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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

On-line version ISSN 2340-2733Print version ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.35 n.125 Madrid Jan./Mar. 2015

 

MÁRGENES DE LA PSIQUIATRÍA Y HUMANIDADES

 

Natasha

 

 

Esther Sanz Sánchez

Fundadora del Blog Saltando Muros. Psicóloga Crítica en Twitter y Facebook.
eshoren2@hotmail.com

 

 

Natasha se pasaba las horas sentada en aquel bordillo frente a la carretera mirando a ninguna parte. Las manitas apoyadas en la cara con gesto aburrido y las rodillas dobladas en un ademán infantil con los pies hacia dentro. Pareces una pordiosera, le decían algunos. Todo el día en el suelo. Terminarás por fosilizarte y ser un trozo más de cemento.

La cuestión es que nadie sabía por qué Natasha había dejado de ir a clase. Por qué ahora estaba tan delgada y tan pálida. Y mucho menos la razón que le hacía pasarse las horas frente a la carretera. Allí no había nada que ver, insistían. Como mucho algún cartel publicitario desgastado por el viento o algún animalillo despistado que asustado solía huir al ver los enormes ojos inmóviles y azules de la niña.

El tiempo transcurría veloz y a la primera época de alarma con su desfile de amigos, profesores, psicólogos, asistentes sociales y hasta de la mismísima ministra de educación que un día pasó por allí para intentar convencer a Natasha de que abandonase aquel lugar y retomase sus estudios, le siguió otra de desconcierto ante aquella actitud tan firme y tozuda impropia de una niña de diez años. Luego llegaron las amenazas e incluso alguien propuso el castigo físico como alternativa (por suerte para Natasha la propuesta no tuvo eco). Finalmente la derrota se apoderó de todos y terminaron por dejarla en paz e irla desplazando de sus preocupaciones cotidianas.

Pero Natasha seguía allí. Callada, con el semblante pétreo llegaba a primera hora de la mañana y hasta que no oía la última sirena que daba por finalizada la jornada escolar no se levantaba de su pequeño reino para volver a casa. Un hogar que en realidad era un lugar donde ya nadie la esperaba y donde cada día, después de mirar aquellas fotos y el atestado del accidente que apenas comprendía, se decía lo mismo que el día anterior.

Mañana entraré a clase y podré contarlo. Mañana, sí.

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