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Gaceta Sanitaria

versão impressa ISSN 0213-9111

Gac Sanit vol.18 no.1 Barcelona Jan./Fev. 2004

 

IN MEMORIAM


A Patxi Catalá

En 1981, yo estaba residiendo en aquella primera promoción de MIR de Medicina Familiar y Comunitaria en Madrid. Para ayudarnos a definir las dimensiones de salud pública en la entonces nueva especialidad, los residentes buscábamos ayuda, información y formación de múltiples personas. Entre las que más ayudaron estaban aquellas que, sólo unos pocos años mayores, habían empezado la renovación de la salud pública en España. Como se ha mencionado en otras partes, formaban parte de una generación que «creció en la esperanza de la política, de una mejor sanidad, de una mayor justicia social». Entre ellos estaba Patxi Catalá.

La siguiente vez que le encontré fue en Andalucía. Pablo Recio, el primer Consejero de Salud de la Junta, le había pedido que liderara la creación de la Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP). En aquella época, era importante que la inauguración fuera un 19 y no un 18 de julio. Patxi era un hombre culto e inteligente, pero no un teórico de la salud pública. Su principal valor era saber lo que quería, generar un equipo y tenacidad para lograrlo. Lo había demostrado en la universidad como delegado y en los distintos puestos en el Ministerio de Sanidad, como responsable de la renovación de la vigilancia epidemiológica, entre otras funciones.

Patxi no era una persona cómoda (que se lo digan a algunos de los que lo trataron y a los que tuvieron que negociar los distintos convenios colectivos con él), ni de fácil acceso (podía tardar meses en recibir a alguien), ni especialmente amable (no era raro el día que no te saludara al pasar).

Sin embargo, para desarrollar la EASP supo lograr que mucha gente confiara en él, los responsables de la Consejería y los que trabajábamos en ella. Sabía interpretar y manejar los deseos e intereses de todos para conseguir la credibilidad y los recursos que permitieran a la Escuela crecer y consolidarse. Y lo que es más importante, consiguió que personas muy diferentes trabajáramos con toda nuestras fuerzas para lograrlo.

Era un hombre tremendamente honesto. Nadie dudaba de su honradez. Tenía credibilidad y te podías fiar de él. Además, era sabida su falta total de protagonismo (que más de un apuro ocasionó en algún acto protocolario). Consiguió que todos los que trabajábamos en esa empresa pensáramos que era nuestra y que su supervivencia y desarrollo dependían de nuestro trabajo y buen hacer. Él no se apuntaba los tantos, pero los defendía, ¡vaya que si los defendía! Sufría preparándose los consejos de administración durante días y días, pidiendo memorias, revisando hoja por hoja, para arriba y para abajo..., y defendiendo y presentando el trabajo de todos. Y la gente sentía no sólo que participaba, sino que su trabajo era el que se presentaba, que era el de la Escuela. Todos éramos importantes. Quizá por eso nunca a nadie se le ocurrió llamarle «director» o «D. Francisco Javier», como mucho recuerdo algún visitante que lo llamó Don Patxi.

Pero ¿cuál era su mérito?, ¿qué hacía metido en su despacho? Escuchaba; escuchaba a los que íbamos a plantearle problemas, ideas, conflictos, proyectos, frustraciones. Como si fuéramos los únicos, sin barreras y como sus amigos. Con más o menos éxito, pero desde luego no en vano. Toda esa información le permitía tener una idea muy certera de qué y qué no podía hacer la institución. Conocía a las personas. Esa idea y su intuición le permitieron tomar decisiones arriesgadas en su momento. Decisiones estratégicas que, con el apoyo de la Consejería, del Servicio Andaluz de Salud y de los que trabajábamos con él, conformaron lo que hoy es la Escuela y su papel en la salud pública andaluza y española.

Una de las primeras fue la fusión en uno solo del Máster de Salud Pública («el de primaria») y el de Gestión Sanitaria («el de hospitales»). Definió la respuesta a un problema básico de nuestra sanidad: enseñar gestión a los salubristas y salud pública a los gestores. Y sirvió para colocar a la EASP en un lugar prácticamente único en la oferta académica.

Otra fue la decisión de apostar por un nuevo edificio de 10.000 metros cuadrados, una decisión atrevida que no todo el mundo entendió en aquella época. La llevó a cabo con el apoyo del Consejero Eduardo Rejón y significó un cambio cualitativo esencial. Las instalaciones de la EASP contribuyeron de forma esencial a su consolidación y posicionamiento como referencia en España y en Europa.

También llevó a cabo la profesionalización de la asesoría con la creación de un área específica, e incorporó para conducirla a Fernando Silió, que provenía del sector privado. Apostó por prestar servicios de consultoría de gestión que el propio Sistema de Salud demandaba, aunque para ello tuviera que romper con lenguajes y modos de la propia «casa» y muy ligados a la forma de ejercer la salud pública tradicional. «Tiempo de respuesta», «necesidades del cliente», «mercado» y «honorarios» pasaron a ser términos habituales en la forma de hacer de la EASP.

Y cómo no recordar la apuesta por la cooperación, la aventura que supusieron los primeros proyectos en la República Dominicana o en Angola y la importancia que adquirió la colaboración con la OPS. La proyección exterior y el prestigio vinieron después, pero sólo algunos sabemos el vértigo y las horas de trabajo que supuso todo aquello.

La Escuela Andaluza de Salud Pública fue y es un punto de referencia para muchos, de dentro y de fuera, de los que están y de los que estuvimos, de Andalucía, de España y de América Latina. Muchas personas han sido profesores y alumnos, han participado en sus jornadas y en sus reuniones y proyectos. Y toda esa gente participó porque identificaban a esa institución con trabajo, ilusión, apertura, realismo, libertad, creatividad, capacidad de reconocer errores e insuficiencias, buen gusto y lealtad. Y ése fue el mérito de Patxi Catalá. No sólo dirigir la EASP, sino conseguir que tuviera esas características, impregnarla de ellas. Es lo que algunos llaman liderazgo.

Esteban de Manuel Keenoy
Director Gerente
Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud.

 

Joaquín Pereira Candel

Desde estas páginas de GACETA SANITARIA queremos recordar a un compañero que falleció el 24 de noviembre de 2003: Joaquín Pereira Candel, profesor de la Escuela Nacional de Sanidad y Jefe del Área de Salud Internacional.

Joaquín Pereira llevó a cabo su carrera profesional en distintos y variados lugares: en Inspección Médica, desarrollando proyectos de planificación de diálisis y trasplante; en los equipos territoriales de inspección en Andalucía; en la Dirección Médica del Hospital de Valme, etc., para llegar en 1990, tras un ciclo formativo en la Escuela de Salud Pública de Rennes, al Instituto de Salud Carlos III.

En estos casi 13 años, Joaquín Pereira contribuyó al proyecto de desarrollo del Instituto y en 1994 se incorporó al Área de Salud Internacional de la Escuela Nacional de Sanidad, que pasó a dirigir en 1996 como Jefe de Departamento.

Desde esta responsabilidad fue capaz de poner en marcha un amplio elenco de iniciativas académicas: emprendió líneas de investigación en ámbitos como la medición de utilidades para evaluar discapacidades (Proyecto Biomed); impulsó sistemas de cálculo asistido de la carga de enfermedad (Programa informático de DALYS-Gesmor encargado por el BID); asesoró a distintos países iberoamericanos y europeos, así como a comunidades autónomas sobre el cálculo de la carga de enfermedad; participó en proyectos para estimar la carga de enfermedad en pacientes afectados por el VIH/sida, y un largo etcétera. También tuvo una prolífica actividad docente, particularmente expresada a través del Diploma (ya en su novena edición) y la Maestría en Salud Internacional que él dirigía; ambos han sido un semillero de ideas y profesionales que en la actualidad fructifican en todos los continentes. Y todo ello en conjunción con la propia creación cotidiana del Departamento de Salud Internacional como apuesta fundamental.

Es difícil describir a la persona en unas breves líneas. Algunas ideas pueden ayudar: Joaquín creía y practicaba la multidisciplinariedad; tenía una curiosidad científica y humana inagotable, que combinaba con una gran honestidad y humildad personal; ejercía con todos una inmensa generosidad intelectual, combinada con un desinterés real por la construcción de su propio currículo; su rigor intelectual le llevaba a rehacer los trabajos, a buscar para la clase la última cifra o concepto disponible, a no repetir casi nunca las mismas transparencias en dos promociones o ediciones de los cursos.

La obra y la huella que deja Joaquín es muy grande; en especial, su intento de buscar en la salud internacional una línea de proyección fundamental de la salud pública. Si hubiera que definir «salud internacional», muchos diríamos que es lo que hizo Joaquín Pereira durante toda su vida, o al menos en sus 10 últimos y apasionantes años.

Ricard Génova, Elena Álvarez
y José Ramón Repullo

Compañeros de Joaquín Pereira Candel en
la Escuela Nacional de Sanidad

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