Introducción
El papel del factor psicológico en el rendimiento deportivo ha sido constatado en múltiples investigaciones, tanto en deportistas de élite (Abdullah, Musa, Maliki, Kosni y Suppiah, 2016; Gould, Dieffenbach y Moffett, 2002; López-Gullón et al., 2011; MacNamara, Button y Collins, 2010) como en deportistas jóvenes en formación (Castilla y Ramos, 2012; Morris, 2000; Weinberg y Gould, 2014). De hecho, se considera mediador entre las capacidades físicas, técnicas y tácticas de los deportistas, por lo que la disposición psicológica de éstos determinará su funcionamiento deportivo afectando el rendimiento (Mahamud, Tuero y Márquez, 2005).
En este sentido, algunos estudios clásicos encontraron que las variables fisiológicas explicaban entre el 45 y el 48 % del rendimiento deportivo, pero cuando se unían las variables psicológicas llegaban a explicar entre el 79 y el 85 % del éxito en la especialidad de lucha (Nagle, Morgan, Hellickson, Serfass y Alexander, 1975; Silva, Shultz, Haslam y Murray, 1981). La importancia del factor psicológico en el rendimiento deportivo llevó a algunos investigadores a relacionar rasgos de personalidad y rendimiento (Anhsel, 2003; Cabrita, Rosado, de la Vega y Serpa, 2014; Gould, Weiss y Weinberg, 1981; Mahoney y Avener, 1977; Morgan, 1979; Orlick, 2003), entre los que destaca el estudio de Gee, Dougan, Marshall y Dunn (2007) realizado durante 15 años con jugadores profesionales de hockey (NHL), en el que hallaron que la competitividad, la autoconfianza y la disposición analítica son predictores significativos de su rendimiento deportivo. Aunque los investigadores más orientados a la práctica critican la escasa utilidad de la información obtenida, adoptando un enfoque fenomenológico para estudiar la personalidad, pasando del estudio de los rasgos tradicionales al estudio de las estrategias mentales, habilidades y conductas que los deportistas utilizan para competir y su relación con el éxito deportivo (Weinberg y Gould, 2014).
La evaluación de las habilidades psicológicas puede permitir establecer hipótesis de trabajo acerca de la intervención psicológica más apropiada para favorecer el rendimiento deportivo (Abenza et al., 2014; Gimeno, Buceta y Pérez-Llantada, 2007; Olmedilla, Ortega, Andreu y Ortín, 2010). Además, no solo resulta muy importante para los deportistas profesionales o de alto nivel, sino para los jóvenes deportistas en formación, lo que ayudará a implementar programas de ayuda psicológica adecuados a cada caso. Por otro lado, resulta de gran interés conocer si existe o no un perfil psicológico similar entre diferentes deportes de equipo, que demanden estrategias específicas de preparación y formación psicológica. Por lo tanto, el conocimiento de las características psicológicas de los jóvenes deportistas es importante ya que junto a los indicadores físicos y antropométricos, posibilitan a los entrenadores y técnicos individualizar y optimizar los procesos de entrenamiento.
Así, los objetivos de este estudio son:
Método
Participantes
La muestra estuvo formada por un total de 149 deportistas federados (todos varones), de los cuales 36 eran jugadores de futbol, 70 jugadores de baloncesto y 43 de rugby, con una media de edad de 15.99 ± 1.47, y una media de años de práctica de 6.02 ± 3.20.
Instrumentos de evaluación
Para la evaluación de las características psicológicas se utilizó el Cuestionario de Características Psicológicas relacionadas con el Rendimiento Deportivo (CPRD) de Gimeno, Buceta y Pérez-Llantada (2001). El CPRD es un cuestionario muy utilizado en el ámbito deportivo que ofrece una información muy útil para evaluar aspectos psicológicos implicados en la práctica deportiva (Gimeno y Buceta, 2010). El CPRD está compuesto por 55 Items en escala Likert de cinco puntos (de totalmente desacuerdo a totalmente de acuerdo) con una opción de respuesta adicional para aquellos casos en los que el deportista «no entiende el ítem», con el fin de evitar respuestas «en blanco» o en la posición central. El cuestionario presenta cinco factores con saturaciones superiores a 0.30, con un coeficiente alfa de Cronbach del 0.85, y explica el 63 % de la varianza total. La escala Control de Estrés (CE) está formada por veinte ítems, con un coeficiente alfa de Cronbach del 0.88. Hace referencia a situaciones potencialmente estresantes en las que es necesario el control, y a las respuestas del deportista en relación a las demandas del entrenamiento y la competición. Una puntuación alta indica que el deportista dispone de recursos psicológicos para controlar el estrés relacionado con su práctica deportiva. La escala Influencia de la Evaluación del Rendimiento (IER) está formada por doce ítems, con un coeficiente alfa de Cronbach del 0.72. Hace referencia a las características de las respuestas del deportista ante situaciones en las que éste evalúa su propio rendimiento, o se plantea que lo están evaluando personas significativas a él; además, incluye también la valoración respecto a los antecedentes que pueden originar una valoración del rendimiento deportivo del deportista. Una puntuación alta indica que el deportista muestra un elevado control del impacto de una evaluación negativa sobre su rendimiento. La escala Motivación (MO) está formada por ocho items, con un coeficiente alfa de Cronbach del 0.67. Hace referencia a la motivación básica por el rendimiento y logros deportivos, y a la motivación cotidiana por el entrenamiento diario o la competición. Una puntuación alta indica que el deportista se encuentra muy motivado para la práctica deportiva competitiva. La escala Habilidad Mental (HM) está formada por nueve items, con un coeficiente alfa de Cronbach del 0.34. Hace referencia al uso de una serie de habilidades que pueden repercutir en el funcionamiento del deportista en beneficio de su rendimiento. Una puntuación alta indica que el deportista dispone de unos recursos que pueden ayudarle a rendir mejor. La escala Cohesión de Equipo (CH) está formada por seis reactivos, con un coeficiente alfa de Cronbach del 0.78, y hace referencia al grado en que el deportista se siente atraído e identificado con el grupo deportivo. Una puntuación alta indica que el deportista está integrado y presenta una buena disposición a trabajar con el equipo.
Procedimiento
En un primer momento se contactó con las federaciones territoriales de fútbol, de rugby y de baloncesto para solicitar el listado de equipos en etapas de formación, y para informar del trabajo de investigación que se iba a llevar a cabo. Una vez recibida esta información, se contactó bien con el director deportivo bien con el entrenador de aquellos equipos y clubes que por proximidad geográfica se incluyeron en el estudio. Una vez obtenido el permiso y visto bueno para la investigación, se acordó un día para informar a los jugadores, explicándoles el objetivo de la investigación y las posibles dudas sobre la misma; se les informó del carácter voluntario de su participación y de la necesidad de firmar un consentimiento informado en caso de su participación. Por último, se distribuyeron los cuestionarios informando del procedimiento a seguir para su cumplimentación. Todas las reuniones se celebraron en los vestuarios de los equipos participantes, y la labor de explicación y cumplimentación de los cuestionarios fue llevada a cabo por psicólogos expertos en deporte.
Diseño y análisis de datos
Se ha utilizado un diseño descriptivo-transversal. Para el análisis de los datos, se calcularon las medias y desviación típicas de cada uno de los grupos de jugadores. Posteriormente, se utilizó un análisis de la varianza de un factor para valorar posibles diferencias entre grupos, con un nivel de significación de p < .05. Se utilizó el programa estadístico SPSS V. 21.0.
Resultados
En la Tabla 1 se aprecian los valores medios de las diferentes escalas del CPRD, en los diferentes grupos de deportistas.
Los datos de la Tabla 1 señalan que los jugadores de futbol son los que presentan valores superiores en CE, MO y CH, mientras que los jugadores de rugby son los que tienen valores superiores en IER y HM. No se apreciaron diferencias estadísticamente significativas en ninguno de los casos.
En la Figura 1 se aprecian de manera gráfica los valores medios de las distintas escalas del CPRD en los distintos grupos de deportistas.
Y, en la Tabla 2 se muestran los valores de los jugadores de fútbol, baloncesto y rugby en función de los baremos genéricos del CPRD.
Discusión
Los objetivos de este estudio han sido establecer las características psicológicas para el rendimiento deportivo de jóvenes jugadores de fútbol, rugby y baloncesto, y determinar si existen diferencias entre las características psicológicas de estos jugadores. Los resultados muestran, a nivel general, dos aspectos relevantes: (a) que las puntuaciones en las cinco escalas del CPRD de los jugadores de fútbol, de baloncesto y de rugby presentan una tendencia similar; puntuaciones más altas en las tres primeras escalas (CE, IER y MO) y más bajas en las dos últimas (HM y CH); y (b) que las puntuaciones, en cualquier caso, se encuentran en niveles medios o medio-altos, excepto las del grupo de futbolistas en CE y MO, que se podrían considerar altas.
La evaluación de las características psicológicas con el CPRD determina que las puntuaciones más altas en cada una de las escalas es lo que mejor predice un buen funcionamiento psicológico y un buen rendimiento deportivo (Gimeno y Buceta, 2010). En este estudio, las puntuaciones medias globales obtenidas por los jugadores de los tres deportes se encuentran algo por debajo de lo hallado en otros estudios (Olmedilla et al., 2010; Olmedilla et al., 2015), lo que puede parecer lógico dado que en los dos estudios citados la muestra de deportistas fue de jugadores profesionales de balonmano y futbolistas juveniles de élite, mientras que en el presente estudio los jugadores si bien estaban federados, en ningún caso eran profesionales o pertenecían a clubes profesionales.
Aunque no han aparecido diferencias significativas entre los tres deportes, destaca el hecho de que los futbolistas han obtenido las mayores puntuaciones en tres de las cinco escalas (CE, MO y CH) y los jugadores de rugby en las otras dos (IER y HM), resultando que los jugadores de baloncesto han sido los que peor puntuación han obtenido. Respecto a la escala CE, que evalúa la capacidad percibida por el sujeto para controlar el estrés propio de la actividad deportiva, en entrenamientos y competición, los jugadores de fútbol han obtenido la mayor puntuación, que en centiles representa un 80, frente al 70 de los jugadores de baloncesto, y 77,5 de los de rugby; una puntuación que se acerca a la obtenida por jugadores juveniles de fútbol de élite (centil de 85) en el estudio de Olmedilla et al. (2010).
Respecto a la escala IER, que evalúa el manejo que el deportista hace de la evaluación, tanto la propia como la de los demás, de su ejecución deportiva, los jugadores de rugby han obtenido la máxima puntuación (centil de 77,5), respecto a los jugadores de fútbol (centil 72,5) y a los de baloncesto (centil 76). Puntuaciones que se quedan lejos de las obtenidas por Olmedilla et al. (2015) con balonmanistas profesionales (84) o por Olmedilla et al. (2010) con futbolistas juveniles de élite (83).
Respecto a la escala MO, que evalúa el nivel de motivación básica por el deporte, concretamente por su deporte, y el nivel de motivación más específica respecto a entrenamientos y competición, de nuevo los jugadores de fútbol han obtenido la mayor puntuación (83) frente al 76 de los jugadores de baloncesto, y 75 de los de rugby; una puntuación que, aunque alta, queda lejos de la obtenida por los jugadores juveniles de fútbol de élite (91) en el estudio de Olmedilla et al. (2010).
Respecto a la escala HM, que evalúa el conocimiento y aplicación de estrategias y habilidades psicológicas en el ámbito deportivo, las puntuaciones más altas han sido las de los jugadores de rugby (61), frente a las de fútbol (60,5) y las de baloncesto (56); puntuaciones, en cualquier caso, no excesivamente altas lo que parece lógico ya que el entrenamiento de estrategias y habilidades psicológicas no suele trabajarse en los diferentes clubes deportivos. Y que también concuerda con unas puntuaciones menores (62 y 66) en los estudios de Olmedilla et al. (2010) y Olmedilla et al. (2015).
Respecto a la escala CH, que evalúa el nivel de compromiso del sujeto para trabajar como parte del equipo del que forma parte, las puntuaciones más altas han sido las de los futbolistas (56), frente a las de los jugadores de rugby (55.5), y a las de los jugadores de baloncesto (55). Y que también concuerda con unas puntuaciones menores (66 y 55.7) en los estudios de Olmedilla et al. (2010) y Olmedilla et al. (2015). Resulta muy importante la valoración de esta escala dado que se está analizando deportes de equipo, y que parece que el compromiso de trabajo en equipo puede ser un factor de rendimiento más. En este sentido, Filho, Gershgoren, Basevitch y Tenenbaum (2014) indican que el potencial de rendimiento percibido de un equipo está en función de la percepción de cohesión social, y que los equipos de alto rendimiento tienen claramente definidos los objetivos relacionados con las tareas y el equipo. Es posible que el momento de la evaluación de este factor sea clave, dado que a veces está sometido a la percepción que tienen los jugadores en función de la clasificación del equipo, de las expectativas individuales respecto a la temporada siguiente, a la propia situación de titular o reserva, etc. La cohesión deportiva se sabe que es altamente dependiente de las circunstancias de la competición y del entorno (Carron, Brawley y Widmeyer, 1998), aunque llama la atención que un deporte tradicionalmente y popularmente entendido como de alta cohesión social, como el rugby, se halle a la par en esta escala que otros deportes de equipo.
Si bien, a tenor de las puntuaciones obtenidas, se puede considerar que los deportistas estudiados manifiestan una buena capacidad para controlar el estrés (CE), para gestionar adecuadamente la evaluación que se hace de su ejecución deportiva (IER) y una buena motivación hacia su práctica deportiva (MO), también manifiestan un buen porcentaje de mejora en estos aspectos, lo que permite proponer adecuados programas de entrenamiento psicológico que ayuden a esta mejora (Bossio, Raimundi y Correa, 2012; Nicholls, 2014; Olmedilla et al., 2010). Además, estos programas deberían ser específicos, es decir que atiendan a demandas concretas del equipo deportivo y de sus individualidades (Carmona, Guzmán y Olmedilla, 2015; Gross et al., 2016; Olmedilla y Domínguez, 2016; Ross, Gill y Cronin, 2015; Weinberg y Gould, 2014), además de ser integrados en los programas normales de entrenamiento físico, técnico y táctico (Abenza, Olmedilla y Martínez, 2017; Takemura, Yokoyama, Omori y Shimosak, 2014). Se ha constatado que el perfil psicológico del deportista puede variar en función de la posición que ocupa en el terreno de juego (Olmedilla et al., 2015; You, 2005), o en función de la edad (Lorenzo, Gómez, Pujals y Lorenzo, 2012) o del género de los deportistas (Padilla, Quintero, Aguirre-Loaiza y Arenas, 2016), lo que algunos autores (do Nascimento, Gomes, Mota, Aparecida y Melo, 2016; Padilla et al., 2016) han observado relacionando rasgos de personalidad asociados al género y como pueden incidir en los aspectos tácticos.
Por otro lado, las puntuaciones medias en HM y en CH hace pensar que, efectivamente, no parece existir un trabajo planificado de entrenamiento psicológico, lo que redundaría en la mejora de las habilidades y estrategias psicológicas de los deportistas (Holt, 2016), ni un buen trabajo de liderazgo de equipo, que permita realizar sinergias para una mayor cohesión y cooperación deportiva (Lameiras, Almeida y García-Mas, 2014; Olmedilla et al., 2016) lo que redundaría en un previsible aumento del rendimiento deportivo. En este sentido, algunos estudios como el de Hill, MacNamara y Collins (2015) realizado con entrenadores de rugby que trabajan en el desarrollo del talento deportivo, indican que el apoyo social comprensivo es un factor clave de aprendizaje para el desarrollo del talento, y que posibles problemas clínicos actúan como un factor negativo en este desarrollo. Para Padilla et al. (2016) los resultados de su estudio, realizado con jugadores de fútbol, voleibol y fútbol-sala (mujeres y varones), sugieren que los programas de intervención psicológica deben ser acordes al género, las exigencias de entrenamiento y competición en las diversas disciplinas deportivas.