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FEM: Revista de la Fundación Educación Médica
On-line version ISSN 2014-9840Print version ISSN 2014-9832
FEM (Ed. impresa) vol.16 suppl.3 Barcelona Nov. 2013
https://dx.doi.org/10.4321/S2014-98322013000500004
Homenaje a D. Carlos Jiménez Díaz: una visión del hospital con funciones docentes e investigadoras
Remigio Vela Navarrete
Catedrático de Urología de la UAM (emérito). Miembro de la Academia Europea de Urología.
Una visión del hospital con funciones docentes e investigadoras
La promoción de 1962, a la que yo pertenezco, acaba de celebrar nuestras bodas de oro con la medicina. Desde una perspectiva de más de 50 años, son obligadas algunas reflexiones sobre las claves de la renovación de la enseñanza de la medicina que lideró Carlos Jiménez Díaz, de las circunstancias de su éxito y de su permanente vigencia. Nos ha parecido que sería interesante este recordatorio, que al mismo tiempo es un homenaje a Carlos Jiménez Díaz, para enriquecer el debate actual sobre la enseñanza de la medicina, un debate reactivado por Bolonia en cuanto al contenido curricular, número de créditos, métodos docentes, etc., pero también por el papel fundamental del hospital universitario, ahora tan distinto en ritmo, talante y funciones.
Hace más de 50 años que Carlos Jiménez Díaz había entendido que su compromiso docente en la universidad iba mucho más allá de dar clases de medicina interna en un aula de la facultad y ser seguido por un grupo de alumnos en sus visitas diarias a los pacientes en el Hospital de San Carlos de Atocha o en el Hospital Provincial, donde también tenía compromisos asistenciales. Desde años antes consideraba e insistía en que la medicina había que enseñarla en el hospital, pero en un hospital con nuevos contenidos y talante, que debía incluir necesaria e inexcusablemente un sector de investigación. Afirmaba que mientras más dinamizado y fuerte fuese el sector de investigación, mayor excelencia se infundiría a la asistencia y a la actividad docente. Ésta era su aspiración fundamental, resumida en estas palabras: 'Una institución donde se hiciera investigación científica pura y clínica, donde los enfermos fueran satisfactoriamente estudiados y tratados, y donde al mismo tiempo se centrase el esfuerzo en renovar la enseñanza de la medicina'. En definitiva, sus palabras realzaban la extraordinaria importancia del hospital universitario en la enseñanza de la medicina, pero de un hospital renovado y distinto al de los años cincuenta, con aulas llenas de alumnos, sin duda interesados en aprender, y un reducido número de profesores, también sin duda interesados en enseñar, pero con graves limitaciones para la enseñanza clínica, a veces reducida a simples clases prácticas de la disciplina.
¿Por qué el interés de Carlos Jiménez Díaz por un hospital que hiciera investigación?
Entendía que era la clave de la calidad asistencial y del progreso para realizar una medicina científica. Había intentado desarrollar este centro de investigación en la facultad de medicina (Fig. 1, con un grupo de sus primeros colaboradores) y más tarde en otro centro, en ambos casos fuera del hospital. Son muchas las razones que utilizó para este nuevo concepto de hospital universitario, que pueden encontrarse en la historia de mi instituto. De lo que no hay duda es de que plenamente acertó; téngase en cuenta que en aquella época ya existía el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y así como la universidad tenía la exclusiva de la enseñanza de la medicina, el Consejo pretendía, en cierto modo, lo mismo con la investigación.
Su oportunidad para llevar a cabo la propuesta docente que constituyó una auténtica revolución en la enseñanza de la medicina en España pudo concretarse cuando finalmente agrupó a sus numerosos alumnos de posgrado y a los variados proyectos de investigación que dirigía, en el edificio que inicialmente fue el Instituto Rubio y que tras muy variadas vicisitudes terminó siendo lo que actualmente llamamos Fundación Jiménez Díaz, cuya inauguración fue ya posible en 1955.
A la entrada de este nuevo Centro había colocada una pancarta que merece algunos comentarios (Fig. 2). En primer lugar, preside el centro la señalización de que es un instituto de investigaciones clínicas y médicas, no dice que sea un hospital en la acepción que tenemos actualmente de los hospitales. En segundo lugar, señala que es un centro docente, pero de posgraduados. Hay docencia, pero no de alumnos de medicina, por lo que el centro no puede ser oficialmente considerado como un hospital universitario o la extensión de un hospital universitario como hoy en día entendemos algunos hospitales añadidos a la facultad. El edificio tiene tres partes perfectamente definidas, pero integradas arquitectónica y funcionalmente: el sector de investigación, la Clínica de Nuestra Señora de la Concepción, para la atención de enfermos de la Seguridad Social y beneficencia, y otro sector, calificado de clínicas privadas y unidades médico-quirúrgicas, que en un análisis más preciso incluía dos mensajes: que en este centro podía hacerse de todo (investigación, docencia y asistencia pública y privada); y que su financiación era variada y, seguramente, con un componente importantísimo de la perteneciente al sector privado, como efectivamente sucedió al principio de la historia.
La oferta al decanato
Inmediatamente después de esta inauguración, Carlos Jiménez Díaz ofreció al decanato de la Complutense la oportunidad de contribuir en la enseñanza de los estudiantes de medicina del período clínico, seleccionando un pequeño grupo de sus alumnos, unos 20 de los aproximadamente 300 del curso, que completaran los estudios en su institución. Esta oferta fue aceptada no con mucho entusiasmo por el decanato. Téngase en cuenta que la docencia en aquella época estaba localizada en los hospitales universitarios en exclusividad, y que ceder este privilegio era considerado inaceptable por muchos profesores. Considérese, además, que la institución de don Carlos, a pesar del prestigio que su director tenía en todo el país, no era un hospital universitario, era una institución privada. Hay numerosas razones para pensar que sólo Carlos Jiménez Díaz podía conseguir del decanato aquella concesión, y no algún otro de los ilustres clínicos que en el momento había en el país. La concesión incluía que los alumnos debían seguir siendo examinados en la facultad, es decir, en el Hospital de San Carlos, ya en aquellos años en la Moncloa y no en Atocha, por los profesores correspondientes a las diversas asignaturas.
Ésta era una oferta muy singular y fue el fundamento para que la administración universitaria y el Ministerio de Educación, años después, pensaran en la posibilidad de incluir hospitales exclusivamente asistenciales, como La Paz o el recién incorporado hospital de la Seguridad Social de Puerta de Hierro, a la Universidad. De hecho, en la iniciativa de don Carlos está el origen de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid y la confirmación de que la medicina hay que enseñarla en los hospitales, incluyendo en ellos disciplinas muy próximas al enfermo, como la microbiología, la anatomía patológica, etc., con carácter investigador y docente.
Enseñar y aprender medicina en el Madrid de los cincuenta
Para apreciar de manera comparativa la oferta de Carlos Jiménez Díaz es preciso recordar el itinerario formativo de los estudiantes de medicina en los años cincuenta. En primer lugar, había un curso selectivo, cuyo objetivo no era precisamente enseñar medicina, sino reducir el número de aspirantes a ser médicos, muy numerosos en aquella época. Un curso que, si no se superaba, como su nombre indica, no permitía el paso a los siguientes cursos de la carrera. Como era una invención circunstancial, nos obligó a hacer cierto tipo de turismo doméstico entre el casón de San Bernardo y la Facultad de Ciencias. Los cursos preclínicos los hicimos ya en la Facultad de Medicina, con una oferta docente muy limitada, en un ambiente dominado por un profesorado en precariedad salarial, numérica y de equipamiento, y un alumnado excesivo. Los cursos clínicos, el segundo ciclo, los iniciamos en San Carlos de Atocha y los continuamos en San Carlos de Moncloa.
La escuela de medicina del Hospital Jiménez Díaz
Frente a esta situación en el hospital tradicional, la promoción de 1962, formada por 22 alumnos de los 285 del curso, encontró las siguientes singularidades en una escuela de medicina sin duda excepcional: reducido número de alumnos; más profesores que alumnos; y una institución que integraba en el mismo edificio la asistencia, la investigación y la docencia en permanente y fácil comunicación.
Pero Carlos Jiménez Díaz no sólo estaba ofreciendo el escenario ideal para la enseñanza y el aprendizaje de la medicina, es decir, el hospital universitario ideal, sino que revolucionó muchos de los métodos docentes y conceptos imperantes en aquel momento. Por ejemplo, aunque sus lecciones magistrales continuaron con la tradición, todo el resto de la actividad docente (sesiones clínicas, sesiones anatomoclínicas, etc.) se hacía a pie de enfermo. Sus sesiones clínicas alcanzaron una popularidad extraordinaria, siempre con el enfermo presente para reconstruir la historia clínica en presencia de todos y en una época en la que las técnicas de imagen no habían facilitado la exploración de órganos y se exploraba y se interpretaban los hallazgos clínicos de manera facultativa. Sus visitas a los enfermos, siempre acompañado y buscando el contacto personal e incluso el comentario y la discusión junto al paciente, también se hicieron muy populares (Fig. 3), y su carga docente fue valorada como extraordinaria.
En el hospital universitario de Carlos Jiménez Díaz todo el personal debe tener un compromiso docente, tenga o no titularidades académicas. Todo el personal médico debe tener un compromiso investigador y, en consecuencia, toda la actividad asistencial debe quedar impregnada por la calidad de quien estudia y atiende al enfermo como enseñante de medicina. No es sólo todo el personal docente, sino que la docencia debe ocupar todos los espacios del hospital, facilitando la comunicación de todo el estamento médico, profesores, posgraduados y alumnos en cualquier lugar, incluyendo zonas de descanso, restaurantes de la institución, etc. La integración total del alumnado convierte el aprendizaje en un autentico internado, en una actividad que supera ampliamente la asistencia a las clases tradicionales, recibiendo un tutelaje permanente. En definitiva, una realidad docente que supera, ya hace más de 50 años, la exigencias de Bolonia, que nos recuerda que la enseñanza práctica debe ser superior a la teórica durante el itinerario curricular del médico.
Evaluación con una perspectiva de 50 años
Por supuesto, los 22 alumnos del curso de 1962 superaron felizmente los exámenes en la facultad con las mejores calificaciones. Pero quizás merezca la pena evaluar este esfuerzo pedagógico de Carlos Jiménez Díaz y sus numerosos colaboradores en una actividad, hay que decirlo, totalmente altruista, con una perspectiva a largo plazo. La mayoría de este pequeño grupo alcanzó jefaturas de servicio y cinco de ellos la titularidad de profesores universitarios, con tres catedráticos. El reconocimiento unánime a la institución y al profesorado se ha concretado en un acto que finalizó frente a la figura docente de Carlos Jiménez Díaz en el cuadro de Eugenio Hermoso (Carlos Jiménez Díaz y su escuela) (Fig. 4) que se conserva en la sala de juntas de la Fundación Jiménez Díaz.