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Index de Enfermería

versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.18 no.1 Granada ene./mar. 2009

 

MISCELÁNEA

DIARIO DE CAMPO

 

Contra los gusanos que pinchan el cuerpo

Against the worms that sting the body

 

 

José Ramón Loayssa Lara

Médico de Familia. Centro de Salud de Azpilagaña, Pamplona, Navarra, España. jloayssal@papps.org

 

 

“Siente que por todo el cuerpo se desplazan como unos gusanos que le ‘pinchan’ una vez aquí otra vez allá sin ninguna localización precisa. Asimismo ocasionalmente siente calor o frío en brazos ni piernas”.

 

La primera noticia que tuve de él fue un informe enviado desde una consulta de neurología. En éste el especialista escribía un resumen de los síntomas que el paciente relataba: “siente que por todo el cuerpo se desplazan como unos gusanos que le ‘pinchan’ una vez aquí otra vez allá sin ninguna localización precisa. Asimismo ocasionalmente siente calor o frío en brazos ni piernas”. El informe indicaba que se le habían realizado algunos estudios complementarios electrofisiológicos y de imagen cuyos resultados no indicaban patología alguna y eran compatibles con la normalidad. El informe concluía afirmando que el enfermo no presentaba ninguna patología de la especialidad.

Pocas semanas después el paciente de los gusanos que le corrían por el cuerpo acudió a mi consulta, venía a preguntar si habían llegado los resultados de las pruebas que le habían hecho en el Hospital. Como ocurre en muchas ocasiones en los servicios de atención especializada, no se le había citado para explicarle cual era la impresión del neurólogo ni sus conclusiones. La tarea era en estos momentos mía, tenía que convencer a un paciente al que no había visto con anterioridad (llevaba poco tiempo en esa plaza) que sus quejas eran inexplicables desde el punto de vista médico con el riesgo de que se sintiera incomprendido e incluso rechazado. Podría pensar, como estamos acostumbrados con muchos pacientes, que mi no saber qué es lo que le pasa, significa que niego la realidad de sus quejas e incluso que cuestiono su honradez y que de forma implícita afirmo que está fingiendo.

El día de la consulta un hombre se sentó frente a mí, no me pareció demasiado desconfiado, e incluso el tono de su pregunta sobre los resultados reflejaba una cierta esperanza de una respuesta satisfactoria. Travis tenía cuarenta años, negro, proveniente de Nigeria y que llevaba seis años en España. Trabajaba en la construcción de forma legal, no se había cumplido todavía dos años desde que había obtenido los “papeles”. Vivía con compañeros de origen africano, alguno de su país, el resto no.

La consulta no terminó satisfactoriamente, el paciente no entendía que afirmara que no se sabía qué es lo que le ocurría, pero que al mismo tiempo le dijera que no creía necesario realizarle nuevas pruebas. A esta consulta siguieron otras en las que el paciente planteó los mismos síntomas a los que se añadieron otros como “calambres” musculares nocturnos o “ataques” de sudoración profusa. Nuevamente de produjeron momentos de confusión y de decepción por parte de Travis. El insistía en sus quejas, y yo percibía su desilusión por mi falta de respuesta, pero nunca detecté agresividad. Un día insistió en que le pusiera un nombre a su enfermedad, le dije que mialgias (no es decir nada). Me pidió que se lo escribiera y que se lo tradujera al inglés.

Su castellano no era bueno, en muchas ocasiones recurríamos al inglés para intentar entendernos, aunque las dificultades de comunicación iban mucho más lejos y eran más profundas que los problemas de lenguaje. Durante las sucesivas consultas intenté aplicar diversas estrategias comunicativas que habían comentado en diversos cursos y publicaciones de entrevista clínica. Una de ellas fue solicitar al paciente que me explicará cual era desde su punto de vista el origen del problema. Me miraba sorprendido, manifestaba que no tenía ninguna idea definida de que le pasaba (¿no se atrevía a contarme sus elaboraciones?).

También intenté tranquilizar al paciente diciéndole que aunque no sabíamos qué es lo que tenía, sí sabíamos lo que no tenía y que habíamos descartado cuadros graves. “Conforme más tiempo pasa más seguros estamos que lo que te pasa no va a tener consecuencias importantes en tu salud”, le comentaba. Su actitud me comunicaba que seguía necesitando un nombre para la enfermedad, que “mialgias” no era suficiente, probablemente porque no lo asociaba a una causa que explicara porque le pasaba esto. La idea de los gusanos que le recorrían la piel era sugerente pero no sabía suficiente de su marco explicativo como para tratar de construir una explicación que siendo compatible con éste no tuviera consecuencias negativas para el control y seguimiento del paciente. Durante todo ese periodo, parcialmente fruto de una estrategia dirigida a buscar un foco paralelo de naturaleza más psicosocial, pero también del interés que me había despertado esta persona, supe un poco más de su vida, había llegado a la península desde el norte de África (no me precisó los detalles), le costó varios meses, en fin, la historia habitual, también la razón por la que escogió quedarse en esta ciudad: la presencia de un conocido de Nigeria. Los primeros años de trabajo fueron en autoempleo y trabajos ilegales incluyendo temporadas en labores agrícolas.

De su país sólo me dijo que allí vivía su madre que estaba enferma. Cuando lo comentaba parecía muy abatido. Un día me dijo que si a su madre que tosía podría mejorar con las pastillas que le había prescrito a él. Estaba tomando un tratamiento de quimioprofilaxis de TBC ya que tenía un Mantoux positivo con imágenes pulmonares residuales. Este tratamiento lo cumplimentó correctamente y sin mostrar signos de preocupaciones a pesar de nuestras explicaciones, de hecho no hizo demasiadas preguntas. Creo que incluso parecía como satisfecho porque estábamos haciendo algo por él.

Cuando las quejas iniciales fueron perdiendo fuerza, aunque siempre aclaró que no le habían desaparecido, le descubrimos una HTA a cuyos controles acudía puntualmente y nos daba la impresión de que seguía el tratamiento y las recomendaciones prescritas. La TA se controló a las pocas semanas. Tampoco en este caso insistió pidiendo explicaciones. Esta enfermedad parecía tener un nombre y ser conocida y habitual, no le preocupaba. Su “gusano” era algo más temido, siempre he pensado que para él era algo que tenía un significado que relacionaba con alguna causa, como algo que le había “envenenado la sangre”. Nunca pude lograr que me comentara sus temores concretos.

Durante unos meses las consultas se espaciaron. Seguía con sus controles con la enfermera por la TA con una evolución aceptable. Hasta que un día apareció con un informe de la Mutua. Había sufrido una lumbalgia mientras cargaba pesos en su trabajo. La Mutua había aceptado tratarle inicialmente y después de tres semanas de baja laboral le hicieron una Resonancia de Columna Lumbar. Ante los hallazgos poco significativos de esta exploración le habían propuesto volver a trabajar. Travis se había negado y venía a conocer mi opinión. Manifestaba que seguía con dolor y que tenía algo muy malo en su espalda, que estaba “rota”.

Le cité para una exploración completa, indagué sobre todos los antecedentes, sobre como había comenzado el dolor, qué estaba haciendo, etc. Luego le exploré y leí el informe de la Resonancia, que hablaba de desgarros en el ligamento amarillo y de ausencia de hernias discales. Un hallazgo sin gran trascendencia patológica. Nuevamente me encontraba en la misma situación que un año y medio antes con la dificultad añadida de una baja laboral. Nuevamente mis explicaciones sobre la necesidad de un manejo no farmacológico, de la inutilidad de nuevas exploraciones y pruebas chocaron con la incomprensión de Travis que protestaba (siempre de forma educada), e insistía en que tenía la espalda muy mal, que tenía algo roto.

Un día me pidió que le enviara a un servicio especializado en columna lumbar. Ese día debí perder un poco los nervios, porque cuando le estaba explicando que no creía que fuera necesario, ni que fuera beneficioso para su salud, me preguntó muy serio: “¿por qué estas enfadado?”. Como he dicho, nunca se comportaba agresivamente, pero lo cierto es que las consultas eran muy prolongadas. Accedí a enviarlo, le hice un volante pensando que las listas de espera retrasarían la consulta varios meses, pero por uno de esos sucesos que ocurren de vez en cuando (alguien había anulado una cita) le vieron en pocos días.

Antes de que el paciente volviera me llegó un e-mail del traumatólogo que le había visto. Me decía que había intentado explicarle al paciente que seguramente tendría que vivir con sus dolores de espalda el resto de su vida y que salvo cuidarse, evitando cargar pesos y posturas forzadas, hacer ejercicios (que le había recomendado) y tomar analgésicos cuando el dolor fuera intenso, no se podía hacer nada. Pero la razón del e-mail del especialista no era comunicarme sus apreciaciones médicas, sino comentarme el incidente que había tenido con el paciente. Cuando éste había expresado sus objeciones a las recomendaciones que se le habían hecho, el especialista se había tomado la molestia de explicarle detalladamente los resultados de la Resonancia e incluso cuando le pareció que el paciente no parecía convencido, le había remitido a rehabilitación y le había dado un tratamiento antiinflamatorio con un fármaco recién comercializado. Pero ante la sorpresa del especialista, que me confesaba que se había sentido triste por el desenlace, Travis le había dicho: “Doctor no quiero sus tratamientos porque usted no me ha tratado con cariño”.

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