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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.28 no.1 Madrid  2008

 

LIBROS

 

Diógenes LAERCIO, Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, Madrid, Alianza, 2007, 608 pp.; traducción e introducción de Carlos García Gual.

La única versión directa del griego que se tenía de este hermoso y extenso volumen -los diez libros del erudito clásico- es la que hizo, a finales del siglo XVIII, José Ortiz y Sainz: 1792 es su fecha de aparición, aunque no de caducidad, pues desde entonces todos hemos leído sus ilustradas palabras. A partir de ahora se dispone de una buena traducción actualizada (concebida paso a paso desde hace treinta años), que nos hace disfrutar y "ganar el tiempo". La ha llevado a cabo Carlos García Gual, que siempre estuvo interesado por Diógenes Laercio, especialmente -aunque no sólo- a través sus escritos sobre el cinismo filosófico o sobre Epicuro, ya que la obra de ese curioso escritor griego, Laercio, es un testimonio básico para conocer tanto a Antístenes, Diógenes ‘el Perro', Crates y seis cínicos más (en Vidas, libro VI), como al autor antes citado (todo el libro X, el cierre pues de su obra), y más aún -como él lo hace en su Epicuro- si se considera que Laercio mismo es un escritor epicúreo. Desde luego, este clásico habla ampliamente del universal humanitarismo de Epicuro, de su piedad y de su fiel vínculo, nada aparatoso, con los suyos; y, de hecho, es el único retrato apologético que aparece en su compendio.

Este libro esencial ahora remozado sobre las escuelas filosóficas griegas fue construido al inicio del siglo III de nuestra era. Pues las Vidas de los filósofos son exponente del estímulo recopilador que la cultura grecorromana experimentó sin duda en el siglo II, y se prolongó aún en el siguiente: la llamada segunda Ilustración antigua (si la primera es el siglo de Pericles). Entonces escribieron nada menos que Celso y el soñador Artemidoro, Elio Arístides el melancólico, Máximo de Tiro, con sus Disertaciones filosóficas; y fueron, además de Epicteto y Plutarco, las figuras más conocidas y distintas Luciano de Samosata, Marco Aurelio, Sexto Empírico o Galeno. A ellos se añaden el contrapunto de Ateneo (Banquete de los eruditos), Filóstrato (Vidas de los sofistas) -que como Laercio ofrecen materiales muy mezclados-, y las grandes visiones espaciales de Pausanias, con su Descripción de Grecia,o las temporales de Herodiano, con su Historia del Imperio Romano después de Marco Aurelio. Un mundo nada monocorde como se ve.

García Gual señala que el lector mientras avanza en este texto "le asalta la admiración suscitada por la cantidad y variedad de noticias que nos transmite, y por la agudeza de sus anécdotas y citas y sus curiosos datos biográficos y, de otro lado, una cierta desilusión ante la exposición bastante rápida y poco profunda de las ideas y los sistemas filosóficos y ante el estilo descuidado de su prosa"; y que, sin embargo, ha sido reevaluado desde hace cierto tiempo, sobre todo a finales del siglo XX por figuras memorables de la filología como Marcello Gigante (editor de Diogene Laercio, storico del pensiero antico, Nápoles, 1986), a cuya memoria precisamente dedica Gual el prefacio. Es más, el traductor ha podido seguir la nueva edición crítica de la Teubner (Stuttgart-Leipzig, 1999), y él mismo nos señala otra reciente edición alemana de 1998, y una más francesa de 1999.

Seguramente, esa mirada actual sobre Laercio -mucho más benévola que la que se tuvo en el siglo XIX- es debida a las mutaciones del gusto y del análisis pensamiento o a la idea misma de historia de la cultura, que se ha ampliado notablemente en estos últimos años, de modo que se ha atendido más a ciertas obras mixtas -compendios, centones, anecdotarios, paraenciclopedias- con el propósito de comprender mejor el contexto literario e intelectual de una época, sea el momento de descenso de una cultura como la antigua al enfilar el Bajo Imperio, sea para entender el Renacimiento tardío, cuando se le citó abundantemente, más tras la gran edición de Froben en 1533.

Las Vidas de Laercio nos hacen ver el mundo antiguo desde un ángulo muy singular. De entrada revelan la "mentalidad" tardo-antigua: la recurrencias de los variados problemas y la armonía de sus formulaciones, se suman al mero atender a las idas y venidas de los retratados, tan "naturales", tan familiares para él. Es, sin duda, una fuente imprescindible para conocer vivazmente el pensamiento antiguo, y su recuperación decisiva en el siglo XVI, dadas las silvas de lecciones en las que siempre aparece algún detalle extraído de las Vidas. Y es que ahí rebullen los viejos sabios (I), ciertos presocráticos (VIII y IX), los milesios y los coetáneos de Sócrates (II), un Platón algo dibujado (III), desde luego, Aristóteles y los académicos (IV), además de los cínicos y Epicuro. Aparecen por añadidura centenares de filósofos (él cita a doscientos autores olvidados) y, es más, el total de nombres a los que alude Laercio en su libro acaba frisando los dos mil personajes. El esquema biográfico-moral de las Vidas es trifásico (origen, florecimiento, muerte), tiene un carácter literario-formativo (da emblemas doctrinales), y proporciona un juego interno-externo de datos solo a veces bien logrado mediante pinceladas aclaradoras. En cualquier caso queda al servicio de la comprensión filosófica, que en la actualidad está siempre ligada a la experiencia. Pues decía Arendt que al hacer nosotros hoy de la vida la preocupación primera, ya no ponemos en primer plano ese desinterés objetivo, esa objetividad de Tucídides que sirvió de enseña a la historia positiva de Ranke o de tantos otros de los siglos XIX y XX.

Sobre todo, es una obra rica y bella, caprichosa, algo caótica y desigual sí, pero compacta y plagada de miles de pequeñas historias y anécdotas, algunas turbadoras -como cuando Metrocles quema sus escritos pues, dice, "éstos son fantasmas de los sueños de los muertos"-, y otras llenas de agudeza, como las respuestas de la hermana de éste, Hiparquia, de la que se burlan por ser filósofa (VI, 95-97). Hay detalles científicos que llegan a ser reveladores del íntimo modo de ser de la ciencia griega; nos recuerda diversas concepciones generales sobre la naturaleza encarnadas en sus autores, resume bien muchas reflexiones éticas por la vía del ejemplo; otras veces recoge listas de libros, hace fichas y retratos rápidos de desconocidos, aunque además recopila montones de cartas -algunas decisivas para conocer a los interlocutores-, y, en fin, sabe amenizarnos con una variedad de miradas, burlonas a menudo y mezcladas con gracia.

Con ello nos adentrarnos en un mundo moralizado y plural, sin dogmatismo alguno, mucho más libre que el que está ya en ciernes: pues dogmáticos, sugiere Laercio, son "los que se expresan sobre las cosas como si fueran comprensibles". Él no es nada engañoso; es bastante escéptico sin duda, pero es un defensor de las virtudes culturales y un corrector socarrón de defectos en un mundo compartido de ideas: según el Filósofo -apunta en una línea- los mentirosos "cuando dicen la verdad no son creídos" (V, 17). Casi dos milenios después, Faulkner dirá lo mismo de un modo más indirecto y a ras de suelo: que lo malo de éstos es que nos hacen perder el tiempo.

Mauricio Jalón (España)


Giorgio CORTENOVA (ed.), Il settimo splendore. La modernità della malinconia, Venecia, Marsilio, 2007, 393 pp.

Una preciosa exposición, que no tuve la suerte de ver, se celebró en Verona en el Pallazzo della Ragione, entre 23 de marzo y 29 de julio de 2007. Una más de las varias exposiciones que sobre el tema ha reunido patología y arte. De nuevo la melancolía retorna a su patria, al menos a su moderno origen. Se puede estar de acuerdo con el organizador cuando afirma que este triste sentimiento se refugia en los pequeños estados del norte de Italia, procedente del oriente mediterráneo. Su destino será España en donde se enfrenta con la Contrarreforma, siendo un ariete que permite abrir paso a la creatividad.

Como es bien sabido, Roger Bartra ha subrayado esa relación de la enfermedad con este movimiento religioso y político. Pero no es España el final, ni la cultura postridentina el único caldo de cultivo, pues en Montaigne, en el Fausto germánico y en el de Marlowe, e incluso en el príncipe Hamlet encontramos otros destinos. Sin embargo, este acentuar la importancia española en este tema debe ser bien venido, así aparecen santa Teresa o el Greco.

Pero no solo el poder de los Austria se enfrenta a la melancolía, también los Medici lo hacen, pero su debilidad les hace proteger esplendor, cultura y espíritu. El pensamiento melancólico es mostrado en su rebeldía, modernidad y creatividad.

Se señalan los caminos de la melancolía, los astros, los humores y elementos, las aguas y tierras, los vientos y fuegos... a los personajes Aquiles y Ulises, Virgilio y Ovidio, Dante y Petrarca, Durero y Miguel Ángel... Leopardi y Hölderlin. A los pensadores como Aristóteles que la libera y como Platón que la controla. Los espacios como la acedía monacal o la melancolía florentina y los estilos, así el clasicismo uniría normas y pasión espiritual. La melancolía perseguida por el poder permite los caminos al arte, miradas ardientes, subjetividad, pasión, profecía... Pero será también presa de la medicina, encaminada hacia la droga y el control, incluso el psicoanalítico. Las líneas por donde por tanto transita la exposición y, sobre todo, los estudios son las vías y espacios por los que la melancolía arriba, tanto como los enfrentamientos y obstáculos que encuentra. Así se analizan estilos tales como la vanitas o el paisaje, personajes clásicos como Caravaggio, Lotto, Fetti, Pontormo, Beccafumi, o bien modernos como Canova, Chirico, Sabino, Ernst... Para nosotros tiene principal interés la apertura a temas españoles, así la aportación del Greco, o las dificultades con la Contrarreforma. En fin, un maravilloso catálogo que no desmerece de otros anteriores y que muestra bien la profunda reflexión que sobre la relación entre arte y enfermedad se ha realizado en los últimos tiempos.

José Luis Peset (España)


John DONNE, Biathanatos, Madrid, AEN, 2007, 226 pp.

En la Silva de varia lección (1540) -la bella miscelánea de Pedro de Mexía-, encontramos a menudo anécdotas de suicidios y de suicidas. Pues es eco de una mutación que tiene muchas caras. Ya en 1522 había aparecido una larga relación famosa e influyente de homicidas de sí mismos, como se decía entonces; nos referimos a la recopilación de Ravisio, Oficina o teatro poético e histórico (II, 98). Sucede que este problema inveterado se mostró claramente como tal en el siglo XVI, al nacer la autobiografía moderna y al cuestionarse los dominios que cada uno tenía a su mano; por entonces se constatan todo tipo de crisis, religiosas e intelectuales, que acosaban a cualquier ciudadano, fuese éste ateo, católico o protestante, exiliado o bien aferrado a su mundo.

Acaso no hubiera más suicidios por esos años que durante el Medievo (al menos sería así entre la legión de campesinos; que de todos modos padecieron lo suyo en este siglo de hierro), pero hablarse se habló abiertamente y mucho de este acto voluntario en las ciudades o en los medios intelectuales. La falta de armonía se vio unida a los nuevos temores empezaron a notarse al cerrarse la Edad Media, y ello lo testimonian las letras desde finales del siglo XV.

En todo caso, la literatura de finales del siglo XVI y de comienzos del XVII no deja dudas sobre la presencia en verdad insólita de la tristeza. Los libros editados por la AEN sobre melancolía, desde Bright, Un tratado de melancolía (1586), y Ferrand, Melancolía erótica (1610), hasta Burton, Anatomía de la melancolía (1621) -sumados a tantos escritos de médicos, como Velázquez, Santa Cruz, Du Laurens o Guibelet, por esos mismos años-, hacen imposible negarse a reconocer ese fenómeno, seguramente relacionado con el auge misterioso del "individuo moderno". Que ello tiene que ver con el aire suicidario de las letras del Quinientos se plasma en las partes amorosas-religiosas de la Anatomía de la melancolía, ahí donde Burton se extiende sobre "la locura, el suicidio, el asesinato, la muerte violenta" que pueden acaecer en esos trances carnales y espirituales.

Precisamente el poeta y ensayista John Donne escribe su Biathanatos por entonces, en 1608, durante unos años difíciles de su vida. Y se da la circunstancia que entre 1580 y 1620 el número de escritos sobre suicidas o sobre la autodestrucción crece de un modo desorbitado en el mundo inglés (cf. M. MacDonald y T. Murphy, Sleepless Souls. Suicide in Early Modern England, Oxford, Clarendon, 1990; S. E. Sprott, The English Debate on Suicide from Donne to Hume, La Salle, Illinois, 1961); y si bien el número de auto-homicidios estaba ya estacionado al parecer, ciertos datos parecen demostrar que la cantidad había ido subiendo notablemente a lo largo de la centuria. En todo caso, en unas cien obras teatrales inglesas de esos decenios, aparecen doscientos suicidios, contando los 50 que aparecen en las obras de Shakespeare ("¿qué es más excelso, sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna o tomar las armas contra un piélago de calamidades y acabar con ellas haciéndoles frente?", Hamlet, III, 1).

Tanto en Donne como en Burton la mirada sobre ese acto tan reprimido y conjurado es más bien comprensiva y moderna; su visión está bastante secularizada, los argumentos, aun cuando se basen en palabras de clérigos, tienden a racionalizar semejante situación límite, a ver sus causas, a analizar su limitada posible colusión frente a las leyes divinas y humanas, y lo hacen de un modo impresionante mediante la fuerza de las palabras -y de las imágenes en el caso del primero-. El documento maestro de Donne es capital para ese otro giro copernicano que hubo en el mundo individual; metáfora nada descabellada, pues el inglés, en varios textos -así en sus Devociones-, escribió angustiadamente sobre la destrucción de la idea macro-microcósmica (Ch. M. Coffin, John Donne and the New Philosophy, Nueva York, Columbia University, 1958).

El prólogo a esta edición de Biathanatos aclara muchos elementos biográficos del texto, y proyecta lo que afirma Donne sobre las preocupaciones del presente. Baste aquí añadir que otros libros de distintos grandes autores -Montaigne (Ensayos, 1588), el estudioso también escéptico Charron (De la cordura, 1601), el notable filósofo holandés Lipsio (Cuestión real, 1604) o asimismo Bacon (Ensayos, 1607; Historia de la vida y la muerte, 1623)-, ayudaron por esos mismos años, con sus indagaciones, a adoptar una mirada menos prejuiciosa ante esa muerte voluntaria que pasó a llamarse ‘suicidio' en la Ilustración. Otra cosa es que, durante el siglo XVII, teológico y autoritario, triunfaran más bien las ideas de tantos teólogos, juristas y moralistas reaccionarios, y que -en ese tramo temporal y desde luego en los siguientes cuarenta años por lo menos- intentaron poner coto a esa apertura hacia la pluralidad de opiniones que nuestros ancestros grecorromanos ofrecieron. Referencia que sigue siendo clásica para nosotros.

Mauricio Jalón. (España)


Javier DE FELIPE; Henry MARKRAMAM; Jorge WAGENSBERG (coords.), Paisajes neuronales. Homenaje a Santiago Ramón y Cajal, Madrid, CSIC, 2007, 336 pp.

El dibujo es un parámetro poco utilizado a la hora de componer el perfil científico de Santiago Ramón y Cajal; sin embargo le corresponde, siendo su condición de dibujante una virtud necesaria, diríamos primordial, en su investigación neurológica. De su temprana desventura artística da cuenta el propio Cajal en Recuerdos de mi vida. Duro de mollera, supo resistir el frontal rechazo paterno hacia las artes plásticas. La cabezonería del hijo Santiago competía con la tozudez de Justo, el padre, llegándose al límite de que éste obligó y aquél consintió en interrumpir los estudios para dedicarse al oficio de zapatero. Un año duró la amanuense aventura. El padre fracasó en su intento de ahormar al infante y Santiaguito reanudó sus clases en Huesca matriculándose en dibujo. Años después, de pintar retratos y paisajes pasó a dibujar la anatomía del cuerpo humano; cursaba primero de medicina en la facultad de Zaragoza. Hacia 1900 el reputado neurohistólogo había realizado más de 12.000 de esos extraños dibujos reveladores de la arquitectura celular del sistema nervioso. Son los paisajes neuronales que "las nobles y enigmáticas células del pensamiento", escribía, componen al otro lado de la lente de aumento revelados con la paleta de la tinción; secretos que le valieron el premio Nobel en fisiología y medicina el año 1906, compartido con Camillo Golgi otro paisajista del cerebro.

El Cajal artista es el argumento de M.ª Ángeles Ramón y Cajal en los prolegómenos del libro, y aquí aparece el amante de las mariposas del alma, como poéticamente su abuelo denominó a las células piramidales de la corteza cerebral, contrapunto del científico empirista atrapado en el papel de biólogo. Conjunción de opuestos que no lo son tanto porque la poesía, la estética de esos dibujos tan diestramente trazados no son el fruto de una fantasía sino la representación objetiva de una naturaleza insólita. El resultado es una colección de imágenes que unen el significado cognitivo atribuido por la razón con el valor plástico percibido por los sentidos. Dibujos en cuya construcción confluyen la técnica, la sensibilidad y el saber de Cajal personalizando la obra de manera inconfundible. Pero no nos engañemos, bajo la pátina artística sólo resplandece la ciencia, lo bello es la circunstancia de una morfología hasta entonces invisible. Utilizando el microscopio los ojos descubren la armonía compositiva del jardín neuronal, y mientras la mano delinea la estética del momento la mente se pregunta cómo se relacionan en el cerebro tan pictóricas líneas y colores; es lo adecuado en un sabio entre cuyas Reglas y consejos sobre investigación científica se reniega de la metafísica para conocer la naturaleza.

Cajal y la neurociencia del siglo XXI es el epígrafe suscrito por Javier DeFelipe para desmenuzar este saber, antesala de los paisajes neuronales que aguardan. En comparación con los contemporáneos, el caso Cajal no reflejaría la excelencia a través de grandes descubrimientos, al contrario, es necesario valorar sus "numerosas e importantes contribuciones al conocimiento de la estructura y función del sistema nervioso"; he aquí la cuestión. Dominado por esta premisa inicial el discurso se vuelve monódico cumpliendo sobremanera con las expectativas: Cajal y el inicio de su carrera investigadora,Cajal y el método de Golgi,

Primera publicación de Cajal con el método de Golgi,Cajal y la teoría neuronal,Reconocimiento de la labor investigadora de Cajal,Los dibujos de Cajal, etcétera; ejemplifican el elenco de subtítulos conmemorativos del científico y sus hazañas. Y como telón de fondo el debate entre los partidarios de la teoría reticular y los defensores de la teoría neuronal, con Cajal al frente, para explicar el funcionamiento y la organización del sistema nervioso. En el proceso Cajal emerge como un ubicuo triunfador cuya estela empapa la moderna neurología, recuperado hoy por sus observaciones sobre las espinas dendríticas de las células piramidales y la formulación del concepto de la plasticidad cerebral. Concisamente, el texto es un relato afortunado correspondiente a una buena historia de las ideas, bien estructurado y generoso con el personaje.

En su tramo final, el homenaje a Santiago Ramón y Cajal recupera el sentido artístico. En este apartado la obra es deudora de la exposición Paisajes Neuronales 2006 inaugurada en Barcelona el 6 de abril conmemorando el centenario del premio Nobel. La propuesta estética de la muestra se plasma ahora en un nuevo recopilatorio, pasado y presente, de 179 neuroimágenes persiguiendo un fin contemplativo:mostrar la belleza natural que exhibe el sistema nervioso. Y se logra con sobresaliente. Impresiones que son un buen ejemplo de aquellos momentos absolutos que el filósofo alemán Hegel reconoce en la organización de la naturaleza al contemplar de cerca lo bello natural (Introducción a la estética). Así, bruscamente, el lector deja de serlo convertido en observador, en explorador de un fascinante universo de colores y extravagantes formas que motivan indefectiblemente más allá de nuestro canon cotidiano. Mirando dibujos y fotografías emprendemos un paseo alucinante por el cerebro y sus aledaños, visualizamos los oscuros rincones de la mente cautivos de su plasticidad, absortos contemplando la fantástica corporeidad representada, iluminados por una irrealidad que nos pertenece íntimamente; un viaje para no perdérselo.

Andrés Galera (España)


Thomas McKEOWN, Los orígenes de las enfermedades humanas, Madrid, Triacastela, 2006, 316 pp.

El epidemiólogo Thomas McKeown (1912-1988) fue profesor emérito de Medicina Social de la Universidad de Birmingham. Entre sus publicaciones destacan títulos como El crecimiento moderno de la población o El papel de la medicina: ¿sueño, espejismo o Némesis? (ambos de 1976). Realizó estudios en Inglaterra y Gales a través de los que demostró que la disminución de la mortalidad en los dos últimos siglos se produjo antes de la introducción de un tratamiento médico eficaz y que respondían sobre todo al mejoramiento de las condiciones de alimentación e higiénicas con el suministro de agua y drenaje de aguas residuales. Defendió que hay factores que influyen en la salud de la población más allá de los contemplados por los servicios de salud pública tradicionales y por los servicios médicos. Los trabajos de McKeown influyeron en la importancia que se le empezó a conceder a los factores sociales y ambientales y de los estilos de vida.

Este libro une dos temas que generalmente se estudian por separado: demografía histórica y orígenes de la enfermedad. Sus páginas están divididas en tres partes siguiendo un orden lógico: La historia de las enfermedades, Los orígenes de las enfermedades, y por último, El control de las enfermedades.

En la primera parte, La historia de las enfermedades, se estudian las relaciones entre condición de vida y salud y el crecimiento demográfico en los tres períodos principales: Caza y recolección, Agricultura e Industria. Se analiza cómo en el período de la caza y recolección el hombre no podía controlar eficazmente su entorno ni limitar su reproducción, sin embargo, estaba bien adaptado a las condiciones de vida gracias a la selección natural. Las enfermedades no contagiosas que predominan hoy en día, tales como el cáncer, las cardíacas y la diabetes, eran raras o no existían. La falta de alimentos era la principal responsable de la elevada tasa de mortalidad y la lenta tasa de crecimiento de la población. Posteriormente, con la agricultura se produjo la expansión de las poblaciones y la creación de zonas urbanas densamente pobladas y antihigiénicas. Las infecciones pasaron a ser la causa predominante de enfermedad y muerte. Por otro lado, la agricultura incrementó los recursos alimentarios, lo cual hizo que creciera el número de personas de modo que los recursos alimentarios no eran suficientes. Por último, la industrialización amplió el control del entorno, se aumentaron los recursos alimentarios y se redujeron los riesgos higiénicos dando lugar a una disminución de las infecciones. Estos cambios se acompañaron de una acentuada reducción de la fertilidad. El crecimiento demográfico se vio limitado a una tasa que era compatible con los requisitos de la salud y, de esta forma, el número de personas y los recursos estaban equilibrados. La industrialización creó condiciones de vida que estaban muy alejadas de aquellas en que el hombre había evolucionado y las enfermedades no contagiosas sustituyeron a las infecciones como causas comunes de enfermedad y muerte.

En la segunda parte el autor hace una clasificación de las enfermedades en tres grupos: enfermedades prenatales, enfermedades de la pobreza y enfermedades de la riqueza. Divide a las enfermedades prenatales en tres clases, atendiendo a si las anormalidades son determinadas en el momento de la fecundación, durante la implantación y a comienzos del desarrollo del embrión, o más adelante, en la vida uterina. En cuanto a las enfermedades de la pobreza, el autor postula que por culpa de la desigual distribución de los recursos, millones de personas están subalimentadas, aunque se cree que en el mundo y en la mayoría de los países hay suficientes alimentos. McKeown defiende que las enfermedades industriales son causadas por riesgos a los que es difícil concebir que podamos adaptarnos genéticamente. Según este autor, puede decirse que estas enfermedades se deben a inadaptación y a ciertos riesgos que han aparecido durante el período industrial.

En la tercera parte se aborda la importancia que el análisis de los orígenes de las enfermedades tiene para el control de las mismas. Algunas anormalidades que aparecen antes del nacimiento pueden prevenirse controlando las condiciones que las producen, pero no puede hacerse lo mismo en el caso de las que aparecen con la fecundación o poco después de ella. Según el autor, el método que ha demostrado ser más eficaz es el diagnóstico antenatal seguido de aborto. Manifiesta en estas líneas que es necesario que los gobiernos y el pueblo acepten el objetivo de mejorar la salud y los medios que requieren para alcanzarlo: una distribución más equitativa de los recursos y mejoras de la educación.

La conclusión principal que apunta el autor es que, a excepción de cuando son determinadas en la fecundación o poco después de ella, las enfermedades no son un atributo ineludible de la condición humana, sino el resultado de llevar una vida poco sana y que pueden prevenirse si se cambia el modo de vivir. La salud depende principalmente de que se eliminen las antiguas deficiencias y riesgos que causaron el predominio de las enfermedades infecciosas, sin incurrir en los riesgos de las enfermedades no contagiosas que han aparecido durante los últimos siglos debido a la inadaptación y los peligros que acompañan a la industrialización.

Termina con una reflexión importante: "Si hubiéramos pensado en los orígenes de las enfermedades además de en sus mecanismos, ¿habríamos tardado tanto tiempo en sospechar la importancia del fumar, de la refinación de los alimentos y de la falta de ejercicio en las enfermedades respiratorias, intestinales y cardiovasculares?"

En definitiva, es un libro recomendado para profesionales de la salud e historiadores, así como, para el público en general, ya que se trata de una lectura fácil, clara e interesante; en la que se van planteando distintos interrogantes a los que el autor trata de dar respuesta a lo largo de un apasionante recorrido por la historia del origen de la enfermedad.

Nuria Seijas (España)


Manuel DESVIAT, De locos a enfermos. De la psiquiatría del manicomio a la salud mental comunitaria, Madrid, Ayuntamiento de Leganés, 2007, 223 pp.

Esta obra gira entorno a la experiencia práctica en Leganés de la Psiquiatría Comunitaria, que ha significado un cambio conceptual y organizativo en la atención a los problemas de salud mental. La Psiquiatría Comunitaria surge en el contexto de la política de desistitucionalización en los años sesenta, en Estados Unidos, y se extiende por todo el mundo para designar un modelo de atención caracterizado por varios desplazamientos: del sujeto enfermo a la colectividad, del espacio hospitalario (sobre todo manicomial) a la comunidad y del psiquiatra al equipo multiprofesional.

En realidad este libro es como algunos críticos literarios afirmaron de Rayuela,de Cortazar, que podía comenzarse a leer por cualquier capítulo, daría lo mismo porque el lector comprendería la historia que cuenta. Porque nos habla de una realidad: El proceso de desistitucionalización y la reforma de la atención a la salud mental de Leganés y el sur metropolitano, del que Manuel Desviat fue líder y artífice; así lo cuenta en la contraportada interior Fernández-Liria "La historia de esta etapa ha estado en todo momento unida a la de Manuel Desviat, que supo ver la posibilidad en un momento en el que no era fácil prefigurar ni el modelo ni el contexto en el que ese modelo iba a cobrar sentido". Se refiere a la psiquiatría comunitaria que ha trazado un camino que contiene incertidumbres y complejidades. Sin embargo, expresa un práctica que tiene en cuenta la multidimensionalidad de la enfermedad mental y procura aunar distintos saberes, encuadres y abordajes.

La atención comunitaria tiene que ser realizada en un área geográfica (un territorio para la provisión de servicios) y en servicios asistenciales extrahospitalarios implantados e integrados en los recursos del Área de Salud. Además, plantea el trabajo en equipo, la coordinación con otras instancias comunitarias y establece acciones para la población general y para grupos de riesgos. Y valora especialmente la accesibilidad y la eliminación de barreras para llegar a toda la comunidad.

A pesar del incremento en el mundo desarrollado de nuevas estructuras asistenciales en la comunidad, los elementos teóricos del modelo comunitario son ambiguos y quizás aún no alcancen una teoría del conocimiento propia porque toman buena parte de sus conceptos de diversas orientaciones teóricas y de diferentes disciplinas a las sanitarias, lo que viene dando lugar a algún desconcierto. Esta inestabilidad teórica hace necesaria una progresiva adecuación de los conceptos para ir construyendo una epistemología que dé sustento a las múltiples corrientes aplicables hoy día a la Salud Mental Comunitaria y a la teoría integradora que es la Psiquiatría Comunitaria.

La larga trayectoria en Salud Mental del Dr. Manuel Desviat, y su curiosidad por todo lo artístico que le rodea le hace actuar como Garcilaso de la Vega, el paradigma del hombre del Renacimiento, pues se dedicaba al arte de la pluma y al de la espada con gran destreza y éxito en ambos campos, así es Manuel Desviat. Se comprueba que es hombre de teoría por las numerosas publicaciones sobre epistemología de la Psiquiatría Comunitaria; además es sensible al arte y se observa en la edición de este libro, en las ilustraciones escogidas en las que queda retratada una época a través de las fotografías, de los recortes de artículos de periódicos, en los carteles y en cuadros de pintura, que dan fe de la realidad psicosocial que conmueve. Y se comprueba que es hombre de acción, en su papel en la Reforma Psiquiátrica, en la Red de Servicios de Salud Mental del Área 9 de la Comunidad de Madrid, el Instituto Psiquiátrico José Germain, que denota el convencimiento de que la teoría sin la práctica cae en vacío. Una reforma que comenzó en 1986, siendo una utopía, con pocos medios y con unos escasos recursos humanos y con unos recursos materiales en estado de abandono, pero que tuvo a su favor el esfuerzo, la ilusión y la profesionalidad de muchos implicados (siempre ad honorem): profesionales, políticos y usuarios y familiares. Aunque el inicio tardío de la Reforma en España permitió conocer las dificultades y errores encontrados en las primeras reformas.

La obra esta estructurada en ocho capítulos temáticos:

En el capítulo 1.º que hace las veces de introducción se señala el origen de la casa de Salud Santa Isabel de Leganés y el origen del manicomio. Las gentes de Leganés crecieron en estrecha vecindad con la locura, con las tapias mudéjares de la institución que ocupaba su centro urbano. El siguiente repasa la historia del Hospital Psiquiátrico de Leganés, su origen y evolución desde la Casa de Salud Santa Isabel hasta la década de los 70, pasando por los avatares de la II República. El capítulo 3.º trata de la Dirección Colegiada, en la que se subraya los diferentes responsables del Psiquiátrico de Leganés desde el año 1852. En el que le sigue, hay una errata ya que se titula nuevamente Dirección Colegiada cuando probablemente debería decir la Reforma del Psiquiátrico de Leganés como reza su primer apartado, el segundo apartado nos narra el funcionamiento de la Red, ya que la actividad asistencial de salud mental se realiza en el marco de la integración con el resto de especialidades médicas; en especial con Atención Primaria, en cuyos servicios existe un espacio de programación común.

En el capítulo 5.º sobre la Rehabilitación y Apoyo Comunitario, se abordan la Desistitucionalización y los Programas de Rehabilitación y Apoyo Comunitario en los que sus experiencias han servido de modelo más allá de nuestras fronteras, porque la rehabilitación no es una improvisación, ni desde la clínica ni desde el trabajo social o la terapia ocupacional, exige técnicas específicas. El siguiente trata sobre Morbilidad e Imaginario Social. Este capítulo es en su mayor parte un estudio que fue publicado en 1997, en la Revista Psiquiatría Pública. El 7.º, sobre la Vigencia de la Psiquiatría Comunitaria, dispone de apartados como: la vigencia del modelo comunitario en salud mental: teoría y práctica, la reforma psiquiátrica y la cuestión de la clínica. Y el último capítulo enfoca lo que llama Espacio Diferencia, en el que se muestra a través de imágenes cómo el escenario puede cambiar la función.

Es la obra de alguien que ha ido guardando con paciencia documentos historio-gráficos, a sabiendas de que se está escribiendo una parcela de la misma. Sería un buen objeto para depositar en una la urna bajo la primera piedra de un edificio que queda para la posteridad, porque explicita una historia real, verdadera, del curso del acontecer psiquiátrico de una época. Se trata, por tanto, de un libro mosaico de emociones variopintas vividas por el autor que van desde una de las supersticiones del pueblo de Leganés sobre el mal de ojo que afectaba a quien pasaba cerca del manicomio hasta la demolición y transformación del mismo, con el simbolismo que ello conlleva.

Fernando Mansilla (España)


Héctor GONZÁLEZ y Marino PÉREZ, La invención de trastornos mentales: ¿escuchando al fármaco o al paciente?, Madrid, Alianza, 2007, 352 pp.

En este libro son abordados, por parte de Héctor González Pardo, doctor en Biología, especialista en Neurociencia conductual y profesor de Psicobiología y Psicofarmacología, así como de Marino Pérez Álvarez, doctor en Psicología y psicólogo clínico, los temas más candentes del momento en el campo de la Salud Mental. Se trata de un notable trabajo de más de 330 páginas de texto divididas en tres partes, en las que se recogen 429 notas a pie de página y una bibliografía recomendada de 52 referencias. En la primera parte se hace hincapié en los actuales y controvertidos sistemas de diagnóstico categorial y el efecto condicionante que este tipo de diagnósticos tienen para el clínico y para paciente. Valgan como ejemplo la epidemia de depresión acontecida en los años 90, tras la introducción del Prozac, la proliferación casi geométrica de "nuevos" trastornos diseñados, al parecer, para aumentar las indicaciones de los principios activos, como puede ser el estrés postraumático (con una presentación dentro del ámbito político consecutivo a la guerra de Vietnam), o las noticias que nos hacen llegar las autoridades científicas como que se acaba de descubrir que no existe "la depresión postvacacional". ¿Qué beneficio secundario les queda a todos cuantos realizaban una identificación imaginaria a dicho padecimiento?

Asimismo, realizan un concienzudo análisis del papel de los psicofármacos y su industria en la difusión del "conocimiento" que actualmente tenemos de los trastornos mentales, los cuales no han podido despegarse de la noción de enfermedad médica susceptible de tratamiento médico. Ya desde la introducción nos sublevan datos como que "la misma esquizofrenia parece tener mejor pronóstico en los países del Tercer Mundo que en los más desarrollados", con un porcentaje de remisiones del 63% en los primeros y del 37% en los últimos. La pregunta que nos lanzan a colación es ciertamente inquietante: "¿Qué está pasando?".

La segunda parte de esta obra está centrada en la psicofarmacología. Tras ilustrarnos con repasos históricos sobre el devenir de estos asuntos, multitud de estudios internacionales realizados por autores de prestigio pero menos divulgados que otros que conocemos sobradamente a través de revistas científicas y propaganda de laboratorios farmacéuticos (no se pierdan los tejemanejes cuasi maritales entre estas dos entidades reflejados en el libro), realizan un análisis en profundidad de todo lo tocante a la investigación farmacológica, arrojando a la arena de nuestro Circus realidades tan llamativas como que no se ha descubierto ningún mecanismo de acción novedoso desde hace décadas, o que a nivel de efecto terapéutico (olvidémonos circunstancial y momentáneamente de los efectos secundarios) no se ha avanzado prácticamente nada: "Las grandes inversiones de las multinacionales farmacéuticas y de los gobiernos (...) no se han materializado en el desarrollo de ningún nuevo principio activo que supere en eficacia y tenga un mecanismo de acción diferente al de los psicofármacos ya conocidos hace más de cincuenta años", y "lo que es más inquietante aún es que muchos de ellos tienen un efecto terapéutico similar sobre diversos trastornos mentales con los que supuestamente no están relacionados, poniendo en duda tanto la actual clasificación diferenciadora de estos trastornos como las hipótesis biológicas y psicológicas sobre su origen".

Ponen voz en su artículo a la de aquellos que afirman que las hipótesis monoaminérgicas, gabaérgicas, serotoninérgicas y etcetérgicas no se sostienen en la actualidad "los psicofármacos no tienen en absoluto una acción selectiva sobe un sistema de neurotransmisión cerebral", recalcando que lo único que parece poner en marcha ese motor de la industria farmacéutica es reincidir en lo que ya se cree saber, pero que se asevera como tal a médicos, psicólogos, asociaciones de enfermos y público en general, creando sutiles modificaciones de los principios activos como base prácticamente única sobre la que sustentar los derechos de patentes. Desde luego, no resulta fácil sostener la supuesta evidencia de que en el cerebro se pueden aislar regiones, cuando ni siquiera el conocimiento está a la suficiente altura de las más modernas técnicas de neuroimagen funcional como para saber interpretar correctamente los datos que éstas ofrecen, que no dejan de ser meros datos estadísticos y no imágenes reales. No obvian tampoco el importantísimo dato de que las alteraciones encontradas en la neuroimagen de pacientes se reduce a aquellos que ya han sido tratados con psicofármacos, y no hallándose en los escasos estudios que se han podido realizar en pacientes no tratados con psicofármacos. No olvidemos además que la plasticidad cerebral es mucho mayor de lo que se pensaba hace décadas, y que las células de glía parecen tener un papel mucho mayor del que les concedíamos históricamente (si no, pensemos en el cerebro de Einstein). Para terminar con el tema, las enfermedades neurológicas como el Alzheimer sí presentan hallazgos constantes en cuanto a neuroimagen y otros parámetros, ausentes en cambio en los trastornos mentales.

Con epígrafes tan curiososo como ¿Puede volverse psicótica una rata? los autores dan cuenta de la dificultad de extrapolar los resultados obtenidos en la experimentación animal, que viene dirigida por los efectos de aumento o disminución de la psicomotricidad (por ejemplo) en los animales de experimentación. El que los psicofármacos fueran descubiertos basándose en la serendipia (accidente y sagacidad) viene sobradamente ilustrado con ejemplos tales como que el mepobramato se obtuvo de los antibióticos, la reserpina era antihipertensivo, o el clordiazepóxido, que se obtuvo de la administración a seres vivos de una serie de compuestos derivados del petróleo que podrían ser útiles como colorantes o tintes textiles.

En su tercera parte, el libro se centra en los tratamientos psicológicos y, tras hacer un resumen de las principales corrientes psicoterapéuticas comparando éstas entre sí y haciendo referencia a su estatus en cuanto a eficacia contrastada a través de estudios (tema que no sólo concierne a la psicoterapia cognitivo-conductual sino que se ha hecho extensivo a todas las demás modalidades de psicoterapia, incluidas las psicoanalíticas), los autores abogan por el modelo contextual frente al modelo médico, donde se tendrían en cuenta el contexto biográfico de la persona y sus circunstancias, dejando fuera lo nomotético para seguir un planteamiento ideográfico, esto es, del caso por caso.

El tema del libro, dicen los propios autores en la introducción, es "el planteamiento de la naturaleza de los trastornos mentales y de su tratamiento", sin perder de vista que "no sería la primera vez que las soluciones generan los propios problemas que dicen solucionar", convirtiéndose los problemas cotidianos de la vida en categorías diagnósticas, por no hablar de necesidades creadas. La sociedad actual está aprendiendo a pensar los problemas cotidianos de la vida como enfermedades, y quien no ha tenido su depresión o trastorno adaptativo tiene un hijo aquejado de TDAH o un familiar que podría convertirse en antecedente de trastorno bipolar. Además, si "los propios psicofármacos no respetan los diagnósticos para los que se supone que son específicos", y las molestias que alivia la aspirina no se deben al déficit de aspirina (nosotros hemos escuchado expresiones en pacientes del tipo de "me ha dicho mi psiquiatra que me falta litio, doctor"), resulta que el culpable finalmente no va a ser el cerebro. Y si además vemos que se recuperan más y mejor los esquizofrénicos en el tercer mundo (el porqué no se lo vamos a contar nosotros, ¡lean el libro!) que en el nuestro, deberíamos hacernos la misma pregunta que se hacen los autores al principio del libro: ¿qué está pasando?, ¿estamos oyendo al fármaco o al paciente?

Creo que debemos preguntarnos qué estamos haciendo, y este libro puede ser un buen lugar para empezar a desmitificar las enseñanzas que se están transmitiendo a aquellos que se acercan por primera vez al campo de la Salud Mental en el terreno terapéutico (residentes, psicoterapeutas en formación...). Quizás tengan razón los autores y la psiquiatría no esté aún condenada definitivamente a diluirse en un sub-conjunto de la neurología con el epíteto de "neurología de la conducta", al menos mientras las investigaciones sigan siendo poco concluyentes y se encuentren evidencias entre las diferencias comportamentales y motivaciones del ser humano y la rata de laboratorio. Terminaremos otorgando la palabra a los autores: "La cuestión no sería tanto luchar contra los síntomas como rehacer el horizonte de la vida (...) sería tomar la rehabilitación social como el tratamiento mismo (superando la falsa dicotomía tratamiento-rehabilitación)". Porque ellos toman partido de forma clara y dan una respuesta concisa a la pregunta de la portada del libro ¿escuchando al fármaco o al paciente?: "La cuestión es, en definitiva, escuchar a la persona". Sólo nos resta añadir que, tras cantidades ingentes de dinero empleados en investigación (y que a nuestro juicio es condición suficiente que se sigan empleando, y necesaria que se replanteen los objetivos reales de investigación), quizás el profesor Freud tenía algo de razón. Concedámosle, pues, el beneficio de la duda y, lo que es más importante, concedámonoslo a nosotros mismos como terapeutas y, sobre todo, a nuestros pacientes, que son quienes deben en primer y última instancia beneficiarse, aunque sea, a través de nuestra dudas.

Luis León Allué (España)


Manuel VALDÉS, La confusión de los psiquiatras, Oviedo, KRK, 2007, 144 pp.

Manuel Valdés, nacido en Avilés el año 1948, es profesor titular de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Barcelona y director del Instituto Clinic de Neurociencias del Hospital Clínico Universitario de Barcelona. Su trayectoria académica y profesional parte de la reflexión epistemológica y conceptual sobre la praxis psiquiátrica, sobre los criterios para el diagnóstico psiquiátrico y sobre los fundamentos psicológicos de la práctica médica.

Su principal línea de investigación se ha centrado en la psicobiología de la adaptación, en los factores psicológicos de riesgo biológico, en el dolor crónico y los síntomas somáticos sin explicación y en el estudio y tratamiento de los trastornos de la personalidad. En la actualidad dedica atención preferente a la planificación multidisciplinaria de la asistencia psiquiátrica y a la reflexión sobre las dimensiones bioéticas de la praxis psiquiátrica.

El presente libro es una reedición del que fue publicado en el año 1974. El autor refiere el nacimiento de este libro como resultado de una confusión propia, en cuanto a sus expectativas de acceder al conocimiento científico del psiquismo humano y a las respuestas de la psiquiatría como especialidad de la medicina.

En los primeros capítulos el autor hace patente la protesta por el tipo de explicaciones que proporcionaba la psiquiatría, que eran, como señala, de una pobreza intelectual sobrecogedora. Al tratarse de una psiquiatría filoneurológica, sostenida en el aire por la ausencia de una teoría explicativa de los procesos psíquicos, era incapaz de dar respuestas inteligibles a las preguntas más obvias, se enredaba en explicaciones muy difíciles de seguir o se limitaba a entender la psicología de la normalidad en términos de psicopatología atenuada. Explica que para remediar esa miseria conceptual y explicativa, parte de la psiquiatría buscó amparo en el psicoanálisis, la que es según el autor, una ideología articulada sobre una antropología y un cuerpo de doctrina sin sustrato empírico alguno. Además comenta sobre la aparición de la antipsiquiatría como manifestación de la anticultura, una forma de sociopsiquiatría, que analizaba los procesos de etiquetado, invalidación y discriminación de los ciudadanos que tenían la desgracia de padecer una enfermedad psiquiátrica.

En el capítulo titulado El vía crucis de la verdad, se critica al llamado cáncer que corroe la psiquiatría: "Entre la ignorancia individual y la ausencia de datos que respondan a los hechos, el psiquiatra hace y deshace a su arbitrio, dentro de un absolutismo que se aproxima al de la realeza investida por Dios". El psiquiatra actúa apoyado por una legislación que da visto bueno a su trabajo y facilita el ejercicio de un poder omnímodo que, como ocurre siempre que estos casos se dan, acaba siendo utilizado en provecho propio o al servicio de la ideología personal.

El pacto de los eclécticos es el capítulo en el que el autor comenta sobre la psiquiatría científica, afirmando que indudablemente seguirá siendo una ficción si no hay psiquiatras que la enfoquen científicamente. Además, sostiene que cuando el ecléctico recapitula para hacerse una idea de lo que dispone, se halla ante la ancestral hipnosis, ante el conocido psicoanálisis y ante una psicoterapia entendida de un modo vago. Hablando de la psicofarmacología, a la que siente desprestigiada ante la mayor parte de la "clientela psiquiátrica", el autor culpa de este hecho a la doble imprudencia que supone olvidar la naturaleza de su misión y omitir la necesidad de unos criterios tácticos definidos.

Sobre la indignación de la antipsiquiatría, el autor relata la antigua crítica de la institución manicomial, la denuncia del trato al enfermo, la vergüenza que suscita su miserable vida material y la desidia que dirige su destino desde que ingresa al manicomio. "La antipsiquiatría encuentra su germen en el pensamiento de Foucault, se desarrolla gracias a la flexibilidad explicativa del existencialismo de Sastre y recurre cuando es preciso a las versiones más utilitarias de un marxismo criticado cuando conviene, víctima de un deshojamiento parecido al que el enamorado hace con la margarita". Es así como explica que el antipsiquiatra intentara cortar el último vínculo que unía al enfermo psíquico con la medicina.

En adelante, los capítulos invitan, como lo dice el mismo Manuel Valdés, mucho más al optimismo que a la desesperanza, puesto que ilustra de manera inequívoca el espectacular avance de la psiquiatría, ergo de la asistencia psiquiátrica. Por un lado, los progresos en las neurociencias han ido mucho más allá de lo imaginable hace treinta años y de lo que somos capaces de asimilar incluso ahora. Hoy puede afirmarse, a su juicio, que, a diferencia de lo que ocurría en la década de los setenta, cualquier ciudadano con trastornos psiquiátricos es altamente probable que reciba una atención adecuada en los dispositivos de atención pública.

Juan Carlos Fiorini (España)


David ENOCH y Hadrian BALL, Síndromes raros en psicopatología, Madrid, Triacastela, 2007, 316 pp.

La editorial Triacastela amplía su sección de Psicopatología con la cuarta edición de un libro cuya demanda no ha dejado de incrementarse desde que se publicara por primera vez en 1967. El psiquiatra británico David Enoch se mantiene como autor principal en la revisión y actualización de un texto que no deja de lado el objetivo que perseguía originariamente: ampliar el conocimiento sobre ciertos síndromes psiquiátricos "raros" en tanto que extraordinarios o poco abordados por los manuales considerados como de referencia en Psiquiatría. La línea directriz de la obra no podía ser otra que la clínica. Es un libro, por lo tanto, concebido y diseñado desde la clínica y enfocado a todo aquel que se dedique al trato con el paciente mental. De hecho, la principal razón para la inclusión de un cuadro en la revisión ha sido que al menos uno de los autores haya tenido experiencia directa con el trastorno. De hecho, el grueso de los capítulos lo constituye la exposición de casos clínicos reales.

El propio autor anuncia en el Prefacio de esta edición los numerosos cambios que el lector encontrará respecto a las anteriores. Cabe destacar, entre ellos, el abordaje del conocido debate entre la etiología orgánica y la psicológica, pues no se dejarán de lado los nuevos datos que las neurociencias han ido acumulando a lo largo de los casi cuarenta años que separan la primera y la última publicación. Como novedad se realiza una completa exposición de los avances en neuroanatomía, neuropsicología y neurorradiología. Pese a ello, no pasa desapercibida la intención inicial de los autores de realizar un acercamiento ecléctico entre las teorías fenomenológicas y las psicodinámicas, pues los hallazgos obtenidos con tan sofisticadas técnicas de estudio acaban siendo, ora prescindibles, ora insuficientes para la comprensión psicopatológica de las enfermedades mentales.

Cada uno de los once capítulos del libro está dividido en secciones que facilitan la lectura y comparación de los mismos. Todos se inician con una breve revisión histórica sobre la conceptualización del síndrome, cuyo principal interés reside, a mi juicio, en la abundante bibliografía que la acompaña y que facilita la investigación al lector, así como en las referencias literarias que encabezan y salpican la exposición de la misma. A continuación, varios casos reales preceden la sección en la que se enumerarán las características clínicas que definen el trastorno, en lo que podría interpretarse como un intento de priorizar al paciente frente a la rigidez que supone la nosología académica. Se pasa luego a la discusión sobre la etiología y psicopatología, en la que tendrán cabida prácticamente todas las tendencias doctrinales de las que los autores han tenido constancia bibliográfica, señalándose tanto los méritos como limitaciones de cada una de ellas, y dejando al lector la oportunidad de sacar sus propias conclusiones. Más adelante, se discutirá sobre el modo de abordaje y tratamiento, así como el pronóstico que debe esperarse. Se valorará la indicación de ingreso -y los aspectos legales relacionados-, las medidas socio-familiares pertinentes, los posibles beneficios de la psicofarmacología y la psicoterapia más adecuada a cada uno de los cuadros.

Los tres primeros capítulos tienen en común el hecho de que podrían englobarse dentro del escasamente popular concepto de paranoia. El Síndrome de Capgras o "delirio de dobles" se presenta como el más frecuente de los síndromes de falso reconocimiento, que también serán abordados en el diagnóstico diferencial de éste. Magníficamente encabezado por un fragmento de Los demonios de Loudun de Huxley, el capítulo dedicado al Síndrome de Clérambault resulta de especial interés por la exposición de la evolución histórica del concepto de erotomanía, que irá acompañada de los casos que Clérambault, Esquirol o Kraepelin utilizaron en la descripción del cuadro. Cierra este bloque artificial el Síndrome de Otelo, que aunque se incluye inicialmente como curiosidad dentro de los delirios de infidelidad, los autores reconocen en esta edición lo frecuente de la celotipia patológica en la práctica clínica actual.

A partir del cuarto capítulo se irá abordando un conjunto más heterogéneo de cuadros. El Síndrome de Ganser, una pseudopsicosis histérica en la que se plantea el problema diferencial tanto con la psicosis como con la simulación. El Síndrome de la covada y sus frecuentes formas menores en los maridos de algunas embarazadas. El no infrecuente Síndrome de Munchausen, que volverá a establecer las diferencias con la simulación, y se completará con otros trastornos facticios. El Síndrome de Gilles de la Tourette, un síndrome clásicamente situado entre la neurología y la psiquiatría en el que queda reflejada la pertinencia de las explicaciones psicodinámicas ante la ausencia de hallazgos biológicos de lesiones específicas. En el Síndrome de Cotard los autores abordan el problema nosológico de los delirios nihilistas. La Folie à deux y sus variantes, como ejemplo de relación interpersonal patológica, en el que se revisa la antigua cuestión de la contagiosidad de los síntomas psicóticos. El Síndrome de Ekbom o parasitosis delirante, que dará pie a ahondar en los síntomas neuróticos y psicóticos que afectan al cuerpo. Y por último, el capítulo Estados de posesión y síndromes relacionados ofrece al lector la posibilidad de reflexionar sobre el papel histórico de las creencias populares y las distintas culturas tanto en la formación de síntomas como en la clasificación de síndromes.

Cabe añadir la recomendación de la lectura y estudio de un texto que se interesa por cuestiones fundamentales de la psiquiatría de nuestro tiempo. Los autores demuestran cómo, bajo la forma del discurso de una medicina acomodada en la metódica concatenación de epidemiología, etiología, síntomas, diagnóstico y tratamiento, se puede incluir un contenido que se preocupa por la historia del sujeto y que sigue defendiendo las estructuras clínicas. El estudio de la psicopatología, incluso de estos síndromes "raros", mantiene el interés del clínico por una nosología que se mantiene lejos de los herméticos manuales de diagnóstico que están hoy de actualidad.

Laura Martín (España)


Hilde BRUCH, La jaula dorada. El enigma de la anorexia nerviosa, Barcelona, Paidós, 2002, 172 pp.

"Creé una jaula dorada adornada con joyas de manera que su resplandor impresionase a la gente...". The Golden Cage es el título original de este libro publicado en inglés en 1978 por la Universidad de Harvard y que en 2002 Paidós publica en castellano. La jaula dorada está dedicado a todas las pacientes que ayudaron a la autora a escribirlo. Hilde Bruch, destacada psicóloga clínica que ha trabajado a fondo los problemas de los desórdenes de la alimentación, fue profesora de Psiquiatría en el Baylor College of Medicine. A pesar de que han pasado cinco años de la publicación de este libro, el tema de la anorexia está muy presente en la clínica y en la vida cotidiana, se escucha frecuentemente la polémica acerca de los temas más diversos como los desfiles de moda, campañas y controles que intentan poner un alto a la extrema delgadez. El padecimiento de anorexia nerviosa se ha convertido en un ícono de lucha de diversa índole en nuestro tiempo y es por esto que resulta atractivo hacer una revisión a tan importante aporte al enfoque de esta patología.

Destaca la forma en que el contenido está expuesto: numerosas viñetas formadas por casos clínicos reales que nos ayudan a entender mejor el funcionamiento de aquellos que padecen esta enfermedad. Ayuda a analizar la anorexia nerviosa no sólo desde un punto de vista clínico, sino que es un libro que puede ser leído y, claramente, comprendido por lectores que no formen parte del sistema sanitario. Sin embargo, para aquellos que lo son, en especial debido a que no es una patología que se vea frecuentemente en la práctica psiquiátrica diaria, es una estupenda forma de abrirse paso en la manera que Bruch tenía de enfocar la problemática de este tipo de pacientes.

La influencia de la industria de la moda en la delgadez, la demanda justificada por parte de las mujeres para usar sus talentos y la mayor libertad sexual de nuestros tiempos serían razones por las cuales aparecen cada vez más pacientes con anorexia. Bruch nos abre los ojos y nos hace pensar en la gran preocupación que estas pacientes sienten por los alimentos, el hambre que pasan pero que, sin embargo, consideran que la disciplina y la autonegación son sus mejores virtudes porque satisfacer sus deseos es caer en una vergonzosa autoindulgencia.

¿Cómo se puede ayudar e influir en alguien que piensa que no merece ninguna ayuda porque no está lo suficientemente delgada? Bruch pensaba que las nuevas oportunidades que tenían las mujeres las hacía sentirse abrumadas por las muchas elecciones posibles y temerosas de no escoger correctamente; nos proporciona un manual al que poder acudir y nos advierte del problema al que nos enfrentaremos al intentar conseguir que la paciente gane peso antes de iniciar la terapia, como un requisito indispensable para ésta. Así, se espera que las pacientes mejoren su nivel de autoconfianza, que aprendan a mantener unos hábitos de alimentación adecuados, a no vincularse con quienes sienten aversión por su cuerpo y a sentirse bien con el cuerpo que tienen en ese momento.

Son ocho capítulos los que conforman el libro. En la enfermedad del hambre, se nos plantean las bases de esta enfermedad misteriosa, llena de contradicciones y paradojas, en donde existe un componente exhibicionista. Están confusas en lo que sienten, pues el hambre tiene un efecto desorganizador en su funcionamiento general y en sus reacciones psicológicas y, aunque lo experimentan, se entrenan para considerarlo placentero y deseable. La evaluación psiquiátrica sólo sería posible después de haber corregido los peores efectos de la malnutrición. La mayoría no quiere hablar de los problemas mentales que acarrea su enfermedad. Lo más importante es que no podemos reconocer a ninguna paciente anoréxica fuera de peligro hasta que no ha reconocido el terror al hambre y su incapacidad de repetir esta conducta nuevamente.

En el gorrión en la jaula, se ve que el miedo al fracaso y la insatisfacción es el problema fundamental de esta enfermedad, precedente de la dieta y de la pérdida de peso. Aparentemente todo funciona a la perfección y no habría problema o motivo alguno que pudiera desencadenar la anorexia; no obstante, esto es sólo una fachada. Su vida ha sido un continuo esfuerzo por complacer a los padres, desarrollando una intensa dependencia hacia éstos. La infancia perfecta nos permite resumir cómo unas familias bien adaptadas fallan en transmitir autoconfianza y estas niñas crecen confusas respecto a su cuerpo y sus funciones. Esas jóvenes parecen no tener la convicción de que tienen un valor intrínseco. Cómo empieza es una pregunta que intenta encontrar respuesta quizás en la vulnerabilidad a la crítica de las anoréxicas, en la búsqueda forzada de independencia, en el sentimiento de fracaso, en sentir que la enfermedad les asegura amor y cuidados de los padres. En otras, la pubertad es el fin del sueño secreto de crecer y convertirse en un chico y el inicio de culpar a su cuerpo de su malestar.

La actitud anoréxica no tiene lugar de manera repentina ni automática, exige una atención activa de su víctima que requiere sufrimiento, esfuerzo y trabajo diario. Se aíslan completamente y sólo piensan en el peso y en la comida, invadiendo éstos toda su capacidad intelectiva. La distorsión de la imagen corporal ha necesitado entrenamiento para autoengañarse. Este capítulo nos permite ver que existe un paralelismo entre la gravedad de la enfermedad y el grado de incapacidad para ajustarse a la realidad que ven, así como la influencia del hambre en el funcionamiento psicológico. Si no se les ofrece ayuda terapéutica, aunque ganen peso, muchas se deprimirán agobiadas por los sentimientos de culpa. El peso de una paciente debe estar siempre por encima del nivel de peligro antes de iniciar el tratamiento fuera del hospital, añadido al hecho de que es mejor tratarlas lejos del ambiente familiar. Esto se plasma en el capítulo sobre la corrección del peso. El penúltimo apartado trata sobre el desmembramiento familiar y se expone lo importante de clarificar los problemas familiares subyacentes porque las anoréxicas están tan ligadas a sus familias, en donde la madre tiene un papel preponderante, que no se pueden sentir independientes. La familia debe integrarse al tratamiento. Finalmente, en cambiar la mente Bruch manifiesta que, en cuanto al trabajo terapéutico, se trata de que las pacientes desarrollen una nueva personalidad después de años de existencia falsa, a través de una relación de plena confianza en el terapeuta, el cual se deberá oponer a sus asunciones erróneas y, al mismo tiempo, animarla a que mejore su autoimagen. Y "... ahora ella cree que el tratamiento la ayudó a romper la jaula, que ha desechado las nociones e ideas que construyeron ese encierro y que está libre para siempre".

Francisco Vaccari (España)


Rosa GÓMEZ ESTEBAN y Enrique RIVAS PADILLA, La integración del psicoanálisis en la sociedad de nuestro tiempo, Madrid, AEN, 2007, 187 pp.

¿Es posible la integración del psicoanálisis en la realidad social de nuestro tiempo? Tal sería la interrogación a la que se enfrenta el presente texto, emplazando de este modo tanto a la legítima viabilidad del hecho como al modo, lugar y sendas por las que debe discurrir el proyecto. Esta cuestión ejerce como núcleo central de las IX Jornadas de la Sección de Psicoanálisis de la AEN, celebradas el 27 y 28 de octubre del 2006 en el Colegio de Médicos de Madrid, y sus ponencias han sido reunidas por los coordinadores para ser editadas en este libro.

La heterogénea procedencia de los conferenciantes, tanto por los distintos campos formativos como por las variadas áreas de trabajo donde desempeñan su función, amplía el horizonte de este debate sobre el posible espectro de actuación del psicoanálisis. Precisamente, a esta necesidad de ampliación de las proyecciones del psicoanálisis a los distintos discursos sociales, culturales y políticos, hace referencia Enrique Rivas, presidente de la Sección de Psicoanálisis de la AEN, en el discurso inaugural de las jornadas. En un contenido propone la tarea a los psicoanalistas de enfrentarse a lo real que subyace a los síntomas y contrarrestar de este modo los efectos catastróficos que en la subjetividad opera la estrategia de placer sin límites de las democracias capitalistas.

El primer apartado del libro se centra en el "Psicoanálisis y pensamiento contemporáneo". En él, Mercedes de Francisco ("Amor, Sinthoma e imposible") Marisa Álvarez ("El trabajo en el mundo contemporáneo") y Javier Garmendia ("El realismo psicoanalítico") abordan la posible correlación actual entre ambos, destacando los aportes y teorías ofrecidas principalmente por Lacan, Sennett, Hannah Arendt y Zygmunt Bauman.

El segundo bloque de debates, afronta el tema medular de las jornadas de una manera más directa. Bajo el título Necesidad del psicoanálisis en la sociedad actual, encabezado por la presentación de Armando Ingala, ratifica el objetivo fundamental de la Sección, consistente en intentar proveerse de un marco para el debate de los acontecimientos problemáticos -que necesitan ser hablados y escuchados- surgidos de la práctica diaria, sin necesidad de transformarlos en simples problemas como hacen las instituciones sociales. Recoge también este bloque las intervenciones de Gustavo Pis-Diez ("Literalidad y metáfora: el olvido del alma y la necesidad del psicoanálisis, o una reivindicación de lo profundo"), Elena González ("Hablemos de educación no sin psicoanálisis"), Joaquín Caretti ("Necesidad del psicoanálisis en el campo médico"), Roberto Fernández ("Algunas reflexiones sobre la necesidad del psicoanálisis"), Elisa Giangaspro ("Necesidad del psicoanálisis"), Lydia Gómez ("¿Por qué es necesario el psicoanálisis en la problemática de la violencia de género?"), Carmen Viñas ("El posicionamiento de los profesionales en las situaciones de riesgo social en la infancia"), Mary Cruz Mijares ("Actualidad del psicoanálisis de niños y niñas, responsabilidad y autoridad"), Alicia López ("El grupo de orientación psicoanalítica en un centro de salud mental") y Rosa Gómez ("¿Trastorno bipolar/Psicosis maníaco depresiva o Psicosis melancólica bipolar?: Tratamiento con psicoterapia psicoanalítica grupal combinada con psicofármacos").

En el tercero, bajo el epígrafe general de La anomalía en el sujeto contemporáneo, toman la palabra Enrique Rivas ("Los nuevos síntomas y malestares de la sociedad actual, el síntoma perverso de nuestra época"), Sergio Larriera ("Lo real"), Gustavo Dessal ("Patologías del yo en el mundo contemporáneo") y José María Redero ("El declive del sujeto en la clínica actual"). Un último apartado ahonda en El psicoanálisis en relación con la ciencia, con las disertaciones al respecto de Javier Frere ("La ciencia cabe el campo freudiano") y Maximiliano Lozano ("Lo real en la ciencia y el psicoanálisis"). Como broche y balance final, en una reflexión que titula El programa para la revitalización de la sección, Enrique Rivas concluye con esta consideración: "El psicoanálisis, el psicoanalista, habrá de estar allí donde el sujeto o los colectivos sociales le demanden, aunque sea tácitamente, cuando la razón no entiende la explicación sociopolítica o científica de los enigmas de la existencia que promueve el Amo globalizado".

Iria María Prieto. (España)


Pedro R. GIL-MONTE y Bernardo MORENO JIMÉNEZ (Coordinadores). El síndrome de quemarse por el trabajo (burnout). Grupos de profesionales de riesgo, Madrid, Pirámide, 2007, 342 pp.

En el medio laboral, el entorno del trabajo, la organización del tiempo de trabajo, la organización de funciones y tareas y la estructura de la organización son factores de riesgos psicosociales que si se gestionan de una forma deficiente tienen, sin duda, consecuencias negativas para la salud de los trabajadores en forma de estrés laboral, síndrome de burnout o acoso laboral. La definición del síndrome de burnout más consolidada es la de Maslach y Jackson, quienes consideran que es una respuesta inadecuada a un estrés crónico y que se caracteriza por tres dimensiones: Cansancio o agotamiento emocional, despersonalización o deshumanización y falta o disminución de realización personal.

El cansancio emocional se refiere a la disminución y pérdida de recursos emocionales, al sentimiento de estar emocional-mente agotado y exhausto debido al trabajo que se realiza, junto a la sensación de que no se tiene nada que ofrecer psicológicamente a los demás. La despersonalización consiste en el desarrollo de una actitud negativa e insensible hacia las personas con quienes se trabaja. O sea, un cambio negativo en las actitudes y respuestas hacia los beneficiarios del propio trabajo. Y la falta de realización personal es la tendencia a evaluarse uno mismo y el propio trabajo de forma negativa, junto a la evitación de las relaciones interpersonales y profesionales, baja productividad e incapacidad para soportar la presión. Los afectados se reprochan no haber alcanzado los objetivos propuestos, con vivencias de insuficiencia personal y baja autoestima.

El síndrome de burnout ha venido adquiriendo importancia en la medida que los servicios humanos han ido tomando relieve como partícipes del bienestar individual y de la colectividad, y porque los usuarios de los servicios sanitarios, educativos, sociales... manifiestan un mayor nivel de exigencia y el profesional recibe unas demandas excesivas que se ve incapaz de satisfacer. Además son más propensos al síndrome de burnout las personalidades emotivas, es decir aquellos que tienen más desarrollada la sensibilidad para temas relacionadas con el trato humano, los llamados "activistas sociales" que ofrecen ayuda a los demás y los calificados de "visionarios" porque toman su labor más como una cruzada que como una tarea para ganarse la vida, además suelen ser personas autoexigentes, con baja tolerancia al fracaso y perfeccionistas.

Dicho síndrome, que también se le denomina síndrome de quemarse por el trabajo o síndrome de desgaste profesional, hace referencia a un fenómeno de desgaste profesional observable en los profesionales que trabajan directamente con personas. Se suele conceptuar como el resultado de continuas y repetidas presiones emocionales asociadas con un compromiso intenso con los usuarios, pacientes o clientes, durante un periodo de tiempo prolongado. Los trabajadores que pueden ser susceptibles de burnout se encuentran con mayor frecuencia entre aquellas ocupaciones en las que se presta una atención constante y directa de ayuda a personas; es el caso de las profesiones sanitarias, sociales o educativas, y son algunos de estos trabajadores los que pueden desarrollar sentimientos cada vez más negativos hacia los pacientes, usuarios o alumnos.

Aunque el síndrome se ha considerado como exclusivo de servicios sanitarios, servicios sociales, instituciones docentes y servicios de seguridad que trabajan en contacto directo con los clientes de esas organizaciones, lo cierto es que el síndrome ha sido descrito en otras profesiones. La Fundación Europea para las Mejora de las Condiciones de Vida y Trabajo llegó a afirmar que un 20% de la población trabajadora sufría síndrome de burnout, siempre ha habido disparidad de datos estadísticos entre los estudios sobre los trabajadores en contacto directo y constante con personas.

Estamos ante una obra colectiva, fruto del encuentro y reflexión de un amplio grupo de investigadores y profesionales implicados en el estudio, la prevención y el tratamiento del síndrome de burnout, aunque la mayoría de los autores son profesores de Universidad. El libro está estructurado en tres partes diferenciadas. En la primera se aborda en sus capítulos la valoración del síndrome de burnout (en la que hay que tener en cuenta el contexto laboral, organizativo e institucional) y los instrumentos de evaluación y diagnóstico, y las estrategias de prevención, tanto individuales como organizativas.

En la segunda parte, los capítulos tratan de los estudios de distintos colectivos de riesgo, ya que el síndrome de burnout se puede desarrollar en otras profesiones, a los que denomina profesiones de riesgo. Así hay capítulos dedicados a profesiones tan dispares como la actividad policial, los militares en misión de paz, los profesionales de las emergencias, la psicología, los árbitros y jueces deportivos, los trabajadores de banca o los del sector turístico; además de, médicos y enfermeros, como es obvio. Y en las páginas de la última parte, se presentan algunos casos de estudio en los que se describe el desarrollo del síndrome de burnout en profesionales concreto, que tiene el propósito de hacer partícipe al lector, porque el libro en su afán didáctico hace suyo el antiguo proverbio chino: "Explícamelo y lo olvidaré. Enséñamelo y a lo mejor lo recordaré. Hazme partícipe y lo entenderé".

De todas formas, a veces hay confusión diagnóstica entre estrés laboral y síndrome de burnout, por lo que es conveniente reservar el diagnóstico de síndrome de burnout cuando se da específicamente en aquellas profesiones que mantienen un contacto directo y constante con personas, cuando entre ambos media una relación de ayuda o servicio y son beneficiarios del propio trabajo (docentes, sanitarios, trabajadores sociales, fuerzas del orden, personal de justicia...) y el diagnóstico de estrés laboral es el adecuado para las profesiones que carecen de contacto directo y constante con personas y que no tengan relación de ayuda o servicio.

Fernando Mansilla (España)


Belinda CANNONE, El sentimiento de impostura, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, 160 pp.

A finales de Octubre de 2007, la revista Diván el Terrible organizó en la Embajada de Francia en Madrid un ciclo de conferencias a propósito del libro de Belinda Cannone Le sentiment d'imposture (Cal-mann-Lévy, 2005; Prix de la Société des Gens de Lettres 2005), que había sido traducido recientemente al castellano. Calva y oportuna, la ocasión sirvió para reunir en esas fechas a psicoanalistas francófonos e iberoamericanos, bien acompañados de otras voces del mundo de la cultura. De Jorge Alemán o Catherine Millot a Iñaki Gabilondo o Basilio Martín Patino, los participantes en las distintas mesas fueron invitados a opinar sobre aquello que la propia autora presentó en la conferencia de inauguración como una suerte de descubrimiento. Por sentimiento de impostura ha de entenderse una vivencia más o menos cercana a la angustia, cuya condición novedosa depende en exclusiva, a nuestro entender, de la forma que cobra en la propia descripción. Es decir, que su especificidad no reposa en un criterio psicopatológico sino en su formulación puramente estética, literaria. No otra es la intención de Belinda Cannone, que se sabe ante todo novelista y que, como tal, pretende simplemente haber aislado un sentimiento como quien, tras observar largamente el mundo que le rodea, traza de su propia realidad un fresco con mayor o menor pericia con el pincel. Ocurre sin embargo que en Francia, muy al contrario que en nuestro país, el diálogo entre arte y pensamiento incluye al psicoanálisis como mirada válida, penetrante y siempre a tener en cuenta, y que esa circunstancia no deja de enriquecer las artes y ensayos que allá ven la luz.

Como ensayo literario, El sentimiento de impostura se permite la licencia de comenzar en la intimidad de un sueño propio para salir acto seguido a la calle a buscar en las diferentes versiones del hombre actual la emoción desconcertante que el relato onírico despertó. Y resulta que encuentra ese sentimiento por doquier y tan a la mano, que acaba por preguntarse si no será algo universal, una amenaza propia de nuestra sociedad y sus matrices identificatorias. La cuestión es la siguiente: se da la circunstancia de que determinados espíritus, más o menos predispuestos a los desacomodos de la neurosis, llegan a sentir determinada posición social, profesional o amorosa como inmerecida. Lo buscado, lo querido, el fruto mismo del anhelo, se revela en cierto momento espinoso y provoca en el sujeto un sentimiento de indignidad, de inadecuación al papel que se le supone por la casilla que acaba de ocupar. Los impostores de Belinda Cannone no son, entonces, los sinvergüenzas más o menos normalizados de la sociedad del espectáculo, aquellos que, antes que del mérito, se sirven de la añagaza para coronar ciertas cumbres. Muy al contrario, los sujetos que la autora describe son, por así decir, víctimas de una época sin ideales que, en lugar de exhortar a la identificación con el héroe de los grandes relatos, compele a la difícil tarea de triunfar siendo uno mismo. La punzada de angustia surge en el corazón de estos impostores cuando se preguntan si, efectivamente, están a la altura del triunfo que les asigna su posición. Les acompaña, a partir de entonces, el miedo a ser descubiertos, el temor de que se les señale como nuevos ricos, como excesivamente ambiciosos, como usurpadores de un amor, una imagen o un puesto que legítimamente no les pertenece. En treinta y seis breves capítulos, Belinda Cannone hace desfilar para nosotros, entre otras figuras de esta impostura impuesta, a Kafka y a Moravia, al Zelig de Woody Allen, al superviviente de Auschwitz, al negro blanco de La mancha humana de Roth, al Ideal del Yo freudiano, al super-héroe de Matrix, a la mujer que no acaba de sentirse del todo femenina y al hombre que no acaba de sentirse del todo digno del amor que se le declara. En una acertada segunda persona, que hiende a la autora en dos y la obliga a contradecirse, a ponerse en aprietos y a hurgarse en las propias dudas y desconfianzas, se nos invita a acercarnos desde la literatura a un fenómeno más de la neurosis. La culpa, la deuda sin saldar y la imposibilidad de la identificación, que es también la del amor, yacen bajo este sentimiento de impostura.

Algunos lectores echarán quizá de menos la agudeza de la escucha freudiana, que obliga a tomar al pie de la letra el relato de cada paciente: el culpable, el que se queja de sentirse indigno del amor o el aplauso, ha por fuerza de tener razón, aunque sea sólo en parte. Uno tiene la impresión de que recorre el libro una suerte de condescendencia con el impostor, un cierto grado de disculpa. Y, aunque nacen de la intimidad individual, sus páginas se alejan pronto del núcleo culpable de la cuestión para lanzarse a la denuncia de una cuadrícula social cuya estructura forja casillas inhabitables por el sujeto. En ese salto de lo privado a lo público, dibuja quizá las páginas más brillantes del libro: las que dedica al drama de los artistas enfrentados al sentimiento de impostura. Sin embargo, encarado el problema desde esa vocación de denuncia, se echa de menos alguna referencia a la noción tradicional de alienación, y en especial a sus nuevas formas, aquéllas que promueven los nichos de mercado surgidos con el paso del capitalismo de producción al capitalismo de consumo, pues nos parece que las angosturas e incomodidades de estos escaques tienen que ver en gran medida con la precariedad de unas identificaciones en exceso móviles, y que pierden, por su abigarrada diversidad, la sujeción de las ideologías.

Belinda Cannone, nacida en 1958, es escritora, ensayista, y profesora de literatura comparada en la Universidad de Caen. Ha publicado cuatro novelas: Dernières promenades à Petropolis (Seuil, 1990), L'île au nadir (Quai Voltaire, 1992), Trois nuits d'un personnage (Stock, 1994), Lent delta (Verticales, 1998) y seis ensayos: Philosophies de la musique, 1752-1789 (Klincksieck, 1990), Bonheur en littérature (Klincksieck, 1998), Musique et littérature au 18e siècle (PUF, 1998), Narrations de la vie intérieure (PUF, 1999), Belinda Cannone présente L'Oeuvre de Zola (Gallimard, 2002) et L'écriture du désir (Calmann-Lévy 2000), Premio de Ensayo de la Academia Francesa. Dentro de esta ya dilatada trayectoria, El sentimiento de impostura es su primera obra vertida al castellano.

Francisco Ferrández. (España)


John B. HALDANE y Bertrand RUSSELL, Dédalo e Ícaro. El futuro de la ciencia, Oviedo, KRK, 2005, introducción de C. López Otín.

La bellísima colección de Pensamiento -"Textos fundamentales y fundacionales de nuestra cultura"- que la editorial KRK puso en marcha recientemente presentó entre otros este notable volumen, curioso, sugerente, útil, revelador.

Dentro de poco constará ya de una docena de títulos. Entre sus publicaciones se cuentan las Meditaciones de Descartes, en versión renovada de Vidal Peña, que abrió la colección; Hipatia. Mujer y conocimiento de Dora Russell, un notable escrito de 1925; las Cartas sobre botánica de Rousseau; o un excelente libro naturalista de Leibniz, Protogaea, de 1692 (solo fue difundido en 1749), que es un hito para la ciencia por ser una reflexión sobre la evolución de las formas y constituir, en definitiva, el fundamento mismo de la geología. Otros libros, como dos claramente políticos de Kelsen y otro par de testimonios de Tolstoi vienen a dar una imagen de la gama de trabajos que son la base editorial para su futuro.

Dédalo o la ciencia y el futuro (1923) del bioquímico Haldane, planteaba el desarrollo de la sociedad tras la Gran Guerra, pasadas sus tempestades de acero, con cierto optimismo acerca de la investigación científica. Bien el laborismo inglés, bien los soviéticos, por entonces llenos de energía, bien otras sociedades lograrían el "progreso de las ciudades": el salto en los instrumentos de comunicación, la aplicación de la nueva física, el desarrollo de la química de la alimentación, y especialmente la biología estarían en el centro de estudio para el bien de la humanidad (la dudosa eugenesia se halla en el centro de su mirada biológica). Todo resulta algo ingenuo pero bien argumentado para el momento, y desde luego está amalgamado con una idea moralizante, marcada temporalmente por el eurocentrismo sin sombras de entonces.

Unos meses después le respondía Russell con Ícaro o el futuro de la ciencia. Sin muchos rodeos, expone que conoce bien las acciones gubernamentales y que esa ciencia se utilizará para acrecer el dominio de los poderosos; el efecto del industrialismo (efecto a su vez de la física, y sin duda del uso del carbón, hierro y petróleo) es "hacer del mundo una unidad económica"; y a ello no será ajeno el desarrollo bélico y la lucha entre naciones. Pues al aumento de la población y de las comodidades le sigue un "dedicar más energías a la guerra". Por lo demás, la utopía liberal es imposible pues ni los accionistas controlan las decisiones empresariales. La situación mundial (Rusia, Italia, España, sur de Alemania), ya le hace presagiar grandes borrascas.

Al aparecer aquí unidos, Dédalo e Ícaro, estos dos textos hacen de curioso contraste. Russell es más brillante, y se muestra en ocasiones, como él reconoce, tenebroso y frívolo a la vez; pero es evidente que el futuro pacifista lo tenía más fácil, dada su posición crítica (aunque en lo referente a las políticas de población se muestra tan ligado a su tiempo como Haldane). Éste generosamente nos da una visión del utopismo científico neoilustrado al decir, por ejemplo, que "la abolición de la enfermedad hará de la muerte un accidente fisiológico como el sueño", pero Haldane no hace esa afirmación sin haber sopesado muchas de las facetas de su progresismo científico. En todo caso hay que considerar que Russell tenía ya 50 años, mientras que su oponente acababa de llegar a la treintena.

Sin duda los argumentos están expuestos por ambos con mucha más inteligencia que tantos libros tecno-científicos del presente. Como dice el editor, "todos llevamos un Dédalo y un Ícaro en nuestros pensamientos", y por tanto su debate es del todo actual. A la curiosidad que su polémica suscita, pues se iniciaba ya de hecho el periodo preparatorio para otro conflicto bélico, cabe añadir que podemos leer el libro como un diálogo novelado entre dos ingleses cultos (Oxford y Cambridge son sus centros formativos), y que podemos ir poniendo en paralelo una frase de uno con otra del segundo, para convertir todo en una discusión viva. La idea no es forzada: Haldane apela a Chesterton o a Wells; por su parte, el Nobel de literatura de 1950 irrumpirá en este campo de la expresión, con cierta gracia, sin embargo menor que la que siempre ostentan sus inteligentes y paradójicos ensayos. Este dueto en suma es el retrato de una época de entresiglos que nos permite comprobar -así tiene que ser-, cómo la ciencia y la visión que de ésta tienen sus coetáneos se hallan fuertemente condicionadas por la historia hasta sus más relevantes figuras.

Mauricio Jalón (España)


Pierre BAYLE, Pirrón, Oviedo, KRK, 2007, introducción de F. Bahr, 72 pp.

En 2007 esta editorial ha puesto en marcha paralelamente sus "Cuadernos de pensamiento", con cinco textos breves -de Wittgenstein a Peirce-, muy bien confeccionados y con versiones y presentaciones de valía. Unos y otros libros están en consonancia con los valores en los que se reconocen este grupo de ciudadanos esclarecidos que ha impulsado ‘la idea KRK' -"espíritu ilustrado, laicismo y tolerancia ideológica"-, quienes decían ya ofrecer su colección mayor a unos "lectores diletantes en el sentido más volteriano y saludable del término".

Dado el espíritu que los anima, nada mejor que incluir en su nómina uno de los artículos importantes de Bayle (16471706), nacido en el sur de Francia y muerto exiliado en Ámsterdam, como buen luchador contra la intolerancia que fue. Poco es de lo que el gran autor del gran Diccionario histórico y crítico -del que sale este Pirrón- se difunde hoy directamente en España: recordemos la bella selección de esa obra maestra suya, pero limitada al Círculo de Lectores, en la Biblioteca Universal dirigida por Emilio Lledó, y publicada en 1996.

La bien medida introducción de Fernando Bahr, que ha trabajado en figuras poco difundidas entre nosotros como Vanini o el escéptico La Mothe Le Vayer, nos abre a un escrito central de Bayle -ese Pirrón que Diógenes Laercio retrató- para hacer lo que es propio de su Diccionario: dar una entrada muy sucinta sobre el filósofo griego nacido en Elis (que "encontraba en todas partes razones para afirmar y razones para negar"), y luego lanzar una nube de destellos o anotaciones más que eruditas a cada frase en tres planos bien codificados. Pues sus agudos comentarios laterales, sus anécdotas más bien irónicas y hasta deslenguadas, son el adobo intelectual o el ‘sistema' que arropa por vías indirectas a su escueto y ocurrente núcleo: el telegráfico resumen de la vida y significado de Pirrón. Ya en sus Pensamientos diversos sobre el cometa, decía que él no sabía meditar regularmente sobre algo, y que le gustaba en cambio apartarse del asunto principal, dar saltos, hacer perder la paciencia a todo doctor que buscase el método por doquier.

Como el debate sobre la gama de pensamiento que define a Bayle gira en torno a qué tipo de escepticismo es el suyo, nada mejor que tener presente ese escrito de referencia griego sobre su modo de hacer. Parece que el pensador, nacido en el sur francés, supone un escepticismo extremado -que parte del primordial de Pirrón y va más allá del refinamiento de un Montaigne-, de modo que desconfía al mismo tiempo, y con fuerza análoga, de la razón y de los sentidos, si bien mantiene un fideísmo racional y nada doctrinario. Así viene a compensar todos los posibles excesos derivados de su radicalismo crítico. Su afán de luchar contra ciertas inexactitudes o ciertos prejuicios era el sencillo origen de las primeras voces que formarían su Diccionario, más adelante convertido en una extensa obra.

La discusión entre los dos abades de su Pirrón es ejemplo de todo ello, así como sobre todo de su ingenio expositivo, su calidad literaria y su inteligencia. También lo es de su autonomía, pues nada le ha sido tan perjudicial como reducirle a mero precursor de las Luces o, peor aún, antecesor de lo más plano y simplista del siglo XVIII.

Mauricio Jalón


Edith WHARTON, Santuario, Madrid, Impedimenta, 2007, 172 pp.

Cuando en 1978 se tradujeron en Alianza los Relatos de fantasmas de E. Wharton (1862-1937), los editores se veían obligados a señalar que su obra, desconocida entre nosotros, estaba por fin renaciendo, y que una semblanza reciente y valiosa de R. W. B. Lewis (Edith Wharton: A Biography), ofrecía una nueva y precisa luz sobre la alta categoría de la escritora norteamericana. Han aparecido desde entonces hasta hoy más de una quincena de títulos suyos y se han hecho decenas de ediciones, en castellano o en catalán, de sus novelas. Es una autora clásica hoy en España, e incluso es una escritora popular (La edad de la inocencia; Las costumbres del país).

Pero Santuario,traducido excelente-mente por Pilar Adón, tiene un especial labrado. La maestría psicológica de este escrito hace de esta novela corta y tupida, en la que Wharton era diestra verdaderamente, una pieza singular. Pues resume, en 1903, los grandes avances de la narrativa norteamericana decimonónica -densidad del yo, pausa, misterio en la acción-, y explora nuevas vetas en los análisis de caracteres, hasta el punto de que los jóvenes escritores (Scott Fitzgerald y muchos otros) llevarán a cabo con especial éxito su experimentación de sus novelas hasta, como poco, la Segunda Guerra.

El relato se centra en dos raros "legados" de una familia, uno económico, el otro intelectual, que se convierten de inmediato en turbios problemas vitales. El primero atañe al marido, pronto muerto, aunque sobrevuele su recuerdo nada brillante en toda la novela; el segundo se refiere al hijo de éste, sobre el que se centrará el dilema moral definitivo de ese Santuario. La protagonista, en consecuencia, es la mujer todavía no citada, Kate Orme: ella padece todos los avatares en el relato, es testigo de las maniobras dudosas de esos dos hombres, que hacen supeditar su vida a la de ellos. Pero la del hijo no será mera réplica de la del padre, gracias en parte a la sutileza de Kate.

En el momento culminante de Santuario dice la protagonista: "Te aseguro que no he hecho nada para influir en él". "No -le responden-. Nada excepto leer sus pensamientos". Baste el apunte para comprobar la tensión que va generándose en este libro bellísimo, que exige una lectura lenta, mucho más que la requerida por otras obras de la autora. Su gran amigo Henry James (al que Wharton dedica todo un capítulo en su autobiografía, Una mirada atrás,RBA, 2004) habló de la agudeza de la escritora, de su diabólica destreza, de la gran calidad de su intención y la inteligencia de su estilo. En Santuario hay agudeza, intención, gran estilo; es un ejemplo muy especial de la diabólica inteligencia de Edith Wharton.

Esteban Landmarke (España)


Nikolái LESKOV, La pulga de acero, Madrid, Impedimenta, 2007, 126 pp.

Con un primer puñado de libros que incluye La pulga de acero -relato genial aparecido en 1881- se encarrila ya Impedimenta como editorial cuidadosa en sus versiones y su presentación. La calidad total de los volúmenes que nos va ofreciendo augura un buen futuro para los libros que promete para 2008.

Entre 1809 y 1821, nacieron autores como Gógol, Goncharov, Lermontov, Herzen, Tolstoi y Dostoyevski. Diez años después de aparecer el último (un poderoso inductor de sentimientos contrastados), vino al mundo un magnífico escritor de otro tipo, Nikolái Leskov (1831-1895). Aunque algo olvidado, se le recuerda normalmente al menos por su Lady Macbeth de Mtsensk. Pues este narrador -descendiente claramente de rusos (aunque tuvo un tío inglés), y de vida humilde en su juventud-, logró entrar de pleno en la mejor literatura europea con su empuje y con sus diversos registros. Pero Leskov lo hizo mediante procedimientos aparentemente más sencillos que los de los escritores precedentes, como gran conocedor de primera mano de su país gracias a que durante cierto tiempo fue agente comercial y administrador de bienes.

Al modo tradicional, con un tono semi-popular, zumbón y medio mágico, La pulga de acero cuenta una visita del zar Alejandro a Inglaterra. Allí le regalan ese animalillo mecánico que da nombre al libro, capaz de bailar al darle cuerda con una llave a escala. Tras varias peripecias, un artesano ruso logrará superar el invento, disminuyendo aún el tamaño del ingenio. Ese es el hilo principal que imagina Leskov, interrumpido siempre, en cada etapa, por frases del estilo de: "Dijeron esto, lo otro, lo de más allá; pero qué harían en concreto, eso, no lo dijeron". Una admiradora de la literatura rusa, Carson McCullers, ha escrito que la moralidad de los relatos que adoptan como punto de partida la forma tradicional es siempre extraña y arbitraria, se aleja mucho de la ética cotidiana, y está de hecho determinada por el narrador mismo, por su habilidad y su imaginación.

Admirado por los serios y profundos Chejov y Gorki, Leskov fue tomado como referencia absoluta en el ensayo de Walter Benjamin titulado "El narrador" (Iluminaciones IV). Dada la fortuna que tenemos de contar con este escrito mayor, no hay más que seguir sus pasos para leer con provecho La pulga de acero: Leskov fue entre otras cosas un hombre religioso pero usó la leyenda rusa para luchar contra la burocracia ortodoxa; Leskov se remitió además a la escuela fructífera y abierta de los antiguos, en especial a la del antropólogo y narrador Heródoto, además de las leyendas propias; y, sobre todo, Leskov defendió claramente con su mismo ejemplo esa "forma artesanal de la comunicación" que es la narración. En suma, él creyó o parece que creyó aún en el aspecto épico de la verdad.

El placer de narrar que esa literatura nos evoca está presente en todas las páginas de La pulga de acero, cuya lectura completa la idea que se tiene habitualmente de un siglo XIX glorioso en las letras. De hecho esta obra es una pieza maestra, como fueron otras piezas, asimismo breves, de Gogol y Afanasiev (el que recogió la narrativa popular); pero el humor de Leskov resulta novedoso en medio de unas letras rusas de tonos político-sentimentales, existenciales o espiritualistas; luego, en el siglo XX, habrá otro humorismo, además del liviano, como el de los mejores futuristas y otros vanguardistas, que seguirán el ejemplo de su disparatado modo de representar "lo ruso". En Leskov hay una continua modificación sarcástica del lenguaje, hay un juego alocado, escindido, de la lengua, y así añade novedad a todo lo que de tradicional podamos captar en sus líneas. De hecho, la traducción del ruso de Sara Gutiérrez es brillante, entre otros motivos, por la recreación de sus numerosos neologismos, a menudo inquietantes: son verdaderos objetos verbales. Y en esos momentos explosivos, irónicos, la poesía salta por encima de todo realismo; intensifica nuestra relación con la realidad, más o menos superficial, y lo hace mediante una palabra reinventada, que es lo propio del arte.

M. Jalón. (España)


Pascal QUIGNARD, El lector, Valladolid, Cuatro ediciones, 2008, 142 pp.; edición de Julián Mateo Ballorca.

En el n.º 98 de esta revista apareció un fragmento de La lección de música, con el título "El sonido ahogado". Su autor era (y es) un escritor solitario, Pascal Quignard, que nació en 1948. Él fue quien concibió el célebre relato Todas las mañanas del mundo, luego convertido en película de éxito, y él fue asimismo el novedoso ensayista de El sexo y el espanto, que representa una síntesis del pensamiento francés contemporáneo; síntesis nada académica, pues está elaborada con un lenguaje marcadamente personal. Los tres títulos antedichos, traducidos al castellano, son bastante conocidos ya. Y puesto que son dispares, además de originales y extraños, sirven también para recordarnos que Quignard es tan excelente narrador como profundo elaborador de apólogos y de ensayos.

Lo precedente viene a cuento para recordar la doble mirada tan propia de los escritos de Quignard, y porque el género de este libro (casi intemporal) es bastante incierto, afortunadamente para la literatura.

Así que cabe preguntarse enseguida, El lector ¿es un relato como dice su autor en la primera página?, ¿no es más bien un ensayo ramificado y lleno de espejismos?, ¿no es asimismo una colección de máximas sobre la lectura y sus fantasmas?, ¿no es, mejor aún, una prosa poética elaborada a jirones por quien en su juventud trató a escritores de la talla de Paul Celan y Maurice Blanchot?

Es cierto que hay en él un esbozo de relato, ya que el libro trata de la desaparición de cierto lector innominado. Basta con reproducir la segunda frase para verlo: "Así como no teníamos la certeza de que vivía, creo que tampoco nos pondremos de acuerdo sobre el hecho de su muerte. Escribió poco. Leyó mucho. Mil vidas muertas, que eran o antiguas o ficticias, pronto habían ocupado el lugar de su vida. Como todo ser que lee, poseía la rica piedra que trae de nuevo a la luz la sombra de los muertos". Esta idea fundamental (la desaparición de un extraño lector) será perceptible hasta las últimas páginas. Sin embargo, el hilo narrativo se fragmenta enseguida en el libro, dando lugar a múltiples digresiones y comentarios variadísimos: sobre ciertas palabras raras, sobre imágenes literarias, sobre el ineludible pasado, sobre la extraña presencia de quienes no están vivos; finalmente, sobre la soledad.

Así que mejor será leer el libro como si fuese una especie de poesía pensada ("Quien lee a libro abierto lee a mundo cerrado", escribe Quignard); o, en todo caso, como poesía masticada por el narrador, que se halla indudablemente en una situación extrema, encerrada y melancólica. Y es que al parecer ésta era la situación que vivió Quignard hacia 1976, cuando redactaba El lector: una situación límite que en absoluto le condujo al mutismo. A partir de entonces empezó su entrega (cada vez más frenética) de escritos, e incluso llegó a conseguir un premio como el Goncourt, que es bastante popular, con Les ombres errantes.

Añadamos que Las sombras errantes (pues ha sido recientemente traducido), no es ajeno a bastantes rasgos de El lector. Ambas son obras que contienen muchas implicaciones biográficas. Es verdad que en el segundo están más ocultas o que son de rango distinto, pero la agitación vital ha "acompañado" siempre a sus obras, y en las más decisivas lo ha hecho de un modo singular, como ocurre en las dos. Para Quignard siempre fue muy importante que un pensamiento estuviese totalmente "implicado" en la vida que el autor llevara; por ejemplo, implicado en la lectura, que fue su oficio efectivo durante muchos años en una empresa editorial de París.

Recojamos a este respecto las palabras aclaradoras del prologuista y anotador del libro: "Más allá de toda la cuestión de cuál pueda ser el efecto de la lectura —se pueden encontrar en la obra de Quignard innumerables afirmaciones o definiciones, nunca definitivas, en torno a este tema, sin recurrir nunca a la teoría—, uno de los aspectos más significativos de este libro vendría dado por el exceso de presencia del autor, el narrador y el lector. Se adivina al autor a través de alguna indicación autobiográfica relativa al trabajo del desaparecido como lector de una editorial, y tal vez también a través de esas referencias a tan variadas lecturas. En cuanto a la presencia del narrador, es una voz que intenta afirmarse a lo largo de esta búsqueda y que pone en escena al lector, al que se dirige directamente, cuyas respuestas y reacciones incluye en su texto".

Como no puede ser menos, esa voz que "intenta afirmarse" es clave en todos los episodios de El lector. Lo intenta Pascal Quignard de muchas maneras, una y otra vez. Por ello, dados todos estos antecedentes, el mismo Julián Mateo Ballorca, que es además el traductor, ha tenido que lidiar con un escrito que es prosa-poesía o que nos viene a relatar un ensayo en forma de aforismos. Si lo pensamos bien, el modo elegido por el autor para expresarse es el más adecuado; pues El Lector supuso un giro decisivo para Quignard; más aún es el origen mismo de su obra torrencial.

Con estos párrafos misteriosos, en efecto, hizo su entrada definitiva en la literatura. Que nos recuerde a los místicos, a Bataille, a los escritores barrocos, todo eso no es casual; ellos fueron maestros suyos, entre otros muchos. La literatura en estado naciente es la más indeterminada, como sucede en este caso; y El lector representa la literatura más enigmática porque esa experiencia arriesgada, tan replegada, de escribirlo, esa inflexión en su vida no le condujo al silencio.

Paula Siglo (España)

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