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Archivos de la Sociedad Española de Oftalmología

versión impresa ISSN 0365-6691

Arch Soc Esp Oftalmol vol.79 no.1  ene. 2004

 

SECCIÓN HISTÓRICA


UN CURIOSO REMEDIO PARA LA CURACIÓN DE LA
AMAUROSIS (SIGLO XVIII)

LÓPEZ DE LETONA C1

En 1786 se definía a la amaurosis o gota serena como «La pérdida o disminución de la vista sin que en los ojos se descubra vicio alguno, dilatada la pupila o niña en algunos y quedando en otros natural, ya sea perfecta, en la cual nada ven; ya imperfecta en la que ven luz o bultos».

Poseemos otra breve definición del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (DRAE) en su edición de 1817: gota serena sería la privación total de la vista sin señal exterior ni visible de los ojos (glaucoma).

Resulta pues que el término aparece como algo confuso, ya que según la última definición parece identificarse con el glaucoma.

La Gaceta de Madrid, periódico oficioso de cuanto acontecía de interés en la capital de España, recogía en 1786 a este respecto una serie de curiosas noticias en las que D. Ignacio Serrano, protomédico de los Hospitales generales y de la Pasión de la Corte, en vista de lo ineficaces que resultaban los remedios usados contra esta afección se dedicó a buscar nuevas medidas terapéuticas, teniendo entonces noticia de las experiencias de un médico austríaco, el Dr. H. Collín del Hospital de Viena, el cual usaba con éxito «La planta llamada por los modernos árnica», inspirándose en las opiniones de otro autor: Pedro Bergio expuestas a su vez en un Tratado de Materia médica, concepto que responde a la actual Farmacología.

Usaba el árnica, conocida también con los nombres de Alisma o Caltha alpina o también Plantago alpino. El naturalista Linneo la denominó Arnica Montana o Fherio panacea.

Una vez más debemos recurrir al DRAE que nos informa que es una planta de la familia de las compuestas de raíz perenne, tallo de unos treinta centímetros de altura, hueco velloso y áspero. Sus ramas aparecen de dos en dos, simples, derechas y desnudas, terminando en una flor amarilla.

Las hojas son aovadas, semejantes a las del llanten, ásperas, lampiñas en el envés y con semillas de color pardo con un vílano que las rodea. La flor tiene un sabor acre y olor fuerte que hace estornudar.

En cualquier caso el árnica debió gozar de cierta fama, ya que la misma Gaceta de Madrid ofrecía a este respecto dos noticias de interés: una fechada el 30 de junio de 1786 en la que Domingo Novoa, boticario y ex-cirujano de Lugo, académico de la Real Academia Médico Quirúrgica matritense, había descubierto en las proximidades de su ciudad algunas matas de árnica. Debió dedicarse a venderlas porque «Admitía pedidos».

En la otra se nos hace saber que Manuel Gómez de Camaleño la ha descubierto también «En las elevadas eminencias de los alrededores de esta villa» (debe referirse a Madrid). Relataba el caso de una señora que quedó inconsciente y posteriormente ciega, se utilizó «El método del árnica y recuperó la vista a los seis días».

En la noticia a la que nos referíamos antes, el autor afirma haberla utilizado en seis ocasiones obteniendo éxito en todas ellas. Las dos primeras pacientes presentaban «Calentura ardiente espúrea» y «Calentura catarral maligna» respectivamente. En ambas ocasiones la fiebre «hizo metástasis» en los nervios ópticos, quedando ambas enfermas ciegas.

El tercer caso era el de otra mujer que presentaba «Lue venérea» la cual también había perdido la vista. El único hombre tratado fue el cuarto caso que padecía gota serena «Después de un insulto de alferecía» (con este último término puede referirse a convulsiones de posible etiología epiléptica).

Otra mujer, que ocupaba el quinto lugar en la referencia, presentaba «Insultos asmáticos convulsivos», quedó ciega pero «Curó mediante el uso del arnica».

También era mujer la última paciente, no afirma más que padecía ceguera y que sanó al administrársele árnica.

La metodología del tratamiento varió algo toda vez que del medicamento se administraba unas veces las flores y otras las hojas, aunque Ignacio Serrano pensaba que eran más eficaces las primeras que las segundas. Se administraron infusiones teiformes usando siempre agua mineral y vasos de cristal cerrados.

Las dosis variaban según la edad, temperamento, fuerzas y constitución, tal como también había hecho Collín.

Pero hay que señalar que además del arnica se usaron también sangrías, y un laxante ligero, todo ello acompañado de «Dos caldos previos». El tratamiento venía a durar unos ocho o diez días y se administraban dos tomas diarias de la infusión.

Todo esto que acabamos de exponer, visto desde la perspectiva actual, nos resulta todas luces fantástica, e incluso propio de charlatanes. Pero analizando pormenorizadamente cada caso nos damos cuenta de que las cegueras podían enmarcarse dentro de un proceso patológico algo más complicado, ya que los dos primeros casos podrían referirse a fiebres de etiología desconocida y el tercero a un proceso sifilítico.

Cabría plantearse entonces dos cuestiones: la primera si en realidad se trataba de auténticas curaciones y la segunda, que lo más probable se tratase de patología ocular menos grave, como conjuntivitis que sanasen por sí sola.

En cualquier caso hemos referido estas noticias halladas en nuestras investigaciones porque las consideramos de interés para el conocimiento actual.


1 IOBA. Valladolid. España.

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