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Index de Enfermería

On-line version ISSN 1699-5988Print version ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.15 n.55 Granada  2006

 

DIARIO DE CAMPO

 

Normal no más doy mi parto

My normal birth

 

 

Rosario Soto Bringas

Obstetriz, Docente Asociada, Programa Académico Profesional de Obstetricia y Puericultura,Universidad Andina del Cusco, Perú

Dirección para correspondencia

 

 

Creíamos que el parto debía ser atendido sólo en los servicios de salud y por obstetras, nos preguntábamos por qué no vienen las mujeres a los servicios de salud y por otro lado ellas se preguntaban por qué quieren llevarnos fuera de nuestras casas para dar a luz.

 

Recuerdo que cuando estaba realizando el servicio rural urbano marginal en el distrito de Marangani, provincia de Canchis, Cusco, me hacía la misma pregunta. Estaba casi dos meses esperando que las mujeres acudieran al servicio de salud, las pocas mujeres que acudían hablaban quechua, para mí, a pesar de haber estudiado en la universidad dos ciclos de éste, era imposible poder entablar una comunicación, generalmente pedía ayuda del personal técnico del establecimiento, que eran personas de la zona y hablaban perfectamente el idioma, a pesar de ello terminaba frustrada por no saber si lo que estaban hablando realmente estaba expresando lo que yo quería decir; esto me llevó a reflexionar sobre lo que estaba pasando.

Los conocimientos hasta ese momento adquiridos en la universidad casi no servían para nada, ya que era imposible entendernos, menos aún comprendernos con las mujeres de las comunidades campesinas de Maranganí, ellas daban a luz en sus casas, llevando acabo los rituales propios de la cultura andina, atendidas por parteros tradicionales o por sus familiares, no necesitaban de la atención de un obstetra, por lo que yo no era necesaria.

Me había preparado para atenderlas, sin embargo no podía cumplir con mi objetivo, siempre repetía la misma pregunta ¿si no atiendo los partos, cómo podré atender las otras actividades, como la planificación familiar, consejería, despistaje de cáncer ginecológico, etc.? que eran actividades que formaban parte de mi trabajo en el establecimiento de salud. Esto es importante porque siempre estamos preocupándonos por los números, las estadística, las metas y nuestra labor está siempre presionada por ello, olvidándonos que atendemos a seres humanos con costumbres, culturas diferentes, temores y que al igual que nosotros no nos entienden y es reciproco el desencuentro.

Una vez vinieron al establecimiento de salud vecinos de una señora que estaba en trabajo de parto y me dijeron que estaba dando a luz en su casa, así que preparé el maletín con guantes, estetoscopio y demás materiales que utilizamos para atender el parto y con la compañía de una amiga del pueblo que estaba estudiando en la universidad y que estaba de vacaciones; ella me ayudaba como intérprete, fuimos hasta el lugar que nos habían indicado.

Cuando llegamos a la casa, pedimos permiso para entrar, la casa era de adobe y techo de tejas, una sola habitación donde estaba su cocina y su dormitorio, piso de tierra, por el suelo correteaban unos cuyes y las gallinas, estaba oscuro, lleno de humo por el fogón encendido, sólo había una pequeña ventana de madera, y allí se encontraban la familia: el esposo, la suegra, la mamá de la gestante que estaba dando a luz y el partero, un señor que tendría más de 70 años, él era quien siempre atendía los partos de las mujeres del campo de Maranganí, porque las que vivían en el pueblo eran atendidas en el centro de salud o en el hospital que quedaba a media hora del pueblo, en la capital de la provincia.

A entrar a la casa me presenté, le dije al partero que sabía del trabajo que él hacía, que para mí era un honor conocerlo y sólo deseaba observar como él atendía, él me saludó y me dijo que sabía que trabajaba en el establecimiento de salud, había oído hablar de mí y si deseaba quedarme podía hacerlo, este diálogo se da en quechua traducido con la ayuda de mi amiga.

Durante el tiempo que observé al partero, la gestante estaba en una cama muy rústica y pobre, con un trapito amarrado en la cabeza, los familiares y el partero estaban picchando (masticando) coca, conversando, tomando un poco de licor, la mujer estaba echada en la cama, a veces caminaba. Después de unas horas sin intervenir en su conversación, pasando casi imperceptible por ellos, me retiré de la casa diciéndoles que estaba en el centro de salud por si se presentaba una emergencia, esto pasó en la tarde como desde las cuatro hasta las siete de la noche.

Ya en la madrugada, a eso de las tres de la mañana, tocan la puerta del centro de salud y dicen que vaya a ver a la gestante que se había complicado el parto, al llegar pregunté qué es lo que estaba pasando, el esposo de la señora dice que el parto se va a complicar y que deben llevar a la señora al hospital, les pregunto cómo saben eso, y ellos me responden que “ha salido en las hojas de coca”. Para mí esta fue la oportunidad que había estado esperando para atender un parto, examino a la señora, no había ningún signo de que se iba a complicar éste, les explico que en la madrugada es muy difícil conseguir carro para llevar a la señora hasta el hospital, y que me permitan atender el parto.

Convenzo a la familia y al partero para atender el parto y después de casi una hora se produce éste. En el campo luego que da a luz la mujer se le amarra un chumpi (cinturón tejido en telar con lana de alpaca) en la cintura, se preocupan mucho por amarrar la cintura muy fuerte con el chumpi, luego con un pedazo de lana torcida se amarra un extremo del cordón umbilical y luego se ata al pulgar del pie derecho, todo esto se hace para evitar que la placenta (que la llaman “paris” o “madre”) se suba al pecho buscando a su par o hermano y pueda quitarle el aire a la mujer y matarla.

Yo me dediqué a secar al bebé, ya que ellos estaban abocados a la madre, luego al examinar a la mujer observo que el útero no se contrae y está sangrando mucho, el partero decía que él lo había visto en la coca, comienza a quemar ají en la habitación, que además ya estaba llena de humo por el fogón, produciendo ardor, picazón y dificultad para respirar a todos nosotros, además pasaba alcohol con unas hierbas maceradas por la cabeza, fumaba un cigarro echando humo a la mujer, y yo estaba preocupada de poner una vía en la vena de la mujer con oxitocina para detener el sangrado, que no entrara en shock y dar masajes enérgicos en el útero para ayudar a que se contraiga.

El partero no me dejaba tocar el útero de la mujer ni dar masajes porque en el campo nunca tocan ni dan masajes en el útero y yo no lo dejaba que le amarrase más fuerte el chumpi, ni que fumase, ni quemase ají y otras hierbas, los dos queríamos hacer lo que sabíamos y habíamos aprendido, yo en la universidad, él de sus antepasados.

Nos estorbábamos el uno al otro, hasta que sin ponernos de acuerdo explícitamente, dejamos que cada uno hiciese lo que sabía y tenía que hacer, él con sus ritos y yo con los míos. Salvamos una vida, después de horas interminables o tal vez minutos, habíamos trabajado en equipo sin un acuerdo pactado explícitamente, cada uno respetando y reconociendo los saberes, la cultura del otro, todo fue válido, yo pensé que yo le había salvado la vida y él pensó que él la había salvado, lo cierto es que estaba una madre dando de lactar a su hijo, feliz, y aprendí una gran lección, ella echada en su humilde cama con su hijo en brazos respondió a mi mirada cansada, “así normal, normal no más doy mi parto”, sabias palabras para responder a las preguntas que me hacía del porqué no acudían al servicio de salud.

Dos saberes se encuentran presentes en la atención del embarazo, parto y puerperio tanto en las mujeres andinas y en los prestadores de salud, dependiendo de nosotros si estos saberes se complementan o se vuelven antagónicos, de allí que es un reto la interculturalidad en la atención de los servicios de salud.

 

 

Dirección para correspondencia:
E-mail: charosoto1@yahoo.es

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