Un editorial de la revista The Lancet inicia el año con un nuevo afán1: volver la mirada a la salud de los niños y adolescentes de todo el mundo, pues, pese a los evidentes avances en las últimas décadas, la priorización de otros objetivos relega, con frecuencia, el cuidado de la infancia a un segundo plano. Este fenómeno compromete la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) propuestos en 20152.
Los ODS son una iniciativa de la Organización de Naciones Unidas (ONU) pensados para dar continuidad a los Objetivos de Desarrollo del Milenio3, derivados a su vez de la resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas del 13 de septiembre de 2000, la llamada “Resolución del Milenio”4. Prácticamente todos y cada uno de los 17 ODS involucran a los niños y adolescentes (Fig. 1).
En 2003, The Lancet publicó su primera serie dedicada a la salud infantil5. Entonces el foco se puso en la supervivencia infantil y el fortalecimiento de los sistemas de salud, que constituían las prioridades del momento. Hasta hoy, los avances han sido evidentes y reconfortantes: reducción de la mortalidad en los menores de cinco años (85% de todos los fallecimientos antes de los 15 años de edad) desde 93 muertes por cada 1000 recién nacidos vivos en 1990 a 76 en 2000 y a 39 en 20186 (en España, 3,2 muertes en menores de cinco años por 1000 nacidos vivos en 2017)7. Los datos acumulados por el proyecto Global Burden of Disease8,9 conforman una excelente base para evaluar el grado de cumplimiento de los ODS.
Ahora se propone revitalizar los objetivos relacionados con la salud infantil, poniendo el foco en la salud materna, la atención integral y continuada al desarrollo infantil, y ahora también la atención a la adolescencia, pues es este un periodo de la vida que proporciona una nueva oportunidad para apuntalar una prolongada y saludable vida posterior.
Pero en los últimos años se ha hecho patente que, en la agenda social y política, la atención a la salud infantil ha sido relegada por la emergencia de nuevos y grandes objetivos generales, como el cambio climático, el desarrollo del mundo digital, la seguridad en un contexto con conflictos y violencia endémicos, la producción industrial, y otros. El resultado es que otros problemas pendientes como la exposición al alcohol, el tabaco y contaminantes ambientales, las necesidades educativas, y la persistencia de la inequidad y la explotación infantil han pasado a un segundo plano. Los políticos se sienten menos involucrados con estos objetivos, pues parecen amenazar menos sus expectativas individuales y corporativas.
No siendo poco lo dicho, nuevos fenómenos se nos echan encima, creando nuevas y graves amenazas para el cuidado de la salud infantil. Este 2020 se ha inaugurado con la emergencia de salud que podría llegar a ser realmente una amenaza global: un nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) en China10, del cual aún no conocemos su capacidad de difusión y posible impacto11, plantea un nuevo reto para la gobernanza global de la salud12.
Aparte del impacto directo en salud (morbimortalidad directas e indirectas), el fenómeno coronavirus está ya teniendo efectos en otras áreas. Por ejemplo, en la financiación de la investigación científica, que está reorientando y desplazando fondos hacia la investigación de distintos aspectos del nuevo coronavirus. También, hay que destacar la tensión a la que somete a los sistemas sanitarios, obligando a reforzar los dispositivos asistenciales directos enfocados a los riesgos y a los eventuales problemas de salud derivados por la emergencia del nuevo microorganismo. Es patente que ambos efectos detraen inversiones y recursos a otros objetivos, que inevitablemente quedan desasistidos (coste de oportunidad). A nadie se le escapa que los sistemas sanitarios más vulnerables sufren las consecuencias con especial intensidad, llegando al riesgo de colapso, como tras cada fenómeno climático extremo.
Por encima de los efectos sobre la investigación y los sistemas sanitarios se situará el impacto de la actual emergencia sanitaria sobre el sistema económico de China, y, por el enorme peso relativo de este, en la economía global. La losa que suponen los determinantes sociales que ahogan a los países con menos recursos y más conflictos, y que castigan a los sectores menos favorecidos de todos los países por ricos que sean, será aún más pesada, y sus consecuencias injustas y trágicas.
Finalmente, asistimos con preocupación a la orientación preferente de las agendas social y política hacia el fenómeno coronavirus, dejando de lado los demás objetivos, por graves y “clásicos” que sean. No es exagerado temer que los objetivos de salud infantil quedarán relegados nuevamente, así como otros problemas estructurales siempre pendientes. La población infantil sufrirá con ello una doble discriminación, la falta de cuidados y equidad y el olvido social.
A la vez que se presta la atención y los recursos necesarios para reconducir el fenómeno del nuevo coronavirus y otras emergencias sanitarias, es más necesario que nunca, volver la mirada a la salud materna, de los niños y los adolescentes. Solo la atención debida en estas etapas del desarrollo humano puede devolver el optimismo en el futuro de todos.