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Gerokomos

versión impresa ISSN 1134-928X

Gerokomos vol.18 no.3 Barcelona sep. 2007

 

EDITORIAL

 

El lenguaje de las heridas

 

J. Javier Soldevilla Agreda

Director de Gerokomos

 

 

Hace tiempo que anidaba en mí el deseo y ánimo de ocupar este espacio por un ideario metafórico sobre el lenguaje de las heridas, acogiendo y ordenando lo que a diario y desde hace años viene ingresando en un diccionario especial, rico, sensitivo, que cada vez tiene más voces aportadas por profesionales de la salud dedicados a este cuidado, que han desarrollado aptitudes que les permiten no sólo descubrir y "entender" ese conjunto de señales, sino incorporar nuevas acepciones y, especialmente, utilizar esta capacidad que les acerca a la excelencia en provecho de miles de pacientes y de sus lesiones.

Sobresale una naciente academia de mujeres y hombres de distintas disciplinas que velan por alzar el conocimiento sobre estas fallas de salud y sacar de las tinieblas una negada ciencia del cuidado de las heridas.

A buen seguro, ahora algunos de ustedes se preguntarán si he perdido el juicio o quizá, los más generosos, se dirán cuáles son esos términos en los que se acuña este lenguaje no escrito del que hablo, qué cadencia tiene su doctrina o, yendo un poco más allá, cómo ser capaz de conquistar la capacidad de interpretar su murmullo, las más de las veces sutil, ensordecido por estridencias que tienen capacidad de acallar lo realmente importante, sobresaliendo lo banal.

Son numerosos los sonidos articulados que las heridas dictan manifestando, como lenguaje, lo que " piensan o sienten ", pero son variantes, perecederos, y requieren de toda la vocación y atención para ser adecuadamente interpretados.

Cada herida va a elegir un conjunto de señales que dan a entender algo concreto, a veces no convencional, nunca matemático, pero no debemos olvidar en primera instancia que la voz no nace de ese hueco lacerado, de esa escara putrefacta o del tejido neoformado que se sitúa en nuestras retinas, sino de un ser superior, su único dueño, a menudo el gran olvidado, el que más sufre a diario ese mal. Lo que suena, no tenga dudas, es su alma y, con forma más terrena, el dictado de su bienestar, de su estado general, de la cantidad de energía, deseos, fortalezas o miserias que lo acompañan o lo sustentan. Creo firmemente, y así lo he defendido, que el mejor espejo para presumir la evolución de un paciente es, de tenerlas, el progreso o retroceso de sus heridas.

A menudo se nos olvida, a pesar de su reiterado recuerdo en nuestra formación, que el objeto de nuestros cuidados no es la herida sino el ser que las sufre, y que en la mayor parte de las ocasiones las respuestas a nuestra búsqueda del porqué de esa torpidez, aburrimiento o mala marcha de las lesiones de la piel se encuentra al otro lado de la cama, en ese cuerpo " entero " regido por una mente, alimentada de mayor o menor lucidez. Ésa es la primera y principal señal, la acepción mayúscula de ese iniciático lenguaje.

No olviden en su instrucción cultivar una especial sensibilidad para apreciar, compartir y aliviar el dolor que puede acompañar a nuestros protegidos y cuyo origen frecuentemente reside en esas heridas en jaque o en nuestras propias elecciones para su atención.

Con esa lúcida cláusula prevaleciendo como mandamiento principal, hay muchos sonidos, señales que manan de la lesión y de su cinturón, de esa a menudo olvidada piel perilesional y que algún día relataremos con más detalle.

La sinfonía es bella, las señales dan a entender cómo está. La comunicación entre el paciente y su cuidador nace de ese intercambio de datos que precisa de adiestramiento y deseo de saber interpretar adecuadamente. Por lo general, son detalles. El olor, el brillo, la coloración, el matiz, la configuración, la forma, los túneles o laderas, el mosaico de tejidos que coinciden, lo que está presente o ausente, el teñido del apósito que retiro, el pulso del exudado por permanecer o salir de allí....Todos estos elementos cobran forma en el tiempo y en el espacio y hablan por sí mismos.

Siéntate ahora frente a ese paisaje. Silencia tus prejuicios y los rumores, si existieran, de lo poco importante que es tu misión. Abre todos los sentidos, los poros de tu propia piel y escucha. Integra todos esos dictados que mañana pueden, a buen seguro, no volverse a manifestar así. Conjuga sus pasiones. Discierne lo que quiere prevalecer de lo poco evidente. Ordena todos esos signos y jerarquiza las peticiones que ese paño te traslada.

Ahora sólo resta aplicar el juicio correcto para elegir qué hacer. Es un lenguaje de muy alto nivel, aunque muchos, por desconocimiento o desidia, quieran devaluar. Las heridas tienen esa capacidad de hablarnos y me atrevería a decir llevarnos de la mano para la elección adecuada de uno u otro material, de una u otra intervención, acertada para ese preciso momento.

Cuando se llega a conocer su lenguaje, la comunicación se establece. Sabremos entonces qué siente y qué necesita, y de acuerdo a esa trama compleja de información actuaremos.

Seguro que mañana los nuevos sonidos de esa persona, de esa herida, expresarán gratitud.

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