas de intervención en esta línea, no son solo a nivel personal, potenciar la resiliencia de cada uno, sino también a nivel organizacional, ya que incidirá en una mejor productividad, construyendo una sanidad de mayor calidad que pueda hacer frente al aumento de las listas de espera producido por el colapso sanitario durante la crisis, y pueda actuar de una manera más resiliente en las futuras crisis sanitarias.
Este trabajo ha permitido poner en el punto de mira la oportunidad de mejora de la resiliencia, y marca la necesidad de ahondar en estrategias de intervención eficaces y de calidad, así como investigar el proceso óptimo de desarrollo de los comportamientos asociados a la resiliencia a nivel individual y grupal y su traslación al entorno laboral.