Excmo. Sr. Vicepresidente, Sras. y Sres. Académicos, Señoras y Señores:
Fue por el idus de marzo, apenas hace un año, cuando recibo la llamada del secretario de la Academia de Enfermería de la Comunidad Valenciana, Dr. Francisco Faus, para pedirme información sobre ciertos personajes históricos a los que se pretendía honrar desde esta honorable institución. Para los romanos, los idus eran días de buenos augurios y en este caso parece que lo fueron para mí, pues en otra llamada algunos meses después, el Sr. Secretario me preguntaba si aceptaría que se me incluyese honoríficamente entre los miembros de esta Academia. Pensé que nunca una insignificante información fue tan honrosamente recompensada.
Vaya por delante mi sincero agradecimiento, con el de mi esposa María González López aquí presente, con quien en justicia debo compartir todos los honores que recibo. En este caso me siento especialmente horado por la oportunidad de reencontrarme con tantas amistades cultivadas desde largo tiempo, con el privilegio de expresarles mi gratitud una vez más, pero en persona. Los abrazos deben ser una de esas raras cosas que aún no son capaces de sustituir las inteligencias artificiales.
La enfermería, como desempeño humano por excelencia, precisa el sostén de los valores para sujetarse a la sociedad a la que sirve. Esta es la razón por la que quise centrar este discurso en el papel que los valores han desempeñado en la evolución de la Enfermería como profesión y como disciplina. Como historiador de la profesión, he llegado al convencimiento de que la de la enfermería es en cierta forma la historia de una búsqueda constante de circuitos o códigos de anclaje en sistemas de valores que guían el comportamiento de las enfermeras y enfermeros y nos orientan en la toma de decisiones. Esto nos ha dotado de una capacidad asombrosa para adaptarnos a la realidad de cada momento sin tapujos ni complejos.
Siempre he defendido que la enfermería se ha construido a través de una doble vía: el itinerario de la conciencia y el de la ciencia, las dos principales manufacturas de valores. Las enfermeras del siglo XXI somos el resultado de la confluencia de ambos caminos. Lo que explicaría algunas de las dualidades y tendencias con las que expresamos el sentido que le damos a nuestro quehacer profesional.
Un número creciente de profesionales adoptan una posición de corte racionalista, categorizando los procesos de cuidado (la seducción de las listas que diría Umberto Eco), adoptando lenguajes estandarizados y normalizando procedimientos en aras de una mayor seguridad clínica del paciente. Otros, en cambio, se inscriben en corrientes constructivistas, optando por seguir con mayor compromiso la invitación de la OMS a reconocer en la persona su componente biológico, psicológico, cultural, social y espiritual, y por tanto dirigiendo el cuidado a sus dimensiones física, social y mental. A su ser integral u holístico solemos decir.
Exploramos con una cierta obsesión las prácticas más seguras basadas en evidencias, a la vez que sembramos iniciativas para promover la humanización de la asistencia, garantizando la protección que procura la Ética del Cuidado. Si unas enfermeras siguen a Henderson en su jerarquización de necesidades humanas básicas, o a Gordon y sus patrones funcionales, otras se inspiran en la teoría del Cuidado Humano de Watson, o en el Cuidado Transcrultural de Leinninger, por citar algunas de las múltiples teorías que arman el patrimonio intelectual de la enfermería. Porque si algo distingue a esta profesión es su necesidad de pensar cada momento de su pasado y de su presente. Cogitare, el término que etimológicamente otorga significado a nuestro desempeño, significa cuidar, pero también pensar.
Es cierto que nos ha tocado vivir en una sociedad utilitarista en demasía, alimentada por unos sistemas de incentivos que priman la cantidad sobre la cualidad, que las instituciones asumen por su facilidad de uso. Pero que producen unos evidentes efectos perversos, como el síndrome que he llamado papirolatría, el afán desmesurado de amontonar papeles con certificaciones de todo (cursos, publicaciones, comunicaciones a congresos, premios…), en lugar de acumular conocimiento o descubrimientos, que es lo esperable en toda disciplina científica. A veces confundimos el curriculum con la reputación, cuando el primero depende de mi voluntad, mientras que la segunda es un valor al que me hago acreedor por voluntad de otros.
Pero en todo ello juegan las apariencias. Observemos los entornos de práctica profesional donde las enfermeras actúan con autonomía, procurando bienestar y resultados en salud en la población a la que cuidan, sea enferma o sana. Y miremos su mochila intelectual: contiene unos ingredientes muy sólidos que explican el efecto transformador que producen: honestidad, respeto, responsabilidad, justicia, empatía, tolerancia… Todos ellos son valores universales que nos remiten al origen del pensamiento clásico.
Aulus Gellius afirmaba que la persona humanista se sustentaba en 3 pilares: la (a) Paideia, como ideal educativo que hace a la persona culta; la (b) Philanthropia, equiparable a la cualidad de la empatía; y la (c) Techné, considerada como la competencia técnica en el arte de la enfermería. Cuando hoy enfatizamos cuestiones como el pensamiento, la comunicación o la seguridad, estamos trayendo a nuestro tiempo los valores universales que han ayudado a construir comunidades más justas, inclusivas y pacíficas.
Antes he hablado del itinerario de la conciencia, que la enfermería ha transitado para cuidar a las personas socialmente más vulnerables. Me detendré unos minutos en explicarme, porque responde a lo que he llamado la Época Áurea de la Enfermería, en contraposición al periodo oscuro con el que es etiquetado por Donahue y asumido por las historiadoras anglosajonas de la enfermería.
Cuando pensamos la enfermería de siglos pretéritos, si es que aceptamos situar en ellos este desempeño, tendemos a imaginarnos a frailes de misa y olla dedicando más tiempo al ora que al labora. Pero nada más lejos de la realidad. Seguramente recordarán una de las imágenes más icónicas de la historia de la enfermería, contenida en "Le Livre de Vie Active de l'Hotel Dieu" (El libro de la vida activa del Hospital de Dios), manuscrito elaborado en 1482 en París por unas enfermeras agustinas.
En la amplia sala de un hospital medieval, ante las camas de los escuálidos pacientes, aparecen cuatro maestras de novicias pulsando la mano a sus pacientes mientras enseñan el arte de la Enfermería a sus jóvenes discípulas. Hasta ahí todo parece normal, si no fuera porque el iluminador (el pintor) se tomó la licencia de colocar en la mano de las maestras objetos muy concretos: un enorme bastón, las bridas de una caballería, un torreón y una balanza. Con una leyenda: prudence, tempérance, force y justice (prudencia, templanza, fortaleza y justicia). ¿Qué querían las maestras transmitir con estos símbolos a sus alumnas? En realidad, estaban mostrando el inventario de virtudes que debía adornar a la enfermera hospitalaria en la baja Edad Media.
Lo llamativo es que, pese a su condición de religiosas, optan por representar las virtudes cardinales, las que Platón ideara para formar ciudadanos relevantes, útiles y perfectos. El bastón de la prudencia, que viene del ejercicio de la razón; las bridas de la templanza, que representan el equilibrio, la moderación y el autocontrol; la torre de la fortaleza, sinónimo de la energía para no rendirse ante la dificultad del cuidado; y la balanza de la justicia, para cuidar con equidad e igualdad de oportunidades. La Iglesia, al instrumentalizar el cuidado como ideología, introduce un paquete de virtudes complementarias, las teologales, que veremos representadas de manera recurrente en los templos: fe, esperanza y caridad. Los valores tienden a adaptarse a cada tiempo y contexto en función de lo que se considera bueno y justo.
El milenario Hôtel-Dieu, situado a un costado de Notre Dame, aún presta servicio como hospital del sistema sanitario público. Si viajan a Paris, accedan a su claustro interior y déjense inspirar por el espíritu de aquellas enfermeras medievales.
Regresemos ahora a nuestro país. Medio siglo más tarde, en los albores ya del Renacimiento, la enfermería está en manos de un batiburrillo de oficiales con cuerpos doctrinales difusos: barberos sangradores, cirujanos romancistas, comadres, además de hospitaleros y enfermeros y enfermeras religiosas que se ocupan de las enfermerías conventuales. Es entonces cuando aparece por la ciudad de Granada un soldado de origen portugués que sorprenderá a la ciudadanía con su extraño método de asistir a enfermos y desheredados de la fortuna. Sus contemporáneos hablaban de la manera nunca vista (hoy diríamos innovadora) con que Juan Ciudad Duarte atraía recursos para dotar a sus hospitales: "hermanos, haceos el bien a vosotros mismos", era su grito de guerra.
El gran hospital de Juan de Dios, que así se le terminó llamando, se convertirá en el epicentro de una profunda reforma de la enfermería hospitalaria. Sus claves: (a) acercarse al enfermo desde la dignidad de la condición humana y el derecho a recibir un trato igualitario con independencia de su condición social, (b) un modelo renovado de organización hospitalaria con énfasis en la alta gobernanza, y (c) una nueva enfermería como profesión orientada a la satisfacción de las necesidades humanas, enseñada en escuelas o casas de aprobación y cuyo saber se condensa en manuales de formación.
Hasta una veintena de textos de Instrucción de Enfermeros o Arte de Enfermería se van a publicar entre los siglos XVII y principios del XIX, algunos con múltiples ediciones, incluso traducciones al portugués. En la lectura de estos pioneros textos educativos, escritos por enfermeros para formar a otros enfermeros, se condensa el primer canon de la enfermería, la doctrina sustentada en la experiencia, con una erudición que remite a clásicos grecolatinos y árabes, y mediatizados siempre por los valores que les imprime el carisma del líder y confraternidad que los inspiran.
Pero resulta chocante que un personaje de condición cuasi-menesterosa como Juan de Dios lograse erigir una de las principales instituciones de la ciudad, equiparable al gran hospital fundado pocos años antes por los Reyes Católicos. Y lo cierto es que solo puede explicarse por haber recibido el apoyo de dos influyentes intelectuales de su tiempo: el jesuita Juan de Ávila y el arzobispo Pedro Guerrero, contrarreformistas tridentinos, representantes de un humanismo cristiano que abogaba por una caridad particularista, para diferenciarse de la iglesia luterana. Los nuevos hospitales fueron su estandarte.
Las confraternidades enfermeras se añaden un cuarto voto, el de la hospitalidad, que dará nombre al que hoy reivindicamos como el primer modelo de enfermería de la historia perfectamente articulado. Las órdenes de la hospitalidad (juandedianos, obregones, camilos, hipólitos, betlemitas, hijas de la caridad y un largo etc.), se diseminarán por el orbe católico en forma de complejas redes hospitalarias cuya acción cuidadora se extenderá hasta las primeras décadas del siglo XIX en que serán desmanteladas en su mayor parte como consecuencia de los procesos de desamortización de los bienes eclesiásticos. Benassar reconoce que los historiadores aún no han sido capaces de cuantificar la ingente cantidad de recursos que estas organizaciones enfermeras lograron mover para atender a la sociedad más precarizada.
El último manual de la época áurea, publicado en 1833, el Arte de Enfermería del maestro José Bueno y González, reivindica la enfermería como ciencia particular, enseñada por principios y guiada por el norte seguro de la observación. A solo dos años de su desaparición forzosa, la enfermería de la hospitalidad se estaba preparando para iniciar un nuevo itinerario, el de la ciencia, a la que pronto abrazará y de la que aún no se ha soltado. Se abre un nuevo periodo reformador, esta vez de corte salubrista y con el anclaje del método científico, en el que enfermeras laicas se esforzarán en producir conocimiento sobre el impacto del cuidado profesional en la salud de las personas. Se iniciará de la mano de una joven burguesa londinense que tiene una doble inclinación: a cuidar personas necesitadas y a las matemáticas.
Todos conocemos la trayectoria de la que es sin duda la más universal de las enfermeras: Florence Nightingale. Y su gesta en el hospital de Scutari en el cuidado a los soldados heridos en la guerra de Crimea. Además de circular por las noches entre las interminables galerías del hospital, afanándose en visitar a los enfermos a la luz de una lámpara turca, Nightingale dedicaba muchas horas a la anotación meticulosa de la casuística sanitaria. Lo hizo con suma creatividad, elaborando su famoso diagrama de la rosa, un incipiente gráfico de sectores donde mostró que seis meses de cuidados enfermeros intensivos lograron disminuir la mortalidad del 42% a solo el 2%. El cuidado de enfermería ya no es solo cuestión de caridad, sino principalmente de calidad en la asistencia.
Las representaciones estadísticas de la "Dama de la lámpara" fueron enviadas al gobierno británico para demostrar científicamente que el cuidado integral de la persona en su entorno previene la enfermedad y produce resultados efectivos en el restablecimiento de la salud. Y a la vez reclamaba para la mujer, a la que indiscutiblemente se reconoce su mayor competencia cuidadora, un plano profesional del cuidado que se concretó en la profesión enfermera que hoy conocemos.
Si el modelo juandediano de la hospitalidad había alcanzado su mayor apogeo en el orbe católico, será ahora el territorio reformado el que se hará eco del modelo naturalista de Nightingale, que terminará expandiéndose de manera universal. Amparado uno en la conciencia moral y otro en la evidencia científica, ambos modelos demostraron el efecto transformador del cuidado cuando se realiza con rigor y en un marco ético sustentado en el reconocimiento de la igualdad de derechos de las personas ante un bien común como es la salud.
Podíamos pensar que estos hechos ocurrieron hace demasiado tiempo como para considerarnos hoy deudores directos de su efecto reformador. Esta es la secuela de la desmemoria, que es el principal alimento de la invisibilidad. Lo cierto es que, las acciones sustentadas en sólidos valores como los relatados hoy, se comportan como el fuego que elimina las impurezas, como el agua que abona la tierra donde emergen brotes verdes que van a crecer a merced del viento vivificador.
Fuego, agua, tierra y aire, los cuatro elementos que han conformado las doctrinas humanísticas que han atravesado la historia de la humanidad.
¿Cuáles son esos brotes verdes que desde tiempos tan remotos han dibujado el paisaje de la enfermería arropada por la ciencia y la conciencia que hoy hemos heredado? Pues fíjense para qué sirve la historia: desde que en 1860 se crea la Escuela Nightingale en el St Thomas`s Hospital de Londres, de manera ininterrumpida hasta nuestros días, cada 20 años, aproximadamente, se ha producido un nuevo hito en la evolución del conocimiento enfermero.
En 1880, el modelo educativo Nightingaliano ya se había instaurado en las Escuelas de Enfermería de todos los continentes, y dos décadas después, coincidiendo con el nuevo siglo se publica la primera revista de enfermería con una sección dedicada a artículos de investigación, The American Journal of Nursing, que aún se publica; 20 años más tarde se crea la primera escuela de enfermería ya universitaria, en la Universidad de Yale; y tras un periodo similar (y ya estamos a mediados del siglo XX) Peplau publica su teoría de las Relaciones interpersonales en enfermería, con la que se inaugura la corriente de pensamiento enfermero contemporáneo; por este tiempo hay ya tantas revistas enfermeras en circulación que en la siguiente década aparece CINAHL, la primera base de datos de investigación enfermera con contenidos casi exclusivamente anglosajones; la pluralidad de conceptos y teorías enfermeras despierta la necesidad de superar la variabilidad mediante el consenso de lenguajes estandarizados, con lo que 20 años más tarde aparecerá la NANDA y demás clasificaciones posteriores de diagnósticos, intervenciones y resultados; la explosión de conocimiento prende también en espacios no hegemónicos y en la siguiente década inicia su andadura CUIDEN, la base de datos de investigación enfermera iberoamericana, a la vez que está emergiendo un interés por la investigación aplicada, por la investigación de resultados en salud y por la evidencia científica; y ya saltamos a la primera década del siglo XXI, que realizará su propio empuje cuando el Consejo Internacional de Enfermería formula el concepto de Enfermería de Práctica Avanzada, que aún andamos buscando fórmulas para llevar a la práctica.

El Diagrama de la Rosa, con el que Nightingale representó la evolución epidemiológica en el Hospital de Scutari, Turquía.
Como diría Don Hilarión, también la Enfermería avanza que es una barbaridad. Lo prueba la historia. Lo que no nos puede decir la historia es en qué hito andamos envueltos en nuestra década, porque según la secuencia tácita de nuestra natural evolución deberíamos estar cultivando nuevos brotes. ¿Cuál será el nuevo hito evolutivo? Como no somos adivinos, no nos queda otra que apelar a la ciencia deductiva de Sherlock Holmes. Si acabamos de transitar por el acontecimiento sanitario más importante desde hace un siglo, como ha sido la pandemia de Covid-19, obligado será que le pongamos la lupa.
Y entre las múltiples enseñanzas que hemos recibido cuando el cuidado se sitúa en un escenario de suma adversidad, está el valor redentor que tiene el conocimiento. La capacidad de adaptación, la empatía, el compromiso, el liderazgo, el poder de la toma de decisiones, el deber de innovar, la honestidad en el trato… son valores que solo pueden transformar la realidad a través del conocimiento aplicado. Es la vía de los hechos que nos enseñaron líderes como Juan de Dios o Nightingale.
El concepto de Ciencia Ciudadana se está instalando en la agenda de las principales organizaciones internacionales. Al implementar el conocimiento proveniente de la investigación hay que hacerlo con el concurso de la ciudadanía como principal activo en salud. Si hay una profesión que esté en condiciones de contribuir a la transferencia de conocimiento con este enfoque, es sin duda la Enfermería. Con esta visión, en la Fundación Index venimos intensificando durante las dos últimas décadas el desarrollo de instrumentos para favorecer el conocimiento aplicado. Las Guías Praxis de buena práctica, que son elaboradas por las propias enfermeras clínicas en su entorno asistencial, se han convertido en el modelo de implementación por excelencia, pues incorporan las evidencias científicas más sólidas que son validadas y reforzadas con prácticas de autocuidado identificadas con la participación activa de los ciudadanos.
En la capacitación de las profesionales otorgamos especial importancia a la actualización continua a partir de un modelo de lectura crítica de la literatura científica con fines de implementación que llamamos AT7, en el que la inteligencia artificial generativa es utilizada para sintetizar conocimiento y apoyar procesos de gestión de cuidados de una manera responsable. Puede que la implementación de conocimiento con participación ciudadana emerja como el hito que dará continuidad al empuje científico de la Enfermería.
Finalizo ya.
A las instituciones, de salud, educativas, profesionales: equidad, respeto, seguridad, transparencia, trabajo en equipo, innovación… no son una letanía de palabras para cumplimentir, perdón ¿he dicho cumplimentir?, para cumplimentar documentos institucionales que raramente son leídos ni tenidos en cuenta. Son valores, y los valores curan, disminuyen la morbilidad, evitan muertes, producen satisfacción en los ciudadanos, fidelizan a los profesionales. Lo dice la evidencia científica, que esto les ocurre a las instituciones magnéticas, aquellas que logran atraer a las mejores enfermeras. Hagan coincidir sus valores como institución con los valores de las enfermeras y salvarán muchas vidas.
Y a las enfermeras, especialmente a las nuevas generaciones. Démosle a la ciudadanía la oportunidad de reconocernos por lo que valemos las enfermeras. Pasemos de las palabras a los hechos, de los valores a los deberes, pues somos una profesión moralmente responsable. Las competencias ético-humanísticas son nuestro motor y los valores el adhesivo que nos sujeta a la sociedad.
PPT: paideia, philantrophía y techné (Conocimiento-Compromiso-Competencia).
Leed a Eduardo Galeano. Cuando no veamos el horizonte, revivamos nuestros valores, porque como el horizonte, aunque al caminar parezca inalcanzable, son los que nos ayudan precisamente a eso, a caminar.
Muchas gracias.















