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Index de Enfermería

versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.28 no.1-2 Granada ene./jun. 2019  Epub 09-Dic-2019

 

EDITORIAL

La Hermandad de la Capacha o el poder evocador de los símbolos

Manuel Amezcua1 

1Cátedra Index de Investigación en Cuidados de Salud, UCAM-Fundación Index, Granada, España.

Lo que sigue es una reflexión sobre la naturaleza simbólica de los objetos, porque los objetos pueden representar mucho más que la utilidad práctica que se les atribuye.

Los emblemas que más identifican a la profesión de Enfermería son la lámpara y la cofia. Ambos son objetos que se asocian al uso que se ha hecho de ellos en el mundo cotidiano de la enfermera y los dos evocan momentos señeros de la evolución histórica de la profesión. La lámpara reconoce la relevancia de la de Florence Nightingale como impulsora de la profesionalización de la enfermería en la época contemporánea. La Dama de la Lámpara, como se le viene representando en multitud de imágenes decimonónicas y también posteriores, se acompañaba de este objeto en sus rondas nocturnas del hospital de Scutari, en un trabajo abnegado y preciso en el cuidado de los soldados heridos durante la guerra de Crimea (Amezcua, 2009). Al adoptarla como símbolo se significa la necesidad de iluminar el ejercicio del cuidado a través de la claridad que proporciona el conocimiento, pues Florence sostuvo su reforma de la Enfermería en la capacidad transformadora de los saberes disciplinares. La cofia ha formado parte del uniforme clásico de la enfermera desde hace más de un siglo y por tanto es el más reconocible por la ciudadanía. En desuso creciente, especialmente en Europa, su utilización como objeto de representación tiende a incomodar a un sector de las enfermeras que la asocian a una historia reciente de dependencia y sumisión. No debiera ser así. La cofia, con la cruz roja estampada sobre el blanco almidonado, nos recuerda que las enfermeras fueron el colectivo que más contribuyó al nacimiento y desarrollo de la institución de la Cruz Roja, hasta el punto de que su evolución discurre en paralelo. Por lo tanto, la blanca cofia viene a simbolizar el compromiso ético y la vocación de servicio de la Enfermería.

Lo cierto es que cada época genera sus propios símbolos, que van cambiando en función del significado cultural que se atribuye a los objetos cotidianos. La lámpara y la cofia dejan así de contemplarse como lo que literalmente fueron para adoptar significados complejos en un doble uso convencional y simbólico. Pero ¿y anteriormente?, ¿qué otros objetos identificaban a las enfermeras y enfermeros en épocas pretéritas, antes de con figurarse como una profesión laica y eminentemente femenina? Dado que la Iglesia y más concretamente las confraternidades religiosas venían ejerciendo la práctica institucional del cuidado, lo primero que nos viene a la cabeza es el hábito de monja. Pero no es tan simple. Cada congregación de enfermeros ten-día a utilizar su propia simbología para diferenciarse de los otros (la granada de los juaninos, la cruz de los obregones, el corazón flameante de las hijas de la caridad, etc.).

Veamos el caso de los primeros, los hermanos hospitalarios de San Juan de Dios, que sin duda fue la congregación enfermera más influyente, tanto por su extraordinaria expansión por el mundo como por haber fijado el modelo renovado de la hospitalidad, generalizado por las demás confraternidades. Nos servirá de ejemplo para documentar cómo un objeto de uso común, en este caso una simple capacha, pasa a convertirse en un elemento simbólico, hasta el punto que durante muchos años, antes que su fundador fuera canonizado y por tanto sometido a culto, a sus seguidores se les conocía como los hermanos de la capacha (Laborde Vallverdu, 1982).

La capacha es el objeto principal que utilizaba Juan de Dios para proveerse de alimentos en el suministro de su hospital, que en los primeros tiempos era tan reducido y con tanta falta de recursos que tenía que sostenerse con las limosnas que su fundador demandaba de casa en casa entre el vecindario de Granada. Encontramos abundantes noticias sobre el uso de este objeto en el proceso de beatificación que se inició a Juan de Dios en 1622, a unos 70 años de su muerte. Casi medio millar de testigos, algunos de los cuales le conocieron en persona, proporcionan detalles muy descriptivos sobre su vida cotidiana, además de las notas biográficas escritas por cronistas coetáneos, como Francisco de Castro. Entre otros aspectos se refieren a cómo Juan de Dios (así llamaban popularmente en vida a Juan Ciudad) introdujo una nueva forma de limosnear: "tomó por estilo, llevar en el hombro a las espaldas un esportón, o capacha grande, en la cual recogía los pedazos de pan que le daban, y en las manos dos ollas asidas a un cordel, para echar la vianda" (Martínez Gil, 2006: 17-18). La capacha, capacho o capazo era una espuerta de fibras vegetales que se utilizaba para transportar alimentos (Real Academia, 1729; 2: 137).

Debió chocar bastante el particular estilo de limosnear de Juan de Dios entre los granadinos, pues los mismos testigos hablan de nueva invención, o sea, de una fórmula innovadora en su tiempo, que administraba con el dramatismo que imprimía a todos sus gestos (Amezcua, 2004): dando voces lastimeras por las calles y comprometiendo a la gente con su popular fórmula "hermanos, hagan bien para sí mismos". La cuestión era tocar la fibra sensible de la gente, haciéndoles ver que al favorecer a los más necesitados, en realidad se favorecían ellos mismos, pues según el principio de la caridad cristiana, la limosna tenía un efecto redentor, era la autopista para alcanzar la gloria. La fórmula debía ser muy efectiva, pues afirman los declarantes que "la gente salía a las puertas y ventanas, maravillada del nuevo modo de pedir, y unos le daban dineros, otros mantas viejas, otros pan, y otros carne, y de esta suerte, cuando tenía bastante limosna recogida, se volvía a su hospital, y repartía con sus pobres lo que traía" (Martínez Gil, 2006: 17-18).

Algunos testigos informaron de la manera tan peculiar en que Juan de Dios utilizaba su capacha para proveerse de bastimentos. Por ejemplo, era frecuente que algunas personas que le apreciaban le invitaran a sentarse a su mesa para compartir el almuerzo, pero dicen que él se negaba a hacerlo y les pedía que lo que hubieren de darle para comer, lo echasen a su capacha para llevárselo a sus hospitalizados (Martínez Gil, 2006: 626), y cuando sí aceptaba con alguna familia que le invitaba por la devoción y el respeto que le profesaban, afirman que "cuando comía echaba ceniza en lo que comía y guardaba en la capacha que siempre le traía a cuestas lo mejor de la comida diciendo esto para mis hermanos los pobres" (Martínez Gil, 2006: 622-623). Debía de apreciar mucho Juan de Dios su capacha y cuidaba que no se estropease: se cuenta que un mozalbete, por mofarse de él, le pidió que se revolcase en los charcos de la calle Zacatín, y antes de hacerlo por pura humildad, colocó su capacha cuidadosamente en la puerta de un zapatero para que no se maltratase con el lodo (Martínez Gil, 2006: 59).

Cuando se representa iconográficamente la capacha, aparece como un discreto zurrón que Juan de Dios lleva colgado a la bandolera. Los dos ejemplares que se exhiben en Granada, en el museo de los Pisa y en la basílica, realizadas con esparto muy remendado por lo viejas y gastadas, se atienen a este modelo. Se decía que a menudo Juan de Dios llevaba la capacha camino de su hospital cargada de bastimentos y algún pobre enfermo a cuestas que recogía de las calles (Castro, 1575: 78-79). Pero las necesidades de los pobres eran mucho mayores que lo que podían contener las ollas y la discreta capacha. Algunos que le vieron transitar con ella cuando limosneaba por las calles de Granada, hablan de un esportón de mayores dimensiones. De hecho, en alguna ocasión, en lugar de depósito de alimentos la utilizó para transportar hasta su empinado hospital a algún maltrecho enfermo recogido en la calle (Martínez Gil, 2006: 54). El juez Alonso de la Peña fue testigo de cómo Juan de Dios recogió de la bruñería de Plaza Nueva "un pobre viejo enfermo echado en el suelo que no se podía menear y luego el bendito padre lo metió en su misma capacha y se lo echó al hombro y se lo llevó a su hospital y otras veces vio hacer lo mismo" (Martínez Gil, 2006: 135). En otra ocasión la utilizó para llevar a las Gabias a una niña huérfana que le habían dejado, para entregarla a unos padres en adopción (Martínez Gil, 2006: 71), y otra vez, estando en el hospital de Albolote, socorrió a una mujer pobre que había parido mellizos y tomó uno de ellos, lo envolvió en unas mantillas y se lo llevó en la capacha a Granada para darlo a criar (Martínez Gil, 2006: 231).

El cronista de los Jerónimos afirma que Juan de Dios "andava con un capacho o espuerta a cuestas" (Sigüenza, 1600: 2:46), o sea que portaba su capacha por el hombro colgándole por la espalda, con lo que no tenía control visual sobre ella, lo cual, por su tamaño, le granjeó algunas contrariedades. Cierta vez, andando por la muy transitada cuesta de los Gomeres rozó sin querer con su capacha cargada de panes a un noble caballero y le derribó la capa, lo que le valió una tremenda bofetada del iracundo gentilhombre, aunque luego este le pidió perdón cuando supo que se trataba del afamado protector de los pobres (Martínez Gil, 2006: 70-71). El lance recuerda al golpe de capacho que refiere Lope de Vega en su Juicio de Dios: "No se mueva provada de nosotras / porque habrá capachazo temerario".

Debido a estas inconveniencias, cuando los hermanos fundaron el segundo hospital en la populosa villa de Madrid, cambiaron la costumbre de portar la capacha a cuestas y se acostumbraron a llevarla bajo el brazo para evitar tropezar con las numerosas personas principales que les beneficiaban (Castro, 1585: 88-89). Así que a los seguidores de Juan de Dios se les podía distinguir su origen en función de la manera de llevar la capacha, a las espaldas los de Granada y bajo el brazo los de Madrid (también había diferencias en el color del hábito, más oscuro los de la corte). Los andaluces seguían además una estética más próxima a la figura austera de Juan de Dios, como así lo atestiguaba el hermano Pedro Pecador, siempre descalzo, descaperuzado y capacha al hombro, cuya modestia le hizo renunciar a comer con sus hermanos en el refectorio del hospital de Antón Martín, cuando visitó la corte, conformándose con disipar en un rincón los mendrugos de pan duro que llevaba en su capacha (Castro, 1585: 116).

A la muerte de Juan de Dios, sus objetos fueron guardados como si fuesen reliquias. El propio Cristóbal de Pisa, dueño de la casa donde murió, reconoció "que la cinta con que se ceñía el bendito padre y la capacha con que pedía limosna para los pobres la habían encerrado como reliquias de una persona santa y que esperaban hacerle una caja y guardarla como lo hacía hasta allí" (Martínez Gil, 2006: 259). La capacha pasó muy pronto a formar parte de los iconos con los que se representaba a Juan de Dios, al menos en su primera época. El proceso de beatificación habla de cierta estampa que se imprimó en 1599 en Roma con licencia y privilegio del papa Sixto V, que estaba colocada en el coro del hospital de Antón Martín de Madrid, en la que figuraba en el modo en que el santo murió, de rodillas y con un crucifijo en las manos, y en la que además de algunas leyendas sobre pasajes de su vida se incluyeron las insignias que más se le asociaban: camas para los pobres, cepo para limosna y, cómo no, su cayada y su capacha (Martínez Gil, 2006: 52, 411). También el mercader de sedas Melchor Rodríguez afirmó haber visto una talla de Juan de Dios a la manera en que murió, con la capacha al hombro (Martínez Gil, 2006: 57).

De forma muy temprana, los primeros historiadores de la orden de San Juan de Dios, toman conciencia del valor simbólico de los escasos objetos que con figuraban el mundo cotidiano de su fundador, la capacha y el bastón, que Castro en su hagiografía equipara con la cruz con la que hubieron de cargar los hermanos que le sucedieron (Castro, 1585: 22-23). En sus primeras salidas, a los sucesores de Juan de Dios se les veía con sus hábitos, sus bastones blancos y su capacha acudir a la capilla de los Pisas en el convento de la Victoria, en cuya bóveda le enterraron, para encomendarse a él antes de salir a pedir limosna (Martínez Gil, 2006: 598). La capacha pasó a formar parte del uniforme con el que se identificaron los primeros hermanos que le siguieron, una túnica y capilla conjunta de sayal frailesco al que luego incorporaron un escapulario (Martínez Gil, 2006: 352-353), y según disponían las primitivas constituciones de 1585: "cuando salieren de casa llevarán una capacha al hombro de esparto, no mas larga de dos palmos y medio y una cayada en la mano" (Orden Hospitalaria, 1977:16). Este atributo les valió ser conocidos popularmente como los Hermanos de la Capacha, así aparece en los registros parroquiales, como el de San Miguel, en cuyo libro de bautismos se anota como compadre a un tal Juan Serrano, "de la capacha de Juan de Dios" (Gómez Moreno, 1950: 165). El agustino fay Jerónimo Román menciona el particular aspecto que tenían los seguidores de Juan de Dios, "los cuales andan con unos sacos y descalzos y a cuestas con unas talegas y serones, demandando limosna para sustentar hospitales y niños huérfanos" (Román, 1575; VI: 318, cit. por Gómez Moreno, 1950: 168). Dos centurias adelante, a los religiosos de San Juan de Dios todavía se les llamaba popularmente capachos, por el nombre con el que era conocida su religión, según testimonia el Diccionario de Autoridades: "Llama el vulgo a la Sagrada Religión de S. Juan de Dios, tomado de que en sus principios pedían y recogían sus Religiosos la limosna para los pobres en unas cestillas de palma, que en Andalu-cía llaman Capachas, que es donde tuvo principio esta Orden" (Real Academia Española, 1729; v.2:137).

La capacha se muestra en la literatura del siglo de oro como un símbolo de la virtud de la caridad. Así aparece en los enredos amorosos de doña Beatriz de Silva, de la comedia de Tirso de Molina, cuando utiliza la figura del hermano de Juan de Dios para referirse al cambio operado en don Juan: "Viendo, pues, su mal despacho / Don Juan, ha dado en capacho / y muda de trage, y vida" (Molina, s/f: 32). Con un sentido jocoso, también Jerónimo Cáncer menciona a los hospitalarios cuando pone dos familiares de uno de los personajes en la congregación: "Yo solo le hallo una tacha. / ¿Y es? Que tiene dos hermanos. / ¿En qué parte? En la capacha" (Cáncer y Velasco, 2000). En el Coloquio de los perros, Cervantes aprovecha la descripción de Cipión y Berganza, los dos implacables canes guardianes del hospital de la Resurrección de Valladolid, para destacar su mansedumbre cuando acompañan de noche a los juaninos a demandar limosnas: "Ya vuesa merced habrá visto –dijo el alférez- dos perros que con linternas andan de noche con los hermanos de la Capacha, alumbrándoles cuando piden limosna" (Cervantes, 1975 ed.; v. 2: 261). Posteriormente, Torres Villarroel también utiliza el término para referirse a la congregación de la hospitalidad: "Vamos con Dios, se oía / a visitar enfermos, y al socorro, / y cada cual se anima y no se empacha / pues le hace el general de la capacha" (Academia Española, 1936: 658).

Algunos autores han puesto de manifiesto el poder evocador que la capacha petitoria de Juan de Dios tiene para representar la importancia de su obra hospitalaria. El más vehemente de sus biógrafos, Agustín Laborde, la considera un símbolo del caminar limosnero, una especie de "caja fuerte del banco de la caridad" (Laborde Vallverdu, 1972: 240). También se ha dicho que la capacha sintetiza en un solo objeto el símbolo de los diversos derroteros por los que discurrió la actividad postulante juandediana, labor complementaria de la virtud de la hospitalidad (Larios Larios, 2006: 301). Pero también puede considerarse un objeto ligado a un momento señero en la historia de la enfermería, el que marca el comienzo de la reforma de un modelo hospitalario que encontrará su mayor esplendor en la modernidad, que diera lugar a la que hemos llamado la época áurea de la Enfermería, por los indudables avances que se operaron en este tiempo en su consolidación como profesión y disciplina del cuidado (Amezcua, 2017a).

En España, la enfermería se ha construido como disciplina a través de dos itinerarios: el de la ciencia y el de la conciencia (Amezcua, 2018). El primero es el más moderno y se deja influir por las corrientes reformadoras de Nightingale y el higienismo que se instaló en las postrimerías del siglo XIX (Santainés, 2015), experimentando un fuerte impulso en décadas posteriores con la acción de la Cruz Roja y el apoyo de la monarquía hispana. Hechos que reconocemos cuando adoptamos emblemas identitarios como la lámpara o la cofia blanca con la cruz roja. En épocas anteriores, los enfermeros que asentaron las bases disciplinares con la publicación de los primeros manuales de enfermería en el siglo XVII, lo hicieron movidos por la necesidad de combatir los efectos de la desigualdad humana ante la enfermedad y las aflicciones (Amezcua, 2017b). También ellos generaron sus propias enseñas corporativas, pero ¿cuál puede identificarse más con la enfermería? Situándonos frente al hospital de San Juan de Dios de Granada encontramos la clave. Rematando la portada renacentista de la institución que tuvo una influencia universal en la construcción del modelo renovado de la hospitalidad, aparece un elemento singular. Sobre la imagen del fundador, esculpida en un medallón de mármol blanco embutido sobre un frontón partido, aparece una figura muy estilizada: es la capacha de Juan de Dios, que está enmarcada con la leyenda "¿QUIEN HACE BIEN PARA SI MISMO?". Sin duda es el icono de la enfermería de la época áurea.

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