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Archivos de la Sociedad Española de Oftalmología

versão impressa ISSN 0365-6691

Arch Soc Esp Oftalmol vol.80 no.8  Ago. 2005

 

SECCIÓN HISTÓRICA


REFERENCIAS OFTALMOLÓGICAS EN 
EL COMPENDIO DE MEDICINA (SIGLO XVII) (II)

LÓPEZ DE LETONA C1

Dentro de la obra que estamos considerando se recoge otro aspecto más cercano a la superstición que a la medicina, nos referimos al mal de ojo que según el autor «Infecciona a los hombres y sobre todo a las criaturas».

Habla enseguida de muertes repentinas de recién nacidos que se atribuían a «Averles hecho mal de ojo», los niños fallecían en realidad por causas desconocidas pero el lo achacaba al aojamiento provocado por personas con especiales poderes maléficos que ejercían a través de su vista. Se les llamaba también «fascinadores».

¿Puede admitirse la posibilidad de este aojamiento o mal de ojo? de la cuidadosa lectura del texto (Incompleto por cierto) podemos deducir que la opinión del autor era favorable a la existencia del citado mal de ojo.

Sin embargo muchos autores médicos de la época lo negaban de forma tajante, en especial Cristóbal de la Vega y otro al que llama Valles, es, muy probable que este último sea Francisco Valles, llamado «El Divino» quien llegó a ser médico de Felipe II, falleciendo en Burgos en 1592.

Ambos exponen sus opiniones en sendas obras escritas, la de Cristóbal de la Vega se titulaba Pasionibus animae y la de Valles Sacra Filosofía.

Nuestro autor refuta las opiniones de ambos médicos, personas que gozaban de un enorme prestigio en la época, citando a una serie de autores clásicos (Virgilio entre ellos) queriendo demostrar así la verdadera existencia de los aojamientos.

Quedan otros aspectos oftalmológicos que comentar: uno de ellos se refiere a la oftalmía dentro del cuadro general de la apoplejía a la que define como «Privación del sentido y movimiento en todo el cuerpo, síntoma de la acción abolita (sic) excepto la respiración».

Cita varios síntomas de la enfermedad entre ellos las convulsiones («Movimientos y síntomas de las partes nerviosas que se vuelven hacia su origen») pero también a la oftalmía.

Ésta viene a ser la inflamación total de ambos órganos visuales o bien solamente en uno de ellos. Se inflama la túnica esclerótica, las causas internas son la plenitud de la sangre en todo el cuerpo o en las venas de la cabeza.

Cita también la posibilidad de concurrir causas externas como el aire, el sol, el humo y el calor que producen o provocan dolor. La sucusión es importante en ambos ojos lo que impediría la vista.

Pero probablemente la parte más interesante de la obra, para nosotros, sea la de los remedios oculares que se comprende en el tratado octavo del cuarto libro y concretamente en los seis primeros números de la cuestión quinta.

Para las cicatrices de los ojos es buena la mirra, la orina humana, las heces del vino y las conchas terrestres, del mismo modo el producto machacado de una piedra llamada hematita por su color rojizo, se solía aplicar diluido en agua de rosas.

Más adelante hace mención a «Las nubes de los ojos» no sabemos si se refiere a las cataratas, acaso sean los leucomas; recomienda extractos de caña o la canela, el acacio o el incienso, también la carne de serpiente y otros curiosos e impensables remedios como el agua de guindas, estiércol de lagarto e incluso la lechuga silvestre, otra especia botánica denominada «centauro minor», el poso de la orina, el zafiro o los marrubios ...

Otra entidad patológica a la que se refiere son las uñas de los ojos, no sabemos exactamente de qué pueda tratarse acaso cornificaciones palpebrales o las legañas. Recomienda aquí la raíz de la glicurna o la boca de la sepia.

No podía dejar de hablar de las heridas oculares recientes, probablemente las incisas en los párpados o traumatismos.

Se podría utilizar la leche de procedencia humana con incienso, la sangre de la perdiz o de otras aves menores como la tórtola o la paloma. Igualmente leche de vaca mezclada con ralladura de hematites.

Las llagas de los ojos son también consideradas por nuestro autor, debe tratarse de las úlceras corneales.

Resulta evidente que debemos adecuar la terminología usada en la obra a los conceptos actuales y que en muchas ocasiones formulamos meras suposiciones.

Vuelve a referirse a curiosos remedios como el vapor de incienso o de trementina, también la mirra o el cuerno de ciervo quemado o leche de vaca, mezclada en esta ocasión con polvos de zafiro.

Donde ofrece más soluciones es en la última referencia dedicada a las inflamaciones oculares, da la impresión que se trata de un «Cajón de sastre» donde incluye patologías variadas.

Es bueno el humo de la pez, de incienso o flores de melocotón dispuestas en emplasto o azúcar fundido, también la verdolaga (¿lechuga?), calabaza o apio e incluso las hojas de mandrágora esta última planta dio lugar a una extensa literatura sobre sus propiedades curativas.

También la famosa «Tutia» planta medicinas que originó el famoso dicho de «No hay tu tia» (en el sentido de Tutia)... no se trata de la tía de nadie sino de esta especia vegetal.

¿Cómo interpretar toda esta larga lista de remedios vegetales que hoy nos parece cosa de curanderos? Evidentemente retrotrayéndonos a la fecha en que se escribió la obra en que la medicina científica no estaba aun del todo desarrollada y que en realidad quedaba aun muy influenciada por el curanderismo.

En suma se trata de una obra bastante primitiva con casi ninguna aportación novedosa pero que al menos ha merecido ver de nuevo la luz en estos tiempos.


1 IOBA. Valladolid.

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