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Ene

versión On-line ISSN 1988-348X

Ene. vol.16 no.2 Santa Cruz de La Palma  2022  Epub 14-Nov-2022

 

ARTÍCULO ESPECIAL

Tiempo, pérdida, y vulnerabilidad

Time, loss and vulnerability

Alfonso Miguel García-Hernández1 

1Doctor. Profesor titular de la Universidad de La Laguna (España)

Resumen

Vivimos un eterno presente en movimiento, en el que echamos un vistazo por el retrovisor biográfico para poder enfocar el tiempo que se proyecta hacia adelante, para entender nuestras pérdidas y dar significado a la muerte, lo que nos obliga a posicionarnos constantemente. Funcionamos desde la analogía en acción que nos lleva a construir nuestra realidad, nuestras experiencias y narrarlas. Estamos en el mundo y la vulnerabilidad está presente en nuestro cuerpo vivido y sobre todo en el cuerpo físico. Ella puede propiciar todo lo imaginablemente bueno de la vida y también todo lo contrario. De ahí que sus heridas sean tan dolorosas. La vulnerabilidad transita nuestras historias a lo largo del tiempo, las hilvana de modo que decide si nuestras vidas han valido o no la pena.

Palabras clave: tiempo; memoria; narrativa

Abstract

We live in an eternal present in motion, in which we take a look through the biographical rear-view mirror to be able to focus on the time that is projected forward, to understand our losses and give meaning to death, which forces us to constantly position ourselves. We function from the analogy in action that leads us to build our reality, our experiences and narrate them. We are in the world and vulnerability is present in our lived body and above all in the physical body. She can bring about everything conceivable good in life and also the opposite. That's why his wounds are so painful. Vulnerability travels our stories over time, weaves them together in such a way that it decides whether or not our lives have been worthwhile.

Keywords: time; memory; narrative

DESARROLLO

Hace años que estoy interesado por la descripción y el análisis del carácter específico que asumen el espacio y el tiempo en la experiencia humana, al considerar que constituyen una de las tareas más atrayentes e importantes de la filosofía antropológica, por lo que es una suposición ingenua e infundada considerar la apariencia del espacio y del tiempo como semejante para todos los seres. A lo que sumamos que nuestras vidas, nuestras biografías personales se desarrollan en espacios, cual historias que nos trascienden y en circunstancias que no elegimos.

No hay nada que rija el tiempo, aunque su atomización y la sensación de que transcurre mucho más rápido, con una aceleración forzada me hace sentir que atomiza nuestras identidades, como si se diera una pérdida radical de espacio y el tiempo que reduce la muerte a perecer a destiempo. De hecho hago mías las palabras con las que Proust inicia En busca del tiempo perdido: “Durante mucho tiempo he estado acostándome temprano” expresión que sin lugar a dudas está ligada al tiempo y a la felicidad. Al igual que Baudrillard, creo que un exceso de velocidad destruye el sentido y nos hace más vulnerables, aunque una ralentización excesiva no ayuda y hemos de hacer responsable directamente a la velocidad de la pérdida de sentido.

Nada perdura más allá de la muerte salvo la narración, pero incluso esta requiere de una revitalización de la vida contemplativa y una desaceleración de la vida, para hacerla más rítmica, vivible y cargada de sentido, que conduzca a un entendimiento apropiado del tiempo y de la libertad, que conduzca a la vida a un saber hacia dónde. Porque cuando nada importa, nada es decisivo. Y cuando fruto de la vida o de la muerte de nuestros seres queridos no es posible que determinemos que tiene importancia, todo pierde importancia. La narrativa no es ajena a ello cuando plantean que aceleración y desaceleración tienen una raíz común que es la des-temporalización narrativa, con un manifiesto desorden, desorientación y falta de ritmo.

Hay quienes mueren a destiempo: demasiado tarde o demasiado pronto. Morir a tiempo es la gran enseñanza de la vida. Aunque la muerte llega a destiempo, como un ladrón que sin embargo viene como un señor. Una violencia que viene de fuera y acaba con la vida a destiempo. La muerte no supondría una violencia si su final es resultante de la vida, del tiempo de su vida de un “murió como vivió” de un “murió de muerte natural” que nos permite vivir la vida desde sí misma para morir en el momento justo.

Vivir el doble de rápido, aceleradamente, puede sumar más opciones a nuestras vidas, multiplicar las oportunidades, pero nos engaña con dicha ingenuidad al confundir consumación con abundancia. La vida plena no se explica por la cantidad, no es el resultado o la suma de resultados de una enumeración de acontecimientos, de oportunidades, sino más bien el sentido sin tensión narrativa, sin ajetreo ni nerviosismo que todo lo acelera, con tranquilidad.

Dar sentido a nuestras vidas es convertir toda bondad en un legado, puesto que la existencia es una transmisión, ya seamos padres o educadores, el legado y la continuidad constituyen dos pilares para la continuidad además de limitar nuestros horizontes temporales que hacen que el conocimiento se abra a la comprensión. La realidad de la vida misma no proviene sino de la disyunción de la vida y la muerte. El efecto de real no es, por lo tanto, más que el efecto estructural de disyunción entre dos términos, y nuestro famoso principio de realidad, con lo que implica de normativo y de represivo, no es más que la generalización de ese código disyuntivo a todos los niveles. La realidad de la naturaleza su “objetividad”, su “materialidad”, sólo proviene de la separación del hombre y la naturaleza; de un cuerpo y un no-cuerpo. Lo simbólico es lo que pone fin a ese código de la disyunción y a los términos separados. Es la utopía que pone fin a los tópicos del alma y del cuerpo, del hombre y de la naturaleza, de lo real y de lo no-real, del nacimiento y de la muerte. En la operación simbólica, los dos términos pierden su principio de realidad (Baudrillard, 1980: 153).

En relación a los recuerdos, es importante entender que se desplazan a un espacio sin tiempo, a un tiempo ahistórico, a un tiempo de marcado contenido simbólico. A la promesa, al compromiso, a la lealtad, a prácticas atemporales que entrecruzan pasado, presente y futuro. Por ello que recuperar ese tiempo mítico tan lleno de significados e imágenes, cargados de narrativas sirve para construir mundos significativos que narran la relación de las personas con las cosas y, los acontecimientos con quien mantenemos una estrecha relación, con un mundo vivido y sentido lleno de significados.

Greenhouse da un sentido lineal y progresivo al tiempo aunque entiende que no es vivido universalmente de la misma manera por todas las culturas. En el caso de la muerte, que en las sociedades europeas es vivida como el fin absoluto de la vida, se experimenta de modo diferente que en otras sociedades en las que se vive como la cesación de un tipo de actividad correspondiente a una parte de los elementos que se consideran parte de cada individuo. Cuando el cuerpo físico fallece, en muchas sociedades el individuo no siempre muere, sino que parte de sus esencias permanece en el mundo. El alma, el tótem, la casa ancestral e incluso la tierra son vistas como formas de continuación, aunque parcial, de cada vida humana. El cuerpo físico es sólo una parte de cada persona y, algún tipo de esencia individual puede transformarse en otras sustancias materiales, inmateriales, inanimadas o animadas, que continúan en el mundo de los vivos. Considera así que la muerte se convierte en un evento social más que en uno cronológico per se, puesto que más que marcar algún tipo de tiempo, marca transformaciones, a veces substanciales, en las relaciones sociales. De hecho, incluso, ni la pena por perder a alguien querido no es vivido de manera semejante en cualquier sociedad, ni las expresiones de esta pena, ni su interpretación son generalizables tampoco pues se expresan de formas idiosincrásicas en cada grupo social.

Civilización, evolución, desarrollo, aculturación, modernización (y sus primos, industrialización y urbanización) son todos términos cuyo contenido conceptual se deriva, en formas que pueden ser especificadas, del tiempo evolutivo. Todas tienen una dimensión epistemológica aparte de cualquier intención ética, o no ética, que puedan expresar (Fabián, 1983: 17-18).

Nuestro supuesto monólogo interior, es en realidad un dialogo que mira hacia afuera y en nos construimos al dejar pasar nuestras múltiples voces, que se retroalimentan, construyendo nuestro discurso. Narrar los acontecimientos, nos ayuda a salir de la linealidad del tiempo histórico, ganar en profundidad y en amplitud, ganar espacio. Nos ayuda a dar sentido a la naturaleza, al tiempo, a la muerte y a la posibilidad de cambio en nuestras vidas, salirnos de la dirección marcada, de ese tiempo orientado e inamovible. Porque nada es. Todo será y todo se transforma en un continuo cargado de orden y cambio que fluye hacia adelante. De igual modo, el tiempo escatológico también nos somete pero en lugar de a la linealidad lo hace a Dios, pues no admite acciones ni se proyecta al futuro porque no somos sujetos de nuestra historia sino más bien Dios es quien nos dirige.

El mundo desplegado por nuestra obra narrativa es siempre un mundo temporal, de modo que el tiempo se hace tiempo humano en cuanto se articula de modo narrativo; a la vez, la narración es significativa en la medida en que describe los rasgos de la experiencia temporal, un círculo bien construido cuyas dos mitades se refuerzan mutuamente y alcanza su plena significación cuando se convierte en una condición de la existencia temporal. De modo que narración implica memoria y previsión, espera. Después de todo, recordar es tener una imagen del pasado, a modo de una huella de los acontecimientos que permanecen unidos a nuestro espíritu (Ricoeur, 2004: 39).

Y el presente cambia cual paradoja tal como plantea Merleau-Ponty (1994: 102)“Nuevas percepciones sustituyen a las percepciones antiguas e incluso nuevas emociones sustituyen a las de antaño, pero esta renovación sólo interesa al contenido de nuestra experiencia y no a su estructura, el tiempo impersonal continúa fluyendo, mientras que el tiempo personal está atado. Claro está, esta fijación no se confunde con un recuerdo, hasta lo excluye, el recuerdo, en cuanto se exhibe ante nosotros, como un cuadro, una antigua experiencia y que, por el contrario, este pasado que continúa siendo nuestro verdadero presente no se aleja de nosotros y se oculta constantemente detrás de nuestra mirada en lugar de disponerse delante de ella.” De modo que la ambigüedad del ser-del-mundo se traduce por la del cuerpo, y ésta se comprende por la del tiempo. Imaginar será siempre más grande que vivir (Bachelard, 2000: 91).

Nuestro organismo, esa maravillosa ingeniería, está impregnado de vulnerabilidad, afectabilidad y de precariedad. Es infirmus en potencia en el sentido de que necesitamos de los otros, de los cuidados, de que en ocasiones no nos sostenemos por sí mismos, incluso cuando las cosas van bien no nos sostenemos completamente por nosotros mismos. Sentirse o estar enfermo. No hablemos ya de si nos enfermamos, lo cual ha colocado la salud en un lugar primordial en nuestra jerarquía de valores, la cual se proyecta en nuestra sociedad a partir de parámetros fundamentalmente fisiológicos. La enfermedad manifiesta la cara más oscura de la vulnerabilidad, que siempre está presente y colinda con las heridas de la vida a las que damos sentido desde la reflexividad, la relatividad y la alteridad que nos interpela. Un correlato narrativo indispensable para entendernos, que nos hace sensibles a la mirada, a las acciones y reacciones del otro, que busca un punto de encuentro y que puede proyectarnos a los unos en los otros. Desde las múltiples particularidades a la universalidad.

La muerte, como experiencia límite, pone toda nuestra existencia a prueba y puede ser proyectada en primera, segunda y tercera persona, o simbólicamente, ya sea como una liberación, como un sueño eterno, como un despertar a la luz o incluso como una desconexión cerebral. Todo son presunciones porque la ignorancia en este tema sigue siendo superlativa y tal como comenta Confucio en sus Analectas cuando el maestro responde al discípulo: “Si todavía no conocemos la vida ¿cómo podríamos saber de la muerte?”

BIBLIOGRAFÍA

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Han, B. (2018). El aroma del tiempo. Barcelona: Herder. [ Links ]

Merleau-Ponty, M. (1994). Fenomenología de la percepción. Barcelona. Península. [ Links ]

Ricoeur, P. (2004). Tiempo y narración. Configuraciones del tiempo en el relato histórico. Tomo I. Buenos Aires: Siglo XXI editores. [ Links ]

García Hernández, A. (2022). Tiempo, pérdida, y vulnerabilidad. Revista Ene De Enfermería, 16(2). Consultado de http://www.ene-enfermeria.org/ojs/index.php/ENE/article/view/1424

Recibido: Junio de 2022; Aprobado: Julio de 2022

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