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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.43 no.144 Madrid jul./dic. 2023  Epub 15-Ene-2024

https://dx.doi.org/10.4321/s0211-57352023000200016 

Dossier (Coordinado por Francisco del Río Noriega, José Mª Valls Blanco y Mariano Hernández Monsalve)

De Onofre Gil a Carlos Castilla del Pino: scientia, sapientia et infantia

From Onofre Gil to Carlos Castilla del Pino: scientia, sapientia et infantia

José Fabio Rivas Guerrero (orcid: 0000-0002-4790-8521)1 

1Psiquiatra y escritor. Hospital Regional Universitario de Málaga. Instituto de Investigación Biomédica de Málaga (Málaga).

Resumen:

Aunque más breve que su producción ensayística y psicopatológica, la obra literaria de Carlos Castilla del Pino resulta de gran interés por la calidad de su escritura y como memoria privilegiada de un tiempo y de un país, así como por el empeño del autor por crear un discurso “personal”, lúcido, veraz, racional y bello que no solo estuviese al servicio de su propio personaje, sino que le ayudase a constituirse como sujeto con scientia, sapientia e infantia. En este sentido, confrontamos sus dos libros de memorias (Pretérito imperfecto y La casa del olivo) con su novela Discurso de Onofre: obras en principio dispares pero que -curiosamente y de forma privilegiada- dan cuenta del continuum y de los sobresaltos, de los riesgos y renuncias, que suponen la aventura de vivir con la sabiduría que emana del saber estar en el mundo; o sea, de una actitud grácil ante las dificultades inherentes al hecho de vivir en la que se anuda el mayor o menor conocimiento que el autor ha ido adquiriendo a lo largo de su vida con la vivencia gozosa del sentido de su propia existencia y con la capacidad para entender y disfrutar lo que es bueno, justo y bello.

Palabras clave: Carlos Castilla del Pino; memoria; autobiografía; obra literaria; Pretérito Imperfecto; La casa del olivo; Discurso de Onofre

Abstract:

Although shorter in number than his essays and works on psychopathology, Carlos Castilla del Pino´s literary work is of great interest due to the quality of his writing and as a privileged memory of a time and a country. It shows his effort to create a personal, lucid, truthful, rational and beautiful discourse that was not only at the service of his own character, but also helped him to establish himself as a subject with scientia, sapientia and infantia. In this sense, we confront his two memoirs (Pretérito imperfecto and La casa del olivo) with his novel Discurso de Onofre: works that are dissimilar in principle, but that -curiously and in a privileged way- give an account of the continuum and the shocks, the risks and renunciations, that the adventure of living with the wisdom that emanates from knowing how to be in the world involves. In these works, the greater or lesser knowledge that the author has acquired throughout his life is tied with the joyful experience of the meaning of his own existence, and with the capacity to understand and enjoy what is good, fair and beautiful.

Key words: Carlos Castilla del Pino; memoir; autobiography; literary work; Pretérito Imperfecto; La casa del olivo; Discurso de Onofre

Introducción

Aunque, comparada con su producción ensayística, la producción “literaria” no es demasiada extensa (dos novelas y dos libros autobiográficos), por el limitado espacio disponible, así como por las exigencias expositivas, las reflexiones que siguen están basadas sobre todo en sus memorias (Pretérito imperfecto (1) y Casa del olivo (2)) y en su novela Discurso de Onofre (3), asumiendo que, al margen de posibles diferencias estilísticas (Pretérito imperfecto -más épico- y Casa del olivo -más lírica-), son dos cortes temporales de la misma autobiografía, la cual, por lo demás, guarda ciertas similitudes con la novela Discurso de Onofre (más trágica).

Tanto Onofre Gil, narrador de la novela Discurso de Onofre (3), como Carlos Castilla del Pino construyen sus correspondientes textos a partir de una serie de evocaciones infantiles (estancias en colegios, anécdotas…), de vivencias, a veces terriblemente crueles, de la guerra civil y de la posguerra, de recuerdos personales, familiares, profesionales, en definitiva, a partir de la memoria privilegiada y exhaustiva de un tiempo y un país. Ese es, de partida, el nexo común de todas estas obras. Observémoslas ahora por separado.

Autobiografía: Pretérito imperfecto y Casa del olivo

De entrada, y tal como corresponde a su estructura formal, en los dos libros autobiográficos nos encontramos con que el autor, el narrador y el personaje principal son Carlos Castilla del Pino, siendo el tema (el texto) la autobiografía del autor, es decir, sus memorias. Unas memorias perfectamente escritas en las que el autor hace gala de un dominio del lenguaje sobrio, elegante y preciso, de un vocabulario rico y exacto y una sintaxis que en todo momento, sin altisonancias ni trucos, se adecúa perfectamente a los distintos tiempos narrativos que implican unas memorias que abarcan más de 80 años.

Tenemos pues una autobiografía recia, rigurosa, valiente, detallada, en la que se apuesta constantemente por la razón, sin apenas sobrecarga afectiva ni pasión justiciera, como si el autor quisiera exponerlo todo, comprenderlo casi todo, desde un cierto dominio de sí mismo: el dominio que la sabiduría conlleva, que no es un dominio que llega de “fuera” (del contexto en el que el autor escribe o narra), sino que surge de dentro del propio autor, de su “verdad”, y del saber que le da la experiencia de que todos, de una forma u otra, somos frágiles y quebradizos, aunque en la vida cada uno -y ahí está el mérito personal- juega y se la juega a su manera. En definitiva, en estas memorias hayamos lo que en retórica clásica se conoce como parresía. Una manera de hablar, de “decirlo todo” con franqueza, libremente, con atrevimiento, en la que la verdad y la ética se dan mutuamente la mano, pues la parresía implica -y esto es lo importante- la obligación de hablar con la verdad para el bien común, incluso frente al peligro individual o a posibles inconveniencias.

Recuerdo mi primera impresión cuando empecé a leer Pretérito imperfecto (1). Su uso elegante y limpio del lenguaje, sin aspavientos. Era como si yo estuviera en ese momento sentado frente a él, como si el autor me contara a mí sus recuerdos, de forma valiente, “veraz”, sin concesiones al compadreo. Y así se desplegaba ante mí una memoria que fija y registra, una memoria que evoca -no tanto como ejercicio de añoranza, sino de análisis y meditación cognitiva y moral, es decir, de ética ciudadana- un tiempo, un país, un paisaje, un paisanaje y una vida concreta: la del autor. Y lo hace como si quisiera recordarlo todo: las personas, los lugares, los acontecimiento, las fechas, los diálogos, las indumentarias… hasta las tres galletas María que, acompañando a un café con leche, tomaba en un momento determinado un personaje concreto.

Relatar es, en sí, un universal, algo que con palabras o con letras todos hacemos continuamente, pero hay muchas formas de relatar, dependiendo del modo de ser, de las circunstancias, de los fines propuestos… Resulta, pues, pertinente preguntarse sobre el por qué y el para qué de estos dos libros autobiográficos. La respuesta que más me convence -y aquí voy a rozar cierto psicologicismo- es que ese “exceso” de memoria remite a la voluntad férrea del autor de no echar nada al cesto del olvido o al sumidero de la Historia, que diría Hegel, no tanto por eso que nos enseña la jerga psicoanalítica sobre el retener (en este caso no solo objetos y cosas, sino también la memoria contextualizada de los objetos y de las cosas), sino por retener la vida, aunque sea la vida pasada, por retener lo que hemos sido, en tanto que todavía seguimos siendo eso. Pero, ¿qué sucede si el autor, en cierta medida, ya no se reconoce del todo en ese sujeto del pasado que fue, en ese pretérito imperfecto?

¿Por qué y para qué estas memorias?, nos preguntábamos:

    1º). Porque, como digo, de alguna manera, el autor ya no se reconoce siendo tan solo lo que había sido, lo que fue, y, en consecuencia, los recuerdos que nutren a estos dos libros autobiográficos son -todo lo contrario a una añoranza: “No me he sumergido en mi memoria; he traído los recuerdos a mí, es decir al Yo de este momento, el que ahora me siento ser, como si fuera posible decir “he sido”, como si no fuera el mismo que en otros momentos fui” (1, p.11). O dicho de otra manera: como si el protagonista de Pretérito imperfecto fuera “otro yo” distinto al narrador y al autor.

    2º). Porque, al ya no reconocerse del todo en lo que fue, el autor siente la obligación moral, cívica, de dar constancia, de narrar eso que fue, en tanto que ese pretérito fue también el de un país y una gente. En consecuencia, esas memorias que son también un poco las memorias de todos, debieran ser conocidas por todos los que no vivieron ese tiempo o no lo recuerdan.

    3º). Porque además el autor ahora “sabe” de la muerte y de la necesidad de quitarse lastre -de relatar para quitarse lastre y aligerarse, no tanto con el fin de volar, sino de retomar la sabia y gozosa liviandad de la infancia-. Así, en una entrevista (4), el propio Carlos Castilla del Pino reconoce: “En mi caso, el proyecto inicial de Pretérito fue no tanto poner en orden mis “cosas” - ya lo tenía a este respecto en mi cabeza- cuanto liquidarlas, dejar que el pasado gravitara tan pesadamente en mi vida actual. Claro es que no toda mi vida pasada gravitaba por igual. Lo que quería liquidar de una vez por todas era la experiencia de la guerra civil y, en menor medida, la de todo el franquismo (que llevó a tantos al envilecimiento por el miedo, por la necesidad de subsistir, por la posibilidad de trepar en el río revuelto, etc.)”.

Discurso de Onofre

Curiosamente, en la novela Discurso de Onofre (3) aparecen muchos de los recuerdos de las memorias (casi nos atreveríamos a decir que no hay en el Discurso ningún recuerdo, ninguna evocación y ningún personaje que no aparezca en los dos libros autobiográficos) por lo que se podría pensar que Discurso de Onofre es un resumen de las memorias o el preproyecto de estas. Pese a ello, la novela y las memorias son bastante distintas:

  1. Son distintos los contextos políticos-sociales desde los que se despliega la voz del narrador. En las memorias, estamos en el año 1997 y 2004, es decir, en una España con una democracia bien asentada en la que los ciudadanos, en general, disfrutamos de importantes niveles de bienestar; en Discurso de Onofre (3), estamos en 1977, o sea, en una España que, tras 41 años de férrea dictadura militar, celebraba las primeras elecciones generales libres y democráticas, es decir, una España sobre la que aún pendía la sombra chinesca de la dictadura (tal como se demostró con el intento de golpe de estado del 23-F del 1981), una España oscura, pobre, resentida y aún muy dividida políticamente, no entre votantes o simpatizantes de los distintos partidos políticos, sino entre los demócratas constitucionalistas y los que añoraban el orden franquista.

  2. Es distinta la posición vital del autor (los dos libros autobiográficos se publican cuando el autor tiene 75 y 82 años, respectivamente, y Discurso de Onofre (3) cuando tenía 55 años). Es diferente la situación socioprofesional y no sabemos si, también, el estado psicológico del autor.

  3. Son distintas en lo que respecta a la estructura formal de ambas obras (en las memorias, tal como se ha dicho, el autor, el narrador y el protagonista son el mismo, cosa que no sucede en Discurso de Onofre, donde el autor, Carlos Castilla del Pino, no coincide con el narrador y el protagonista, Onofre Gil).

  4. Y, sobre todo, son distintas en lo que respecta a las características literarias, a la literalidad -en el sentido que a esta palabra le da Roman Jakobson (5); es decir, en lo que hace de una obra dada una obra literaria-. En este sentido, Discurso de Onofre (3) es un “discurso” inquietante y descarnado, lúcido y coherente con la solución final del narrador-protagonista: el suicidio. Y, a la par, aunque parezca contradictorio, es también un discurso caduco, resabiado, enrevesado, no fluido, de frases largas y tortuosas, agresivo, lleno de alusiones… Un discurso que quiere ser analítico, racional y “frío” y que con frecuencia resulta acartonado, rancio, puntilloso, lacerante y, curiosamente, a veces inseguro (lanza un mensaje, una afirmación y, al instante, la cuestiona -cuestiona su veracidad- o la “apostilla”); un discurso torvo y huraño, lleno de rencillas, de ajustes de cuentas, de odios y de humillaciones: así es Onofre Gil y así es su discurso.

Pero ¿quién es este Onofre Gil y por qué y para qué construye ese discurso? Sin abusar de cierto psicologicismo, sabemos que Onofre Gil era un psiquiatra que recientemente se había suicidado tirándose a un pozo; un psiquiatra que solía pasar las vacaciones por la zona de la Sierra de Grazalema. También sabemos que los papeles de su discurso -en un juego literario, podríamos decir de imposturas- llegan al autor, Castilla del Pino, a través de un médico rural de la zona, que es el que los tenía guardados. Este discurso, en esencia, no es un discurso propiamente dicho: el nombre se lo pone el propio autor en tanto se asemeja por su forma retórica a un discurso fantaseado. Al igual que también es el autor el que le pone el nombre al narrador: Onofre Gil. Un nombre antiguo, por cierto, el de uno de los primeros anacoretas de la historia, San Onofre, un ermitaño que vivió en el desierto egipcio en el siglo iv, pues, por razones que no aclara, el autor (Castilla del Pino) no quiere revelar su nombre auténtico, aunque curiosamente el autor recuerda haber tenido cierto conocimiento de este psiquiatra en sus años de aprendizaje en Madrid.

Son llamativos los recuerdos y evocaciones de personajes que el susodicho Onofre Gil debió de conocer: se refiere a Pemán como “vate posfenicio”; a Vallejo Nájera como “tomista militarizado, nágeril oficial magister”; a López Ibor como “ibórico (próximo) a la doctrina radicada en el opus magno de Escrivá de Balaguer”; a Vallejo Nájera y López Ibor como “bálmenes redivivos, donosos sin complejos, menendes victoriosos tras brindis de abundante efusiones hemáticas”. En cuanto a Laín Entralgo, en referencia a su Descargo de conciencia (6), dice: “[es de esos] maestros de rara virtud que, andando el tiempo, cuando viene la hora de la conciencia descargable, se desligan de una vez para siempre de los toscos administradores de sus postulados esenciales”.

Y, entre recuerdos y evocaciones, el psiquiatra Onofre Gil nos ofrece un discurso que continuamente oscila entre lo universal y lo particular, entre la “esencia” de todos y la “esencia” propia; un discurso en el que analiza las trampas con las que todos (incluido, por supuesto, el propio Onofre) construimos a los personajes que, en un momento determinado, nos representan ante los demás (lo que curiosamente, pasado el tiempo, también estudió Castilla del Pino en la teoría del sujeto); un discurso sobre la impostura de los sentimientos y su imposibilidad -la de Onofre Gil- de crear vínculos afectivos con los otros e, incluso, sobre su imposibilidad de acceder al lenguaje de los sentimientos que lo vincularían a los otros, con la subsiguiente soledad, que en el caso de Onofre es -según dice él mismo Onofre- su propia esencia, su substancia, la cual (al igual que la de todos) es la “mierdosidad” -o, hablando Zubirianamente, la mierdosidad constitutiva- en tanto que todos somos prescindibles, sustituibles, intercambiables; sujetos, en fin, que se diluyen en sus papeles de actores, en sus yoes, lo que obliga -en el escenario social en el que se actúa- a ocultar -mentir- a los otros “yoes”, a la impostura continua ante los otros yoes y, lo que es peor, a la alienación consigo mismo, con los propios yoes; es decir, a la soledad radical del sujeto (“el escrúpulo insoportable de no saber si la tristeza que me embarga es de las sinceras y auténticas o de las representables. Se necesita, pues, acceder a la locura lúcida, o sea, a ‘la normalidad’, al cinismo, a la hipocresía, a la mansedumbre conformista, a vivir la doblez, la tridimensionalidad, a solas con uno mismo”), con lo que se llega -en esa soledad radical del sujeto y en ese salto continuo entre lo universal y lo particular que hace el narrador- a lo que sin duda es uno de los temas fundamentales de este Discurso, la soledad radical del narrador: “desde la adolescencia privado del cálido contacto que sentirse uno más entre la muchedumbre comporta” “¿Cuáles son las razones de mi no sé si forzado o voluntario anacoretismo. Porque este es a no dudarlo un hecho que caracteriza mi existencia” (3, p. 53). “Es mi unicidad, mi diferenciación”… “No hay posibilidad de coloquio entre mi yo A y mi yo B” (lo que lleva a Onofre a declarar su desconocimiento de sí mismo). Más aún, al desconocimiento del otro y al rechazo del contacto con cualquier otro (lo que no implica la socialidad, en tanto que esta supone máximo respeto a la norma, a la norma de socialidad). Soledad que, al margen de una cuestionable ventaja (”me permite asistir sin compromiso al mayor espectáculo que es el mundo”), le supone enormes inconvenientes, frente a los cuales,[a veces acaece] “en mí algo así como una crisis histérica (con gran aparato a falta de palabras para expresar mi reclamo y poder suscitar en los otros la compasión que para mí demando) en la que uno de mis yoes se solivianta… contra el otro reclamando la necesidad de romper la coraza que me aísla no solo con los demás sino conmigo mismo”(3, p. 55). Esa profunda soledad incluso le acarrea cierta dificultad en el uso del lenguaje vincular del apego, en “el mero (decir) quiero estar y quiero que estés” (3, p. 57), “lo que no sé decir es precisamente lo que no puedo decir, y ello es cualquier cosa que haga referencia a mí mismo con el ánimo bien dispuesto a la adecuada relación con el prójimo” (3, p. 57). Y más aún: “mi habitual modo de operar con realidades que me deparan extrañeza, perplejidad e inhibición”… es la agresividad con esas realidades” (3, p. 58); “Pero al mismo tiempo que soy consciente de que en este pleito tengo mucho haber en mi culpa, no les eximo a ustedes íntegramente de ella, de modo que agresividad, odio, aversión, desprecio y demás serán cualidades varias de sentimientos que en manera alguna espero que les resulten ajenas” (3, p. 58).

Así pues, esta soledad y agresividad, voluntarias o involuntarias, son en todo caso elementos constitutivos del narrador y del personaje Onofre Gil, “a pesar de lo zafio y brutal”, aunque solo sean expresión indirecta de su frágil sensibilidad sentimental, que le lleva a sentirse -por ejemplo, en la infancia- culpable por todo y hace que “adopte la aparente crueldad como defensa”. Dice Onofre: “Yo no era un ser dotado de especial tendencia a la crueldad. Todo lo contrario: era un ser de extremada, hasta enfermiza, sensibilidad, que sufría de mi culpa, que anhelaba no ser de nuevo culpable y para soslayar la recaída adoptaba la aparente crueldad como defensa” (3, p. 42).

Y una vez que ese discurso violento, de una soledad ilustrada (que no quiere decir sabia) pero irresolublemente desconsolada, ha sido escrito o leído; una vez que la hipocresía, el odio, la represión enfermiza, la agresividad, la culpa, las miserias de un personaje y de un tiempo y de un país han sido vomitadas (pues, a mi entender, ese “vómito” es el para qué de este Discurso), como el vómito no es más que un juego literario, todo lo veraz que se quiera, pero un juego, un como sí que no cambia, que tan solo apenas palpa la intimidad profunda del narrador (su soledad, su resentimiento, su agresividad y sus sentimientos de culpa), el protagonista opta por la solución radical, una, por cierto, que él no podrá narrar nunca: su suicidio. Cosa que sí podrá narrar el autor, Carlos Castilla del Pino. Y lo que indirectamente narra es algo así como “es preciso que Onofre Gil muera”. Preciso, por supuesto, para él. Es preciso que Onofre Gil muera; es preciso acabar con el discurso violento de esa soledad ilustrada, del personaje Onofre Gil, para que Carlos Castilla -el Autor, “el creador” de ese personaje- pueda acceder, sabiamente, a cierto disfrute de la vida.

Scientia, sapientia, infantia

Quiero terminar estas reflexiones con dos frases de presentación extraídas de las obras reseñadas y con una frase -también del propio Castilla del Pino-: un aforismo que aparece en su obra Aflorismos (7). Pienso que con ellas apuntalo indirectamente mis reflexiones anteriores. La primera frase precede al Discurso de Onofre y es una nota del Epistolario de Thomas Job: “… ¿de qué manera vivir en el mundo sin por lo menos demasiada angustia, con la mayor lucidez? (…) aprenda usted a no horrorizarse de sus propios pensamientos…”. La segunda es una de las notas (la última) que preceden a la presentación de Casa del olivo (2): “Nunca nada puede considerarse concluido”, ni siquiera, por supuesto, el sujeto que somos. Por cierto, Castilla del Pino extrae esta nota del Tagebuch, el diario que -según reconoce- comenzó a escribir en su tiempo de formación en Madrid. Y la tercera es el aforismo (aflorismo): “Envejecer tiene su ventaja: muchas cosas se ven como banales, como lo son en realidad, y se adquiere una ligereza que antes no se poseía”.

En el fondo, a mi entender, las tres frases resumen el paso de una agresiva soledad ilustrada, de un saber, de una scientia rabiosa y dolida, al estatus de sapientia, a la sabiduría que resumen una vida concreta que ya no ignora el hecho fáctico de la muerte. Palabras “de verdad, de sapientia”, parresía, palabras atravesadas por la Muerte, que logran armonizar la sabia serenidad de la vejez con la ligereza, la espontaneidad y el goce con el que los niños -infantia- se adentran en el mundo para ellos aún desconocido; un mundo en el que la vivencia de la propia existencia -con sus límites y sus quebrantos- puede adquirir ahora una nueva dimensión (realista y sabia, liviana): la de saber que la vida vivida es una totalidad apasionante, llena de recovecos y de momentos de todos los gustos, en la que el pasado se anuda con el futuro en un presente continuo, un presente que tuvo una puerta de entrada -el nacimiento- y que necesariamente tendrá una puerta de salida -la muerte-.

Y es a esa encrucijada a la que la sabiduría arrastra al autor, Carlos Castilla del Pino, a ese cruce de caminos entre la alegría de vivir (de saberse y vivenciarse vivo, de gozar del hecho de estar vivo y con los vivos) y la melancolía de lo perecedero (de saberse temporal y finito), a esa encrucijada entre la vida y la muerte, entre Eros y Tánatos, donde se juega la condición del sujeto, donde el sujeto -el hombre real, cada uno de los hombres y mujeres que han sido, que somos y que serán, y, entre ellos, por supuesto, nuestro autor, Carlos Castilla del Pino- funda su propia humanidad: una cierta alegría (y fraternidad) ante la vida, una cierta melancolía (y desprendimiento) ante la muerte.

Ni que decir tiene que, tal como hemos referido, no se puede confundir la sabiduría -sapientia- con el conocimiento -scientia-, es decir, con el cúmulo de datos y saberes más o menos académicos o enciclopédicos depositados en nuestra memoria (por cierto, con la edad, cada vez más maltrecha), sino con la sabiduría que emana de saber estar en el mundo; o sea, una actitud grácil ante las dificultades inherentes al hecho de vivir en la que se anuda el mayor o menor conocimiento que cada uno ha ido adquiriendo a lo largo de su vida con la vivencia gozosa del sentido de su propia existencia y con la capacidad para entender lo que es bueno, justo, bello, apetecible o aborrecible… Esa conjunción de conocimientos y entendimientos, incluido el entender al otro -la empatía-, el saber que el otro (tu interlocutor: que puede o no estar de acuerdo contigo, que puede o no compartir tus creencias y tus ideas, incluidas las políticas e ideológicas) es alguien como tú, que está hecho del mismo barro y que también él fue amamantado y cuidado por otro humano; que también como tú ese otro tiene su propia manera de percibir, pensar, sentir y actuar en el mundo, y que en su quehacer, en su modo de actuar y relacionarse con otras personas, también contigo, influye su propia historia, sus vivencias, sus miedos y emociones, su fortaleza y su fragilidad, su ser más o menos prudente o insensato… Esa es la sabiduría que impregna la autobiografía de Carlos Castilla del Pino y que lo aleja de Onofre Gil. Por cierto, el mejor ejemplo de esta sabiduría lo encontramos, a mi entender, en la tragedia de Sófocles Edipo en Colono (8). El primer párrafo de esa tragedia es ejemplar. Edipo -el que fuera poderoso rey de Tebas pero ya es un hombre viejo, ciego, pobre y enfermo- llega a Colono acompañado de su hija Antígona, en busca de un lugar tranquilo para morir, y exclama: “Hija de este anciano ciego, Antígona, ¿a qué región hemos llegado? ¿Qué gente habita la ciudad? ¿Quién hospedará en el día de hoy al errante Edipo, que no lleva más que pobreza? Poco, en verdad, es lo que pido y menos aún lo que traigo conmigo, y sin embargo, esto me basta. Los sufrimientos, la vejez y también mi índole propia me han enseñado a condescender con todo”.

“Condescender” con los otros, aceptar sus puntos de vista sin abjurar de los nuestros, acomodarse y congeniar en tanto que los otros -como dice el diccionario de la RAE- tienen genio, carácter o inclinaciones similares a las nuestras. Ya digo, eso es la sabiduría. O, por lo menos, así me pareció entenderlo tras leer Discurso de Onofre y la autobiografía de Carlos Castilla del Pino, y, sobre todo, a partir del tránsito de una obra (Discurso de Onofre) a otra (las memorias).

Bibliografía

1 Castilla del Pino C. Pretérito imperfecto. Barcelona: Tusquets Editores, 1997. [ Links ]

2 Castilla del Pino C. Casa del olivo. Barcelona: Tusquets Editores, 2004. [ Links ]

3 Castilla del Pino C. Discurso de Onofre. Barcelona: Ediciones Península, 1977. [ Links ]

4 Serna J. ¿Juventud, egolatría? Entrevista a Carlos Castilla del Pino. Pasajes. Revista de Pensamiento Contemporáneo 2003; 11: 67-75. [ Links ]

5 Jakobson R. Ensayos de lingüística general. Barcelona: Seix Barral, 1975. [ Links ]

6 Laín Entralgo P. Descargo de conciencia. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2003. [ Links ]

7 Castilla del Pino C. Aflorismos. Pensamientos póstumos. Barcelona: Tusquets Editores, 2011. [ Links ]

8 Sófocles. Edipo en Colono. Madrid: Editorial Gredos, 2000. [ Links ]

Recibido: 30 de Junio de 2023; Aprobado: 28 de Agosto de 2023

Correspondencia: josefabiorivas@hotmail.com

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