En 1990 los profesores Peter Salovey (Yale University) y John Mayer (University of Hampshire) publicaron el primer artículo científico con el título de “Inteligencia Emocional”, en el que se desarrollaba de forma explícita este concepto (Salovey y Mayer, 1990). En los últimos 30 años, se ha avanzado de forma notable en el análisis del constructo de la Inteligencia Emocional tanto como un rasgo de personalidad o como una forma de inteligencia, y sobre cómo medirla de forma fiable desde diferentes perspectivas teóricas (Joseph y Newman, 2010; Mayer y Salovey, 1997; Mayer et al., 2016; Petrides et al., 2007).
La investigación ha demostrado que las personas emocionalmente inteligentes disfrutan de múltiples beneficios en su vida personal y profesional. Por ejemplo, tienen una mejor salud física y mental, son más felices, usan estrategias de regulación emocional más adaptativas e, incluso, tienen mejor rendimiento académico (Cabello et al., 2021; Domínguez-García y Fernández-Berrocal, 2018; Kun y Demetrovics, 2010; Llamas et al., 2022; MacCann et al.,2020; Martin et al., 2010; Megías-Robles et al.,2019; Vega et al., 2022). Por otra parte, durante estas tres décadas se han realizado grandes avances con respecto a cómo desarrollar y entrenar la Inteligencia Emocional de forma eficaz en diferentes ámbitos y poblaciones (Brackett et al.,2019; Cabello et al., 2016; Durlak, 2016).
El propósito de esta monografía ha sido la publicación de estudios que nos ayuden a identificar las nuevas tendencias en la investigación de la inteligencia emocional y avanzar en su conceptualización, medición y entrenamiento desde diferentes disciplinas como las neurociencias, la psicología y la educación.
En concreto, este monográfico se ha organizado para que aparezca en dos volúmenes de la revista Escritos de Psicología (Vol. 15 nº 2 y Vol. 16 nº 1) correspondientes al año 2022 y 2023. En este volumen se han publicado cuatro artículos. Los dos primeros son revisiones sistemáticas, la primera centrada en las implicaciones de la Inteligencia Emocional en el contexto clínico, laboral y educativo (García Morales, 2022) y la segunda sobre los instrumentos más utilizados para la medición de la Inteligencia Emocional en adultos argentinos (Mikulic et al., 2022). Los otros dos artículos son estudios empíricos focalizados en el ámbito educativo. Kostiv y Rodríguez-Hernández (2022) analizan el Compromiso Emocional Docente y su relación con diferentes variables psicoeducativas y Pulido-Martos et al. (2022) examinan cómo la Inteligencia emocional es un factor protector de la salud, en concreto, del burnout de los docentes.
En el primer artículo del monográfico, García Morales (2022) presenta una revisión sistemática de las publicaciones sobre Inteligencia Emocional de los últimos veinte años, analizando las implicaciones de su estudio en el contexto clínico, laboral y educativo. La revisión sistemática indico que 33 artículos cumplían los criterios de inclusión. Los resultados mostraron que la Inteligencia Emocional influye de forma positiva en diferentes ámbitos muy relevantes de la vida personal y profesional. En concreto, se relacionó de forma positiva con el bienestar, la salud, la calidad de vida, la satisfacción laboral, el liderazgo eficaz y el rendimiento académico, y negativamente con la psicopatología y el burnout. Tras estos resultados, la autora concluye que es necesario focalizar la investigación hacia el análisis de la efectividad del entrenamiento y la formación en Inteligencia Emocional en estos contextos para mejorar el bienestar de la personas.
En el segundo artículo del monográfico, Mikulic et al. (2022) realizan una revisión sistemática sobre los instrumentos construidos, adaptados y/o validados para la medición de la Inteligencia Emocional en adultos argentinos. Esta revisión registró sólo 8 estudios. Si consideramos los modelos teóricos en los que se han fundamentado encontramos que 5 estudios hacen referencia a instrumentos basados en el modelo de habilidad, 2 al modelo mixto y 1 al modelo de rasgo. Sus resultados concuerdan con la tendencia internacional al uso de instrumentos basados en el modelo de habilidad, en consonancia con su posición teórica predominante en el campo actual de la investigación sobre la Inteligencia Emocional.
Esta revisión también registró una mayor utilización de medidas de autoinforme respecto de las pruebas de ejecución, un fenómeno que se repite en todas las revisiones sobre la Inteligencia Emocional y que probablemente, como indican los autores, se deba a las ventajas de este tipo de medidas por su practicidad, costes y tiempo.
Por último, con respecto a los instrumentos analizados, se observó un predominio de las adaptaciones sobre la construcción de nuevos instrumentos, dado el primordial interés de los investigadores argentinos por contar con publicaciones internacionales y transculturales. En resumen, los autores concluyen que, a pesar de las limitaciones actuales de la investigación sobre la Inteligencia Emocional en Argentina, los resultados indican que se dispone de instrumentos adecuados y fiables para su medición en Argentina y para la investigación transcultural del constructo.
En el tercer artículo del monográfico, Kostiv y Rodríguez-Hernández (2022) analizan en un estudio transversal la relación del Compromiso Emocional Docente con diferentes variables psicoeducativas. Estos autores definen el Compromiso Emocional Docente como un vínculo emocional que establece el/la docente con su alumnado, a partir de una serie de manifestaciones conductuales y verbales que implican afecto y preocupación hacia su alumnado y que está formado por cuatro dimensiones: Proactividad Amorosa, Compasión Docente, Compromiso Instruccional y Afectividad Comunicativa. Para su estudio, contaron con una muestra de 671 docentes en activo de la Comunidad Autónoma de Canarias (España) que pertenecían a las etapas de educación infantil, educación primaria y educación secundaria. Sus resultados indican que existen diferencias en las cuatro dimensiones del Compromiso Emocional Docente en función de las variables sexo, etapa educativa y formación en educación emocional. En concreto, las mujeres obtienen una puntuación mayor en todas las dimensiones del Compromiso Emocional Docente. En relación con la etapa educativa, los docentes de educación infantil se comprometen más emocionalmente que los docentes de educación primaria y secundaria. Y, finalmente, con respecto a la capacitación en educación emocional, los docentes que tienen formación se identificaron en mayor medida con todas las dimensiones del Compromiso Emocional Docente que quienes no la tienen. Como conclusión, los autores resaltan la relevancia del Compromiso Emocional Docente como competencia emocional y la necesidad de incluirlo en la formación inicial y permanente del profesorado.
Finalmente, Pulido-Martos et al. (2022) estudian el impacto que tiene sobre la salud de los docentes (burnout) la manera en que afrontan las situaciones estresantes en el ámbito educativo y si la Inteligencia Emocional actúa como factor protector ante el burnout. Para comprobarlo los autores realizaron un análisis centrado en las personas, y no en las variables con la participación de 250 docentes de educación primaria (España). Sus resultados muestran que la mayoría del profesorado (el 77.2%) utiliza estrategias adecuadas que les permiten afrontar con éxito situaciones de estrés. En concreto, la mejor estrategia sería un perfil de afrontamiento adaptativo. A su vez, los docentes con un estilo de afrontamiento adaptativo presentaron una mejor Inteligencia Emocional percibida. Esto es, una adecuada atención a las emociones, una mayor claridad emocional y una mejor reparación emocional. Además, los docentes que pertenecen a este perfil muestran menor agotamiento emocional, menor despersonalización y mejores niveles de realización personal que los docentes con un perfil de afrontamiento inadecuado (i.e., “evitadores cognitivos con estrategias centradas en consumo”). Tras estos resultados, los autores recomiendan que se forme sin dilación al profesorado en el aprendizaje y desarrollo de aspectos sociales y emocionales para prevenir y mejorar su salud y sus niveles de burnout.
Para cerrar esta introducción al monográfico, nos gustaría remarcar que los cuatro artículos que conforman esta primera parte del monográfico tienen en común que resaltan la relevancia de la investigación en la evaluación y el entrenamiento de la Inteligencia Emocional por su repercusión en nuestras vidas personales y profesionales. Por ello, no es extraño que los cuatro artículos coincidan también en subrayar la necesidad de incluir de forma inaplazable la educación de las emociones desde la infancia en la escuela hasta los diferentes ámbitos profesionales que se encuentran en graves riesgos psicosociales como es el caso del profesorado. Conclusiones con las que los editores de este monográfico están totalmente de acuerdo y asumen como propias, dirigiendo sus esfuerzos para que esto se haga realidad y se traslade de la investigación y la universidad a las personas y la sociedad.