En el último número online de la prestigiosa revista Medical Teacher se ha publicado un artículo del profesor Ronald Harden, secretario de la Association for Medical Education in Europe (AMEE), titulado ‘Ten key features of the future medical school -not an impossible dream’ [ 1 ]. Tanto por la categoría del autor como por el interés de su contenido he creído adecuado dedicarle este editorial.
El profesor Harden reflexiona sobre cómo han de ser las facultades de medicina en el futuro y enumera a lo largo de su artículo las características que, a su juicio, deberán reunir las facultades de medicina en los próximos cinco a diez años.
Después del exitoso modelo SPICES descrito por el mismo autor en 1984, [ 2 ] en el que se exponían diferentes estrategias educativas para el desarrollo curricular, ahora aborda de qué manera las facultades de medicina han de afrontar su futuro desarrollo. Para ello se han tenido en cuenta las contribuciones de los diferentes agentes implicados, como profesores, estudiantes, graduados y pacientes. En este editorial no podemos resumir todo el articulo, pero sí enunciar las diez características clave que describe Harden.
En primer lugar, el autor plantea la necesidad de que las facultades de medicina abandonen su torre de marfil y adapten su currículo a las necesidades de salud actuales -y sobre todo futuras- de la población y a las de los servicios de salud, estableciendo un currículo realmente basado en competencias que permitan a los futuros graduados ejercer una práctica médica adecuada a dichas necesidades.
En segundo lugar, hace hincapié en la necesidad de que se produzca un cambio del rol de los profesores: desde su papel de mero proveedor de conocimientos al de facilitador que dé soporte al estudiante en su proceso formativo.
En tercer lugar, insiste en la necesidad de conseguir la integración vertical entre ciencia básica y clínica superando definitivamente la tradicional división entre estos dos períodos y facilitando un contacto precoz de los estudiantes con dichos aspectos clínicos. La enseñanza y el aprendizaje de las ciencias básicas se deben integrar con la enseñanza y el aprendizaje de las ciencias clínicas.
Harden también apunta la necesidad de que las facultades de medicina valoren como se merece la función docente de los profesores y reconozcan las buenas prácticas y la innovación docente a la hora de considerar su promoción profesional al mismo nivel que la investigación.
El artículo se refiere asimismo a que el alumno, en el futuro, pase de ser considerado como un cliente o un consumidor a ser considerado como un ‘socio’ en su proceso de aprendizaje, implicándose en la creación de recursos de aprendizaje y de ejercicios de evaluación, e incluso en los procesos de selección del profesorado. En el futuro se debería incrementar la implicación del alumno en el proceso educativo.
El autor propone disponer de un mapa claro y establecido para la adquisición de las diferentes competencias, establecer currículos flexibles que se adapten a las características individualizadas de los alumnos, huyendo de currículos uniformes y rígidos, y realizar un uso creativo, eficiente y comprensible de las nuevas tecnologías.
En el ámbito de la evaluación, indica que es necesario abandonar la evaluación compartimentada del aprendizaje e ir avanzando hacia programas institucionales de evaluación que permitan moverse desde el tradicional paradigma de la evaluación del aprendizaje a la evaluación para el aprendizaje.
Por último, propone que se establezca una colaboración creciente tanto interna (entre profesores de las diferentes etapas del currículo y entre alumnos mediante el trabajo en equipo) como externa (con diferentes instituciones sanitarias o educativas, con otras facultades de medicina, con otros niveles educativos que permitan la adecuada relación con diversas etapas del continuo educativo, y con otras profesiones). La facultad de medicina del futuro será menos autosuficiente y menos independiente.
Tal como reconoce Harden, moverse para llevar a cabo estos cambios presenta dificultades obvias, como la resistencia del profesorado, la falta de recursos y la falta de tiempo y las reservas de los estudiantes, sobre todo si no hay una correspondencia entre sus estudios y un posible examen final de carácter nacional, como ocurre en España. Sin embargo, como afirma el autor al final del articulo, ‘la situación actual no es una opción’ y, por ello, todos los agentes han de implicarse en dichos cambios.
Desde estas líneas quiero animar a nuestras facultades de medicina a leer este artículo, a que lo comparen con la realidad actual de su propia facultad y a que intenten iniciar, dentro de sus posibilidades, un proceso de cambio para poder afrontar el futuro con éxito.