1. Introducción
En 1975, año en el que Jaws fue estrenada, se desato una cacería de tiburones blancos que se extendió por diversos lugares del mundo y continúo durante varios años. Según diversos autores (p. ej., Curmi, 2005; Francis, 2012; Beauchamp, 2015), dicha persecución generalizada estuvo correlacionada con la película recién mencionada. El escritor de la novela original, Peter Benchley, luego de advertir los estragos vinculados a la adaptación de su obra, modificó radicalmente su concepción de los tiburones y de los océanos en general, volcándose el resto de su vida a defender la causa ambientalista (Rothfels, 2002).
Tanto el relato original como la adaptación dirigida por Steven Spielberg eran ficción. Llamativamente, en la pandemia de COVID-19 ocurrió (y probablemente siga ocurriendo) un fenómeno similar, pero en este caso correlacionado con información cierta erróneamente interpretada. Una vez que se difundió la noticia de que posiblemente el huésped originario del SARS-CoV-2 fuese una especie aún no identificada de murciélagos, grupos de personas de diversos lugares llevaron a cabo una persecución de estos animales (Fenton et al., 2020). Por ejemplo, Zhao et al. (2020) sostienen que numerosos ciudadanos chinos solicitaron al Estado que se expulsen a los murciélagos que hibernaban cerca de sus casas. Incluso, aunque aún no hay registros detallados de los eventos, los autores sugieren que en los últimos meses se ha llevado a cabo una "matanza masiva para proteger la salud pública" (Zhao et al., 2020: 1436). Más curioso aún es el hecho de que la especie de murciélago que habita las ciudades chinas no está relacionada con el origen de la COVID-19, dado que estudios recientes lo vinculan con una especie silvestre1, a saber, los "murciélagos de herradura" (Rhinolophus affinis) (Zhou et al., 2020). Aunque el registro de este tipo de situaciones es todavía muy puntual, a la luz de eventos pasados en relación con el trato para con estos animales (Olival, 2015), resulta plausible afirmar que la persecución y/o matanza de murciélagos no fue poco común en los últimos meses.
Aunque el paralelo entre lo ocurrido tras el estreno de Jaws y lo que acontece actualmente con el trato hostil para con los murciélagos parezca una comparación frívola a primera vista, tras ella se hallan más puntos en común de los que surgen mediante un análisis superficial. De hecho, este paralelo es pertinente como punto de partida para explorar un fenómeno más general vinculado con las causas fundamentales de la pandemia actual, a saber, las relacionadas con el nivel ecosistémico involucrado en sus condiciones de posibilidad (O'Callaghan-Gordo y Antó, 2020). Teniendo en cuenta las dificultades que surgen de la generalidad y complejidad de este objeto de estudio, con el fin de ahondar en él, en este artículo examinaré algunas articulaciones disciplinarias que acontecen en una ciencia relativamente reciente, a saber, la bioética animal.
Siguiendo la caracterización de John Hodges (2005: 55), desde la bioética animal se comprende que:
"(...) las condiciones de cría, alojamiento, transporte y sacrificio de animales de granja, la introducción de la ingeniería genética en la producción animal, el uso de animales en experimentación o la vida silvestre en cautiverio para demostración pública, entretenimiento o incluso en un entorno doméstico como 'nuevos' animales de compañía, son temas de discusión que cuestionan nuestras concepciones de la relación humano-animal."* 2(2005: 55).
El núcleo conceptual de esta disciplina lo constituyen, por tal, las diversas aristas éticas del vínculo actual entre los seres humanos y el resto de los animales. Otros temas conectados con este núcleo son las herencias históricas en la percepción del vínculo entre humanos y animales no humanos (Libell, 2005), la mediación entre la investigación clínica y las comisiones de ética animal (Jankoski y Fischer, 2019) o, de particular relevancia para este artículo, los problemas ecosistémicos derivados de los circuitos de caza, cría y comercialización de animales silvestres (Thompson y List, 2015).
Con todo, cabe preguntar cuál sería el aporte novedoso de la bioética animal, siendo que la ética animal ya es una disciplina consolidada. En primer lugar, mientras que la ética animal guarda una estrecha vinculación ante todo con las éticas tradicionales de las cuales generalmente obtiene su fundamento normativo, la bioética animal, dada la amplitud de su objeto de estudio, muestra poseer características inherentemente transdisciplinarias3. En segundo lugar, siendo que el concepto cardinal de la bioética en sentido amplio es la vida en su relación con diversas problemáticas de orden moral, la bioética animal incluye las discusiones sobre la relación humano-animal no humano en un marco aún más amplio que el de la ética animal, el cual favorece un espacio de diálogo y mediación entre partes con intereses diversos (Jankoski y Fischer, 2019). En tercer lugar, y este es un punto que resultará importante hacia el final del trabajo en cuestión, la constitución transdisciplinaria de la bioética animal habilita un espacio propicio para la búsqueda de soluciones a algunos problemas meta-teóricos contemporáneos, vinculados a las éticas aplicadas en general.
Resumiendo, este artículo se encuentra en la línea de producciones recientes focalizadas en las potencialidades de la bioética animal como un punto de encuentro entre la bioética y la ética animal del cual, al mismo tiempo, emergen características disciplinarias que la distinguen y destacan (Leyton, 2019; Yáñez González, 2020). La polémica actual sobre la persecución de murciélagos representa un caso específico que servirá de eje en este artículo para develar la constitución transdisciplinaria de la bioética animal, particularmente respecto de la convergencia de tres ámbitos de estudio en apariencia distantes uno de otro, pero cuya interrelación evidencia ser hoy fundamental para considerar en profundidad la era post-COVID-19. Me refiero a la ética ambiental, la ética de los medios de comunicación y la psicología moral.
Respecto de la primer disciplina, si bien ya mucho se ha escrito sobre el vínculo entre la bioética general y la ética ambiental (por ejemplo, Dwyer, 2009), la persecución actual de murciélagos resulta ser un caso especialmente ejemplar a la hora de explicitar que las causas más importante de la pandemia actual no son esos animales, sino un sistema antropocéntrico mucho más amplio que podría eventualmente llevar a una crisis de orden ecosistémico general (Bonilla-Aldana et al., 2020). La articulación transdisciplinaria favorecida por la bioética animal podría otorgarle a las producciones ligadas a la ética ambiental un ámbito de convergencia que las haga más visibles en su interrelación con otras ciencias.
La segunda disciplina será la ética de los medios de comunicación, la cual en los últimos meses ha enfrentado problemáticas que han dejado en evidencia que los medios de comunicación pueden representar un arma de doble filo en la lucha contra los contagios y la extensión de la pandemia (Zhao et al., 2020), por el hecho de que si bien, por un lado, han habilitado la transmisión rápida de información actualizada ligada a prácticas preventivas y curativas también, por otro lado, han favorecido el surgimiento de teorías conspirativas o, como es el caso que nos ocupa, la persecución injustificada de un taxón específico (los murciélagos). A partir de la emergencia de una "infodemia" paralela a la pandemia (Naughton, 2020), correlacionada con la post-verdad y los sesgos cognitivos tras ella, la ética de los medios de comunicación evidencia estar en proceso de revisión meta-teórica para así hacer más efectivas sus investigaciones. Según se argumentará, la bioética animal podría contribuir en dicho proceso.
Respecto de la psicología moral, múltiples estudios provenientes de esta ciencia evidencian el limitado efecto que la cognición racional posee en las motivaciones, decisiones y/o acciones humanas, frente a la preeminencia de la cognición intuitiva en ellas (p. ej., Haidt, 2001; Kahneman, 2002; Evans, 2008), lo cual, al mismo tiempo, explicita algunos problemas de tipo meta-teóricos tanto en las éticas aplicadas como en los fundamentos de las éticas normativas tradicionales, generalmente basadas en el supuesto de que los juicios morales surgen exclusivamente del razonamiento moral (Suárez-Ruíz, 2019; Suárez-Ruíz y González-Galli, 2021). Esta disciplina psicológica muestra poseer un enfoque crítico novedoso que podría contribuir en el proceso de revisión meta-teórica de éticas aplicadas como la ética ambiental y la ética de los medios de comunicación. De allí la constitución transdisciplinaria de la bioética animal pueda resultar significativa en este proceso.
Finalmente, al poder pensarse la bioética animal como un espacio de convergencia disciplinaria, es un ámbito que favorece una investigación complementaria entre las tres disciplinas mencionadas, lo cual, a su vez, resulta de particular importancia a la hora de buscar soluciones a los problemas vinculados a la pandemia y, eventualmente, a la post-pandemia de COVID-19.
2. Ética ambiental: más allá de los murciélagos como chivos expiatorios
En los últimos meses, gran parte de los estudios científicos relacionados con la COVID-19 han señalado a los murciélagos como el origen de la evolución y transmisión del virus SARS-CoV-2 (Zhou et al., 2020). Según sostienen los especialistas, estos animales poseen características biológicas que los hacen huéspedes ideales de numerosos tipos de virus, como ser el del Ébola, de Marburgo, el Nipah y el Hendra (Banerjee et al., 2020). Una de las hipótesis más recientes de por qué este taxón parece ser una suerte de súper-huésped de virus, es su particular adaptación al vuelo (O'shea et al., 2014). Esto es, dado que el esfuerzo que exige el vuelo lleva al límite su capacidad anatómica y metabólica, en la evolución de estos mamíferos una estrategia adaptativa que habría sido favorecida fue la de poseer un sistema inmunológico constantemente "alerta". Ahora bien, esto no implica que dicha respuesta inmunológica suprima por completo a los virus, sino que, más bien, parece mantener controlada su replicación al interior de las poblaciones, es decir, sin que se desate una enfermedad generalizada pero tampoco eliminándolos del todo. De modo que los virus, aunque a una tasa muy reducida, continuarían replicándose al interior de sus huéspedes (Gorbunova et al., 2020).
El problema llega, justamente, cuando esos virus que se hospedan en especies poseedoras de un sistema inmunológico preparado para evitar la enfermedad, consiguen ingresar en un organismo vulnerable a sus efectos. En estos casos es bastante probable que la enfermedad se desarrolle así como también que haya mayor facilidad en el contagio del virus, lo cual puede conllevar la muerte de numerosos individuos de la población vulnerable. Esto es, justamente, lo que actualmente está aconteciendo con la pandemia de COVID-19 en las sociedades humanas (Gorbunova et al., 2020: 37).
De hecho, aunque la atención sobre los murciélagos en tanto huéspedes de virus nocivos para la salud humana se ha incrementado exponencialmente durante los últimos meses, ya el SARS-CoV (o SARS-CoV-1), causante de una epidemia entre los años 2002 y 2003, había sido un virus que aparentemente también se habría originado en estos animales (Li et al., 2005). Pero entonces, siendo que los murciélagos son una suerte de reservorio de virus potencialmente nocivos para los seres humanos, ¿se sigue que al ahuyentar y/o exterminar poblaciones de murciélagos se logrará reducir el riesgo de contagio?
En primer lugar, es preciso tener en cuenta que una de las hipótesis con más consenso al momento de escribir este artículo es el hecho de que el virus en cuestión precisó de una especie intermediaria para finalmente contagiar a un ser humano. Según esos estudios (Li et al., 2020), la especie intermediaria entre los murciélagos y los seres humanos en el caso del SARS-CoV-2 habría sido cierta especie de pangolín, un mamífero de las zonas tropicales de África y Asia que es utilizado en China con fines alimenticios o en medicina tradicional4. En ciencias biológicas, la transmisión de enfermedades de una especie a otra se denomina "zoonosis". En palabras de Peretó (2020):
Los virus acumulan cambios genéticos a gran velocidad, a veces estando al borde de la extinción. En esta exploración de la diversidad, los virus pueden "aprender" a saltar de una especie a otra. Para ello, deben acumular mutaciones que les permitan reconocer las células de otra especie, pero obviamente también debe haber contacto físico entre los individuos de esas especies. En el caso de los humanos, cuando se produce un salto de otra especie animal a la nuestra hablamos de zoonosis, lo que conlleva la aparición de una nueva enfermedad humana. Si el virus también logra una buena tasa de transmisión entre seres humanos, esta enfermedad emergente puede adquirir proporciones epidémicas.*
Esto es lo que Peretó denomina "el lado oscuro de la promiscuidad en la vida". Con dicho concepto el bioquímico español busca resaltar que, aunque a nivel biológico existen múltiples diferencias que obstaculizan en primera instancia el contagio inter-específico, si las condiciones propicias para una zoonosis están dadas, es muy probable que la diversidad eventualmente favorezca un camino en el cual lo posible se haga efectivo. En este caso, que un virus como el SARS-CoV-2 haya evolucionado en murciélagos, sea transmitido a pangolines y, posteriormente, a seres humanos5.
En segundo lugar, y como consecuencia del punto anterior, es preciso tener en cuenta que las condiciones de posibilidad para el contagio de seres humanos fueron garantizadas por prácticas humanas. Es decir, para que el SARS-CoV-2 haya podido ingresar y producir el primer caso de COVID-19 en el "paciente cero", fueron necesarias múltiples condiciones que exceden a las características de los murciélagos en tanto súper-huéspedes. El escenario donde se hipotetiza que se originó el primer contagio desde un pangolín a un ser humano es en un mercado "húmedo" (Wet Market) de la ciudad china de Wuhan (Mizumoto et al., 2020). Fueron las características de este tipo de mercados las que generaron las circunstancias propicias para el contagio viral inter-específico.
En estos mercados es común hallar animales de diversas especies amontonados y en contacto a través de heces, sangre, saliva u otros fluidos. La mayor parte de esos animales pertenecen a especies silvestres como, por ejemplo, los murciélagos y los pangolines. Justamente, una de las maneras posibles de cómo el virus se transmitió de un murciélago a un pangolín, habría sido en el hacinamiento característico con el que se almacenan los animales en esos mercados tradicionales. Otra posibilidad es que el pangolín haya sido contagiado en su medio natural y luego haya transmitido el virus a una persona del mercado. Más allá de cuál de las dos sea la hipótesis más sólida, el accionar de los seres humanos fue necesario en ambos casos para que las condiciones de variabilidad y diversidad resulten suficientes para que el contagio aconteciese.
Vale resaltar que si bien los mercados húmedos son el lugar donde se concentran los animales silvestres, el problema no se reduce a los mercados en sí mismos. Más bien, se trata de todo un circuito comercial que incluye la caza, cría y comercialización de vida silvestre (Ortiz Millán, 2020), y que representa un problema de larga data en China (Li, 2007). El SARS-CoV-1 mencionado más arriba parece haber sido otro virus zoonótico favorecido por esta cadena de comercialización. Dicho virus ya daba indicios de que el vínculo inter-específico garantizado por los mercados húmedos podría eventualmente generar un problema de dimensión global. Justamente, si bien sobre la COVID-19 ya no quedan dudas, según algunos autores, dada la cantidad de países comprometidos, el SARS-CoV-1 podría ser considerado como el virus causante de la primera pandemia del siglo XXI (LeDuc y Barry, 2004).
En tercer lugar, si acaso se busca reducir el ritmo de contagios del SARS-CoV-2, la caza de murciélagos no sólo no contribuye sino que lo empeora. Tal como sintetiza el investigador Bassam Khoury (2020: 1910):
"Las actividades antropogénicas como la pérdida de hábitat, la invasión humana y la destrucción de hábitats naturales de alimentación y descanso causados por la expansión urbana y la expansión agrícola están aumentando las interacciones entre murciélagos, humanos y ganado, incrementando así el potencial zoonótico conferido por esas características. Los investigadores han descubierto que alterar el hábitat de los murciélagos y cazarlos parece estresar a los murciélagos, lo que hace que viertan aún más virus en su saliva, orina y heces, que luego pueden infectar a otros animales."*
Esta correlación entre la pérdida de hábitats y la transmisión de virus de murciélagos a seres humanos es un tópico ya estudiado desde hace varios años (Jones et al. 2013). Por lo que, al igual que sucedía con las condiciones de posibilidad favorecidas por los mercados húmedos, las posibles consecuencias de la influencia antrópica en los ecosistemas era un hecho bien conocido antes de la emergencia de la COVID-19. Por otro lado, es importante tener en cuenta que las redes de caza y comercialización de animales silvestres no son un fenómeno exclusivamente chino ni tampoco son la única vía de generación de una zoonosis. Siendo que las condiciones de posibilidad para una pandemia son garantizadas en gran parte por las características actuales de la influencia antrópica en los ecosistemas naturales, así como sucedió en China eventualmente también podría haber acontecido en otro lugar del planeta6 .
En síntesis, de no haber sido por el favorecimiento de las condiciones generado por los seres humanos, la posibilidad del contagio podría haberse dilatado mucho más en el tiempo y, de haber contado con medidas preventivas más efectivas, incluso se podría haber evitado. En este contexto, la perspectiva ambiental del problema muestra ser fundamental, en tanto que permite visibilizar los peligros concretos de un problema que a primera vista puede resultar abstracto e incluso inoportuno a la hora de comprender la pandemia actual, a saber, el desequilibrio ecosistémico (Jones et al., 2008; Ellwanger et al., 2020).
Habiendo llegado hasta aquí es preciso resaltar que el nivel ecosistémico, una dimensión fundamental para el cuidado tanto de la salud humana como de la del resto de los seres vivos, ha sido investigado y señalado con insistencia por las producciones vinculadas a la ética ambiental desde hace ya varias décadas (por ejemplo, Rolston, 1991; Norton et al., 1992; Cowell, 1993). Las investigaciones del presente parecen confirmar algo que ya había sido anunciado con mucha anticipación, quizás la suficiente como para haber prevenido lo que acontece en la actualidad.
Pero entonces, ¿cuál sería la razón de que a pesar de que las advertencias de los peligros del desequilibrio ecosistémico ya hayan estado presentes en las ciencias ambientales y en la ética ambiental desde hace años, no fueron consideradas en profundidad? Una de las causas principales es sin duda la preeminencia de las actividades comerciales por sobre las preocupaciones de tipo ético, político y/o social que caracteriza al comercio legal e ilegal de animales silvestres. No obstante, hacia el final del tercer apartado analizaré otra de sus posibles causas, en este caso relacionada con algunos problemas meta-teóricos de la ética ambiental derivados de sus fundamentos normativos tradicionales. A su vez, examinaré cuál podría ser el aporte de la bioética animal a la hora de buscar soluciones plausibles.
En el siguiente apartado exploraré otra disciplina fundamental para comprender por qué los murciélagos han sido señalados como la causa más importante de la actual pandemia y no, más bien, la contundente influencia de los seres humanos en los ecosistemas naturales.
3. Ética de los medios de comunicación: la influencia de los sesgos cognitivos en la era de la post-verdad
Volviendo al ejemplo aludido en la introducción, un punto importante sobre la película Jaws es el hecho de que la novela de Benchley poseía múltiples subtramas, una mayor profundización en los personajes y una narración más detallada en general, en la cual el tiburón no era sólo el escualo que despertaba terror entre los bañistas, sino, tal como sugieren algunos expertos que hallan en ella ecos de Moby Dick, una metáfora del vínculo entre los seres humanos y la naturaleza (Robinson, 2016). La representación dirigida por Spielberg retiró gran parte del espesor narrativo original, con el fin de hiperbolizar el rol del tiburón como una máquina de matar humanos y encajar más efectivamente en el género cinematográfico "terror".7
La argumentación central de este apartado reside en que esta forma de hiperbolizar una de las variables involucradas en un fenómeno más complejo puede pensarse como análoga a la forma con la que muchos medios de comunicación han informado la evidencia científica sobre el origen del nuevo coronavirus y, en consecuencia, que se correlacionaría con la persecución de los murciélagos. Para comenzar este análisis es preciso resaltar que las condiciones actuales de la información que es transmitida por los medios masivos han cambiado radicalmente a partir de la emergencia de fenómenos como las noticias falseadas8 o fake news o, sobre todo, del paradigma post-verídico de la información (Cosentino, 2020).
La disciplina que se ocupa de analizar las implicancias morales tras las diversas prácticas ligadas a los medios de comunicación es la ética de los medios de comunicación (media ethics) (Christians et al., 2017 [1983]). A la luz de los cambios acontecidos a partir del surgimiento del internet en general y las redes sociales en particular, esta ética se encuentra en proceso de revisión meta-teórica. Si bien hasta fines del siglo XX todavía predominaba la perspectiva que algunos investigadores denominan la "veneración del hecho" (veneration of the fact) (Stephens, 1997, p.244), según la cual el núcleo de la normatividad en la práctica mediática debía ser el conservar la verdad de los hechos priorizando la objetividad en su registro, a partir del asentamiento de la post-verdad ese ideal prescriptivo evidenció ser sumamente difícil de cumplir (McComiskey, 2017).
Una de las características generales y más importantes de los medios de comunicación contemporáneos en la era de la post-verdad es que sin importar cuán cuidadoso se realice la descripción y/o registro de un hecho, la objetividad de dicha descripción o registro quedará comprometida al ingresar en alguno de los múltiples canales mediáticos, ya que puede ser utilizada para favorecer cierta interpretación según varíen sus condiciones de enunciación (Iyengar y Massey, 2019). Esto es, dependiendo del contexto en el cual esa información es transmitida, su sentido puede acreditar una perspectiva particular o la opuesta a ella. Generalmente, el sentido que termina siendo favorecido es el que conviene a los grupos dominantes (Block, 2019).
Volviendo a nuestro ejemplo, incluso suponiendo que los medios buscasen evitar difundir una visión simplista de la multicausalidad inherente a la pandemia9, el simple hecho de reiterar constantemente la evidencia sobre el vínculo entre estos animales y la COVID-19 favorece que los espectadores y/o lectores comprendan o, más bien, sientan que la "culpabilidad" de los hechos reside en esos animales (MacFarlane y Rocha, 2020). Esto es, las emociones negativas para con la enfermedad parecen transmitirse también hacia aquellos seres que son constantemente señalados como el origen del SARS-CoV-2 en las noticias, los cuales, vale decir, ya de por sí poseen mala prensa tanto a nivel del imaginario colectivo como por su historial en relación con las enfermedades zoonóticas.
De modo que, en la comunicación científica en la era de la post-verdad sucede un efecto similar al ocurrido en la adaptación cinematográfica de Jaws: al descontextualizar cierta información para su divulgación, como sucede con el énfasis de los murciélagos en tanto huéspedes del SARS-CoV-2, se activan ciertos sesgos cognitivos que pueden favorecer una interpretación unicausal de la pandemia y, en consecuencia, una reducción de las múltiples variables del fenómeno al rol que habría tenido cierto tipo de murciélagos en él.
Como puede verse, al menos parte de los efectos correlacionados con la post-verdad se encuentran vinculados con el favorecimiento de ciertos sesgos cognitivos que son previos a la emergencia de los medios de comunicación contemporáneos (McIntyre, 2018). Esta correlación ha sido muy estudiada en los últimos meses (Van Bavel et al., 2020) y representa un aporte importante para la actualización de la ética de los medios de comunicación.
Por otro lado, a los efectos generales y quizás más sutiles de la post-verdad, se suma la presencia de información errónea (misinformation) y de fake news, lo cual complejiza aún más el panorama. En palabras de MacFarlane y Rocha (2020: 2):
"Tales desarrollos sugieren que, mientras la comunidad científica está impulsando una agenda basada en evidencia, la sociedad moderna puede haber llegado a un nuevo paradigma donde lo que importa no es la veracidad sino mantener la atención y la señalización social (...). Esto a menudo se traduce en la difusión de información especulativa, engañosa o reinterpretada como fáctica (por ejemplo, "los murciélagos pueden ser un reservorio natural de SARS-CoV-2" se convierte en "los murciélagos son responsables de la COVID-19"). La facilidad y rapidez con la que se comparten tales falsedades a través de las redes sociales aumenta esta propagación de la desinformación y magnifica enormemente sus repercusiones en el mundo real."*
En síntesis, el rol de los murciélagos como una de las variables involucradas en la emergencia de la COVID-19 es un hecho sustentado por numerosa evidencia científica. El problema surge cuando la divulgación de esta evidencia pierde su complejidad multicausal y favorece interpretaciones reduccionistas en los espectadores y/o lectores. Ante este escenario, la ética de los medios de comunicación muestra ser una disciplina crucial para buscar soluciones al tipo de problemas recién presentados. No obstante, siendo que la post-verdad evidencia ser no sólo un fenómeno estrictamente mediático sino también de implicancias psicológicas, para buscar soluciones efectivas en relación con la ética de los medios de comunicación primero es preciso incluir sus reflexiones teórico-normativas en el marco de las características psicológicas concretas de los individuos.
De hecho, las implicaciones problemáticas a nivel meta-teórico de los sesgos cognitivos no limitan su influencia a la ética de los medios de comunicación, sino que, tal como se adelantó en la introducción, parecen extenderse hacia las éticas aplicadas e incluso hacia las éticas normativas en general. En el próximo apartado analizaré el aporte específico que la psicología moral podría ofrecer para la revisión de los criterios normativos tradicionales en los que se sostiene no sólo la ética ambiental y la ética de los medios de comunicación, sino también la ética animal. A su vez, este desarrollo permitirá explicitar las potencialidades de la bioética animal como ámbito transdisciplinario.
4. Psicología moral: problemas meta-teóricos actuales de las éticas aplicadas tradicionales
A la luz de las investigaciones de los últimos meses, los sesgos cognitivos evidencian estar no sólo detrás de la visión reduccionista de los murciélagos como los responsables de la pandemia, ya que también ha acontecido un fenómeno similar para con los miembros de la comunidad donde se originó el primer contagio zoonótico. Esto es, siendo que el origen geográfico del primer contagio del nuevo coronavirus ha sido situado en China, en redes sociales como Twitter se han registrado múltiples afirmaciones racistas sobre las personas de este país (King, 2020). De hecho, se ha llegado a afirmar que la pandemia fue intencionalmente originada por el Estado chino para hacerse del poder económico mundial (Pummerer et al., 2020). Tanto este tipo de teorías conspirativas como la idea de que los murciélagos son los "culpables" de la pandemia parecen derivar de una distinción fuertemente moralizante entre un Nosotros y un Ellos, en la cual Ellos reúnen todos los aspectos moralmente negativos que deben ser rechazados y/o combatidos por Nosotros (Kauffmann y Cordonier, 2011). Este tipo de estudios evidencian que, cuando se lleva el análisis al nivel de las motivaciones, decisiones y acciones de individuos concretos situados en un contexto determinado, la potencialidad del razonamiento moral en términos racionales muestra ser mucho más limitado del que suponían las éticas normativas canónicas (Suárez-Ruíz, 2019; Suárez-Ruíz y González-Galli, 2021).
Actualmente, las investigaciones en psicología moral representan un desafío general para las éticas fundadas en lo que investigadores como Jonathan Haidt (2001) denominan el "modelo racionalista" de la formación de los juicios morales. Según este paradigma tradicional, los juicios morales (X decisión, motivo y/o acción es correcta o incorrecta) son causados exclusivamente por el razonamiento moral, por lo que la influencia del afecto o de las emociones resulta irrelevante en dicho proceso. A la luz de estudios provenientes de disciplinas como la neurociencia (Damasio, 1994; Gazzaniga, 1986), la psicología experimental (Wilson, 1994; Kagan, 1984) o la primatología (de Waal, 1982, 1991, 1996; de Waal y Lanting, 1997; Goodall, 1986), dicho modelo ha sido puesto en cuestión. Uno de los argumentos cruciales de las concepciones alternativas y más actualizadas de las características de la moral reside en que los juicios morales se encuentran condicionados por una "cognición intuitiva", vinculada con las emociones, que es previa al razonamiento10 (Haidt, 2007).
Retomando lo adelantado en los dos apartados anteriores, la ética ambiental y la ética de los medios de comunicación no son las únicas éticas aplicadas que actualmente se encuentran en proceso de revisión meta-teórica. Por lo menos parte de la literatura vinculada a la ética animal la supone como una ética aplicada, esto es, como una disciplina que a partir de criterios normativos predeterminados por las éticas tradicionales analiza la corrección o incorrección moral de decisiones, motivaciones y/o acciones vinculadas, en este caso, al trato de los seres humanos para con animales no humanos, de allí que también pueda incluirse en el conjunto de éticas en proceso de revisión. Por ejemplo, algunas de las éticas normativas de las cuales la ética animal toma su fundamento son, a grandes rasgos, las siguientes:
éticas utilitaristas: incluir animales no humanos en el "cálculo de utilidades" o en la maximización imparcial de la felicidad (por ejemplo, Peter Singer);
éticas deontológicas: basadas sobre todo en la defensa de los derechos de los animales no humanos (por ejemplo, Tom Regan; Sue Donaldson y Will Kymlicka);
éticas contractualistas: desde las cuales se propone extender el "contrato" hacia los animales no humanos (por ejemplo, Mark Rowlands).11
Según señalan algunos filósofos contemporáneos (p. ej., Ruse, 2005; Brand, 2016; Tillman, 2016), un problema fundamental que actualmente evidencian poseer éticas tradicionales como las recién mencionadas y, en consecuencia, las éticas aplicadas que se fundan en sus criterios normativos, es la de suponer características psicológicas que en realidad no existen en los individuos concretos. Desde un punto de vista crítico del modelo racionalista de la formación de los juicios morales, cada una de estas perspectivas parece suponer individuos con la capacidad de basar sus decisiones morales exclusivamente en la razón, a saber, en el supuesto de que la formación de juicios morales se fundamenta únicamente en el razonamiento moral. Ejemplos de sus limitaciones son, justamente, la actual oleada racista que existe en las redes sociales o la facilidad con la que se puede caer en una idea errónea de la correlación entre los murciélagos y el origen de la pandemia. La predisposición a generar juicios moralmente negativos sobre los chinos, por ejemplo, generalmente no surge de una decisión fríamente razonada sino, ante todo, de juicios condicionados a nivel emocional.
Ahora bien, un punto importante a resaltar es el hecho de que la psicología moral es una disciplina científica fundada en la descripción de fenómenos psicológicos y no una basada en la prescripción de lo que se debería hacer. El estudio del aspecto normativo de los comportamientos morales corresponde, justamente, a la ética filosófica. Por tal, lo recién desarrollado no implica una reducción de la ética a las características de la psicología moral. Más bien, a la luz de lo dicho, las investigaciones en psicología moral muestran ofrecer interesantes herramientas para repensar y actualizar los fundamentos normativos en las cuales se fundan éticas aplicadas como la ética ambiental, la ética de los medios de comunicación o la ética animal12.
Para que esta interdisciplinariedad sea posible es necesario contar con una disciplina cuyo objeto de estudio sea lo suficientemente amplio como para que habilite tal convergencia disciplinaria. Es aquí donde la bioética animal parece ofrecer un importante aporte, ya que su constitución transdisciplinaria ofrecería un ámbito de convergencia desde el cuál no sólo sería posible abordar fenómenos complejos como los vinculados a la pandemia de COVID-19 desde una perspectiva más abarcadora, sino que favorecería una vinculación crítica entre estas disciplinas tan diversas, promoviendo incluso la problematización de supuestos meta-teóricos que quizás hoy muestren ya no poseer la vigencia que poseían en el pasado.
5. Conclusiones
El propósito de este artículo fue desarrollar algunos lineamientos generales de la potencialidad que la bioética animal, una disciplina generalmente no frecuentada en las producciones ligadas a la ética animal y a la bioética general, puede ofrecer actualmente. A partir de la analogía inicial entre el film Jaws y la persecución de murciélagos, fue posible trazar un eje de análisis propicio para evidenciar las múltiples dimensiones y disciplinas involucradas en un problema puntual y de actualidad, así como también explicitar la necesidad de un ámbito del saber que habilite la convergencia disciplinaria imprescindible para abordar la complejidad de los tiempos que corren.
Según lo expuesto, es posible afirmar que la constitución transdisciplinaria de la bioética animal no sólo posibilita sacar a la luz los diversos aspectos de orden medioambiental, mediático o psicológico que subyacen a problemas puntuales como la persecución de murciélagos que acontece en el presente, sino que también favorece una visión crítica propicia para suplir los posibles puntos ciegos disciplinarios a través de una investigación en conjunto de, en este caso, la ética ambiental, la ética de los medios de comunicación y la psicología moral.
Vale resaltar, por último, que este desarrollo es ante todo un punto de partida para la consideración de las potencialidades de una bioética animal post-pandemia, la cual, a la luz de lo aquí desarrollado, evidencia ser un ámbito de convergencia disciplinaria con mucho por explorar.