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Sanidad Militar

versión impresa ISSN 1887-8571

Sanid. Mil. vol.75 no.2 Madrid abr./jun. 2019

https://dx.doi.org/10.4321/s1887-85712019000200001 

EDITORIAL

Despedida del Inspector General de Sanidad GD D. José María Alonso de Vega

Farewell of General Surgeon GD. D. José María Alonso de Vega

José María Alonso de Vega1

Cuando recibí la propuesta para escribir unas palabras sobre mi periodo como Inspector General de Sanidad, me sentí muy halagado por esa oportunidad, pero de inmediato tuve la impresión de que quizás no fuese una buena idea. Mi etapa como Inspector ha sido corta, sin el tiempo que el desempeño de ese cargo debiera disponer para desarrollar proyectos; por tanto, la pregunta que me hacía era ¿qué es lo que puedo aportar? Al impedimento técnico de una vida breve como Inspector se unía, para empeorar las cosas, que gran parte de esa reducida etapa ha estado plagada de complicaciones, de lo que coloquialmente llamamos “incendios”, pero no aquellos que forman parte natural del trabajo cotidiano, sino que llegaron a alcanzar unas dimensiones tales que se diría que la IGESANDEF se había transformado en el volcán de Krakatoa. Doy fe de que mis intenciones fueron desde el principio hacer un recorrido tranquilo por mi nuevo y corto destino y centrarme en continuar el rumbo hacia la Sanidad Operativa, y de forma específica actuar sobre los tres principales factores que a mi modo de ver habían provocado un declive en nuestra Sanidad Militar. En uno de ellos, la carencia de recursos humanos, de manera crítica en Medicina, se vislumbraba un comienzo de resolución gracias al Centro Universitario de la Defensa y otras medidas puestas en marcha por mis predecesores en la Inspección. Los otros dos factores eran la carencia de proyectos conjuntos y la fragmentación de la propia Sanidad Militar.

Decía el cirujano francés Leriche que la salud es el silencio de los órganos. En mi caso, aspiraba a reflexionar con sosiego sobre los asuntos citados en un ambiente lo más saludable posible. Así resultó al principio, supongo que dentro de ese fugaz periodo de gracia que se concede a los novatos, pero como espetaron a un buen compañero y amigo al hacer una puntualización en una reunión con representantes de instituciones civiles: “Con lo bien que íbamos, General…”. También es verdad que podía haber optado por pasar de puntillas y con el mínimo ruido, pero quien hubiera pensado que yo estaba hecho de esa pasta, no sé si para suerte o desgracia mía, estaba equivocado por completo. Por otra parte, no creo que el magnifico círculo de personas con las que me había rodeado y que formaban mi equipo mas próximo me hubieran perdonado inhibirme o actuar con pasividad. Creo que todos estábamos más del lado de esa forma de afrontar la vida a la que el Papa Francisco hacía referencia en una homilía: “…no se puede vivir sin mirar a los desafíos, sin responder a los desafíos…Por favor, no miréis a la vida desde el balcón.”

Algunos problemas venían de lejos, esos flecos que van quedando sin resolver; otros explotaron como minas a nuestro paso. El IMIDEF, la UAAN, el hospital Gómez Ulla, el hospital de Zaragoza, los incesantes expedientes… Poco a poco fuimos recomponiendo la estabilidad.

Hubo una época, antes de mi ascenso a general en la que hubiera tenido serias dudas sobre mi capacidad de enfrentarme a esos problemas, pero llegado el momento descubrí que las mejores herramientas son las más sencillas. Cuando me nombraron Inspector hacía tres años que había llegado a Madrid, después de tres décadas en una ciudad de provincias; solo era un chico de provincias más. Hay una película fantástica, “La ciudad no es para mí” que me recuerda mucho mi llegada a Madrid tras mi ascenso al generalato. En la película, Paco Martínez Soria desembarca en la estación de Atocha con una gallina en un cesto y en la otra mano un retrato de su difunta esposa Saturnina, dispuesto a complicarse la vida solucionando problemas de su familia en la capital con las únicas armas del sentido común. Bueno, pues de un modo parecido, llegué yo una noche al Hospital Central de la Defensa, recién nombrado Subinspector, tirando de una maleta con una mano, sin gallina, pero con un bocadillo de magra con tomate, y en la otra cargando con el retrato de mi tatarabuelo. Lo de mi tatarabuelo es puro romanticismo y no solo porque vivió en el siglo XIX con esos ideales, que también. Fue militar, al igual que muchos de mis antepasados, pero lo que le hacía tan especial para mí como para traerme su retrato a cuestas era la circunstancia de haber sido en su tiempo, además de teniente general de infantería, Director General de Sanidad. Tampoco estuvo mucho tiempo de jefe de la sanidad militar, es cierto, pero en ese periodo, y con la ayuda inestimable del Doctor Codorniú, un médico militar con amplia experiencia forjada en las guerras carlistas, elaboró un plan de organización de la Sanidad Militar que encajaba como anillo al dedo para lo que debería ser una estructura actual de la Sanidad Militar. Estableció una plana mayor compuesta por facultativos, por profesionales sanitarios, y otra plana menor compuesta por suboficiales y personal de tropa de Sanidad. A raíz de la primera guerra de África, donde participó mandando un cuerpo de ejercito junto a su amigo el general Prim, impulsó la creación de las brigadas de sanidad de la Península, Cuba, Filipinas y Puerto Rico. En definitiva, el retrato de mi tatarabuelo fue pasando de un destartalado despacho de Subinspector de Ordenación Sanitara en la planta 5ª de la IGESAN, a otro en el Estado Mayor de la Defensa (donde aprendí algo que luego me sería de enorme utilidad: la paciencia estratégica) y, finalmente, al despacho del Inspector General de Sanidad. Durante casi año y medio he tenido el retrato colgado frente a mí, pareciendo en ocasiones que me daba ánimos y en otras que afeaba los momentos en que me perdía en cavilaciones. A mi antepasado le llamaban “el general prudente”, no precisamente por su indecisión sino por su carácter tranquilo y juicioso en el campo de batalla, y ese rasgo de su carácter en situaciones difíciles lo aproveché, con lo que hoy llamaríamos una lección aprendida, para mejorar mi resilencia.

El tiempo en que he desempeñado el cargo de Inspector General de Sanidad de la Defensa, ha sido un buen tiempo, he aprendido enseñanzas para la vida (nunca es demasiado tarde), he aprendido lo que significa amistad y lealtad y he aprendido a esforzarme en ganar la confianza de los que no confiaban en mí. Nunca me he quejado de mi puesto. Nadie te pone una pistola en el pecho para ser general y menos para ser Inspector.

Mirando atrás, mirando los sueños que tenía al principio, creo que a pesar de todo he podido hacer algunas cosas. Con la ayuda de mi equipo hemos apagado grandes de esos incendios que comentaba antes. Pero, además, por encima de todo, hemos marcado un código de conducta, un estilo, donde lo que prevalece es el servicio a la Institución. El sillón del Inspector está para sentarse con la vocación inalterable de servicio a la Institución, no de que la Institución te sirva a ti. Y desde ahí, sobre las tareas y dificultades cotidianas, mirar hacia un futuro de 5 ó 10 años por delante. En el libro de Covey “Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva” se resume muy bien algunos de estos principios: priorizar (diferenciar entre lo que es importante y lo que es urgente) y visión de futuro (ver hacia donde queremos llegar para empezar a dirigir nuestras acciones). Por lo demás, las herramientas para el día a día son sencillas: honradez, transparencia, buscar siempre la legalidad (no siempre sabemos lo que es justo, pero podemos saber lo que es legal), empatía (no mires el reloj o revuelvas papeles cuando un subordinado o un colega esté hablando contigo). En fin, como el paleto de la “La ciudad no es para mí”: mucho sentido común y una pizca de buen humor.

El último día como Inspector uno revisa el despacho comprobando que todo queda en orden, los objetos personales en bolsas o cajas de cartón, las conversaciones formando parte del recuerdo y las palabras que al final no se dijeron también. Y sin embargo, quien después abra los cajones no los encontrará vacíos, si sabe mirar descubrirá esos sueños, esos proyectos que han quedado para convertir definitivamente nuestra Sanidad Militar en una Sanidad Militar Operativa del siglo XXI: un Hospital Central de la Defensa potenciado en su aspecto como role 4 con una capacidad completa para hacer frente a amenazas NBQR y con una Unidad de Medicina Tropical y su RDOIT; una activa presencia internacional en foros y destinos de la OTAN y la UE; mejorar las relaciones con nuestros hermanos de las Sanidades Militares iberoamericanas, con posibles participaciones en formaciones sanitarias de tratamiento multinacionales; la realidad de una tropa sanitaria en sus distintos niveles de capacitación y de nuestros propios suboficiales de sanidad que realicen funciones técnicas específicas; la ejecución de ejercicios de sanidad conjuntos; la creación de un Instituto de Medicina Pericial; los procedimientos coordinados de compra, almacenamiento y mantenimiento de material y equipos sanitarios; la cooperación activa con agencias e instituciones de interés para la Sanidad Militar; la finalización de los convenios que permitan desarrollar los programas de formación continuada…y, permitirme, para el final, el sueño de un Inspector retirado: un Cuerpo Militar de Sanidad único, del que dependa orgánicamente todo el personal y permita una gestión más eficaz para lo que es su verdadero destino: el apoyo sanitario a la Fuerza.

Queridos compañeros, no dejéis de apoyar siempre con la mayor lealtad a vuestro Inspector.

Mi tiempo al mando de la Inspección ha sido bueno, ha merecido con creces la pena. Ha sido un honor y un privilegio estar a vuestro servicio.

Cartagena a 20 de mayo de 2019

jalode@oc.mde.es

1

GD. Médico (R)