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FEM: Revista de la Fundación Educación Médica

versão On-line ISSN 2014-9840versão impressa ISSN 2014-9832

FEM (Ed. impresa) vol.17 no.1 Barcelona Mar. 2014

https://dx.doi.org/10.4321/S2014-98322014000100001 

EDITORIAL

 

El numerus clausus de las facultades de medicina. Criterios y responsabilidades en el número de admitidos y en su distribución

Numerus clausus in medical schools. Criteria and responsibilities in the number of admissions and in their distribution

 

 

Arcadi Gual, Felipe Rodríguez de Castro

Presidente de la Fundación Educación Médica (A. Gual).
Presidente de la Sociedad Española de Educación Médica (F. Rodríguez de Castro).

Dirección para correspondencia

 

 

Este número de la revista FEM incluye la transcripción integra de la reciente declaración del Foro de la Profesión Médica de España que, bajo el título "¿Por qué numerus clausus en medicina?", desgrana una serie de cuestiones, ciertamente opinables, pero que se sustentan básicamente en tres principios no refutables: mantener o mejorar la calidad de la formación de los médicos (y, por ende, la calidad de la asistencia), mantener o mejorar la relación coste-eficacia de la formación y mantener o mejorar el sentido común.

Es cierto que muchas universidades que no disponían de facultad de medicina en su campus se han esforzado en incluir estos estudios en su oferta formativa asumiendo que, sin demérito de cualquier otro grado o titulación, contar con el grado de medicina ofrece un plus en su visibilidad social, un incremento tanto de la actividad investigadora como de la transferencia a la sociedad, y una capacidad añadida para establecer múltiples sinergias con diferentes instituciones y organismos. Pero también resulta cierto lo contrario, esto es, que muchos rectores han constatado que una facultad de medicina es una dificultad importante en la ya no fácil gestión universitaria. Una facultad de medicina siempre supone un problema con el que un rectorado debe lidiar al tener que explicar, una y otra vez, las características diferenciales de esta titulación: medicina es diferente. La relación profesor-alumno, el número de profesores necesarios, la naturaleza de las prácticas clínicas, los costes técnicos, tecnológicos y humanos, la complejidad organizativa, los convenios con instituciones sanitarias y los difíciles y costosos métodos de evaluación son sólo algunos ejemplos de las diferencias que existen entre un grado de medicina y un grado de humanidades o de ciencias sociales.

Mantener e incrementar la calidad de la formación de nuestros médicos es una responsabilidad social que atañe, además de a las universidades, a otros actores e instituciones. Podríamos sostener, sin temor a equivocarnos, que ninguna o casi ninguna de nuestras facultades de medicina fue dimensionada inicialmente para el número de estudiantes a los que forma en la actualidad. Es posible que alguien discrepara si dijéramos que en las facultades de medicina se enseña peor cuando hay demasiados alumnos, y por tanto no lo diremos. Sin embargo, resulta evidente que se requieren más alimentos y más cocineros para dar de comer a cincuenta personas que para alimentar a cinco. Por tanto, nos permitirán afirmar, suponemos que sin contestación, que disponiendo de los mismos recursos, una facultad podría formar mejores médicos si se disminuyera el número de alumnos.

En el supuesto de que se tuvieran todos los medios necesarios para formar de manera óptima a los alumnos de un grado de medicina, y que estos recursos crecieran paralelamente al incremento de estudiantes, se podría plantear, por ejemplo, la posibilidad de disponer de una facultad de medicina con dos mil alumnos por curso y, por tanto, con doce mil alumnos deambulando por sus aulas y centros asistenciales. Esta opción, ¿permitiría formar buenos médicos?, ¿sería de sentido común hacerlo en estas condiciones?

Aceptada la crítica de que disponer de facultades de medicina con un elevado número de alumnos es una alternativa discutible si queremos garantizar la calidad en la formación de los médicos, debemos plantearnos la posibilidad contraria. Si estableciéramos un criterio muy restrictivo en el número máximo de alumnos de nuevo acceso -supongamos cincuenta alumnos por facultad-, esto nos permitiría garantizar sobradamente los recursos necesarios para una formación de calidad, pero se nos plantearía la posibilidad de tener que incrementar el número de facultades para cubrir las necesidades de médicos en base a centros con tan reducido número de alumnos por curso. Parece evidente que incrementar el número de facultades de medicina conlleva una clara desviación de la relación coste-eficacia y se nos vuelve a plantear la pregunta de si aumentar el número de facultades de medicina con pocos alumnos en cada una de ellas es de sentido común.

Estas preguntas, por supuesto retóricas, no pretenden más que enfatizar la necesidad de adecuar razonablemente dos asuntos cardinales. Uno es el de ajustar el número de médicos necesarios al número de médicos a formar. Una vez establecido el número de estudiantes que deben ingresar anualmente en nuestras facultades para su formación como médicos, sólo falta evaluar el número óptimo de alumnos que pueden formar las facultades de medicina actuales. Si este número fuera inferior a las necesidades de médicos que demanda la ciudadanía, esto querría decir que se necesitan más facultades de medicina. En caso contrario, debemos asumir que con las facultades actuales es suficiente e incluso que pueden disminuir de forma proporcional el número de alumnos que están formando. ¿No es eso sentido común?

En la formación de los médicos hay diferentes instancias implicadas y cada una de ellas lo está en distintos niveles. La adecuación entre las necesidades de médicos, el número de estudiantes y el número de facultades de medicina está repetidamente en boca de los responsables de estas facultades, concretamente en boca de la Conferencia de Decanos de Facultades de Medicina de España, que insiste una y otra vez en el desajuste, cada vez más evidente, entre el número de estudiantes que acceden a la formación médica y sus posibilidades de inserción en el mercado laboral. Desgraciadamente, los decanos no son los responsables de ajustar estos tres parámetros, ni mucho menos tienen capacidad ejecutiva para hacerlo. Bastante hacen con elevar su voz tanto en sus universidades como en la calle Alcalá y en el Paseo del Prado esperando que, en algún momento, rectores, y sobre todo los responsables ministeriales de universidades y de sanidad, decidan tomar conjuntamente cartas en el asunto. Observen que para resolver el problema se requiere, por una parte, tomar decisiones, y por otra, hacerlo conjuntamente. Disponemos de citas de hace más de diez años pidiendo, clamando, por una estructura conjunta educación-sanidad con capacidad ejecutiva para tomar decisiones respecto a la cuestión de números en la formación de los médicos. ¿No es posible que las direcciones generales de sanidad y las universidades puedan disponer de una estructura de enlace, algo más que decorativa, que argumente cuántos alumnos de grado de medicina, cuántos médicos de formación especializada y cuántas facultades de medicina se precisan para que el Sistema Nacional de Salud disponga de los profesionales necesarios para garantizar a la ciudadanía una asistencia de calidad y con un coste-beneficio ajustado? ¿No creen que hacerlo sería de sentido común?

 

 

Dirección para correspondencia:
Fundación Educación Médica.
Departamento de Ciencias Fisiológicas
I. Facultad de Medicina.
Universitat de Barcelona.
Casanova, 143. E-08036 Barcelona.
E-mail: agual@fundacioneducacionmedica.cat

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