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Psychosocial Intervention

versão On-line ISSN 2173-4712versão impressa ISSN 1132-0559

Psychosocial Intervention vol.19 no.3 Madrid Dez. 2010

 

 

Barrios de Riesgo, Estilos de Socialización Parental y Problemas de Conducta en Adolescentes

Neighborhood Risk, Parental Socialization Styles, and Adolescent Conduct Problems

 

 

Enrique Gracia, María C. Fuentes y Fernando García

Universidad de Valencia - España

Agradecimientos: Este artículo ha sido elaborado en el marco de los proyectos de innovación educativa UV20080565 y 72/DT/26, y la beca BC09-149, subvencionados por el Vicerrectorado de Convergencia Europea y Calidad de la Universidad de Valencia. También agradecemos la ayuda del Programa VALi+d para investigadores en formación (ACIF/2010/282) desarrollado por el Plan General Estratégico de Ciencia y Tecnología de la Comunidad Valenciana (2009-2013).

Dirección para correspondencia

 

 


RESUMEN

Este artículo tiene como objetivo analizar la influencia de los estilos parentales de socialización (autoritario, autorizativo, indulgente y negligente) y el nivel de riesgo percibido en el barrio en tres indicadores de problemas de conducta en la adolescencia (conducta escolar disruptiva, delincuencia y consumo de sustancias). La muestra está compuesta por 1.017 adolescentes, con edades comprendidas entre los 12 y 17 años. Los resultados obtenidos a partir de cuatro diseños factoriales multivariados revelaron únicamente efectos principales de los estilos parentales y del nivel de riesgo percibido en el barrio. Los adolescentes de padres indulgentes y autorizativos presentaron menores problemas de conducta que los hijos de padres autoritarios y negligentes. Asimismo, los mayores niveles de riesgo percibido en el barrio se asociaron significativamente a un mayor número de problemas conductuales. No se observaron efectos de interacción significativos entre los estilos parentales y la percepción de riesgo en el barrio, aunque sí se obtuvo una interacción significativa entre la percepción de riesgo y el sexo. En general, los resultados obtenidos no permiten afirmar que los estilos de socialización sean más efectivos en unas condiciones de riesgo que en otras, y sugieren que los entornos residenciales de riesgo influyen negativamente en el ajuste psicosocial de los adolescentes más allá de la influencia de los estilos parentales de socialización.

Palabras clave: adolescencia, estilos parentales, socialización, vecindarios de riesgo, problemas de conducta.


ABSTRACT

This article aims to analyze the influence of parental socialization styles (authoritarian, authoritative, indulgent and neglectful), and perceived neighborhood risk on three indicators of conduct problems in adolescence (school misconduct, delinquency, and drug use). The sample consists of 1,017 adolescents, aged between 12 and 17. Results from four multivariate factorial designs yielded only main effects of parenting styles and neighborhood risk. Adolescents from authoritative and indulgent families showed lower conduct problems than those with authoritarian and neglectful parents. Also, higher levels of perceived neighborhood risk were significantly associated with more conduct problems. There were no significant interaction effects between parenting styles and perceived neighborhood risk, but results yielded a significant interaction effect between neighborhood risk and sex. Overall, results do not support the idea that parenting styles are more effective under certain neighborhood risk conditions, and suggest that neighborhood risk influences adolescents' psychosocial adjustment beyond the influence of parental socialization styles.

Keywords: adolescence, conduct problems, neighborhood risk, parenting styles, socialization.


 

Introducción

La asociación entre entornos residenciales de riesgo y los problemas de conducta, tanto menores como severos, en niños y adolescentes ha sido respaldada de forma consistente por un amplio número de estudios (Beyers, Loeber, Wikström y Stouthamer-Loeber, 2001; Elliott, Wilson, Huizinga, Sampson, Elliott y Rankin, 1996; Ingoldsby y Shaw, 2002; Peeples y Loeber, 1994; Sellstrom y Bremberg, 2006; Simcha-Fagan y Schwartz, 1986; Winslow y Shaw, 2007). De la misma forma, otro resultado consistente en la literatura científica es la asociación entre las características de las familias, en particular las prácticas y los estilos de socialización, y el ajuste conductual de los hijos (e.g., Antolin, Oliva y Arranz, 2009; García y Gracia, 2010; Lamborn, Mounts, Steinberg y Dornbusch, 1991; Lila, García y Gracia, 2007; Loeber y Dishion, 1983; Maccoby, 2000; Oliva, Parra y Arranz, 2008; Parra y Oliva, 2006; Steinberg, 2001; Steinberg, Lamborn, Darling, Mounts y Dornbusch, 1994). Estas dos tradiciones de investigación hallaron un punto de encuentro cuando los investigadores comenzaron a explorar el rol de las variables familiares como posibles mediadoras de los efectos de las características de los vecindarios en el ajuste psicosocial de niños y adolescentes. Sin embargo, como han señalado Burton y Jarret (2000) en su revisión, a pesar del papel central que ha comenzado a ocupar la familia en el ámbito de investigación de los efectos de los barrios, el lugar de las familias en este campo es todavía relativamente marginal puesto que "pocos investigadores definen conceptualmente u operacionalmente de forma explícita los procesos familiares que exploran" (p. 1119). Los estilos parentales de socialización es uno de esos procesos. Es este sentido, en este trabajo se analizarán los estilos parentales utilizando un modelo bien establecido basado en dos dimensiones y cuatro tipologías, en lugar de evaluar prácticas parentales aisladas, como ha sido el caso en la mayoría de estudios disponibles. Utilizando una muestra comunitaria representativa, se explorará la asociación entre los estilos parentales y las percepciones de los adolescentes del riesgo en sus barrios de residencia con tres indicadores de problemas conductuales en la adolescencia (conducta escolar disruptiva, delincuencia y consumo de sustancias). A continuación se revisan algunos de los principales debates actuales en el estudio de las relaciones entre la conducta parental, los barrios de riesgo y el ajuste psicosocial de niños y adolescentes, con el objetivo de establecer el contexto teórico en el que se enmarca este estudio.

Variables de la conducta parental en la investigación de las influencias de los barrios

Al considerar el tamaño relativo de las influencias de las variables familiares y de los contextos residenciales, Leventhal y Brooks-Gunn (2000) concluyeron en su revisión que las variables familiares eran predictores más potentes del ajuste de niños y adolescentes, en comparación con los efectos, pequeños o moderados, de las variables de los contextos residenciales (ver también Brooks-Gunn, Duncan y Aber, 1997). No es sorprendente, por tanto, que en la literatura científica sobre los efectos de los barrios, las variables familiares, en particular la conducta parental, se haya considerado como una de las principales influencias (i.e., como variables mediadoras) que determinan la forma en que los contextos residenciales afectan a diversos aspectos del desarrollo psicosocial de niños y adolescentes (e.g., Burton y Jarret, 2002; Ingoldsby y Shaw, 2002; Leventhal y Brooks-Gunn, 2000; Roosa, Jones, Tein y Cree, 2003). Así, generalmente, se considera que la influencia de los barrios se produce fundamentalmente por su impacto en la conducta parental y en otras variables familiares (e.g., Beyers, Bates, Pettit y Dodge, 2003; Burton y Jarret, 2000; Cantillon, 2006; Kohen, Leventhal, Dahinten y McIntosh, 2008; Meyers y Miller, 2004; Pinderhughes, Nix, Foster y Jones, 2001; Rankin y Quane, 2002; Tolan, Gorman-Smith y Henry, 2003; Winslow y Shaw, 2007).

Con respecto a la conducta parental, de acuerdo con Leventhal y Brooks-Gunn (2000), "son dos las dimensiones que se consideran como posiblemente influenciables por el barrio de residencia, más allá de otras características familiares como los ingresos, la estructura familiar, el nivel educativo de las madres, la edad, y la raza o etnicidad. Estas dimensiones de la conducta parental son la responsividad/calor y la imposición/control" (p. 324). Un importante número de estudios ha vinculado estas dimensiones de la conducta parental a las características de los barrios, sugiriendo que los padres que residen en barrios desaventajados o de riesgo muestran niveles de imposición y control más elevados, y niveles de calor y afecto más bajos (ver revisiones de Burton y Jarret, 2000; Ingoldsby y Shaw, 2002; Leventhal y Brooks-Gunn, 2000; Roosa et al., 2003). Diversas investigaciones también han sugerido una asociación diferente entre la conducta parental y el ajuste de los hijos en función del tipo de barrio, señalando, por ejemplo, que los efectos de una elevada supervisión o control parental, o del castigo físico, son más beneficiosos en barrios de alto riesgo que en barrios de bajo riesgo (ver revisiones de Leventhal y Brooks-Gunn, 2000; Schonberg y Shaw, 2007a).

No obstante, el rol mediador de las variables de la conducta parental en la asociación entre la calidad del entorno residencial y el ajuste psicosocial de los hijos no está exento de debate. Diversos estudios no han apoyado empíricamente este rol mediador, observando, por el contrario, que la relación entre las características de la conducta parental y los indicadores del ajuste psicosocial es independiente del contexto residencial (e.g., Caughy, Nettles y O'Campo, 2008; Colder, Mott, Levy y Flay, 2000; Schonberg y Shaw, 2007a,b). En este sentido, se ha sugerido que es improbable que la conducta parental medie la influencia de los barrios en los niños y adolescentes bien porque las variaciones en las conductas parentales son pequeñas tanto intra como entre barrios (Cook, Shagle y Degirmencioglu, 1997) o, como ha propuesto Roosa et al. (2003), porque la conducta parental es un predictor independiente del desarrollo psicosocial (en lugar de un mediador o moderador de los efectos del barrio) que puede explicar las diferencias individuales que se producen entre los niños y adolescentes en un mismo barrio.

Otra limitación en la investigación de las relaciones entre la conducta parental, los barrios de residencia y el desarrollo psicosocial de los hijos, es la evaluación de una sola dimensión (o de prácticas asociadas a una única dimensión) de la conducta parental, en lugar de utilizar los estilos parentales de socialización, un acercamiento que implica la necesidad de combinar dos dimensiones ortogonales de la conducta parental (Darling y Steinberg, 1993; García y Gracia, 2010; Lamborn et al., 1991; Maccoby y Martin, 1983; Smetana, 1995; Steinberg, 2005). La literatura sobre conducta parental y resultados de la socialización en los hijos utiliza en general un modelo de evaluación de la socialización parental basado en dos dimensiones y cuatro tipologías (Maccoby y Martin, 1983). De acuerdo con este modelo, la dimensión de responsividad (denominada también implicación, calor, afecto o aceptación parental), y la dimensión de exigencia (denominada también como imposición, dureza o control parental) son teóricamente ortogonales (Darling y Steinberg, 1993; Lamborn et al., 1991; Maccoby y Martin, 1983; Smetana, 1995; Steinberg, 2005). La combinación de esas dos dimensiones permite establecer cuatro estilos parentales de socialización: autorizativo (alta responsividad y exigencia), autoritarios (baja responsividad y alta exigencia), indulgentes (alta responsividad y baja exigencia), y negligentes (baja responsividad y baja exigencia). De acuerdo con Lamborn et al. (1991), este modelo de cuatro tipologías subraya la necesidad de tener en cuenta la combinación de las dos dimensiones de la conducta parental para poder analizar de forma adecuada su influencia en la competencia y el ajuste psicosocial de los hijos. Sin embargo, la gran mayoría de estudios que han analizado conjuntamente la influencia de la conducta parental y los barrios de residencia en el ajuste psicosocial de niños y adolescentes, han utilizado una única dimensión de la conducta parental o diversas prácticas parentales asociadas a una misma dimensión (por ejemplo, la supervisión parental y el control conductual serían prácticas relacionadas con la dimensión de exigencia). Al utilizar aisladamente una única dimensión de la conducta parental (o varias prácticas parentales asociadas a una única dimensión), se ignoran las distinciones teóricas que aporta la combinación de dos dimensiones ortogonales de la conducta parental en estilos de socialización (e.g., variaciones en responsividad entre familias caracterizadas por bajos niveles de exigencia, o variaciones en exigencia entre familias caracterizadas por altos niveles de responsividad). Si no se tienen en cuenta los estilos parentales en el análisis de las relaciones entre la conducta parental, las condiciones de riesgo en los barrios y el ajuste psicosocial, el alcance de las conclusiones obtenidas puede quedar limitado, y podría ser una de las razones que expliquen los resultados contradictorios que se observan en la literatura disponible.

La percepción de riesgo en los barrios de residencia

Para examinar las influencias de los barrios de residencia en el ajuste psicosocial, los investigadores insisten cada vez más en la necesidad de prestar atención a las percepciones y experiencias individuales de las características de los vecindarios (e.g., Bámaca, Umaña-Taylor, Shin y Alfaro, 2005; Bowen, Bowen y Cook, 2000; Burton y Jarret, 2002; Cantillon, 2006; Cook et al., 1997; Jessor y Jessor, 1973; Musitu, y Cava, 2003; Roosa et al., 2003; Roosa, White, Zeiders y Tein, 2009). La investigación de las influencias de los barrios en niños y adolescentes ha utilizado, en gran medida, datos objetivos o de archivo (e.g., límites administrativos preestablecidos a partir del censo) para definir y medir la calidad del contexto del barrio. Aunque estos datos aportan información importante, ésta no se corresponde necesariamente con el barrio tal y como es percibido o experimentado por sus residentes. Los investigadores han señalado diversos problemas que pueden surgir al definir y medir los barrios a partir de estos datos, entre los que destaca el de su validez ecológica (Aber, 1994; Cantillon, 2006; Coulton, Korbin, Chan y Su, 2001; Coulton, Korbin y Su, 1996; Ingoldsby y Shaw, 2002). Asimismo, se han observado variaciones significativas entre los indicadores objetivos y subjetivos de las condiciones de los barrios (ver Roosa et al., 2009, para una revisión). Como han señalado estos autores "al confiar únicamente en indicadores objetivos de la calidad de los barrios, gran parte de la investigación disponible puede haber eliminado una importante fuente de diferencias individuales y familiares en las respuestas a las condiciones de los barrios" (Roosa et al., 2003, p. 60). De acuerdo con la perspectiva ecológica de Bronfenbrenner (1979), los residentes experimentan subjetivamente la ecología de su barrio y reaccionan a esas percepciones (ver también, Ross y Mirowsky, 1999). Por ejemplo, el modelo transaccional de las influencias de los barrios propuesto por Roosa et al. (2003), parte de estas ideas y sugiere que son las percepciones las que influyen en el ajuste a través de su impacto en el individuo y en los procesos familiares. Este es un aspecto importante a tener en cuenta cuando se explora la relación entre la calidad del barrio de residencia, la conducta parental y el ajuste psicosocial, puesto que con el uso de medidas objetivas o subjetivas se pueden estar describiendo diferentes procesos y, por tanto, pueden dar lugar a resultados distintos (Bámaca et al., 2005; Burton, Price-Spratlen y Beale-Spencer, 1997; Ingoldsby y Shaw, 2002; O'Neil, Parke y McDowell, 2001; Roosa et al., 2009).

En relación con lo anterior, otro aspecto importante en la investigación de las influencias de los barrios en el ajuste, es determinar cuáles son las percepciones más relevantes. Existe, en este sentido, un cierto acuerdo en considerar las percepciones de los niños y adolescentes como las más importantes para predecir el ajuste. De acuerdo con Cook et al. (1997), no sólo los padres y los hijos perciben los riesgos de un vecindario de forma diferente sino que "es la probabilidad percibida de que un entorno puede ser dañino lo que afecta al desarrollo" (p. 139). También Burton y Jarret (2000) han enfatizado la importancia de utilizar la perspectiva de los niños y adolescentes, puesto que consideran que la utilización de las percepciones de los padres podría dar lugar a una interpretación inapropiada de las influencias de los barrios y las familias en el desarrollo psicosocial. De nuevo, no es éste un tema menor, puesto que, como han enfatizado Bámaca et al. (2005), nuestra comprensión de las relaciones entre la calidad de los vecindarios, las variables de la conducta parental y el desarrollo psicosocial de los hijos puede depender de que se consideren o no las percepciones de los niños y adolescentes (ver también Bowen et al., 2000; Furstenberg y Hughes, 1997). Aunque con sus propias limitaciones, la evaluación de las características de los barrios en el nivel individual, como experiencias subjetivas (e.g., Colder et al., 2000; Gracia, García y Musitu, 1995; Gracia y Herrero, 2006; Gracia, Herrero, Lila y Fuente, 2009; Roosa, Deng, Ryu, Burrell, Tein, Jones, et al., 2005; Ross y Mirowsky, 2009), proporciona un acercamiento alternativo que evita algunos problemas señalados en la literatura como los sesgos de selección de la muestra, o la representatividad de las muestras como consecuencia de la selección de unidades geográficas predeterminadas (e.g., Aber, 1994; Burton y Jarret, 2000; Coulton, Crampton, Irwin, Spilsbury y Korbin, 2007; Duncan, Magnuson y Ludwig, 2004; Ingoldsby y Shaw, 2002; Roosa et al., 2003; Sampson, Morenoff y Gannon-Rowley, 2002; Winslow y Shaw, 2007).

El presente estudio

A partir de las ideas anteriores, en este trabajo analizamos los efectos principales y de interacción de los estilos parentales de socialización y del riesgo percibido en el barrio en tres indicadores de problemas de conducta en la adolescencia (conducta escolar disruptiva, delincuencia y consumo de sustancias). La potencial contribución de este estudio a la literatura disponible se basa en el acercamiento distinto a la evaluación de las variables de la conducta parental y del barrio que propone, y en la medida en que este acercamiento permite superar algunas de las limitaciones señaladas anteriormente. Así, para evaluar la conducta parental se utiliza el modelo de socialización de dos dimensiones y cuatro tipologías (autoritario, autorizativo, indulgente y negligente). Asimismo, para la evaluación del nivel de riesgo en el barrio, se utiliza una perspectiva subjetiva basada en las percepciones de los adolescentes. Finalmente, se opta por una estrategia de muestreo que no queda limitada por la selección predeterminada de unidades geográficas.

Con esta estrategia, este estudio pretende responder principalmente a dos preguntas de investigación: (1) ¿son los vecindarios de riesgo y los estilos parentales de socialización predictores independientes del ajuste conductual de los adolescentes, o son los estilos parentales una variable mediadora de la influencia de los vecindarios de riesgo en el ajuste conductual?; (2) ¿es la percepción de riesgo en el barrio una variable moderadora de la relación entre los estilos parentales y el ajuste óptimo de los adolescentes? En otros términos, ¿son algunos estilos parentales mejores en un tipo de barrio que en otro dependiendo de su nivel de riesgo? (e.g., que el estilo autoritario se asociara con mejores resultados de la socialización en un barrio de alto riesgo, pero no en uno de bajo riesgo). Además, para explorar estas relaciones, se tendrá en cuenta un conjunto de variables sociodemográficas (edad de los adolescentes, sexo, estructura familiar y nivel educativo de los padres) que se han identificado en la literatura como potencialmente relevantes (Ingoldsby y Shaw, 2002; Leventhal y Brooks-Gunn, 2000). Así, por ejemplo, se ha considerado que la influencia de las características de los barrios se produce a través de su influencia en la conducta parental durante la infancia y que sus efectos son más directos a medida que se incrementa la edad, al ser mayor la exposición a las características negativas de los barrios como la violencia o delincuencia (Ingoldsby y Shaw, 2002; Leventhal y Brooks-Gunn, 2000; Sampson, Raudenbush y Earls, 1997). En este sentido, el rango de edad en el presente estudio (edades comprendidas entre los 12 y los 17 años), permitirá explorar las posibles diferencias entre la adolescencia temprana y tardía. El género también se ha considerado como una variable que puede afectar a las influencias de las características de los barrios en el ajuste (Burton y Jarret, 2000). Sin embargo, como han señalado Kroneman, Loeber y Hipwell (2004), no puede asumirse que esta influencia afecte de la misma manera a los chicos que a las chicas y, como sugiere su revisión, el efecto de la influencia del barrio parece ser mayor para los chicos. La revisión de estos autores también sugiere la posibilidad de diferencias en la conducta parental entre chicos y chicas en barrios con mayor riesgo, reduciendo la exposición a factores negativos de las chicas e incrementando la de los chicos. Finalmente, este trabajo también tiene en cuenta la estructura familiar (padres biológicos vs. otras estructuras) y el nivel educativo de los padres, puesto que estas variables pueden estar asociadas a la disponibilidad de recursos en la familia. Un número mayor de recursos puede ayudar a proteger a los adolescentes de las influencias negativas de los vecindarios, determinando, por ejemplo, el barrio de residencia e influyendo, por tanto, en la percepción de riesgo (Roosa et al., 2005).

 

Método

Participantes y procedimiento

Para determinar el tamaño de la muestra se realizó un análisis de la potencia a priori presumiendo un tamaño del efecto bajo-medio (f = 0,14; estimado con los ANOVAs de Lamborn et al., 1991, pp. 1057-1060), con una potencia de 0,95 (α = 0,05; 1 – β = 0,95) para las pruebas F univariadas entre los cuatro estilos parentales, obteniéndose que la muestra tendría que tener un tamaño mínimo de 948 participantes (Erdfelder, Faul y Buchner, 1996; Faul, Erdfelder, Buchner y Lang, 2009; Faul, Erdfelder, Lang y Buchner, 2007; García, Pascual, Frías, Van Krunckelsven y Murgui, 2008).

Los datos se recogieron de 15 centros educativos seleccionados por muestreo aleatorio simple de un listado completo de una Comunidad Autónoma española (García, Frías y Pascual, 1999, p. 70). Según Kalton (1983) cuando los grupos (i.e., centros educativos) son seleccionados al azar, los elementos que componen los grupos (i.e., alumnos) serán similares a los que proporcionaría un sistema aleatorio. Diez centros escolares estaban ubicados en poblaciones con más de 50.000 habitantes (ocho públicos y dos concertados) y el resto en poblaciones menores (cuatro públicos y uno concertado). Se contactó con los directores de los centros (ninguno negó su participación) y se consiguieron los habituales permisos paternos (2% de desautorizaciones). El 96% de los alumnos completaron los instrumentos. Se recogieron en sobres cerrados y anónimos. La muestra fueron 1.017 participantes, 591 mujeres (58,1%) y 426 hombres (41,9%), con edades comprendidas entre los 12 y 17 años (M = 14,91; DT = 1,59).

Medidas

De interés para el presente estudio fueron varias variables demográficas, un índice para medir la socialización familiar, otro para evaluar la percepción de riesgo en el barrio, y un conjunto de criterios para medir los problemas conductuales.

Variables demográficas. Se recogieron los siguientes datos: sexo del hijo, fecha de nacimiento, curso académico, estructura familiar (viviendo con los padres biológicos vs. otras estructuras) y el nivel de estudios de los padres (con dos categorías: sin concluir el Bachiller y a partir de los estudios de Bachiller concluidos).

Escala de Estilos de Socialización Parental en Adolescentes -ESPA29- de Musitu y García (2001). Este instrumento está compuesto por 232 ítems que permiten evaluar los estilos de socialización familiar. Los adolescentes valoran la actuación de sus padres en 29 situaciones representativas de la vida cotidiana familiar en la cultura occidental: 16 hacen referencia a las conductas de los hijos que se ajustan a las normas familiares (e.g., "Si respeto los horarios establecidos en mi casa") y 13 referidas a cuando sus conductas son contrarias a dichas normas (e.g., "Si voy sucio y desastrado"). Para cada una de estas situaciones, los adolescentes valoran, con una escala de respuesta de 1 ("Nunca") a 4 ("Siempre"), cómo actúan sus padres en términos de afecto ("Me muestra cariño") e indiferencia ("Se muestra indiferente") ante los comportamientos ajustados; y en términos de diálogo ("Habla conmigo"), displicencia ("Le da igual"), coerción verbal ("Me riñe"), coerción física ("Me pega") y privación ("Me priva de algo") ante los comportamientos no adecuados a la norma. Con estas valoraciones se obtiene una medida global en las dimensiones del modelo de socialización: Aceptación/Implicación y Severidad/Imposición. A partir de estas puntuaciones se tipifica el estilo de socialización parental como autorizativo, indulgente, autoritario y negligente.

Su estructura factorial se ha confirmado en diferentes estudios (Martínez, Musitu, García y Camino, 2003; Musitu y García, 2001), así como la ortogonalidad de las dos dimensiones principales (Lim y Lim, 2003, p. 21; Musitu y García, 2001). El coeficiente alfa de las dos dimensiones principales fueron: aceptación/implicación, 0,967; y severidad/imposición, 0,948. En las siete subescalas: afecto, 0,950; indiferencia, 0,936; diálogo, 0,950; displicencia, 0,900; coerción verbal, 0,937; coerción física, 0,927; y privación, 0,941.

Percepción de riesgo en el barrio. El acercamiento que utilizamos para la medida del nivel de riesgo percibido en el barrio se basa en los informes de los residentes y, por tanto, se refiere al desorden percibido o informado por los participantes (ver Gracia y Herrero, 2006, 2007; Herrero y Gracia, 2005; Ross y Jang, 2000, para un acercamiento similar). Para la medida de esta variable se adaptó la escala de violencia en el barrio de Sampson et al. (1997). En esta escala se pregunta si en los últimos seis meses se han producido en el barrio de residencia alguna de las siguientes situaciones: peleas con armas, discusiones violentas entre vecinos, peleas entre bandas, agresiones sexuales o violaciones, y robos o asaltos a casas. La presencia de cada una de esas situaciones se suma para obtener una puntuación global de violencia percibida en el barrio con un rango de 0 a 5. El coeficiente alfa fue de 0,711.

Los problemas de conducta se evaluaron a través de tres índices: conducta escolar disruptiva, delincuencia y consumo de sustancias (tabaco y otras drogas) (Lambort et al., 1991). La conducta escolar disruptiva se midió con cinco elementos, con una escala de respuesta de 1 ("Nunca") a 3 ("Dos o más veces"), que indicaban gamberradas en el colegio (e.g., "Pegar a alguien o participar en peleas dentro del colegio/instituto"). La delincuencia, con ocho elementos, con una escala de respuesta igual a la anterior (de 1, nunca, a 3, dos o más veces), que implicaban hechos pre-delictivos o delictivos (e.g., "Dañar inmobiliario público"). Por último, el consumo de sustancias, con cuatro elementos, con una escala de respuesta de 1 ("Nada") a 4 ("Mucho"), que valoraban la cantidad de tabaco, alcohol, marihuana y otras sustancias que el adolescente había consumido en las últimas semanas (e.g., "En las últimas semanas ¿has consumido bebidas alcohólicas?"). Los coeficientes alfa de las escalas fueron: conducta escolar disruptiva, 0,604; delincuencia, 0,749; y consumo de sustancias, 0,745.

Análisis de datos

Para el análisis de las relaciones entre los estilos parentales de socialización y los problemas conductuales evaluados, es necesario, en primer lugar, obtener las medidas globales en las dos dimensiones principales del modelo de socialización. A partir de estas medidas se tipifica el estilo de socialización parental como autorizativo, indulgente, autoritario o negligente. Los estilos se definieron partiendo la muestra por la mediana (percentil 50) en cada eje del modelo bidimensional, teniendo en cuenta además, el sexo y la edad de los participantes; ya que las escalas de las variables que se utilizan para definir los ejes suelen variar según estas variables demográficas (Musitu y García, 2001). Se optó por este procedimiento porque el sistema de partición por los terciles (percentiles 33 y 66) implica una pérdida de tamaño muestral y, por ende, de la potencia. Existe evidencia de que los resultados que se obtienen dicotomizando la muestra a partir de la mediana son similares a los obtenidos por el sistema de partición por los terciles (véase Chao, 2001, p. 1836; Kremers, Brug, Vries y Engels, 2003, p. 46). Ambos sistemas únicamente asumen el supuesto de orden dentro de la muestra analizada (véase Frick, 1996), de manera que el estilo que indica una categoría es mayor o menor que el de otras categorías en uno de los ejes. Así, las familias autorizativas son las que puntúan por encima del percentil 50 en ambas dimensiones, las familias indulgentes puntúan por debajo del percentil 50 en severidad/imposición y por encima de éste en aceptación/implicación, las familias autoritarias puntúan por encima del percentil 50 en severidad/imposición y por debajo en aceptación/implicación; por último, las familias negligentes puntúan por debajo del percentil 50 en ambas dimensiones.

Para analizar las relaciones entre la percepción de riesgo en el barrio y los problemas de conducta, se utilizó el mismo procedimiento de partición por la mediana (percentil 50) para obtener dos grupos diferenciados: alta percepción de riesgo en el barrio vs. baja percepción de riesgo en el barrio.

Posteriormente, se aplicaron cuatro diseños factoriales multivariados (García et al., 1999) considerando los estilos de socialización parental, el nivel de riesgo percibido en el barrio, el sexo, el curso, la estructura familiar y el nivel de estudios de los padres. Por último, se aplicó la prueba post-hoc de Bonferroni, corrigiendo así la tasa del error de Tipo I.

 

Resultados

Estilos de socialización parental

Las dos dimensiones principales fueron relativamente ortogonales, r(n = 1017) = 0,14, r2 = 0,02, p < 0,001, y la distribución de las familias en los cuatro estilos fue estadísticamente homogénea, χ2(3) = 5,34, p > 0,05, también lo fueron la distribución cruzada con el sexo del hijo, χ2(3) = 0,13, p > 0,05, y con el curso, χ2(15) = 9,11, p > 0,05.

Análisis multivariados previos

Se aplicaron cuatro diseños factoriales multivariados (García et al., 1999) con el conjunto de variables criterio (véase Tabla 1). Al cruzar todos los factores el número de observaciones por celdilla en alguna combinación era muy pequeño, por lo que no se pudo aplicar un único diseño factorial. Además de los efectos principales, los resultados sólo indicaron un efecto de interacción estadísticamente significativo, α = 0,05.

Problemas de conducta y estilos parentales

Los tres índices de problemas conductuales mostraron diferencias estadísticamente significativas en función del estilo parental de socialización (ver Tabla 2). Los adolescentes que definieron a sus padres como autoritarios y negligentes (α = 0,05) obtuvieron las puntuaciones más altas en comparación con los adolescentes de familias indulgentes y autorizativas, correspondiendo, por tanto, a estos dos últimos los mejores índices de ajuste.

Problemas de conducta y percepción de riesgo en el barrio

Se obtuvieron diferencias estadísticamente significativas en los tres índices de problemas conductuales evaluados (ver Tabla 2). De acuerdo con nuestros resultados, los adolescentes que perciben alto riesgo en el barrio de residencia obtuvieron, en todos los casos, las puntuaciones más altas.

Efecto de interacción

Se obtuvo un efecto de interacción estadísticamente significativo entre la percepción de riesgo en el barrio y el sexo, F(3, 999) = 3,52, p < 0,05 (ver Tabla 1). Este efecto de interacción fue significativo en los tres índices evaluados: conducta escolar disruptiva, F(3, 1013) = 34,34, p < 0,001, delincuencia, F(3, 1013) = 21,14, p < 0,001, y consumo de sustancias, F(3, 1013) = 9,23, p < 0,001. Las pruebas de Bonferroni (α = 0,05) indicaron que las puntuaciones más altas en todos los índices se correspondían con los chicos que perciben alto riesgo en el barrio (conducta escolar disruptiva, M = 1,79, DT = 0,69, delincuencia, M = 1,65, DT = 0,64, y consumo de sustancias, M = 1,50, DT = 0,61) en comparación con el resto de grupos derivados de la combinación de estas dos variables (ver Figura 1).

Efectos principales de las variables demográficas

La conducta escolar disruptiva, F(1, 1015) = 63,37, p <0,001, y la delincuencia, F(1, 1015) = 38,19, p < 0,001, mostraron diferencias estadísticamente significativas en función del sexo, correspondiendo a los chicos las puntuaciones más altas en ambos índices (respectivamente: M = 1,66, DT = 0,64, M = 1,55, DT = 0,60, vs. M = 1,38, DT = 0,49, M = 1,35, DT = 0,41). En el nivel de estudios de los padres, todos los índices evaluados mostraron diferencias estadísticamente significativas: conducta escolar disruptiva, F(1, 1015) = 4,53, p <0,05; delincuencia, F(1, 1015) = 4,74, p < 0,05; y consumo de sustancias, F(1, 1015) = 6,15, p < 0,05. En los tres índices, los adolescentes cuyos padres no habían concluido el Bachiller obtuvieron las puntuaciones más altas (respectivamente: M = 1,55, DT = 0,60, M = 1,48, DT = 0,54, M = 1,43, DT = 0,58, vs. M = 1,47, DT = 0,55, M = 1,41, DT = 0,49, M = 1,35, DT = 0,49). En cuanto a la estructura familiar, únicamente la conducta escolar disruptiva mostró diferencias significativas, F(1, 1015) = 5,78, p <0,05, correspondiendo las puntuaciones más altas a los adolescentes que no viven con ambos padres biológicos (M = 1,58, DT = 0,63, vs. M = 1,47, DT = 0,56). Con respecto al curso, la conducta escolar disruptiva, F(5, 1011) = 4,11, p <0,01, la delincuencia, F(5, 1011) = 6,35, p <0,001, y el consumo de sustancias, F(5, 1011) = 17,17, p <0,001, mostraron diferencias estadísticamente significativas. Las pruebas de Bonferroni (a = 0,05) indicaron que: los adolescentes de 4º de ESO mostraban más conductas escolares disruptivas con respecto a los adolescentes de 1º, 2º y 3º de la ESO (respectivamente: M = 1,63, DT = 0,60, vs. M = 1,38, DT = 0,57, M = 1,44, DT = 0,57, M = 1,44, DT = 0,48); los adolescentes de 4º de ESO, 1º y 2º de Bachiller mostraban más conductas pre-delictivas o delictivas y mayor consumo de sustancias que los adolescentes de 1º, 2º y 3º de ESO (respectivamente, delincuencia: M = 1,54, DT = 0,49, M = 1,47, DT = 0,52, M = 1,52, DT = 0,55, vs. M = 1,26, DT = 0,47, M = 1,37, DT = 0,53, M = 1,38, DT = 0,47; consumo de sustancias: M = 1,49, DT = 0,59, M = 1,50, DT = 0,53, M = 1,54, DT = 0,56, vs. M = 1,13, DT = 0,40, M = 1,21, DT = 0,39, M = 1,29, DT = 0,46).

 

Discusión

Este estudio tenía como objetivo principal responder a dos preguntas de investigación. En primer lugar, ¿se relacionan los estilos parentales de socialización y el nivel de riesgo percibido en el barrio de residencia con los problemas de conducta en la adolescencia (conducta escolar disruptiva, delincuencia y consumo de sustancias) de forma independiente o interrelacionada? Y, en segundo lugar, ¿la relación entre los estilos parentales y los problemas de conducta cambian en función del nivel de riesgo percibido en el vecindario, de forma que un estilo de socialización sea más óptimo en un tipo de barrio que en otro? Además, también exploramos si en la relación entre las características del barrio, los estilos parentales y los problemas de conducta influían de forma significativa un conjunto de características sociodemográficas como la edad y el sexo de los adolescentes, la estructura familiar y el nivel educativo de los padres.

Con respecto a la primera pregunta de investigación, los resultados obtenidos revelaron únicamente efectos principales de los estilos parentales y del nivel de riesgo percibido en el barrio en los problemas de conducta de los adolescentes. En términos de su contribución independiente, nuestros resultados vuelven a subrayar, al igual que numerosos estudios previos, la importante influencia tanto de los vecindarios de riesgo (e.g. Ingoldsby y Shaw, 2002; Sellstrom y Bremberg, 2006; Winslow y Shaw, 2007), como de las prácticas y estilos parentales de socialización (e.g., García y Gracia, 2010; Lamborn et al., 1991; Lamborn, Dornbush y Steinberg, 1996; Steinberg, 2001), en los problemas de conducta en la adolescencia. Sin embargo, en nuestros resultados no se observaron efectos de interacción significativos entre los estilos parentales y la percepción de riesgo en el barrio.

Como se ha expuesto en la introducción de este trabajo, este estudio se enmarca en el debate de cómo las características de los vecindarios influyen en diversos ámbitos del ajuste psicosocial de los adolescentes (bien a través de su influencia en las familias, o de forma directa través de la exposición a factores como la violencia en el barrio). Aunque un conjunto de estudios sugieren que la influencia de los vecindarios de riesgo en el ajuste psicosocial se produce principalmente a través de su impacto en la conducta parental (e.g., Beyers et al., 2003; Cantillon, 2006; Kohen et al., 2008; Meyers y Miller, 2004; Pinderhughes et al., 2001; Rankin y Quane, 2002; Tolan et al., 2003; Winslow y Shaw 2007), la presente investigación no apoya los resultados de estos estudios y apuntan en la línea de otro conjunto de trabajos que, al igual que éste, no encuentran efectos mediadores (e.g., Caughy et al., 2008; Colder et al., 2000; Schonberg y Shaw, 2007a,b), sino que señalan que, tanto los vecindarios de riesgo, como los estilos parentales, contribuyen de forma independiente al desarrollo de los problemas de conducta en la adolescencia (Cook et al., 1997; Roosa et al., 2003).

Con respecto a la influencia de los estilos parentales en el ajuste conductual de los hijos adolescentes, existe un amplio acuerdo en subrayar la centralidad de las variables familiares en el desarrollo psicosocial de los hijos y, en concreto, existe una extensa literatura sobre la influencia de los estilos parentales en los problemas de conducta de los hijos, así como en otras áreas del desarrollo psicosocial, influencia que de nuevo queda ilustrada en este estudio (ver, por ejemplo, revisiones de Maccoby, 2000; Oliva, 2006; Steinberg, 2001). Aquí destacaremos únicamente el hecho de que nuestros resultados confirman de nuevo los obtenidos anteriormente en países del Sur de Europa y Latinoamericanos (García y Gracia, 2009, 2010; Gouveia, Albuquerque, Clemente y Espinosa, 2002; Martínez y García, 2007, 2008; Martínez, García y Yubero, 2007; Musitu y García, 2001, 2004; Villalobos, Cruz y Sánchez, 2004), así como en otros contextos culturales (Dor y Cohen-Fridel, 2010; Hindin, 2005; Kazemi, Ardabili y Solokian, 2010; Kim y Rhoner, 2002; Turkel y Tezer, 2008; Palut, 2009; Wolfradt, Hempel y Miles, 2003). Al igual que en otros estudios recientes (García y Gracia, 2009, 2010), los adolescentes que definieron a sus padres como indulgentes o autorizativos fueron los que presentaron menores problemas de conducta en los tres índices examinados, mientras que los hijos de padres autoritarios o negligentes fueron los que presentaron mayores problemas conductuales. Estos resultados contrastan con la investigación desarrollada en el ámbito anglosajón con muestras caucásicas de clase media donde se observa de forma sistemática que el estilo parental autorizativo es siempre el que mejor predice el ajuste psicosocial en los hijos. No era éste, sin embargo, el foco de atención de este estudio. Nuestra atención se dirigía a comprobar si los estilos parentales actuaban como variables mediadoras de la influencia de los barrios de riesgo en la conducta de los adolescentes. La respuesta, según nuestros resultados, es negativa y sugiere un efecto negativo de los barrios de riesgo en el ajuste conductual de los adolescentes que va más allá de la influencia de los estilos parentales en el comportamiento de los hijos adolescentes. En otras palabras, el efecto negativo de los barrios de riesgo no se produciría a través de su influencia en los estilos parentales (según un modelo mediador), sino que es independiente de los mismos.

Como no se obtuvieron efectos de interacción entre los estilos parentales y la percepción de riesgo en el barrio, la respuesta a la segunda pregunta de investigación que planteábamos en este estudio también es negativa, y no permite afirmar que algunos estilos de socialización sean más efectivos en unas condiciones de riesgo que en otras, como sugieren algunos estudios (ver Leventhal y Brooks-Gunn, 2000; Schonberg y Shaw, 2007a,b para una revisión). Es decir, el hecho de que los estilos autorizativo e indulgente se relacionen con niveles más bajos de problemas conductuales, y que los estilos autoritario y negligente se relacionen con los niveles más elevados en los tres indicadores de problemas conductuales (conducta escolar disruptiva, delincuencia y consumo de sustancias), no cambia en función del riesgo percibido en el barrio. En otros términos, los estilos parentales óptimos lo son independientemente de los niveles de riesgo percibidos en el barrio de residencia. Si bien la relación entre los estilos parentales y el ajuste se mantiene independientemente de las condiciones de riesgo en el barrio de residencia, de acuerdo con nuestros resultados, también es cierto que el riesgo percibido en el barrio influye negativamente en el ajuste del adolescente independientemente de los estilos de socialización de sus padres. En este sentido, podríamos considerar que, especialmente para los adolescentes con padres autoritarios y negligentes que tienen un peor ajuste, las condiciones desfavorables en el barrio de residencia, debido a su influencia independiente y negativa en el ajuste, añadiría un factor de riesgo adicional. Por otra parte, también podría considerarse que en un contexto residencial con altos niveles de riesgo percibido, los adolescentes con padres autorizativos e indulgentes, a pesar de mostrar un mayor ajuste en comparación con los estilos autoritario y negligente, se encontrarían en una situación de desventaja con respecto a aquellos adolescentes con padres autorizativos e indulgentes pero con bajos niveles de riesgo percibido en el vecindario. Es decir, también para estos adolescentes, en condiciones óptimas en términos de estilos parentales (estilos indulgente y autorizativo), las condiciones negativas del barrio de residencia añadirían un factor de riesgo.

Por otra parte, en nuestra exploración de la influencia potencial de las variables sociodemográficas en las relaciones entre estilo parentales, riesgo percibido en el vecindario y problemas de conducta, únicamente se obtuvo una interacción significativa entre las variables sexo y riesgo percibido en el barrio. De acuerdo con nuestros resultados, los chicos que percibían un mayor nivel de riesgo en su barrio obtuvieron puntuaciones significativamente más altas en los tres indicadores de problemas de conducta estudiados: conducta disruptiva en el aula, delincuencia y consumo de drogas. Sin embargo, esto no fue así para las chicas. Aunque las chicas adolescentes expresan en general un menor número de problemas de conducta que los chicos (ver revisiones de Fraser, 1996; Loeber, DeLamatre, Keenan y Zhang, 1998; Silverthorn y Frick, 1999; Kroneman et al., 2004), la influencia del riesgo percibido en el vecindario no fue la misma para los chicos que para las chicas. Nuestros resultados confirman la idea subrayada en la revisión de Kroneman et al. (2004) según la cual es más probable que un entorno residencial problemático impacte de forma más negativa en los chicos que en las chicas. Según Kroneman et al. (2004), una posible explicación a esta relación es que los chicos tienden a tener más compañeros de juego en el vecindario, tienden a jugar más fuera de casa y se sienten más identificados con el barrio donde residen. Estas son posibles explicaciones que, sin embargo, por la naturaleza de nuestros datos (son variables que nuestro estudio no contempla), no podemos confirmar. Por otro lado, nuestros resultados no permiten asumir como posible explicación de estas diferencias el hecho de que los padres traten de forma diferente a los hijos y a las hijas, ni que, según el nivel de riesgo percibido, traten de forma diferencial a los chicos y a las chicas, tal y como sugieren Kroneman et al. (2004). Nuestros resultados, en este sentido, podrían enmarcarse también en el contexto del retraso generalizado en la aparición de problemas de conducta en las chicas, con respecto a los chicos, propuesto por Silverthorn y Frick (1999). Estos son aspectos que merecen, no obstante, una mayor atención de la investigación puesto que los mecanismos que explican estas diferencias de género son todavía poco comprendidos.

Con respecto a las demás variables sociodemográficas exploradas se observaron únicamente efectos principales, por lo que la influencia de estas variables en los problemas de conducta de los adolescentes se produce independientemente de los estilos parentales de los padres y del nivel de riesgo percibido en el barrio, y en el sentido observado en otros estudios (García y Gracia, 2009, 2010; Loeber y Dishion, 1983; Loeber et al., 1998). Así, se observó unos mayores niveles de problemas de conducta entre los adolescentes de mayor edad, así como entre los adolescentes cuyos padres tenían un menor nivel educativo. Con respecto a la estructura familiar sólo se observó un mayor nivel de conductas disruptivas en el aula entre los adolescentes que no vivían con ambos padres biológicos.

En este estudio nos hemos centrado en las condiciones de riesgo en el barrio evaluadas a partir de las percepciones de los adolescentes de la presencia de diversas conductas violentas en el barrio (e.g., discusiones violentas, peleas entre bandas, agresiones sexuales o asaltos a casas), y hemos constatado cómo una elevada percepción de riesgo se relacionaba con mayores problemas de conducta en tres ámbitos. De acuerdo con la revisión de Ingoldsby y Shaw (2002), los efectos de la exposición a la violencia en el barrio de residencia afectan a los niños y adolescentes a través de diversos procesos que estos autores sintetizan en seis: alteración del desarrollo de la empatía hacia los otros, un incremento en la frustración y la ira al carecer de control sobre estos eventos estresantes, el aprendizaje de nuevas conductas agresivas o violentas, la aceptación de la agresión como una recurso habitual para la resolución de problemas, la facilitación de la desinhibición de las respuestas violentas, y promoviendo una desensibilización generalizada hacia las consecuencias de las conductas antisociales. Más allá de estos posibles mecanismos explicativos, el corpus teórico acumulado en la larga tradición de investigación sobre los efectos del barrio de residencia en el ajuste psicosocial de niños y adolescentes ofrece diversos modelos teóricos explicativos del efecto de las condiciones negativas de los barrios de residencia en el ajuste psicosocial de niños y adolescentes. Entre estas propuestas destacan los planteamientos realizados desde el marco teórico de la desorganización social (Shaw y McKay, 1942; Wilson, 1987), a partir de mecanismos como el control social o la eficacia colectiva (Sampson et al., 1997), o los modelos basados en los recursos institucionales, la socialización colectiva, el contagio, la competición y la deprivación propuestos por Jencks y Mayer (1990). Por razones obvias de espacio no podemos analizar estas propuestas detalladamente y el lector interesado puede remitirse a algunas de las excelentes revisiones disponibles (e.g., Ingoldsby y Shaw, 2002; Leventhal y Brooks-Gunn, 2000; Sampson et al., 2002).

En general, los resultados obtenidos en este estudio, subrayan el hecho de que más allá de la influencia de variables individuales (e.g. sexo, edad, nivel educativo de los padres), y familiares (e.g., estilos parentales de socialización), las características de los entornos residenciales que rodean a las familias (en nuestro estudio, el nivel de riesgo percibido en el barrio) constituyen asimismo un importante factor en el desarrollo y ajuste de los adolescentes. En este sentido, este trabajo ilustra, por una parte, la necesidad de marcos de comprensión del desarrollo humano más contextuales y ecológicos (Bronfenbrenner, 1979) que integren variables en distintos niveles explicativos y, por otra, la necesidad de una mayor convergencia y retroalimentación entre dos ámbitos de investigación, la socialización parental y los efectos de las características de los vecindarios. Desde el punto de vista de las implicaciones para la intervención, estos resultados apoyan la idea de que en un período fundamental del desarrollo humano como es la adolescencia, además de la importancia que tienen las estrategias de intervención para reducir los factores de riesgo del desarrollo psicosocial en el nivel individual y familiar, los entornos residenciales en los que el individuo y las familias se encuentran inmersos también pueden constituir un factor de riesgo que amenaza el ajuste del adolescente y que, por tanto, hay que incorporar este nivel de análisis en las estrategias de intervención y prevención del riesgo psicosocial.

El presente estudio aporta como avance relevante en el contexto de la investigación que analiza la influencia conjunta de las variables familiares y de los entornos residenciales en el ajuste de niños y adolescentes, la evaluación de la socialización parental a partir de un modelo de dos dimensiones ortogonales y cuatro estilos, una perspectiva que aporta una mayor complejidad y riqueza conceptual que otros acercamientos donde se evalúan únicamente prácticas parentales aisladas o varias prácticas relacionadas únicamente con una dimensión de la conducta parental, lo que supone una importante pérdida de información y puede conducir a resultados contradictorios. En este estudio también hemos optado por las experiencias individuales de los adolescentes de la violencia en su barrio como indicador de los niveles de riesgo percibido en el vecindario de residencia en lugar de utilizar indicadores administrativos de las características de los barrios. Este acercamiento, junto con un muestreo que evita la preselección de barrios a partir de unidades administrativas o por sus características de riesgo, nos ha permitido evitar algunas de las limitaciones señaladas en la literatura como son la falta de validez ecológica, o sesgos en la muestra como la autoselección. Obviamente, nuestro acercamiento también tiene limitaciones, pero ofrece un planteamiento y unas herramientas alternativas (estilos parentales, percepciones de los adolescentes del riesgo en el barrio, y una muestra no basada en unidades geográficas predeterminadas) para responder a cuestiones importantes en la comprensión de la influencia conjunta de las variables familiares y del contexto residencial en el desarrollo psicosocial de los adolescentes. Obviamente, en futuros estudios, la combinación de medidas objetivas y subjetivas, la incorporación de otras características y procesos en los vecindarios (características estructurales y culturales, eficacia colectiva, etc.), la incorporación de otras fuentes de influencia como los iguales, la obtención de datos de diversas fuentes, y la incorporación de diseños longitudinales, permitirá conocer mejor el funcionamiento de los predictores individuales, familiares y contextuales del ajuste psicosocial de niños y adolescentes.

 

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Dirección para correspondencia:
Enrique Gracia
Universidad de Valencia
Facultad de Psicología
Departamento de Psicología Social
Avda. Blasco Ibáñez 21
46010 Valencia (Spain).
E-mail: enrique.gracia@uv.es

Manuscrito Recibido: 06/04/2010
Revisión Recibida: 15/06/2010
Manuscrito Aceptado: 13/07/2010

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