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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.37 no.132 Madrid jul./dic. 2017

https://dx.doi.org/10.4321/s0211-57352017000200017 

Crítica de Libro

Sociogénesis de la conducta alimentaria

Sociogenesis of eating behavior

Álvaro Múzquiz Jiménez1 

1Centro de Salud Mental de Egia, Donostia-San Sebastián, España

MORENO PESTAÑAJosé Luis, (2016). La cara oscura del capital erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios, Madrid: Akal, ISBN: 978-84-460-4332-4. 394 páginasp.

José Luis Moreno Pestaña (doctor en Filosofía por la Universidad de Granada y profesor en la Universidad de Cádiz) presenta su obra en la introducción como una investigación empírica de la que deriva una teoría sobre el cuerpo como capital erótico. El libro aborda el problema de los trastornos de la conducta alimentaria desde una perspectiva alejada de la habitual biomédica y psicológica, lo que hace que la obra resulte novedosa y enriquecedora. Que el autor sea ajeno al ámbito sanitario, que realice un análisis específico de los trastornos en relación al mundo laboral y que aborde ese misterio que es que el cuerpo no se nos presente en tanto cuerpo, sino como algo que no es él mismo–capital– aporta una serie de matices difíciles de encontrar en el discurso hegemónico sobre el tema. Todo ello es utilizado, si seguimos la terminología del propio autor, para desarrollar una crítica que pretende contribuir a un modelo político de emancipación frente a uno simplemente social, siendo el primero uno que socava todo el modelo dominante, mientras que el segundo se limita a descubrir los resortes que pueden ser utilizados en beneficio propio.

El libro está compuesto por siete capítulos en los que se procede a desarrollar una serie de rupturas o discontinuidades que destruyen cualquier ilusión homogeneizante sobre la realidad material de la aparición de los trastornos alimentarios. En términos generales, dichas discontinuidades se pueden dividir en cuatro bloques:

  1. Discontinuidad histórica: La consideración actual del cuerpo como reflejo de determinadas cualidades morales, personales, culturales, de clase… se forja alrededor de un concepto burgués del cuerpo y no ha estado presente ni en todos los lugares ni en todas las épocas. La concepción que tenemos ahora precisa, además, del auxilio de un discurso médico (cuestionable según se muestra en el libro, aunque la bibliografía y referencias utilizadas son en gran parte insuficientes para realizar afirmaciones con tal rotundidad) que legitima la delgadez estabilizando y homogeneizando las magnitudes a través del Índice de Masa Corporal (IMC).

  2. Discontinuidad de clase: Si, como decíamos en el punto anterior, el cuerpo puede ser reflejo de determinada distinción moral y social donde la obesidad ha sido mal vista, la delgadez ha venido a corresponder precisamente con los valores de las clases dominantes. Así lo demuestra la relación directa entre alto capital cultural y bajo IMC puesta de relieve en el libro. En este sentido, es habitual pensar que todas las clases sociales aspirarían a presentar los mismos parámetros y que si éstos no se alcanzan, es por algún tipo de déficit. Moreno Pestaña, en un diálogo con Bourdieu que quizá constituya la zona de mayor densidad teórica de la obra, muestra cómo en realidad las interacciones y las formas de transmisión cultural son simplemente diferentes, que lo que es valorado en un estrato no tiene por qué serlo en el otro y que lo que en un determinado entorno es considerado déficit en el otro puede ser ganancia. La uniformidad que encontramos actualmente ha sido fruto de un proceso de presión estética sobre las clases populares a partir de los años 80 del siglo XX.

  3. Discontinuidad de género: Lo descrito no afecta por igual a hombres y mujeres; siendo éstas las que se ven más afectadas por las diferencias de IMC según clase social, educación, capital cultural, etc.

  4. Discontinuidad laboral. Aquí se encuentra la tesis principal del libro: determinados trabajos facilitan la aparición de trastornos alimentarios. De ser esto cierto, la idea de considerar dichos trastornos como enfermedad profesional en algunos ámbitos, propuesta en principio provocadora, se torna razonable.

Cualquier generalización queda abortada. El concepto que engarza todas estas rupturas y desde el que se articula el discurso sobre las dinámicas sociales que influyen en la conducta alimentaria es el de capital erótico. Dicho término proviene de la obra de la autora Catherine Hakim. Si hasta ahora abordábamos el problema del cuerpo, la consideración social, su implicación en el ámbito laboral o las diferencias de género como mera opresión, ha llegado el momento de buscar en su dialéctica qué tiene de liberador y si es posible aprovecharlo. Es ahí donde entra Hakim, quien, sin realizar ninguna crítica al sistema, encuentra una serie de ventajas individuales que afectarían preferentemente a las mujeres en el campo laboral, al considerar que el cuerpo es una variable de principal influencia en dicho ámbito. Desde una perspectiva neoliberal, se acuña el término “capital erótico” para describir esas cualidades presentes por diversos medios en el individuo y fijadas principalmente en el cuerpo que se pueden explotar en beneficio propio para alcanzar mejores cotas económicas, profesionales y sociales. Lo que en un primer momento era opresivo se transforma en liberador, sobre todo para la mujer y las personas más desfavorecidas, ya que se considera que es cultivable, sin criticar de ninguna forma al marco, sino simplemente buscando cómo es posible moverse por él en las mejores condiciones (representación del modelo de crítica social señalado más arriba).

Aunque Moreno Pestaña rescata el término de capital erótico, realiza una crítica de esta vertiente individualista y neoliberal, y, como hemos dicho antes, lo utiliza para construir una crítica política. Para ello, por un lado, muestra cómo el cuerpo no es tan manipulable. Por otro, da un giro teórico al término por el que se le niega una entidad propia al capital erótico y se le incluye dentro de la categoría bourdieuana de capital cultural. Si todo capital cultural tiene tres dimensiones —incorporado, objetivado e institucionalizado—, el capital erótico tendrá mucho de las dos primeras y poco de la última. Es así como el interés por estudiar de primera mano los diversos entornos laborales y las experiencias en primera persona van a acompañar al lector durante gran parte del libro. Estas experiencias (el material empírico del libro) son entrevistas a mujeres, con o sin diagnóstico de trastornos de la conducta alimentaria, que refieren alteraciones corporales que relacionan con su puesto de trabajo. Su reproducción literal (aunque parcial) es una de las principales contribuciones valorables. En ellas se repiten algunos patrones, como la aparición de trastornos alimentarios cuando surgen contradicciones en los procesos de socialización, entre la socialización primaria y la secundaria o la resocialización. La cuestión es que estas situaciones vienen propiciadas por el entorno laboral. Por ello, se centra especialmente en el análisis de las condiciones de los ambientes laborales en que más se producen estos trastornos. Además de los trabajos artísticos y como camareras, de entre todos ellos sobresale el de trabajadoras en las grandes cadenas de tiendas de moda. Sus condiciones laborales, los ritmos de trabajo, el escaso tiempo para comer, las trabas continuas para el desarrollo de sindicatos, la alta rotación de trabajadoras con una gran competencia entre ellas, así como la encarnación que se da en ellas de la cultura empresarial son factores tan influyentes como la alta exposición corporal que exige su puesto de trabajo. Aunque la crítica a estas marcas por su ingeniería fiscal o las condiciones laborales de sus lejanas fábricas es generalizada, en este libro no se presta atención a este tema, sino que se zambulle en la fascinante descripción detallada de la vida de una trabajadora de las tiendas, que en realidad abriría otro campo para la crítica de estas empresas, independientemente del interés que tengamos en los trastornos de la conducta alimentaria o de la responsabilidad que le atribuyamos en su génesis.

Para las pretensiones emancipadoras de la investigación, se podría dar por concluida con el trabajo teórico y de investigación empírica, pero el autor dedica el último capítulo a proponer diversas formas de lucha y de resistencia frente a la opresión del capital erótico y su cara más oscura: los trastornos de la conducta alimentaria. Como toda propuesta, en este punto el libro toma un cariz excesivamente provisional y, en mi opinión, es la sección de menor interés.

La pretensión de elaborar un discurso emancipador que atraviesa toda la obra parece acabar forzando a producir secciones como esta última, pero también a que nos topemos durante la lectura con algunas particularidades que deslucen o empobrecen parte de la obra.

En este sentido, el libro en conjunto se construye enfrentado a lo psicológico y médico en una comprensión de su esencia que quedaría justificada sólo desde la causalidad biológica o psicológica (en la sección metodológica final se recoge una anécdota que representa bien esta concepción de otros profesionales y cómo surge la del autor en contraposición a ellos). Así, la manera de romper esos discursos y encontrar legitimidad a otro alternativo la encuentra únicamente en el descubrimiento de nuevas causalidades sociales. El libro se completa con varias oraciones en que se replica la fórmula “los trastornos alimentarios se producen por…(alguna causa social)” frente a “los trastornos alimentarios se producen por … (alguna causa médica o psicológica)”. En realidad, el cambio de causalidades, lejos de ser revolucionario, perpetúa los discursos que pretende combatir, ya que la causalidad social queda absorbida por la cascada final que desemboca en el trastorno médico llamado trastorno alimentario. Y este enfoque completamente causal en nada se reduce por frases del tipo “en no todos los casos”, ya que sabemos que ni siquiera en causalidades completamente biológicas podríamos generalizar tanto. Se aceptan sin más las categorías impuestas por la medicina y se intenta buscar otro origen.

Este problema se deriva de la perspectiva nosográfica y psicopatológica adoptada. En el tercer capítulo, se hace un recorrido más que decente por la historia de la conformación médica de las categorías de trastornos de la conducta alimentaria y se expone resumidamente una discusión que llega hasta nuestros días; a saber, la de los “anorexólogos”, con su insistencia en entender los trastornos de la alimentación como una entidad diferenciada, y aquellos que se les oponen, que creen que en realidad son manifestaciones de superficie de diversos trastornos subyacentes. Moreno Pestaña no toma partido explícito, pero todo hace pensar que nos encontramos ante un partidario de los “anorexólogos”. Hay una unificación generalizada bajo la categoría de trastornos alimentarios de las mujeres que se entrevistan guardando los matices para las condiciones de socialización. Cualquier matiz, cualquier investigación psicopatológica se reduce ostensiblemente dejando paso a las relaciones socialización-cuerpo sin explorar más allá del campo de la subjetividad de las mujeres entrevistadas. Sólo hay problemas en la socialización que desembocan en trastornos alimentarios, no hay experiencia o subjetividad que lo estructure más allá o más acá. Y esto se traduce de manera fundamental en un estrechamiento de las posibilidades abiertas por las entrevistas y, por lo tanto, de las conclusiones de la investigación.

Tanto es así que el libro se entrega al lector de forma inversa a como el autor refiere haber procedido en su elaboración; esto es, que constando la obra de siete capítulos, en los tres primeros se expone una elaborada teoría, mientras que no es hasta el cuarto cuando tenemos acceso al análisis del material empírico formado por las entrevistas mencionadas. Aunque no haya nada que objetar a la estructura del texto ni esto resta nada a la importancia que pudiera tener la teoría expuesta, la realidad es que los tres primeros capítulos están escritos como una discusión académica en la que no se aprecia una relación necesaria con el resto de la obra. Es decir, no hay manera de ver por qué debería ser requisito haber “descubierto empíricamente” nada para concebir una teoría cuya parte del andamiaje más cercana a algo empírico son las referencias a la Encuesta Nacional de Salud. De hecho, la teoría parece tener sentido precisamente como inicio del proceso y no como fruto, ya que esos tres primeros capítulos funcionan muy bien como filtro desde el que mirar lo que será después mostrado y como justificación de la forma (social) en que se investiga el asunto. En un exceso de celo o de desconfianza hacia aquello que parezca demasiado teórico, el autor insiste en que la teoría se deriva de la investigación, pero no parece justificado precisamente por lo expuesto anteriormente: la teoría corporal que se presenta excede en gran medida la forma de abordaje de “lo empírico”.

Pero esto es una tendencia que aparece en otros puntos de la obra. En otro proceso reductivo se desatiende la polisemia de la palabra “capital”. Surge como requerimiento aparente atender a lo que dice Marx si estamos hablando de “capital” y así se impulsa Moreno Pestaña a establecer vínculos entre el capital cultural bourdieuano, el capital erótico y el capital marxiano, en concreto como parte del capital variable. Nos dice el autor en su primera página que el cuerpo no por ser recurso deviene necesariamente en capital, propone como requisito que se integre en un mercado y un sistema de equivalencias y lo ejemplifica con los tomates citando a Harvey: “Cultivar tomates no es convertirlos en capital: debo acomodarme a los precios de producción de la competencia, integrar ese cálculo en el modo en que trabajo”. No es el lugar para extenderse en polémicas, pero cualquier conocedor de la obra de Marx sabe que ni los tomates son en ese punto ya capital ni nada que simplemente se integre en un mercado lo será. Que lo sea lo dan otras condiciones. Que se utilice la misma palabra da lugar a un equívoco teórico y a intentos unificadores en el libro que en ocasiones se tornan confusos. La homonimia no es identidad. Lo mismo se puede decir en psicopatología.

Correspondencia: alvaromuzquiz@gmail.com

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