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RCOE

versión impresa ISSN 1138-123X

RCOE vol.7 no.5  sep./oct. 2002

 

Editorial 



¡Abra la boca por favor! 

 


Algunas profesiones podrían ser fácilmente reconocidas por las frases que más pronuncian en su vida. De este modo reconoceríamos a un portero por el convencional "pase", a una telefonista por el consabido "diga" y a un dentista por nuestro eterno... ¡ABRA LA BOCA POR FAVOR!

Ciertamente ésta es la frase que más utilizamos cada día y no la pronunciamos porque deseemos mejorar la comunicación con los pacientes, que es muy importante, sino porque es un requisito indispensable para nuestro trabajo. Lo hacemos una vez al menos con cada enfermo que atendemos y, lamentablemente, en los pacientes difíciles muchas veces con cada uno de ellos, llegando a exasperarnos tratar personas que la abren "poco o nada" (como dicen las encuestas). Pero, independientemente de nuestros deseos de comunicación, realmente el hecho de que el paciente abra poco su boca dificulta mucho nuestro trabajo, y esta característica nunca es tenida en cuenta a la hora de valorar las indicaciones o resultados de nuestras intervenciones. Es frecuente ver en tratados de implantes el grado de dificultad de ciertas intervenciones en función de las características intrínsecas de la cirugía, de las peculiaridades quirúrgicas del paciente, de los aspectos médicos del mismo, e incluso de la preparación y experiencia del dentista, pero nunca nadie, quizás por obviedad, se plantea si el paciente es capaz de algo tan sencillo como abrir la boca lo suficiente y durante el tiempo necesario.

Este sistemático olvido de la citada condición, nos puede crear serios problemas, pues entramos en un campo tan importante como es la colaboración del paciente y su relación con los posibles resultados de nuestro tratamiento. En esta época en la que está tan de moda el consentimiento informado, las demandas, y en el que incluso confusas doctrinas jurídicas intentan implicarnos compromisos de resultados, estamos olvidando sistematizar las facilidades o dificultades que el paciente presenta y que pueden afectar a nuestro tratamiento. Y no me refiero sólo a las físicas, como la descrita, sino a las psicológicas, como su capacidad para comprender nuestro tratamiento, su compromiso y colaboración en los cuidados de seguimiento del mismo, su respeto hacia nuestra figura y dictámenes, o su continua persistencia en intentar por todos los medios que hagamos aquello que ellos desean.

En el terreno psicológico... ¿Nos pueden llegar a acosar los pacientes? ¿Puede su acoso repercutir en nuestro trabajo? Creo que ya hablamos en otra ocasión del "síndrome del paciente-dentista [1]". ¡Cuántas veces he oído a un compañero que ha tenido problemas con un "paciente-dentista" quejarse amargamente de haberle hecho caso! ¡Me está bien empleado, mira que le dije... Y nada, cada vez que venía a la consulta dale con lo mismo! Al final le hice lo que me pedía y ahora tengo este problema. ¿Existirá realmente el síndrome del "acoso del paciente-dentista" sobre el dentista paciente?

Bien, independientemente de los juegos de palabras, creo que deberíamos empezar a considerar unos indicadores de calidad sobre la colaboración del paciente que nos permitieran valorar las facilidades, o dificultades, físicas y psicológicas que cada persona presenta, que puedan condicionar tanto al desarrollo de nuestro trabajo, como al mantenimiento. Puede que nos sea útil en un futuro muy cercano.

Alberto Sicilia Felechosa
Director


[1] Dícese de aquellos pacientes que gustan de autodiagnosticarse y decidir, empecinadamente, cuál es el tratamiento que precisan, desoyendo los consejos facultativos.

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