Introducción
El cuidado, dimensión inmanente del ser, es influido por los contextos sociopolíticos cincelados por el devenir de los recorridos históricos colectivos. En este sentido, los conflictos bélicos han jugado un doble papel paradójico en su desarrollo, por un lado, han supuesto un menoscabo de las condiciones sociosanitarias de higiene y salubridad, pero por otro han propiciado un laboratorio de ensayo de nuevos sistemas de cuidados. En esta línea, muchos de los desarrollos de la disciplina han estado ligados al «habitus» de la guerra, baste citar a modo de ejemplo las mejoras en cuanto disciplina introducidas por la órdenes caballerescas españolas durante la Reconquista, la profesionalización de los cuidados iniciada por órdenes como los obregones, los sanjuanistas o los bethelamitas, durante la Guerra angloamericana y conquista de américa, o la conversión de la enfermería española en una profesión laico-técnica en el entorno de las Guerras Carlistas, la guerra de Marruecos o la Guerra Civil española (Hernández Garre, 2018).
En el presente artículo interesa rastrear las condiciones de emergencia del cuidado en el contexto de la Guerra Civil, conflicto bélico desencadenado en España tras el fracaso parcial del golpe de estado del 17 de julio de 1936, llevado cabo por las fuerzas armadas contra el Gobierno de la Segunda República, y cuyo fin llegaría en 1939 con el último parte de guerra firmado por Francisco Franco (Tamames, 2011; Moradiellos, 2012). Sin ánimo de entrar en el limen historiográfico del conflicto, no es el objetivo del artículo, baste citar que se trató de un conflicto en el que se confrontaron sensibilidades opuestas en campos clave de la convivencia social como la política (fascismo-comunismo/dictadura militar-república), la religión (católicos-anticatólicos), la lucha de clases (burgueses-proletarios) o la identidad nacional (españoles-regionalistas) (Juliá, 1999: 118). Sensibilidades encarnadas en dos bandos opuestos, por un lado el bando republicano, aglutinado en torno al denominado Frente Popular, y de otra parte el bando sublevado, autodenominado Bando Nacional (Malefakis, 2006: 24). Y todo ello en un contexto internacional en el que los diferentes países establecieron sus posicionamientos, de lo que da cuenta el apoyo de la Unión soviética, o de bridadas internacionales como el Brigada Garibaldi o El Batallón Abraham Lincoln, al Frente Popular, o el dado por el Corppo Truppe Volontarie (CTV) italiano, o la legión Condor alemana al bando sublevado (Avilés, 2018).
Estamos ante un conflicto que emerge en el marco de unas condiciones sanitarias herederas de fenómenos del siglo XIX como la revolución industrial, la explosión demográfica, los éxodos migratorios rural-urbano, los hacinamientos en las ciudades, las precarias condiciones de vida de la población trabajadora, las hambrunas periódicas o las malas condiciones de salubridad en muchos centros sanitarios. Campo social sembrado por enfermedades infecciosas y nutricionales como la tuberculosis, la sífilis, el cólera, la disentería, el tifus, la tosferina, el raquitismo o el escorbuto que propiciarían una alta mortalidad infantil y una baja esperanza de vida (Alvear, 1972; Rule, 1990; Carreras y Tafunell, 2005; Ocaña, 2008). Nexos de insalubridad cuya respuesta vendrá de la mano de avances como las propuestas de la medicina social de Edwin Chadwick o Rudolf Virchow, la insistencia en la higiene de manos de Semmelweis, la teoría microbiana de Robert Koch, Louis Pasteur y Joseph Lister, la teoría del entorno de Florence Nightingale o el nacimiento de la antibioterapia de la mano de Alexander Fleming en 1928.
El cuidado también sufriría diferentes metamorfosis en este tránsito hacia la contemporaneidad, baste citar la consolidación de la enfermería laica en el marco de instituciones como las Diaconisas de Kaiserswert (1836) o la escuela de enfermería del hospital Santo Tomás de Londres (1860), el proceso de consolidación de las profesiones del cuidado en España con la institucionalización de practicantes (1860), matronas (1861) y enfermeras (1915), el nacimiento de la primera de Escuela de Enfermería fundada en Madrid en 1896, bajo la advocación de Santa Isabel de Hungría, o la fundación de la Escuela Nacional de Puericultura (1923), la Escuela Nacional de Salud (1924) o el Patronato de Asistencia social Psiquiátrica (1931) (De Maya y Hernández Garre, 2018). Proceso de consolidación del cuidado que se frenaría durante la Guerra Civil al suspenderse de manera abrupta la formación reglada de enfermeras, ello propiciaría un doble flujo en el desarrollo disciplinar, por un lado en el Bando Nacional se crearía en 1937 la figura de la «dama enfermera», a través de una serie de cursillos impartidos por la ¨Falange Española Tradicionalista¨ (FET) y las ¨Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista¨ (JONS), y por otro lado en el Frente Popular la Cruz Roja formaría a dos figuras del cuidado, las «enfermeras profesionales» y las «damas auxiliares». A ello se sumaría la formación de dos tipos de enfermeras militares que recibirían el nombre de «Cuerpo Auxiliar de Damas Enfermeras Militares» en el lado del alzamiento y «Cuerpo del Socorro Rojo» en el lado republicano (Antón, Hallett y Wakefield, 2005; Hernández Conesa y Segura, 2013).
Se trata, pues, de una etapa convulsa para la convivencia en cuyo marco se produjeron transitares significativos en todos los campos: político, social, sanitario y del cuidado. Último conflicto significativo en la historia de España del que todavía sobreviven los últimos testigos vivos de la misma, nonagenarios que en aquella época vivieron el conflicto desde los inocentes ojos de un niño, y que constituyen la última fuente oral que puede dar testimonio en primera persona de las experiencias acaecidas en ese limen histórico. En este contexto de premura, por lo limitado de la trayectoria vital del ser humano, se sitúa el presente artículo, cuyo objetivo ha sido profundizar en las vivencias de infancia de los niños y niñas que vivieron la Guerra Civil, centrándose en la descripción de las condiciones sociopolíticas y sanitarias vividas durante el conflicto y en el papel que los cuidados jugaron en el mismo. El valor de la propuesta es doble: por un lado es la última oportunidad para hacer historia oral de las condiciones de emergencia del cuidado durante la Guerra Civil; por otro está el aporte de originalidad que supone la reconstrucción desde los ojos de la infancia.
Metodología
Se trata de un trabajo con orientación cualitativa, fenomenológica y hermenéutica que utiliza como estrategia de investigación los testimonios focalizados (historia oral). Estamos ante una estrategia de estudio que origina diferentes versiones sobre la historia oral de los hechos sociales con el objetivo de reconstruir los relatos, experiencias, opiniones, anécdotas y costumbres (Piñero y Rivera, 2013). Se parte por tanto del hecho que los acontecimientos sociales, en cuanto son experimentados por las personas, son ontológicamente interpretables y dependientes de lo vivido por los sujetos (Posada, 2007).
Técnica de recogida de datos. Para recabar los testimonios se utilizó como técnica de recogida de datos las entrevistas semiestructuradas en base a un guión cuya intención fue generar una línea discursiva no fragmentada, segmentada o excesivamente precocinada (Taylor y Bogdan, 1987; Grele, 1991). En la guía se abordaron temas genéricos centrados en el discernimiento de las condiciones políticas, sociales, sanitarias y de cuidados. Las entrevistas se realizaron de manera individual en el domicilio de los informantes, entre enero y junio del año 2020, con una media de treinta minutos de duración, para no agotar a los informantes, recogiendo aproximadamente 180 minutos de discurso.
Selección de la muestra. Para la selección de los participantes se utilizó un muestreo por conveniencia que permitiera seleccionar el perfil de los informantes, siguiendo el criterio de intersubjetividad para garantizar la representatividad de los testimonios. En este sentido, como criterios de homogeneidad se siguieron la nacionalidad española y el hecho de que todos eran nonagenarios, y por tanto habían experimentado el inicio de la guerra cuando tenían entre seis y diez años; y como criterios de heterogeneidad el sexo, el nivel de estudios y la ideología política. La muestra final estuvo integrada por seis participantes (Tabla 1).
Informante | Nacionalidad | Edad | Sexo | N. Estudios | I. Política |
---|---|---|---|---|---|
1 | Española | 90 | Hombre | Básicos | Conservadora |
2 | Española | 94 | Mujer | Básicos | Conservadora |
3 | Española | 92 | Hombre | Superiores | Conservadora |
4 | Española | 91 | Mujer | Medios | Progresista |
5 | Española | 92 | Mujer | Básicos | Progresista |
6 | Española | 90 | Hombre | Medios | Progresista |
Análisis de datos. Para el análisis del discurso se recogió y recontextualizó la información mediante el sistema de codificación abierta y axial con el objetivo de organizar la información en categorías (Strauss y Corbin, 1998). Durante el procedimiento de interpretación se introdujo un orden: trascripción, lectura intensiva, toma de notas, análisis, listados, primer epígrafe del informe, codificación, agrupación y determinación de categorías temáticas, intentando analizar la eficacia simbólica de los relatos en los contextos en los que se produjeron (Legard, Keegan y Ward, 2003; H. Rubin y I. Rubin, 2011). Finalmente se determinaron las siguientes categorías principales de análisis: experiencias traumáticas, condiciones sociales, cuidados y vivencia de la infancia.
Resultados
Para la exposición de los resultados seguiremos como línea argumental las cuatro categorías emergentes identificadas en el análisis del discurso.
Experiencias traumáticas. Los relatos muestran con vivacidad las heridas dejadas por la guerra, los traumas de experiencias frontera que recuerdan con cierto pavor. En este limen se sitúan los miedos producidos por los bombardeos: “Cenábamos temprano y siempre empezaban las sirenas de Cartagena y las luces hacia arriba (gesticula) (…). También recuerdo que donde vivía cayó un proyectil que no pilló a nadie” (Informante 1, Imagen 1).
El antídoto al miedo, el bálsamo para contener el peligro de los bombardeos, eran los refugios convertidos en verdade-ros Shangri-La de la vida en una época desgraciadamente marcada por la muerte: “En el refugio nos quedábamos mi madre y nosotras dos y los vecinos hasta que terminaba de pasar los aparatos y decían ´ya se han ido´ y entonces toda la gente corriendo otra vez corriendo para las casas” (Informante 4).
Otra de las experiencias traumáticas eran los reclutamientos que producían la separación de familias, el miedo ante la incertidumbre del destino, y en muchos casos la muerte de los que eran recabados para la causa: “Sí, mi padre luchó en la guerra en Madrid y apareció un poco antes de terminar la guerra, un tío mío se lo llevaron a la guerra y no volvió (…). Vivimos el hambre, la miseria, el no tener trabajo, no tener dinero y los hombres que se llevaban del pueblo y no volvían nunca” (Informante 5).
Reclutamientos que además se producían de forma aleatoria según la zona geográfica en la que se encontraban los suje-tos, en una población que en muchas ocasiones ni tan siquiera tenía adscripción política, y si la tenían no se había contado con ella para su alistamiento. El resultado fue la división de las familias y como último recurso la deserción: “Sí. Tuve tres tíos militares. Uno comandante de aviación y otro capitán de artillería [que lucharon en el bando nacionalista] y otro coronel de intendencia que estaba en Barcelona y era republicano” (Entrevistada 3); “Sí, mi tío estuvo en Teruel y desertó porque los mataban como chinches y antes de que lo mataran se vino y estuvo refugiado en la casa de los padres en el campo. (…) Otro tío mío que estaba en la zona Roja y se pasó a la zona Nacional, contaba que una noche se pasó a la zona nacional porque era de los de Franco” (Informante 1).
Pero sin duda el elemento de retaguardia que los informantes recuerdan con mayor pavor fue las persecuciones y los fusilamientos: “Una vecina nos denunció porque mi padre no estaba en la guerra y una noche vino la policía a buscarlo, pero como mi padre tenía los papeles organizados por el partido [socialista] no se lo llevaron, pero se puso muy malo porque antes mataban en el puerto, se llevaban a los frailes y curas, mataban también a las personas que no eran del partido, los fusilaban (…). Luego a mi madre le fusilaron a un primo suyo que era fraile y su padre como no quería dejar al hijo mataron al padre y al hijo” (Informante 5).
Según los informantes el elemento político fue una de las principales razones de las purgas de guerra, cuentan como eran encarcelados y ajusticiados por milicianos que, en ocasiones, utilizaban formas de extrema crueldad simplemente por ser familiares de personas del otro bando o por ser ricos: “uno de estos ricos podríos que había y estaba tendido en la cuneta y la gente le estaba tirando piedras después de muerto (…) luego se lo llevaron al cementerio, me acuerdo que llevaba los tiros asin en la cabeza y le gritaban: ´¡fascista!, ¡fascista,! jódete que te han matao´” (Informante 2); “Mi madre, como viuda de un capitán de artillería e hija de un general de artillería, no era de buen ver para los republicanos y fue condenada a muerte y presa en la escuela del pueblo. A finales de agosto, antes de que ejecutaran a los presos, los nacionalistas aparecieron cerca del pueblo. Los republicanos huyeron de allí rápidamente y pudieron salvarse (Informante 3).
De esta manera, el miedo a los bombardeos, las cicatrices dejadas por el trauma de los reclutamientos, y sobre todo el pavor a los ajusticiamientos por cuestiones políticas y religiosas, urden la trama de los relatos de dolor de los informantes.
Condiciones sociales. El principal argumento que tamiza la mayoría de los relatos es la escasez de alimentos y el hambre: “El hambre, el hambre que pasé (…), teníamos que ir a rebuscar para encontrar comida y íbamos a los campos y nosotras crías con hambre llenábamos las bolsas con espigas y mi madre cazaba con un palo (…), nos acostábamos, que a mí me daban unos mareos, es decir, mucha hambre, no había nada, para comer nada” (Informante 5).
Situación agravada por las frecuentes confiscaciones de alimentos y dinero que se produjeron en uno y otro bando: “antes de entrar a la Unión [pueblo de Cartagena] había esa caseta siempre con un miliciano dentro que miraba toda la gente que entraba y salía, y a la gente que traía más comida la confiscaba” (Informante1); “mi madre no tenía dinero porque el dinero que tenían ellos ahorrado cuando terminó la guerra tuvieron que entregarlo” (Informante 4, Imagen 2).
Los frecuentes traslados y el sufrimiento de las familias refugiadas surgen también en los relatos de los nonagenarios: “Recuerdo que nos mandaron a mis hermanas a mi madre y a mí para Murcia, recuerdo que mi hermana se perdió en Madrid, y mi madre corriendo buscando a mi hermana por todo Madrid llorando” (Informante 5);”Si, aquí en cada casa ha-bía muchas familias (…) de refugiados y tú que ibas a hacer iban a tu casa con una pasada de críos medio en cueros que no tenían dónde meterse, pues lo metían en sus casas” (Informante 2).
Por último, caben destacar las dificultades de los niños para recibir educación, en unos casos iban al colegio, pero no se daban las condiciones adecuadas para el aprendizaje, en otros los padres tuvieron que hacer de maestros: “Fuimos a la escuela, pero aprendimos poco porque las más grandes las ponían adelante y a nosotras nos ponían detrás en la cola y (…) no nos enterábamos de nada” (Informante 5); Durante la guerra mi madre nos enseñaba en casa (…) me salí del colegio porque pusieron las raciones de comida para todos y tenía que ayudar a mi madre” (Informante 4).
Cuidados. Los relatos de los nonagenarios muestran la escasez de profesionales del cuidado, la mayoría se encontraban en los hospitales de campaña o de sangre atendiendo a los heridos de guerra, y los servicios en retaguardia eran escasos: “Había aquí un hospital de sangre, era para curar las heridas de los heridos en la guerra y recuerdo que nos pelaban a todos al rape los niños para no tener piojos” (Informante 1);”Yo pasé el sarampión y me puse muy mala como no había perras [dinero] para buscar atención me puse buena por la gracia de dios, miseria por todos lados. Enfermeras no había, solo matronas” (Informante 5).
Pese a ello, también aparecen testimonios que demuestran la pericia de algunos profesionales del cuidado como los practicantes, resolviendo casos complicados de forma admirable y con escasos medios: “mi madre vistiéndome notó que salía olor del brazo, entonces mi madre me llevó a un practicante y vino el practicante y me quitó lo que llevaba el precinto y entonces me vio (…), entonces me curó el practicante que me acuerdo que con unas pinzas me iba quitando el pellejo que se me había pegado al pecho y el practicante me lo quitó con unas pinzas, me limpió aquello, me echó algo y me puso una gasa entre la mano y el pecho, me vendó y me precintó otra vez. Me acuerdo que dijo a mi madre ´tu vienes aquí yo veo a la chiquilla un día sí otro día no que la curemos´” (Informante 4).
El anterior es un ejemplo de uno de los avances que supuso la guerra civil en cuanto a la cura de heridas, es el llamado “método español” que consistían en la limpieza de herida y retirada de tejido necrótico, seguido de vendaje e inmovilización del miembro afectado, método que consiguió evitar innumerables amputaciones y muertes por gangrena (Moltó, 2013).
Vivencia de la infancia. Pese a las dramáticas condiciones de la guerra, los niños no renunciaron a su niñez y jugaban con los pocos medios que tenían en sus manos: “Entonces las zagalas éramos felices con poco, de los trileros que pasaban por la calle a cambio de trapos viejos nos daban muñecos de barro, eso era nuestro juego, los muñecos y muñecas eran de barro (…), pasamos una infancia de miseria pero éramos felices con poco” (Informante 5).
El ingenio jugaba un papel importante, y se hacían juguetes improvisados de lo poco que se tenía a mano: “Mi juguete favorito eran las muñecas (…), mi madre me las hacía con cualquier trapo, los dibujaba, luego los recortaba, los cosía y los llenaba de serrín, eso era lo que teníamos y mis hermanos caballicos del trapero” (Informante 2).
Pese a las cicatrices dejadas por la guerra, la ingenuidad de la niñez procesaba las dificultades con naturalidad, adaptándose a las dramáticas situaciones: “Jugábamos en la calle (…), mi madre nos sacaba e íbamos al monte que hay, había una pasada de agujeros porque en Cartagena tiraban una pasada de bombas y se veían el reflejo de las bombas” (Informante 5);”Había un juego antes que se llamaba juego de aro que era un aro redondo que lo guiaban con un palo, otro que se llamaba el ´chinche monete´ que era te ponías una fila como de burro y tenían que saltar encima a ver el que más saltaba” (Informante 1, Imagen 3) .
La inocencia de sus ojos de infancia junto a su gran capacidad de adaptación posibilitó que en la mayoría de los informantes se dibuje todavía una sonrisa al recordar su niñez: “Bueno creo que éramos felices, no porque no hubiera dificultades ni problemas sino simplemente se vivía de otra forma muy diferente a ahora” (Informante 6);”Recuerdo que éramos muy pobres, mi padre era minero, ganaba muy poco y éramos 6 en la familia, pero bueno lo pasé muy bien de verdad” (Informante 2).
Conclusiones
Los relatos de los nonagenarios nos introducen de manera inquietante en las atrocidades de una guerra fratricida que se nos presenta aquí a través de la inocencia de los ojos de la niñez, quizás por ello no aparezcan grandes discrepancias en los relatos por cuestión de edad, sexo, nivel de estudio o ideología. Sus miradas relatan el pavor ante los bombardeos, los reclutamientos, las persecuciones y los ajusticiamientos por cuestiones político-religiosas, así como las difíciles condiciones sociales ligadas al hambre, la escasez de alimentos, los desplazamientos forzosos y los déficits de educación.
Y todo ello sobre el fondo de unos cuidados precarios marcados por la escasez de enfermeras en la retaguardia, dificultades suplidas por el ingenio y profesionalidad de los cuidadores que dio lugar por ejemplo a nuevas formas de cura de heridas como el “método español”.
Pese a la brutalidad de la guerra, la niñez no pudo ser totalmente arrebatada, los juegos se improvisaron con los pocos medios que se tenían, y la sonrisa se sigue dibujando, aún hoy día, en los labios de los nonagenarios al recordar su infancia.