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Index de Enfermería

versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.16 no.57 Granada nov. 2007

 

MISCELÁNEA

DIARIO DE CAMPO

 

Escuchar temores, para compartir decisiones

Listen fears, to share decisions

 

 

Rocío del Carmen Guillén Velasco

Prof. de Carrera Tiempo Completo, Sistema Universidad Abierta, ENEO-UNAM, México. roxy40_mx@yahoo.com.mx

 

 

En la práctica, muchas veces comprobé que debemos prestar atención cuando las personas nos mencionan su temor a morir por la necesidad de las enfermeras de aprender a escuchar e irnos integrando a la parte de los sentimientos. A tomar en cuenta las palabras, los gestos, la entonación.

 

Es interesante reconocer después de un tiempo, los argumentos que solemos usar para dar esperanza a los demás. En algunos casos son frases trilladas, en otros, son frases que nos salen del alma y tienen el poder de ayudar. En el pasado, cuando me desempeñaba como enfermera clínica en una institución que presta servicios oncológicos, me percaté de la cantidad de veces que en nuestro afán por ofrecer esperanzas o tratar de mejorar la calidad de vida a las personas, tendemos a decir “usted no se va a morir”, “con este tratamiento va estar mejor”, “si se deja hacer la cirugía se va a curar”, “échele ganas y verá como sale de ésta”, o cuestiones por el estilo. También me di cuenta de los sentimientos encontrados y de lo mal que nos sentimos cuando las cosas no van bien o sencillamente las personas toman la decisión de no hacer nada o se dejan ir.

Estando en una ocasión en el quirófano, ingresó un joven de 23 años a cirugía maxilofacial por un tumor en el malar. Había aprendido que la enfermera quirúrgica tenía que recibir al paciente al ingreso y que debía verificar que las condiciones físicas y emocionales de las personas fueran las mejores. Después de checar que el expediente estuviera completo, que la zona quirúrgica preparada, que sus exámenes de laboratorio estuvieran bien, que tuviera su identificación, no portara joyas y un largo etcétera, lo único que el joven suplicaba era que no se quería operar porque se iba a morir.

Oí lo que me decía pero no escuché. Sabía que debía operarse “porque si no se iba a morir de cáncer”; lo primero y único que se vino a mi mente fue decir: “usted no va morir, nosotros lo vamos cuidar”. Fue todo lo que hice pues era la primera de muchas cirugías que estaban programadas para ese día, tenía muchas ocupaciones y mi prioridad en ese momento no era precisamente escuchar al paciente y conocer sus miedos.

La cirugía estaba trascurriendo sin incidentes hasta que ocurrió uno y muy grave. Los tumores generalmente deforman los tejidos y no se puede identificar claramente cada uno de ellos, los médicos en el afán de quitar la mayor parte del tumor, seccionaron la carótida y no pudieron hacer nada por detener la hemorragia. Como suele suceder en estos casos, la situación de emergencia se extendió por el área quirúrgica (era muy raro que los pacientes fallecieran en las salas de operaciones) y todo eran carreras: la sangre, las pinzas, las compresas, las vías periféricas, los gritos, el miedo, el susto, la zozobra.

¿Qué sentí en ese momento? Tenía una angustia que me asfixiaba y una culpa terrible. Tenía la sensación de que no había cumplido la promesa de cuidar y algo en el ambiente estaba flotando (¿sería el alma?) y no me cansaba de repetir “perdón, perdón, perdón”.

Los médicos dieron por terminado su acto quirúrgico (o ¿acto heroico?) y nos dejaron a las enfermeras del quirófano la responsabilidad de dar los cuidados postmortem. ¿Qué hacer con un cuerpo inerte y que se desangraba? ¿Qué decirnos entre nosotras? ¿Cómo atender las necesidades de esa familia que había confiado en el sistema sanitario? ¿Cómo entender lo que pasó si yo estuviera en el lugar de los padres, de los hermanos, de la pareja que afuera albergaban la esperanza de que todo saliera bien?

Tenía que entender que la muerte es parte inherente de la vida y que debemos aceptar que somos finitos, pero el ver de cerca en mi más tierna juventud a la muerte y con sentimientos de culpa no aliviaba en nada mi estado anímico. Durante mucho tiempo este evento afectó mi vida y tuve que sobreponerme.

Hasta ese momento comprendí lo importante que podemos ser para la persona. Obviamente que enfrentarme a la realidad era totalmente diferente a lo que regularmente revisamos en la literatura. Esta experiencia fue particularmente importante en mi vida profesional pues a partir de ella nació un genuino interés en aprender a ser mejor persona y mejor enfermera, a escuchar y a tomar en consideración lo que las personas expresan, especialmente respecto a su temor a morir. Retomé lo que dice Alberoni respecto a esa necesidad de renacer, en experimentar el llamado estado naciente, saber mirar hacia delante pues en nuestro fuero íntimo sabemos que tenemos una meta (Alberoni F. El árbol de la vida. Gedisa Editorial. España. 1993:21).

En la práctica, muchas veces comprobé que debemos prestar atención cuando las personas nos mencionan su temor a morir no sólo con la intención de ayudar a tomar una mejor decisión en cuanto a los tratamientos que se indican y su derecho, en todo caso, a no llevarlos a cabo, sino también por la necesidad de los profesionales de enfermería de aprender a escuchar e ir perdiendo la parte prescriptiva del trabajo para irnos integrando a la parte de los sentimientos. A tomar en cuenta las palabras, los gestos, la entonación.

El proceso de morir y la muerte como otros temas cotidianos son soslayados o marginados de nuestra vida cotidiana porque se han convertido en tabúes o mitos y se nos da de manera más fácil la adscripción institucional. Creo que desde la formación debemos reivindicar los procesos vitales naturales insertos en el entorno cultural, lo que nos permitiría regresar a las personas su derecho a decidir y su derecho a procurar una muerte digna y tranquila.

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