Retrato de niña o joven Inmaculada. Diego Velázquez, hacia 1617
Este es uno de los cuadros con niño más brillantes del genio sevillano. A mí, desde luego, me conmueve, porque pocas cosas hieren tanto como la contemplación de un niño triste. Y la tristeza plasmada es una cosa interior, que bordea el llanto, que se come las lágrimas, que se filtra en el cuerpo de la pobre menor.
Si uno se planta frente a este cuadro, le entran ganas de abrazar a la joven Inmaculada, ¿verdad? Los marrones, los negros y los grises conviven armónicamente con un verde ensombrecido.