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Index de Enfermería

versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.29 no.1-2 Granada ene./jun. 2020  Epub 19-Oct-2020

 

Diario de campo

¿Regresaremos a casa? Cuando el coronavirus se hace presente en Atención Primaria

Mercedes Terrero Varilla1 

1Distrito de Atención Primaria Aljarafe. Sanlúcar la Mayor, Sevilla, España.

Comenzó con la proclamación del estado de alarma por el gobierno a partir del sábado 14 de marzo. Antes, no fuimos conscientes del problema en Andalucía, hasta la situación obligada de confinamiento, aunque lo veíamos anunciado en comunidades como el País Vasco o Madrid. A partir de entonces comenzamos a vivir una auténtica revolución de la atención primaria nunca antes vivida, al menos en tan poco tiempo.

Cuando pensábamos que los cambios suponían un esfuerzo en tiempo y educación de la población, cuando cada paso, cada petición de herramientas o de cobertura de necesidades, suponía una burocracia tremenda y absurda, hemos vivido en tan solo tres semanas la mayor revolución en cuanto a cambios se refiere en los últimos años o décadas. Digamos que el primer lunes posterior a la proclamación del estado de alarma fue un caos, imagino que en todos los centros, no solo de Andalucía sino del territorio español. Nos encontrábamos ante una situación jamás vivida, con directrices difusas, con una gran incertidumbre y, por qué no decirlo, un pánico a lo desconocido que a algunos bloqueaba y a otros engrandecía (evidentemente siempre hay personas que se crecen ante la adversidad).

De repente, donde primaba la accesibilidad, lo cambiamos por el freno en una puerta o en un teléfono, impidiendo la entrada al centro de todo aquello que no fuera debidamente clasificado en orden de prioridad y necesidad de presencia física o no. Demorar todo aquello que significaba intervenciones de prevención y que habían sido nuestro leitmotiv durante años y priorizar todo aquello no demorable y, cómo no, toda sintomatología respiratoria.

Los primeros días han sido duros, caóticos, con múltiples informaciones cambiantes a cada hora, grupos de compañeros en las redes sociales efervescentes, con un intercambio de información tremendo, excesivo diría yo, a cualquier hora del día y cualquier día de la semana. El tiempo se había parado ese viernes 13 de marzo y todos los días han transcurrido con el mismo ritmo, sin importar qué día era ni a qué hora.

Cambiamos la cercanía, el contacto, la sonrisa y el fonendo, en el caso fundamentalmente de los médicos, por el teléfono y la “escucha clínica”, que no “ojo clínico”, tomando decisiones importantes sobre la situación de las personas confinadas en sus domicilios. Aquello que, antes del estado de alarma era importante realizarlo precozmente, ha quedado bloqueado, en espera de normalizar la situación. Programas de cribado de cáncer de cérvix, cáncer de colon, intervención en tabaquismo, GRUSES y tantas otras intervenciones de un impacto tan importante, están esperando a que todo esto pase, si pasa. Renovación de tratamientos instantáneos, llamadas de seguimientos telefónicos para comprobar cómo las personas con patologías crónicas o dependientes están en sus casas, cómo se encuentran y si tienen necesidades de algún tipo, clínicas, familiares, sociales o de cualquier índole. Todas son importantes para nosotros. Cuando nos escuchan, desde sus casas, nos es imposible terminar la conversación, nos cuesta despedirnos de ellos, porque están esperando ansiosamente nuestras llamadas para aclarar sus dudas.

Residencias de ancianos dependientes de nuestros centros, con situaciones muy diversas, pero que han intentado con nuestra ayuda evitar en la medida de sus posibilidades y de sus recursos escasos, tanto humanos como materiales, la entrada del germen, sabiendo que una vez que entrara era imposible su control.

Personas mayores con patologías crónicas que aguantan estoicamente su disnea, exacerbaciones o síntomas que, en otras circunstancias hubieran sido motivo de llamada, permanecen agazapados en sus sillones, automedicándose como pueden por miedo a que una llamada suponga un ingreso hospitalario, tal vez sin un regreso. Se despiden de su pareja con la que llevan toda la vida y de la que nunca se han separado, con lágrimas de angustia, antes de subir a la ambulancia, porque hay que partir de casa sin compañía y es sinónimo de incertidumbre y posibilidad de “no retorno”. Nos hemos convertido para ellos en “ángeles negros”.

Hemos cambiado un centro lleno de vida por un centro que más bien pudiera parecer una nave espacial, diáfano, con profesionales distanciados, con sus mascarillas y su discurrir ordenado y silencioso por el centro. Hemos cambiado los talleres programados en donde profesionales de la guardia civil nos enseñaban a cómo afrontar las agresiones verbales e incluso físicas en nuestras consultas, por el aplauso general de las ocho de la tarde. En la respuesta de los profesionales ante esta situación, hemos podido observar el miedo al contagio de ellos y de sus familias, optando por la herramienta del teletrabajo para huir, en algunos casos, de esa situación de incertidumbre por lo que el bicho pudiera provocar en ellos.

Otros sin embargo han entendido que cuando todo esto pase, queremos recordarnos como aquellos que estuvimos luchando contra la situación y hacen jornadas extras en hoteles medicalizados, como si de Teresa de Calcuta se tratara nuestro papel. Hoteles inmensos con cientos de mayores esperando que les ayuden a comer, beber, tomar sus constantes, asearlos, acompañarlos, darles un cambio postural, para prevenir escaras, sacarles una analítica de control y recibir unas palabras de cariño de alguien enfundado en un traje blanco, como si de un astronauta se tratara, como si hubieran sido trasladados a la luna. Afortunadamente para ellos, la mayoría sufren un deterioro cognitivo en mayor o menor grado. De otra manera, creo muy difícil soportar la situación que les ha tocado vivir. En estos casos la fiebre y el malestar les ayuda a disminuir su estado de conciencia y poder evadirse de ese escenario tan distinto, tan ajeno y tan frío para ellos.

Todos los profesionales que hemos colaborado en el cuidado de estas personas coincidimos en que ha sido una de las mayores experiencias en cuanto a emoción se trata, dadas las circunstancias que la han rodeado. Ha sido emocionante entrar en un entorno tan ajeno, tan de ciencia ficción. Con un control tan estricto en la colocación de los EPIs y en su retirada, para en medio de estos dos momentos, poder realizar esa labor a la que estamos tan acostumbrados, como es la esencia de los cuidados para cubrir las necesidades básicas, respiración, eliminación, alimentación, hidratación, mantenimiento de la movilidad, aseo. Durante esas semanas los profesionales que hemos tenido la oportunidad de vivirlo, hemos estado en constante comunicación para intercambiar a cualquier hora del día a través de un grupo cualquier información importante de aquellos que nos preocupaban especialmente y que no podíamos sacar de nuestras cabezas al llegar a casa.

Todo ello con el fin de mejorar la logística de un hotel medicalizado abierto en un tiempo récord y un grupo de personas que por primera vez coincidíamos trabajando. Nos han unido las emociones compartidas y la satisfacción de colaborar para que todos ellos y ellas puedan volver a ver a sus familias. Cada alta ha sido un éxito, cada sonrisa un regalo. Ha sido emocionante poder verlos ir de alta a sus respectivas residencias tras haber dado negativo en la prueba, saludando con gesto de victoria e intentando sin éxito besarnos y abrazarnos la primera vez que lograban ver nuestros rostros desenfundados. Los profesionales que los han cuidado durante semanas y que tan solo reconocían nuestras voces, con dificultad y quien podía por su situación neurológica, tras la doble mascarilla y pantalla de protección. Son los auténticos supervivientes y héroes de esta historia.

Y además de todo esto, por si fuera poco, nos hemos visto y seguimos viéndonos envueltos en un devenir entre ser héroes (por hacer simplemente nuestro trabajo, quizás invisible antes de esta pandemia) o villanos. Formar parte por un lado del grupo de profesionales que lidian con la pandemia en primera fila, o ser cuestionados, aunque de forma anecdótica, por convivir en bloques de vecinos con el estigma de ser sanitarios y potencialmente ser portadores de la infección. Hemos sido víctimas de errores en la logística del material de protección, estando expuestos en un primer momento por escasez de material y en otros momentos por materiales invalidados en la efectividad de su nivel de protección.

Después de todo esto, comenzamos hoy la llamada “etapa de desescalada” o al menos su planificación. Volvemos a recibir información novedosa y continua, aunque algo ha cambiado: estamos más seguros ante la incertidumbre, más adiestrados, más acostumbrados. Nos sentimos fuertes para volver a la llamada “normalidad”, que creemos será una normalidad distinta a la que conocíamos antes de la pandemia. Rescatar aquellas intervenciones bloqueadas, atender a aquellos que han permanecido en sus domicilios hibernando, conteniendo sus dudas, sus miedos, sus patologías crónicas y agudas, ocultas hasta nueva orden y cómo no, el dolor de sus duelos. Tenemos orden de ponernos en dos semanas al doscientos por ciento. Hay algo común en todos nosotros: unas enormes ganas por comenzar la cuenta atrás hasta devolver esa ansiada normalidad, con matices.

Ya queda menos para el final, pero si de algo estoy segura es de que hemos respondido con una gran capacidad de adaptación al cambio, en poco tiempo, no cuestionando en exceso, con mucha creatividad (inventando equipos de protección con bolsas de basura o mascarillas confeccionadas manualmente), gestionando nuestras emociones y la de nuestros familiares y seres queridos, a pesar de la incertidumbre, de la falta de recursos en los primeros momentos y sobre todo del miedo, humano, aceptable y sano. Porque al fin y al cabo, el miedo nos ha mantenido alerta y seguros.

Muchos de nosotros, profesionales dedicados a la gestión de los cuidados, esperamos que todo vuelva a esa tan mencionada normalidad, pero confiamos en que cuando todo pase, imagino que en un periodo largo, muchos de estos cambios perduren en el tiempo, porque como en toda situación de catástrofe humanitaria, al igual que muchas vidas, también se pierden otras cosas que eran necesarias que desaparecieran y esperamos que no vuelvan nunca más.

Correspondencia: mterrerov@gmail.com

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