"No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía".
ALBERT CAMUS,
El mito de Sísifo, 1942
1. Conciencia de mortalidad
La muerte está ahí, para todos. Va llegando y llega, algunas veces en un momento temprano del ciclo vital; otras veces en la ancianidad. Es nuestro límite infranqueable e inevitable por más que tratemos de prolongar o estirar la vida.
Aunque la muerte está ahí, para todos, no es tema habitual de conversación. Es una cuestión que generalmente se rehúye, que parece causar molestia y desagrado, visto como plato de mal gusto o tema de conversación de gente pesimista o muy mayor, cuando no es un asunto que al plantearlo suscita el temor de haber sido invocado su fantasma. Para cierta gente la muerte simplemente no es un tema. No existe, o mejor dicho no quieren que exista, en sus vidas. No la contemplan. La ignoran. La ignoramos. Generalmente porque la tememos. Y creemos que es más fácil vivir sin pensar en ella o que es factible exorcizarla mediante el silencio y la negación.
Mucha gente vive gran parte de su vida de espaldas a la muerte. En mi caso, hasta no haber cumplido un buen número de años, yo vivía como si la muerte no existiera, como si la muerte no fuera conmigo. Ha sido la erosión del tiempo afectando a mis seres queridos y a mí mismo la que me ha obligado a aceptar y a tratar de integrar en mi vivir la herida de la finitud. No me ha resultado fácil. Pero independientemente de que nos resistamos más o menos a su visualización, en el campo de la realidad habita (la evidencia de) la temporalidad, informándosenos que el tiempo pasa y nos consume, y que, bueno, cada vez queda menos. Con el transcurso del tiempo, la muerte nos va estrechando cada vez más su cerco. Y eso nos impacta, nos mueve y nos hace (re)plantearnos muchas cosas. El final de la vida, la muerte, nos sumerge (por imperativo externo, por obligada toma de conciencia o visualización de su presencia) en diversidad de pensamientos y sentimientos. Nos confronta con la fragilidad y la transitoriedad. Palpitan las preguntas existenciales. Preguntas sobre el existir y su fin.
Quisiera apuntar que la muerte identificable es la muerte de los demás y no la mía. Yo no puedo ser o existir en la muerte. No puedo sentir, vivir, sufrir o gozar mi muerte sino, en todo caso, la muerte de los otros. Cuando mi muerte llegue, yo me habré ido. Aquello que podemos conocer o de lo que podemos tener noticia, con respecto a la muerte, es la muerte ajena. Porque, aunque podamos vislumbrar o ver acercarse nuestra propia muerte, incluso precipitarla, es de lo único que no podemos ser testigos o tener experiencia.
Según Freud, "La muerte propia es, desde luego, inimaginable [...]. Así, la escuela psicoanalítica ha podido arriesgar el aserto de que, en el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que es lo mismo, que en lo inconsciente todos nosotros estamos convencidos de nuestra inmortalidad"1 7.Es la realidad, la tozuda realidad, la que nos va confrontando, confrontando y confrontando con el hecho de que la muerte existe, que por lo menos la muerte de los otros existe. Yo también soy mortal, yo también me moriré, qué horror... o qué alivio. Por medio del uso de la razón y el consecuente análisis de la realidad, uno se ve forzado a admitir que la condición mortal que afecta a los demás, y que es observable por lo que les llega a pasar, a mí también me tiene que afectar. Por deducción empírica sabemos que somos finitos, mortales, sabemos que la muerte nos sobrevendrá y que cuando tal cosa nos pase no estaremos para contarlo.
2. Un final adelantado
El ser humano tiene la facultad para interrogarse por el modo en que prevé situarse en la antesala de su propia muerte. Yo a veces considero que puedo ser o me voy a comportar como un cobarde ante la proximidad de mi muerte; en otras ocasiones pienso que quizá sea capaz de asumir de manera serena la inevitabilidad de la propia muerte (si es que algo así sea realmente asumible y si es que realmente uno pueda llegar a sentirse así siendo plenamente consciente de su salto a la nada o quién sabe adónde) y poder experimentar el morir como un paso más, eso sí el último, del existir. No en pocas ocasiones contemplo como el mejor final posible que la muerte lo pille a uno dormido, que uno no la vea llegar, que uno muera sin enterarse de que se está muriendo. Aunque también hay gente que dice: "No, no, no. Yo prefiero saber cuánto tiempo me queda, vivir intensamente mis últimos días sabiendo que lo son, para poder preparar a mis seres queridos acerca del futuro, acerca de un futuro sin mí". No cabe duda de que esta postura consistente en mirar de frente a la muerte es tan valiente como lúcida y vitalista. Pero yo no sé, desconozco, en mi caso, cuál pudiera ser mi reacción, mi forma de afrontar la proximidad de mi muerte. Vivo en esas dudas, en esa incertidumbre.
Si bien es cierto que mucha gente desearía poder comprar o disponer de más tiempo del que finalmente le toque en suerte vivir, hay personas que por sí mismas adelantan su final antes de que la naturaleza o el destino obren su trabajo de exterminio, esto es, yendo voluntariamente al encuentro de la muerte en lugar de esperar (tranquila o nerviosamente) a ser visitados por ella. Nos referimos al suicidio, un acto que causa gran conmoción en el entorno (cercano) del suicida. Y que suele dejar abiertos importantes interrogantes: ¿Qué pudo pasar por la mente de quien decidió y logró acabar con su vida? ¿Cuál pudo ser su motivación?
Una vez tomada la decisión de matarse, ciertas personas parecen vivir serenamente sus últimos días o momentos previos al suicidio, comportándose en ese lapso final anticipado y autoprovocado con total "normalidad", sin haber levantado sospechas de sus intenciones en su entorno más próximo. Habiendo realizado sus últimas actividades cotidianas con el (mismo o aparente) afán de un día cualquiera. Ese tipo de reacción resulta llamativo, insólito, impactante. Pero incluso cuando alguien manifieste serenidad en los días y momentos previos al suicidio, ¿eso necesariamente implica que haya podido explorar con criterio y lucidez mental toda una gama de opciones o "soluciones" para su situación existencial?
Otras preguntas:
¿Quién no ha deseado alguna vez acabar con todo, también consigo mismo?
Y aquel que no ha sentido nunca la inclinación suicida, ¿acaso cree que puede ser por siempre invulnerable a esta posibilidad?
¿Quién puede decir que, ante ciertas circunstancias trágicas y de sufrimiento extremo y continuado, nunca llegue a plantearse seriamente la idea del suicidio?
Me atrevería a decir que todos tenemos un umbral suicida, un umbral mayor o menor, que depende de las experiencias traumáticas/dolorosas que vamos padeciendo y acumulando y de nuestra capacidad para procesarlas, así como también de los miedos o fantasmas psicológicos que portamos.
Luis Rojas Marcos comenta que "un interminable hilo conductor de angustia, desesperanza, frustración, soledad, autodesprecio y agotamiento une a los hombres y mujeres que, venciendo al instinto primario de conservación, se quitan la vida antes de llegar al fin natural de su existencia [...]. Para estas personas parece que la existencia se torna en amargura, vivir se vuelve intolerable y el miedo a la muerte se transforma en una obsesión por fallecer"2 11. El convencimiento al que llegan es el de que no hay otra salida (a la terrible vida) que la muerte.
Existe una diversidad de condiciones psicológico-existenciales por las cuales ciertas personas se ven abocadas a provocarse la muerte. Algunas de las circunstancias o motivaciones en el suicidio son las siguientes:
Para escapar de un cruel sentimiento de culpa o de autoexigencia.
Para escapar de la humillación.
Debido a un sentimiento de impotencia ante la vida.
Con la intención de agredir a otros, por venganza. En estos casos el mensaje enviado es: "Me mato, acabo con mi vida, para que sufráis"; "Mi muerte os hará (sentir) culpables (por siempre)".
Para "dormir", para "descansar" y "no sentir más".
Para escapar, y sentirse triunfante o exultante en esa huida, de condiciones y personas asfixiantes y perseguidoras.
Para escapar del insufrible dolor físico o de una terrible enfermedad.
Debido a la imposibilidad de afrontar la muerte de un ser querido o la pérdida de algo que revista valor supremo.
Con la idea de entregarse a los otros como víctima sacrificial.
En opinión de Schopenhauer, "El suicida [...] Quiere vivir, aceptaría una vida sin sufrimientos y la afirmación de su cuerpo, pero sufre indeciblemente porque las circunstancias no le permiten gozar de la vida. La voluntad de vivir se encuentra tan cohibida [...] que no puede desplegar su vuelo"3 12.
3. Favoreciendo la expresión emocional
A continuación voy a referir algunos datos de la historia clínica de una paciente:
Laura es una mujer de 38 años que sufre una grave depresión. Ha presentado cuatro intentos de suicidio: dos de ellos por ingestión de medicamentos, el tercero al tumbarse sobre unas vías de tren y el cuarto cuando su madre la observó sentada en la ventana de su casa con la intención de precipitarse al vacío. Esta mujer se muestra con una enorme inhibición (psicológica y corporal). Refiere gran desánimo, honda tristeza y persistentes ideas suicidas en sucesivas consultas. Se trata de una paciente a la que, a lo largo del tratamiento, se le ayudó a identificar y expresar diversos sentimientos y estados emocionales que había mantenido largo tiempo silenciados y reprimidos.
Wilhelm Reichsostiene que "el suicidio o la herida a uno mismo se producen debido a una insoportable estasis bioenergética en el organismo, cuando no hay acceso para su descarga al trabajo, a los actos destructivos ni a la gratificación orgástica"4. Una aclaración: cuando Reich habla de estasis bioenergética se refiere a detención o estancamiento de la energía, bloqueo energético. Recordemos a este respecto la cita de Schopenhauer mencionada hace un momento, por la cual en el suicida la pasión o voluntad de vivir está inhibida, "no puede desplegar su vuelo"5.
Siguiendo a Reich, podemos considerar que cuando nuestra energía vital (nuestra disposición para el "vuelo") lleva largo tiempo paralizada o estancada, corremos (grave) riesgo de convertirnos en víctimas de nosotros mismos. En este sentido, la energía vital estancada sería un indicio de riesgo para la salud mental, si no es que se ha convertido ya en síntoma evidente de padecimiento psíquico. Es por eso conveniente que la energía entre en movimiento y fluya. Que podamos contactar con nuestros sentimientos y emociones, y expresarlos.
Leamos otra cita de Reich: "una abierta y clara elaboración de las reacciones destructivas [...] puede impedir [...] el suicidio"6. Esto guarda relación con el hecho de que el suicidio puede suponer un homicidio invertido, puede ser el resultado del deseo homicida frustrado y/o reprimido en el afuera y que finalmente se ha dirigido por identificación contra uno mismo. Como diría Freud: "quizá nadie encuentra la energía psíquica necesaria para matarse si no mata simultáneamente a un objeto con el cual se ha identificado, volviendo así contra sí mismo un deseo de muerte orientado hacia distinta persona"7 7 8. Por ello, como parte del trabajo psicológico a realizar con el potencial suicida, han de ofrecérsele a este las condiciones favorables para que pueda expresar su sentir, para que pueda comunicar y compartir todo aquello que oprime y carcome su corazón, con libertad para contactar con su odio y su ánimo destructivo, y en la medida que lo pueda hacer así, al tener la oportunidad de expresarse emocionalmente, podrá alejarse de la posibilidad o "elección" del suicidio.
La persona que destila honda desazón y desesperanza existencial, un sufrimiento del que contempla escapar a través de la muerte, necesita expresar y compartir con alguien lo que siente y pasa por su cabeza (incluso sus ideas y planes suicidas). Necesita que alguien le acompañe en su sufrimiento y le escuche empáticamente, sin censuras ni prejuicios. Si así ocurre, si esa presencia acogedora y comprensiva que necesita se concreta, puede constituirse en una valiosa ayuda o incluso en su tabla de salvación. Pues el hecho de disponer de la oportunidad de hablar en confianza sobre su posible suicidio, "alivia la tensión y reduce el peligro de cometerlo"8 6.
Al expresar y compartir el dolor de vivir, ese dolor puede ir menguando o sintiéndose de otra manera y ello puede significar, para quien estaba inmerso en la angustia existencial más honda, un viraje hacia la vida, posponiéndose o reconsiderándose los planes de un anticipado final. Valorándose que todavía merece la pena vivir y seguir vivo. Una apuesta por la vida que se ha fraguado en el regazo de la presencia acogedora y comprensiva del otro. Pero a veces, por mucho que ayudemos o tratemos de ayudar, la ayuda no es aceptada o no es valorada como provechosa o necesaria. O en todo caso la ayuda anhelada es para morir y no para vivir. Así pues, aunque pretendamos salvar a todas las personas que están en situación de riesgo de suicidio, no siempre es posible. Debemos reconocer los límites existentes en todo proceso de ayuda. Debemos saber que la posibilidad de intervención e influencia sobre alguien puede colisionar con su subjetividad y "libertad". Nosotros podemos hacer nuestra mejor labor, darnos en cuerpo y alma, poner el colchón para salvar a quien se va a precipitar al vacío, pero igual esa persona "elige" no vivir.
4. El duelo por suicidio
La noticia del suicidio suele suponer una tremenda conmoción porque "Nadie está preparado para recibir la noticia de que un ser querido se ha quitado la vida"9 9. Las personas más cercanas al suicida pueden quedar totalmente afectadas, destrozadas emocionalmente, no solamente en el período inicial tras el conocimiento de la fatal noticia sino también mucho tiempo después o incluso de por vida. Hondo e interminable dolor. Inundación de tristeza. Oscuridad emocional.
La capacidad de asimilación y comprensión de lo sucedido puede saltar por los aires y vivirse temporalmente en la irrealidad como mecanismo de negación ante un impacto psicológico de dimensiones mayúsculas.
El superviviente suele sentirse interpelado por la acción hondamente hiriente y fatídica del suicidio, planteándosele numerosas preguntas una y otra vez, en un proceso de interrogaciones y sentimiento de culpa que puede resultar anímicamente agotador, superlativamente doloroso y reiterativo: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué paso? ¿Por qué se suicidó? ¿Qué es lo que yo hice mal (o lo que yo no hice) para no poder evitarlo? ¿Por qué me has hecho esto? ¿Por qué me pagas así?
El superviviente, tratando de adivinar lo que pudo haber fallado o resultado crucial, revisa reiteradamente muchas situaciones: "Si hubiera atendido x petición o demanda,..."; "Si me hubiera dado cuenta de ciertas señales o mensajes,..."; "Si hubiera conocido el alcance de su sufrimiento,..."; "Si le hubiera comprendido o atendido mejor, ..."; "Si hubiera tomado ciertas medidas,..."; "Si hubiera (o, por el contrario, si no hubiera) dicho o hecho tal cosa en x momento,...". ¡Cuántos interrogantes y cuántas dudas! Cuánto dolor... y el silencio, cuando no el eco de la conciencia atormentadora, por respuesta.
El sentimiento de culpa que se apodera del superviviente puede verse significativamente incrementado cuando en el entorno se dan actitudes negativas o estigmatizadoras. A este respecto, hemos de señalar la gran importancia de un buen acompañamiento y acogimiento (familiar y social) hacia el doliente por suicidio, cuyo sufrimiento ha de ayudársele a procesar o superar, en lugar de incrementárselo cruelmente.
5. El recurso existencial del suicidio
Llegados a este punto de la exposición, quisiera llamar la atención sobre ciertas preguntas filosóficas que nos dejan quienes se suicidan: ¿Por qué o para qué vivir? ¿Hasta cuándo vivir? ¿Estamos condenados a vivir?
Con el ánimo de pensar y reflexionar sobre estas cuestiones, le invito al lector a revisar ciertos pasajes de la obra de Emil Cioran. Comencemos con una de sus frases más memorables, provocadoramente ingeniosa, que da mucho que pensar. Dice así: "Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado"10 2.
Cioran habla de la idea del suicidio como una especie de carta a nuestra disposición que nos permitiría ser dueños de nuestro final. Vendría a ser una carta tranquilizadora por la cual estar en condiciones de poner fin a los terrores de la vida cuando uno no tenga ya deseos o motivación para seguir luchando y, por reflexión lúcida y serena, haya decidido que es el momento de adentrarse en el viaje a su desaparición definitiva.
Otras frases de Emil Cioran:
"Sin el suicidio la vida sería, en mi opinión, verdaderamente insoportable. No necesitamos matarnos. Necesitamos saber que podemos matarnos. Esa idea es exaltante. Te permite soportarlo todo"11 5. "Yo no abogo por el suicidio, sino solo por la utilidad de esa idea"12. "El único argumento que cabe contra el suicidio es el siguiente: no es natural poner fin a tus días antes de haberte demostrado hasta dónde puedes llegar, en qué medida puedes realizarte [...] los suicidas [...] consuman, sin embargo, un acto antes de haber alcanzado una madurez efectiva, antes de estar maduros para una extinción aceptada"13 1.
Cioran no es partidario del suicidio irreflexivo o precipitado. No es un incitador o apologista del suicidio. De hecho, según él: "He impedido que muchos se suicidaran, ya ve usted. He defendido la idea del suicidio, pero les he dicho que no corre ninguna prisa"14 4.
Basándonos en las consideraciones de Cioran sobre el suicidio, a la persona con ideas suicidas le podemos sugerir lo siguiente: "Date algo más de tiempo. Piénsatelo mejor. Mañana podemos seguir hablando, a ver qué otras opciones podemos contemplar. Mañana seguimos pensando en la idea del suicidio, como una idea entre otras, como una carta que forma parte de nuestra baraja".
Según Cioran, "Nos toca aprender a destruirnos en el momento oportuno"15,3esto es, de manera meditada, no irreflexiva.
Una curiosidad: Cioran escribió y pensó mucho en la idea del suicidio. Una idea que le resultaba, ya hemos visto, exaltante, exultante, estimulante. Pero que no llegó a materializar. No llegó a utilizar la carta del suicidio que tanto apreciaba. Parece que apreciaba más seguir viviendo. Él murió a los 84 años como resultado de una larga enfermedad.
6. Posición social ante la eutanasia y sus repercusiones en el suicidio
La enfermedad degenerativa e invalidante puede llevar a ciertas personas a la situación crucial de evaluar y valorar racionalmente la vida vivida, hacer un balance y finalmente optar por el suicidio como un acto de libertad. Claro está que a veces la decisión de adelantar o posponer la propia muerte se ve condicionada por el tratamiento jurídico-social en torno a la eutanasia. Veamos a continuación el caso de una mujer que tiene firmados los papeles de la eutanasia y las repercusiones de ello en su perspectiva de vida y muerte. Se trata de Marieke Vervoort16,una deportista belga de 37 años que cuenta con tres medallas en Juegos Paralímpicos (dos en Londres y una en Río).
Marieke padece una enfermedad degenerativa e incurable. Se encuentra con la mitad inferior de su cuerpo paralizada. Su visión está reducida al 20%. Suele padecer desmayos, ataques epilépticos e intensos dolores por los que a veces apenas puede dormir. Vive sola en su casa con su perro Zen. Así lo ha decidido y quiere. Cuatro veces al día una enfermera visita a Marieke, vigila su salud, le acompaña al baño y le ayuda a cambiarse de ropa. En caso de un ataque epiléptico o un dolor insoportable basta con que pulse un botón para que alguien acuda a socorrerla. Marieke firmó en 2008 los papeles de su eutanasia. En Bélgica está legalizada y regulada la eutanasia. Para ese momento final, cuando un médico le coloque la inyección definitiva, espera que sus padres y dos amigos tengan fuerzas para acompañarla. Marieke está satisfecha con la vida, con los retos, con los logros que ha conseguido y que sigue consiguiendo. Ella afirma: "Cuando quiera puedo coger mis papeles y decir ¡es suficiente! Quiero morir. Me da tranquilidad cuando tengo mucho dolor. No quiero vivir como un vegetal".
Esta declaración de Marieke nos recuerda al estado exultante que atribuye Cioran a la idea u opción del suicidio. En el caso de Marieke es la posibilidad de la eutanasia la que le otorga tranquilidad y hasta vitalidad.
"Yo ya tengo los papeles [de la eutanasia] en la mano, pero todavía disfruto cada instante. Cuando el momento llegue, cuando tenga más días malos que buenos, para ese día ya tengo mis papeles".
"Si yo no tuviera los papeles de la eutanasia, creo que ya me habría suicidado, porque es muy duro vivir con tanto dolor y sufrimiento y en esta inseguridad".
"Por haber firmado los papeles de la eutanasia muchas personas piensan que yo quiero morir, pero no es verdad".
"Si no hubiera firmado esos papeles, no hubiera sido capaz de ir a los Paralímpicos. Yo era una persona muy depresiva. Estaba pensando cómo iba a matarme".
Marieke dispone de la carta de la eutanasia y gracias a esa carta se muestra vitalista (queda atrás la depresión derivada por el temor a no poder escapar del sufrimiento insufrible), con la tranquilidad de poder seguir viviendo hasta el momento, hasta el punto o límite que quiera o esté dispuesta a sobrellevar, con plena libertad para evitar lo que consideraría un infierno de vida. Marieke ama la vida, no el sufrimiento insufrible.
En este punto de la presentación quisiera compartir con el lector otra cita de Schopenhauer. Dice así: "...el hombre más sano, más alegre, podrá también, en ciertas circunstancias, determinarse al suicidio; eso sucederá cuando la intensidad de los sufrimientos o de una desgracia próxima e inevitable sea más fuerte que los terrores de la muerte"17 13.
Y a continuación, como triste contrapunto del caso Marieke, voy a referirme a la situación padecida por Arrabal18.Un caso sumamente impactante y que da mucho que pensar.
José Antonio Arrabal, un electricista español de 58 años, casado y padre de dos hijos, fue diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica (ELA) en agosto de 2015. En octubre de 2016 Arrabal notó que el deterioro se aceleraba. Empezó a necesitar ayuda para darse la vuelta en la cama, vestirse, desnudarse, comer, limpiarse. Ayuda para casi todo.
"Me informé un poco y vi lo que me esperaba: acabar vegetal".
Arrabal exponía así sus razones para suicidarse:
"Habría aguantado más tiempo. Pero quiero poder decidir el final. Y la situación actual no me lo garantiza".
"La verdad es que es triste que no haya una ley que regule estos actos. Así me la estoy jugando. He tenido que comprar los medicamentos por Internet, lo que no da ninguna garantía".
"Tengo que adelantar mi muerte. La falta de una ley de eutanasia me obliga a adelantarla".
El 2 de abril de 2017 Arrabal nos dejó grabado su último testimonio y su suicidio19:
"Si estás viendo este vídeo es que he conseguido ser libre [...]. Me parece indignante que en este país no esté legalizado el suicidio asistido y la eutanasia. Me parece indignante que una persona tenga que morir sola y en la clandestinidad [...]. Hoy soy yo. Pero en un futuro pueden ser tus abuelos, tus padres, tus hermanos, tus hijos, tus nietos, o tú. Piénsalo".
Acto seguido José Antonio Arrabal ingiere una combinación letal de medicamentos comprados en Internet. Lo hace cuando aún tiene movilidad en la mano derecha y la capacidad de sorber líquidos. Los medicamentos le provocan un sueño profundo, paro cardiorrespiratorio y la muerte. Su deseo expreso es que en los últimos segundos de este vídeo se escuche la canción "Libre", de Nino Bravo.
7. Una invitación a la empatía y la reflexión
¡Qué gran tragedia! Habiendo preferido otro final, ese es el gran drama, Arrabal se vio obligado (debido a la ausencia de una ley sobre eutanasia) a adelantar su muerte, suicidándose. Un testimonio conmovedor y sobrecogedor. Arrabal quería seguir viviendo, pero no de cualquier manera ni en cualquier condición; lo que no quería era vivir inmerso en un tormento creciente e infranqueable del que no pudiera escapar ni recibir ayuda para ello. Por eso se suicidó, cuando en el ocaso de su vida todavía tenía cierta autonomía para hacerlo, para poder prevenir una inútil tortura. Su suicidio fue un acto de libertad, de liberación. Y también de protesta. A favor de la legalización de la eutanasia. Un acto de libertad y reivindicativo ligado al anhelo de que otros enfermos puedan decidir libremente, y con garantías legales, cuándo dejan de vivir.
Si Arrabal hubiera tenido la oportunidad de optar por una muerte asistida mediante eutanasia, no se hubiera suicidado, se hubiera aferrado por más tiempo a la vida. Y hubiera vivido la antesala de su muerte acompañado por sus seres queridos. Esa es la fortuna de Marieke, en cuyo caso, gracias al hecho de disponer de la carta de la eutanasia, tiene la oportunidad de vivir con la tranquilidad de que, llegado el momento, cuando quiera irse (de este mundo) podrá hacerlo dulcemente y acompañada, pues su voluntad de morir será respetada y le ayudarán en ello. Marieke tiene esa oportunidad por ser ciudadana de un país que tiene legalizada la eutanasia. Una opción de eutanasia que, gracias al efecto tranquilizador y hasta vitalizador o antidepresivo que tiene en ella, parece haberle apartado del suicidio. Recordemos a este respecto algunas de sus palabras: "Si yo no tuviera los papeles de la eutanasia, creo que ya me habría suicidado". "Yo era una persona muy depresiva. Estaba pensando cómo iba a matarme". Vemos, pues, contrastando los casos de Marieke y Arrabal, que la posición legal de un país con respecto a la eutanasia puede afectar extraordinariamente, se vuelve trascendental, en el cómo una persona puede vivir y morir, presentando todo ese proceso evidentes repercusiones para su entorno más próximo.
La muerte (adelantada) de Arrabal nos debe hacer reflexionar seriamente a nivel personal y social. Dejo aquí la siguiente pregunta:
¿Resulta ético y humano que alguien sea confrontado a una muerte adelantada por suicidio como único medio para poder escapar del sufrimiento insufrible?
Tomemos en consideración la invitación que nos hace Arrabal a pensar desde la empatía en el tema de la eutanasia. "Hoy soy yo. Pero en un futuro pueden ser tus abuelos, tus padres, tus hermanos, tus hijos, tus nietos, o tú. Piénsalo".