INTRODUCCIÓN
La participación en el deporte puede jugar un rol en la salud y el funcionamiento psicosocial (Steptoe y Butler, 1996), así como en el rendimiento académico de los jóvenes (Fletcher, Nickerson y Wright, 2003). No obstante, el deporte infantil también es un potencial desencadenante de estrés, porque puede acompañarse de un énfasis en ganar (Holt, Hoar y Fraser, 2005).
Papás y mamás (en adelante padres) constituyen una de las influencias socializantes centrales en la vida de los niños/as (en adelante niños) y los adolescentes. De modo que los padres desempeñan un papel especialmente importante en la edad infantil y adolescente (Horn y Horn, 2007). Mientras que muchos padres generan una influencia positiva sobre sus hijos/hijas (en adelante hijos) (Gould, Lauer, Jannes y Pennisi, 2006), otros padres contribuyen a varias características de la personalidad en sus hijos, las cuales son menos deseables.
Una característica de personalidad que es altamente influenciada por la interacción padres-hijos es el perfeccionismo (Flett, Hewitt, Oliver y Macdonald, 2002), que se define como una tendencia a imponerse estándares poco realistas de alcanzar, percibir que otras personas esperan estándares poco realistas de ellos, y la creencia exagerada de que otros tienen expectativas, sobre la persona, que son imposibles de conseguir (Antony y Swinson, 2009). El deporte, por su naturaleza, es una exhibición manifiesta y explícita de un nivel de rendimiento de los deportistas hacia el entorno que los rodea (entrenador, público, padres); por lo que hay un énfasis en la consecución de objetivos o estándares personales (Dunn Causgrove Dunn y Syrotiuk, 2002) como valores de perfección.
Desde los aportes teóricos del perfeccionismo, varias dimensiones han sido propuestas. Frost, Lehart y Rosenblate (1991) identificaron seis dimensiones, dos de ellas son críticas de los padres, y expectativas de los padres. Posteriormente ambas se conjuntaron en el constructo presión de los padres, que alude a la percepción de los hijos de que sus padres colocan altas expectativas, posiblemente inalcanzables, que evalúan su rendimiento de manera muy crítica, y los presionan para participar y mantener las expectativas de rendimiento (Dunn et al., 2002). Se trata, por tanto, de una dimensión perfeccionista de carácter interpersonal.
A partir de las diferentes dimensiones teorizadas, dos dimensiones de orden superior de perfeccionismo pueden emerger (e.g. Cox, Ens y Clara, 2002; Frost, Heimberg, Holt, Mattia y Neubauer, 1993), una más adaptativa que la otra. Stoeber y Otto (2006) las llamaron esfuerzos perfeccionistas (e.g. estándares personales), y preocupaciones perfeccionistas (e.g. preocupación por los errores, dudas acerca de las acciones, preocupación por la evaluación de los demás). Cada dimensión está constituida por facetas que se distinguen con base en su origen (propio vs. social). La faceta presión de los padres es una faceta de origen social, que integra la dimensión preocupaciones perfeccionistas.
Muchos niños y jóvenes describen que sus padres no reaccionan positivamente ante sus éxitos, pero sí los sancionan cuando fallan (Teevan, 1983). Scanlan y Lewthwaite (1984) evidenciaron que la mayoría de los deportistas perciben presión de los padres de moderada a fuerte para competir y no alejarse del deporte. Entonces los padres son fuente inmediata de expectativas relacionadas con el rendimiento deportivo, así como de retroalimentación a sus hijos (Anshel y Eom, 2003; Fredricks y Eccles, 2004).
En el deporte, la interacción entrenador-deportista influye en los entrenamientos y en el rendimiento deportivo (Smith, Smoll, y Curtis, 1979). Por lo que en adición a los padres, otra importante fuente de evaluación es el entrenador/entrenadora (en adelante entrenador) (Dunn et al., 2002). Por lo anterior, en el perfeccionismo dentro del contexto deportivo se ha integrado otra faceta de origen social llamada presión del entrenador, y refiere al grado en el cual los deportistas perciben que su entrenador les pone altas expectativas o altos estándares de rendimiento, y que evalúa de forma muy crítica su rendimiento después de fallar en el logro de esos estándares.
Padres y entrenadores influencian las experiencias psicosociales positivas y negativas de niños y jóvenes en el deporte (Horn y Horn, 2007), ya que ambos proveen estándares de aceptable rendimiento alrededor de los deportistas, y dan un feedback evaluativo acerca de la habilidad y rendimiento de los mismos; esas críticas y expectativas son fuente de presión para los deportistas (Anshel y Eom, 2003; Dunn, Causgrove Dunn, Gotwals, Vallance, Craft y Syrotiuk, 2006).
Algunas investigaciones han coincidido en que la valoración social es la fuente principal de preocupaciones en todo tipo de deportistas (Coutinho, Mesquita y Fonseca, 2018; Martens, Vealey y Burton, 1990). En particular, la presión de los padres se ha relacionado con el miedo a fallar (Scanlan, Stein y Ravizza, 1991). El miedo a fallar es la tendencia a percibir amenazas para la consecución de metas significativas personales cuando uno falla en el desempeño (Conroy, Willow y Metzler, 2002).
Kaye, Conroy y Fifer (2008) y Sagar y Stoeber (2009) con deportistas adultos, demostraron que la presión de los padres se relaciona con el miedo a fallar. Mientras que Muñoz, González y Olmedilla (2016) evidenciaron que el miedo a fallar se relaciona positivamente con la influencia de los padres en deportistas adolecentes. Por su parte, las críticas del entrenador también se han relacionado con el miedo a fallar (Gould, Horn y Spreemann, 1983).
Deportistas jóvenes identifican a sus padres como una fuente de aliento y afectos positivos (Babke y Weiss, 1999), aunque también como fuente de presión y afectos negativos en el deporte (Hellstedt, 1990; Wolfenden y Holt, 2005). Kaye y colaboradores (2008) mostraron que la presión de los padres se relaciona con afectos negativos, como sentimientos de vergüenza, cuando los hijos no logran las expectativas de sus padres. Resultados similares obtuvieron Ho, Appleton, Cumming y Duda (2015), así como trabajos en otros contextos (Méndez-Giménez, Cecchini-Estrada y Fernández-Rio, 2015; Sotoeber y Corr, 2015). En suma, el miedo a fallar también se ha asociado con los afectos negativos en deportistas (e.g. preocupación, estrés; Conroy et al., 2002).
El “triángulo deportivo”, que envuelve a padres, entrenador y deportista, ha recibido atención de los investigadores (Harwood y Swain, 2002). Por ejemplo, Ommundsen, Roberts, Lemyre y Miller (2006) mostraron que futbolistas adolescentes experimentan de moderada a baja presión social para la excelencia por parte de sus entrenadores y padres. Sagar y Stoeber (2009) con deportistas universitarios, encontraron que la presión de los padres predice en mayor medida el miedo a fallar, y que sólo la presión del entrenador predice positivamente los afectos positivos, y en mayor medida los afectos negativos.
No obstante, pocos estudios han analizado al mismo tiempo la presión por la excelencia ejercida tanto por los padres como por el entrenador en la infancia y adolescencia, que son los momentos claves de la interacción social en el deporte, por lo que hasta ahora no es clara la potencia e impacto relativo de las conductas del entrenador y padres en deportistas infantiles y adolescentes con relación al miedo a fallar y los afectos; esto es, cómo es la influencia de los padres comparada con la del entrenador.
Por lo anterior, el objetivo de este trabajo es probar un modelo predictivo que analiza la secuencia: preocupaciones perfeccionistas, miedo a fallar, y consecuencias de afectos positivos y negativos en las sesiones de entrenamiento deportivo en niños y adolescentes. Así como analizar el papel mediador del miedo a fallar. De las preocupaciones perfeccionistas, el estudio se centra en el poder relativo de la influencia del perfeccionismo interpersonal, específicamente en dos facetas, presión de los padres, y presión del entrenador. Estudiar simultáneamente el rol de los padres y entrenador es importante, ya que si los padres y/o entrenadores tienen un gran efecto, esto podrá guiar futuras intervenciones enfocadas a maximizar la influencia benéfica de los padres y entrenadores.
MATERIAL Y MÉTODOS
Participantes
Mediante muestreo intencional participaron 142 deportistas federados, con edades de entre 9 y 15 años (M = 12.5 años; DT = 1.81), procedentes del Estado de Baja California. Un 54% de la muestra eran mujeres, y el resto eran hombres. Los deportes practicados fueron atletismo (n = 13%), balompié (n = 23%), baloncesto (n = 15%), béisbol (n = 10%), gimnasia artística (n = 9%), halterofilia (n = 8%), natación (n = 8%), tiro con arco (n = 7%), y voleibol (n = 7%). El 48% pertenecía al deporte de competición, y el resto al deporte de formación. La antigüedad de práctica de su deporte en promedio fue de 3.93 años (DT = 2.82), y el tiempo medio de entrenamiento semanal en horas de 2.41 (DT = 0.80).
Instrumentos
Para medir la percepción de la presión que ejerce el entrenador se utilizó la subescala presión del entrenador del Inventario de Perfeccionismo Multidimensional en el Deporte (MIPS) validada al español (Pineda-Espejel, Arrayales, Castro, Morquecho, Trejo y Fernández, 2018). Consta de seis ítems (e.g. “Mi entrenador espera que yo sea perfecto”) que continúan de la sentencia inicial “Durante mis entrenamientos…”. Se responden en una escala Likert de seis puntos que va desde nunca (1) hasta siempre (6). La fiabilidad en este estudio fue de alfa = .78.
Para medir la percepción de la presión que ejercen los padres se utilizó la subescala presión de los padres de la Escala de Perfeccionismo Multidimensional en el Deporte-2 (Pineda-Espejel, Arrayales, Morquecho-Sánchez y Trejo, 2017) que es la versión en español de la Sport-MPS-2. Consta de nueve ítems (e.g. “Mis padres esperan que yo sea excelente en mi deporte”) que se responden con una escala Likert de cinco puntos que va desde totalmente en desacuerdo (1) hasta totalmente de acuerdo (5). La fiabilidad en este estudio fue de alfa = .85.
Se usó el Inventario de Evaluación del Error en el Rendimiento versión corta (PFAI-s) validado al español (Moreno-Murcia y Conte, 2011). Consta de cinco reactivos que miden el miedo en general a fallar en el rendimiento (e.g. “Cuando estoy fallando, otras personas importantes para mí se decepcionan”). La sentencia previa fue “Durante mis entrenamientos…”. Las respuestas se recogen en una escala Likert de cinco puntos, que oscila de no lo creo nada (1) a lo creo totalmente (5). Su fiabilidad fue de alfa = .78.
Los afectos positivos y negativos se midieron con el Positive and Negative Schedule versión española (SPANAS; Joiner, Sandin, Chorot, Lostao y Marquina, 1997). Consta de dos subescalas, cada una con 10 ítems que se contestan con una escala Likert de cinco puntos que va desde nada (1) hasta mucho (5). La consistencia interna de la subescala afectos negativos fue de alfa = .86, y de alfa = .75 para la subescala de afectos positivos.
Procedimiento
La presente investigación se realizó en apego a las directrices éticas propuestas por la American Psychological Association (APA). Antes de proceder a la recolección de datos, se solicitó la autorización al Instituto del Deporte y Cultura Física de Baja California. El primer contacto personal fue con los entrenadores para informarles de los objetivos del estudio y pedirles su colaboración. A los deportistas, debido a su minoría de edad, se les solicitó una autorización por escrito firmada por sus padres para participar en el estudio. La aplicación de los cuestionarios se realizó en los recintos deportivos antes de iniciar la sesión de entrenamiento, y con la presencia del investigador para solventar las dudas que se pudieran tener en la comprensión de algún ítem. Además, se insistió en el anonimato de las repuestas y en que se contestaran con sinceridad. El tiempo aproximado de completar el conjunto de cuestionarios fue de 15 minutos.
Análisis estadístico
Se llevaron a cabo los análisis descriptivos (media y desviación típica), normalidad univariante, y de correlación en las variables incluidas en el estudio, con el programa estadístico SPSS 22.0.
Para poner a prueba el modelo hipotetizado se trabajó con modelos de ecuaciones estructurales en el programa LISREL 8.80. Dado el reducido tamaño muestral, el análisis se realizó con medias latentes utilizando como método de estimación el de máxima verosimilitud robusta, y como input las matrices de correlaciones de Pearson y de covarianzas asintóticas, esta última para corregir la falta de normalidad de las variables, ya que el análisis previo de los datos reveló una curtosis multivariante (3.90) que no permite aceptar la normalidad multivariante; por ello, el análisis se basó en el estadístico Satorra-Bentler χ2 (S-B2). Además, para evaluar el ajuste entre los modelos teóricos planteados y la matriz de datos recogida se utilizó otro índice de bondad de ajuste absoluto como el RMSEA más su intervalo de confianza al 90%; así como índices de bondad de ajuste incrementales como el NNFI y CFI. Para los índices incrementales NNFI y CFI valores iguales o mayores a .95 indican excelente ajuste (Hu y Bentler, 1999). Mientras que para el RMSEA valores menores o iguales a 0.05 indican un ajuste muy próximo al modelo (Browne y Cudeck, 1993).
Finalmente, se probaron los efectos de mediación con el método del producto de coeficientes (MacKinnon, Lockwood, Hoffman, West, y Sheets, 2002), en el que se ponía a prueba un modelo en el que, además de todos los efectos especificados en el modelo hipotetizado, se incluía el efecto directo de las variables independientes sobre las variables dependientes (τ). Si los efectos de la variable independiente sobre la variable mediadora (α), y de la variable mediadora sobre la variable dependiente (β) son significativos, se confirma el efecto de mediación. Para determinar si el producto αβ es estadísticamente significativo se utiliza el valor crítico de la distribución del producto de variables aleatorias (P > 2.18; p < .05). Además, en caso de que el efecto directo (τ) no resultara estadísticamente significativo, se confirmaba la mediación.
RESULTADOS
Estadísticos descriptivos
Con base en el punto medio de las escalas de respuesta, los participantes mostraron en promedio moderado nivel de percepción de presión ejercida por el entrenador y por sus padres, así como de miedo a fallar; y de moderado a alto nivel de afectos positivos. La presión de los padres se relacionó positivamente con la presión del entrenador, y ambas presiones se relacionaron positivamente con el miedo a fallar y con los afectos negativos; finalmente, el miedo a fallar lo hizo en el mismo sentido con los afectos negativos (Tabla 1).
Modelos de ecuaciones estructurales
Los resultados del modelo de ecuaciones estructurales, mostraron que el modelo de medición es óptimo, y tiene un alto poder explicativo, ya que el ajuste entre los datos empíricos y el modelo propuesto fue excelente: S-Bχ2 (5) = 6.66 (p > .05); RMSEA = 0.04 (0.01-0.13 IC 90%); NNFI = .97; CFI = .98. Los parámetros de la solución estandarizada (Figura 2) confirmaron parcialmente las relaciones planteadas dentro del modelo hipotetizado. El modelo explicó el 18% de la varianza en los afectos negativos (variable criterio).
Efectos de mediación
Se probaron dos efectos de mediación del miedo a fallar. Los resultados confirmaron que el miedo a fallar es mediador en la relación entre la presión de los padres y los afectos negativos (P = 16.5; p < .05), con un efecto indirecto no significativo (τ = .08; p > .05). En segundo lugar, se confirmó la mediación del miedo a fallar en la relación entre la presión del entrenador y los afectos negativos (P = 15.5; p < .05), siendo el efecto indirecto no significativo (τ = .07; p > .05).
DISCUSIÓN
Con el objetivo de probar un modelo predictivo que analiza la secuencia: preocupaciones perfeccionistas, miedo a fallar, y consecuencias de afectos positivos y negativos en las sesiones de entrenamiento deportivo en niños y adolescentes, se llevó a cabo este estudio, donde los resultados confirman parcialmente las hipótesis planteadas.
En concreto, la percepción de presión por la excelencia que ejercen dos fuentes primarias de evaluación de los deportistas, padres y entrenador, predicen los afectos negativos, sólo si en el deportista se desarrolla el miedo a fallar durante los entrenamientos deportivos. Esto es, cuando los hijos perciben que sus padres ponen sobre ellos altas expectativas de rendimiento, incluso poco posibles de lograr, o que evalúan sus resultados deportivos de manera muy crítica, entonces los deportistas temen cometer errores durante los entrenamientos, ya que no cumplirían con las expectativas de sus padres.
Ello refuerza que las altas expectativas y demandas de los padres contribuyen a generar estos temores, y que las interacciones padre-hijo experimentadas desde la infancia influyen en el miedo al fallo (Conroy, 2003). Esto coincide con otros estudios llevados a cabo con deportistas adultos (e.g. Scanlan et al., 1991), jóvenes (e.g. Kaye et al., 2008; Sagar y Stoeber, 2009), y adolescentes (e.g. Muñoz et al., 2016).
De igual forma, cuando los deportistas perciben que su entrenador demanda estándares de rendimiento poco realistas, que los evalúan críticamente, y que reservan su aprobación para momentos en que la perfección es alcanzada, entonces los niños temen cometer errores en los entrenamientos, y fallar en la consecución de algún rendimiento; lo que está en línea con estudios previos con deportistas juveniles (e.g. Gould et al., 1983). Esto se debe a que el miedo a fallar resulta de las percepciones de críticas de agentes socializadores cercanos, y se da en respuesta a anticipar la vergüenza y la humillación después de un fallo (Conroy et al., 2002).
Entonces, cuando la consecución de metas depende de la satisfacción propia o de otras personas, surge el miedo a fallar (Sagar y Lavallee, 2010). Lo anterior sugiere que el fallo en sí mismo no tendría connotaciones negativas si no fuera por la valoración de los demás, y las consecuencias aversivas que pudiera experimentar el participante, por ejemplo en su autoestima (Correia, Rosado, Serpa y Ferreira, 2017).
El miedo a fallar en el deporte, generado por las demandas perfeccionistas de padres y entrenadores, favorece la tendencia a estados de afecto negativos; lo que apoya que los efectos del fallo son costes emocionales diversos (Sagar, Lavalle y Spray, 2007). Entonces, después de fallar los niños pueden expresar sentimientos y emociones experimentados subjetivamente como tristeza, culpabilidad, tensión, vergüenza, o enojo, concordando con aproximaciones de estudios previos (e.g. Conroy et al., 2002; Sagar et al., 2007).
Así, los niños aprenderían que llegar a ser perfectos y evitar errores, son claves para escapar de sentimientos negativos por ser desaprobado por sus padres y entrenador. En línea con Amenabar, Sistiaga y García (2008), la valoración social es fuente de estados afectivos negativos en deportistas, aunque el presente estudio sugiere que lo es sólo a través del miedo a cometer errores, de ser criticados o castigados por ello, como lo conjeturaron Vicent y colaboradores (2017).
Aunque hay evidencia de que los padres juegan un rol especialmente importante en edades preadolescentes, y que los entrenadores llegan a influir más con el incremento de la edad (Horn y Horn, 2007), otros estudios señalan que las conductas de los padres tienen efectos por encima que las del entrenador sobre algunas consecuencias (O`Rourke, Smith, Smoll y Cumming, 2014). No obstante, los resultados del presente trabajo muestran que la presión por la excelencia que ejercen tanto los padres como los entrenadores, influyen en igual potencia sobre el miedo a fallar, y sobre los afectos negativos a través del miedo a fallar, en preadolescentes y adolescentes, concordando en cierta forma con Horn y Horn (2007).
Estos resultados se oponen a los de Sagar y Stoeber (2009), quienes señalaron que las consecuencias de la presión del entrenador y de los padres son diferenciadas, lo que puede obedecer a la discrepancia de edad entre ambas muestras.
Si bien la implicación de los padres es importante para el desarrollo, participación y rendimiento en el deporte, y el entrenador es responsable de la formación deportiva, las excesivas, y a veces poco realistas expectativas y críticas que ambos hacen sobre sus deportistas, pueden comprometer la experiencia en el deporte, en particular las emociones, que son un aspecto central de la vida de las personas, y pueden tener poderoso impacto sobre su funcionamiento (Lazarus, 1991). En suma, el miedo a fallar puede interferir en el rendimiento deportivo en situaciones de alta presión psicológica (Molina, Chorot, Valiente y Sandín, 2014).
De manera que una conducta constructiva por parte de padres y entrenadores, que exhiba menos imposición de altas expectativas de desempeño, y menos críticas hacia sus hijos cuando éstos no muestran un desempeño perfecto, es necesaria para el desarrollo de experiencias apropiadas en el deporte infantil y adolescente; de lo contrario pueden afectar en su continuidad en el deporte y rendimiento (Fraser-Thomas, Côté y Deakin, 2008; Scanlan y Lewthwaite, 1986), aunque hay estudios que no confirman el impacto sobre el rendimiento deportivo (e.g. Ponseti, Sese y García-Mas, 2016).
Este trabajo tiene limitaciones, como el reducido tamaño muestral, y que los participantes de este estudio fueron de la región noroeste de México, y pueden no representar características psicológicas de otras áreas geográficas o culturas. Por ello son necesarios más estudios que contrasten estos datos en otros grupos y contextos socioculturales. Un estudio experimental y longitudinal podría aportar nuevos resultados sobre la influencia de la presión que ejercen padres y entrenadores. Aunque Wuerth, Lee y Alferman (2004) sugieren que ambos padres juegan un rol en la vida deportiva de sus hijos, una futura línea será distinguir entre la presión que ejercen de forma diferenciada la madre y el padre, tal como lo han sugerido Frost y colaboradores (1991).
CONCLUSIONES
Se concluye que la presión por la excelencia ejercida por padres y entrenadores, son facetas poco adaptivas del perfeccionismo. Dicha presión, en forma de altas expectativas y críticas sobre los deportistas, predice estados de afecto negativos en los deportistas, sólo si éstos tienen miedo a fallar en los entrenamientos. Entonces el miedo a fallar es una emoción subjetiva, que tiene unos antecedentes ambientales (presión de padres y entrenadores), y consecuencias afectivas, en particular en el contexto deportivo.
APLICACIONES PRÁCTICAS
El presente trabajo tiene aportes teóricos y prácticos, ya que analizó simultáneamente la relativa influencia de la presión que ejercen padres y entrenadores, ofreciendo mejor entendimiento del rol de ambos, dado que se usaron mediciones específicas del perfeccionismo en el deporte, y no globales. La razón es que el perfeccionismo es frecuentemente de un dominio específico (Stoeber y Stoeber, 2009). Así, aporta que la influencia de presión por la excelencia emana de igual forma de padres y entrenador; y refuerza que ambas son facetas poco adaptativas del perfeccionismo (Frost et al., 1993; Stoeber y Otto, 2006) sólo si se acompañan del miedo a fallar en los deportistas.
Desde el punto de vista práctico, dado que los padres y entrenadores tienen un gran efecto, este trabajo incluye base empírica para la guía de futuros programas de intervención enfocados a maximizar la influencia benéfica de padres y entrenadores para deportistas de estas edades (e.g. Torregrosa y Moreno, 2015), ya que como lo escribieron Coutinho y colaboradores (2018), es importante enseñar a los padres sobre cuáles son los comportamientos más favorables para el desarollo del deportista e informarles sobre posibles consecuencias negativas que algunas de sus actitudes pueden afectar el estado emocional del deportista.
Lo anterior es un aspecto sustancial, ya que la iniciación deportiva supone el primer periodo de formación de un deportista, y se produce en edades comprendidas entre los 8 y los 12 años aproximadamente (Giménez, 2000); en este lapso la familia se convierte en el núcleo principal donde se producen las primeras experiencias de socialización deportiva (Vazou, Ntoumanis y Duda, 2005).