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Revista de la OFIL

versão On-line ISSN 1699-714Xversão impressa ISSN 1131-9429

Rev. OFIL·ILAPHAR vol.30 no.3 Madrid Jul./Set. 2020  Epub 05-Abr-2021

https://dx.doi.org/10.4321/s1699-714x2020000300002 

EDITORIALES

Lo que la COVID-19 se llevó… y algunas cosas que también debió llevarse

What COVID-19 took… and some things that it should have also taken

JL Poveda Andrés1 

1Jefe de Servicio de Farmacia. Hospital Universitario y Politécnico La Fe de Valencia (España)

El tsunami ocasionado por la pandemia del COVID-19 y sus trágicas repercusiones en todos los ámbitos de la vida parecen haber resquebrajado con demasiada facilidad parte de la arquitectura construida en nuestro entorno sanitario, social, político y económico. Para mí, es casi imposible recordar otro fenómeno de amplitud e intensidad semejantes a nivel global y con una capacidad tan destructiva.

De hecho, las consecuencias de esta crisis global, que afecta a todos y no entiende de nacionalidades, etnias, convicciones o patrimonios, siguen siendo muy difíciles de imaginar. El mundo tal y como lo conocíamos, se transformó casi en “un abrir y cerrar de ojos” y dejó de ser seguro para convertirse en un espacio de inseguridad, donde las certezas se vieron rápidamente superadas por las incertidumbres. Ni siquiera nuestros avanzados sistemas sanitarios, presentes en los países más ricos del mundo, que parecían ofrecer un escudo protector inviolable, han sido capaces de soportar la destrucción ocasionada por el coronavirus.

Más allá de la experiencia vivida por cada uno de nosotros y la necesidad de autocrítica de nuestra propia incapacidad para predecir el futuro, vislumbramos con esperanza que aun a pesar de los grandes errores, hemos demostrado también una gran capacidad para adaptarnos individual y colectivamente a cada nuevo acontecimiento, y en última instancia, con un ingente esfuerzo superar con éxito una situación tan nueva y retadora.

Aún con el recuerdo y el máximo respeto a todos los afectados, y especialmente a los fallecidos y sus familias, me voy a olvidar de números y sus comparaciones, que bien podrían identificar el diferente abordaje y la evaluación de la gestión realizada por cada país, para centrarme en lo aprendido, desde la experiencia de lo vivido.

En definitiva, es una oportunidad para la reflexión personal sobre lo que el COVID se llevó o por lo menos sirvió como un “caballo de Troya” en un decálogo de acciones para reafirmar o resetear aspectos de la vida personal y profesional

1. Nuestro esquema de prioridades. Salvar la vida como una prioridad indiscutible, por cuanto este hecho, determina una posibilidad obviamente insustituible, para el desarrollo de cualquier otra cosa. Muchos hemos sido más conscientes que nunca de nuestra propia fragilidad como seres humanos y nuestra vulnerabilidad sobre acontecimientos que superan la propia capacidad de decisión. En este contexto, el tiempo COVID ha permitido meditar sobre la vida y la muerte. Una necesaria reflexión que nos propone cuestionar la muerte no como un final, un límite o una frontera sino redefinir la vida como un trayecto donde la muerte esta siempre presente. Una reflexión serena para entender que no sólo la duración de la vida, sino la intensidad de su sentido, es lo que nos permite “aprender a vivir”. Quizás más que nunca también hemos sido conscientes que la vida y la muerte no son conceptos antagónicos ni ajenos a la redefinición del valor de lo que significa la solidaridad y la interdependencia para el éxito o fracaso como colectivo.

2. La infalibilidad de la investigación científica. La búsqueda de soluciones para la pandemia, y su difusión masiva en los medios de comunicación, ha reforzado el nivel de confianza en la ciencia, pero también ha tenido un efecto rebote bajándola de su pedestal “académico”. La ciencia es siempre incertidumbre pero con demasiada frecuencia y por intereses políticos se ha comunicado a la población su certeza y su poder predictivo casi absoluto. La necesidad de un relato en lo que podamos creer y aleje nuestros miedos como colectivo, ha sido un caldo de cultivo propicio para la infodemia tóxica, y la información basura ampliamente divulgada por las redes sociales. Frente a esta situación, más que nunca es patente la confirmación que en ciencia nada es fácil y por tanto, es obligado consolidar la investigación como anclaje para abordar nuevas amenazas e integrar a todos profesionales en su desarrollo básico y clínico.

3. El abordaje individual de la búsqueda de soluciones. El cosmopolitismo de los problemas no ha tenido reflejo en la búsqueda de soluciones globales para abordar la pandemia. Es obvio que esta crisis ha mostrado claramente la artificiosidad de las fronteras para frenar los problemas y la incapacidad de los estados para generar espacios de colaboración mutua. De hecho, el “sálvese quién pueda” ha conducido a escenarios tortuosos en la búsqueda de material y medicamentos en un mercado cautivo que ha significado desabastecimientos y sobrecostes a la totalidad de los Estados e innumerables perdidas humanas. Parece que el conjunto de lecciones experimentadas, deberían ayudarnos a reinterpretar la necesidad de redefinir las prioridades vitales, de todos los ciudadanos, para construir un nuevo contrato social.

4. Las ocurrencias como sistema para gestionar la incertidumbre. Aprender a gestionar la incertidumbre no sólo es necesario sino que resulta impredecible. Sabemos que el mundo conocido de la seguridad personal y colectiva ha dejado un camino abierto a nuevas crisis sanitarias, económicas y sociales con dimensiones globales. En esta crisis hemos descubierto lo difícil que es intentar navegar con la incertidumbre sin ser arrastrado por ella. Igualmente somos concientes de la necesidad de empoderar equipos que generen confianza para ser creativos en la búsqueda de soluciones. Si la ausencia de una planificación estructurada en planes de emergencia ha sido una constante en la mayor parte de las instituciones para el abordaje de la crisis, peor ha sido la obediencia complaciente y acomodaticia en la búsqueda de soluciones con modelos inflexibles a una realidad cambiante. La necesidad de recuperar el “sentido común” es cada vez más apremiante.

5. La ausencia del pensamiento crítico. Hemos vivido con demasiada frecuencia la caída del pensamiento crítico que ha sido sustituido por un “postureo moral” identificado por discursos exagerados e hipermoralistas que solo expresan indignación. El objetivo ya no es exponer razones, alimentar el debate o llegar acuerdos con los demás. Parece que el comportamiento de cada grupo social, y político en esta crisis sea definitivo sobre nuestra propia capacidad de raciocinio. La ausencia de autocrítica, no lleva con demasiada frecuencia a la repetición de clichés en la culpabilización de terceros en vez de reconocer los errores, aprender de ellos y poner rápidamente planes de mejora.

6. El allanamiento epistémico en tiempos del coronavirus ha conducido a una nueva epidemia de sabios y modelos. El allanamiento no tiene por que ser negativo, de hecho sabemos de la necesidad de un abordaje trasversal desde diferentes campos del conocimiento para resolver problemas complejos. El problema es la necesidad de asumir las propias limitaciones de nuestro conocimiento, y evitar la arrogancia que impide la colaboración entre los profesionales cuando nos posicionamos en dominios no conocidos. El voluntarismo de los que saben poco, pero enredan mucho, ha sido un detonante de la sobreinformación en el mejor de los casos en esta pandemia y desgraciadamente también un campo abonado para la proliferación de “fake news” cuyos innumerables daños colaterales deberían también ser investigados.

7. La volatilidad del conocimiento científico y la necesidad de una medicina basada en la emergencia, más que en la evidencia, han puesto de manifiesto una vez más que el “excepcionalismo” no es una buena estrategia en investigación. Las consecuencias del falso conocimiento, fomentado por la abundancia de documentos producidos y difundidos sin revisión, ha ocasionado resultados no sólo inútiles, sino que han sido desgraciadamente un catalizador de gran parte del descalabro científico en la búsqueda de soluciones para la mayor parte de interrogantes planteados. Sería bueno “reaprender” que los investigadores tenemos una responsabilidad asociada para no rebajar los estándares que identifican la investigación de calidad ni soslayar la evidencia en tiempos del COVID-19.

8. El escaso desarrollo de la estrategia digital y tecnológica para abordar nuevos modelos que sustituyan la consulta física tradicional en el sistema sanitario. La soberanía tecnológica cuya realidad durante el confinamiento, nos situó prácticamente en un único espacio digital, ha sido una experiencia muy disruptiva. Interactuar a través de espacios digitales no era nuevo en sanidad, pero ha supuesto un salto brutal de difícil retroceso. Es obvio que su desarrollo está necesitado de códigos que generen actividades menos intrusivas para pacientes y profesionales, así como garantías sobre la privacidad de la información generada. Tampoco deberá obviar este nuevo sistema tecnológico la necesidad de establecer mecanismos para evitar que las clases más desfavorecidas, con menos medios y recursos tecnológicos puedan acceder a esta emergente asistencia sanitaria.

9. Los “mantras” tantas veces proclamados por parte de todos los partidos políticos, sobre la calidad y eficiencia del Sistema Nacional de Salud se disolvieron como “un azucarillo en un vaso de agua” con la oleada de contagiados y el subsiguiente colapso sanitario. La tensión de la gestión que la pandemia sometió al sistema sanitario ha evidenciado la falta de inversiones suficientes en recursos materiales y humanos, y la escasa coordinación de las diferentes estructuras de atención primaria y especializada, pero sobre todo la dejadez en el ámbito de las residencias sociosanitarias. Más allá de la decisión del modelo de gestión, se hace evidente la necesidad de mantener un sistema público y universal con los recursos suficientes. Igualmente se precisa de un profesionalismo en los directivos que gestionan el entorno sanitario que sujeto a la meritocracia proporcione gestores capacitados para abordar los importantes retos sanitarios.

10. La búsqueda de la normalidad, y la seguridad de lo conocido al que todos naturalmente aspiramos no debe alejarnos de una reflexión sobre el punto de inflexión derivado de los resultados de esta pandemia. Hemos aprendido mucho, y deberemos seguir aprendiendo. Es el momento, de la búsqueda de respuestas aunque no sean cómodas, porque seguramente son las que necesitamos.

En la vida, unas veces se gana y otras se aprende. Esta crisis del COVID-19 perdimos demasiadas cosas, algunas desgraciadamente irrecuperables. Esperemos que el aprendizaje durante todo el proceso nos permita cambiar y mejorar el mundo en que vivimos y la actividad profesional que desarrollamos. Que así sea.

BIBLIOGRAFÍA

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- Martin A. El día D (de después): el manager y el martillo. ESIC 20/4/2020 [On-line] https://www.esic.edu/rethink/2020/04/23/el-dia-despues-del-coronavirus-omo-lo-estamos-haciendo/ Acceso 23 Junio 2020. [ Links ]

- González López-Valcárcel B, Peiró S, Meneu R, Hernández I, Ortún V. La volatilidad del conocimiento científico en tiempos de la COVID-19. AES Blog 16/4/2020 [On-line] http://www.aes.es/blog/2020/05/16/la-volatilidad-del-conocimiento-cientifico-en-tiempos-de-la-covid-19/ Acceso 23 Junio 2020 [ Links ]

Recibido: 05 de Junio de 2020; Aprobado: 06 de Junio de 2020

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