SUMARIO:
1.—Introducción. 2. —La polémica del agua fría en su aspecto ético. 3.—Las controversias de los médicos. 4.—Las muertes por beber agua fría. ¿Un tópico o un peligro real? 5.— El factor religioso: bebida fría, pecado mortal. 6.—A modo de conclusión.
1. Introducción *
Desde la Antigüedad al Renacimiento, en la tradición greco-latina y también en la árabe, no hay tratado de medicina que no contenga múltiples referencias al consumo de agua. El líquido elemento es bebida de primer orden y los textos médicos dedican buena parte de sus secciones de dietética a examinar sus tipos, procedencia, variedades, a la manera de obtenerla, a las condiciones que tiene que tener para ser potable y a los procedimientos para purificarla. Este aspecto es especialmente relevante en los tratadistas árabes del Medievo y tiene su lógica explicación, teniendo en cuenta la geografía de los lugares de origen de la mayoría de los autores. Pero también es muy significativo, tiempo después, el interés de los médicos renacentistas españoles por idénticas cuestiones, probablemente porque lo recomendable en esta materia no siempre se ajustaba a la realidad1; aunque se dedican muchas páginas a destacar sus bondades, por otra parte los tratadistas insisten y coinciden en resaltar los peligros de la falta de limpieza y salubridad de los lugares de los que se obtiene el agua. Lo ideal era el consumo directo de las fuentes y manantiales, siempre que fuera posible. Sin embargo, la situación estaba lejos de ser la deseada. En las grandes ciudades solía haber agua, pero en su mayoría era mala o estaba contaminada, y por lo tanto no era apta para el consumo humano. La mayor parte de la población captaba agua directamente de los ríos, con todos los riesgos que ello implica; todos los detritus urbanos iban a parar a los cauces. La buena agua solía estar en manos de una minoría de privilegiados, por lo que también servía para distinguir clases sociales. El agua de los manantiales se vendía, pero tampoco su transporte y almacenamiento se hacía en las mejores condiciones. A esto se añade que las fuentes públicas eran a menudo escasas, en función de la climatología unas veces se anegaban, otras se secaban, otras veces se usaban a la vez como lavaderos. Y tanto las conducciones como los desagües se estropeaban o saboteaban con frecuencia2.
Y si las características del agua consumida distinguían a ricos de pobres, no los diferenciaba menos la manera de tomarla, sobre todo en el estío y en latitudes como la española, y, en general, al sur de Europa: el agua buena, pero sobre todo fría, y en verano, no estaba al alcance de todo el mundo y muy pronto se convirtió en símbolo de estatus social. Realmente el hecho de poder disfrutar de bebida fría en cualquier época del año desde siempre constituyó una expresión de poder, durante la Edad Media y también en Roma3, pues las clases altas ya entonces disfrutaban de agua y de vino enfriados con la nieve que se traía desde los Alpes. En el mundo musulmán aparecen con más frecuencia aún las referencias al agua fría, desde Andalucía hasta Asia Central: una «ruta de la nieve», existente aún en el siglo XV, atravesaba más de 600 kilómetros de desierto para llevarla hasta los sultanes, pero hubo asimismo un activo comercio de la nieve en otros puntos del Mediterráneo4.
En principio se trataba de un privilegio reservado a los ricos; hablamos de un frescor cargado de connotaciones positivas, ligado al imaginario colectivo5, hasta que a partir de la segunda mitad del siglo XVI el consumo de la nieve se difunde extraordinariamente, tanto a nivel geográfico como a nivel social por todo el occidente europeo y especialmente en el sur. La nieve y el hielo se popularizaron y se convirtieron en una moda y también en artículos de primera necesidad. A partir del siglo XVI no había ciudad castellana que no contara con su contratista de la nieve6 para el abastecimiento urbano, con distintos puntos de venta establecidos al efecto. En verano se traía de los neveros naturales de las montañas y también se construyeron pozos de nieve artificiales para garantizar su conservación7, incluso en las casas particulares, donde también se usaba el salitre, y asimismo se idearon otros procedimientos más sencillos para evitar su temprana pérdida, como meterla entre pajas8. Pero, como todas las novedades y cambios, el afán por enfriar el agua y beberla helada pronto fue objeto de una famosa polémica que tuvo varios enfoques, desde el ético-filosófico, pasando por el estrictamente médico, hasta desembocar, sobre todo en la España del siglo XVII, en el aspecto religioso, como veremos a continuación.
2. Las polémica del agua fría en su aspecto ético
Poseemos en la literatura de la época un documento precioso para conocer los intereses y las expectativas intelectuales de los lectores cultos de mediados del siglo XVI9, así como los usos y costumbres tanto de España como de la Europa de su tiempo: los Diálogos o Coloquios de Mejía, donde también se pone de manifiesto que la moda de beber frío no solo estaba totalmente extendida en la sociedad española de la primera mitad del siglo XVI sino que era indicio de estatus social y de nivel económico en los banquetes, algo exótico10, en definitiva, con lo que se buscaba sorprender a huéspedes y comensales. Se trataba de un hábito cuyo gusto muchas veces se fingía más bien, por aparentar y por imitar a reyes y poderosos, aun a costa de grandes dispendios y de riesgos para la salud. Por ejemplo, en el primero de los Coloquios del Convite, se juntan seis interlocutores invitados a participar en un banquete. Uno de ellos, Baltasar, anticipo del gracioso de la comedia española del Siglo de Oro, como contrapunto a la erudición de los demás protagonistas a propósito de las normas de los banquetes del mundo antiguo, dice que lo único que él impondría como norma «es que se beva frío»11. En el segundo de estos dos coloquios se aborda de lleno esta cuestión, con disparidad de opiniones. Los seis protagonistas se dividen en tres bandos: unos defienden la bebida fría, el Maestro y Antonino censuran esta nueva moda y sus excesos, mientras que el anfitrión, don Bermudo, y Arnaldo, ocupan una posición intermedia. Para el Maestro no se trata tanto de un gusto del paladar como de una manera vanidosa de imitar a los grandes señores y a los reyes. Cuenta que se daba a veces la extravagancia de servir el agua tan fría que hasta había que calentarla para poder tomarla. Preguntado si en ello veía algún pecado, el Maestro contesta:
«Maestro: No, señor, sino lícito y cosa sabrosa y natural; … bever frio no es malo, mas los estremos nunca son buenos, y no creo que dexa de tocar en vicio y pecado poner tan excessivo cuidado en ello que venga, como ha venido, a tenerse por punto de honrra quién lo da o beve más frío, y el burlar de quien no lo procura, y aun alguna vez a fingirlo; porque no me ayude Dios si no sé yo hombre que le ha acaescido en su casa, porque le davan muy fría el agua, destemplarla cerca del brasero»12.
Antonino refuerza la opinión anterior y recuerda cómo todo es cuestión de modas: antes en verano el agua se enfriaba al aire y no se usaban procedimientos como la nieve o el salitre para enfriar, ni se construían pozos o sótanos al efecto, y tampoco se sufrían los males físicos que, en su opinión, son consecuencia de tanto enfriamiento.
«yo me acuerdo que oy ha treinta años no se tractava ni platicava esto como agora, y que nuestros padres, con ser más hombres de bien que nosotros, se contentavan en invierno con el frío común del tiempo y en verano con ponerlo al sereno, y no avía los estremos de agora, ni las invenciones de los salitres ni nieves, ni los pozos ni sótanos buscados en el infierno, de lo qual creo que vienen los pasmos y flaquezas del estómago, y las ijadas, piedras de riñones y detenimiento de urina y perlesías, que agora se usan más que nunca; y como dize el señor Maestro, esto hazen algunos porque lo veen usar y por hazer de los delicados y cortesanos».
Pero Baltasar insiste en que los gustos cambian, aunque Antonino replica que algunos simplemente fingen que les gusta por imitar a reyes y príncipes: «Ya os dixo el señor Maestro, y yo también, que algunos fingen gusto en esto del bever frío, … principalmente si lo veen hazer al rey o a los príncipes…».
Los partidarios del agua enfriada, a pesar de todo, quieren beberla así. El Maestro vuelve a insistir en que la bebida fría tiene nefastas consecuencias sobre el alma y también sobre el cuerpo; por un lado, conseguirla implica mucho tiempo, esfuerzo y dinero, por otro causa estragos en la salud:
«digo que estos salitres y nieves y estos estremos de fríos es curiosidad reprehensible, y aun tengo por dañosa a la salud de ánima y cuerpo. A lo primero, porque injusta cosa es que, por servir a un apetito y gusto, se gaste tanto tiempo, trabajo y costa como se haze algunas veces. La segunda, a la del cuerpo, porque ciertamente, como si comiéssemos una cosa muy caliente, quemando, nos faze grande daño y estrago, assí tengo por opinión que estos estremos de frío ofrenden y dañan, aunque no se sienta luego; y exemplo y prueva desto es el rejalgar y las otras ponçoñas que matan los hombres, no por más de porque son frías en tal grado que no lo sufre el temple de nuestra naturaleza. De tal manera que no sé por qué trabajamos de hazer ponçoña lo que es salud y medicina, sacándolo del punto seguro al estremo peligroso».
Finalmente, el anfitrión pone el término medio; le gusta beber frío pero no hace de ello una cuestión primordial, pues, con una postura un más estoica que epicúrea, piensa que así tampoco tendrá que echarla de menos si un día le falta:
«Don Bermudo: (…) me sabe muy bien lo frío, mas no me mato mucho por procurarlo, porque me paresce que con no andar muy delicado en esto ni muy cuidadoso, me ahorro de la passión y enojo que me daría el día que me faltasse».
Y Arnaldo da por terminada la discusión invitando a que cada uno haga lo que quiera.
A todo esto, hay que tener en cuenta que el diálogo se desenvuelve en un escenario muy concreto: la ciudad de Sevilla y en un día de mucho frío13, lo cual es bastante significativo al respecto de la posición que subyace en el texto ante esta debatida cuestión. Como puede verse, el hecho de que fuera una costumbre ya impuesta en la sociedad castellana, no quiere decir que fuera bien vista por todos. Los comensales de la obra de Pedro Mejía reflejan la disparidad de opiniones propia de su tiempo. No había acuerdo en este tema y el debate quedó reflejado en un puñado de monografías médicas renacentistas muy interesantes14 y de manera tangencial en algunos de los tratados más famosos de la época.
Las reticencias hacia el consumo de agua refrigerada de manera artificial también pasaban por el terreno de la ética en el caso de los médicos; un personaje como Cristóbal de Vega, catedrático en Alcalá y médico de la corte, en su monumental Liber de arte medendi, dedica algunos apartados al consumo del agua y se refiere a esta moda de beberla fría como una peste lamentable que condena, y escribe:
«Lamento la desgracia de nuestra época, pues veo que esta peste epicúrea ha devastado primero a los germanos, después a los flamencos y a los galos y ahora también mantiene a España en una tiranía sepultado el antiguo comedimiento de los españoles15».
Antes de entrar en cuestiones estrictamente sanitarias, este y otros galenos denuncian la falta de sobriedad y templanza, y la gula que demuestra el afán por tomar el agua y cualquier otra bebida fría (las referencias al vino suelen ir de la mano). Resulta paradigmático de este modo de pensar el médico placentino Luis de Toro (1569), alumno de Vega en la Universidad de Salamanca y autor de un opúsculo inédito acerca del enfriamiento de las bebidas16. No puede ser más explícito en su prólogo:
«Antes de escribir esto entendí abiertamente quán áspero negocio emprendía en querer persuadir la sobriedad y templança cerca del bever frío, mayormente en este tiempo donde á crecido tanto y produzido tan profundas raýces este vicio que casi es tenido por virtuosa costumbre y prenda de nobleza y cavallería. Y lo que peor es, que se dan ya razones, aunque sophísticas y apparentes, autorizadas con opiniones y glotonerías de médicos y aun, según he oído, cortesanos, con que fundan no solamente no dañar el enfriar con nieve y yelo, enpero ser provechoso y salutífero… es dura provincia contender con tan valiente contrario como la gula; y gula tan recibida y procurada como la nieve, cuya delectación y gustos tienen ya depravada y enhechizada la razón de los hombres17».
Y más adelante ve en estos usos una depravación de las costumbres que hace a los hombres más regalados y menos sufridos que sus antepasados:
«Y cierto que es cosa muy digna de llorar y que nos devría de causar vergüença ver que nuestros padres y abuelos, que eran mucho mejores que nosotros, ayan bibido alegres y contentos y sanos sin esta golosina y artificio de enfriar, y que seamos nosotros tan destemplados, mal suffridos y regalados y, lo que peor es, tan enemigos de nuestra propia salud, que … usemos novedades y artificios no endereçados para nuestra utilidad, sino para daño y perdición»18.
Sin embargo, no todos los expertos compartían esta opinión sino todo lo contrario. Hemos de destacar que precisamente el autor del primer tratado escrito sobre la nieve, Francisco Franco19, fue un médico sevillano amigo personal del escritor Pedro Mejía. No es casualidad que casi todos los médicos implicados en esta controversia escriban y publiquen sus obras en el sur de España, la mayoría de ellos en la populosa, y no menos calurosa, ciudad de Sevilla, lo cual nos lleva a comprender mejor el porqué de las razones expuestas por este autor en la obra que citamos. Para Franco se impone el pragmatismo: «No ay cosa que se yguale al consuelo que da un vaso de agua fria al que tiene sed» (fol. 2v). Es cuestión de utilidad, y más en la capital hispalense, a lo que se añade la autoridad de Avicena y hasta de las Sagradas Escrituras:
«Empero el enfriar con nieve es de mucha utilidad, y fueron las delicias de los antiguos. Ni puedo pensar qué son estos tan grandes miedos, ni de donde nascieron que tiene la gente noble de Sevilla, siendo assi que si en alguna parte de España ay necessidad deste regalo es Sevilla, pues en ella desde mayo dexa el sol de callentar y abrasa, ni se puede andar por las calles, (…) yo no puedo pensar qué mueva a algunos medicos a tener enemistad con la nieve, pues ella con mucha brevedad comunica a el agua una calidad sin la qual no puede ser buena, que es ser frigidissima, y Avicena dize que poca agua fria puede obrar lo que no obra mucha caliente, y en la sagrada escriptura pocas vezes se nombra el agua sin que diga como por particular epiteto suyo fría…(fol. 3v)».
El médico sevillano saca a colación a los autores antiguos, para los cuales fue ya signo de distinción el enfriamiento de bebidas y además de gusto por el buen vivir; por otra parte, también es prueba del ingenio humano, siempre agudizado por la necesidad, como bien dijo Marcial:
«Dexense de tener pendencia con la nieve, cosa de tanto precio, y tan estimada de los antiguos … gente de gran juyzio y que supieron inquirir el buen modo de bivir, hombres discretos y avisados, y que totalmente se ocupavan en bivir (…) No le parecio mal a Marcial quando dize que la sed ingeniosa ha inventado no bever nieve pero agua enfriada en nieve, desta manera: Non potare nivem sed aquam potare rigentem de nive commenta est ingeniosa sitis»20 (fol. 6r-6v).
De la misma opinión es Nicolás Monardes21, en cuyo breve tratado también esgrime razones de índole práctica que justifican el uso y disfrute del agua fría, muchas de las cuales comparte casi al pie de la letra con Franco, lo que hace suponer una lectura previa de su texto. Estas pueden sintetizarse en tres: la primera, que «se usa el día de hoy en todo el mundo» (fol. 9r)22; la segunda que en Sevilla es una necesidad por sus calores23; la tercera que aporta salud, gusto y contento frente a males, enfermedades y tristeza. Se trata, en definitiva, de una cuestión relacionada con la felicidad:
«Porque del bever enfriado con nieve se siguen salud, gusto y contentamiento, y del bever caliente, males, enfermedades y tristeza. Miremos cómo los antiguos pusieron tanta felicidad en bever frio, mayormente enfriado con nieve, y que eran gentes sabias y discretas y que con mucho cuydado procuravan su salud y conservacion, porque en esto y en sus honras y hazañas ponían la suma felicidad (fol. 37v)».
Ahora bien, más allá de los argumentos éticos a favor y en contra de esta nueva costumbre, fue en el terreno de la medicina donde tuvo su centro, y de manera más agria, la polémica que nos ocupa.
3. La polémica médica
Efectivamente a las cuestiones morales, en absoluto nuevas, si nos atenemos a la crítica que hizo Séneca de esta moda ya en tiempos de Nerón24, se unieron los motivos de índole científica favorables y contrarios al consumo de agua fría, razones dispares que dieron lugar a una controversia médica ampliamente difundida, la cual tuvo su punto álgido entre 1555 y 1576.
Los médicos que se alinean en el bando contrario a la bebida fría, tuvieron su primer abanderado en Andrés Laguna25; el médico segoviano explica cómo las cualidades del agua enfriada no son las mismas del agua en su estado natural y tienen consecuencias nefastas para la salud:
«El agua derretida del granizo, de la nieve y del yelo, es más que pestilencial, porque quando todas estas cosas se congelaron, se resolvieron las partes subtiles dellas, de suerte que restaron empedernecidas solamente las gruesas, las quales dentro del cuerpo havrán de engendrar por fuerça infinitas opilationes y enfermedades (p. 513)».
Con los mismos argumentos, poco después, el doctor Vega calificaba su uso de mortífero:
«Las aguas procedentes del deshielo de nieve o hielo se consideran las peores de todas, pues son muy grasas, ya que mientras se descongelan se escapa su parte más ligera. (…) Si el uso de la nieve sola o mezclada con vino se hace con frecuencia conllevará un gran riesgo de hidropesía, de mal estado físico derivado de la debilidad del hígado y del vientre y de dolor de cuello»26.
La autoridad de Hipócrates confirma sus asertos, como se pone de manifiesto en los comentarios del alcalaíno a los Aforismos27, en concreto al número 24 de la quinta sección:
Aphorismo 24: Las cosas frías, como la nieve y el hielo, son enemigas del pecho, provocan toses, hemorragias y catarros.
Comentario: Describe estos perjuicios del agua fría en extremo. En extremo se refiere a como son la nieve y el hielo. Esta ocasiona todos los males que se dijeron antes28 a propósito del agua fría. Pero de manera especial perjudica al pecho. Vemos a menudo que por beber agua fría los hombres presentan dificultades para respirar, se rompen las arterias del pulmón (…) también se provocan toses, ya que el tórax intenta expulsar la causa que le provoca el mal y estas toses dañan los vasos del pulmón (….) A esto se añaden hemorragias cuando los vasos se rompen. Además, con el agua fría como la nieve el cerebro se refrigera, se produce la afluencia de humores tenues y crudos que descienden al tórax desde el cerebro, al verse exprimido por el frío, como si fuera una esponja. Estos y muchos males similares puede producir la bebida de agua fría como la nieve o el hielo; pues debilita el vientre, los intestinos, la vejiga, y resta vigor a los músculos, provoca insensibilidad en los dientes y debilita la garganta. Pero ni siquiera esto temen los señores ilustres y poderosos de nuestro siglo, que no sólo en verano sino también en otoño e invierno beben el vino y el agua congelada con nieve y se vanaglorian de hacerlo aun contraviniendo a los médicos.
Frente a ellos, los partidarios siguen prácticamente los mismos argumentos, pero les dan la vuelta. Por ejemplo, Franco, a propósito del mismo aforismo hipocrático, y acaso por dar rienda suelta a una antigua enemistad con el catedrático alcalaíno, contra el que perdió unas oposiciones y cuya obra conocía sin duda, proclama en el tratado de la nieve:
«dize Hippocrates en la quinta particula de sus aphorismos comento vigissimo quarto que las cosas frias como la nieve y el yelo son enemigas del pecho y que hazen tosse y fluxo de sangre, y distilaciones. Deste lugar ninguna cosa se concluye contra nuestra determinación, porque habla de los que comen la misma nieve y el yelo, y esto ninguna persona amiga de su salud lo hará… Verdad es que yo de ninguna manera aconsejaré que las personas asmáticas, o que tengan el estómago flaco por frialdad o muy descarnado bevan enfriado con nieve, empero los sanos y bien dispuestos, porqué han de ser privados de tan gran regalo? (fol. 3v-4r)».
En 1576 vio la luz la que es quizá la monografía más completa sobre el tema, y desde nuestro punto de vista, la más «conciliadora», la de Françesc Micò29. El médico catalán a los argumentos ya señalados antes a favor del consumo de bebida fría, sobre todo a la extensión de este por el mundo conocido30, añade una sola objeción, inspirada en Galeno: hay que privar de esta costumbre a «los viejos, ninyos, y mugeres, y los achacosos de algunas enfermedades (…), y en especial de frialdad» (fol. 97r). Es decir, el determinismo fisiológico de corte galénico aconseja razonablemente no enfriar aún más aquellos temperamentos que de por sí son ya fríos y húmedos, y por lo tanto, débiles, en todos los sentidos31, como son los de las mujeres, los viejos y los niños. Incluso, como se señala en otro interesante texto que entra en este debate, el de Alonso Díez Daza32, debe actuarse con cautela en el caso de los jóvenes bachilleres, por su dedicación al estudio, pues mucho agua y fría en exceso humedece demasiado el cerebro, y por lo tanto le resta facultades.
En síntesis, desde el punto de vista de la literatura técnica, se asiste en el XVI a una divergencia de posiciones que puede resumirse del modo siguiente: las teorías más reticentes de Andrés Laguna y de Cristóbal de Vega, desgranadas en algunos capítulos de sus textos y que influyeron en la obra inédita del placentino Luis de Toro, dieron paso a otras más permisivas, cuando no claramente a favor del enfriamiento del agua y la bebida en general, por parte de los autores de monografías compuestas al efecto. La primera fue el mencionado opúsculo de Francisco Franco (también del año 1569), al que luego se sumaron los mencionados textos de Nicolás Monardes, Françesc Micó y Alonso Díez Daza. Si tuviéramos que destacar una doctrina común, fruto del galenismo de corte hipocrático imperante en la medicina renacentista, esta es la de no cometer excesos en la dieta que, en el caso que nos ocupa, se traduce en el peligro de un enfriamiento excesivo, lo cual para unos debe ser evitado a toda costa, mientras que para otros se puede graduar sin mayores consecuencias.
Pero, como asegura Justo Hernández, esta «batalla, que comenzó a entablarse a mediados del quinientos, estaba perdida de antemano para los detractores de este uso, porque el único libro que podía haber hecho mella tanto en la opinión médica como en la profana, el brillante diálogo castellano de Luis de Toro, nunca llegó a imprimirse»33.
Lejos de agotarse, el tema seguía dando qué hablar en España a comienzos del siglo XVII. El que puede considerarse primer divulgador científico español, Juan de Sorapán34, sintetiza el estado de la cuestión en una obra, cuyo punto de partida son los refranes y que es reflejo del humanismo ambiental, exponente de una cultura y una época que en España había empezado su decadencia. Los dichos populares de Sorapán no son más que una excusa para exponer sus conocimientos acerca de la salud, sustentados en las fuentes —numerosísimas— y en su extraordinaria cultura, la propia de lo que hoy sería considerado un divulgador —que no vulgarizador— de la medicina preventiva o un educador de la salud. El refrán 37, «comida fría, bebida caliente, nunca hicieron buen vientre», le ofrece la oportunidad de tratar sobre la bebida fría; desgrana todos los argumentos de las autoridades médicas contra los enemigos del agua fría, pero concluye que «no a todos hombres conviene bever frio, ni tampoco todos an de dexar de beverlo»35. Para ello establece siete condiciones: que se beba en tiempo de calor, la juventud, que se tenga «el estómago, hígado, y las demás partes internas con robusto calor», que el agua no sea excesivamente fría, que se beba muy despacio, que no se beban grandes cantidades de una sola vez y, por último, «que primero que bevan ayan comido»; es decir, que se tenga el estómago lleno.
4. Las muertes por beber agua fría. ¿Un tópico o un peligro real?
Mas, como hemos visto, la polémica que surge en el siglo XVI sobre la ingesta de agua fría no solo tiene que ver con los motivos médicos que apuntan a los peligros para la salud, derivados de los excesos, sino que gana terreno el motivo que podemos denominar «ideológico»: se trata de una costumbre licenciosa, que algunos piensan es importada del extranjero (aunque estuviera extendida desde el Medievo), signo inequívoco de lues epicurea36. Se bebe frío en Alemania, Flandes, Bohemia y Hungría37, se bebe frío en los burdeles, como se deduce de la literatura del Siglo de Oro español38, y, además, ha sido causa directa de la muerte de ilustres personajes, jóvenes ambos de vida más o menos disoluta: el Delfín de Francia y Felipe el Hermoso. Cada autor escoge a uno u otro protagonista: Andrés Laguna en su comentario a Dioscórides menciona la trágica muerte del primogénito de Francisco I, fallecido en 1536, pues quizá no le pareciera oportuno al médico segoviano mencionar al padre de Carlos V39:
De esta manera pues, y sin otra ponçoña pudo ser que muriesse el Delphín de Francia, por un gran jarro de agua fría que se bevió saliendo del juego de la pelota muy caluroso y sudando: no obstante que se atribuyó su muerte a veneno. Mata con mayor eficacia y presteza el agua que el vino, por razón de su frialdad y crudeza.
También se atribuyó a envenenamiento la repentina muerte de Felipe el Hermoso (acaecida en 1506), aunque los cronistas de la época cuentan, de la misma manera que en el caso anterior, el proceso sobrevenido tras el juego de un partido de pelota40 y la brusca ingesta de un jarro de agua fría. Luis de Toro, sin dar nombres, pone asimismo en boca de uno de los protagonistas de su diálogo los casos de muertes súbitas de las que ha sido testigo por este motivo: «No solamente cortesanos y caballeros, enpero perlados y eclesiásticos, cuyos nombres por su authoridad quiero callar»41. Antes que él su maestro Vega ya se había detenido en el mismo tema para criticar la costumbre de algunos jóvenes jugadores, muy esforzados, que ponen en riesgo su vida con semejante práctica42. Constatado o no el riesgo real, lo cierto es que se configura un caso clínico considerado «sorprendente» y muy repetido, una suerte de aviso para navegantes, que, en el estado actual de nuestras pesquisas, tiene su antecedente médico escrito en la relación de observationes médicas del florentino Antonio Benivieni (1443-1502)43; el caso XVI cuenta una muerte ocurrida por bebida de agua fría, y el número XVII otra por bebida de vino frío tras un partido de pelota:
«Un hombre muere por la bebida de agua muy fría. XVI
Antonio de Parma, un joven muy robusto, tras varios días de viaje bajo un sol de justicia en la época de más calor, enfermó finalmente de una fiebre tremenda y, como a consecuencia de ello, le entró una tremenda sed; tras beber agua muy fría, murió a las pocas horas.
Muerte por beber vino muy frío. XVII
Blas de Siena, amigo y condiscípulo nuestro, que se había sofocado jugando a la pelota durante un buen rato bajo un sol abrasador, sin esperar a que se le pasara la fatiga ni el sudor, bajó a un sótano donde estaba la bodega, apuró una copa de vino muy frío y, nada más beberlo, al instante se murió»44.
Semejantes sucesos, que implican una llamada de atención e invitación a la prudencia, se repiten en las Centurias del portugués Amato Lusitano (1511-1568)45, de manera «demasiado parecida», aunque en esta ocasión el proceso se relaciona con tres pacientes distintos. Curiosamente quien es considerado, y con razón, el primer autor completo de observationes y curationes renacentistas, faltando a su costumbre habitual, esta vez no menciona el nombre de los pacientes, ni la ciudad donde ocurren los hechos (tan solo dice que el primero era un joven romano) ni se acompaña el texto de los doctos scholia que suelen seguir a cada uno de los casos clínicos expuestos.
Curación sexagésima segunda46, en la que se trata de algunos que murieron por la bebida fría.
«Un joven romano, de buen porte y elevada estatura, tras jugar a la pelota, empapado en sudor, completamente mojado y fatigado se acercó al pozo para saciar su sed, tras calmarla con agua fría recién sacada por un caldero, allí mismo cayó a tierra y murió.
Conocimos a otro de los que trabajan en el campo, que, al volver a casa con los todos los poros del cuerpo abiertos y empapado, bebió un vaso del agua más fría y también murió. Y vimos a otro, que llegó a casa a la hora de más calor, bajó a la bodega y apuró una copa de vino puro frío y cayó desmayado, y su vida por muerte cambió».
Como vemos, hay demasiadas coincidencias. Así podemos decir que se configura un perfil del candidato a morir de semejante modo: jóvenes de apariencia atlética, sin enfermedad conocida, que juegan o realizan ejercicio bajo el sol del estío, que sienten sed, que sudan, se fatigan y toman la bebida (agua o vino) muy fría, tras lo cual mueren de manera súbita.
5. El factor religioso: bebida fría, pecado mortal
La polémica en torno al agua fría puede decirse que no acabó con la costumbre de beberla enfriada, y menos en las zonas donde apretaba más el calor en verano, por ejemplo, en Sevilla. Ni siquiera terminó con ella el miedo a sufrir una muerte repentina, contada en diversos relatos, ya fueran casos de pacientes anónimos, ficticios o ricos y famosos.
Pero tampoco dejó de considerase pecado de gula y vanidad el afán por consumir agua fría, tal como lo había expuesto el médico Luis de Toro47; es más, un siglo después, en pleno Barroco español, durante el siglo XVII, se da un paso más allá, de la mano de la religión, y esta especie de «culto al cuerpo», que suma al ejercicio físico el placer de la bebida helada, se contempla claramente como un pecado mortal. Se trata de un vicio capaz de hacer sufrir al difunto las penas del Purgatorio y, por ende, de privarle de una mejor vida ultraterrena y eterna. En 1666 se publica en Madrid (en la Imprenta de la viuda de Quiñones) la obra titulada Luz a los vivos y escarmiento en muertos del obispo de Osma y Virrey de la Nueva España Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659)48. En ella escribe una colección de casos relativos a las almas que no se han salvado por cometer diferentes pecados. El que nos interesa es el número 169 (fol. 270-272). En él se cuenta la aparición al obispo de un difunto que pide intercesión ante el Altísimo, ya que se encuentra purgando su culpa, esto es, el pecado de jugar a la pelota y beber frío:
«Otra vez se me apareció un difunto, llamandome por mi nombre, diziendo que no venía a espantarme sino a pedirme que lo encomendasse a Dios, (…) que estava en penas del Purgatorio. Traía en la mano una pelota de fuego y la lengua sacada y seca. Preguntéle: Por qué estás? Respondióme: Por el vicio que tuve de jugar a la pelota y de beber frio…
NOTAS: Este era un cavallero, señor de cierto lugar, y padecia de buena manera el entretenimiento de la pelota, y el deleite de la bebida.
Pues señor, porque jueguen a la pelota, porque beben frio, se han de ir las almas al Purgatorio? No han de beber estos hombres? No han de entretenerse?
(…) Que la lengua este regalada con lo frío del agua, y no se regale jamas con las alabanças diuinas, que en lo uno obre con vicio y exceso y en lo otro con pereza y olvido. Esso se paga con el Purgatorio.
(…) Y si assi padece el que con excesso bebe, cómo padecera el que con excesso vive? Si assi padece el que bebe agua fria pero clara con excesso, como padeceran los que beben tantas diferencias de aguas, llenas de diversas mixturas e ingredientes que suelen solo servir de cebar el apetito, quitanto muchas vezes la salud y la vida?»
Se imponía así pues la contención frente al pecado. Y, si puede ser, el sacrificio, como ilustran las mortificaciones a las que se sometía voluntariamente el franciscano aragonés Pedro Selleras Lázaro (1555-1622), luego contadas en su biografía49, todo un ejemplo de vida edificante. Entre las anécdotas publicadas sobre este santo fraile predicador se cuenta la privación de beber agua fría que se imponía a sí mismo, aun estando fatigado y sediento, para no acostumbrarse a lo bueno:
«Refiere el testigo (…) que viéndole en aquella apretura hizo refriar la bebida, y dándole el vaso se la tuvo en él un rato, y … mudóla hasta que se calentó, artificio de su mortificación. Tomando un traguito con ambas manos, aunque avía perdido la frialdad, levantó los ojos al Cielo, y dixo: Benedicite gelu et frigus, Domino. (…) y dio a entender que pedía perdón …50.
Algunas veces no le valían estas cautelas sinceríssimas, como se vio entrando fatigado en casa de una Hermana de la Orden. Esta notando su necesidad le dixo avía de beber frío … Viéndose apretado del empeño el siervo de Dios, intentó divertirla contándole algunos exemplos. La Hermana que notava se iba pasando la nieve, replicole diziendo: Acabe Padre, y trate de beber. El venerable Padre entonces trató de convencerla diziendo: Mire hermana, si el asno se acostumbra a este regalo, no avra quien lo quiete después»51.
6. A modo de conclusión
Está claro que el agua está presente en la dieta y que su ingesta diaria es una condición indispensable para la vida saludable. Lo mismo pensaron los galenos a lo largo de los siglos. Que debe encontrarse y preservarse en las mejores condiciones, también. Pero a partir del siglo XVI podemos decir que se produce un cambio importante en su consumo definitivamente popularizado: entra en juego un «adelanto» tecnológico, la refrigeración del agua y la bebida en general, un procedimiento conocido desde la Antigüedad y ya usado en la Edad Media, pero que se populariza, como tantos otros inventos de la Edad Moderna. No hace falta señalar que es la época de la imprenta, de las nuevas cartas de navegación, del nacimiento de la ingeniería moderna (pensemos en Juanelo Turriano, por ejemplo), de la exploración de nuevos territorios, de los descubrimientos anatómicos, etc.
Los avances siempre cuentan con defensores y detractores, de ahí que seamos testigos de arduas polémicas respecto al beber frío. Pero a nadie se le escapa que fue un adelanto, probablemente también una mejora en la calidad de vida en determinadas latitudes del Sur de Europa, y sobre todo de España, más en verano, y también un negocio lucrativo, una moda y una costumbre que llegó para quedarse definitivamente en la vida cotidiana. Una prueba de su extensión es que la polémica sobre el beber frío se desarrolla en escritos compuestos en lengua romance, y esto es muy significativo; lejos del latín, la lengua reservada a la ciencia, con los textos en vulgar se busca un público más amplio, no necesariamente iniciado en cuestiones médicas. También se escribe al respecto cultivando un género literario de moda en el Renacimiento: el diálogo. Esta ficción literaria, casi teatralizada, contribuye asimismo a una amplia difusión de la doctrina y por lo tanto a una mayor influencia sobre la opinión pública. Recordemos que, excepto el extremeño Toro, todos los tratadistas médicos que publicaron en romance castellano se muestran claramente a favor del consumo de agua fría y del uso de la nieve.
No obstante, es más que probable, tal y como hemos visto, que se cometieran muchos excesos por esnobismo en esta materia, y que, como todas las innovaciones, esta se mirara con recelo por diferentes motivos: morales, sanitarios y también religiosos. De la mano de un vicio vienen otros, tal y como señalan los ejemplos propuestos. De ahí que los médicos más conservadores y precavidos avisaran de los riesgos de una muerte súbita, contribuyendo a afianzar que la bebida fría, y no otro motivo, fue la causa y el detonante del fallecimiento repentino de personas jóvenes, conocidas y saludables pero de vida licenciosa. El miedo siempre es una forma de prevención, también en medicina.
Finalmente, queremos hacer la reflexión de que el agua no deja de ser un elemento tan simbólico como el vino, de ahí que con ella se persiga la salud del cuerpo y también la del espíritu, mediante los ejemplos que llaman a la contención y al sacrificio. El vino y el agua son «bebidas de salvación», y como tal aparecen en los textos bíblicos, pero lo mismo que sanan pueden matar52.