SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.8 issue6Dental profession in Spain. Analysis of the current situation considering the offers for continuing education studies: An initial approach author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

My SciELO

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


RCOE

Print version ISSN 1138-123X

RCOE vol.8 n.6  Nov./Dec. 2003

 

Editorial

Educación continuada en Odontología y Estomatología.
Quo Vadis?


Alberto Sicilia

La educación continuada es la «herramienta» de diseño que marca el futuro de la profesión. Los planes de estudio de las desaparecidas Escuelas de Estomatología y de las actuales Facultades de Odontología tienen – o han tenido – la posibilidad de definir lo que podríamos denominar como un «perfil de salida» del profesional que producen. De acuerdo con los criterios clásicos establecidos por la Organización Mundial de la Salud, ese perfil debería estar en relación con la prevalencia de la patología que debe tratar el profesional en su medio social, así como con las tareas clínicas y científicas que debe desempeñar. No es el objetivo de este editorial entrar a valorar de una forma crítica si esta premisa se cumple, o si el currículum de la actualidad está más basado en un reparto clásico de cuotas de influencia que en un interés sanitario o epidemiológico. Para esto existen las oportunas comisiones que irán analizando las disfunciones, que, si existen, serán solucionadas, porque funcionando como un circuito retro-alimentado, habrá expertos que se encargarán de analizar el sistema y modificar lo que sea preciso.

Sin embargo, una vez que el profesional termina sus estudios, y le hemos dotado de ese «perfil de salida», el planteamiento es totalmente diferente. Ya no existe ni esa programación previa, ni una comisión que regule la evolución de la oferta de formación continuada, que nos permita modular el perfil del profesional del futuro. No me refiero con esto a las comisiones de formación continuada de las instituciones, sino a la carencia de un control científico sobre la oferta global. En consecuencia la evolución de nuestra especialidad – o licenciatura – se ve sometida a las leyes inexorables del mercado. ¿Es esto malo?

La respuesta no puede ser un sí taxativo. Si el mercado comienza a marcar la evolución de la sociedad hasta en las dictaduras comunistas, ¿porqué no va a marcar la formación continuada de los dentistas? El artículo de Martín y Mallo, publicado en este número, se aproxima prudentemente al problema y detecta que las actividades educativas patrocinadas por Sociedades Científicas, Colegios y Universidades representan sólo valores cercanos al 30% de la oferta formativa analizada, quedando la mayor parte de ésta en manos del sector privado. Siguiendo este razonamiento no tenemos nada que objetar, pero analicemos la regulación de este fenómeno con más detenimiento. Admitamos que el sector privado se comunica mejor con el mercado, que le oferta lo que éste demanda y, en consecuencia, es rentable. Pero, ¿que hace a una actividad educativa rentable? Una actividad puede ser rentable por las tarifas, puede ser rentable por la proyección personal que revierte en los dictantes y por último, y aquí entramos en lo que ya no es tan bueno, puede ser rentable porque consigamos vender mejor éste o aquél producto, es decir por interés comercial directo.

Llegados aquí, nos vemos obligados a formularnos de nuevo la misma pregunta. ¿Es esto malo?

Y tampoco puedo contestar taxativamente que sí. La industria dinamiza a la profesión e invierte importantes cantidades de dinero en actividades formativas, lo cual es algo que se debe reconocer y agradecer. Sin embargo quizás el límite de lo deseable se traspasa en el momento en el que ésta pueda condicionar programas y contenidos. No es malo el interés económico, es malo que sea directo. Queridos lectores y compañeros, estaremos de acuerdo que todos en nuestros años de profesión hemos vivido experiencias, afortunadamente aisladas, en las que las tendencias de marketing de algunas compañías han condicionado la dirección de nuestros tratamientos, y esto si es malo, porque hay víctimas en el camino. Es malo que un director de marketing seleccione los contenidos de un programa formativo, y lo es porque no es un profesional de nuestro campo, y porque pasado mañana estará, con todo el respeto, de director del departamento comercial de una fábrica de yogures, pero nosotros, los dentistas, nos quedaremos con los problemas que hemos contribuido a crear en nuestros pacientes. Para darle más fuerza a mi argumentación, entono el «mea culpa» y reconozco que a mí me ha pasado más de una vez.

Podríamos definir este problema, en términos farmacológicos, como un efecto indeseable del medicamento «ibertad». Libertad de pensar, de enseñar y de desarrollar… Un modelo social que ni se puede ni se debe cambiar: «no se puede poner puertas al campo» y «está prohibido prohibir» – afortunadamente – . Sólo nos queda un recurso, nosotros, como profesionales, debemos de actuar como responsables de la información que impartimos, y como «filtros» de la información que recibimos (recordemos que el director de marketing se puede ir a vender yogures y que el «líder de opinión» que impartió el curso se «puede pasar» a la competencia – no será el primero – , pero el paciente es nuestra responsabilidad insoslayable). Pero actuar como filtros no es tan fácil, hace falta formación científica, y aquí volvemos al artículo de Martín y Mallo: «el 70% de los cursos de educación continuada ofertados son de tipo técnico». Es decir nos enseñan a hacer cosas, pero no a distinguir si están científicamente fundamentadas. Nos marcan el camino del hacer, pero no el del pensar, ni el de analizar la información de una manera crítica.

La educación continuada es la «herramienta» de diseño que marca el futuro de la profesión. ¿Hemos reflexionado sobre ello? ¿Queremos que esas directrices se marquen en función de los criterios sanitarios, científicos y epidemiológicos, o de las ventas de un determinado producto? ¿Nos parece correcto vincular el futuro de nuestra profesión y el interés comercial directo de terceros? Espero que la respuesta sea no.

Si es así, ¿cómo lo solucionamos? Evidentemente no cerrando las puertas a la iniciativa privada. La industria da soporte económico a cientos de actividades científicas positivas. Pero sí mejorando nuestra capacidad científica crítica, en estos tiempos en que soplan aires de «simplificación y banalización» de las actividades profesionales, hemos de volver los ojos a la ciencia y a la independencia. Dejemos el pregrado en manos de los expertos, pero para los profesionales actuales la receta puede ser: cursos fundamentales, dictantes rigurosos, discentes formados y sociedades y publicaciones científicas independientes...

Y... en última instancia, mucho sentido común.

Alberto Sicilia
Director de la RCOE

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License