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Revista de Bioética y Derecho

On-line version ISSN 1886-5887

Rev. Bioética y Derecho  n.50 Barcelona  2020  Epub Nov 23, 2020

 

DOSSIER CUESTIONES BIOÉTICAS DE LA PANDEMIA COVID-19

Ensayo sobre la pandemia

Essay on the pandemic

Assaig sobre la pandèmia

Manuel Jesús López Baroni* 

*Doctor en Derecho. Doctor en Filosofía. Profesor ayudante doctor, Universidad Pablo Olavide, Sevilla. España

Resumen

Han sucedido tantas cosas, y en tan poco tiempo, que no resulta fácil seleccionar alguna temática sin dejarnos fuera otras igualmente relevantes. Probablemente nos pasaremos los próximos años debatiendo sobre lo acontecido, entre otros motivos, por la escasa información que aun hoy tenemos sobre la apisonadora que ha triturado nuestro estilo de vida. Pues bien, he seleccionado, de entre las innumerables que podríamos estudiar, cuatro narrativas. En concreto, la pandemia como refriega entre neokantianos y utilitaristas; como datificación de rebaño; como ajuste de cuentas epistemológico y como singularidad española. Con este análisis podremos interrelacionar, aunque sea de forma breve, las implicaciones éticas, jurídicas, políticas y científicas de una historia que recién ha comenzado.

Palabras clave: pandemia; triaje; biotecnología; datificación; derechos fundamentales; toma de decisiones

Abstract

So many things have happened, and in such a short time, that it is not easy to select some topic without leaving out other equally relevant ones. We will probably spend the next few years debating what happened, among other things, due to the scant information that we still have today about the steamroller that has crushed our lifestyle. Well, I have selected, from the innumerable ones that remain to be studied, four narratives. Specifically, the pandemic as a fray between neo-Kantians and utilitarians; as herd dating; as an epistemological reckoning and as a Spanish singularity. With this analysis we will be able to interrelate, albeit briefly, the ethical, legal, political and scientific implications of a history that has just begun.

Keywords: pandemic; triage; biotechnology; dating; fundamental rights; decision making

Resum

Han passat tantes coses, i en tan poc temps, que no resulta fàcil seleccionar alguna temàtica sense deixar-nos fora d'altres igualment rellevants. Probablement ens passarem els propers anys debatent sobre els fets, entre altres motius, per l'escassa informació que encara avui tenim sobre la piconadora que ha triturat el nostre estil de vida. Doncs bé, he seleccionat, d'entre els innombrables que podríem estudiar, quatre narratives. En concret, la pandèmia com la batalla entre neokantians i utilitaristes; com datificació de ramat; com venjança epistemològica i com a singularitat espanyola. Amb aquest anàlisi podrem interrelacionar, encara que sigui de forma breu, les implicacions ètiques, jurídiques, polítiques i científiques d'una història que just acaba de començar.

Paraules clau: pandèmia; triatge; biotecnologia; datificació; drets fonamentals; presa de decisions

1. Introducción

Han sucedido tantas cosas, y en tan poco tiempo, que no resulta fácil seleccionar alguna temática sin dejarnos fuera otras igualmente relevantes. Probablemente nos pasaremos los próximos años debatiendo sobre lo acontecido, entre otros motivos, por la escasa información que aun hoy tenemos sobre la apisonadora que ha triturado inmisericordemente nuestro estilo de vida.

Las imágenes de los camiones militares llevándose cadáveres de las ciudades italianas, las de nuestro personal sanitario protegiéndose con bolsas de basura, las fosas comunes en Nueva York, el "todo va a salir bien" de los murales infantiles, las colas del hambre, o la incredulidad de los ancianos que agonizaban en la más absoluta soledad, nos han despertado de la nebulosa de aparente seguridad en que hemos vivido, al menos en Occidente, en las últimas décadas.

Sin duda, las narrativas tecno-utópicas han servido de poderoso narcótico colectivo, de ahí la dureza con que nos ha cimbreado la realidad. En efecto, a lo largo de estos años, una legión de propagandistas nos ha deslumbrado con sus predicciones de ciudades inteligentes, nano-robots, medicina personalizada, inteligencia artificial, big data, etc., que nos darían el cobijo y la protección propia de una guardería. Sin embargo, en esta hora de la verdad, nos hemos visto obligados a emplear técnicas propias del medievo, convirtiendo en pesadilla nuestros sueños de dominio de la naturaleza. De ahí que no hagamos más que restregarnos los ojos.

He seleccionado cuatro temáticas interconectadas entre sí que nos permitirán analizar diferentes fractales de una misma realidad. En concreto, el primer apartado lo dedicaremos a la ética de la toma de decisiones en situaciones de triaje; el segundo, a las implicaciones para nuestras libertades del acelerado proceso de datificación al que hemos asistido; el tercero, a reflexionar sobre el papel jugado por la biotecnología a la hora de contrarrestar las propuestas que implican, tácita o encubiertamente, un darwinismo social; y el último, a la singularidad, o especificidad folclórica, del confinamiento español.

2. Pandemia como refriega entre neokantianos y utilitaristas

El principal motivo por el que nos hemos confinado de forma masiva ha sido no asistir a una confrontación, no precisamente dialéctica, entre dos de las principales escuelas filosóficas, neokantianos y utilitaristas.

En efecto, en los casos más graves, el coronavirus coloniza los pulmones de sus víctimas, hasta el punto de no poder respirar por sí mismas. Para ganar tiempo, estas personas son intubadas y conectadas a unos respiradores que generan el movimiento de los pulmones de forma artificial hasta que el organismo logre recuperarse. En España, en el momento del colapso no llegábamos a cinco mil respiradores para cerca de cincuenta millones de personas1, más o menos como Italia, y bastante por debajo de Alemania, con veintiocho mil. Este dato implica que, una vez ocupados los respiradores por cinco mil personas, cantidad que fácilmente podía ser rebasada en un solo día, los siguientes potenciales usuarios no podrían ser atendidos.

Por ello, hemos preferido hundir nuestra economía antes que asistir el desesperante espectáculo de contemplar cómo la gente se asfixiaba sin que pudiéramos hacer nada por ellos, fuesen familiares, vecinos o desconocidos. De hecho, junto al número de contagiados y fallecidos, la gente miraba de reojo el número de respiradores que quedaban libres en su ciudad o región. Con todo lo duro que ha sido el confinamiento o la destrucción de los puestos de trabajo, pocas cosas minaban más la moral colectiva que saber que de nada serviría acudir a un hospital si no quedaban respiradores libres.

En contra de lo que se pudiera pensar, los médicos no están acostumbrados a lidiar con situaciones como la presente. Hasta ahora, y salvo situaciones de guerra o catástrofes, el personal sanitario retira o introduce a una persona en un sistema de mantenimiento artificial de la vida en función de sus características individuales (posibilidades de supervivencia, evitar el encarnizamiento terapéutico, etc.). Dichas decisiones nunca han implicado la supervivencia o muerte de otra persona, dado que no se trataba de un juego de suma cero donde hubiese que elegir entre potenciales candidatos. Pues bien, la pandemia nos ha introducido de lleno en este tipo de disyuntivas, propias de contextos que ya creíamos olvidados.

Los médicos carecen de legitimidad moral o jurídica para elegir entre personas con similares posibilidades de supervivencia; en puridad, ni siquiera para decidir sobre el destino de personas que desean seguir viviendo. Pues bien, nuestra sociedad, comenzando por el legislador y terminando por el último de nuestros tribunales, ha optado por mirar hacia otro lado, dada la incomodidad que supone tratar de regular o juzgar esta temática. Pero por motivos obvios, este desolador silencio colectivo no ha provocado la desaparición del problema, sino simplemente arrojárselo a los médicos, que allí donde no hayan tenido más remedio habrán optado por la solución más oportuna, con el coste psicológico y emocional que este tipo de decisiones conllevan.

Para aliviar esta carga, y esta lacerante responsabilidad, se han elaborado a toda prisa una serie de guías, protocolos o documentos más o menos orientativos, en los que hemos participado con el sentido común que la gravedad de la situación exigía, poco bagaje sin duda para disyuntivas que desbordan cualquier apriorismo teórico que se pueda tener sobre la vida y la muerte (OBD, 2020; CBE, 2020a; OPS, 2020; SEMICYUC, 2020; The Hasting Center, 2020; MSyC, 2020). Pues bien, aquí es donde han colisionado las huestes kantianas con las hordas utilitaristas; o, desde otra perspectiva, el puritanismo alejado del mundo terrenal de los primeros frente al realismo pragmático de los segundos.

Al igual que sucede con los trasplantes de órganos, jerarquizar una lista para acceder a un respirador constituye un ejercicio de sensatez que no debería presentar más problemas, dadas las carencias materiales existentes. El orden de acceso se ordenaría en función de las posibilidades de supervivencia y parámetros similares. Las disyuntivas realmente gravosas, para las que simplemente como sociedad no estábamos preparados, se generan al tener que denegar un respirador a alguien que lo necesita con objeto de reservarlo para otro potencial candidato; o, peor aún, retirar el respirador a alguien que todavía lo requiere para dárselo a otra persona con similar o superior posibilidad de supervivencia. Los límites entre el homicidio y la elección justificada son demasiado difusos como para que la casuística se exprese por escrito en una ley o reglamento aprobado por los cauces formales, de ahí que carezcamos de normas jurídicas para este tipo de situaciones. Y los protocolos, guías o documentos elaborados son lo suficientemente ambiguos como para ceder toda la responsabilidad al personal sanitario2. Esa es la realidad y así hay que afrontarla.

Pues bien, en estos informes los neokantianos se han escudado en la idea de dignidad humana, en la relevancia de cada persona en sí misma, sin condicionantes ni comparativas, y en el universalismo cristiano (si estiramos del hilo, acabamos en el cosmopolitismo estoico, pero no es el lugar para estas disquisiciones). Si aplicáramos ciegamente sus presupuestos, un nonagenario enfermo de Alzheimer tendría estrictamente el mismo derecho a un respirador que un niño con la vida por delante. Toda vida humana es igualmente digna y merece vivirse hasta su extinción natural.

Las posturas neokantianas no han llegado hasta ese extremo, nonagenario con Alzheimer versus niño, pero casi3. Negaban la posibilidad de comparar situaciones (edad, situación médica previa, esperanza de vida, calidad de vida, etc.), pero no ofrecían soluciones claras (reglas indubitadas) acerca de qué hacer cuando personas con similares posibilidades de supervivencia requirieran un único respirador disponible. Su regla básica e implícita sería al aforismo jurídico prior tempore potior iure, que, traducido a la pandemia, significa que quien primero llegue al respirador se lo queda hasta que muera o se cure. Y el resto simplemente tendría que esperar. Obviamente, podrían plantearse situaciones injustificadas de naturaleza preventiva (ocupar una UCI con respirador incorporado antes de tiempo para evitar su ausencia si la situación lo requiriese algo más adelante), pero, sobre todo, creo que la principal carencia reside en no explicitarse las reglas ni afrontar las consecuencias de los formalismos kantianos. Impedir que ocupe un respirador alguien con una esperanza de vida alta o relativamente alta (ni siquiera nos planteamos la cuestión de la calidad), frente a otra persona con la vida ya hecha, no es cualitativamente diferente, en cuanto a sus gravosas consecuencias, a lo que plantean los utilitaristas.

Los utilitaristas han universalizado la máxima de buscar la mejor opción desde un punto de vista colectivo, esto es, que se salven antes los niños que los adultos; los jóvenes que los mayores; los de mediana edad que los ancianos; y los sanos que los ya enfermos. En los casos de empate (cinco mil respiradores para casi cincuenta millones de personas dan para mucho casuismo), incluso se han planteado características personales de los propios implicados, como su profesión (los médicos frente al resto; cabe imaginar que los intensivistas frente a los demás especialistas, los de más experiencia frente a los MIR, etc.), su estado civil (los que tienen hijos frente a los que no, etc.), y características análogas que, por pudor, algunos no se han atrevido a explicitar.

Esta prelación, el conocido eufemísticamente como "valor social de la persona", nos llevaría inevitablemente al carné social chino (como si no hubiésemos tenido bastante). En efecto, este régimen totalitario cuenta con millones de cámaras que fiscalizan en tiempo real a sus ciudadanos, penalizando sus infracciones, desde las más triviales (saltarse un "ceda el paso") hasta las políticas (hacer oposición al sistema). Cuando se quedan sin puntos, no pueden viajar, conseguir un empleo, etc., y, cabe imaginar, mucho menos un respirador.

Pues bien, el utilitarismo nos llevaría a la necesidad de un algoritmo nacional que asignase un "valor social" a todos los ciudadanos, de forma que los médicos no tuviesen que asumir el coste moral de tener que decidir. El carné sería tan grotesco e inasumible socialmente (huelga pensar cómo puntuaría el algoritmo a los parados, a las minorías étnicas, a los profesores de filosofía del derecho, etc.), que obviamente no se llevará nunca a cabo. Sin embargo, la propuesta utilitarista ha sido precisamente esa, un algoritmo tácito, una secularización del dios de Calvino sobre el que cargar nuestras culpas.

Por otra parte, cuando se propone no ingresar a los mayores de ochenta años (propuesta innecesaria y cruelmente amplificada en los medios de comunicación, como si los pobres ancianos no se hubiesen dado ya cuenta por sí mismos), no asignar respiradores a los ya enfermos, priorizar a unas personas frente a otras, etc., ¿de dónde obtienen la información quienes deciden? Obviamente, del propio historial cínico. Sin embargo, esta información goza de la protección del Reglamento de Protección de Datos de la Unión Europea, del artículo tres de la Carta de Derechos Fundamentales, también de la UE (principio de autonomía), y del Convenio de Oviedo, en el ámbito del Consejo de Europa. Podríamos citar innumerables artículos, pero la idea principal que pretendemos resaltar es que la información médica no puede emplearse contra el propio paciente.

Pues bien, la pandemia ha quebrado el contrato social entre el paciente y el sistema sanitario. En efecto, la historia clínica es un acuerdo por el que un ciudadano, amparado en la buena fe, suministra toda la información relevante al personal sanitario para que sea utilizada en su propio beneficio. Sin embargo, si las personas tienen "valor social", entonces dicho "valor" quedaría reflejado en su historia clínica, con la paradoja de que la información se volvería contra el propio paciente. Nunca antes había sucedido algo así. De hecho, esta ruptura de la confianza entre el paciente y el sistema legitimaría mentir para proteger la propia vida. Así, sería razonable quitarse años, inventarse o aumentar el número de hijos, omitir los antecedentes sanitarios y ser hasta creativo en la profesión que se desempeña, dado que dicha información es la que se utilizaría a la hora de asignar o no un respirador.

El utilitarismo no se enfrenta al mecanismo de obtención de los datos, presuponiendo que estos son verdaderos precisamente porque hasta hoy las relaciones se basaban en la mutua confianza. Nunca nos habíamos imaginado que dicha información se podría emplear contra nosotros, y esto altera sustancialmente las reglas de la relación. A partir de ahora, y al amparo del principio de autonomía, será legítimo exigir que todos nuestros datos se eliminen de cualquier sistema clínico, informático o en papel; ya habrá tiempo se suministrarlos otra vez si la ocasión lo requiere. Pero ante la duda, y de forma análoga a la presunción de inocencia, todos somos jóvenes, tenemos profesiones relevantes y muchos hijos que cuidar. Y que los utilitaristas se pongan a indagar acerca de la veracidad de dicha información.

En resumen, el empate entre neokantianos y utilitaristas es obvio. Aquellos legislan desde el limbo del idealismo metafísico, y a estos, obnubilados por la gravedad de la situación y sin ser plenamente conscientes de las implicaciones de sus propuestas, solo les ha faltado proponer al régimen chino que elaborara un algoritmo adaptado a nuestro folclore. No han llegado a las manos por la milagrosa intervención de terceros.

En efecto, el ingenio de los técnicos, la generosidad de algunas empresas privadas, que han visto respiradores donde los demás solo contemplamos motores de limpiaparabrisas, etc., han resuelto la cuestión inventando respiradores poco ortodoxos, pero eficaces, lo que ha descargado la presión de las ucis y aumentado la moral colectiva. Obviamente, el debate no se ha resuelto, sino que se ha aplazado.

Por último, si dividimos el coste de una UCI, respirador incluido, por el salario del futbolista medio en un país, obtendremos el índice de prioridades de una sociedad. Sería un índice de Gini en versión posmoderna, esto es, un indicador de su nivel de estupidez colectiva (v. gr., le hemos hecho test a los futbolistas, con objeto de que comience la liga pronto, antes que al personal sanitario4). A partir de un determinado umbral, dicha sociedad debería ser intervenida desde fuera, dado que sus dirigentes no son capaces de proteger a la población más vulnerable (el desproporcionado número de médicos españoles contagiados por falta de medios de protección -Crespo et al., 2020 - estaría tras este tipo de preferencias populares). Obviamente, si se acepta la intervención externa por superar el déficit o la deuda pública, con más razón se justificará en este caso. Es la única forma de evitar una gresca periódica y sin arreglo entre neokantianos y utilitaristas.

3. Epidemia como datificación del rebaño

El 5G no ha llegado a tiempo por poco, para bien, y para mal. En efecto, si dispusiéramos de esta tecnología, sabríamos quiénes son los asintomáticos, quiénes han superado la enfermedad, etc.5 Un ejército de aparatos electrónicos comunicaría a las autoridades en tiempo real nuestra temperatura corporal, nuestras rutas, nuestros contactos, etc. El confinamiento no existiría y el colapso sanitario y económico tampoco. Neokantianos y utilitaristas seguirían con sus pasatiempos académicos y la pesadilla de la escasez de respiradores no se habría hecho insoportable ante nuestros ojos.

Pero, por otro lado, y esta vez para bien, dicha tecnología tampoco está disponible en estos momentos, Porque este es el mundo que nos espera. A pesar del sufrimiento causado por la situación actual, está por ver que la seguridad que nos va a proporcionar conectarnos permanentemente a internet sea un futuro más deseable. La tan ansiada inmunidad de rebaño va a sustituirse por la datificación de rebaño, esto es, por la conexión permanente y omnímoda a unas bases de datos centralizadas e insaciables. La recolección, análisis y centralización de la información que generan los seres humanos, desde la salud hasta las facetas más íntimas, nos traslada inevitablemente a una distopía tecnológica, contra la que será prácticamente imposible luchar.

En efecto, hasta hace poco tiempo, existían espacios adonde el poder político no podía llegar. El campo, el desierto, otro país, otro continente, etc., servía de refugio para huir. En breve, esto no será posible. Resulta razonable inferir de lo que ha sucedido que serán nuestros cuerpos quienes estén permanentemente conectados, con lo que la opción de no llevar el teléfono móvil encima no será viable. Además, el espacio exterior, calles, vehículos, bosques o costas estarán también conectados, de ahí que no será posible aislarse físicamente de la red. Desde esta perspectiva, y vista la experiencia de estos días, no sabemos qué es más preocupante, si la facilidad con que operadoras telefónicas, bancos y multinacionales de internet se han prestado a facilitar nuestros datos a las autoridades, o la docilidad colectiva ante tamaño despropósito.

En estos días, el Reglamento de Protección de Datos de la Unión Europea ha sido tácitamente suspendido; y los informes emitidos por los organismos europeos (European Data Protection Board, 2020; European Union Agency for Fundamental Rights, 2020; Comisión UE, 2020), con el asentimiento tácito del Tribunal de Justicia de la UE, han ido dirigidos a justificar dicha suspensión. La nueva regla que nos rige es la siguiente: la autonomía (soberanía sobre los datos personales de salud) cede frente a la solidaridad (el interés de la sociedad por conocer los datos de salud de una persona), siempre y cuando se garantice la intimidad y la proporcionalidad, lo que se lograría mediante la seudonimización (quien trabaja con los datos no sabe a quién pertenecen) (Comité de Bioética de España, 2020c; Agencia Española de Protección de Datos, 2020). Sin embargo, es una regla adoptada por la vía de los hechos consumados. No se ha debatido ni sometido a enmienda alguna por parte de los representantes de los ciudadanos. Pero ahí está. Ha venido para quedarse.

Pues bien, el legado chino no es el coronavirus, sino este, una maldición confuciana. En efecto, desde los sucesos de la Plaza de Tiananmen, China se ha convertido en el taller que nutre de productos y servicios baratos al capitalismo occidental6. El régimen explota a su gente y con los excedentes presta dinero a las democracias occidentales, dinero con el que se financian nuestras pensiones, sueldos de funcionarios, sanidad, obras públicas, etc. Es decir, el Estado Social o del Bienestar occidental, allí donde pueda calificarse de esta forma, se financia en parte por la inexistencia de derechos sociales o libertades políticas del pueblo chino.

Cuando Occidente desarrolló internet, los big data, la inteligencia artificial e incluso la biotecnología, China no dudó en emplear estos avances para consolidar su control sobre la población. Durante años hemos observado con cierta altanería y menosprecio cómo el pueblo chino aceptaba que millones de cámaras vigilaran sus movimientos. Apelar al confucianismo y al supuesto comunitarismo oriental era una forma de justificar que nuestra tecnología sirviera para controlarles. Como si la culpa del régimen clerical iraní fuese Zoroastro y la del capitalismo Tales de Mileto. La realidad es que mientras sus productos baratos llenaran nuestras bodegas y nos prestaran dinero, mirábamos hacia otro lado. Cuando levantaron dos hospitales en quince días para combatir la pandemia, los sesudos analistas occidentales acudieron al manido confucionismo para justificar tal sentido de la obediencia y del colectivismo. Poco más o menos que eran hormiguitas laborando. Cuando poco después tuvimos que hacerlo nosotros, solo que en cuestión de horas (v., gr., Ifema), nadie citó a los clásicos del pensamiento griego, sino a las virtudes del capitalismo europeo, capaz de aunar esfuerzos privados y públicos.

La venganza china es esta. No del régimen, sino de su pueblo. Si Occidente ha instrumentalizado la dictadura en su favor (quién se acuerda ahora de la celebración de las Olimpiadas de Pekín en el mismo lugar donde se masacró a los estudiantes que pedían democracia y libertad), ahora el paciente pueblo chino nos ha dado a probar su propia medicina: un sistema de control personalizado que nosotros solo habíamos soñado en la literatura o en el cine.

Obviamente, el capitalismo no se ha hundido, ni lo va a hacer. No va a permitir que la deuda pública y privada no se devuelva, máxime ahora, donde han visto una nueva oportunidad de negocio en las tareas de reconstrucción. Pero la idea de que hemos sido víctimas inocentes de la globalización es ingenua. Simplemente, el taller dickensiano con que Occidente ha labrado los últimos treinta años de crecimiento se ha incendiado, y nadie imaginó que el humo nos pudiera alcanzar. El capitalismo de los datos, tan celebrado ayer, ha dado lugar a la datificación de una ciudadanía convertida en simple ganado, sin resquicios para el incumplimiento de las normas ni para oponernos a cómo se originan. Hemos estado treinta años cerrando los ojos ante lo que se gestaba en el lejano oriente. Y era esto, no un virus, sino una distopía tecnológica. Ahora ya lo sabemos. Pero es tarde para escapar. Ni siquiera hay planes para lograr una vacuna.

4. Pandemia como ajuste de cuentas epistemológico

¿Dónde están ahora los homeópatas? ¿Y los amigos de las terapias alternativas, los antivacunas, los titiriteros de la salud, los vendedores de humo y sus varitas mágicas? ¿Dónde los trileros de la neo-lengua (medicina alternativa, complementaria, parafarmacia; enfermedad como constructo social)? ¿Dónde...? La única terapia natural empleada hasta el momento a escala mundial ha sido salir corriendo.

Una de las paradojas del discurso pretendidamente antisistema y hasta izquierdista es que, al igual que sucede con el neoliberalismo, acaba justificando el darwinismo social. En efecto, si se convence a la población para que emplee terapias alternativas, naturistas, etc., que no sirven para nada, el resultado solo puede ser que quien enferme, acabe enfrentándose a la enfermedad completamente solo, esto es, con su propio sistema inmunitario y sin ayuda externa. Y las consecuencias las hemos contemplado con el coronavirus: quienes tenían dicho sistema más debilitado (ancianos y personas con otras patologías), han sido los primeros en morir. El coronavirus es Naturaleza en estado puro: extermina a los débiles. El sistema capitalista añade a los pobres y las minorías étnicas de las grandes urbes occidentales; y el discurso homeopático y tecnofóbico siembra las semillas adecuadas para que esto ocurra. Cuando Greenpeace sostiene en un vídeo sobre la COVID-19 que nos estamos quedando "sin vacuna natural", no explican que la única forma de desarrollar anticuerpos de forma natural contra el coronavirus es contrayendo la enfermedad, y que esto tiene un coste en vidas humanas que nadie informado querría asumir.7

De hecho, más bien necesitamos lo contrario, emplear "vacunas no naturales", porque con las "naturales" se muere la gente. De ahí que sea precisamente la biotecnología, la tecnociencia, en suma, quien actúe contra natura con objeto de evitar que la naturaleza haga con nosotros lo mismo que con el resto de especies vivas. Tres décadas de discurso antibiotecnología sitúan estas narrativas utópico/naturalistas, por mucho que las revistan de una pátina marxista, en el mismo lugar que los neoliberales que proponían en enero dejar que la pandemia siguiera su curso sin más contemplaciones.

En esencia, la homeopatía es a la izquierda lo que el negacionismo climático a la derecha. La única diferencia es que los neoliberales no tienen mala conciencia y exponen con claridad las consecuencias de sus propuestas (Bolsonaro en Brasil, Johnson en Gran Bretaña o Trump en Estados Unidos), mientras que desde la trinchera marxista se apela al "materialismo dialéctico" y a la "juventud rebelde" (Radio Bayamo, 2020) para llegar al mismo sitio. En efecto, en plena pandemia el Estado cubano ha promovido un producto homeopático para su población (Centro para el Control Estatal de Medicamentos. Ministerio de Salud, 2020). Siglo y medio de materialismo histórico y cientificismo socialista para que los usufructuarios de esta tradición la arruinen abrazando el romanticismo alemán y su oscuro legado. Afortunadamente, y dado que Homeópatas Sin Fronteras no existe (eso debe ser por algo), el régimen castrista no envió a ayudar en la Lombardía a sus curanderos, sino a especialistas de contrastada experiencia, de ahí la gratitud del pueblo italiano por el impagable auxilio prestado en tan graves momentos.8

La realidad es que, a pesar de la oposición de la iglesia católica o del puritanismo norteamericano, en estos momentos estamos probando fármacos en mini-riñones obtenidos de células madre embrionarias como potencial terapia, aunque se destruyan los embriones (Monteil et al., 2020); y a pesar de la oposición ecologista y ecofeminista a los organismos modificados genéticamente, también estamos empleando ingeniería genética para lograr vacunas cuanto antes (v. gr., CRISPR, en ARRIGE, 2020). Los paralelismos son evidentes: el darwinismo es al creacionismo de derechas lo que la biotecnología al creacionismo de izquierdas. Aquellos la emprenden a golpes contra la investigación con embriones y estos contra los transgénicos. Sin embargo, los tratamientos que se experimentan a contra reloj proceden de estas entidades biológicas; las técnicas se basan en la edición genómica, en CRISPR, en el ADN recombinante, etc.; y las disciplinas son la biotecnología, la biología sintética y la nano-bio-tecnología. La hipotética vacuna saldrá de una combinación de estas técnicas. Y tendremos que contrastarla, verificarla, demostrarla, evidenciarla, esto es, emplear el vocabulario tabú, pecaminoso y autoritario que tanto detestan en las trincheras dogmáticas.

En resumen, lo peor de todo es que saldremos de esta, pero la seducción intelectual inherente al pensamiento mágico, al lenguaje oscuro y enrevesado, al esoterismo y a las verdades ocultas, azuzado por los teólogos del ecologismo extremo, resurgirá pronto como si nada hubiese sucedido. Nadie aceptaría unas matemáticas alternativas, sin embargo, nos hemos acostumbrado a aceptar la legitimidad de la medicina alternativa, como si la pandemia no hubiese puesto a cada uno en su sitio.

5. Pandemia como singularidad española, una reflexión personal

Millones de personas se han confinado, pero nuestro caso merece una reflexión aparte9. En Occidente, ha sido el encierro más duro; en el mundo, solo nos ha superado China.

Italia cerró el país el día 7 de marzo. Si nosotros hubiésemos tomado medidas ese mismo día, si hubiésemos suspendido actos colectivos, manifestaciones, etc., la izquierda de la izquierda lo habría interpretado como un ataque a las mujeres10. El heteropatriarcado estaría empleando la pandemia, gripe pasajera en aquellos aciagos días, para justificar un retroceso en los logros históricos conseguidos por el feminismo. El gobierno se tambalearía y habríamos tenido que ir a elecciones. Los medios y periodistas afines a esta interpretación ridiculizaban las llamadas de alerta y jaleaban a los negacionistas. Antes se aplazaría la Navidad que el 8M. Todavía hoy resuenan sus carcajadas en nuestros oídos.

Lombardía cayó el 21 de febrero. Si nosotros hubiésemos tomado medidas ese día, si hubiésemos alertado a la población, restringido actos colectivos, etc., la derecha de la derecha lo habría interpretado en clave conspiratoria. Un gobierno socialcomunista estaría empleando la pandemia, ligero resfriado en aquellos temerarios días, para colectivizar el país, quemar iglesias y arrojarnos a los brazos del chavismo venezolano11. Los medios y periodistas afines a esta interpretación vertían veneno en la opinión pública un día sí y otro también. Todavía hoy resuenan sus bulos en nuestros oídos.

El resultado de la colusión de ambas narrativas, machistas versus chavistas, ya lo conocemos. Llegamos tarde. Sin duda, no habríamos podido evitar la pandemia, pero sí mitigar mejor sus efectos. Cada grupo imputaba al otro querencia por un cambio de régimen o por un golpe de estado12, con lo que nos quedamos quietos y apretujados, como el ganado ante el lobo, esperando acontecimientos. En nuestro país, cualquier acontecimiento contemporáneo hay que retrotraerlo a la II República, la guerra, la posguerra, el franquismo y la Transición, de forma que, cuando logramos centrarnos, el acontecimiento ha saltado sobre nuestras cabezas, y esta vez de forma literal. Por eso llegamos tarde.

El 3 de marzo la televisión pública española nos tranquilizaba con el dato de que la pandemia había causado en el mundo menos decesos que la gripe en España el año anterior, 6.000 muertos (RTVE "Cinco datos para poner en su sitio la alarma social por el coronavirus"). Con pánico indescriptible contemplamos cómo poco después fallecían de media casi mil personas al día durante dos interminables meses, con un pico de veinte mil muertos en tan solo una semana, primera de abril,13 justo un mes después del placebo emitido por RTVE. Retomando nuestro traumático hilo histórico, no sucedía algo así desde la guerra civil, ni las pérdidas, ni la propaganda. El eslogan que siguió en los inicios de la pandemia la jerarquía comunista de Wuhan ("a los jefes no se les da malas noticias") provocó un retraso irreparable en la toma de decisiones en el régimen chino. Pues bien, esta máxima sería también aplicable al caso español.

Por si fuera poco, el cúmulo de despropósitos, ocurrencias e improvisaciones que sucedió al cierre de nuestro país será difícil de olvidar (v. gr., "las mascarillas no son necesarias porque no tenemos"). Con todo, nada simboliza mejor nuestro surrealista confinamiento que observar cómo, mientras el mundo se hundía literalmente bajo nuestros pies, la propiedad más valiosa en nuestro país era una mascota. En efecto, en plena catástrofe planetaria asistimos con estupor e incredulidad a un momento animalista, dado que el Real Decreto que declaró el estado de alarma y el confinamiento generalizado de la población permitió a los dueños de las mascotas sacarlas a pasear sin limitación de horario, en contraste con el hundimiento de las empresas, la imposibilidad de velar a los muertos (Comité de Bioética de España, 2020b) o el coste anímico que tuvo para los niños un encierro de casi dos meses. Para más inri, en el momento en que se acordó dicha medida ni siquiera sabíamos si los perros y los gatos transmitían el coronavirus.

Una vez superado el trance, no sabemos si temporalmente, el presidente del gobierno exhibe como una proeza sin igual haber padecido la mayor tasa de mortalidad de Occidente a pesar de haber ordenado el encierro más duro (v. gr., "Salimos más fuertes"14); la oposición aprovecha para volcar su resentimiento hacia los logros sociales de las mujeres (v. gr., las "marchas de la muerte"15) o hundir aún más la moral de la sanidad pública (v. gr., "no teníamos la mejor sanidad del mundo"16); y uno de los pocos partidos que mostró apoyo a las medidas más sensatas sin hacer ruido, el único dirigido por una mujer,17 está condenado a desaparecer, ya que no se mostró lo suficientemente tribal a los ojos de sus electores. Con un panorama como este, no es de extrañar que la única política de Estado propiamente dicha sea esperar a que el virus se diluya solo.

Esto nos lleva al problema de la toma de decisiones colectivas cuando lo que está en juego trasciende las narrativas partidistas y la perspectiva electoralista.

En el libro Guerra Mundial Z (Max Brooks), los zombis arrasan todo el planeta, salvo Israel, que construye a tiempo un alto muro para protegerse. Cuando les preguntan cómo pudieron tomarse en serio la amenaza, contestaron que, si en una comisión nueve personas expertas están a favor de algo, la décima debe contradecir esta opinión de forma imperativa. En 1943, no se creyeron que estaban siendo exterminados; en 1972, que iban a masacrar a sus atletas; y en 1973, que iban a ser atacados por los árabes. Decidieron tomarse en serio las amenazas. Cualquier amenaza.

Pues bien, nos ha faltado un décimo hombre. No podemos delegar la toma de decisiones, en situaciones donde hay tanto en juego, en un único líder, por muy representativo, carismático o agraciado que nos resulte. Elegir un gobierno no puede suponer vender nuestra alma. La composición de los futuros comités de expertos sea en bioética, sea en temáticas similares, deberá tener un alto nivel de independencia ideológica y política, con objeto de que puedan contemplar, analizar y evaluar las opciones más extremas, por estrafalarias que resulten a los legos. Ha habido, y habrá, demasiado en juego como para que todo siga igual cuando esto termine.

En efecto, dados los riesgos inherentes a la biotecnología, la biología sintética, la nanotecnología o la inteligencia artificial, quizá lo sucedido sea una lección para el futuro inmediato. Debemos tener presente cómo, a pesar de haber visto venir esta pandemia a cámara lenta, no deja de sorprender la rapidez con que ha paralizado nuestra civilización. Pues bien, las denominadas tecnologías disruptivas pueden desencadenar procesos similares, esto es, globales, estructurales y demasiado vertiginosos como para tomar medidas a tiempo. Superamos este trance, pero lo debemos tomar como un aviso de nuestra fragilidad y del enorme poder desestabilizador de las tecnologías que estamos manejando en estos momentos.

6. Conclusiones

Hemos examinado cuatro perspectivas, ética, política, terapéutica y local de un mismo problema que parece va a convivir largo tiempo con nosotros. Las conclusiones que podemos extraer son las siguientes:

  1. La legislación no regula el triaje porque nadie es capaz de enfrentarse a ese problema. Los debates entre neokantianos y utilitaristas, con sus ricas, variadas y floridas escuelas, no solo no resuelven la cuestión, sino que la ahondan, ya que ambas corrientes acaban en aporías insolubles. Los primeros, porque en última instancia defienden que quien primero llegue a un respirador, se quede con él hasta que sane o muera; y los segundos, porque acaban proponiendo un carné social a la china (el "valor social" del individuo). El fracaso, tanto en la vertiente académica como en la legislativa, conlleva que se ceda el problema a los médicos, que han de tomar las decisiones guiándose por criterios que la sociedad no quiere conocer explícitamente. En última instancia, las cosas son blancas o negras, esto es, si hay un respirador y dos potenciales pacientes ingresados por la Covi-19, hay que elegir a uno. Y nadie quiere que ese proceso de toma de decisiones se recoja por escrito porque nos resulta insoportable afrontarlo.

  2. La gravedad de la pandemia nos conduce hacia una justificación teórica del control de la población para el que no estábamos preparados. En realidad, no es algo nuevo, sino legado por el régimen chino. Durante las últimas tres décadas, la dictadura oriental ha ido perfeccionando los mecanismos de vigilancia de su pueblo, de forma que, cuando apareció el coronavirus, ya estaban psicológica y jurídicamente preparados. Nosotros no. La necesidad de saber quién está contagiado, quiénes son sus contactos, etc., redirige a las democracias parlamentarias occidentales hacia escenarios tecnocientíficos que hasta hace poco solo podían hallarse en la literatura o en el cine. Cuanto más se tarde en lograr una vacuna, más estructural será el acomodamiento psicológico de la población a esta realidad.

  3. Si Trump propone la lejía como remedio para el coronavirus, los obispos reniegan de la vacuna por emplearse supuestamente moléculas abortivas, y Bolsonaro o Johnson minusvaloran públicamente la importancia de la pandemia para preservar sus macromagnitudes económicas, una buena parte de la sociedad se rasga (con razón) las vestiduras. Pero si Greenpeace rechaza la biotecnología, el régimen marxista cubano declara la homeopatía una política de estado y la izquierda alternativa se aferra a las pseudoterapias, entonces ese mismo sector mediático guarda (sin razón) silencio. Sin embargo, ambas narrativas, a izquierda y derecha, conducen a la gente al mismo lugar, esto es, al matadero, ya que el coronavirus afecta principalmente a las personas con el sistema inmunitario más deprimido, por edad, por patologías previas y, es conveniente resaltarlo, dada la querencia de parte de la izquierda por la homeopatía, por motivos sociales. Promover las pseudoterapias o la adquisición de la inmunidad natural (previa exposición a la enfermedad, porque si no, no se logra) sitúa esta forma de ecologismo pseudomarxista en la misma línea del neoliberalismo más extremo, esto es, en la promoción del darwinismo social.

  4. Algún día se estudiará en los libros cómo España vio venir a cámara lenta la pandemia y no reaccionó hasta que fue tarde. Es un fracaso social y político, no solo del gobierno. Resulta paradójico que un país tan descentralizado haya dependido, a la hora de la verdad, de la decisión de una única persona, su presidente. Quizá sea esta la lección que mejor podamos aprender: no podemos delegar la vida de tanta gente en tan pocas manos. Y esa lección es la que debemos trasladar a las tecnologías disruptivas/exponenciales (biotecnología, inteligencia artificial, etc.), dado que su poder para desvertebrar estructuralmente una sociedad es muy superior a nuestra capacidad de previsión y/o reacción.

Referencias

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1Véase en RTVE https://www.rtve.es/noticias/20200318/respiradores-camas-personal-uci-carrera-para-no-colapse-sistema-sanitario/2010310.shtml. Última visita, mayo de 2020.

2Desde el Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona se trató de proporcionar criterios lo más objetivos posibles para poder tomar decisiones. Entre ellos, se propuso que la decisión sobre la asignación de una UCI y/o un respirador se hiciese de forma colegiada y por personal no directamente implicado en los pacientes (Comité de Triaje), con el objetivo de garantizar una regularidad en la toma de decisiones, una mayor serenidad a la hora de tomarlas, y una cierta distancia emocional, dada la gravedad del momento (OBD, 2020).

3Se puede ver la complejidad de la situación en el reproche que el Comité de Bioética español (neokantiano) efectúa a la Sociedad Española de Medicina Intensiva (utilitarista): "9.7. En relación con algunas de las recomendaciones aprobadas por sociedades científicas, y en concreto sobre la aprobada por el denominado Grupo de Trabajo de Bioética de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SEMICYUC) bajo el título de Recomendaciones éticas para la toma de decisiones en la situación excepcional de crisis por pandemia COVID-19 en las unidades de cuidados intensivos, este Comité considera que algunos de los conceptos que se emplean en las mismas, sobre todo, las que hacen referencia a cuestiones tales como 'supervivencia libre de discapacidad por encima de la supervivencia aislada' o la que recomienda que '4. Cualquier paciente con deterioro cognitivo, por demencia u otras enfermedades degenerativas, no serían subsidiarios de ventilación mecánica invasiva', no son compatibles con la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, tratado firmado y ratificado por España." (CBE, 2020a).

4Como en los mejores tiempos del franquismo, se publicó en el BOE del 6 de mayo que la vuelta del fútbol después de tanto confinamiento "contribuirá a mejorar el ánimo y el bienestar psicológico de la población (...)". Resolución de 4 de mayo de 2020. Consejo Superior de Deportes.

5El 5G posibilitará el Internet de las Cosas, esto es, la conexión de la ropa, los electrodomésticos, los coches, etc., a Internet. Para ello se están creando redes específicas, constituyendo uno de los grandes retos tecnológicos contemporáneos. El 5G será al 4G actual lo que este a la máquina de escribir o a la imprenta. En este sentido, véase la Comunicación de la Comisión al Parlamento Europeo, al Consejo, al Comité Económico y Social Europeo y al Comité de las Regiones: "La 5G para Europa: un plan de acción". Bruselas, 14.9.2016 COM (2016) 588 final. Y también, Cybersecurity of 5G networks EU Toolbox of risk mitigating measures (2020) y Council Conclusions on the significance of 5G to the European Economy and the need to mitigate security risks linked to 5G (2019).

6El denominado "siglo corto", el siglo XX, habría comenzado con la Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa, y terminado con la caída del muro de Berlín y el hundimiento de los países del Este y la URSS (1989/1991). Pues bien, en este contexto se produjeron los sucesos de la Plaza de Tiananmen (1989), donde los estudiantes, influidos por la perestroika de Gorbachov, pedían a las autoridades chinas una transición hacia una democracia parlamentaria. La represión supuso no solo el fin de estas aspiraciones, sino también la reconversión del régimen comunista chino en una forma de capitalismo de Estado, del que se ha beneficiado occidente en estos últimos treinta años. Por otro lado, el fin de la Guerra Fría desembocó en la entrada en nuestra época actual, la Globalización, donde China juega un papel ambiguo, antagonista de EEUU, pero a la vez prestamista de su deuda pública; competidor de occidente, pero a la vez suministrador a bajo precio de los productos que necesita la economía europea. Considero que la crisis del coronavirus hay que contemplarla en este contexto de interdependencia forzada.

7Greenpeace. Demos la vuelta al sistema. Reinventa. Minuto 0,17. En Youtube https://www.youtube.com/watch?v=XCGVdaMEy_c

8Bastan unas cuantas palabras de gratitud para comprender el calado de la ayuda prestada por los médicos cubanos: "Fuimos náufragos y nos socorristeis sin preguntarnos el nombre ni la procedencia. Tras meses de luto, angustia y dudas ahora vemos la luz', celebró Stefania Bonaldi, alcaldesa del municipio de Crema, en la región de Lombardía, la más afectada por el virus en el país". El Periódico. Efe. 23/05/2020. Por eso es una obscenidad la política estatal de promover en Cuba la homeopatía, política denunciada precisamente desde la propia isla en una de sus más prestigiosas publicaciones, la Revista Anales de la Academia de Ciencias de Cuba (González, 2015: "La homeopatía ha cobrado una numerosa cuota de muertes en diversos países, también en Cuba").

9Las aclaraciones a pie de página están dirigidas al público no español.

10En España gobernaba en el momento de la pandemia un gobierno de izquierdas formado por una frágil coalición entre el partido que ganó las últimas elecciones, PSOE, y Unidas Podemos.

11Unidas Podemos, el partido minoritario que forma gobierno con el PSOE, estaría situado en el arco ideológico en la socialdemocracia, pero desde los medios conservadores se les acusa de filocomunistas y de simpatías con el chavismo venezolano. El hecho de que en el gobierno haya al menos un ministro comunista se explota como un filón.

12Para la izquierda, la extrema derecha quería tensar la situación durante la pandemia, responsabilizando al gobierno de lo sucedido, para provocar un golpe de estado militar. Para la derecha, la extrema izquierda quería aprovechar el confinamiento motivado por el coronavirus para derrocar la monarquía y proclamar la III República.

13El Instituto Nacional de Estadística informó el día 3 de junio de 2020 que, entre el 15 de marzo, fecha de la declaración del estado de alarma, y el 11 de mayo, fecha de inicio de la desescalada, fallecieron 47.000 personas (de más), tomando como referencia los decesos de esas mismas semanas en los años anteriores.

14Ante el estupor general, la campaña institucional del gobierno apareció en los principales periódicos españoles al inicio del desconfinamiento con este eslogan.

15La extrema derecha española aprovechó la coyuntura para imputar al feminismo la causa de la propagación del coronavirus. Las "marchas de la muerte" se referían a las manifestaciones feministas del 8 de marzo. Obviamente, este grupúsculo no abogaría por su aplazamiento, que es lo que se debía haber hecho este año, sino por su extinción, que es algo bien diferente.

16En los periódicos más conservadores se repetía machaconamente esta frase, como si la culpa de las muertes fuese la sanidad pública y no los recortes de los últimos años.

17Inés Arrimadas, dirigente de Ciudadanos, un partido de corte liberal bastante alejado, por ejemplo, de Unidas Podemos, pero que sin embargo apoyó al gobierno proporcionando estabilidad en la toma de decisiones en un contexto especialmente singular y sin antecedentes. Otros políticos, de diferente signo ideológico, también adoptaron medidas sensatas y consensuadas con completa independencia de la estrategia electoral del partido al que pertenecían.

Recibido: 01 de Julio de 2020; Aprobado: 15 de Julio de 2020

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