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Gerokomos
versión impresa ISSN 1134-928X
Gerokomos vol.19 no.3 Barcelona sep. 2008
EDITORIAL
El verdadero rol de abuelo o una nueva puerta hacia la esclavitud
Grandparents´realrole or a new way towards slavery
J. Javier Soldevilla Agreda
Director de Gerokomos
El creciente ascenso del número de personas ancianas ocupadas en tareas permanentes que, a todas luces, deberían corresponderles a sus hijos, es un tema recurrente en distintos foros, formales o claramente distendidos.
Los que, por nuestra condición de padres entrados en años, visitamos con bastante frecuencia parques y columpios que otros recorrieron hace dos décadas, contemplamos a diario a una amplísima lista de abuelos o abuelas ocupados con la custodia y el entretenimiento de sus nietos en estos espacios de expansión. Lo que a priori podría retratar una eficaz y terapéutica fórmula de enriquecimiento para unos y otros, tiene en muchos casos un trasfondo donde el bondadoso "sunamitismo" se acerca más a fórmulas modernas de esclavitud que utilizan los férreos lazos afectivos por cadenas.
No quiero aludir a otras situaciones que entiendo extraordinarias, a pesar de su alta frecuencia, en las que los abuelos actúan como padres por pérdida -temporal o no- de éstos, lo que supone un seguro reconocimiento de acogida voluntaria por parte de esos abuelos ante unos nietos desamparados. A pesar de las dificultades mayúsculas de esta situación, aplaudo un papel heroico en esas acogidas, que requerirían de mayor atención social.
En estas líneas no quiero referirme a esa cantidad incontable de abuelos que ven, a diario o cada poco tiempo, a sus nietos y los acompañan al parque o disfrutan de un tiempo de rica convivencia, sino de aquéllos que, entre las actividades diarias con sus nietos, encajan la de visitar con ellos el parque, recogerlos del colegio y darles la merienda, antes de llevarlos de nuevo a casa y firmar el certificado de entrega a sus padres naturales.
A todo ello se suma el cansancio añadido de empezar la jornada -día sí y día también- recibiendo a los niños a horas tempranas, llevándolos de un sitio a otro o, lo más gravoso, tutelándolos a jornada completa en su propia casa o en la de sus hijos, con una elevada responsabilidad y una implicación directa en las tareas de alimentación, higiene, vestido, entretenimiento y educación de los niños. A menudo, esta devastadora programación se completa con la misión ("siempre voluntaria y con la sonrisa puesta", eso sí) de dar de comer y facilitar el descanso a los exhaustos padres de los niños cuando llegan del trabajo.
En muchos casos, veo cómo esta apretada agenda y las elevadas dosis de estrés que conlleva convive con una aceptación estoica (total, sólo ocupa todo el tiempo libre de sus ansiadas y merecidas jubilaciones) y, pocas veces, se da una denuncia explícita del abuso ("ya que son los de mi sangre"). Creo que se trata, simple y llanamente, de un nuevo fenómeno de sometimiento.
A buen seguro alguien me acusará de exageración por mi presentación de este panorama. Si llegara a muchos de esos mayores, voluntarios extemporáneos de la atención de sus nietos, tal vez lo considerasen desvirtuado, dado que ese rol que implica vocación y atención intensiva en las tareas de cuidado tiene un principio y un fin. Quizá si fuese una tribuna abierta, estas palabras no llegarían a aquéllos a quienes he querido dibujar, porque ni siquiera tendrían tiempo para leer esta columna.
A los profesionales gerontológicos, seguros lectores de estas líneas, quiero darles una llamada de atención. Mañana pueden tener frente a ustedes a un paciente mayor con manifestaciones clínicas, psíquicas, anímicas, etc., de profundo calado, relacionadas directamente con este nuevo síndrome y que será necesario tener en cuenta. Difícilmente ayudarán sus denuncias en el diagnóstico.
En cualquier caso, ojalá que este editorial recoja hoy una imagen irreal, distorsionada, infrecuente y, por ello, mal seleccionada por parte de este observador de parques y jardines.