Introducción
Orígenes de la Hipótesis del Marcador Somático (SMH, por sus siglas en inglés)
El médico y neurólogo, António C. Rosa Damásio, nacido en Lisboa en 1944, publicó un libro en 1994 con el sugerente nombre: El error de Descartes [Descartes’ error: Emotion, rationality and the human brain] el subtítulo en español de la primera edición fue: “La razón de las emociones” aunque, como puede verse, el subtítulo original era: [Emoción, racionalidad y el cerebro humano]. Ahí sostuvo por vez primera la SMH (por sus siglas en inglés de Somatic-Marker Hypothesis).
Según Damasio (1994, 1996, 1999, 2003, 2010) la toma de decisiones depende, o está guiada, por cambios homeostáticos sutiles o evidentes que el cuerpo genera. Se actúa en respuesta a estímulos que, bien puede ser conscientes, pero que, la mayoría son inconscientes. El neurocientífico mexicano Ranulfo Romo ha sostenido que, todo acto consciente, es inconscientemente iniciado (Rossi-Pool, Zainos... & Romo, 2017), lo que encerraría la explicación más general de la SMH.
Damasio afirma que el cuerpo, por sí mismo, envía señales traducidas en cambios físicos repentinos, inmediatos, que anticipan la toma de decisiones y, sobre todo, los posibles resultados de dichas elecciones, disminuyendo, en gran medida, la carga de trabajo en el posterior proceso racional (1994, 1996, 2010).
La hipótesis del marcador somático es una teoría que rompió con el dualismo cerebro-cuerpo, esto es, terminó con la idea de que el cerebro es una parte diferente al resto del cuerpo, sino una unidad corporal. El cuerpo sirve como base para las representaciones mentales (Damasio, 1994) ya que el cerebro es una parte inherente, la más importante, del propio cuerpo. En cuanto a las decisiones que se toman, Damasio (1994, 1996, 1999, 2003, 2010 parte de la experiencia pasada que va generando una respuesta en el s?ma, cuerpo en griego, y queda, digámoslo así, grabada en la memoria. Así que dicha respuesta, consciente o inconscientemente, regresa cuando hay una situación de características similares.
De acuerdo con Damasio (1994, 1996, 1999, 2003) el marcador somático se manifiesta, por ejemplo, cuando el cuerpo presenta sudoración, palpitaciones cardiacas, crispación muscular, agitación, dolor abdominal, sin haber hecho ningún esfuerzo físico prolongado, sino como resultado de una sensación o de una emoción al escuchar algo o estar frente a una situación en particular en la cual el cuerpo reacciona como si realmente existiera un peligro. Este peligro puede estar físicamente presente o no, pero el cuerpo hace un bucle corporal que lo hace responder del mismo modo, sin importar si el peligro sea real o imaginario.
Cuando Damasio explica que el cuerpo genera una señal como si algo ocurriera fuera de él, significa que las cortezas prefrontales y la amígdala envían la información del mismo modo que si sucediera la situación que se predice, y se debería tomar las previsiones necesarias, esto es, responder de acuerdo con el estímulo, sea verdadero o no.
Se tienen una serie de respuestas conductuales asociadas al cuerpo, que se dan de manera automática (Averill, 1992) y que no son privativas del ser humano, la evolución, por ejemplo, ha dispuesto que, ante el peligro, el animal más pequeño emprenda la huida, y no ha sido necesario un proceso de aprendizaje para saber cuándo escapar, de haber sido necesario un aprendizaje previo, habría muerto en su primera lección (Damasio, Damasio y Lee, 1999). El cuerpo humano, aseguran, realiza una deliberación automática, una preselección y después de ese filtro de resultados disminuidos, entonces se inicia el proceso de deliberación racional (Damasio, Damasio y Lee, 1999).
Existen regulaciones biológicas para la supervivencia como el miedo, que en una situación de peligro se huye si es necesario; pero antes de eso, ocurrieron una serie de cambios fisiológicos automáticos: la adrenalina, los músculos tensos, las pupilas dilatadas, el corazón late con fuerza… y se emprende la huida (Phillips y LeDoux, 1992; Jacques, Chaaya, Hettiarachchi, Carmody, Beecher, Belmer, Chehrehasa, Bartlett, Battle y Johnson, 2019).
También puede pasar lo contrario, paralizarse por el miedo, caer en pánico y no poder actuar (Jansen, Van Nguyen, Karpitskiy, Mettenleiter y Loewy, 1995). En cualquiera de los casos, no se es racional o analítico para tomar una decisión. El marcador somático se decanta especialmente en las respuestas negativas a una situación. El cuerpo manda avisos de que algo podría no estar bien y el curso de la acción debe cambiarse (Damasio, 1994, 1996, 1999, 2010; Damasio, Damasio y Lee, 1999; Márquez, Alcañiz, Quesada y Bailén, 2013).
De acuerdo con Damasio, 1994,1996, 2010 la experiencia es el medio a través del cual los marcadores somáticos se van adquiriendo. Estas experiencias están moduladas por dos aspectos:
Un aspecto interno, que regula las preferencias personales y las respuestas psicosomáticas. Estas respuestas son, al parecer, de carácter innato y están dispuestas para que el organismo pueda sobrevivir, garantizar la preservación de un equilibrio homeostático, que significa atender el hambre, la sed, descansar, etcétera. También evitar el peligro, el dolor y buscar las condiciones que le sean placenteras.
El segundo aspecto es el externo, y está basado en las relaciones interpersonales, los acontecimientos a los que el ser humano se enfrenta, las normas de la ética y las convenciones que cada sociedad tiene, y en las cuales el individuo se desarrolla. Pudieron haber sido definidas por los padres, la familia y la comunidad (Damasio 1994, 1996, 1999, 2003, 2010). Así mismo, deben considerarse los distintos caminos posibles para la acción, el cúmulo de decisiones que se deben tomar de acuerdo con los propósitos, metas y objetivos que se esté tratando de alcanzar. Un sistema de premios y de recompensas termina por construir las bases del marcador somático. Los resultados obtenidos en el corto, mediano y largo plazo determinará la respuesta somática futura, ya sea que se haya relacionado con el dolor, ya sea que se asocie con el placer (Damasio, 1994).
Damasio, 1994 explica que la construcción de marcadores somáticos se da especialmente en la infancia y en la juventud, sobre todo en los aspectos relacionados con la ética y las convenciones sociales, sin embargo, el proceso de adquisición de relaciones entre el cuerpo y su entorno es un aprendizaje continuo que dura toda la vida.
Para el neurocientífico, el individuo va construyendo un catálogo de estímulos y de respuestas que, aun cuando no sean conscientes, actúan en situaciones similares. Una persona ha tomado una decisión y esa decisión ha recibido como respuesta el dolor o el displacer; automáticamente el cuerpo aprenderá y la próxima vez que se presente una situación análoga, o una serie de relaciones causales que lo lleven a tomar una nueva decisión bajo supuestos afines, la persona automáticamente evitará el dolor a través de un sistema disposicional. Podría no serle consciente, pero entra en operación dicho sistema, y hace que decida sirviendo de recordatorio automático de las negativas consecuencias que se avecinan (Damasio, 1994).
Existen valencias o signos para los marcadores somáticos, bien pueden estar asociados a un incentivo, porque el marcador se asocia a un resultado positivo o como una alarma que frene una situación o resultado negativo, del cual se quiere escapar o evitar (Damasio, 1994). De este modo, los marcadores somáticos, o bien funcionan como detonadores motivaciones para la acción, o bien como inhibidores y protectores del sujeto frente a un peligro real o imaginario. Son dispositivos inconscientes de predisposición.
El sistema automático de respuestas se activa mediante núcleos del sistema nervioso autónomo los cuales envían microdescargas eléctricas a través de los nervios periféricos al cuerpo, siendo los órganos internos los que reaccionan a la situación (Damasio, 1994). También el sistema motor esquelético responde a diversas señales y los músculos se tensan, incluidos los de la cara, lo que se pude observar en las expresiones faciales y en el envío de señales de alarma al sistema motor.
Damasio (1999) no afirma que el ámbito biológico sea el único que decide por nosotros, en realidad las decisiones se toman a partir de elementos aprendidos, tanto culturales, contextuales y de historia personal (Russell, 1991; Muñoz, 2017).
La Amígdala (AMG) y la corteza prefrontal ventromedial (vmPFC, por sus siglas en inglés)
Diversos autores (Gupta, Koscik, Bechara y Tranel, 2011; Steimer, 2002; Seno, Assis, Gouveia, Antunes, Kuroki, Oliveira, Lennon, Santos, Pagano y Martínez, 2018) han coincidido en que la amígdala (AMG) es la responsable de las respuestas conductuales básicas, construyendo patrones automáticos de reacción fisiológica-corporal como el miedo. También se manifiesta la interpretación emocional de lo que se siente por miedo y queda registrado para futuras respuestas (Anderson, 2017; Schwartz y Weinberger, 1980).
Coinciden en que la AMG está vinculada con otras áreas que controlan la respiración, el dolor y funciones motoras que preparan a la persona, y otros animales, para el combate o para la huida (Gupta, Koscik, Bechara y Tranel, 2011). También está relacionada con el proceso de memoria. Algunos experimentos con pacientes con daño en la amígdala han mostrado la incapacidad para reconocer expresiones faciales asociadas al miedo (Sprengelmeyer, Rausch, Eysel y Przuntek, 1998).
La AMG ha sido considerada como un elemento clave para la toma emocional de las decisiones y en la construcción de marcadores somáticos. Se le asocia con el procesamiento del miedo (Gupta, Koscik, Bechara y Tranel, 2011; Sprengelmeyer, Rausch, Eysel y Przuntek, 1998) y con las respuestas automáticas reactiva a escenarios que puedan representar un peligro real o imaginario.
Bechara et al. (1999) utilizaron tareas de la tarea de apuestas Iowa (IGT) en pacientes ventromediales y en pacientes con daño en la AMG, así como pacientes con daño en ambos campos, midiendo su grado de respuesta a la conductancia de la piel (SCR por sus siglas en inglés de Skin Conductance Responses) su nivel de sudoración y erizamiento de los vellos como un índice de activación somática. Algunas de las conclusiones a las que llegaron (Bechara et al. (1999)) fueron, el daño en la AMG está asociado con el daño en la toma de decisiones emocionales y, que no responden de la misma manera los pacientes con daño en la AMG que aquellos que tienen daño en la vmPFC.
Se suele creer que pacientes AMG tienen una incapacidad de generar atributos emocionales en casos en los que comúnmente se debería experimentar ciertos marcadores somáticos, como una alta conductancia eléctrica de la piel (SCR, Skin Conductance Response) (Bechara et al. (1999); Greene, 2004).
Así mismo, en el caso de pacientes vmPFC se considera que tienen dificultad para realizar el proceso cognitivo de los eferentes emocionales, esto es, la información del estado somático, arrojada por la AMG (Bechara et al. 1999). Otras inferencias del estudio fueron que los pacientes AMG no mostraron respuestas SCR anticipatorias a resultados negativos en sus elecciones, esto es, no mostraron aversión condicionada al estímulo. No ocurrió lo mismo en pacientes vmPFC quienes sí lograron respuestas SCR anticipatorias (Bechara et al. (1999)).
Esto no significa que los pacientes vmPFC sean normales en la teoría de las decisiones, lo que el estudio arrojó fue que tienen una incapacidad de integrar de manera efectiva la información que emite la AMG y otras áreas subcorticales como el hipocampo y el tronco del encéfalo conectadas a la AMG, en la construcción de marcadores somáticos para la toma inteligente de decisiones (Bechara et al. (1999); Lee et al., 1988).
Según Bechara et al. (1999) los efectos del daño en la vmPFC están en la vida real en donde los pacientes sufren las consecuencias de la toma de decisiones defectuosas, especialmente en lo que respecta a su vida socioafectiva. El estudio (Bechara et al. (1999)) también señala que en el caso de los pacientes AMG, su desempeño en la vida real es peor, porque se tienen registros de que pueden poner su integridad física en peligro, así como de quienes los rodean.
Damasio utilizó el caso de Phineas Gage (Damasio et al., 1994; Damasio, 1994), un barrenero de 25 años edad, quien trabajaba en las vías del ferrocarril de Rutland y Burlington en Vermont. Sin embargo, el 13 de septiembre de 1848 sufrió un aparatoso accidente. Una barra de hierro salió disparada por la explosión de la pólvora y le atravesó el cráneo, entrando la barra por el pómulo izquierdo y saliendo por la parte superior de la frente. Gage milagrosamente salvó la vida. Sin embargo, tiempo después su carácter cambió y comenzó a tomar decisiones socioafectivas muy torpes: perdió todo: trabajo, amigos, familia, porque no podía construir respuestas sociales adecuadas a las situaciones de su entorno. Se volvió insensible para interpretar las normas básicas de convivencia.
Damasio, 1994,1996, 2010 también utilizó el caso de Elliot, un paciente ventromedial que presentó un tumor detrás de la frente y que le fue extirpado exitosamente. Sin embargo, al igual que Cage, comenzó a cambiar negativamente su percepción del mundo. De ser un prominente abogado, era incapaz de tomar algunas decisiones simples. Podía tardar horas decidiendo qué corbata usar. Su inteligencia matemática estaba intacta, pero su racionalidad práctica era un desastre, esto es, algunas decisiones morales tampoco podía realizarlas eficientemente. Perdió su trabajo, ahorros, esposa y lo más grave era que no se lamentaba de nada (Damasio, 1994,1996, 2010). Explica Damasio que, aun cuando operaciones lógicas, atención, memoria y otras habilidades cognitivas no presentaban signos de deterioro, Elliot no lograba experimentar los sentimientos apropiados a las desgracias que le habían ocurrido.
Damasio concluyó que, debido a la cirugía, la conexión entre el cerebro emocional y sus capacidades racionales se habían separado y, al igual que una máquina calculadora, era capaz de realizar operaciones matemáticas, pero sin poder asignar un valor emocional a esas variables (1994, 1996).
Damasio, 1994,1996, afirma no negar la libertad de la persona, pero considera que está limitada por factores culturales y biológicos, pero que, aun así, existe un margen de decisión que permite ir en contra de la biología y la cultura. Y agrega que cuando esto se realiza de forma positiva puede dar lugar a los grandes inventos de la humanidad, en cambio, si se utiliza de manera negativa reiteradamente y va en contra de la sociedad, puede ser un signo inequívoco de demencia.
Suele decirse que para hacer bien las cosas se deben hacer con la cabeza fría, lo que significa ser racionales, evaluar los pros y los contras de una decisión y, entonces, sin dejarse llevar por las emociones, y sólo entonces, decidir inteligentemente.
Últimos hallazgos
La idea de que la corteza prefrontal ventromedial (vmPFC, por sus siglas en inglés de Ventromedial Prefrontal Cortex) es la responsable del procesamiento de las decisiones racionales ha sido una constante (Greene, Nystrom, Engell, Darley y Cohen, 2004; Clark, Bechara, Damasio, Aitken, Sahakian y Robbins, 2008; Coutlee y Huettel, 2012) sin embargo, surgen nuevas evidencias de que existen otras áreas subcorticales y corticales comprometidas en dichos procesos (Rosenbloom, Schmahmann y Price, 2012) que incluirían las emociones y las señales aferentes provenientes de todo el cuerpo, esto es, los llamados marcadores somáticos (Damasio, 1994, 1996, 1999, 2010). Tales estructuras incluyen la amígdala (AMG), las cortezas somatosensoriales e insulares y, el sistema nervioso periférico (Poppa y Bechara, 2018).
De acuerdo con Poppa y Bechara (2018) habrían confirmado que la corteza prefrontal ventromedial (vmPFC) serviría como un núcleo de aprendizaje de las asociaciones, entre situaciones a las que se enfrenta la persona, los estados corporales y la emoción asociada a dicha situación (Poppa y Bechara 2018). Afirman que se generan asociaciones entre situaciones a las que se enfrenta la persona, la respuesta somatosensorial y el lazo corporal aparejado, esto es, una cadena de respuestas interceptivas y estereoceptivas.
En la vmPFC se aloja la memoria de respuesta ante una situación del mundo exterior (Poppa y Bechara, 2018). Los estados somáticos modulan la retroalimentación en zonas que, de acuerdo a Damasio, 1994, 1996, 2012) estarían comprometidas en la toma de decisiones, especialmente la vmPFC, la ínsula y la AMG.
La aportación que hacen Poppa y Bechara (Poppa) para actualizar y enriquecer la explicación causal de la SMH es que las señalizaciones aferentes causadas por el nervio vago (CN X por sus siglas en inglés de Vagus Nerve y el número romano por ser el décimo nervio craneal) influyen en los sistemas neurotransmisores a nivel del tronco encefálico involucrados en el aprendizaje, la memoria, la motivación y la valoración (Poppa y Bechara 2018: 31) lo cual es supuestamente corroborado por Breit, Kupferberg, Rogler, y Hasler (2018).
Un hallazgo relevante que reportan Poppa y Bechara (2018) es que, en lugar de ser la médula espinal una vía crítica para la comunicación y construcción de estados somáticos, es el CN X el responsable, en gran medida, de la comunicación aferente del cuerpo con el cerebro y éste, a su vez, de la comunicación eferente del cerebro al cuerpo. Recordemos que aferente proviene de la palabra inglesa arrive y eferente de exit (Galimberti, 2002).
Siguiendo a Poppa y Bechara (2018) entre los órganos que el CN X establece comunicación están el estómago, el corazón y los pulmones. De ahí su nombre nervio neumogástrico. También se involucra en la comunicación aferente para la producción de neurotransmisores como la norepinefrina, acetilcolina, serotonina y dopamina, todos ellos involucrados en el estado anímico y en la cognición de alto nivel para la toma de decisiones (Poppa y Bechara 2018; Martínez, Sánchez, Bechara y Román, 2006). Poppa y Bechara, reiteran que el CN X está involucrado tanto en el lanzamiento de las emociones, como en los procesos cognitivos.
Los impulsos, las motivaciones y las acciones basadas en objetivos, generadas por la liberación de neurotransmisores, por ejemplo, la dopamina con relación a la respuesta anticipatoria de gratificación (Volkow, Wang y Baler, 2011; Schultz, 2007) son elementos relevantes para el proceso de toma de decisiones. Según la SMH revisada por Poppa y Bechara (2018) la frontera emocional y racional para la toma de decisiones se desdibuja porque los impulsos aferentes del cuerpo y eferentes del cerebro están interconectados y son interactuantes.
Críticas
Stefan Linquist y Jordán Bartol publicaron en 2008 un extenso artículo en la Revista Británica de Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Oxford titulado: Two Myths about Somatic Markers [Dos mitos sobre marcadores somáticos].
Para Linquist y Bartol (2008) no queda claro a lo largo del desarrollo intermitente de la hipótesis, si los marcadores somáticos son necesarios para la toma de decisión o en qué momentos son una condición para el adecuado proceso de decidir. O si únicamente coadyuvan en la velocidad o economía de las decisiones. No se esclarece si el marcador somático ayuda a la velocidad de decisión; si ayuda a la precisión o en ambos casos.
En la fisiología relacionada del proceso de toma de decisión, se habla del involucramiento de distintas partes del cerebro, según la característica de la decisión. Unas son rápidas e intuitivas, especialmente las emocionales y otras, las razonadas, son lentas y deliberativas (Haidt, 2001; Kahneman, 2011). En ambos casos, la SMH parece estar implicada, y de ahí una confusión, con relación a que los marcadores somáticos ayudan a la velocidad, o a la precisión o a ambas.
En respuesta a esto, Damasio (1994) y Damasio y Bechara (2005) sugieren que quienes tienen daño en la vmPFC, no tienen la capacidad de tomar decisiones adecuadas porque no generan los marcadores somáticos correspondientes. Sin embargo, en otras ocasiones afirman que los marcadores somáticos sólo contribuyen en el proceso, pero que personas con daño en la vmPFC pueden tomar todo tipo de decisiones, especialmente de evaluación costo-beneficio en el laboratorio o en ambientes controlados, pero fallan sobre decisiones en la vida real, especialmente aquellas que involucran sus relaciones interpersonales a largo plazo (Damasio (1994); Damasio y Bechara, 2005) como se citó a Cage y Elliot.
Por su parte, Van den Bos y Güroglu (2009) han hecho énfasis en que se insiste en que la vmPFC juega un papel preponderante en el proceso de toma de decisiones que involucra el comportamiento y la interacción social, no queda clara cuál es la función específica que realiza. Existen varias hipótesis como que los pacientes ventromediales tienen dificultades para sentir emociones y, por tanto, sentir empatía por los demás, e incluso actuar para ayudarse a sí mismos (Krajbich 2009, Doherty, 1997), pero en otras partes, Damasio (1994) sostiene lo contrario.
Algunas de las conclusiones de Damasio y Bechara (2005) es que los pacientes han demostrado dificultad para visualizar consecuencias positivas y negativas de sus propias decisiones, algunas de ellas podrían calificarse como irracionales. Los pacientes con daño ventromedial, afirman Bechara 2000, 2004) no tienen visión de largo plazo, prefieren tomar decisiones que les otorguen ganancias inmediatas y no son capaces de administrar las posibilidades de obtener mejores dividendos, tomando una estrategia razonada (Bechara, 2000).
Antes de Van den Bos y Güroglu (2009), ya Dunn, Dalgleish y Lawrence (2006) habrían advertido que los hallazgos científicos del IGT (Bechara, 2004) hacían demasiadas interpretaciones de los resultados obtenidos del ciclo recompensa y castigo (Skarlicki y Rupp, 2010) y que la ambigüedad que rodea la interpretación de los datos psicofisiológicos y la escasez de evidencia causales, vinculaban erróneamente la retroalimentación con el desempeño en el juego.
Para demostrar eso, Dunn, Dalgleish y Lawrence (2006) revisaron los datos de lesiones, neuroimágenes y psicofarmacología que evalúan el sustrato neuronal propuesto por Damasio y, de acuerdo con sus resultados, concluyeron que la SMH era una teoría elegante de cómo la emoción influye en la toma de decisiones, pero que requería de un apoyo empírico adicional para ser sostenible. Otra crítica hecha por Linquist y Bartol (2008) afirma que tampoco es posible hacer inferencias válidas a partir de un solo caso, como pretenden Damasio (1994, 1996) y Damasio et al., (1994) con Cage y Elliot.
Más allá, de estas críticas particulares, existen señalamientos generales en la SMH. Maia y McClelland (2004) evidenciaron una primacía de lo racional sobre lo emocional. El resultado obtenido en su estudio es compatible con la opinión de que los informes externados verbalmente, como el modo en que los participantes se comportan durante el IGT, demuestra que tienen elementos de decisión que son conscientes y accesibles y que, por tanto, generar una teoría alternativa inconsciente, como lo es la SMH, es innecesario.
El estudio de Maia y McClelland (2004) aportó elementos para llevarlos a la conclusión de que los participantes en el IGT sanos, tienen conocimiento consciente de la estrategia ventajosa cuando sacaron provecho de su posición. Lo que pone en duda los principales pilares de apoyo para la hipótesis del marcador somático y, aunque no la desechan, están seguros de haber encontrado aportes científicos en contra, por lo que estarían obligados Damasio y otros, a proponer nuevas evidencias a favor de la SMH.
Del mismo modo, Tomb, Hauser, Deldin y Caramazza (2002) encontraron a través de dos experimentos que la magnitud y la frecuencia con que se explican la formación de marcadores somáticos varía de acuerdo con los retos planteados. A la pregunta: ¿Los marcadores somáticos median las decisiones en el IGT? Respondieron que no necesariamente, pues al final del juego encontraron que los participantes sí habían podido diferenciar las cartas buenas de las malas, por lo que sí era posible construir una estrategia racional, independientemente de lo que sintieran. Ello les llevó a afirmar que, en lo inmediato, es posible que haya un factor de decisión a partir del marcador somático, pero que, al final, las decisiones racionales prevalecen.
Finalmente, Thaler y Johnson (1990) sostienen que la SMH deja de lado algunos factores que influyen de forma relevante en la toma de decisiones, por ejemplo, las experiencias de ganancia y pérdida previas. Las experiencias previas parecen tener un mayor peso de lo que Damasio et al. habían considerado. Incluso, Thaler y Johnson llegan a la conclusión que hacer generalizaciones sobre las preferencias de toma de riesgos es muy difícil. Al replantear las opciones, encontraron que las tendencias generales pueden ser revertidas y por ello es difícil predecir el comportamiento de las personas. La pregunta es entonces ¿cómo las personas asumen espontáneamente las opciones que enfrentan en el mundo real? (p. 660) y les parece que la SMH no está dando las respuestas que se esperan.
Otro resultado interesante sobre las experiencias previas, descubierto por Franken, Georgieva, Muris, y Dijksterhuis (2006) es que comúnmente se cree que cuando se experimenta pérdidas anteriores, en la siguiente ronda habrá aversión a volver a perder, esto es, que podría sentirse, digamos así, miedo; sin embargo, aun cuando los autores reconocen que su muestra fue de 50 participantes, aun así, sugieren que quienes experimentaron una pérdida monetaria previa, mostraron un comportamiento de elección más arriesgado en el IGT que los sujetos que experimentaron una ganancia previa. Y esto, agregaríamos, podemos verlo en juegos de apuestas en que, especialmente quien va perdiendo, no quiere retirarse sino hasta al final, esto es, cuando no le queda nada que apostar.
Conclusión
Es innegable la influencia que ha tenido a lo largo de estos últimos 25 años la hipótesis del marcador somático de Antonio Damasio en la neurociencia de las decisiones y, los múltiples estudios en busca de una confirmación del papel de las emociones asociadas a reacciones corporales en bucle. Los hallazgos sobre el papel del nervio vago y su comunicación con el cerebro son asombrosos para demostrar que no existe una división real entre cerebro y cuerpo.
También es verdad que hay evidencia para afirmar que el proceso de toma de decisiones depende de nuestras estructuras corticales y subcorticales, y que el papel que juega la amígdala, y el sistema límbico en su conjunto, por ejemplo, ha sido documentado en muchas ocasiones como asociado a respuestas conductuales específicas, como es el caso del miedo.
Es recurrente la literatura que insiste en que la cvPFC está asociada al proceso de elaboración de respuestas a partir de los impulsos aferentes del resto del cuerpo y que, los daños en esa área y en áreas periféricas, ha mostrado deficiencias en algunos procesos en ambientes controlados, como el IGT (Maia y McClelland, 2004).
Pero aún con toda esa evidencia, creemos que debemos tomar en serio las críticas hechas hasta ahora a la SMH. No estamos seguros si realmente tomamos decisiones a partir de lo que literalmente sentimos. Por supuesto que escuchamos, algunas veces, y no todas, nuestras corazonadas, pero, por lo general, nos equivocamos cuando las decisiones provienen únicamente de la sensación.
Precisamente algunos autores coinciden en que debemos hacer lo contrario a lo que el miedo nos dicte si queremos tener éxito. Las sensaciones también pueden engañarnos y, de hecho, lo hacen constantemente. Ya Descartes (1637 / 2004) advertía de qué modo los sentidos lo engañaban y por eso la duda metódica.
También podríamos estar sintiendo algo que en realidad no sea producto de lo que supuestamente lo causa. Barrett (2018) cuenta cómo creía haber encontrado el amor durante una cena romántica por sus marcadores somáticos, pero al llegar a su casa se encontró con que le había hecho daño la comida.
Por otra parte, la neurobiología de los correlatos sobre procesos de toma de decisiones hasta ahora, no logra replicar sus estudios propios, ni los instrumentos, ni las condiciones, ni los participantes, para sacar conclusiones generalizables, atinentes y confiables. Cada estudio arroja nuevos resultados que, incluso, llegan a contradecirse unos y otros.
Por supuesto que la corteza prefrontal, especialmente las áreas ventromedial y orbifrontal, deben tener un papel relevante en la toma de decisiones; lo mismo que el sistema límbico, AMG, hipocampo y tronco del encéfalo (Phillips y LeDoux, 1992). En procesos fisiológicos evidentes como la erección, la eyaculación y el orgasmo, estudios como los realizados por Pfaus, Damsma, Nomikos, Wenkstern, Blaha, Phillips y Fibige 37 (1999) y Pfaus (1999) desde hace 20 años, concluyen que estructuras hipotalámicas, límbicas y del tronco del encéfalo, así como los neuropéptidos, las monoaminas cerebrales y el óxido nítrico estarían involucrados en el comportamiento sexual, tanto de roedores como de humanos. Posteriormente Poeppl, Langguth, Rupprecht, Safron, Bzdok, Laird y Eickhoff (2016) demostramos diferencias sexuales en el procesamiento neural de los estímulos en el tálamo, el hipotálamo y los ganglios basales.
Lo que tratamos de ilustrar es que las explicaciones dadas por la SMH no logran abarcar toda la complejidad detrás de la toma de decisiones, ni el factor del agente, por lo que la voluntad queda detrás y hasta soslayada.
Desde un punto de vista meramente filosófico, que es el único que podemos ofrecer, nos parece que existe un ámbito no relacionado y que no puede ser reducido en el ser humano desde lo meramente somático. El proceso de toma de decisiones, si bien se vale de respuestas inconscientes somatosensoriales, como lo hemos visto, es un proceso físico-emocional-racional aún más complejo, y se carece aún de suficientes evidencias para ser situado (Greenberg, 2000).
Seguramente la neurobiología y sus representantes como Damasio y Bechara vayan en la línea correcta, pero aún falta un largo camino para no cometer el error categorial en querer encontrar algo que es resultado de un proceso emergente en su conjunto y no producto de una causa extrínseca, como en este caso, las aferencias provenientes de los sentidos. De otro modo, las respuestas conductistas hoy superadas podrían estar siendo retomadas con más sofisticación, pero en el fondo, con el mismo sustento teórico reduccionista. Lo más valioso de la SMH es que rompe con la dualidad cerebro-cuerpo, lo cual, desde todo punto de vista, es ya un avance para el abordaje conceptual y la solución parcial del problema aquí planteado.