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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.31 no.1 Madrid ene./mar. 2011

 

LIBROS

 

Críticas

 

 

EDUARDO RUIZ PARRA, MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ TORRES, BEGOÑA TROJAOLA, EMILIO DE LA SIERRA, JOSÉ IGNACIO EGUÍLUZ, JOSÉ GUIMÓN, JOSE MARÍA AYERRA, ÓSCAR MARTÍNEZ AZUMENDI, JOSÉ MARIANO GALLETERO, MIREN ARANTZA MÚGICA. Seguimiento grupal de pacientes psicóticos en la red pública de salud mental de la Comunidad Autónoma Vasca. Investigación comisionada. Vitoria-Gasteiz. Departamento de Sanidad y Consumo, 2009. Informe n° Osteba D-09-06. 168 pp. Accesible en http://www9.euskadi.net/sanidad/osteba/datos/d_09_06_seg_gru_psi.pdf

Si la medicina basada en la evidencia puede amenazar con tener como efecto un empobrecimiento de la práctica clínica es porque puede interpretarse como una invitación a desechar cualquier tipo de modo de hacer que no haya sido consagrado como relevante en los foros lejanos en los que tales consagraciones se producen. No tendría que ser así. También podría, de hecho debería entenderse como una invitación a utilizar procedimientos útiles para demostrar que prácticas bien asentadas (Y reiteradas por el convencimiento subjetivo de quien las desarrolla de que son beneficiosas) producen efectivamente los efectos que dicen perseguir.

En nuestro país existen prácticas bien asentadas en la clínica y con larga tradición docente que apenas se han asomado a la literatura científica accesible lo que se llaman "búsquedas", y que se sostienen en base a un boca a boca que puede decirse que hasta el advenimiento de una nueva época ha sido providencial.

Uno de los casos más llamativos de este modo de existencia ha sido la práctica de la psicoterapia de grupo de base psicoanalítica que, con epicentro en Bilbao (Y ramificaciones en Ginebra, Barcelona o Madrid por citar algunas) y el liderazgo de clínicos (y docentes) absolutamente excepcionales pero prácticamente ágrafos como es el caso del inigualable José María Ayerra.

Por eso la publicación de un texto como el que comentamos es tan importante. Se trata de la exposición de un proyecto de financiado con una Beca de Investigación Comisionada del Gobierno Vasco que pretende llevar los ecos de esta valiosísima experiencia del boca a boca (Del que, de todos modos esperemos que no desaparezca) a los foros en los que hay podemos (re)buscar las herramientas que han de servirnos para nuestro trabajo.

El texto tiene la forma de presentación de un trabajo de investigación aún en curso y, por tanto, aún sin resultados. Pero no es poco Hasta aquí ello supone revisar lo que este tema se sabe y realizar una propuesta sobre como ensamblarlo para poder poner a prueba lo que se hace. Y de ello podemos aprender (Y a ello deberíamos sentirse invitado) quien considere que tiene una propuesta que poner a prueba.

Sin embargo el mayor interés del texto está en que, como intento de poner a prueba una intervención psicoterapéutica, éste ha conllevado la necesidad de manualizarlo. Y el texto de este impagable incluye una destilación de 32 páginas de las estrategias y técnicas que definirían (Y, teóricamente, permitirían replicar por personas suficientemente formadas para ello) el modo de trabajar de grupo de Bilbao.

No es frecuente encontrar sistematizaciones tan sucintas (y tan claras) de intervenciones tan complejas. Pero creo que cuando han existido, han sido instrumentos potentes en manos de clínicos con curiosidad voluntad de aprender de su práctica. Y creo que reúne las características como para que debiera convertirse en obligatoria para los profesionales que formamos en los servicios.

Hay otro aspecto a señalar que me parece importantísimo. Lo que se presenta tiene la forma de un proyecto de investigación e incluye un manual. Pero a diferencia de otros proyectos de investigación que incluyen manual, no brota del Olimpo de la investigación desde el que, una vez obtenidos los parabienes de los certificadores de la evidencia, intentará descender al purgatorio de la clínica para vergüenza de quienes sientan que parece que no se adapta a sus romos modos de hacer. Es un manual que se ha construido en el fragor de la clínica, con personas que sufren trastornos muy graves y con las limitaciones que supone trabajar en el sector público. Y que se propone ponerse a prueba en ese fragor, con esas personas y en ese contexto. Para mí los ingredientes necesarios para que una propuesta como esta deba ser tomada muy, muy en serio.

Alberto Fernández Liria

 

EMILIO LLEDÓ, Ser quien eres, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2009, 286 pp.

Tras el sobresaliente libro de ensayos, Elogio de la infelicidad, de 2005, ha habido cierto silencio editorial por parte de Emilio Lledó, por más que su actividad en absoluto haya remitido desde entonces. Pero, a finales de 2009, han aparecido dos libros muy distintos: El marco de la belleza y el desierto de la arquitectura (breve y bien ilustrada colección de artículos, impresa por Biblioteca nueva) y este amplio Ser quien eres. Ensayos para una educación democrática, cuyo subíndice es muy elocuente: el libro es buen conjunto de ensayos -unos inéditos otros no, pero éstos muy poco accesibles en una librería-, que confluyen hacia su preocupación mayor, la educación ilustrada.

Ser quien eres es claro y está lleno de intención actual, señalada explícitamente. Bien articulado por Rosa Tabernero, recoge tres partes, densas: Aprender a ser; Humanismo y humanidades; El espacio real de la educación. Nada de estos epígrafes tiene que ver con un discurso seco o seudodidáctico, pues, como siempre, Lledó utiliza un lenguaje rico y fresco, alejado de todo tecnicismo estéril, consciente de que la filosofía se hace con palabras 'contaminadas' (El silencio de la escritura), y fuertemente atado al mejor pensamiento.

En otras ocasiones -también aquí resuena esa idea- ha señalado Lledó cómo, para los griegos, originariamente la palabra, areté significaba 'excelencia humana', capacidad de crearse a sí mismo. Suponía para ellos, pues, saber crear determinada figura humana, cierta estructura humana superior. En suma, areté indicaría una posibilidad del ser humano para desarrollarse bien. Y precisamente la educación puede hacer que el hombre sea virtuoso en el antiguo sentido. Trasladado al mundo contemporáneo, que le obsesiona al autor, esto supone que sólo con la educación -las instituciones y los espacios donde alguien se forma-puede lograr que aumenten sus capacidades, que se agrande aquello que él lleva consigo.

El "ideal formativo" se percibe en buena parte de las palabras escritas de Lledó. Y no en vano este libro de comienza por un trabajo inédito, "Juan de Mairena, una educación para la democracia", que cita a fondo el libro vigilante de Machado, preocupado por el rumbo que, en su momento, seguían los procesos educativos. Lledó retoma esa bandera de la conciencia ciudadana de hoy, defiende la enseñanza pública, que potencia la igualdad en el futuro y en la posibilidad, y denuncia toda enseñanza que carezca de peso, de palabras nutritivas, que sea vacua y esquemática, y que en consecuencia deteriore nuestros resortes mentales.

En otro apartado inédito, extenso, sobre "Humanidades y paideia", que abre la parte segunda, el autor arranca de las 'dos culturas' de Snow, manifiesta escasa complacencia en las simplificaciones de éste, para adentrarse en unas humanidades abiertas y no opuestas a ciertos ideales de las ciencias de la naturaleza, pero enraizadas en la tradición cultural. También la parte tercera se inicia con un inédito, "Libertad y educación", que apela a una nueva sofística capaz de marcar todas las palabras que empleamos con un interrogante, de romper con los modelos dogmáticos, de disponer de una acción racional que sea a la vez "insegura" y crítica. Cada uno de los apartados, sobre todo el extenso final, "De Universidad y educación", están plagados de esos interrogantes y de esas críticas que -como en tantos libros suyos- tratan de exponer duramente las condiciones, hoy, de todo aprendizaje, pero que debería finalmente empujar hacia un autoconocimiento, hacia un máximo de limpieza mental.

La memoria, ha dicho una vez Lledó, está siempre aplastada, está afectada en el sentido etimológico de la palabra; y este apasionamiento conserva calores, sumisiones, experiencias desgarradas (por ello, nos traiciona o nos define, según Freud). Paralelo a ella, puede empujar un deseo -construido, trabajado- "que nos arrastra, dinamiza y hace situar la frontera del conocimiento y la justicia más allá de la sombra del propio egoísmo". Las palabras de este libro nos lo recuerdan de continuo.

Mauricio Jalón

 

ROBERTO ESPÓSITO, Tercera persona. Política de la vida y filosofía de lo impersonal, Amorrortu, 2009, 216 pp.

Esposito es una de las figuras más destacadas del actual panorama filosófico. A partir de los análisis de Foucault y de su concepto de biopolítica, es decir, de la consideración de la vida como objeto de decisión del poder político, ha desarrollado una atractiva interpretación de la modernidad en Communitas. Origen y destino de la comunidad, y del componente tanatopolítico del nazismo en Bios. Biopolítica y filosofía. En constante diálogo con las ciencias biológicas, la lingüística, la antropología, la historia o el derecho, su escritura resulta difícilmente clasificable en el campo de la filosofía política, de la ética o de la ontología. Cualquier catalogación, de por sí excluyente, resulta insuficiente. A caballo entre los clásicos y la actualidad, dando muestras de una enorme erudición como de una preocupación por entender el presente, Esposito revitaliza una tradición filosófica a menudo esclerotizada y desactivada por lecturas canónicas.

En este libro su atención se dirige, en primer lugar, a desmontar uno de los términos con más presencia en el discurso de la filosofía, del derecho o de la política, como es el de persona. El punto de partida es el consenso en el debate contemporáneo en cuanto al valor intrínseco que se concede a ese concepto hasta el punto de convertirse en una palabra comodín a la que todos se refieren obviando su significado y procedencia. Ahora bien, su uso masivo en el orden discursivo no nos ahorra la amarga impresión de su olvido en la realidad. No hay más que echar una mirada a nuestro alrededor para confirmar el décalage entre su prevalencia teórica y su deficiente implantación. A partir de esta trivial constatación, el empeño de Esposito consistirá en mostrar cómo la condición de persona, definida como la capacidad de un sujeto racional de autodeterminarse, se encuentra fracturada, en primer lugar, por una tradición religiosa y laica y, en segundo lugar, por una delimitación de la vida animal a la que está indefectiblemente unida y de la que no puede separarse a no ser que sea excluyendo de lo humano su animalidad. Deconstruir el primado de la persona supone profundizar en su genealogía para descubrir las tensiones que desgarran su interior e impiden su clausura. No hay que olvidar que la persona no coincide ni se identifica con el hombre en su integridad pues éste está escindido entre un cuerpo biológico y una parte moral-racional. Este plus que añade la persona sobre el bruto hecho biológico, cuando se retira, transforma al individuo es una realidad carente de todo valor y manejable hasta su destrucción. Esta dualidad entre vida personal y vida vegetativa reproduce la clásica distinción entre alma y cuerpo o, en fórmula cartesiana, entre res cogitans y res extensa. En terminología jurídica, hablaríamos de máscara y rostro. Lo que se halla en juego es nada menos que la idoneidad de pensar al hombre desde un binarismo del que la filosofía no se habría liberado y que habría configurado su historia. Dicho sea de paso, la deconstrucción de la persona y del antropocentrismo acompañante no deja de guardar relación con los trabajos filosóficos centrados en la posibilidad de extender a otras formas de vida no humana una dignidad o, cuanto menos, una cierta respetabilidad, como sucede con el tema de los derechos de los animales y no a los animales según desde el Génesis se ha prescrito y se ha grabado en nuestra memoria.

Pero el autor no se contenta, en segundo lugar, con reconstruir la génesis de la persona, desde su desmantelamiento decimonónico hasta su aplastamiento en el pasado siglo, sino que da un paso ulterior al trazar las líneas generales de una filosofía, a veces desde fuera de ella, capaz de enfocar al ser humano desprendiéndose de la vestimenta del dualismo espíritu/materia: Weil, Benveniste, Kojéve, Jankélévitch, Levinas, Blanchot, Foucault y Deleuze, son los ejemplos que trae para bosquejar, en unas cuantas pinceladas, lo que rotula "tercera persona" o filosofía de lo impersonal.

Según Esposito, la obra del médico francés Xavier Bichat marca el lento declinar de la concepción moderna de la persona al releer al hombre a partir de la distinción entre vida vegetativa y vida animal o de relación, donde localiza las funciones intelectuales, priorizando la primera sobre la segunda. La referencia a un sujeto personal irreductible de la sustancia corporal se borra en favor de una interpretación de la vida desgarrada en dos. Con Bichat se cambia de terreno en la conceptualización del hombre, o quizás habría que decir que invierte un esquema dual, apartándose de una tradición idealista que se habría edificado desde la superioridad del espíritu sobre la materia. Esta despersonalización continuará en el siglo XIX en la antropología biopolítica de Victor Courtet de L'Isle quien hace de la raza el elemento decisivo de las diferencias políticas y sociales, y en la lingüística de August Schleicher, completada en los estudios de Honoré Joseph Chavée y Ernest Renan, que subordina las lenguas a factores raciales. El nexo de unión de todos estos autores es una consideración naturalista del lenguaje. Este es concebido como un organismo vivo que hunde sus raíces no en la dimensión histórica del ser humano sino en los estratos más recónditos de nuestra existencia biológica. Por su parte, el zoólogo alemán Haeckel, anticipándose al giro tanatopolítico que imprimirá el nazismo, operará una extrema animalización del hombre al desterrar de la especie humana las razas degradadas de los pueblos primitivos. Lo que empezó siendo un descentramiento teórico del sujeto, desposeído a partir de entonces de cualquier hegemonía, diluyéndose en las profundidades de una vida vegetativa, terminó en manos de la ideología nazi en una delirante praxis aniquiladora de toda vida indigna de ser vivida. Tomando como criterio la definición aristotélica de hombre como animal racional, Esposito señala cómo el vitalismo de Bichat y el programa genocida nazi animalizan al ser humano mientras que la formulación de los derechos humanos de 1948, en la que Maritain tuvo un papel notable, en coherencia con la teología cristiana y la modernidad, devuelve al hombre la soberanía sobre su parte animal. Pero, en el fondo, no son más que el anverso y el reverso de la misma moneda. Por ello, el propósito de Esposito, al que reserva el capítulo último del libro, será no tanto voltear los polos de una relación cuanto romper, en la medida de lo posible, el propio binarismo.

Simone Weil denuncia la ligazón en la tradición jurídica romana entre persona y derecho para añadir que, dada la naturaleza particularista del segundo, sólo puede proteger a un conjunto de personas en detrimento de otras. De ahí la necesidad de rebasar ambos conceptos en dirección a la justicia y a la impersonalidad. Lo "impersonal" es aquello que en el hombre no se circunscribe a lo personal; es lo anónimo que rompe la incomunicación y nos abre a los otros. Visto el origen diferenciador de la persona, lo "impersonal" apunta a lo que no se deja atrapar por la noción inmunitaria de sujeto personal; digamos, hacia una alteridad rebelde a la categorización que impone la persona, en sí misma generadora de discriminación o subordinación.

El lingüista Benveniste, por su parte, supera la especularidad que implica el juego de las dos primeras personas, 'yo' y 'tú', para referirse a la "tercera persona" no personal como aquella que remite objetivamente a cualquier cosa o a cualquiera. Además, la forma verbal impersonal nombra un acontecimiento sin sujeto, un suceso que actúa o tiene lugar sin agente responsable. Para Kojéve, el derecho en su esencia se identifica con la figura de un "tercero" imparcial que interviene entre dos. Esta estructura triádica lo diferencia de la experiencia moral, religiosa y política. Sólo en el final de la historia, en el Estado Universal, cuando el derecho sea justicia y el interés individual coincida con el general, esa tercera persona será de verdad impersonal, 'quienquiera', y no identificable en la figura concreta, por ejemplo, del juez. El final del tiempo señala también el término de la condición humana entendida como separación de su parte animal. En ese momento, el hombre ya no se definirá por oposición a su naturaleza biológica.

En Jankélévitch, la tercera persona, que Levinas designa "ileidad" y que no llega a definir de manera unitaria y concluyente, es la justicia que se mantiene en una irrelación respecto de las dos primeras. Por ello, recibe el nombre de "ajeno". Es lo desvinculado, lo no relacionado, de ahí que, para acentuar su ajenidad frente a las diferentes personas, incluida la tercera, la denomine "cuarta persona". En cuanto a Blanchot, la experiencia de la tercera persona se llama "neutro", ni el uno ni el otro, y no impersonal para evitar una palabra que forma parte del horizonte de sentido de las diferentes personas. Lo "neutro" apunta a un territorio inexplorado e inédito. La filosofía, por su parte, siempre dispuesta a domesticar la indómita alteridad de lo otro a la estructura asfixiante de sus categorías coagulantes, embebida en sus dicotomías conceptuales, debe entregarse a la tarea de pensar no lo neutro como objeto sino en neutro. Fuera del discurso filosófico, en cambio, la escritura y la acción política se acercan a esa experiencia novedosa. En el primer caso, por la despersonalización que implica y, en el segundo, por el borramiento del nombre propio en favor de una actividad anónima. Cuando se suscribe una declaración, lo esencial no es la firma individual del firmante sino el acto político que tiene lugar.

Foucault es otro pensador que hace del "afuera" el eje para pensar en un más allá de la persona. La vida es catalogada como lo exterior que, no obstante, nos envuelve hasta volvernos incapaces de separarnos de ella. Constituyendo lo más profundo del ser de cada uno, no se deja asir. Esta centralidad de la vida pasa a primer plano cuando se convierte en el objeto de la actuación política que en ese instante se transforma en biopolítica. La persona no es más una forma histórica de representarse la vida. Por ello, en el texto La vida de los hombres infames, Foucault enfoca su mirada a existencias rotas, silenciadas, excluidas; a seres sin el marchamo de la persona; a vidas destrozadas por el poder que, sin embargo, acontecieron.

El filósofo que cierra el libro es Deleuze. A lo largo de su obra, Esposito halla diversos hilos que le permiten esbozar un desbordamiento de la persona. Así, en el Anti-Edipo el cuerpo sin órganos del esquizo sustituye la escena teatral del triángulo edípico, madre/ padre/hijo. Además, ese cuerpo sin órganos es una crítica explícita al dispositivo de persona propietaria de su cuerpo orgánico. Esta filosofía de lo impersonal culmina en el último texto de Deleuze, "La inmanencia: una vida...", donde analiza la experiencia del "devenir animal". Este sintagma no significa animalizarse como hizo el nazismo sino asumir nuestra naturaleza más inmediata -contra la condena del cuerpo que pronunció la cultura occidental. Lo que a través de esta oscura fórmula se dibuja es la afirmación de la pluralidad, de la multiplicidad frente a todo proyecto segregacionista o inmunitario. "Devenir animal" es conquistar una vida que busca la porosidad y la contaminación, que levanta barreras y derriba muros. El "devenir animal" del hombre impide identificar a éste como persona metafísica sino como persona viviente no separada ya de la vida, más bien, coincidente con ella.

Luis Aragón González

 

STELLA GIBBONS, La hija de Robert Poste, Impedimenta, 2010, 362 pp.; Barbara PYM, Jane y Prudence, Lumen, 2009, 330 pp.; Penelope FITZGERALD, La librería, Impedimenta, 2010, 184 pp.

Tres mujeres británicas del siglo XX de especial calidad -nacidas entre inicios del siglo y la Primera Guerra- aparecen unidas en el panorama narrativo de hoy, tras décadas de olvido parcial, pese a sus premios y, desde luego, su valía. Con la incorporación de libros de Stella Gibbons (1902-1989), Barbara Pym (1913-1980) y Penelope Fitzgerald (1916-2000), tenemos ahora una información importante sobre las letras inglesas, y asimismo otra definición de la "mente británica" de mediados de esa centuria, marcada más bien por figuras masculinas (sin olvidar a Iris Murdoch o Muriel Spark, pero que nacen ya en posguerra), y que por otro lado ponen bastante en evidencia la fragilidad de "lo masculino" en su territorio prepotente.

¿Representan sus libros el peso de la tradición, en un mundo roto? Sólo en parte, sí. No en vano siguen latiendo en ellas algunas de figuras del siglo XIX (J. Austen, G. Eliot, E. Gaskell), que, por supuesto, marcaron una línea de escritura "femenina" muy alta. Y además nada tienen que ver sus libros con los -mucho más experimentales, y más desgarrados- de Virginia Woolf o los de Ivy Compton-Burnett. Nacidas poco después de 1880, éstas escribieron en clara ruptura con las seguridades victorianas; pero desde entonces ha habido muchas vueltas al orden en el arte.

Eso sí, seguridades en estas tres novelas no hay apenas (menos las estilísticas). Más bien en sus experiencias encontramos soledad e intentos desesperados por definir un terreno para actuar. Es significativo que las tres obras se desarrollen en mundos rurales, o en suburbios, pero en directa conexión con las ciudades: la protagonista de La hija de Robert Poste ve con ojo ciudadano, muy desenfrenado (estamos al final de los veinte, en 1932), la ruda vida del campo, en donde entra sarcásticamente con un bisturí moderno. Por ejemplo es en el que se mueve la protagonista de Jane y Prudence (una excelente novela de 1953) y a la que llegan ecos de Londres o de Oxford, sin dejar que persista un aire rural escéptico y limitado. Otro tanto sucede en La librería, donde Fitzgerald -que llevó en efecto una librería y empezó a escribir tarde- trata de introducirse, con su personaje interpuesto, en la vida social del pueblo costero, que conoció personalmente, y donde decide introducir ese negocio librero. La mirada antropológica de ambas se desenvuelve sutilmente en medio de la opacidad -viejos lazos sociales, mínimos movimientos de cierta localidad- y desconfianza entre sexos.

Pero nada les acerca a una comedia de costumbres. La finura psicológica de Pym y Fitzgerald, queda complementada por el sarcasmo algo nihilista de Gibbons, eco seguramente de su vida como periodista. Diálogos y situaciones cotidianos en absoluto son concesivos, y la ironía de las primeras se mezcla con la mordacidad de Gibbons, para indicarnos vidas del siglo XX. Describen una vida cotidiana un tanto deslucida y grisácea, sólo coloreada por la inteligencia y la gracia tan manifiestas de estas tres autoras. Sus protagonistas se ven rodeadas por un mundo de hombres -que funciona en paralelo, pasivamente- al que acceden de muy diversas formas, desde luego en desigualdad con ellos, pero con más expectativas y vitalidad. Y por añadidura las primeras ponen de manifiesto, indirectamente, sobre qué sustrato social bastante anodino nació el régimen despiadado y ramplón de los ochenta británicos, neutralizando el influjo de la rebelde generación de los Pinter, Sillitoe, nacidos hacia 1930.

La novela de Fitzgerald, muy medida, narra la supervivencia de una librera como una verdadera lucha diaria en medio de un entorno nada grato; sucede como una odisea de los pioneros de la imprenta, pero no a finales del siglo XV sino heroicamente llevada a cabo en 1959, en un pueblo desintegrado en el que ese comercio era novedad. No muy lejos del entorno de La librería, los personajes de Pym (también en Mujeres excelentes, Murió la dulce paloma, Un poco de verdor, Una unión inconveniente), se mueven en una latencia amorosa -como su autora, soltera- y son vistos críticamente por esta mujer que trabajó para el Instituto africano. Esos lances y el entorno eclesiástico, que ella conoció por familia, le sirven de trampolín para su etnología de campo contemporáneo. "Las mujeres dan tanto miedo últimamente", dice un solterón, sin rodeos.

En las tres escritoras se percibe el trabajo de forjarse -aisladamente- su arte. Las tres trabajaron, y ejercieron actividades que implicaban vida social abundante, incluso de apoyo al ejército en la Segunda Guerra. Tuvieron una larga trayectoria como escritoras, con diversos silencios: Pym fue obligada absurdamente al mutismo por el mundo editor, entre 1961 y 1977; Fitzgerald empezó a escribir sobre su pasado sólo en 1975, al borde de los sesenta años. Las mismas editoriales van a seguir la recuperación de estas punzantes autoras: de la primera acaba de salir Los hombres de Wilmet (1958), y se nos anuncia ya El comienzo de la primavera de Fitzgerald. Merecen la atención de los lectores, pues la pusieron ellas de un modo poco igualable en su solitario trabajo.

Mauricio Jalón

 

JORIS K. HUYSMANS, Aguas grises, Cuatro, 2010, 150 pp.

Gracias a la versión magnífica del poeta Martínez Sarrión hoy tenemos dos libros desconocidos en castellano de Huysmans (1848-1907), reunidos en un solo volumen que lleva por título Aguas grises. Las fechas de esos dos escritos -Apuntes parisienses y Aguas abajo- son 1880 y 1882. Su autor había sobrepasado los treinta años y estaba aún en el entorno de Zola o de Maupassant, amigos estrechos desde 1877, pero empezaba a buscar un mundo expresivo independiente. Huysmans fue un escritor de primera fila que se sigue recuperando en Francia con volúmenes nuevos: Interviews (2002), Zola (2002) y A Paris (2005), Écrits sur l'art, 1867-1905 (2006), son ediciones recientes que han sacado a la luz diversos testimonios y textos suyos.

En España circulan sólo, pero siempre, las obras más conocidas, Al revés y Allá abajo, novelas extrañas y crepusculares de 1884 y 1891, así que normalmente se capta al autor a través de esta obra más obsesiva y "maléfica", aunque hay otros datos de mayor interés. Sabemos que Huysmans consumió deprisa la vida (no llegó a los sesenta años), que era de una familia de pintores y fue luego un gran crítico de arte, que trabajó como funcionario hasta jubilarse (no fue un ocioso), sabemos que se sintió vinculado a lo germánico-flamenco (lo que le facilitó acercarse a otros mundos, también acaso extraviarse un poco), que conoció de muy cerca de los mejores escritores y pintores de finales del siglo XIX (fuesen naturalistas, impresionistas o simbolistas), que al final tuvo una crisis espiritualista y le condujo a una conversión radical, como en un espejo invertido.

Huysmans se definió una vez, bajo cierto disfraz, como "un escritor extraño y enfermizo, un personaje de voluntad débil, inquieto, hábil para torturarse, razonador, que ve lo bastante lejos como para captar la predisposición hacia su mal y resumirlo en frases elocuentes y precisas". Estas premisas son un buen punto de partida para comprender su literatura, no ajena a ciertos desgarros que sus antiguos amigos describieron de otro modo. Por cierto, Zola necesita ser revisado a fondo y sin prejuicios en nuestro país: es un desconocido en líneas generales, pero su descripción de la patología social lo hace muy moderno.

Creemos que sobran los escritos demasiado hagiográficos sobre Huysmans basados en su orientación última, decadente, tenebrosa o tétrica. Es posible que una crítica radical, como el capítulo que le dedica Pasolini, en Descripciones de descripciones, traducido en 1997, sea más fértil para ver sus sombras y aclararlas. Pasolini muestra -con gran crudeza- lo profético de la obra tardía de Huysmans (Al revés), y resalta ese superhombre ficticio suyo, su neurosis manifiesta, sus obsesiones, sus vacíos, sus disfunciones que le llevan a un pensamiento no articulado. Es verdad. Pero la desesperación de Huysmans era profunda, y lo fue asimismo su vacío y soledad extremas. El protagonista de una parte de Aguas grises se abre a los hombres anónimos de grandes ciudades, muchos años antes que El árbol de la ciencia de Baroja, muchos decenios antes que La náusea de Sartre, por citar dos grandes novelas. Su personaje desconcertado es antecedentes incluso de los de Arlt o el primer Onetti. La perspectiva del superhombre revela más bien inseguridad, falta de asidero, extremo despojamiento, como sucede con Nietzsche, con muchos de los protagonistas tan aislados de bastante literatura del siglo XX.

Pasolini ve bien sus debilidades tardías, pero el pensamiento no articulado de Huysmans y su neurosis no le impidieron ser un gran escritor, que lo fue desde el principio y en conjunto. La mixtura de sus gustos hacen de él, además, un creador no tan encerrado estéticamente como otros parisinos de su tiempo. Huysmans hizo en su tiempo un curioso balance de la memoria cultural, y fue capaz de transgredirla con cierta audacia. De su juventud quedan, como poco estos dos libros hoy reunidos. Es muy ilustrativa -y está más cuidada- su obra inicial, de la que Aguas grises es un bello ejemplo.

Vicente Pizarro

 

JOSÉ MANUEL LÓPEZ GÓMEZ, Asistencia psiquiátrica y salud mental en Burgos: Ignacio López Saiz (1910-1986), Burgos, Institución Fernán González, Colección Academos n° 17, 2010.

Con ocasión del centenario del nacimiento de Ignacio López Saiz, aparece un acertado estudio biográfico y científico de esa figura destacada en la psiquiatría burgalesa de mediados del siglo XX. Su autor ha sabido contextualizar al protagonista en su ámbito profesional y vital, convirtiéndole en un hilo conductor para abordar el conocimiento de la nuestra Psiquiatría en el segundo tercio del siglo XX, de cuya institucionalización como especialidad en su medio fue agente reconocido. Desde los inicios en 1929 de su formación neuropsiquiátrica (en el Servicio que el profesor Sanchís Banús dirigía en el Hospital Provincial de Madrid), hasta su trágica muerte a manos de un paciente en 1986, la prevención, el diagnóstico y la terapéutica de las enfermedades mentales experimentaron grandes avances que López Saiz vivió en primera persona, salvo al final de su vida.

Nacido en Burgos en 1910, al finalizar los estudios secundarios, comenzó la licenciatura en medicina que terminó en Madrid en 1932. La muerte de Sanchís Banús ese mismo año -al que consideró siempre su maestro fundamental-, le determinó a regresar a su ciudad natal para ocupar una de las tres recién creadas plazas de médico de guardia del Hospital Provincial, en donde se encontraba el Pabellón de Observación de Dementes, la única institución en Burgos que albergaba un reducido número de camas para la asistencia de enfermos mentales, dada la inexistencia entonces de manicomio provincial. Como añoraba su etapa formativa en Madrid, en un periodo de intensa efervescencia psiquiátrica, lleno de impulsos e iniciativas -que el advenimiento de la República, en 1931, permite consolidar en parte-decide regresar a la capital de España como médico interno de la Beneficencia Provincial, plaza que abandona a los pocos meses, reclamado a principios de 1934 por las Hermanas Hospitalarias del Sanatorio Psiquiátrico de San Luis de Palencia, donde a lo largo de 14 años va a realizar una intensa labor clínica e investigadora. Allí se casó con María Botín, de familia acomodada.

Fue en esta etapa de grandes convulsiones (López Saiz acabaría como alférez médico), pionero en España de la utilización del electroshock, sobre cuya técnica, pero asimismo sobre sus graves secuelas y complicaciones, publicó varios trabajos. Instalado ya en Burgos a partir de 1948, asistió a la aparición de los primeros antipsicóticos y ansiolíticos que incorporó de inmediato a su práctica profesional, y sobre los que reflexionó en varias comunicaciones en los Congresos Nacionales de Neuropsiquiatría celebrados por entonces. De hecho, dada la masificación indiferenciada en vetustos manicomios, defenderá desde 1960 un tratamiento personalizado y estimulador de la independencia e reinserción en el trabajo.

Añadiremos que en 1951 redactó una Psiquiatría jurídica penal y civil, que conoció tres ediciones y fue elogiado por Vallejo Nágera y López Ibor. A él se sumaron de otros tres libros y de 82 trabajos de investigación, que son detallados en un capítulo final. Tuvo además una intensa labor divulgativa de la enfermedad psíquica y la higiene mental en prensa burgalesa. Nótese que escribió entre 1956 y 1957 seis artículos -en una revista de la Iglesia- sobre Freud, el psicoanálisis, su método, sus roces con la religión; los argumentos partían de las posiciones de Pío XII y eran limitados y moderadísimos, pero indican cierta actitud inquieta.

Desde luego, en la mitad de los cincuenta, Ignacio López Saiz desempeñó a la vez la mayor parte de los cargos institucionales psiquiátricos existentes en Burgos -neuropsiquiatra del SOE, médico del Departamento de Observación de Dementes, psiquiatra del Tribunal Tutelar de Menores, neuropsiquiatra del seguro militar, Jefe de la Sección de Psiquiatría e Higiene Mental del Instituto Provincial de Sanidad- que revelan el poder que concentraba este selecto psiquiatra, persona religiosa que por añadidura tuvo responsabilidades destacadas -desde 1968 hasta 1980- en la Caja de Ahorros del Círculo Católico, institución poderosa en Burgos hasta hoy.

El estudio de José Manuel López Gómez -médico e historiador de la medicina de ya fecunda trayectoria-está apoyado en fuentes documentales, impresas o manuscritas, de primera mano, gran parte de ellas inéditas, y aporta prudentes claves para comprender mejor la evolución de la asistencia psiquiátrica en Burgos y su provincia a lo largo del pasado siglo, tras el asalto a la República, en un severo y monocolor entramado social. El ejercicio de la Psiquiatría, entre 1930 y el advenimiento de la Democracia (con todas las modificaciones acaecidas en este campo de la medicina, tan revelador de una sociedad, de sus ideas y actuaciones) queda bien ilustrado en este volumen.

Alicia Merisi

 

E. ROUDINESCO, Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos, Anagrama, 2009, 255 pp.

En este libro, Roudinesco historia el concepto de perversión del que sólo se habría ocupado el psicoanálisis y que Foucault, por su parte, proyectó incluir en su Historia de la sexualidad. Pero este desinterés no puede hacernos olvidar su estructura universal —que adquiere diferentes rostros en función de las épocas. Todas las culturas se han confrontado con lo otro de sí mismas, con un más allá de la ley que nos acerca a lo sublime o nos arroja a lo abyecto. A pesar del uso de ciertas metáforas tomadas prestadas sin base alguna del reino animal -animalada, salvajada o bestialidad- la perversión es una especialidad humana. El goce del mal es un atributo exclusivo de nuestra especie. Sólo el hombre, atravesado por la ley, deviene perverso, es decir, transgrede los mandamientos ético-religiosos. En Nuestro lado oscuro, la autora establece cinco momentos en la historia de la perversión y de los perversos en occidente: el período medieval con la mística y los flagelantes; el siglo XVIII con el marqués de Sade; el siglo XIX con la inclusión de la perversión en el campo de la psiquiatría; la primera mitad del siglo XX con especial énfasis en la pulsión asesina del nazismo, encarnada en la figura prototípica de Hoss, comandante de Auschwitz, y, finalmente, el último tercio del siglo pasado cuando el término 'perversión' se substituye por el de 'parafilia' y la carga demoníaca que en otro tiempo acompañaba a aquél se aplica, sobre todo, al pedófilo y al terrorista.

El universo medieval gira en torno a la cosmovisión impuesta por el cristianismo. En este contexto de religiosidad, la mortificación del cuerpo, su mancillación y destrucción, como relata la hagiografía en sus espeluznantes crónicas, es la vía regia para alcanzar la salvación. De ahí que los místicos en su afán por lograr la santidad no economizasen sus tormentos. Lo abyecto, que adquiere un sentido trascendente, se da la mano con lo sublime. En cuanto a los flagelantes, tras una primera fase en la que la humillación de la dimensión corporal perseguía la búsqueda de lo absoluto, terminó por ser considerada, en los albores de la modernidad, la manifestación de una oculta obtención de placer. Hasta ese momento, estos penitentes, esclavos de un dolor insaciable, eran ensalzados como ejemplos vivos de un intenso deseo de unión con Dios. Roudinesco, que ilustra cada época con el retrato de un perverso, escoge para caracterizar el orbe medieval al criminal Gilles de Rais, más conocido como Barba Azul. Culpable de asesinato y violación de cientos de niños, cometidas sus fechorías en un clima de desenfreno delirante, fue condenado a muerte, atribuyendo a la mala educación recibida la razón de sus sevicias.

Sade, por su parte, vive un momento en que la perversión no es la herramienta para acceder a un principio más excelso sino la expresión pura de la constitución natural del hombre. Encerrado durante 28 años en cárceles y manicomios, su obra es la realización textual de un mundo en el que se invierte la ley que preside las sociedades humanas -prohibición de la sodomía, el incesto y el crimen-, la plasmación escrita de una naturaleza despiadada y asesina, en donde el depravado es el más fiel representante de esa ley natural. El marqués de Sade, cuyo nombre es sinónimo de desviación, reivindica un derecho natural basado en el goce del mal y que se traduce en una cultura igual de despiadada. Loco o criminal, su existencia, a pesar suyo, estuvo marcada por los excesos de los personajes de sus novelas.

En el siglo XIX con el triunfo de la burguesía la perversión queda incorporada al discurso de la ciencia. Un lugar sobresaliente ocupa el psiquiatra Krafft-Ebing autor de Psychopatologia sexualis. Esta mentalidad positivista creará un lenguaje erudito que abarque el grueso de las prácticas anómalas -zoofilia, necrofilia, travestismo, coprofagía, etc. El aroma de corrupción que exhalaban las obras de Sade será retomado por los literatos como Flaubert, Hugo o Maupassant. Del elenco de perversiones descuellan la homosexualidad, la masturbación y la histeria. La primera, condenada de antiguo por contravenir el imperativo de la procreación; la segunda, "ese peligroso suplemento" que decía Rousseau por sustituir el correcto orden de la naturaleza, y a la que Tissot en su Disertación sobre las enfermedades producidas por la masturbación de 1670 atribuyó a quien a ella se entregaba desórdenes psíquicos y enfermedades infecciosas. Freud será la única voz discordante que se desmarque de esta corriente de pensamiento dominante. Si hasta él, las perversiones eran conceptualizadas como desviaciones de una norma anterior, el padre del psicoanálisis parte de una naturaleza humana intrínsecamente perversa, concibiendo la normalidad como un precario estadio sobrevenido. Por ello, ante las pulsiones patológicas que anidan en el sujeto sólo cabe potenciar los vínculos libidinosos, acentuar el papel del proceso civilizatorio.

El camino que condujo al nazismo estuvo preparado por los estudios antropológicos, biológicos y lingüísticos que desde finales del XIX convirtieron la política en biopolítica. La perversidad del proyecto hitleriano radica en establecer una cesura en el continuum de la especie humana al diferenciar entre una raza privilegiada de señores y una cohorte de subhombres, gitanos, judíos, eslavos, homosexuales y disminuidos psico-físicos, entre otros, cuyas vidas no son dignas de ser vividas y que es urgente eliminar para que no contaminen la salud radiante del cuerpo sano. La turbadora banalidad de los planificadores y ejecutores de la Solución final descansa en su incondicional servidumbre al sistema. En el genocidio alemán el crimen no responde a un desbordamiento de las tendencias destructivas que incuba el hombre ya que el asesinato se confunde con la norma. Una ley que en su perversidad expulsa de la humanidad a los que no tienen cabida en ella. La autobiografía que Hoss redactó, Yo, comandante de Auschwitz, poco antes de ser colgado en el mismo lugar donde había llevado a cabo su tarea, le sirve a Roudinesco para ejemplificar esta subordinación a la ley que posibilitó la muerte inmisericorde y rutinaria de millones de personas. En Auschwitz, la ciencia y el estado moderno se pusieron al servicio no de la liberación del hombre sino de su aniquilación.

La última etapa que analiza la autora, eminente historiadora del psicoanálisis, es la sociedad actual. Una vez que la noción de perversión se ha borrado en favor de la de parafilia para así desactivar el lado sórdido de la primera, se ha iniciado una deconstrucción de las categorías que tradicionalmente habían definido lo propio del hombre en oposición, por ejemplo, al animal. En este sentido, se ha llegado a una aberrante apología de la zoofilia por parte del filósofo Singer quien ve en el especismo, o diferenciación entre las especies, un discurso análogo al racista. Este desmantelamiento del concepto de perversión alcanza su clímax en la queer theory que concibe los comportamientos anómalos como un efecto del orden heterocentrado. Más aún, desde que en 1974 la homosexualidad ha sido despsiquiatrizada y aceptada como una orientación no enfermiza, la necesidad de poner cara a la parte maldita de la sociedad, hace que ésta se visualice en los sin techo, alcohólicos y drogadictos, además de en los pedófilos y terroristas suicidas, cuya temible invisibilidad puede manifestarse en cualquier momento de la manera más feroz. Cuando el discurso sobre la desviación se ha deslizado de los saberes médicos al jurídico -se tolera cualquier práctica excepto que sea sancionada por la ley-, y la solución farmacológica y quirúrgica se ha impuesto al tratamiento psíquico, ha llegado la hora de plantearse otra vez, concluye Roudinesco, qué hacer con esa alteridad inerradicable e inextirpable que duerme en cada uno de nosotros, y que la ciencia positiva no consigue silenciar.

Luis Aragón González

 

MICHEL ONFRAY, El sueño de Eichmann, Gedisa, 2009, 92 pp.

El sueño de Eichmann es una obra polémica, llamada a convocar a todos los herederos del pensador prusiano al grito de "kantianos del mundo, uníos". No causaría asombro que sus legatarios se sintiesen en la obligación de salir en defensa de su amado maestro después de los ataques inmisericordes que recibe de Onfray. La naturaleza irreverente de este filósofo, acostumbrado a nadar en aguas procelosas, deudor de la última gran camada de pensadores franceses, concibe la filosofía como una empresa de desmitificación, por acogerse a la citada fórmula de Deleuze, siempre que no dejemos fuera de la crítica a la propia filosofía sobre todo cuando ella misma se dice crítica...

El libro se divide en dos partes. La primera es un breve ensayo en el que se hace una relectura de la filosofía de Kant desde el punto de vista de Adolf Eichmann, organizador de la deportación de los judíos a los centros de exterminio. La segunda es una pieza de teatro que escenifica un diálogo entre Kant y Eichmann, horas antes de ser éste ejecutado, bajo la mirada irónica de Nietzsche. Una conversación de la que no puede decirse que salga victorioso el anciano profesor a pesar de sus ímprobos esfuerzos por distanciar su obra de la apropiación nazi.

En "Un kantiano entre los nazis", el autor no afirma que la conducta de Eichmann como la de todos aquellos que ejecutaron y realizaron el proyecto genocida, apelando a la máxima inviolable de la obediencia exigida, tuviera en Kant su referente ideológico, su impulso vital, lo que sería una obscenidad intelectual que, en cambio, se escucha con demasiada frecuencia cuando se considera a Nietzsche el antecedente teórico de la aniquilación de millones de personas bajo el gobierno de Hitler. Sería grosero pretender trazar una línea genealógica que discurriera de Kant a Eichmann, y en una especie de pirueta increíble tomar a aquél como justificación de los actos de éste. La tesis de fondo de Onfray señala, en cambio, cómo determinada interpretación de las ideas de Kant sería compatible con la acción asesina de individuos como Eichmann. La cuestión es qué pueden encerrar los libros del filósofo moderno para que un burócrata al servicio de la muerte encontrara en ellos el ropaje idóneo para revestir su comportamiento de una aureola de intelectualidad. Y todo ello, para asombro de tantos, sin faltarle razón.

Más que un juicio al funcionario de la solución final asistimos a un ajuste de cuentas a Kant y al kantismo en la medida en que sus herederos lo presentan como el filósofo de la pureza, el adalid de la ley moral, el más egregio representante de la Ilustración, movimiento cultural que sienta las bases del progreso del hombre occidental. En este sentido, en vez de indignarse, como le ocurriera a Hannah Arendt, por las declaraciones de Eichmann en el proceso judicial a que fue sometido en Israel tras su ilegal detención en Argentina, en las que no vacilaba en presentarse ante la opinión pública como fiel garante del testamento kantiano, seguidor devoto del imperativo categórico, Onfray repasa algunos de los escritos más importantes del filósofo de Königsberg para acreditar los excesos en que incurre un sistema filosófico en el momento en que se olvida del hombre real y se mueve en el plano etéreo de las ideas o de los inmaculados principios. Lo inquietante de la actitud de Eichmann radica en la literalidad de su lectura de Kant, a quien no había leído directamente aunque es verosímil aventurar que en el ambiente religioso en que creció su conocimiento le fuera familiar. Distinto sería si hubiera forzado los conceptos de Kant hasta pervertir su sentido originario. Por otro lado, Onfray en su análisis exegético no se nutre de textos menores o secundarios del corpus kantiano. Los pasajes que comenta están extractados de los libros canónicos de Kant: Fundamentación de la metafísica de las costumbres, ¿Qué es la Ilustración?, Ideas para una historia universal con propósito cosmopolita o Crítica de la razón práctica, entre otros.

Qué escribe Kant que Eichmann no distorsiona ni malinterpreta cuando se lo apropia, convirtiéndose su pensamiento, según su propia confesión, en la estrella que ilumina su existencia. La ética kantiana prescribe el cumplimiento del deber no por motivaciones egoístas -legalidad- sino por amor al mismo -moralidad- sin entrar a enjuiciar el contenido concreto de la ley moral. La formulación del imperativo categórico que obliga a tratar al otro como un fin y no como un simple medio no reduce, según Onfray, el vacío del formalismo kantiano y, por lo tanto, no modifica in nuce la peligrosidad de esta filosofía. Lo substancial es ser un leal vasallo de la universalidad de la norma. En este sentido, la vida del funcionario nazi estuvo guiada en todo momento por el sometimiento al imperativo categórico emanado de su juramento al ideario nacionalsocialista. No hizo otra cosa en su carrera que ejecutar los mandamientos recibidos apartando de sí cualquier sentimiento que enturbiase su celo profesional. Las impresiones provocadas por su trabajo en ningún caso debían condicionar la excelsa tarea que se le había encomendado.

En su filosofía política, las cosas tampoco mejoran. Lo que no está bajo el paraguas de la ley, no existe. Mecanismo similar desplegado por el nazismo que empezó despojando a los judíos de su ciudadanía, sacándolos de la ley, para luego liquidarlos sin cometer un crimen. El exterminio físico dio comienzo con la exclusión jurídica. Por otro lado, su tantas veces citado, ¿Qué es la Ilustración?, exige del servidor del Estado, pensemos en el modélico Eichmann, sumisión incondicional en el desarrollo de sus funciones -uso privado de la razón- aunque le deje cierto margen de crítica -uso público de la razón. La subordinación a la autoridad brilla como un principio inviolable y la sedición se le antoja un acto condenable, anota Kant en Teoría y práctica. Ningún espacio para el derecho de resistencia; como contrapartida y ejemplo de compromiso ético-político, Onfray dedica el libro a la joven alemana Inge Scholl y a la organización de la que formó parte, la Rosa Blanca, que se enfrentó al Estado nazi con las únicas armas de la no violencia. Es esencial para el correcto funcionamiento de la sociedad dada nuestra incorregible "insociable sociabilidad" someterse a la voluntad de un amo -¿quizá un Führer?- nos dice en Ideas para una historia universal con propósito cosmopolita. Hallamos, además, en las obras del filósofo ilustrado exabruptos antisemitas, justificación racial de las diferencias culturales y una inequívoca apología de la pena de muerte.

Hablamos de sueños. El de Descartes, con vistas a una fundamentación rigurosa de la filosofía -esa obsesión de los filósofos por clausurar el sistema en vez de ahondar en sus grietas- el de Goya, anunciando un mundo infernal producto de la razón y, finalmente, el de Eichmann, para despertarnos de la pesadilla de Kant...

Luis Aragón González

 

CHARLES DICKENS, Historia de dos ciudades, Alianza, 2008, 592 pp.

Una de las más célebres novelas de Charles Dickens es A Tale of two Cities, en que recuerda la Revolución francesa, transcurriendo la acción en París y Londres. Un médico francés notable es llamado por unos viles nobles a atender a algunas de sus víctimas; ante el miedo a ser delatados, consiguen que sea encerrado por vida en la cárcel. La Revolución lo libra y marcha a Londres donde casa a su hija con un desconocido, que resulta ser descendiente de esa maldita familia, si bien es persona digna y justa. Su yerno vuelve a París preocupado por un sirviente -también de altas cualidades- y es encerrado y juzgado por dos veces, una salvado por el doctor y otra condenado a muerte. No revelaré el final para quien quiera adentrarse en una amena novela.

Dickens ataca las brutalidades del Antiguo Régimen, pero se horroriza también ante las revolucionarias. Ya Rush había señalado los daños que en la mente había producido la Revolución Norteamericana, opinión que hereda Philippe Pinel sobre la Francesa. La medicina que por entonces se moderniza, conoce bien los males que el tiempo antiguo presentaba, pero también los dolores que los cambios nuevos producen. Pero el médico es liberado en la novela por la plebe y considerado persona de gran valor: se convierte en personaje central, junto a un abogado y a un banquero. La obra presenta evidente carácter burgués y allí estas profesiones y, en especial, la médica son muy valoradas. Y lo que más interesante me parece en sus páginas es la enfermedad mental que el doctor sufre por sus años de internamiento y las desgracias que éstos producen en su familia. También, sin duda, las enfermedades psiquiátricas tienen gran importancia en la escritura literaria, pues permiten dotar a los personajes de caracteres fuertes y cambiantes y sus vidas de acontecimientos cómicos o trágicos. Don Quijote de la Mancha es buena muestra de esta afirmación. Además, la sociedad siempre se interesa por estos desgraciados enfermos, refiriéndose el mismo Dickens en estas páginas a la curiosidad con que el público visitaba Bethlem. Y lo mismo se puede decir de las representaciones teatrales de Sade en Charenton tras la Revolución Francesa. En las páginas del novelista surgen también otros espacios de enorme interés para el público, como son tribunales, cárceles y patíbulos.

Cuando el doctor Manette aparece por vez primera hace zapatos, con el banco y los utensilios propios del oficio. Su mente está enajenada por las emociones sufridas, visión del crimen, prisión y desgracias consecuentes. Trasladado a Londres -buen consejo, cambiar de aires, en especial en tiempos revolucionarios- cura y olvida sus males, pero los utensilios de zapatero los conserva. Cuando descubre que su yerno pertenece a la familia de los infames nobles su mente se pierde de nuevo, recupera el banco y la labor en sus zapatos. El buen banquero londinense se preocupa mucho y, lo que es muy interesante, somete el caso al mismo enfermo como médico. Su mente parece dividida pues como médico es capaz de juzgar bien las alteraciones que en su propia "historia clínica" se presentan, en un auténtico autoanálisis. El hombre de negocios recuerda la vieja teoría del cansancio y esfuerzo de los estudios -que Tissot hace reverdecer- y también la necesidad de comunicar el sufrimiento para conseguir la cura. El médico insiste en la persistencia del temor y cómo esa emoción impide la libre comunicación. Habla de hilos de pensamiento, recuerdos y asociaciones angustiosas que remiten a la primera causa, renovados por ciertas circunstancias que han vencido sus precauciones y cautelas. También de "alguna vibración extraordinaria de esa cuerda" (Historia, p. 317), tal vez en recuerdo de teorías médicas y psicológicas. Recuperado en fin, olvida lo ocurrido en la recaída.

El banquero pregunta entonces por el exceso en el estudio, pero para el médico es necesario que la mente esté ocupada en temas saludables. Y también que las pasiones se contrabalanceen, que la mente sea llevada en dirección contraria a la tormenta que la arrastra. Aquél cuestiona entonces el mantener los instrumentos del oficio, pues suponen relación con los temores y enfermedades. No habla del banco de zapatos, sino de una forja de cerrajería. La respuesta del doctor es magistral, intentando "explicar de forma coherente las operaciones recónditas de la mente de ese pobre hombre. Hubo un tiempo en que anheló tan terriblemente esa ocupación, y fue tan bien acogida por él cuando la tuvo; sin duda le alivió tanto en su tribulación, sustituyendo la perplejidad del cerebro por la de los dedos, y luego, cuando se hizo más ducho en el oficio, el refinamiento de la tortura mental por el de las manos, que nunca ha sido capaz de soportar la idea de ponerla totalmente fuera de su alcance. Aun ahora, cuando creo que está más esperanzado respecto a sí mismo que nunca, e incluso habla de su persona con cierta confianza, la idea de que pudiera necesitar alguna vez esa vieja compañía y no la tuviese a mano le produce una súbita sensación de terror, como la que cabe imaginar en un niño que se encuentra de pronto extraviado." (Historia, p. 318) Esa referencia a la relación de enfermos y viejos con niños se repite también en esta novela.

Insiste el hombre de negocios en que los instrumentos pueden mantener relación con las viejas ideas patológicas. Quiere el permiso para destruir la forja -el banco de zapatos en realidad- y le pide que acepte por su amada hija. El médico y enfermo -pues se entrelazan los dos- acepta que se destruya esa "antigua compañera" (Historia, p. 319) y así se hace. Los instrumentos del oficio son sugeridos o buscados en fracasos posteriores, así en la prisión del noble yerno o en su condena a muerte. Sin duda son líneas que muestran una inteligencia portentosa, que habría obtenido de amplias lecturas, estando al corriente de las novedades psiquiátricas que en el mundo europeo se han producido en el fin del Antiguo Régimen. Sin duda aquí se reflejan el diálogo de médicos y enfermos, el interés por balancear y contrarrestar pasiones o la conveniencia de trabajos manuales. Estaría también al tanto de novedades médicas, como muestran las referencias a los desenterradores de cadáveres que algunos escándalos criminales destaparon por entonces.

La insistencia en la necesidad del trabajo, en especial manual, es tema recurrente en la época; así en Philippe Pinel, quien hace que sus enfermos retomen sus oficios de sastre o albañil, incluyendo en sus historias frecuentes referencias a la ocupación o trabajo. Y que de manera curiosa se entusiasma por el Hospital de Zaragoza y sus faenas agrícolas. En su Traite médico-philosophique sur l'aliénation mentale, ou la manie se encuentran frases muy citadas sobre la conveniencia del trabajo de campo que en la ciudad aragonesa se realizan en las posesiones de la institución. Si quizá no eran tan magníficas esas labores, como Antonio Diéguez ha señalado, sin embargo el comienzo de esa laborterapia es novedad importantísima en la historia de la psiquiatría. Por eso es digno de señalar esa constante aparición en la novela de los instrumentos y la magnífica interpretación de ese trabajo que Charles Dickens hace. Desde luego, era una terapia que estaba presente en los libros de la época, retomando los consejos de Marsilio Ficino para las personas distinguidas o de Santa Teresa para sus monjas pesarosas. Pero como digo, era doctrina de la época, tal como nos muestra un libro de divulgación médica muy frecuente, que Enrique Perdiguero estudió tiempo atrás. Me refiero a la obra del escocés William Buchan titulada Domestic Medicine; or, A Treatise on the Prevention and Cure of Diseases by Regimen and Simple Medicines (Londres, W. Lewis, 1822). Si bien por régimen entiende más la alimentación y otras actividades en general más distraídas, nos dice al hablar de melancolía: "By digging, hoeing, planting, sowing, & c. both the body and mind would be exercised." (Domestic Medicine, p. 269) La necesidad del trabajo, tan cara al burgués y contraria a la nobleza, está siempre presente en las páginas de médicos y novelistas.

José Luis Peset

 

ANACLETO FERRER, CÁNDIDO POLO. Cine y locura. El pensamiento claro no nos basta. Quaderns del MuVIM, Serie Minor ;17. Museu Valencià de la IHustració i de la Modernitat, 2010. 102 pp.

La obra pertenece a una serie de trabajos publicados por el centro de estudios e investigación del MuVIM (Museo Valenciano de la Ilustración y de la Modernidad). La publicación nace a raíz del éxito de un ciclo de cine organizado en mayo de 2010 en Valencia que cuenta con la participación de historiadores, cineastas, críticos y profesionales de la salud mental.

En la obra que nos ocupa se comenta de forma magistral una selección de excelentes películas cuyo eje vertebrador es la locura vista a través del mundo del cine. Como en la introducción los propios coordinadores del libro reconocen, el cine habría tenido que inventar la Psiquiatría si la Medicina no lo hubiera hecho antes. Y es que la atracción que las artes en general y el cine en particular han profesado al mundo intangible de las fantasías, los deseos, los sueños y en definitiva de la mente humana, es indiscutible. Es por ello que estas iniciativas siempre cuentan con un buen número de adeptos dispuestos a debatir sobre los límites de la normalidad y lo patológico.

El interés de los editores por el tema no es nuevo y ambos han participado en otros trabajos sobre Psiquiatría y Cine. Por lo que contamos con la visión de dos expertos sobre el tema. Se trata de un libro que los amantes del cine, por un lado, y del mundo interno, por otro no deben perderse. Sobre la base de que el cine y el psicoanálisis son contemporáneos (ambos se desarrollaron a principios del siglo XX) y de que se benefician el uno del otro constantemente se proyectó una selección de películas para debatir los aspectos de la naturaleza humana que abarcan desde la normalidad hasta lo patológico. Las películas proyectadas fueron: Corredor sin retorno, Mi hija Hildegart, La Guerra de los locos, Frances, Mones com Becky, Family life.

Sin ánimo de desvelar más de lo estrictamente necesario sobre las proyecciones, en las líneas siguientes se realiza un somero repaso de los filmes proyectados.

En Corredor sin retorno el director Sam Fuller nos presenta en una atmósfera claustrofóbica las andanzas de un periodista metido a investigador en un psiquiátrico que acaba por convertirse en su prisión (real y metafóricamente). La película, realizada en EEUU en 1963 escenifica muchos de los temores de la época (la guerra nuclear, los problemas interraciales.) en el más tétrico de los escenarios posibles, el manicomio (desconocido y aterrador a un tiempo).

En Mi hija Hildegart se narra la tortuosa vida de Aurora Rodríguez y su paso por el manicomio de Cienpozuelos tras acabar con la vida de su hija (Hildegart) una activista de izquierdas de los años 30. Madre e hija tienen una relación simbiótica, la madre crea a la hija con un fin superior y cuando ésta se desvía de su cometido es liberada mediante la muerte. Interesante la exposición del juicio donde se percibe el inicio de la psiquiatrización de la justicia, tan habitual en nuestros días.

En La guerra de los locos nos situamos a principios de la guerra civil española cuando un grupo de internos de un hospital psiquiátrico aprovecha la confusión de la llegada de las tropas "nacionales" para evadirse del centro. En su huída, los enfermos fugados se encontrarán con un grupo de anarquistas con quienes compartirán cruentos episodios bélicos. En esta película se plasman de forma magistral la sinrazón de la guerra y se muestra cómo en ese contexto la barrera entre la cordura y la demencia se desdibuja totalmente. A pesar del intento inicial de establecer la línea divisoria entre los locos y los cuerdos, la propia historia se encargará de disolver este prejuicio al aportarnos sin tapujos el currículum de los cuerdos de uno y otro bando.

Francés es una película basada en la vida de la inconformista y probablemente adelantada a su tiempo actriz Frances Farmer fallecida en 1970 y que pasó varios años de su vida en instituciones mentales. Una historia que hipnotiza al espectador puesto que nos hace solidarizarnos irremediablemente con la mujer joven, hermosa y triunfadora que sufre las vejaciones y maltratos de la Psiquiatría de la época, incluidos tratamientos de dudosa utilidad hoy en día pero que en el cine arrojan dramatismo y semejan auténticas torturas. Sin duda personaje torturado por sus demonios internos logró rehabilitarse y tener su propio programa de televisión tras ser dada de alta del manicomio.

Mones com la Becky es un documental de ensayo basado en las prácticas de Egas Moniz inventor de la denominada leucotomía consistente en extirpar zonas de la materia blanca subcortical a personas con graves trastornos mentales. Cuenta con la participación de enfermos mentales reales que completan la visión de la obra con sus propias experiencias. La realidad, dentro o fuera de la cordura, siempre resulta mucho más contundente que cualquier ficción. Lo mejor: la estimulante libertad de un proyecto que navega a contracorriente. Lo peor: las múltiples películas que se insinúan dentro de lo que finalmente es la película.

En Family life Janice es una joven de diecinueve años que vive en una colonia de casas adosadas de las afueras de Londres, con unos padres autoritarios y puritanos, transmisores de los valores más tópicos de la sociedad burguesa tradicional. A Janice, desgarrada entre el padre ausente y la madre dominante, este mundo de orden rutinario le resulta insoportable. Intenta evadirse de él para conquistar su independencia, pero no le está permitido, como tampoco tener el hijo que desea tras haber quedado embarazada. Obligada a abortar "por su bien", Janice se desmorona psicológicamente, entre reproches y culpabilizaciones, hasta elaborar un desarrollo paranoide que dificulta su equilibrio mental. Family Life surge de la influencia que sobre David Mercer, Ken Loach y el productor Tony Garnett ejercieron las teorías sociogenéticas acerca de la interacción de la familia en la aparición de la esquizofrenia, que en su versión radical plantearon en la década de los 70 Ronald Laing y David Cooper, líderes carismáticos del movimiento en contra del autoritarismo del viejo orden institucional.

Junto con la valoración de las obras cinematográficas los distintos co - autores de los capítulos de la obra realizan un estimulante repaso a la historia sociopolítica y por supuesto, médica de la época que contextualiza la importancia que estas obras tuvieron en su estreno. Interesante obra pues que nos lleva a reflexionar sobre los límites de la cordura.

Ana Catalán

 

DANIEL J. CARLAT. Unhinged - The trouble with Psychiatry - a doctor's revelations about a profession in crisis. New York: Free Press, 2010.

Daniel Carlat es un psiquiatra estadounidense, editor de un interesante boletín mensual web de corte crítico, The Carlatt Report (http://thecarlatreport.com/) que hace unos años dio a conocer los conflictos éticos en que se había visto sometido en su acción de divulgador (o, más piadosamente, "educador") de prescriptores, en un artículo (auto)crítico publicado en el New York Times (http://www.nytimes.com/2007/11/25/magazine/25memoirt.html)). Su trabajo, con título Dr Drug Rep, que podríamos traducir como el doctor visitador, describía su labor promocional de un antidepresivo dando charlas supuestamente formativas a colegas médicos y cómo gradualmente iba dándose cuenta de las medias verdades que exponía en sus bien pagadas conferencias o los sesgos del material, facilitado por el fabricante, que constituía la base de sus intervenciones.

El creciente cuestionamiento que Carlat hace de la actual práctica psiquiátrica estadounidense le ha llevado ahora a publicar Unhinged - The trouble with Psychiatry - a doctor 's revelations about a profession in crisis, un libro que desde su título pretende definir la desorientación y la crisis que rodean a la Psiquiatría, sazonadas con el elemento de secreto a voces que representa la alusión a que el autor revela los entresijos de la profesión y la especialidad. Lo más chocante y doloroso es que a su modo de ver la Psiquiatría ha dejado de interesarse por la comprensión de la mente o, si se quiere, la psique humana, para contentarse con tratar meros síntomas. La práctica de una Psiquiatría centrada en el síntoma y basada en el fármaco, denuncia Carlat, ha dejado de lado la psicoterapia, cuya práctica, cuando se considera necesaria, se declina y confía a otras profesiones. El rendimiento económico por hora de la Psiquiatría "médico-farmacológica", que permite ver cuatro pacientes en una hora, es mucho mayor que el de la psicoterapia, con la que sólo se factura una intervención por hora.

Una consecuencia de la posición central de los fármacos en el actual modelo asistencial es la actitud muy a menudo perversa de los fabricantes, con estudios sesgados, divulgación interesada de rerultados favorables y ocultación sistemática de los desfavorables, y fomento de la prescripción a través de programas "formativos" que destacan las bondades del producto a promocionar, a lomos de trabajos entre cuyos autores aparecen figuras de relumbrón que en realidad únicamente aportan la firma (ghoswriting) o de intervenciones pagadas de primeros espadas de la Psiquiatría que no dudan en ponerse al servicio de los laboratorios en congresos, simposios y cursos. El propio Carlat se siente una pieza del montaje promocional, como recoge en un capítulo que en lo esencial reproduce su artículo del New York Times.

Al nivel del terapeuta individual, apunta Carlat, el modelo actual es lucrativo, pero se basa en una visión, la de los últimos DSM, pretendidamente científica pero muy pobre y repleta de contradicciones y fallos. Y lo que es más grave, empobrece enormemente al profesional, cuyos recursos terapéuticos son paradójicamente más reducidos que en épocas menos "científicas", al tiempo que le priva de la experiencia de comprender las vivencias del paciente.

Carlat llega a proponer los cambios que a su modo de ver deberían a operarse en la atención psiquiátrica. Tal vez el más significativo de ellos (y uno de los que más ampollas pueda provocar) sería la reconceptualización de la práctica psiquiátrica en forma de profesionales con mayor formación psicológica y menos bagaje médico que asimila a algo parecido a psicólogos con formación en el uso de medicamentos.

Juan Medrano

 

DYLAN EVANS. Placebo. El triunfo de la mente sobre la material en la medicina moderna. Barcelona: Alba, 2010.

Con nada menos que siete años de retraso llega al mercado español este libro, referencia en su campo, del psicólogo galés Dylan Evans. Pero el tiempo transcurrido desde su publicación original no desluce en absoluto a esta documentada, original y sugestiva obra.

Uno de los aspectos más interesantes del libro es el repaso que el autor hace de la historia del efecto placebo, que pone en evidencia la manera acrítica y poco fiable con que se ha descrito a lo largo de los años el artículo original de Harry Beecham en JAMA. Concluye Evans autor que muchos son los que lo citan pero pocos los que lo han leído, una apreciación sin duda a aplicable a muchos otros trabajos "clásicos" reiteradamente citados en la bibliografía.

La aportación básica del libro es la explicación fisio(pato)lógica del efecto placebo como una inhibición o bloqueo de la respuesta inmune de fase aguda. Evans fundamenta su hipótesis con elocuencia citando la íntima relación del sistema inmune con el sistema nervioso (que con el sistema hormonal constituyen los mecanismos de transmisión de información del organismo). La relación neuroinmunitaria de ida y vuelta permite explicar el efecto sobre el ánimo de las enfermedades agudas o la participación de mecanismos inflamatorios en la depresión. Si el placebo bloquea esta respuesta lógico es que, como apunta el autor, sea efectivo en un número limitado de patologías, como las infecciosas agudas más o menos banales, el dolor o la depresión, en las que, hay que insistir, son prominentes los elementos propios de la respuesta inflamatoria. Lógicamente, el placebo no sería eficaz en enfermedades más severas como el cáncer.

A un nivel psicológico, Evans apoya el placebo en la creencia. No existe posibilidad de ponerlo en marcha, de bloquear la respuesta de fase aguda, si no hay una creencia previa en que el medicamento o la técnica en cuestión desencadenarán la curación. El buen terapeuta es el que sabe provocar, fomentar y potenciar esa respuesta placebo. Puesto las creencias tienen un contexto y un matiz culturales no debemos extrañarnos de que en un creyente en la Medicina occidental el placebo sea desencadene mediante la exposición a una bata blanca, la ingesta de una pastilla o la aplicación un aparato metálico de aspecto sofisticado, mientras que en un creyente en abordajes complementarios o alternativos será más efectiva una infusión de hierbas "naturales" y en una persona de una cultura africana autóctona nada será tan oportuno como los rituales del chamán. Esto introduce una interesante disquisición. Si el efecto placebo, entendido como la mistificación o el poder sugestivo de la puesta en escena en sí misma es algo no solo positivo, sino necesariamente explotable, ¿hasta qué punto no es contraproducente la información completa al paciente?

Como mérito añadido, el libro desarrolla cuestiones de interés, incluso originales, como el contrapunto del efecto nocebo, los aspectos éticos de la aplicación y explotación del placebo y, muy significativamente, y dada la universalidad de la respuesta placebo, cuál puede ser su valor y significado evolutivo, o en otras palabras, por qué ha sido objeto de la selección natural.

Juan Medrano

 

IRVING KIRSCH. The Emperor's New Drugs: Exploding the Antidepressant Myth. London: The Bodley Head , 2009.

Irving Kirsch es un destacado psicólogo norteamericano que desde 2004 trabaja en el Reino Unido, a quien se debe la teoría de expectativa de respuesta (response expectancy theory), en virtud de la cual, la experiencias que los humanos tenemos de la realidad se basan en lo que esperamos experimentar, un proceso que fundamenta fenómenos como la hipnosis o el placebo. Precisamente su interés por este último le llevó hace más de 10 años revisar los estudios clínicos publicados comparando antidepresivos y placebo. Para su sorpresa, en su análisis observo que los fármacos no eran más eficaces que el comparador inactivo, tal y como publicó en un renombrado artículo (Kirsch I, Sapirstein G. Listening to Prozac but hearing placebo: A meta-analysis of antidepressant medication. Prevention and Treatment, 1998). Su trabajo despertó críticas metodológicas que pudo ir rebatiendo a lo largo de los años. Asimismo, consiguió depurar su estudio incluyendo ensayos no publicados, lo que le llevó a concluir que la diferencia entre los antidepresivos y los placebos no es clínicamente significativa, de modo que los antidepresivos deberían conceptualizarse esencialmente como placebos activos (es decir, sustancias sin otra acción que producir unos efectos secundarios que el paciente identifica como denotadores de que recibe el fármaco activo, lo que genera la respuesta terapéutica, lo que enlaza con su teoría de la expectativa de respuesta). Sus hallazgos fueron publicados en un nuevo artículo que obtuvo un amplio eco mediático, al menos en nuestro país (Kirsch I, Deacon BJ, Huedo-Medina TB, Scoboria A, Moore TJ, et al. (2008) Initial Severity and Antidepressant Benefits: A Meta-Analysis of Data Submitted to the Food and Drug Administration. PLoS Med 5(2): e45. doi:10.1371/ journal.pmed.0050045: http://www.plosmedicine.org/article/info:doi/10.1371/journal.pmed.0050045). En sus conclusiones, Kirsch y asociados apuntaban que la diferencia de efecto entre fármaco y placebo aumentaba en función de la severidad de la depresión a tratar, pero incluso así, no llegaba ser muy amplia, y reflejaba un menor efecto del placebo que una mayor potencia del antidepresivo.

El libro que comentamos hoy viene a ser un compendio de los trabajos y esfuerzos de Kirsch en este campo. Incluso podríamos decir que de su lucha contra los críticos y devaluadores de sus hallazgos, que han sido muchos, poderosos y no pocas veces prepotentes. El libro se remata con un capítulo en el que se comenta la eficacia diferencial de la psicoterapia de orientación cognitivo - conductual que tal vez pueda resultar un tanto proselitista, pero que pone de relieve aspectos claramente positivos de esta técnica, que no podemos encontrar en los antidepresivos. Con todo, a uno le da la impresión de que en tanto el debate sobre la efectividad de los fármacos en relación con el placebo se base en una situación tan artificial como los ensayos clínicos no alcanzaremos una adecuada percepción de la realidad. Los ensayos clínicos, al margen de todos sus fallos metodológicos, de sus sesgos y -también- de sus trampas, son un experimento alejado de la realidad clínica, ya que ponen en marcha expectativas no sólo sobre la curación, sino sobre la "suerte" que haya tenido el paciente en el proceso de aleatorización. Pero eso es otra cuestión.

Juan Medrano

 

LIBROS DE LA A.E.N.

Estudios

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Distribuye: LATORRE LITERARIA, Madrid, tel. 91 8719379.

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